CAPÍTULO 2




<< De haberte entregado la vida me queda lo bueno. >>

AMAIA MONTERO

El sol ya casi había terminado de fundirse con la tierra y sus rayos proyectaban sombras alargadas por toda la ciudad. Ya había aparecido la primera estrella en el firmamento y el frío volvía a hacer acto de presencia, helando con su brisa la piel de aquellos que se atreviesen a subestimarlo.

No obstante, eso no iba a obligar a Marco a recoger sus cosas para irse a casa. Se había propuesto hacer cien canastas seguidas de tres puntos, y nada del mundo iba a hacerle desistir, no cuando solo le quedaban dos para conseguir su objetivo.

Se estremeció cuando una brisa gélida le azotó la espalda y apretó los labios en un gesto de concentración. Flexionó levemente las rodillas y sujetó con ambas manos la pelota por encima de su cabeza, sus ojos clavados en el rectángulo negro que había pintado en el tablero de la canasta. 

Exhaló por la boca y una cortina de vaho acarició sus labios antes de disiparse en el aire. Relajó los músculos y ejecutó el tiro sin olvidarse de girar la muñeca como le había enseñado su amigo hacía dos años.

El balón dibujó una trayectoria parabólica en el aire y atravesó el aro sin apenas rozarlo. Sonrió, satisfecho, y corrió tras la pelota con la intención de ponerle fin a su entrenamiento diario. 

Volvió a situarse a unos siete metros aproximadamente de la canasta, sujetó la pelota con ambas manos a la altura de su pecho y esperó a que sus ojos se acostumbraran a la luz blanquecina de los focos que se habían encendido alrededor de la cancha. 

Se tomó un tiempo para acompasar su respiración mientras concentraba toda su atención en el rectángulo negro de la canasta. Se olvidó del frío, del cansancio y del sudor que le perlaba la frente. Incluso dejó de escuchar el motor de los coches que circulaban cerca de allí.

— Solo una más— susurró el rubio para darse ánimos.

Apretó los labios de nuevo y se dispuso a lanzar siguiendo cada uno de los pasos que repetía en su cabeza. 

La trayectoria del balón se vio interrumpida por una mano ajena que sujetó la pelota con fuerza antes de que tuviera tiempo de colarse en el aro. Marco frunció el ceño. Aquel tipo de melena desordenada acababa de estropearle el momento. 

— ¡Hey, tú!— señaló al chico con la cabeza cuando comprobó que no tenía intención de devolverle el balón—. Pásala.

El otro observó a Marco, divertido, y aunque las sombras que proyectaban los focos le ensombrecían la cara, el rubio fue testigo de cómo una sonrisa ladina se dibujaba en el rostro del muchacho. 

— Has mejorado bastante— le dijo una voz increíblemente familiar mientras el sujeto lanzaba la pelota al aire y la atrapaba con la misma mano—, pero no lo suficiente. 

A Marco casi se le paró el corazón. Separó los labios y balbuceó algo incomprensible, intentando asimilar la realidad. 

— ¿Ace?— apenas podía creérselo.

— Me alegro de verte, tío— respondió él con una sonrisa radiante. 

Marco le devolvió el gesto y redujo la distancia que los separaba. Chocaron palmas, nudillos, pies y casi pechos, pero Marco retrocedió súbitamente antes de llegar a hacerlo.

— Lo siento— se disculpó.

Ace descifró la tristeza en sus ojos, pero decidió ignorarla, al igual que hacía con la enfermedad que lo estaba destrozando por dentro.

— ¡Qué va!— respondió, animado. No quería que su reencuentro fuera plan de ponerse afligidos—. Yo tampoco me acostumbro. 

Le rodeó el cuello con un brazo y le pasó el balón con una sonrisa de complicidad. Marco dejó que su mirada se perdiera en las líneas de la pelota de baloncesto, meditativo. Si Ace había vuelto de Estados Unidos tan pronto solo podía significar una cosa. Decidió apartar esos pensamientos de su mente y fingió su mejor sonrisa. 

— ¿Y eso que has venido tan pronto?— a fin de cuentas, se suponía que debería de haber venido tres meses después.

— Bueno...— murmuró aún rodeándole los hombros—, la operación salió bastante bien y sabes que me recupero bastante pronto, así que los médicos me dieron el alta antes de tiempo.

— Ace...— masculló Marco con tono de reproche. Odiaba que el pelinegro no le contara la verdad. 

El pecoso entristeció la mirada y apretó los labios con fuerza, acongojado. Se separó de Marco, tomó aire y escondió las manos en los bolsillos de su chaqueta. Desvió la vista hacia otra parte y maldijo para sus adentros. 

Sabía que tarde o temprano tendría que contárselo, y aunque sabía que Marco no era de los que les gustaba esperar, no quería hablar del tema. El simple hecho de pensar en ello siquiera, lo asqueaba considerablemente. 

— ¿Podemos andar un poco?— susurró Ace, el tembleque de su voz revelaba su nerviosismo.

Marco asintió con la cabeza, recogió la mochila que había dejado junto a la canasta, se la colgó al hombro y acompañó a Ace a dar una vuelta. 

Decidieron deambular por el parque que quedaba a pocos metros de ahí y aunque el rubio esperó con ansias la respuesta de su amigo, Ace no pronunció palabra. Acabaron por sentarse en uno de los bancos de madera que quedaban frente a la desierta zona de juegos donde solían quedar de pequeños, nostálgicos. 

— ¿Hace mucho que estás aquí?— optó por preguntar con la intención de que Ace se soltara un poco más.

— No, qué va. Llegué ayer por la noche— hizo una pausa y sonrió, melancólico—. Si hubieras vito la cara de Luffy...

— Normal. Has estado dos años fuera, tío...— hubo un silencio entre ambos—. ¿Ya has ido a ver a los chicos?

— No. Ni voy a ir— sentenció, cortante—. Si te soy sincero, incluso me he planteado el venir a saludarte. Así que lo que te diga esta noche, depende de ti que ellos lo sepan o no.

Marco ignoró el último comentario y frunció el ceño, molesto.

— ¿Por qué no? Hemos esta...

— Porque me muero...

A Marco se le hizo tal nudo en el pecho que incluso le costó respirar. Observó la expresión relajada y compungida de Ace, ojiplático.

— Me estoy muriendo, Marco— repitió el pelinegro, clavando los ojos en los de su amigo. 

El otro tragó saliva y negó con la cabeza lentamente. En el fondo lo sabía, sabía que Ace no era más que otra víctima del cáncer, y a pesar de que había hecho todo lo posible por mostrarle su sonrisa en los momentos más críticos, ya había barajado la idea de que no se recuperara. 

Se retorció los dedos e hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para tragarse las lágrimas que amenazaban con escapar de sus ojos. No pensaba flaquear delante de Ace, no ahora.

— ¿Y Luffy?— consiguió decir con un hilo de voz.

— No lo sabe. Ni quiero que lo sepa— sintió que se hacía más pequeño frente a las preguntas de Marco—. Lo último que necesito ahora es verle con mala cara. Lo más importante es convencer a Sabo para que no le diga nada. 

— Entiendo lo que quieres decir, pero deberías hablar con él— respondió con tono serio—. Imagina cómo se sentirá cuando se entere por boca de otros...

— Estará bien, hazme caso. 

Marco colocó el balón de básquet en su regazo y deslizó los dedos por la superficie rugosa de la pelota. 

— Vamos a echarte de menos en el equipo...— confesó—. Sobre todo el entrenador. No ha dejado de hablar de ti desde que te fuiste. 

Ace sonrió, agradecido por las palabras amables de Marco. Le alegraba pensar que sus amigos no le habían olvidado. Volvió a adoptar una expresión seria cuando recordó los resultados del último análisis que le habían hecho los médicos. 

— Marco...— hizo una pausa para tomar aire. Le resultaba extraño tener que asimilar todo aquello --, hay algo más que deberías saber.

— ¿Qué pasa?— el corazón golpeaba con fuerza su pecho.

— Yo...— volvió a tomar aire y dejó caer la cabeza, rendido—. Me han dado un año.

Marco apretó los puños y desvió la mirada. Aquella conversación estaba carcomiéndole por dentro. Se puso en pie con brusquedad y le hizo un gesto con la cabeza a Ace para que hiciera lo mismo. 

— En ese caso será mejor que te pongas las pilas y hagas todo lo que no has hecho hasta ahora— le aconsejó con una sonrisa.

Ace le devolvió el gesto y le dio unas palmadas en la espalda. Admiraba la calma con la que Marco se tomaba las cosas. De hecho, envidiaba la facilidad que tenía para mirar el lado positivo de todo.

— Empezaré por leerme ese libro que me dejaste hace siete años y que nunca llegué a abrir— rió.

— Ya es hora de que leas algo que no sean los subtítulos de las series de Netflix— añadió Marco. 

El sonido de un móvil interrumpió sus carcajadas, y Ace deslizó la mano en el bolsillo trasero de sus vaqueros. 

— ¿Quién es?

— El Rey de los Idiotas— contestó el pecoso con un tono burlón y una sonrisa colmada de nostalgia. 

Desbloqueó la pantalla de su móvil y consultó los mensajes que le había llegado.

Luffy: Va a venir una amiga a ver una película. 

Luffy: ¿Dónde estás?

Luffy: P.D. Compra algo de carne para mañana.

Luffy: P.P.D. ¿Qué hay para cenar?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top