Capítulo Dos: Desconfía de los conejos.
¡Wala! Atlántida, sí, descubrí Atlántida. En sus caras putos científicos de mierda que todo tiene que tener una explicación coherente, ¿o es que acaso no pueden creer en lo que no ven? Por eso es que nunca encontraron ni encontrarán a Atlántida par de maricas. Aunque lo que hay ahora dentro de ella no es muy agradable, cabezones, iguanas, peluches, serpientes, ratas, fantasmas que no son fantasmas sino que son seres asquerosos, presidentes, corruptos, políticos y tu mamá cuando está enojada. Perdón muchachos, eso solo se lo digo a los huérfanos como yo.
Bien, por alguna extraña razón creyeron que aún estaba disfrazado ¡claro, disfrazado con la mierda de los animales que por alguna razón no se despegaba de mi piel! Pero bueno, en momentos difíciles hay que utilizar la cabeza... Y los dientes.
Invoqué a la tortuga, o reptiliano, o como quieran llamar a ese cabezón brillante verde. Con tal, lo puse a comer mi energía, mi puta mierda de energía literalmente.
Después de estar limpio sin ninguna mierda encima, me puse a caminar las calles de Atlántida como lo haría una princesa trabada con menopausia. ¡ah, perdón! Me refería a la reina, a la reina reptiliana, ¡sí, esa que todo el mundo conoce! ¡sí, esa misma! Esa que comienza su nombre con I y mejor no lo termino porque después nuestra queridísima reina manda a la tortuga a darle cuchao a mis bolas. Créeme una mordida de una tortuga reptiliana a mis huevos debe de doler mucho y no pienso comprobarlo.
Pues bien, cuando un ser humano camina por las calles de la gran Atlántida lo primero que quiere hacer es descubrir los misterios del mundo, del por qué se hundió y por qué desapareció de la faz de la tierra. Sí, de la faz de la tierra, no se olviden que estamos dentro de un portal. Pues bien, resumiendo, llegue a la casa de una Orca, no es un puto delfín, así era su nombre. Como les contaba, este pertenecía a la familia de los reptilianos, no me pregunten porque hablo de tantos reptiles, sí al fin de cuentas en mi travesía era lo único que me encontraba aparte de otros imbéciles. En fin, continuo.
Me contó que en la Atlántida habitaban seres de luz porque mantenían alumbrados por meras luciérnagas, es decir las mataban; Tú y yo sabemos que ellas brillan, así que las untaban en su piel y empezaban a brillar. Estos seres que eran humanos, como estaban aburridos de su puta vida pacífica decidieron abrir portales para invocar a muchos cabezones astrales, esa vez sí que se pasaron de imbéciles. Estos llegaron a la Atlántida con un solo propósito, hacerle cuchao a cada una de las bolas de luz y amor que se encontraban sosteniendo a la Atlántida, pues bien, la Atlántida hizo ¡bum! Y todo el mundo a la mierda.
Hubiera querido seguirle preguntándole a la Orca, pero todo lo que tiene un comienzo tiene un final. Uno de los cabezones que había estado en el avión sabía que estaba con vida y me encontraba en la Atlántida, este gran imbécil decidió matarme, porque sí, dizque para que no revelará los secretos del mundo. Recuerdo que patió la puerta de agua, era una puta puerta de agua, ¿qué cómo es una puerta de agua? Es muy difícil de explicar, lo único que te puedo decir es que es como una puerta hecha de agua.
— ¡CORRE, TE VAN A COMER! — gritó la Orca— ¡Y no me refiero a que sean caníbales, literal TE VAN A COMER!
Ya está, realmente en ese momento no quería averiguar si eran caníbales o que querían comer. Aun así, con lo grande que era la Atlántida tuve la oportunidad de escapar, triste, abandonado y solo. Llegué hasta un estanque, para que me entiendan, la bendita Atlántida es una ciudad donde sus habitantes no son los originales (hablo de los humanos que mataban luciérnagas por diversión) ahora lo habitan toda clase de bichos raros, pero en fin de cuentas son sus habitantes, con una puta tortuga chupándome el unicornio no es que yo fuera muy diferente. Me llamó la atención que el estanque brillaba y tire una moneda para pedir un deseo, a ver putos ¿quién no pediría un deseo a un estanque brillante? Y como lo imaginan mi deseo no se cumplió, en cambio un gran, majestuoso... Estúpido cucarron salió del estanque gritando.
— ¡CORRE PERRO, CORRE!
Detrás del cucarron un gran conejo salió destruyendo todo el jodido estanque, es aquí cuando mi real aventura comienza, junto a un cucarron y una tortuga chupa unicornio la cual siempre se desaparecía en los momentos que más la necesitaba. Yo corría y el cucarron volaba, te va a parecer tan sorprendente esto, pero el jodido cucarron me hablaba, aún más sorprendente, él tenía manitos.
Recuerdo que mientras corríamos, gran Pi que es el nombre del cucarron, me dijo lo siguiente.
—yo estaba en un avión con rumbo a Argentina, sin embargo, unas putas cucarachas me secuestraron y al parecer termine aquí. Aunque mi amigo el conejo me salvó y se comió a esas infelices, pero no sé qué tenían ellas, ya que al comerse a esas cucarachas verdes se convirtió en lo que es ahora. ¿sabes qué es lo extraño? Que dejó de hablar, ahora es un gigante asesino y más estúpido de lo que ya era.
¡wou! Cuando me dijo esas palabras yo quedé atónito, ¡por Dios! ¡no lo podía creer! ¡estaba sorprendido! El cucarron también era argentino. Como sea, como la Atlántida era tan grande pudimos escapar. El gran Pi y yo concedimos en lo mismo después de contarnos nuestras vidas, no tuvimos que recibirle el brownie al puto negro cabrón.
Resumo la historia del cucarron. Su amigo el conejo se encontraba en días de apareamiento, pero al no tener pareja esto le provocaba ansiedad, después de comerse las cucarachas se volvió gigante y su ansiedad se duplicó más de lo normal. Para que él pudiera regresar a su tamaño original tenía que calmar su ansiedad, situación en la cual ni el gran Pi, ni yo estábamos dispuestos a colaborar.
En fin, continuaré con la historia. Después de escapar del conejo llegamos a un árbol, aunque no lo parezca la Atlántida tenía árboles, pero este árbol estaba marchito, para nuestra sorpresa, detrás del árbol alguien nos esperaba. ¿¡a que no adivinan quién era!? Acertaron, el puto cabezón, el inconformista, el que era un peluche de grasa, pero ya no lo era, el que tenía nalgas brillantes y verdes ¡ese, ese mismo! El gran cabezón.
El muy desgraciado nos apuntaban con un arma muy extraña si quieren mi opinión, decía cosas como blah, blah y más blah, blah que no diré porque son puras estupideces y a fin de cuentas es el mismo discurso del tipo malo, lo único que puedo decir es que nos quería matar. Me despedí del gran Pi llorando, y el gran Pi me dio un abrazo, no puedo explicar el abrazo a un cucarron que mide 10 centímetros. En fin, cuando creíamos que todo estaba perdido salió nuestro salvador. Es lo que imaginan putos, era el que antes nos quería matar.
Si se preguntan cómo es que nos pudo salvar un puto conejo con asteroides, la respuesta es muy sencilla, su ansiedad fue nuestra salvación y para el cabezón verde fue su maldita desgracia. Moraleja: cuando seas el malo nunca tengas nalgas brillantes verdes. Se escucharon gritos como ¡AHHHHHHHH! Y otros como ¡NO MÁS! ¡PUTO GRINGO CUANDO TE ENCUENTRE TE MATARÉ!
En fin, babosadas que fueron muy traumáticas para mis oídos ya que no lo veía, tanto como el gran Pi, yo y la tortuga desaparecida corríamos a un lugar más seguro lejos de nuestros enemigos. Nuestra sorpresa fue grande cuando detrás de nosotros se escuchaban unos pasos. ¡a que no te las esperabas! ¡el puto conejo nos alcanzó! Pero en versión miniatura, recuerdo que logró decir unas palabras, sólo unas palabras, porque el resto fue historia.
—gracias muchachos, por ayudarme a quitar mi ansiedad, he vuelto a la normalidad y puedo morir en paz.
La verdad es que fue realmente extraño, cuando el imbécil chupa unicornios apareció en ese instante, como lo hacen los fantasmas, aparecen y desaparecen.
—la misión de ustedes a culminando—fue lo que dijo para después comerse al conejo y mi gran amigo el cucarron.
Tan simple como lo escuchan, los comió, así sin más, porque tenía hambre.
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