CAPÍTULO 19


<< ¿Por qué yo tendría que cambiar? Nadie más lo va a intentar >>

ALEX UBAGO


Ace dejó escapar un profundo bostezo y se pasó ambas manos por el pelo antes de que su mirada se deleitara con el hipnótico baile que trazaban los copos de nieve al otro lado de la ventana. Observó la precipitación durante lo que a él le parecieron segundos, aunque cuando volvió a consultar la hora en la pantalla de su móvil eran las 17:04. Casi había pasado media hora.

Se fijó en que tenía ocho llamadas perdidas de Marco, quince de Thatch y otras muchas del resto de los Piratas de Barbablanca, pero no se molestó en hacer un recuento, sino que volvió a leer los últimos mensajes que le había mandado ____ hacía casi una semana.


Enana: ¿Cómo estás?

Enana: Espero que estés bien...

Enana: Iré a verte en cuanto te recuperes, lo prometo.

Enana: ¿Estás mejor?

Enana: Ace, llámame cuando leas esto, por favor.

Enana: Estoy muy preocupada...

Enana: Me alegro de que estés mejor.


Se sorprendió sonriendo, y aunque sabía que era una tontería, volvió a leerlos, recordando la mirada angustiada que le había dedicado la muchacha cuando había entrado a la habitación junto a sus amigos y la novia de Sabo.

Ace frunció el ceño: aún se sentía molesto porque no había podido hablar con ella, aunque no sabía de qué se extrañaba exactamente. Al fin y al cabo, había tenido que responder al interrogatorio de las veinte personas que se habían congregado en aquella habitación para visitarlo, y Marco se había asegurado de no separarse de ____ en ningún momento, aunque por alguna razón, el pecoso había notado una tensión palpable entre ellos.

Ace le lanzó una mirada furtiva a su hermano Sabo, quien aún dormía a pierna suelta en una de las butacas que había en la habitación, con el brazo colgando a un lado del reposabrazos, la cabeza hacia atrás y la boca abierta. El pecoso sonrió con sorna tras analizar la cómica postura del rubio, y siendo consciente de que no se le presentaría otra oportunidad para estar tranquilo, volvió a centrar su atención en el móvil y barajó de nuevo la tentadora idea de llamar a ____.

Se mordió el labio inferior y sus pupilas estudiaron minuciosamente aquel llámame, y aunque ya había decidido que su frase favorita era me alegro de que estés bien, fue la anterior la que lo animó a pulsar la tecla verde del perfil de la muchacha. El pelinegro acababa de llevarse el teléfono al oído cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe.

-- Mierda -- maldijo, y se apresuró a colgar y a esconder el teléfono bajo las sábanas.

Law hizo acto de presencia en el cuarto casi arrastrando los pies, sin molestarse en ocultar su cansancio de la escrutadora mirada de Ace. El ojeroso frunció el ceño y apretó el par de carpetas que sujetaba bajo el brazo, molesto. 

-- Te dije que descansaras -- suspiró.

-- Y lo he hecho.

-- Los cojones -- gruñó el ojigris, y señaló a Sabo con la cabeza --. Eso es descansar.

Law dejó las carpetas a los pies de Ace, se alisó la bata blanca que solía llevar en el hospital y se ajustó las gafas de media luna para ojear uno de los muchos documentos que guardaban los portafolios.

-- Te has dejado la puerta abierta -- dijo Ace.

Law arqueó una ceja y estudió la expresión extrañada de su paciente por encima de los cristales de las gafas.

-- A veces tienes un don para decir lo evidente -- respondió mordaz. Sin embargo, su ademán divertido desapareció cuando reconoció el desconcierto en los ojos del pecoso. Suspiró profundamente y volvió a clavar la mirada en el informe médico de Ace --. Tienes visita.

-- ¿Ahora? -- resopló Ace al tiempo que se dejaba caer de nuevo sobre el colchón; si había algo que lo agotara más que los sermones de Law, era tener que aguantar el repetitivo protocolo del horario de visitas.

Una sonrisa se insinuó en los labios del ojigris, lo que confundió todavía más a Ace.

-- ¡Ya puedes pasar, Deuce! -- exclamó.

Ace se incorporó tan rápido sobre la camilla que casi se hizo daño en la espalda, aguantó la respiración y sus ojos estudiaron perplejos el rostro del muchacho que acababa de cerrar la puerta de la habitación.

Deuce no había cambiado absolutamente nada desde la última vez que Ace lo había visto, hacía casi unos cinco meses. Seguía luciendo con orgullo su melena azul y despeinada, llevaba una sudadera ancha de color pistacho y unos pantalones negros, y se ayudaba de una muleta para andar. Ace y él habían sido compañeros de habitación en el hospital de Maryland durante un año aproximadamente y se habían animado mutuamente en todo aquel tiempo.

-- D-Deuce...

-- Hola, Ace -- sonrió él al tiempo que se acercaba a la camilla --. Me alegro de verte.

El pecoso solo acertó a sonreír, se pasó una mano por el pelo y se mordió el labio inferior cuando notó que los ojos comenzaban a humedecérsele.

-- Vaya... -- murmuró --. La última vez que te vi estabas a punto de entrar al quirófano.

Deuce siguió la mirada de Ace y clavó los ojos en su pierna derecha. El peliazul sonrió de lado, se inclinó hacia delante con cuidado de que no se le cayera la muleta y se remangó el pantalón por encima de la rodilla para mostrar la prótesis que lo acompañaba desde después de la operación, la cual consistía en un delgado tubo de acero cuya parte inferior desaparecía en el interior del deportivo blanco y cuya parte superior constituía el encaje protésico.

-- Me hubiera gustado enseñártela antes, pero me trasladaron directamente a rehabilitación -- volvió a bajarse el pantalón y se incorporó para cruzar miradas con Ace --. Para cuando me las apañaba para dar un par de pasos, ya no estabas en el hospital.

El pecoso se encogió de hombros para quitarle importancia y esbozó su mejor sonrisa.

-- Te queda bien. ¿No te molesta al andar ni nada?

-- ¡Qué va! -- rió él --. Está hecha a medida y me queda como un guante. Tiene hasta amortiguadores y todo.

-- ¿Y has venido desde Maryland solo para enseñarme tu nueva pierna? -- bromeó el pecoso.

Deuce negó débilmente con la cabeza y se sentó a los pies de la camilla al tiempo que componía una sonrisa nostálgica.

-- Law me llamó hace unos días para decirme que habías sufrido una hemorragia pulmonar...

-- Hemorragia alveolar difusa -- corrigió Ace.

-- Me la pela. 

-- Vaya...

-- ¿Es que no sabes hacer otra cosa que dar problemas? -- bromeó Deuce.

-- ¡Yo no hice nada! -- trató de defenderse el pelinegro --. Lo que pasa es que ese día hacía un frío de cojones y para variar me tiraron una bola de nieve a la cara. 

-- Joder..., suena a mentira de las gordas -- rió el peliazul.

-- Suena a que alguien me va a pagar la medicación -- y una sonrisa traviesa le cruzó el rostro.

Law carraspeó un par de veces y ambos muchachos se giraron para mirarle; casi habían olvidado que estaba allí de pie, plantado frente a la cama y ojeando un puñado de papeles. Ace también se fijó en que Sabo ya estaba despierto y había acercado la butaca a la camilla para curiosear los documentos.

-- Bien, ahora que ya estamos todos -- comenzó Law --, será mejor que arreglemos el papeleo ya.

-- ¿El papeleo? -- Sabo frunció el ceño. -- ¿Qué papeleo?

-- Vas a someterte a quimio, ¿verdad, Ace?

El pecoso arqueó una ceja tras detectar el tono preocupado de Deuce y frunció el ceño: ¿cómo sabía que todavía no se había decidido? Entonces sus ojos se cruzaron con la mirada gris del cirujano y no pudo evitar sentir un brote de ira naciendo en su interior.

-- ¿Se lo has dicho? -- casi pareció una acusación.

Law se encogió de hombros, indiferente, y volvió a bajar la vista hacia el informe médico.

-- ¿Crees que Deuce ha hecho un viaje de diez horas desde Maryland para saludar? ¡Por supuesto que se lo he dicho! Es el único de los aquí presentes que puede hacerte razonar -- hizo una pausa y volvió a buscar los ojos de Ace --. Porque no le has contado nada a Sabo, ¿me equivoco?

Ace apretó los labios y deseó, por primera vez en mucho tiempo, que Luffy estuviera en aquella habitación para que cambiase de tema radicalmente y disipara un poco la tensión que cargaba el ambiente. 

-- Me lo imaginaba... -- suspiró el médico ante el silencio del pelinegro.

-- ¿Decirme el qué? -- Sabo estaba confuso y algo molesto.

Law no respondió, sino que extrajo dos folletos del interior de su bata blanca y los colocó frente a Ace. En el de la derecha podía leerse: "Recomendaciones para pacientes en tratamiento con quimioterapia". Por otro lado, en el de la izquierda ponía: "Eutanasia. Una muerte digna".

Ace miró a Sabo de soslayo para estudiar su reacción, y aunque hasta el momento se había esforzado para permanecer insondable ante las atentas miradas de aquellos tres, no pudo evitar sentir una punzada de culpabilidad cuando sus ojos se toparon con la expresión horrorizada del rubio.

-- Eso -- consiguió murar el pecoso.

Sabo apretó los puños sobre sus rodillas y tensó la mandíbula, y aunque en aquel momento le hubiera gustado abofetear a su hermano y tirarle de los pelos hasta que entrara en razón, se obligó a permanecer estático. Sentía que le faltaba el aire y que el corazón se le había detenido. ¿Eutanasia? ¿Cuándo coño había pensado decírselo exactamente?

-- Bien, Ace... Puesto que me dijiste que te lo pensarías la última vez que te llamé, te lo preguntaré una última vez... -- sentenció Law al tiempo que lo fulminaba con la mirada, serio --. ¿Quimio o eutanasia?


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____ volvió a fruncir el ceño cuando comprendió que el examen que tendría dentro de un par de días no sería tan fácil como ella había imaginado; había estado tan centrada en echarles una mano a Sabo y a Luffy la última semana que casi se había olvidado de que aún no controlaba el tema de química del que se examinaría el próximo miércoles. 

No es que no hubiera barajado la opción de pedirle ayuda a Law, pero sabía cuál sería la reacción del ojeroso si se enteraba de que se había estado saltando las clases para limpiarle la casa a los D. Y lo que era aún peor: que se había colado en la habitación 325 para hacerle una visita a Ace.

____ se sonrojó violentamente cuando recordó el beso fugaz que le había dado en la mejilla antes de salir de la habitación, se llamó estúpida a sí misma y se obligó a pensar en otra cosa antes de que su mente volviera a jugarle una mala pasada. Y como si no tuviera ya bastante con el cúmulo de sentimientos encontrados que la estaban volviendo loca, la muchacha decidió darse un respiro cuando el tono de su móvil volvió a avisarla de una llamada perdida de Marco.

____ dejó escapar un resoplido de frustración, abandonó la concentración que la envolvía en el escritorio y se tumbó en la cama para consultar el teléfono. La foto de ella y Marco que tenía de fondo le abofeteó la cara nada más encender la pantalla, pero consiguió hacer un acopio de valor para ignorar el malestar aplastante que sentía en el pecho. 

<< ¿Qué clase de novio le da más prioridad al baloncesto que a su chica? >> le había contestado Nami cuando ____ se había quejado por la ausencia del rubio debido al partido que tendría a final de mes.

Y tenía toda la razón, es más, tenía todo el derecho del mundo a enfadarse por eso. La muchacha era plenamente consciente de lo importante que era aquel partido para Marco, pero el rubio tampoco había puesto de su parte. Todos en el equipo buscaban algún hueco para irse de copas o estar con su pareja, pero Marco era distinto: prefería quedarse hasta las tantas de la madrugada entrenando en la cancha de algún parque. 

Pero eso no era lo que más molestaba a la chica.

Hasta entonces Marco apenas la había llamado, y muy de vez en cuando le enviaba algún " te quiero" tras varios días sin dar señales de vida.  Pero desde que ____ había optado por seguir el consejo de Nami y se había hecho la desinteresada, Marco parecía haber despertado un repentino interés por ella, y la llamaba a todas horas y la buscaba por los pasillos de la universidad, cosa que nunca antes había hecho.

Por supuesto, ____ ya sabía que ese tipo de comportamiento era normal en Marco; siempre había sido así desde el minuto uno, pero por alguna razón, la muchacha había creído que el rubio cambiaría de hábitos con el tiempo.

El sonido de una notificación sacó a la muchacha de su ensimismamiento, y a ____ se le escapó una risita cuando vio la foto que le acababa de mandar Luffy. Zoro, Sanji, Usopp y él se habían dibujado varios símbolos en la cara y se habían adornado el pelo con plumas de colores.

Luffy: Los indios del Sombrero de Paja preparados para arrasar en el festival de este año.

____ ensanchó la curva de sus labios y se apresuró a darle el visto bueno a los chicos; con el lío que tenía con los exámenes finales y sus cacaos mentales con Marco, ya casi había olvidado que la feria estaba a la vuelta de la esquina. Nunca se perdían un festival, y todos los años había una temática diferente: astronautas, trogloditas, los 80, piratas... Aquel año la temática era indios y vaqueros, y Luffy no se lo había pensado dos veces. 

____ volvió a fijarse en la foto y sonrió de nuevo al reparar en las caras amenazadoras que habían esbozado al otro lado de la pantalla. Aquellos locos siempre se tomaban el festival como una competición contra las chicas, y aunque a Nami y a Robin les daba exactamente lo mismo, a ____ le parecía una propuesta divertida. 

Consultó la hora y frunció el ceño cuando se dio cuenta de que la tarde había pasado volando. Las 21:02; su madre no tardaría en llamarla para cenar. 

La muchacha se sobresaltó cuando el tono de llamada de su móvil comenzó a sonar, y se apresuró a descolgar cuando reparó en que Luffy exigía una videollamada con ella.

-- ¡Hey! -- sonrió ____ al tiempo que se colocaba el pelo tras las orejas.

Luffy arqueó las cejas.

-- Pensaba que no darías señales de vida hasta que acabaran los exámenes. ¡Qué suerte he tenido! ¡Hey, muchachos, la tengo en vivo y en directo! -- anunció Luffy a los otros.

Se oyó un súbito ajetreo proveniente de otra habitación, y la expresión de Luffy cambió radicalmente cuando vio a los chicos acercándose a él a plena carrera.

-- Eh, eh, eh... ¡Eh! -- protestó Luffy cuando Sanji le arrancó el móvil de la manos.

-- ¡Oh, mi querida ____, estás tan preciosa esta noche!

-- Bueno, eso es discutible... -- murmuró la voz de Zoro.

-- Capullo... -- rió la muchacha.

-- ¡Eso, capullo! -- le espetó el rubio.

-- ¿Qué me has llamado, pervertido de tres al cuarto?

La cámara se zarandeó un poco y de pronto solo se apreciaron unos gritos al otro lado de una pantalla que había quedado en negro. Poco después la cámara volvió a moverse, y en seguida pudo distinguirse en la pantalla el rostro de Usopp, quien le ofreció una sonrisa campante a la joven.

-- ¿Y bien?  -- inquirió con un tono altanero.

-- Estáis geniales, Usopp -- reconoció ella cuando volvió a fijarse en los símbolos que le decoraban la cara.

-- Por algo me llaman "Usopp, el maquillador profesional" -- canturreó al tiempo que guiñaba un ojo.

-- A ti no te llama así nadie -- gruñó Zoro de nuevo.

-- ¡Tú no tienes vela en este entierro, "marimo"! -- replicó el narigudo.

Las carcajadas de Luffy consiguieron eclipsar el desfile de insultos que siguieron después, y el moreno volvió a hacerse con el móvil. 

-- Usopp nos ha pintado la cara y el pecho, y nos ha conseguido estas plumas tan chulas -- dijo al tiempo que se enfocaba el rostro, los abdominales y la cabeza respectivamente --. Aún falta la ropa, pero Koala dijo que estaría lista antes del festival. ¿Qué te has preparado tú?

-- Nada.

-- ¡¿Nada?! -- el muchacho parecía decepcionado, incluso algo ofendido.

-- Apenas he tenido tiempo para pensar -- se escusó ____ --; los exámenes me están matando y luego está lo otro que te conté...

-- ¿El qué? ¿Lo de Marco, o lo de Ace?

Se hizo un silencio irreal al otro lado de la pantalla, y Zoro, Usopp y Sanji dejaron de tirarse de los pelos para sentarse junto a Luffy.

-- ¿Nos hemos perdido algo?

-- ¿Qué te ha hecho ese capullo?

-- ¿Qué cojones pasa con Ace?

____ se sintió tan acorralada como cuando Nami comenzaba su interrogatorio matutino en la universidad, y sintió que el abochorno le asaltaba las mejillas.

-- Oh. Marco la está dejando plantada y mi hermano le hace un poco de tilín. Pero no se lo contéis a nadie, que es un secreto -- sonrió Luffy, risueño.

-- ¡¡Idiota!! -- rugió ____ más roja que un tomate --. ¡Nadie me está dejando plantada! ¡Y definitivamente tu hermano no me hace ni tilín ni tilán!

-- ¿Ah, no? -- el joven parecía confundido, y se rascó la cabeza, pensativo --. Me dijiste que Marco no te hace caso, y que sientes cosas por mi hermano...

-- ¡En ningún momento te dije lo segundo! Te dije que hacía cosas raras.

-- ¿Qué clase de cosas? -- quiso saber Zoro.

-- ¿Y qué es eso de que Marco no te hace caso? -- gruñó Sanji.

____ se golpeó la frente con la palma de la mano y dejó escapar una bocanada de aire, rendida. Estaba a punto de hacerles un breve resumen del estado de su relación con Marco y la forma en la que Ace trataba de jugar con ella cuando la voz de su madre la llamó desde las escaleras.

-- ¡____, baja!

De alguna forma y casi sin terminar de creérselo, su madre por fin había sido oportuna.

-- Lo siento, chicos, pero tengo que irme -- ____ se encogió de hombros y fingió una sonrisa a modo de disculpa.

-- Continuará... -- dramatizó Usopp.

-- Esto no puede estar pasando -- dijo Sanji --. No puedes dejarnos así.

-- Estoy de acuerdo con el rubio de mierda -- afirmó Zoro.

-- ¿Qué me has llamado...?

-- Nos vemos pronto, ____ -- se despidió Luffy con una sonrisa.

Ella le devolvió el gesto, colgó, y se apresuró a levantarse de la cama para ponerse sus zapatillas de conejitos y reunirse con su madre en la cocina, no obstante, a medida que bajaba las escaleras, distinguió una segunda voz. Al principio pensó que podría ser su padre, a quien hacía varios meses que no veía y al que echaba de menos con todo su corazón, pero descartó la opción cuando reconoció aquella risa y vio a Sabo hablando con su madre en el salón animadamente. Ambos se giraron para mirarla cuando terminó de bajar las escaleras.

-- Buenas noches, ____ -- sonrió Sabo educadamente.

-- Oh, cariño, hoy tendremos compañía para cenar, ¿no es fantástico?

____ tuvo que hacer un acopio de toda su fuerza de voluntad para esbozar su mejor sonrisa y asentir con la cabeza, pero la verdad era que solo tenía ganas de coger a su madre por los pelos y zarandearla hasta que se quedara calva. ¿Cómo había podido tener la poca decencia de invitar a alguien a cenar sin avisarla primero? Desde luego, no se hubiera presentado en el salón en pijama y calzando aquellas llamativas zapatillas de conejitos. Menos mal que se había lavado el pelo nada más llegar de la universidad...

-- Siento no haber avisado, pero acabo de salir del hospital y no llevaba el móvil encima -- se disculpó Sabo, como si hubiera podido leerle la mente.

____ suavizó la expresión y dejó escapar un suspiro. Después de todo, sabía que podía confiar en Sabo y que no haría ningún comentario subido de tono sobre su vestimenta.

-- No te preocupes, Sabo. De todas formas, mi madre siempre hace de comer para veinte, así que no te preocupes.

-- Bueno saberlo -- y de pronto pareció relajarse.

-- Bueno, vamos a poner la mesa en un segundo -- declaró su madre, resuelta --. Cariño, ¿puedes ver si necesitan ayuda ahí fuera?

____ asintió con la cabeza y se encaminó hacia la entrada, imaginando que Koala habría traído un delicioso bizcocho de chocolate y que tendría que ayudarla a cerrar la puerta del coche. Sin embargo, la muchacha se detuvo en el pasillo principal de la casa cuando escuchó dos voces provenientes del umbral de la puerta. Una de ellas, pertenecía a un hombre al que nunca había visto, un tipo de melena azul que andaba un poco cojo y que empujaba una silla de ruedas. La segunda, a...

-- Vaya, bonitas zapatillas, enana -- rió Ace al tiempo que se inclinaba en su silla de ruedas para observar mejor a la joven, que se abrazó el cuerpo casi al instante, como si los ojos del pecoso pudieran ver a través de su camiseta.

-- ¿Qué haces aquí? ¿Y quién eres tú? -- y le lanzó una mirada asesina a ambos.

-- Yo soy Deuce, un viejo amigo de Ace. Encantado -- sonrió --. Tú debes de ser ____. 

La chica asintió con la cabeza, pero no bajó la guardia; se sentía demasiado cansada como para luchar contra los insinuantes ataques de Ace y encima traía a un tipo al que no conocía de nada. ¿En qué demonios estaba pensado su madre al invitar a aquellos dos? Entonces ____ recordó que su madre sentía una debilidad preocupante por Sabo, y no le costó encajar las piezas restantes del puzzle. No obstante, con Portgas D Ace y un tipo al que no conocía de nada allí, sentía como si alguien estuviera invadiendo su privacidad.

-- Vaya... -- murmuró Deuce.

-- ¿Qué? -- le espetó ella, no muy convencida de en qué bando jugaba el peliazul.

Deuce se encogió de hombros y se rascó la nuca, como si hubiera algo que no le terminara de encajar.

-- No sé..., pensaba que eras un poco más alta.

¿Cómo no? Era obvio que jugaba a favor de Portgas D Ace.

-- ¿Y qué te ha parecido? -- preguntó la chica con aspereza --. Lo de pensar, quiero decir. 

Ace tuvo que hacer un esfuerzo por no romper a reír delante de Deuce, a quien parecía haberle afectado la reacción de la chica hasta el punto de ponerlo rojo como un tomate. 

-- ¿Y a ti qué demonios te ha pasado? -- gruñó ____.

Ace levantó la cabeza y se fijó en que la chica no había despegado los ojos de la silla de ruedas desde que había entrado por la puerta. Entonces, como si no le supusiera ningún esfuerzo, se obligó a ponerse de pie y compuso su mejor sonrisa.

-- El pesado de Trafalgar se ha negado a darme el alta a menos que le prometiera ir en silla de ruedas, pero como puedes ver, estoy perfectamente. 

____ se apresuró a cerrar la puerta para que no entrara más el frío mientras Ace y Deuce plegaban la silla de ruedas y la dejaban junto a la puerta. Entonces Deuce sacó un bastón extensible en el que poder apoyarse y siguió la dirección a la que apuntaba la muchacha con la mano para dirigirse a la cocina. Ace lo siguió, pero se detuvo cuando ____ quedó a su derecha.

-- Creo que podría acostumbrarme a verte en pijama -- susurró cerca de su oído, y esbozó una sonrisa cuando percibió el dulce aroma de la chica --. Dios, me encanta cómo te huele el pelo...

-- Pues va a ser que no -- protestó ella sin molestarse en ocultar el rojo que bañaba sus mejillas, y le propinó un pequeño empujón en el hombro para que siguiera andando.

Ace dejó escapar una risita y obedeció sin oponer resistencia, siguiendo los pasos de Deuce.

-- Por cierto... -- y volvió a girarse para mirarla a los ojos --, quiero hablar contigo.

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