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𝐋𝐚 𝐜𝐚𝐛𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐩𝐚𝐳.
Después de aquel exitoso atraco, porqué fue exitoso, Emilio tuvo que quedarse en el hospital un buen rato sabiendo que Segismundo había pagado su multa y así la policía no lo molestaría por ahora y aunque agradecía el gesto del gallego seguía molesto con él por haberlo dejado sólo en esa licorería con una nalga ponchada y un pito mal dibujado en la frente.
— Deberías borrarte eso— aconsejó Gustabo mientras se aguantaba la risa.
— Ven— pidió el mexicano sin cambiar su gesto débil a lo que el rubio hizo caso pero lo único que recibió fue un golpe en toda la nariz — Y para la otra piensa bien lo que me vas a decir antes de hablar.
Gustabo cayó de golpe al piso con la nariz rota, Horacio lo auxilió de inmediato y, a su vez miraba de mala manera a su amigo— Eres un idiota, que Segismundo no se atreviera a venir a visitarte no te da el derecho de desquitar tu frustración sexual con mi hermano.
— Segismundo puede comer una hectárea de verga— soltó en su defensa el herido. Todos en la habitación se giraron al oír cómo se rompía algo detrás de la puerta, Horacio siendo el más preocupado decidió salir a ver y así aprovechar para respirar bien, sin tener que oír las quejas de los otros dos.
Horacio logró ver cómo la figura de Segismundo volaba por el pasillo hecho una furia, el de cresta rodó los ojos mientras tropezaba con lo que parecía ser una caja y que el gallego había dejado caer segundos antes. Parecía una caja sin más pero por el ruido que hizo supuso que tenía cosas frágiles dentro, algo conmovido metió la caja y la dejó caer en las piernas de Emilio.
— Vámonos, Horacio— al parecer las cosas dentro de la habitación se habían tornado incómodas y tensas, tanto que no pudo decir nada, quejarse o regañar al mexicano.
Escobilla se quedó sólo y aunque tenía curiosidad por ver qué había dentro de la caja que Horacio le había aventado su flojera se lo impidió, aunque su instinto de vieja chismosa le hacía querer ver dentro de la caja simplemente no se atrevió a ver qué contenía. Algo aburrido prendió la pequeña televisión que había dentro de la habitación y se puso a ver qué había, aún sin mover la caja misteriosa.
— Puede tener dentro una pinche serpiente y yo como pendejo queriendo ver qué tiene adentro— se dijo así mismo, convenciendose de no abrirla. Encontró un partido de fútbol y se entretuvo poco tiempo en él. Ansioso y más aburrido que antes se decidió a abrir la dichosa caja— Vida sólo hay una y yo ya me aburrí, así que chingue su madre— cuando la abrió se decepcionó al no encontrar la serpiente — Verga— dentro de la caja había una botella de tequila nueva toda rota gracias al golpe, la caja parecía no filtrar nada pero aún así se sintió un poco mal al ver desperdiciada la botella.
Observó con más detenimiento el contenido, encontrando chucherías y golosinas (todas de su gusto) e incluso pudo observar un papel mal doblado, lo tomó entre sus manos y lo leyó.
Emilio eres un gilipollas ¿Lo sabes? ¿No? Bueno pues te lo digo eres un gilipollas. Lamentó mucho lo que pasó, excepto por el dibujo, eso te lo merecías cerdo.
Atte: Segismundo.
¿Sorprendido? Aterrado, Segismundo es un pendejo pero uno chiquito. Ahora tenía una sola cosa en la cabeza ¿Tan enojado estaba Segis por sus palabras como para romper una buena botella de tequila? Lo averiguaría.
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Segismundo había hecho todo lo posible para ignorar al mexicano en cuanto esté salió del hospital porque al parecer Emilio no tenía vergüenza y lo primero que había hecho fue restregarle en la cara la nota dentro de la caja, eso había sido la gota que derramó el vaso. Ahora sí que estaba enojado se había prometido tener paciencia pero simplemente no se iba a dejar pisotear por el, por más de luto que estuviera. Ya había convivido con un mexicano ¡Por Jesucristo, entendía que eran demasiado relajados! Pero eso no significa que aceptará que Emilio podía ir y hacer con el lo que quisiera.
—¡Segis tenemos que hablar!—
— ¡Ya déjame en paz!— gritó desesperado el gallego desde el otro lado de aquel cubículo, al parecer a Emilio no le bastaba con buscarlo a su casa sino que ahora lo acosaba en la calle ¡Ahora estaba metido en los baños de un local que ni conocía por su culpa! ¿Iba a llorar? Tal vez.
— No hasta que me dejes hablar.
— Ya pasamos por esto, no hay nada que hablar sólo respeta mi espacio y mi vida.
— ¡Cállate el hocico y escúchame!
— ¡Que no, entiende!— tomó con fuerza la puerta y la abrió, dándole un buen golpe en la cara al mexicano— Ya déjame en paz, no te quiero ver. Respeta eso.
Segismundo no quería llegar hasta ese extremo (¿O tal vez si?) pero le había obligado a hacerlo, estaba bien que quisiera hablar pero no en medio de la calle gritando como loco, quizás Emilio se había drogado antes pero eso no quita que sea un imprudente de mierda. Ahora sólo quería llegar a su casa, contar su poco dinero y ver cómo no morir de hambre para los siguientes días ¿Porqué Emilio no entendía que tenía otras cosas en que pensar aparte de su amistad rota? Lo más seguro es que simplemente no pensará en nada más que en... lo que sea que estuviera pensando. Segis suspiró y se prometió olvidarse por completo del tema.
Emilio se sobo la cara, no le había dolido tanto porque Segis tiene manos de niña pero aún así sentía que se le había hinchado el rostro. Aún no entendía que estaba haciendo mal o sea había estado todo esté tiempo buscando la manera de aclararse con el gallego es más, se había disculpado pero el otro simplemente no ponía de su parte ¿Qué manera podría haber para contentarlo? ¿Qué es lo que Segis quería? Había dicho que lo dejará en paz pero algo en su cabeza le decía que eso no podía ser. Para romperse la cabeza así simplemente se busca una vieja y ya, así por lo menos juega un rato.
Así los demás días se convirtieron en Emilio ocupando su tiempo libre para buscar a su amigo y Segis evitando escucharlo porque sino le rompería la cara para botarle todos los dientes. Casando de la rutina, Emilio pensó en una estupidez ¿Qué es lo que más le gustaba a Segismundo? Las cabras, no por nada es el folla-cabras ('inche cerdo).
—¿Y ahora cómo consigo una cabra?— se preguntó en voz baja, mientras observaba su entorno ¿Cómo diablos iba a conseguir una cabra? era eso o otro suéter feo.
En su mente era más fácil que llevarlo acabo. Para empezar no había cabras y si hubiera ¿Cómo iba a pagarla? Simplemente podría robarse una pero no había o eso pensó cuando al día siguiente logro ver una camioneta, lo más seguro es que su destino era para las afueras de la ciudad pero el no iba a desaprovechar la ocasión. Cuando el conductor se fue a conseguir su desayuno, se acercó sigilosamente y escogió una pequeña cabra que cabía escondida entre su ropa.
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Habían pasado varios días desde la última vez que Segis había visto a Emilio y no sabía si aliviarse o preocuparse, por lo poco que lo conocía aseguraba que no podía esperarse nada ya que es, ni siquiera tenía palabras para describirlo. Estaba en la comodidad de su casa contestando mensajes randoms de sus amigos cuando escuchó ruidos extraños en su puerta, algo espantado se asomó a ver por la mirilla de la puerta, encontrando a Emilio agachado haciéndole algo a su puerta. El mexicano sin saber que era observado tocó la puerta y salió corriendo, Segismundo esperó un poco para salir pues no quería encontrarse con Emilio y sobre todo porque si eso era una broma no quería que lo vieran caer en ella. Abrió su puerta lentamente y metió con rapidez aquella caja agujereada ¿Por qué le daría una caja así? Se alzó de hombros y continúo con su inspección,estaba por mover la caja para ver qué era pero un balido dentro de ella lo detuvo.
— ¿Qué mierda?— se preguntó al oírlo de nuevo, reconociendo el balido abrió los ojos de par en par mientras destapaba la caja, encontrándose a una cabra chiquita de color blanco, olía como a la fragancia del mexicano así que frunció la nariz. Dejó a la pobre cabra en el piso y leyó la nota que traía dentro de la caja —¿Qué hiciste Emilio?— preguntó al aire, no iba a admitir que le hacía emoción tener una cabra. Dándose cuenta de que no podía tener una cabra marcó al número de su amigo.
— ¿Cómo te está tratando Josefina?— preguntó desde la otra línea el mexicano.
— Bien— contesto sin pensar observando como Josefina daba vueltas dentro de la caja. Negó con la cabeza y prosiguió a regañarlo— No Emilio ¿Cómo se te ocurrió?
— ¿A qué no es hermosa? Hasta te hizo volver a hablarme.
— ¡Emilio! No puedes tomar cabras a la ligera. Son seres vivos y tienen sentimientos.
— Se encariñó conmigo y se me hizo difícil desprenderme de ella. Te llevas una parte de mi corazón.
— ¡Emilio no puedo hacerme cargo de mi vida! ¡¿Cómo quieres que cuide de Josefina!?
— Parece que si te gusto mi regalo ¡Dile que su papá le manda saludos!— y colgó.
—¿¡Emilio!? ¿Cómo que su padre? — preguntó al aire mientras hacía lo posible por no entrar en pánico, observó la caja una vez más encontrando una bolsa de aliento para Josefina y otra nota.
¿Me perdonas?
Espero te logres llevar bien con mi nena la Josefina. Soy un padre responsable y le compré su comida espero tú hagas bien tu trabajo de madre.
— ¡Te odio Emilio escobilla, te odio!— gritó furioso mientras arrugaba el papel entre sus manos— Espero no me causes tantos problemas Josefina. No sé que hacer con Emilio, si lo mordiste dilo te daré un premio.
La pequeña cabra balo de nueva cuenta, brincado dentro de la caja deseosa de salir y morder los muebles del gallego. Segis suspiró en derrota, sonrió un poco y se dejó caer en su sillón para poder maldecir a gusto a su amigo, lo perdonaba pero no se iba a olvidar de lo sucedido tan fácilmente.
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Volví a la vida jajsjjss. Trataré de avanzarle a la historia, estoy por salir de vacaciones así que espero poder actualizar pronto jsjsjjsjs.
Atte: Yumila.
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