𝟐𝟏.

❝*²¹. ⁿᵒ ˢᵃᵇʳᵃ́ˢ ˡᵒ ᵠᵘᵉ ᵗᵉ ᵉˢᵖᵉʳᵃ ʰᵃˢᵗᵃ ᵠᵘᵉ ᵃʳᵈᵃˢ ᵉⁿ ᵉˢᵉ ᶠᵘᵉᵍᵒ

𝑩𝒂𝒓𝒄𝒆𝒍𝒐𝒏𝒂, 𝑬𝒔𝒑𝒂𝒏̃𝒂
𝟑𝟎/𝟏𝟎/𝟐𝟐


AÍDA

Estoy en mi casa junto a Ali. La llamé después de lo que pasó y lleva dos días quedándose a dormir en mi casa.

Mi nuevo hogar está casi listo, solo falta el sofá y poco más.

Ali me estuvo ayudando tanto en el tema de la casa como en el sentimental. Le había contado todo lo que había pasado.

«No sabrás lo que te espera hasta que ardas en ese fuego», me dijo ella. Y probablemente tenga razón, pero eso no quitaba mi miedo.

De hecho, tenía muchísimos mensajes y llamadas perdidas de Pablo que no tenía interés en responder. Aunque Ali me estuvo insistiendo de que tenía que dejar que él se expresase, pero no le hice mucho caso.

Ahora mismo estábamos viendo una película, nos acompañan unas palomitas y unos refrescos.

De repente a Ali le llegó una llamada y rápidamente la atendió.

—Hola, mamá. ¿Qué pasa? —habló mi amiga al contestar.

Se escucharon unos murmullos a través de la línea.

—Dios mío —más murmullos—. Sí, sí. Iré enseguida.

Acto seguido, colgó.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté con intriga.

—Mi abuela, quería decorar la casa de Halloween e intentando colgar unas gilnardas en la puerta se ha caído de las escaleras donde estaba subida.

La abuela de Ali siempre ha sido muy moderna y divertida. Nunca se estaba quieta, era un espíritu joven.

—Pues ve, ya me cuentas.

Ella asintió, me dio dos besos y se marchó.

Ahora me había quedado sola. No tenía nada más interesante que hacer, así que me metí en la ducha. Al salir me puse algo cómodo: un suéter y unas mallas negras.

Me senté de nuevo en el sofá y me puse a ver la televisión, estaba realmente aburrida.

De repente sonó el timbre. Al inicio pensé que podría ser Ali: había pasado más de una hora y a lo mejor había vuelto. Pero me estaba equivocando, era Pablo.

—Pablo, no estoy ahora mismo capacitada para hablar contigo. Por favor, déjame. —le dije al abrir la puerta y descubir que era él.

—Lo siento, Aída, pero no puedo permitir que te quedes con una imagen que no es.

Y sin permiso entró y cerró la puerta.

—¿¡Qué coño te pasa!? —exclamé ofendida.

—¡Tú eres lo que me pasa! ¡Parece que estás ciega, no sé cómo no te queda claro! —habló, desesperado.

—Explícate, Pablo. —le pedí con impaciencia.

—¡Me gustas, Aída! ¡Me encantas! Al inicio pensé que solo me atraías porque no me dabas tu puñetera atención, ahora sé que quiero algo más que eso. Quiero ser tuyo ¿Puedo ser más claro?

Me quedé callada, notando como esas mariposas empezaban a florecer en mi estómago. Se me hizo más difícil respirar y no sabía qué decir.

—Si tan solo me miraras y vieras cómo te miro yo a ti, cómo te miro cuando estas con el gilipollas ese de Dante. Me entran celos. Tengo mis ojos siempre puestos en ti.

No le dejé hablar más porque me abalancé sobre él juntando nuestros labios, haciendo que instantáneamente él soltara un gruñido. Rápidamente, me correspondió el beso aferrándose a mi cintura.

Nuestros labios se movían al compás y mi respiración se volvía aún más pesada de lo que ya era. Le acaricié los pelos de la nuca, y acto seguido, él me cogió en brazos dirigiéndose a una de las habitaciones del piso.

Mientras caminábamos no separamos nuestros labios. Lo que era un beso romántico y dulce, se convirtió en uno salvaje y necesitado. Toda la atracción, el deseo y el amor que nos teníamos guardado fue desahogado.

Me tumbó en la cama suevamente, poniéndose encima mía sin aplastarme. Todo esto mientras nos besabamos con ansias.

Apurada le quite la sudadera y la camiseta para después acariciarle el pecho, notando sus abdominales definidos y su entreno diario. Él sin quedarse atrás, me quito la sudadera que llevaba, dejándome expuesta de cintura para arriba ya que no llevaba nada más.

Bajó sus besos hacia mi cuello, dejando un rastro húmedo en él. En ese momento decidí hablar.

—Yo también quiero ser tuya, Pablo.

Él levantó su mirada llena de fuego. Al escuchar mis palabras, instantáneamente, una sonrisa se coló en sus labios y volvió a besar los míos de una manera más tierna y dulce.

Llena de deseo y desesperada, le di la vuelta a los papeles subiéndome encima de él. Acto seguido me moví de delante hacia atrás haciendo que mis partes rozaran con su notoria erección. Ahora era yo la que le besaba el cuello.

—Me vas a matar, rizos. —murmuró ronco, aferrándose a mis caderas y siguiendo mis movimientos.

Sin más, le bajé los pantalones junto con sus calzoncillos, bajando los míos también, dejándonos a los dos totalmente expuestos. Lo miré antes de entrar, sus ojos estaban llenos de desespero y deseo.

En ese momento, repentinamente, volvió a darse la vuelta quedando en la posición inicial, y sin hacerme daño, entró en mi haciendo que soltara un sonoro gemido.

—¿Te duele? ¿Sigo? —me interrogó, mirándome con preocupación.

Negué rápidamente.

—No, sigue.

Él me hizo caso y lentamente fue acelerando sus movimientos, haciendo que le clavara las uñas en sus hombros de exitación.

Creo que ahora mi sonido favorito son los gruñidos y gemidos que Pablo estaba soltando en mi oído.

Los dos llegamos al clímax al mismo tiempo, haciendo que la habitación se inundara de sonoros gemidos y luego de aceleradas respiraciones.

—Joder... Creo que nunca me había sentido tan bien. —habló él, tumbándose al lado mía para después abrazarme.

Yo solté una carcajada, y abrazada a él, subí la cabeza para mirarlo.

—Te quiero. —solté sin más.

—Yo te amo.

Y ahí fue cuando acabó una de las mejores noches de mi vida: abrazada a la persona de la que estaba enamorada.

UNO DE LOS CAPITULOS MÁS ESPERADOS, CREO YO.

Creo que los maté de la intriga en el anterior capítulo, pero aquí estoy de nuevo, porque no me gustan los finales tristes.

Atte: Ari la anónima ( )

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