Luna 8

El aire estaba cargado de tensión mientras Tn empuñaba su espada, su mirada fija y decidida. Cada fibra de su ser brillaba con una mezcla de determinación y desafío. Frente a él, Gyokko lo observaba con una expresión burlona, sus ojos relucían con desdén mientras se acomodaba en una postura arrogante. La atmósfera vibraba con la energía de la inminente confrontación.

Gyokko: ¿Dónde está el pilar que mandaron? -preguntó Gyokko, su voz desbordando con sorna.

Tn, sin apartar la mirada, respondió con frialdad-:

Tn: Lo estás viendo. La respuesta resonó como un eco en el silencio que les rodeaba, un desafío directo que hizo que la sonrisa burlona de Gyokko se desvaneciera por un instante.

Gyokko estalló en una risa burlona, como si la mera idea de que un niño pudiera ser un oponente digno le resultara absurda.

Gyokko: ¿Imposible? ¡Eres solo un niño! No puedes hacerme daño -se mofó, su voz llena de desprecio.

Pero Tn no se dejó amedrentar.

Tn: Niño y todo, pero acabas de detener tus ataques -dijo con una calma perturbadora. En ese instante, un destello de movimiento cortó el aire. Gyokko sintió un ligero corte en su garganta y su expresión se transformó de burla a horror al darse cuenta de lo que había sucedido. ¿Cuándo lo había cortado? La confusión y la furia se entrelazaron en su mente, mientras el dolor comenzaba a arder.

Tn sonrió, una sonrisa que era todo menos inocente. Era una mueca perturbadora y sanguinaria que emanaba una sed de venganza.

Tn: Te mataré -declaró, su tono frío y oscuro resonando en el aire. La burla se entrelazó con la amenaza en sus palabras-: Un niño te va a matar.

La realidad de la situación se cernía sobre ellos; el poder que emanaba de Tn era palpable, y en ese momento, Gyokko comprendió que subestimar a su oponente podría haber sido su peor error. La batalla estaba lejos de haber terminado, y la verdadera lucha apenas comenzaba. Tn, con su espada levantada, estaba listo para demostrar que incluso los más jóvenes podían llevar el peso de una gran carga en su camino hacia la victoria.

Shinjuro observaba incrédulo desde la distancia, sus ojos abiertos de par en par mientras la batalla se desarrollaba ante él. La velocidad de Tn y Gyokko era sobrehumana, un torbellino de movimientos que iluminaba la noche con destellos de azul y rojo. Cada golpe, cada corte, parecía resonar en el aire, y Shinjuro se encontraba casi hipnotizado, incapaz de seguir la velocidad de sus cuerpos en movimiento. Solo podía ver las chispas que salpicaban del contacto de la katana de Tn, una danza mortal que desafiaba la lógica misma.

El sonido de acero chocando contra acero llenó el aire, y en un instante, el mundo pareció detenerse. Shinjuro sintió un escalofrío recorrer su espalda al ver las agujas de Gyokko lanzarse en dirección a él, una lluvia mortal que prometía el caos. Pero, antes de que pudiera reaccionar, Tn se interpuso entre él y el ataque, su figura brillando con determinación. La katana de Tn cortó el aire, interceptando las agujas en un acto heroico que hizo que el corazón de Shinjuro se detuviera por un momento.

Tn: ¡Déjame a Gyokko! -gritó Tn, su voz firme y clara, como un faro en medio de la tormenta-. ¡Yo me encargaré de esto! Tienes que irte al pueblo. Es posible que el ataque de los demonios a la aldea de los herreros sea esta misma noche.

Con esas palabras, Tn se lanzó hacia adelante, su figura desapareciendo en un destello carmesí. La velocidad de su movimiento era asombrosa, un rayo de luz que se abalanzaba sobre Gyokko, quien, sorprendido por la audacia del joven, apenas tuvo tiempo de reaccionar. Shinjuro sintió una mezcla de admiración y terror al ver a Tn, un niño que desafiaba la muerte, enfrentándose a un demonio temido por muchos.

Shinjuro: ¡No te acerques a él! -gritó Shinjuro, tratando de hacer que su voz llegara a Tn, pero el grito se perdió en el clamor de la batalla. Sin embargo, era demasiado tarde; el camino de Tn estaba trazado, y su determinación brillaba más fuerte que cualquier miedo. La lucha entre el niño y el demonio se intensificó, y con cada golpe, Shinjuro comprendió que la verdadera batalla por el futuro de la aldea estaba apenas comenzando.

Mientras Tn chocaba contra Gyokko, la oscuridad de la noche parecía inclinarse hacia ellos, como si el destino mismo estuviera observando, esperando el desenlace de esta feroz confrontación entre la luz y la oscuridad.

En el pueblo, el caos reinaba absoluto. Las sombras de los demonios se cernían sobre las casas, sus figuras grotescas y aterradoras se movían con una agilidad que desafiaba la naturaleza misma. Los herreros, hombres y mujeres que habían dedicado sus vidas a forjar el acero, ahora huían despavoridos, dejando atrás todo lo que conocían y amaban. Los gritos de terror resonaban en el aire, mezclándose con el sonido del metal chocando contra metal, mientras los demonios se lanzaban sobre los cazadores que intentaban proteger la aldea.

Los únicos cazadores presentes no eran suficientes para detener la vorágine de destrucción desatada. Uno a uno, los guerreros caían bajo el ataque implacable de los demonios, sus cuerpos siendo despedazados con una brutalidad que helaba la sangre. La impotencia se apoderó de los supervivientes, que se dieron cuenta de que no había esperanza. La lucha era feroz, pero estaban sobrepasados en número y ferocidad. Los demonios se alimentaban de su miedo, sus risas macabras resonando en las calles vacías como un eco del fin.

Los herreros, con el corazón en la garganta, se apresuraban hacia la gran casa del líder de la villa, su único refugio en medio de la tormenta. La casa, un símbolo de la fortaleza de la comunidad, se alzaba en el centro del pueblo, pero incluso su estructura imponente parecía amenazada por la inminente llegada de la oscuridad. Los herreros, con sus ropas manchadas de sudor y miedo, se empujaban unos a otros, tratando de llegar a la seguridad de sus muros.

Herrero: ¡Rápido, hacia la casa! -gritó uno de los herreros, su voz resonando con la urgencia del momento. -¡No podemos quedarnos aquí!

Mientras corrían, el aire se llenaba de un olor a metal y humo, un recordatorio de la fragilidad de la vida que llevaban. Miradas llenas de desesperación y determinación se cruzaban entre ellos; sabían que debían proteger lo que quedaba de su hogar. Pero cada paso que daban hacia la casa era un recordatorio de lo que estaban dejando atrás: sus forjas, sus herramientas, su legado.

Al llegar a la puerta de la gran casa, algunos herreros se volvieron para ver la carnicería que se desataba en las calles. La escena era aterradora, y el miedo se apoderó de sus corazones al ver a sus compañeros caer. La realidad era clara: la aldea estaba bajo un ataque inminente, y la lucha por la supervivencia apenas comenzaba.

Con un último empujón, los herreros se deslizaron dentro de la casa, cerrando la puerta tras de sí. En el interior, la atmósfera era tensa, llena de susurros y miradas preocupadas. Sabían que no podían quedarse de brazos cruzados; debían actuar, y pronto. La vida de su comunidad, sus tradiciones y su futuro dependían de ellos. Mientras el rugido de la batalla resonaba afuera, la determinación de los herreros ardía con fuerza, listos para enfrentar lo que viniera.

La ira de Gyokko estalló como un volcán en erupción, su rostro distorsionado por la frustración mientras lanzaba insultos a Tn.

Gyokko: ¡Eres un niño insignificante! ¡No tienes idea de con quién te estás enfrentando! -gritó, su voz reverberando con un eco de rabia y desprecio. En ese momento, canalizó su sangre demoníaca, y de su ser emergieron tentáculos enormes, serpenteantes y viscosos, como los de un pulpo gigante.

Tn sintió cómo la presión del ambiente cambiaba, la amenaza inminente colisionando con su determinación. Con un profundo suspiro, se concentró, sintiendo el flujo de energía vital que lo rodeaba. Invocando la respiración de sangre, su cuerpo se movió con una agilidad sobrehumana, esquivando los tentáculos que se lanzaban hacia él. Con cada movimiento, su katana brillaba, cortando el aire y degollando los tentáculos que intentaban atraparlo.

El sonido del metal afilado rasgando la carne demoníaca resonaba en sus oídos, un canto de victoria que lo impulsaba a seguir adelante. Estaba decidido a llegar hasta Gyokko, a acabar con esta pesadilla que amenazaba su vida y la de aquellos que amaba. Cada tentáculo que caía era un paso más cerca de su objetivo, una manifestación de su voluntad de luchar, de no dejarse vencer.

Finalmente, logró acercarse a Gyokko, su katana en alto, lista para asestar el golpe decisivo. Pero en un movimiento inesperado, Gyokko se metió en su vasija, esquivando la decapitación de un modo que dejó a Tn sorprendido. La vasija, un artefacto peculiar, parecía ofrecerle una protección inexplicable.

Tn se detuvo por un instante, su mente trabajando a toda velocidad.

Tn: Si oculta su cuello, es porque al igual que los otros demonios, ese es su punto débil -pensó. La decapitación era la única forma de acabar con ellos, y Gyokko no era la excepción. La revelación avivó su determinación; no podría dejar que un simple truco lo detuviera.

Con un movimiento rápido y decidido, Tn se preparó para atacar de nuevo. Sabía que debía encontrar una forma de hacer que Gyokko saliera de su escondite, de forzarlo a mostrar su verdadero cuello. La batalla que se desarrollaba era más que un enfrentamiento físico; era un juego de astucia y estrategia, y Tn estaba listo para jugarlo hasta el final. Su respiración se hizo más profunda, su enfoque más agudo, mientras se preparaba para demostrar que incluso en la adversidad, la luz podía prevalecer sobre la oscuridad.

El aire estaba impregnado de terror y desesperación en el pueblo. Un grupo de herreros, empujados por el pánico, se encontraba acorralado por una manada de demonios, sus risas macabras resonando en el aire mientras se burlaban de la fragilidad de sus presas. Los horribles rostros de los demonios se acercaban, y los herreros podían sentir el frío aliento de la muerte acechando en cada sombra. En ese instante crítico, cuando la muerte parecía inevitable, un destello de esperanza surgió de entre las llamas.

Shinjuro apareció como un rayo, su figura imponente iluminada por el fuego que danzaba a su alrededor. Sin dudarlo, invocó su respiración de fuego, y las llamas se arremolinaron a su alrededor en un espectáculo de poder. Con una destreza sorprendente, desenfundó su katana, y en un movimiento fluido y decidido, la alzó hacia los demonios.

El aire se llenó de un rugido ardiente mientras su espada cortaba el aire, cada golpe resonando con la fuerza de un trueno. Las cabezas de los demonios cayeron al suelo en un instante, cada uno desapareciendo en un torrente de polvo y cenizas que danzaban en el aire como si fueran las últimas vestigios de su existencia. Shinjuro no se detuvo; su katana brillaba con la luz del fuego, y sacudió la hoja con una elegancia que solo un maestro podía lograr, limpiando la sangre demoníaca que había ensuciado su acero.

Mientras los cuerpos de los demonios se desvanecían, el silencio se apoderó del lugar, interrumpido solo por el ruido del viento que barría las cenizas. Shinjuro, enfundando su katana con maestría, dirigió su mirada hacia los herreros, que lo observaban con una mezcla de alivio y asombro.

Shinjuro: ¡Váyanse a un lugar seguro! -gritó, su voz resonando con autoridad-. No es seguro aquí. ¡Rápido!

Los herreros, todavía aturdidos por la repentina intervención, comenzaron a recuperar la compostura. La figura de Shinjuro, firme y decidida, les ofreció un nuevo aliento de esperanza. Sabían que debían seguir sus órdenes, que su supervivencia dependía de su capacidad para actuar con rapidez. Sin mirar atrás, comenzaron a correr en busca de refugio, con la imagen de su salvador grabada en sus corazones.

Shinjuro permaneció en su lugar, observando cómo los herreros se alejaban, su mente alerta y preparada. Sabía que la batalla no había terminado; más demonios acechaban, y el horror aún podía desatarse nuevamente. Pero con cada vida que salvaba, su determinación crecía. Estaba listo para enfrentarse a la oscuridad, sabiendo que, aunque la noche era larga y terrorífica, la luz de la esperanza nunca se extinguiría mientras quedara un solo guerrero dispuesto a luchar.

CONTINUARÁ.

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