Capítulo IV




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La vida es una simple sombra que pasa (...); es una historia contada por un idiota, llena de ruido y desenfoque y que nada significa.

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Después de que Jacob corrió de mí como el Diablo huye de la cruz, mi estancia en la reserva se volvió extraña. Padrino estaba sonriendo, aunque había una arruga de preocupación entre sus cejas.

— ¿Por qué esa cara? - Pregunté después de un tiempo, mientras comía un pedazo de pastel. El padrino dijo que la esposa de uno de los chicos de la reserva la hizo, Emily, su nombre, si no me equivoco.

Pero bendita sean las manos de esa mujer. ¡Qué pastel más maravilloso!

— ¿Qué cara? —Billy Black hizo lo que mejor sabía hacer: dar una de desentendido. Cuando citaba un tema del que él no quería hablar, la cara de inocencia surgía. Era un don muy útil, incluso.

—No te hagas el desentendido. ¿Qué pasa, viejo?

Billy suspiró, volteando los ojos mientras se recostaba en la silla de ruedas. Él sabía que yo no daría el brazo a torcer tan pronto y que seguiría insistiendo en ese asunto hasta que él hablara.

—Es Jacob. Me ha estado preocupando un poco en los últimos meses.

— La adolescencia... — Soné como una señora de ochenta años mientras tiraba la cabeza para atrás y daba un suspiro cansado. — ¿Jake está en esa fase? Noté el tatuaje. Luego vienen los piercings ¿eh? — Hice una cara pensativa. —Hm. En realidad, creo que no. Creo que esa cara de rebelde no encaja con él. por cierto, padrino, ¿qué le has estado dando a Jake? ¿Esteroides? —Me volví hacia Billy, con los ojos abiertos. — ¡Está enorme!

— Cálmate, niña— Billy se rió, metiéndome un poco de pastel en la boca. Lo mastiqué con gusto, aunque fuera una forma que Billy pensó de hacerme callar. —Había olvidado lo mucho que hablas. Y yo no le di nada a Jake, es sólo un brote de crecimiento Quileute.

¿Brote de crecimiento Quileute? Ah está bien!

—Vaya, yo no tuve ese brote! — Cruzo los brazos y hago una mueca, haciendo rabieta por mis 1,58 cm de altura.

— Es porque no eres totalmente Quileute. Tienes un poco de sangre no tribal en las venas, Ada — Él hizo una cara pensativa, y se volvió a su pastel, murmurando: —Me pregunto cuánto de sangre Quileute tienes...

Fruncí el ceño, pero pensé que era mejor dejarlo ir. Padrino estaba lleno de tirar esa mierda al aire y entenderse el solo.

Me quedé poco más de una hora y después di la excusa que tenía que arreglar mi ropa en el armario. Pero la verdad es que había un sentimiento creciente en mi pecho y que poco a poco pude empezar a entenderlo: rechazo.

La mirada atormentada de Jake al verme, la forma en que huyó de mí, entrando en el bosque y prefiriendo quedarse en medio del bosque que intercambiar unas palabras con su amiga de la infancia, me rompió por dentro. Me sentí tonta. ¿Por qué Jacob todavía me lastimaba tanto?

Yo ya había hecho de todo para intentar superar ese enamoramiento no correspondido pero el simplemente no desaparecía. El sentimiento se me pegó como grasa, una grasa dura para salir. Ya intenté burlar ese sentimiento, pero nunca funcionó - Dios sabe lo mucho que salido con  chicos, queriendo olvidar a Jacob y su sonrisa que hacía mi pecho quedara calentito.

Me despedí de mi padrino, mientras maniobraba la camioneta lejos de la pequeña casa roja. El viejo coche de Bella no tenía estéreo, así que en una forma de romper el silencio incómodo, puse mi teléfono en el panel y encendí el sonido. Beyoncé cantaba Ring The Alarm a gritos, y yo la acompañaba para intentar callar mi mente y gritar más fuerte que mi corazón.

Llegué a casa un tiempo después, ya era casi la una de la tarde y me sorprendí por el coche de papá estando aún estacionado en el garaje. ¿No tenía que ir a trabajar hoy?

Estacioné el naranjo en el garaje y bajé de la camioneta en un salto, cerrando la puerta y caminé hasta la entrada mientras tarareaba una canción. Entré en casa y vi a papá sentado en el sofá, una cerveza en la mano y el partido de la Liga de Béisbol pasando en la TV.

— Pensé que ibas a trabajar—Digo, yendo hacia él y besando su frente por detrás del sofá.

Charlie inclina la cabeza hacia mí, sonriendo.

— Hoy es mi día libre. ¿Cómo te fue con Billy?

-—Tranquilo. estuve charlando un poco allá, pero tenía que volver a casa a desempacar mi ropa.

Asiente, toma el control de la TV y la apaga. Se levanta, pone la lata en la mesa de café y me sonríe.

—Tengo una sorpresa para ti, Ada. cuando Bella vino a casa, yo le di la camioneta. Creo justo darte algo, también.

Volteo los ojos, sosteniéndome en el sofá.

—Sabes que no me gusta que gastes dinero en mí, papá.

— Es por una buena causa, ya verás. Ven—Charlie me sube a las escaleras y se detiene en el medio del pasillo del segundo piso, tirando de la cuerda de la escalera del ático. — Como te saqué de tu escuela de arte, pensé que era lo menos que podía hacer...

La escalera se abrió, cayendo hasta el suelo y afianzándose. Papá salió del frente, diciéndome que subiera primero. Frunci el ceño con sus palabras y subí despacio. ¿Nadie usaba el ático desde... siempre? Era sólo un cuarto viejo y lleno de basura.

La luz entraba por la gran ventana redonda e iluminaba el cuarto, pero no lo suficiente. Busqué el interruptor, encendiendo la lámpara antigua y amarillenta. Lo primero que noté fue el gran cambio que se había hecho allí. Todas las cajas polvorientas y otras cosas habían sido retiradas, y en su lugar había un sofá amarillo de dos plazas y un puff azul, junto a una mesita de centro y una alfombra vieja y colorida.

Varias pantallas en blanco estaban apoyadas en la pared, y en el centro, cerca de la ventana, había un caballete de pintura. También tenía una mesita, llena de pinturas y pinceles, implorando ser usados. Las paredes desgastadas habían sido pintadas de blanco, dejando todo tan suave que la luz amarillenta de la lámpara no me irritó.

Estaba todo tan... hermoso. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Oí el ruido de la escalera y supe que papá también estaba subiendo y, así que él ya estaba en el cuarto pequeño, lo abracé, agradeciendo bajito por todo aquello.

Charlie siempre fue mi mayor fan. Nunca entendió de arte, pero todos mis cuadros eran colgados en la pared y tratados como obra maestra. Hasta los más feos, los primeros... dibujos de palillos colocados en la nevera con el imán. Papá siempre me apoyó, incondicionalmente, en una forma de intentar suplir la falta que hacía mi madre.

Y él conseguía eso, siempre. Tenía días que yo hasta la olvidaba. No dolía porque no la conocí personalmente. Pero Charlie era un padre tan considerado, que era difícil dejar de pensar que yo no tenía una madre allí presente.

-—¿Te gustó? — La voz de papá estaba ronca, y yo tenía la certeza que ese viejo rudo se estaba agarrando para no llorar.

—Lo amé. Gracias, papá, de verdad.

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