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El filo de la daga dio un beso mortal al cuello del condenado y, antes de que el joven cayese al suelo con el peso de la Muerte sobre sus hombros, el Mal de Milán vio correr la sangre por su cuello cercenando, y la indeleble mancha escarlata que dejó al derramarse sobre su túnica. Debía contar con poco más de veinte años, y sabía que era muy joven para morir de aquella manera. "Una lástima", pensó para sí, aunque en lo más hondo de su alma la marea de odio que palpitaba dentro de él decía todo lo contrario. Era ya el quinto hombre en aquella semana que había sido ejecutado sin miramientos, bajo la sospecha de pertenecer al espionaje de la Nocte Mysterium. Y aquella ejecución había puesto más ansioso que ninguna al Mal, de entre tantas otras aún más cruentas y bestiales, pues cuando hizo su entrada en el Salón de Piedra, el rostro del condenado estaba oculto bajo gruesos mechones apelmazados de una greñuda cabellera que, por un instante de delirio, lo hizo confundir con él. En su confusión, se encontró dispuesto y a punto de detener la ejecución, hasta que, al alzar el ejecutor la cabeza del joven, descubrió un rostro completamente desconocido y unos ojos marrones con vetas verdes. Unos ojos que, para su alivio y para su secreta desgracia, no se parecían en absoluto a los de él.
La realización lo había golpeado como un látigo y atravesado como una lanza, y la impresión le habían causado un repentino arranque de abulia que solo la visión de la sangre había conseguido desvanecer.
—¿Sucede algo, Monsignore? — inquirió el verdugo. El Mal no se había percatado de que aún no había articulado palabra alguna desde el comienzo de la ejecución, y que sus ojos seguían fijos en el cuerpo degollado del ajusticiado, que ahora dos de sus "hombres" retiraban sin más venia que un mutismo luctuoso que no parecían tener intenciones de resquebrajar.
—No — le contestó ásperamente, forzando un tono afectadamente indolente para apaciguar a su acólito — Lo felicito por su buen trabajo, Aziel.
Sobre la fortaleza en ruinas, la gélida mano gris del otoño había izado un desvaído cielo del color del humo y la ceniza, en el que un blanco sol de invierno relucía pálido como el rostro de la luna llena.
Los "hombres", si es que así podía llamarlos, que lo acompañaban en aquella empresa habían sido despojados de su vida por los malditos de la Nocte Mysterium. Esposas, hogares, familias enteras, ¿qué no les habían quitado aquellos monstruos disfrazados de héroes? Podía ver la sombra del dolor cruzar sus caras en algunas ocasiones, cuando la sangre vertida les recordaba qué razón les había llevado a derramarla. Cuando ellos lo miraban a él, en cambio, solo veían un rostro pétreo y unos ojos que no se alegraban ni odiaban. Para ellos, el Mal de Milán era su ídolo, un ángel caído dispuesto a llevarlos a la venganza que tanto merecían. Y ante los ojos de los adoradores, los ídolos jamás sentían ni padecían.
Inconscientemente, su mano se coló bajo su camisa y apretó el anillo sujeto por el cordel de cuero que mantenía oculto bajo ella. Sintió el frío de la madera de haya esmeradamente tallada bajo sus dedos, y el recuerdo fugaz del día en el que él se lo colocó en torno al cuello, como símbolo de su devoción, como símbolo de su unión, cruzó por su mente, quitándole el resuello y dejándole en cambio aquella amargura y aquel dolor que no lo habían abandonado desde el día en que lo perdió. "Desde que los malditos me lo quitaron", se corrigió con ira.
Volvió a mirar a Aziel y a los otros espectadores de la ejecución. Creían que no padecía como ellos. Pero eso no era cierto. Él también sufría. La pérdida de su compañero lo había golpeado como ninguna de las tragedias que se había visto obligado a sobrellevar lo había hecho jamás. Solo un instante le tomaba para regresar a aquel maldito día, al ahogante calor del incendio, a las ruinas aún en llamas del palazzo y a la marea de cuerpos calcinados que la reyerta había dejado. Solo un instante le bastaba para volver a darse cuenta de que estaba solo, completa y desgarradoramente solo.
La Muerte toma a los hombres que han caído gravemente enfermos, a los que han resbalado de la grupa de su caballo y a los que un mal golpe hace cerrar los ojos para ya nunca abrirlos, y tan solo a unos afortunados, cuando han sorteado con maestría los peligros de esta mortal existencia y llegan lograr al ocaso de la vida, y ya solo les resta prepararse evitarse los desengaños para recibir a la Parca a su debido momento como si fuese una vieja amiga. Pero no fue la Muerte lo que entró aquella noche en el palazzo Ettori y dejó a su partida un reguero de fuego y ruinas, y aquellas ansias de venganza a las que el tiempo no había aplacado en absoluto.
Porque fueron ellos. Aquellos que juraban y perjuraban que darían su vida sin vacilar por proteger a los suyos, por nunca dejar de ser leales. Aquellos por los que había sacrificado, no, aquellos que lo habían hecho sacrificar todo lo que había tenido, todo lo que había sido; él, hasta no dejar más que retazos de un cuerpo curtido por la batalla y un alma a la que la exposición a la crueldad había vuelto igualmente cruel.
El Mal de Milán había cumplido su juramento, y lo había hecho hasta su último aliento, dedicado a ellos, por ellos. Pero ellos...
Los malditos no habían cumplido con su parte. Y lo que lo había empujado a encabezar a sus "hombres" y a comenzar a cazar a sus miembros uno por uno, eso era sólo responsabilidad de ellos.
Los malditos de la Nocte Mysterium sangrarían por su traición. El Mal de Milán acabaría con todos, por haberle arrebatado ellos la vida, la libertad, su humanidad. Y él les arrebataría a sus hombres, a sus mejores peones; les arrebataría todo por lo que habían luchado, y haría de ello su Imperio de sangre y fuego.
Por haberle arrebatado a él. Su príncipe, su alma, su vida entera.
R: Uff... Eso es lo que yo llamo "cortito pero intensito". ¿Cómo les trata la vida, reducido pero fiel grupo de lectores míos? Como podéis ver, los capítulos que carecen de título, pues llevan este encabezamiento "...", también constan como capítulos, pero no siguen el hilo narrativo establecido por Lelio, cuya historia sigue un orden cronológico. Estos capítulos "especiales", pongámosle ese sobrenombre, acontecen simultáneamente que la huida de Lelio, que vimos más clara en el anterior "...".
Ahora, mis rutinarias preguntas: ¿por qué creéis el Mal busca venganza? ¿Por qué se refiere a sus acólitos como "hombres" de manera reticente? ¿Qué sucedió aquella noche? ¿Creéis que logrará cumplir su objetivo?
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