𝟎𝟕.

❝*⁰⁷. ᵃᵈⁱᵒ́ˢ, ᵐᵃᵐᵃ́

𝑩𝒂𝒓𝒄𝒆𝒍𝒐𝒏𝒂, 𝑬𝒔𝒑𝒂𝒏̃𝒂
𝟏𝟗/𝟎𝟗/𝟐𝟐


PABLO

Crucé las puertas de la discoteca a la que solía ir. Unos amigos de Sevilla habían venido a Barcelona unos días y se pasaron a verme.

El ambiente en la discoteca era bueno, como siempre. Aquí solo abundaba gente con dinero, no cualquiera estaba aquí. No es que no sea humilde ni nada, si no que es insoportable, gracias a mi fama, estar en una discoteca pública de Barcelona sin que literalmente me acosen.

Aquí todo es mucho más reservado, y sí, me pueden pedir un par de fotos, pero no se compara con lo que sucede en sitios públicos.

Me senté en una mesa con mis amigos y el camarero poco después nos trajo unas copas. No sé lo que haría después, pero por ahora no quería beber mucho.

Pasó tiempo, la verdad es que estaba algo aburrido, aunque gracias a las conversaciones que van y venían de mis amigos, el aburrimiento descendía algo.

Miré la pista de baile, alguien me llamó la atención alguien familiar. Era una chica que estaba de espaldas, bailando. Se notaba que muy alta no era, y tenía una cabellera morena, rizada y larga, le llegaba hasta más de la cintura.

Ese pelo lo conocía perfectamente, ese pelo que desde la primera vez que puse mi vista en él me encantó: era Aída.

Llevaba ese vestido negro que le vi puesto en las historias de Instagram que recientemente subió. Le quedaba genial, ceñido a su cuerpo.

La chica me atraía con cojones, pero lo que más me atraía era la necesidad de que ella me diera su atención. Porque nunca antes alguien, desde que tengo fama, me había demostrado tanta ignorancia. Y más una chica.

Me levanté de la mesa y me dirigí hacia la pista de baile. Ya cerca de ella, justo detrás suya, le agarré de la cintura reprimiendo una risa. Ella seguía bailando, moviendo sus caderas.

Poco segundos después, ella se dio la vuelta, haciendo que me mirara fijamente intentando descifrar quién era. Al darse cuenta que era yo, su cara cambió drásticamente. Se separó de mí rápidamente.

—¿Qué coño haces? —me dijo, sobresaltada.

Yo solté una carcajada.

—Pensé que tardarías menos en darte cuenta. —dije con una sonrisa.

—Dios, ¿en qué estabas pensando?

—No es para tanto, guapa. Solo bailaba contigo, que cabe aclarar que lo haces bien. —dije, intentando calmarla. Aunque en verdad le estaba vacilando.

Soltó una risa amarga.

—Qué gracioso. —espetó con ironía.

—¿Viste? —le dije, aún más vacilón.

—Disfruta de la noche, Pablo Gavira. —dijo, ignorando mi comentario y alejándose.

Me giré y miré cómo se iba. Qué mujer.

———♡———

Abrí los ojos con gran esfuerzo, la luz del sol se colaba por la ventana haciendo que me ciegue. Me dolía muchísimo la cabeza.

Me resfregué los ojos, no estaba en mi cuarto. Esta no era mi casa.

La habitación era totalmente blanca, no era grande. No había más que una cama, una mesa de noche y un pequeño armario.

Recordé que ayer salí de fiesta, ya que seguía con la misma ropa. Me senté en la cama, que era individual, e intenté pensar. Esta casa no era de ningún amigo mío, y no hay pinta alguna de que me haya acostado con alguien.

Se escuchó la puerta abrir y aproveché para fijarme de quién se trataba y así ponerle cara a este asunto: Aída fue la que cruzó esa puerta.

Venía con una bandeja que llevaba una tostada, un vaso de leche y un plátano, también había un vaso de agua.

—Buenos días, bella durmiente. —dijo al entrar.

—¿Qué coño? —dije, confundido—. ¿Qué hago en tu casa? —le pregunté.

Ella dejó la bandeja en la mesilla de noche.

—Ayer te encontré en la entrada de la discoteca, ibas muy pedo. No me quedó de otra que traerte a mi casa. —me explicó.

—Ah. —fue lo único que pude decir.

Recordaba algo, pero muy poco. Después de nuestro encuentro en la discoteca, empecé a beber. Y por lo visto, me pasé. Si la fiesta está aburrida es a lo que recurres, supongo.

—No es que me caigas bien, pero no te iba a dejar ahí tirado.

—No sé cómo tomarme ese comentario. —¿Me acaba de decir que le caigo mal?

—Bueno, te he traído el desayuno. También te he traído una pastilla, por si te duele la cabeza por la resaca —dijo, ignorando mi comentario.

—Gracias. —le agradecí con sinceridad.

Nos quedamos en silencio. Mirándonos mutuamente, me di cuenta que no llevaba sujetador. Ella se dio cuenta de lo que me estaba fijando y cruzó los brazos, tapándo la vista. No tenía pechos grandes, pero tampoco pequeños.  Bonitos.

—Deja de ser tan guarro y come. —rechistó, sonrojada.

Yo reí.

—Perdona.

—Me voy. Cuando hayas terminado, ahí tienes tus zapatos —dijo, señalando a una esquina del cuarto—. Aprovecha que mis padres están trabajando y que mi hermana se encuentra en el colegio.

Después, salió de la habitación y cerró la puerta.

—Qué mujer... —murmuré, repitiendo la frase por segunda vez.

Me tomé el desayuno que Aída me preparó y me puse los botines. Salí del cuarto que daba a un pasillo con varias puertas. Bajé las escaleras que se encontraban a mi izquierda. Al bajar me la encontré en el sofá viendo su teléfono.

—Me voy. —le avisé.

Ella asintió con una leve sonrisa. Me encaminé hacia la puerta, pero antes de salir hablé.

—Gracias, y perdón por las molestias.

—No me las des. No te iba a dejar tirado, no me lo perdonaría.

Ese comentario dejó un silencio conmovedor que ella rápidamente remedió.

—Pero eso sí, ni se te ocurra emborracharte de esa forma de nuevo. Imagínate que no hubiera estado allí. ¿Qué habría sido de ti? —dijo, molesta.

Parecía mi madre regañándome.

—Está bien. Adiós, mamá. —dije y salí de la casa.

Antes de encajar la puerta la escuché hablar.

—¡Imbécil!

Carcajeé. Parecía que no, pero no era tan difícil hacerla molestar.

Capítulo ocho terminado✅️

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Atte: Ari la anónima( )

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