05.
CAPITULO CINCO
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LUTHER, de hecho, no era un hombre lobo.
Freya tenía una manera de imaginar las cosas e inventar una historia completamente falsa en su cabeza, pero ese pelo que cubría su cuerpo era muy real. Por supuesto que su primer pensamiento habría sido hombre lobo, todos ellos tenían poderes sobrenaturales, por el amor de Dios.
De todos modos, Luther no había explicado por qué era la persona más peluda que existía en el planeta Tierra, sino que echó un vistazo a sus expresiones y se excusó. No supieron nada de él durante el resto de la noche.
Finalmente, tras asegurarse de que no había heridos graves ni en ellos ni en la casa, Freya se marchó a casa. Una noche como aquella requería una buena noche de sueño, pero ella no tuvo esa suerte.
El sol se asomaba por las cortinas de su habitación cuando Freya se dio cuenta de que esa noche no dormiría. Suspirando, se incorporó y se dirigió al baño.
Cuando terminó de ducharse, el espejo estaba manchado de vapor. Freya se recogió el pelo húmedo en un moño. Su reflejo la miraba fijamente, la mancha púrpura bajo sus ojos era prueba suficiente de que no había descansado ni un minuto.
Cuando su tío intentó mantenerse sobrio hacía tantos años, Freya le había comprado un libro que contenía consejos. Ahora, ese mismo libro estaba sobre la encimera. Lo había encontrado en la papelera de la cocina tres días después de haberlo comprado. Entonces, estaba histérica por él. Ahora, mirando su cubierta saturada, sólo estaba enfadada.
Lo abrió. Las páginas estaban arrugadas por el agua, la mayor parte de la tinta estaba descolorida, apenas podía entenderlo, pero una sugerencia decía corre cada vez que tengas ganas de beber.
Casi se echó a reír. No podía imaginarse a Klaus saliendo a correr en vez de servirse un vaso de ron. Se sintió como una idiota por intentar salvarlos a los dos.
Ladeando la cabeza, se aventuró a volver a su habitación y ponerse unos pantalones deportivos. Su piso estaba inquietantemente silencioso estos días. Su tío solía armar mucho jaleo, más bien si se estaba riendo de la televisión, o gritándole, siempre había ruido. Pero hacía tiempo que se había ido.
Sus zapatillas pisaban el suelo y sus auriculares se balanceaban a cada paso. Sin darse cuenta, había llegado a la mansión de los Hargreeves, con un café a medio beber en una mano y otro lleno en la otra.
—¿Ya supiste lo de mamá?—preguntó la voz de Luther cuando ella entró en el salón. No se dirigía a ella, por supuesto, pero Freya se congeló de todos modos. Sus zapatos chirriaron contra el suelo, y la cabeza de ambos chicos se giró en su dirección.
Diego enarcó una ceja al ver las bebidas en su mano.—¿Tienes sed, Nancy Drew? ¿Una larga noche de investigación?—
Freya le ignoró.—¿Qué le pasó a Grace?—
—Alguien la apagó—.
—Fueron esos ladrones, ¿no?—Ella preguntó, encontrándose con la intensa mirada de Luther. Él dudó, antes de asentir lentamente.
—Si, te saliste con la tuya—,dijo Diego después de un momento de silencio. Freya no podía apartar la mirada del suelo.—De un modo u otro—
—¿Quieres decirme qué haces aquí?—Luther exigió.
—Estoy buscando a Cinco—.
—¿Qué? ¿Por qué está desaparecido o algo así?—
—Hace dos días—.
—Déjame adivinar—,musitó Luther.—Vas a salvar el día—.
—Ha eso me dedico. Tarado—,murmuró Diego, antes de girar sobre sus talones y empezar a salir de la habitación.
—¿En serio?—preguntó Luther.—Creí que limpiabas pisos—.
—Realmente eres tan imbécil—.
—Puedes irte. Nada de esto es asunto tuyo de todos modos. No eres uno de nosotros. No eres una Hargreeves. Ni siquiera sé por qué estás aquí—.
Diego debe haber visto la expresión en su cara, porque se detuvo a medio paso para lanzarle una mirada de advertencia.—Freya, no...—
—Tienes razón—,dijo Freya, como si no lo hubiera oído, mirando fijamente a Luther.—No soy uno de ustedes. Lo cual, en realidad, es un alivio tanto para mí como para ti. Nunca querría estar en una familia que se culpa mutuamente por la muerte de su padre, y tú ya eres tan engreído que no serías capaz de soportar el hecho de que yo sea tan, pero tan poderosa como tú.—
—Eso no es...—
—Pero voy a ir, en realidad—,le cortó.—Porque en realidad tengo una vida a la que volver que no gira en torno a este infierno de casa que tú llamas hogar. Sé que probablemente no lo entenderás, demasiado difícil de comprender para tu cerebro del tamaño de un guisante, así que te dejaré con eso—.Freya miró hacia los otros dos en la habitación.—Adiós, Pogo. Diego—.
—Adiós, señorita Freya—,respondió Pogo, con una mirada triste brillando en sus ojos. Con una última mirada amarga en dirección a Luther, Freya giró sobre sus talones y salió de la casa sin su café ni el de Klaus.
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—Sabes, secuestrar a la gente no es la forma de solucionar tus problemas—,dijo Freya mientras colgaba de la espalda de los hombros de Luther. Una vez más, él la ignoró, y ella le dio un codazo en el cuello, haciéndole gruñir.—¿Adónde me llevan?—
—Necesitamos tu ayuda—,admitió Diego, caminando enérgicamente junto a Luther.—Un par de ojos extra nunca hace daño a nadie—.
—Sí que hace daño—,dijo ella.—¿Hola, soplones?—
—Siguen aquí—,dijo Luther, y Freya notó cómo la acera terminaba de repente al volverse negro el pavimento.—Es la furgoneta de Cinco—.
—Genial. ¿Puedes bajarme ahora? No siento el estómago—.Con un resoplido, Luther torpemente agarró su cintura, y la colocó de nuevo en el suelo.—Muchas gracias—.
Luther se esforzó por abrir la furgoneta, sacudió la manilla varias veces, pero la puerta no se movió. Vio que Diego le lanzaba una mirada de fastidio antes de agacharse para forzar la cerradura. La puerta del coche se abrió unos segundos después, y los dos chicos intentaron entrar, pero acabaron chocando el uno contra el otro. Se miraron mal antes de volver a intentarlo.
—Soy el Uno.—
—Y yo soy la única chica, a la que, por cierto, secuestraron por lo tanto—,se metió entre los dos, y subió al asiento del copiloto.—Yo voy primero—.
Revolvieron papeles en el interior de la furgoneta de Cinco, pero Freya sinceramente no tenía ni idea de lo que se suponía que estaba buscando. Los chicos habían sido muy vagos sobre por qué la arrastraron.
Literalmente la arrastraron.
Diego silbó, llamando la atención de los dos que estaban sentados en el asiento delantero. Él levantó un libro familiar, y ella lo reconoció como el de Vanya. En el que destrozaba a toda la familia.
Cuando Freya lo leyó, se debatió entre reír o echar humo. La mayor parte era verdad, Freya había visto cómo los otros descuidaban a Vanya cuando eran niños, pero parte parecía exagerada, también. Algunas partes eran tan detalladas que Freya se preguntó cómo era posible que Vanya pudiera hacer algo, ¿cómo era posible recordar todo con tanto detalle sin volverse loca?
—Ya sé dónde está Cinco—,dijo Diego.
—Separémonos—,ordenó Luther una vez que los tres entraron en la biblioteca. Su mirada se alzó y gimió ante la cantidad de escaleras.
—Wow. Que gran idea—,comentó Diego con sarcasmo, antes de comenzar a caminar hacia el conjunto de escaleras de la derecha. Luther fue hacia el lado opuesto, y ella miró entre los dos.
Suspirando, decidió que las bromas de Diego eran más fáciles de soportar que los comentarios sarcásticos de Luther.—¡Diego!—Gritó, siguiéndolo.—Camina más despacio—.
—Tal vez no camines tan despacio—.
—Tú fuiste quien me sacó de la carretera—.
—Ese fue Luther—,corrigió.
—Seguro que fue tu idea—.Diego no dijo nada, pero ella podría haber jurado que vio el más mínimo rastro de una sonrisa en su cara.—No entiendo por qué me necesitas aquí. Ya eres un gran detective Diego, ya sabes, como el mejor de la ciudad, ¿por qué estoy yo aquí?—.
Él la miró de reojo por un momento, a lo que ella estaba acostumbrada por supuesto, antes de encogerse de hombros.—Porque estoy noventa por ciento seguro de que mataría a Luther sin que hubiera alguien aquí para detenerme—.
—Esa es una línea de pensamiento saludable—.
—Cállate—,la miró por encima del hombro.—Estás enojada porque sé pensar—.
—Muy buena, jefe. Estoy tan ofendida—.
La búsqueda pasó rápido, y sin incidentes, se reagruparon juntos en la planta superior.—¿Viste algo?—
—No—,respondió Diego, y Freya se deslizó contra una de las paredes, apoyando la cabeza contra ella, cerrando los ojos. Estaba sinceramente sorprendida de no haberse desmayado de cansancio todavía. Luther suspiró, y comenzó a alejarse, antes de que Diego lo llamara.—¿Quieres saber por qué me fui?—
—¿Qué? ¿De qué hablas?—
—Por qué me fui de la Academia.—
—Sí, no soportabas que yo fuera el Número Uno—.
Diego se burló, el sonido hizo que Freya abriera los ojos para medir su reacción, pero se sorprendió al ver que estaba sonriendo.—No—,dijo.—Porque eso lo haces a los 17. Te marchas. Empiezas a crecer. A madurar—.
—Oh, sí. Haz madurado muchísimo. Los dos, en realidad—.
—Al menos tomamos nuestras propias decisiones—,dijo Diego, encontrándose con la mirada de Freya.—Jamás tuviste que trabajar. Pagar cuentas—.
—Sí—,estuvo de acuerdo.—Eso nos convierte en adultos. Has estado viviendo de los cheques de tu padre sin ninguna preocupación en el mundo. No puedes decirnos lo adulto que somos cuando ni siquiera has tenido un pensamiento propio desde que quieres seguir las órdenes de un muerto.—
—¿Estuviste con una chica?—Cuestionó Diego.
—Qué si estuve...—Luther se interrumpió.
—Oh, vamos, ¿en serio?—Freya exigió.—Yo he estado con una chica, ¿y tú no? Eso es triste—.
—Lo siento. No sé de qué hablas—,tartamudeó Luther.—Espera, ¿qué?—
—Ya me oíste—,dijo ella con una sonrisa burlona.
—Oye, quieres culparme a mí y a los demás, por marcharnos, está bien. Pero quizá estás haciéndote la pregunta equivocada. Tal vez no se trata de por qué nos fuimos. Sino de por qué te quedaste—.
—Eso es una mierda profunda—,murmuró Freya, levantándose del suelo.
—Lo hice porque el mundo me necesitaba—.
Diego puso los ojos en blanco.—Te quedaste porque estabas aferrado a las cosas como eran. La Academia. Papá. Allison—.Hubo un breve momento de silencio, y Freya vio como la cara de Luther caía al darse cuenta de que Diego tenía razón.—Papá está muerto. Mamá también, ahora. Somos huérfanos de nuevo. Y las cosas jamás van a volver a ser como... eran—.
Freya juntó las cejas confundida, siguiendo su mirada hacia donde estaba el ascensor. Unas mujeres se rieron, señalando algo en el suelo que ella no podía ver.
—¿Tú nunca paras de hablar?—preguntó Luther, pero Diego no contestó mientras empezaba a alejarse, hacia la fachada del edificio. Doblaron una esquina, sólo para descubrir al único Cinco, que estaba sentado en el suelo, desmayado con el brazo echado alrededor de la parte superior de un maniquí, libros tirados a sus pies, junto con una botella de vodka vacía.—¿Está...?—
—Ebrio como cosaco.—
—No podemos volver a la casa—,declaró Luther mientras los tres se abrían paso por un callejón. Freya se abrazó con más fuerza a la chaqueta.—No es segura. Esos psicópatas podrían volver en cualquier momento—.
—Diría que podríamos ir a la mía, pero no creo que a mis jefes les hiciera mucha gracia encontrarse a unos desconocidos viviendo en la casa que le dieron a su niñera—,dijo.—Oh, mierda. Hemos estado fuera todo el día. Tenía intención de volver esta mañana, pero entonces me secuestraste—.
—Relájate—,Luther puso los ojos en blanco.—Seguro que tu jefe lo entenderá si le dices que secuestraron al hermano de tu amigo y que saliste a buscarlo—.
—El gimnasio está más cerca—,sugirió Diego.—Nadie lo buscará ahí.
Cinco eructó repentinamente desde los brazos de Luther, y Freya dejó escapar un odioso bufido ante el sonido.—Si me vomita encima...—.
—¿Sabes qué es chistoso?—preguntó Cinco, arrastrando las palabras. Echó la cabeza hacia atrás.—¡Agh! Estoy en la pubertad. Otra vez. Me tomé hasta la ultima gota. Eso es lo que haces. Cuando el mundo que amas se va al diablo. ¡Puf! Adios ¿De qué estában hablando?—
Luther suspiró.—Dos enmascarados atacaron la Academia anoche—.
—Te buscaban a ti—.añadió Diego.
—Sí. Tan divertido que casi morimos—,dijo Freya.
—Así que, concéntrate—,continuó Diego.—¿Qué quieren?—
—Mierda—,murmuró Cinco.—Hazel y Cha-Cha—.
—Unos nombres extrañamente simpáticos para asesinos en serie—,murmuró Freya, aún con los brazos cruzados para entrar en calor.
—¿Quiénes?—
—Son los mejores. Sacándome a mí, claro—,se rió Cinco.
—¿Los mejores en qué?—
—Saben, ella siempre odiaba cuando bebía. Decía que me ponía gruñón...—
—¡Hey!—espetó Diego, dándose la vuelta enfadado.—Necesito que te concentres—.
—Mm-hm.—
—¿Qué es lo que quieren esos Hazel y Cha-Cha?—Cuando Cinco no respondió, los hombros de Diego se hundieron.—Queremos protegerte—.
—Protégeme... no necesito protección, Diego. ¿Sabes cuantas personas mate?—
—¡Soy el maldito cuatro Jinetes!—Cinco entusiasmado, luchando para empujar a sí mismo en posición vertical.—Y ya viene el Apocalipsis—.Fue todo lo que dijo, antes de girar la cabeza y vomitar sobre el hombro de Luther.
Freya se encogió.—Oh, asqueroso.—
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Los tres miraron al niño dormido, que refunfuñó algo que ninguno de ellos entendió.—Míralo. Si no supiera que es tan carbón, diría que se ve adorable cuando duerme—,reflexiono Diego.
—Descuida. Pronto se pondrá sobrio y volverá a su desagradable estado natural.
—No puedo esperar tanto. Debo averiguar qué lo conecta a esos lunáticos antes de que muera alguien más—.
—Todo eso que dijo antes... ¿a qué crees que se refería?—.
Diego se llevó de repente un dedo a la boca, haciéndoles callar en silencio. Freya se esforzó por oír pasos que venían del final del pasillo, y Diego rápidamente agarró uno de sus cuchillos, acechando hacia la puerta.
La abrió lentamente, y se relajó casi de inmediato al oír la voz masculina que provenía de detrás de ella.—¡Si me lanzas uno más de esos malditos cuchillos, voy a presentar cargos!—.
—¿Qué quieres, Al?—exigió Diego en tono molesto.
—Yo no soy tu secretaria.—
—Sí—.
—Te llamó una señorita. Dijo que necesitaba tu ayuda—.
—¿Quién era?—
—No lo sé. Una detective. Creo que dijo que se llamaba Rotch—.
—¿Patch?—preguntó Diego, y Al se encogió de hombros.—Necesita mi ayuda—.
—Me dijo que te espera en ese motel, de la calle Calhoun—.
—¿Cuándo?—
—Hace como media hora. Uh, dijo que encontró a tu hermano.—
—Eso no tiene sentido—,murmuró Diego, con la mirada fija en Cinco. De repente, sus ojos se iluminaron y compartió una mirada con los demás.
—Klaus—,murmuró el trío al unísono.
—Mierda—.
Freya levantó las manos.—¡Carajo! Olvidé su café—.
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