Capítulo Tres: Los tres pelos rojos.
Tan simple como lo escuchan, los comió, así sin más, porque tenía hambre. Yo inmediatamente le reclamé al reptiliano brillante cara de tortuga sumamente enojado, pero este sólo me calmó y me dijo que eran su creación y que estaban destinados a ser su comida.
La tortuga eructó y de su boca salió un gran cucarron, ¡A que no te la esperabas! Porque ni el gran Pi, ni yo lo esperábamos. Siendo sinceros no extrañamos al conejo, nadie quiere a un conejo con ansiedad, no queremos que se vuelva gigante al lado nuestro ¿verdad? El gran cabezón lo sabe por experiencia propia.
Una vez todos reunidos continuamos sin rumbo fijo por las calles de la Atlántida, ya que la tortuga no quería hacer comentario alguno después de comerse al conejo. Aun así, el gran Pi y yo hablamos, esto causó que el cucarron se convirtiera en mi más grande aliado después de decirle que yo también era argentino. Aún así todas las historias tienen un final trágico, al menos eso pensaba, puesto que de algún modo llegamos a donde teníamos que llegar: a la gran bola del jardín.
Dejando su silencio de lado y volviendo a ser la misma culera de siempre, la maldita tortuga habló y nos dijo lo siguiente.
—jamás pensé ver una de las bolas de mi patrón aquí en Atlántida.
—¿Tú tienes un jefe? —Pregunte confundido.
—pues claro idiota, si no lo tuviera no estaría chupándote la energía. Tengo una deuda con él, al igual que todos los reptilianos, es como si fuera un banco, y antes de que lo digas no me refiero a un banco de idiotas, me refiero a que es un banco donde debes pagar intereses.
Mi curiosidad era grande, quería preguntarle quién era el gran idiota que manejaba a otro idiota y me había metido en esta idiotez. Antes de preguntar, como era de esperarse, el puto cucarron tuvo que ir a tocarle las bolas a su jefe, sí, a esa esfera gigante, luminosa, color verde que tenía un pequeño orificio, el único, donde se metió el cucarron.
El cucarron con sus manitos empezó a hacer cosas, de las cuales no voy a hablar porque nunca las vi. Aun así algo está muy claro, a este maldito cucarron le gustaba los problemas. No esperamos mucho cuando escuche un ya conocido.
—¡CORRE PERRO, CORRE!
Lo siento si me estoy burlando, es inevitable no hacerlo. Pues verán mis niños, el bendito cucarron tuvo que ir a jalarle unos pelitos que se encontraban dentro de la bola, lo que él no sabía es que esos tres pelitos rojos que jalo eran para detonar la esfera, que no era esfera sino una bomba. Para coronar, no le basto jalarlos, ya que con su gran y brillante mente se le ocurrió arrancarlos de raíz.
—gran idiota ¿Por qué tenías que jalar esos pelos? —grite enojado mientras instintivamente huía del lugar, nadie quiere ser carne asada y menos por una bomba de dudosa procedencia.
—a mi que me preguntas, tengo el cerebro de un cucarron, y eso, ni siquiera sé si tengo cerebro—dijo este en gritos mientas igualmente buscaba un lugar seguro al cual huir.
Tranquilamente la tortuga con una gran sonrisa se nos acercó, algo extraño viendo la situación.
—muchachos— nos llamó, creíamos que él nos ayudaría, que nos salvaría, pero no, solo sonrió y añadió— creo que vamos a morir.
Como si no fuera obvio él lo termino de aclarar, poniendo nuestros pellejos en aún más apuro, fue entonces que no sé cómo lo hice, pero lo hice.
¿Alguna vez han visto un cohete de la NASA cuando despega? Bueno, exactamente eso fue lo que hizo mis pies, pero sin sacar fuego. Solo diré que gracias al cucarron quien le gustaba sostenerse de los pelos de los demás, hizo que tomará impulso, no les voy a decir de donde me tomó, pero les diré que fue lo suficientemente efectivo para que despegara en menos de lo que canta un gallo. De la perra reptiliana solo diré que se desapareció, como de costumbre cada vez que veía el momento peligroso. En fin, continuo.
Volé como un rayo, atravesé el portal, (obviamente hablo del portal donde ingresamos a la Atlántida). Lo curioso, es que justo cuando salimos del portal escuchamos un gran y sonoro ¡Bum! Así es mis niños como te das cuenta de que haz destruido por segunda vez a la Atlántida. Ay, qué recuerdos aquellos.
Recuerdo que esa fue la primera vez que vi a la tortuga reptiliana de color blanco, claro está, mientras veíamos como de fondo el portal se cerraba y todos esos sujetos que habitaban la Atlántida se achucharraban allá adentro. Nunca había Visto tanto humo verde de un lugar, de hecho, no sabía que existía un humo de color verde.
—¡Par de idiotas! ¿¡Qué creen que han hecho!? Mi jefe me va a matar, no, él va a hacer algo peor que la muerte.
—y bueno, ¿Quién diablos es tu jefe? — le pregunté a la tortuga mientras flotábamos un poco desesperado de no saber quién era.
—pues ese mismo idiota, el que acabas de mencionar— dijo frenético.
—espera, ¿Tu jefe es el diablo?
¡A qué no te la esperabas!
—algo así, — dijo la tortuga— de una forma distinta de como ustedes los humanos lo ven.
¡Claro! Como toda historia real tenía que pasar lo que tenía que pasar. Por cierto, mis niños, sabían que los aviones tienen luces delanteras, bueno, yo lo descubrí en ese momento. Menos mal que el cucarron reaccionó, con los tres pelos rojos que tenía en su mano derecha y el montón de pelos que tenía en su mano izquierda, ya les dije que no pregunten de donde los tomo. Con todo aquello, el gran Pi creo un campo de fuerza. Es ahí cuando te das cuenta de cómo se siente una pelota de fútbol cuando la patean.
¿Ya se lo imaginaron? rebotamos a la madre llegando a china. Literal, llegamos a china.
—¡Gran granito de oro llamado Pi! — grite con fuerzas y sumamente enojado— ¿Si podías hacer un campo de energía porque no cubriste la esfera de la Atlántida para evitar la muerte de tantos cabezones?
El gran Pi solo me hizo mala cara y no me respondió, en fin.
Estaba aturdido por el impacto y obviamente preocupado, ya que después de ver las grandes banderas de china sabía que tanto como el gran Pi como la tortuga estaban en peligro, ya que la gastronomía china no tienes límites, de hecho, se comen todo lo que tenga pulso.
Como era de costumbre, se escuchó la alarma del gran Pi, si se están preguntando cual es la alarma, es la alarma de peligro. En fin, continuo.
—¡CORRAN! — grito el gran Pi.
Es decir, estábamos al final de la muralla china, en la playa, donde un montón de chinos pescadores nos estaban persiguiendo ya que nunca habían visto una tortuga blanca y a un cucarron con manitos. A lo que quiero llegar, es que, los grandes consumidores de la industria querían saborear los deditos del cucarron y la carne de nuestra reptiliana, en cambio a mí, tan solo me querían matar, ya saben, por los testigos y eso.
Agarre al cucarron está vez y lo puse en mi hombro, a la tortuga no le puse cuidado ya que desapareció como siempre en los momentos necesarios, nuevamente tomé vuelo.
¿Han visto un borracho manejando? Pues bien, mis queridos niños, así estaba yo, volando tan rápido sin saber pa' donde, con mis sentidos apagados y por alguna extraña razón poco a poco mi fuerza se iba acabando. Ya está, caímos a un bosque. A estas alturas del partido no me pregunten por el nombre del bosque ya que ni yo mismo lo sé, es esto una de las razones del porque siempre me pierdo en los lugares.
—malditos degalciados— dijo el gran Pi— se quelian comel mis manitos.
—¿Por qué no me puedo mover? Me siento sin energía— dije en el suelo.
—te lo dije glan bécil, te etaba chupando enegía y no me cleias—dijo la idiota tortuga chupa unicornio.
—dejen de hablal chino— dije molesto, luego de escucharlos quejándose de esa manera.
No sé qué pasó después, ya que estaba desmayado, lo que sí puedo decir es que recuerdo a un lagarto lo suficientemente grande para cargarme en sus brazos, estilo princesa, en mi caso princeso. Quiero que quede claro algo, yo soy un verdadero macho alfa con pelo en pecho, espalda de acero, huevos de oro, barba de leñador, voz de gladiador, un verdadero semental desde nacimiento y verraco como el solo. ¡Claro! Recuerdo que en mi mente pasaba "que gay" por sentirme como la pasiva del lagarto.
Ya está, mis queridos idiotas, no me pasó nada, no es que me hayan... ustedes saben... Eso. Pero no me pasó nada, la bendita tortuga se transformó en un lagarto que me llevo en sus brazos hacia una cueva. Mientras, el gran Pi prendía una fogata, la tortuga regresó a su forma.
Recuerdo que después de un tiempo sentí unas manitos en mi frente. Mis queridos niños, ya les dije que no pasó nada gay, tan solo fue un momento íntimo no gay en el cual el gran Pi me despertó con sus manitos.
—¿Que me pasó? — pregunté levemente aturdido.
—te desmayaste porque la tortuga te chupo mucha energía—dijo el gran Pi.
—¿Ya es de noche?
—sí, mira, —dijo y me mostró en sus manos una carne blanda levemente asada— come tortugas, encontramos unas para cenar.
Dejando la ironía de comer tortugas a un lado, nos reunimos en medio de la fogata, la cara de la tortuga aún no cambiaba de color y seguía blanca como el papel. Decidimos entonces compartir algunas de nuestras historias.
—... Y así fue como me comí el brownie— dije terminando la historia de cómo terminé aquí.
—sí, sí, sí, ese tuvo que ser el mismo puto negro que me dio el brownie— dijo el gran Pi algo enojado.
—pero, dejándonos de estupideces, dime tortuga estúpida ¿Cómo así que tu jefe es el diablo? —dije totalmente serio, la verdad es que la curiosidad y la duda seguían en mi mente.
—bueno, primero que todo no soy un imbécil, ya te he dicho miles de veces que soy un puto reptiliano. Para entender quién es mi jefe tienes que entender uno de los secretos de la humanidad— dijo la tortuga.
—¿y ahora con que idioteces vas a salir?
—Pues bien, ¿te acuerdas de la guerra que hubo en el cielo donde el diablo fue expulsado por Dios y todos sus seguidores, quienes cayeron a las tinieblas, tomando el nombre de ángeles caídos por perder la protección divina de Dios?
—sí, ya me se esa parte, ve al grano.
—pues mi querido amigo, todos los humanos son ángeles caídos.
Con una gran carcajada el gran Pi interrumpió la conversación.
—ahora... Sí que... Te la fumaste verde— dijo entre carcajadas que ya parecían lamentos por parte de una foca o de un animal que lo asfixiaba lentamente— el humo de los muertos de la Atlántida te hizo daño, ¡claro! como era verde. Maldito marihuanero.
Entre las burlas del gran Pi apareció de la nada un chino con una metralleta, haciendo que este se callara inmediatamente, interrumpiendo la conversación.
—¡se acabó la fiesta putitas! ¡alto todo el mundo! — grito el chino.
Lo más sorprendente de todo era que el chino hablaba normal.
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