𝐃𝐨𝐧'𝐭 𝐁𝐫𝐞𝐚𝐤 𝐓𝐡𝐞 𝐑𝐮𝐥𝐞𝐬
❝𝑫𝒐𝒏'𝒕 𝑩𝒓𝒆𝒂𝒌 𝑻𝒉𝒆 𝑹𝒖𝒍𝒆𝒔❞
ᴅᴇᴀᴛʜᴘᴜꜱꜱ
ᵖᵘˢˢ ⁱⁿ ᵇᵒᵒᵗˢ ⁽ˢʰʳᵉᵏ⁾
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🥀 ᴏɴᴇ-sʜᴏᴛ +18 🥀
ᴅᴇᴀᴛʜ ᴡᴏʟꜰ x ᴘᴜꜱꜱ ɪɴ ʙᴏᴏᴛꜱ ɴᴏ ᴄᴏʀʀᴇꜱᴘᴏɴᴅɪᴅᴏ.
ʟᴀ ᴍᴜᴇʀᴛᴇ, ʟᴀ ᴠɪᴅᴀ ʏ ʟᴀꜱ ʀᴇɢʟᴀꜱ ᴄᴏᴍᴏ ᴛᴇᴍᴀs ᴄᴇɴᴛʀᴀʟᴇs.
ᴘᴜꜱꜱ x ᴋɪᴛᴛʏ ᴅᴇ ꜰᴏɴᴅᴏ
sᴇᴍɪ-ᴏᴏᴄ.
ᴀᴍᴏʀ ɴᴏ ᴄᴏʀʀᴇꜱᴘᴏɴᴅɪᴅᴏ, ᴇʟ ᴛᴇᴍᴀ ᴅᴇ ʟᴀ ᴍᴜᴇʀᴛᴇ ᴄᴏᴍᴏ ᴛᴇᴍᴀ ᴄᴇɴᴛʀᴀʟ, ᴀᴍᴏʀ ᴘʀᴏʜɪʙɪᴅᴏ, ᴠɪᴏʟᴇɴᴄɪᴀ.
ᴘᴜꜱꜱ ʏ ᴋɪᴛᴛʏ ᴛɪᴇɴᴇɴ ʜɪᴊᴏꜱ.
ᴇᴠᴇɴᴛᴏꜱ ᴅᴇʟ ꜰᴀɴꜰɪᴄ ᴏᴄᴜʀʀɪᴅᴏꜱ ᴘᴏꜱᴛᴇʀɪᴏʀ ᴀ ᴘᴜꜱꜱ ɪɴ ʙᴏᴏᴛꜱ: ᴛʜᴇ ʟᴀꜱᴛ ᴡɪꜱʜ.
Death Wolf llevaba siglos laborando en ese oficio lúgubre y, a vista de muchos mortales, siniestro. Conocido como el muy temido descenso. El punto culminante de la vida con la llegada de la muerte siempre fue un tema tanto a temer como a venerar en el mundo efímero. Death Wolf, por su parte, contemplaba las cosas desde otra perspectiva: la muerte simbolizaba el valor mismo de la vida, tu coste como un ser de espíritu y esencia. Con ella, determinabas la forma en la que gozaste del tiempo concedido.
En primera instancia, su presencia y su simple mención causaba gran estremecimiento, inclusive al más osado. Mas, sin embargo, Death era consciente de que él se postraría ante el final de un mortal de manera desemejante, dependiendo de la perspectiva del perecedero tanto de la muerte como del valor de vivir su tiempo. Podía adoptar un comportamiento excesivamente dócil y afable con aquel que estimó su existencia. Y podía ser cruel, desalmado, sádico y hasta bestial con aquellos que no sólo no buscaron un mérito a su tiempo de vida, sino también con los de actos inhumanos como los que cometían las acciones del homicidio —lo cual era sinónimo de despojar a otro de su tiempo de vida, circunstancia que no debía acontecer puesto que aún no era la hora de partir del individuo—.
En simples palabras, Death siempre admiró que el ser mortal le diese el valor a su vida, así como también respetaba el ciclo de una vela, el recorrer de un reloj de arena y el aprecio de un alma. Pero dicho oficio tenía consigo sus reglas, especialmente el respetar el tiempo de uno. Otra de las reglas fundamentales de su oficio era el respetar el tiempo que se le había concedido al mortal, puesto a que quitársela antes de lo debido simbolizaba una falta de respeto al trabajo de su antítesis: Life. Así mismo, el incumplir con el tiempo debido del mortal y darle una oportunidad de vida más era un delito grave. En un comienzo, Life se había concedido ese don; mas, sin embargo, romperlo más de una o dos veces ya era un riesgo que Death se jugaba. Además, atarse demasiado a los asuntos privados y personales de un ser mortal también era algo contra las reglas.
Una luz efímera, destinada a extinguirse y a perecer después de la medición temporal de un reloj de arena, no debía trascender a la inmortalidad, a un plano más alto de todo lo existente. Una vida eterna condenada a una perpetuidad de sufrimiento no era algo que ni Death estaba prestado a permitir. Si bien el fulgor de un alma se extinguía una vez que la muerte le asolaba, reencarnaba en un alma completamente nueva y ajena a la vida anterior, dando por comienzo a un nuevo ciclo de vida. Podía sonar aterrador, mas era parte de y Death lo cumplía al pie de la letra.
Sin embargo, en Death residía una debilidad que le cobraba una gran factura a su cordura. Y eso era el que un ser vivo no le tuviera respeto alguno. No había cosa más desagradable que ver a los perecederos mofarse de su trabajo, de su nombre y de su oficio. Minimizarlo como si el gozo de su estancia en la mortalidad fuese eterna y él tan sólo significara una broma para ellos. Death se había cruzado con varios casos con dicha circunstancia, adoptando un estado más que bestial para enaltecer y mostrar ante los iletrados no sólo la importancia de valorar sus vidas, sino también su poderío en su profesión de conducir a las almas al más allá, de arrastrarlas a sus garras palpitantes deseosas del desgarre de la carne tersa. Se consideraba un ente benevolente, pero en casos extremos como el de los iletrados y el de los desalmados... todo ápice de bondad se esfumaba en un pestañeo.
Ligado a ese pensamiento, a esa serie de reglas y a esa filosofía, fue que Death terminó entrelazándose en los asuntos de la afamada leyenda del Gato con Botas. El felino de nueve vidas, el diablo gato, el amante peludo, el "Chupacabras", el doble retozón y la furia naranja. Cualesquiera que fuesen los nombres a los que te refirieras al citado felino, no cambiaba el hecho de que, en efecto, se hacía alusión al mismo Gato con Botas. El arrogante, engreído y orgulloso gato que, alzado hasta las nubes por su ofuscación por su título de héroe, se mofó ocho veces de la función y el rol de Death al poder vivir nueve vidas sin temor a perecer en el proceso. Se tenía un límite, por supuesto, pero Gato parecía ignorar las alarmas de su linde al ser un codicioso de primera con su reputación de leyenda. Observarlo entre las penumbras, ejecutando sus "intrépidas" hazañas de justiciero mientras se alentaba a avanzar con el cántico —cual tedéum— animador de la gente, le provocaba una aversión a Death incapaz de detallarse en palabras. Lo hacía hervir en furia, le hacía perder los estribos, lo impulsaba a volverse en un verdadero sanguinario. Gato era todo lo que Death aborrecía del perecedero.
Fue por todo lo anterior que se dispuso a darle una lección a Gato, una que fuera lo suficientemente fuerte como para no hacerlo olvidarse de su presencia, de su encuentro y, por encima de todo, de mostrarle al legendario Gato con Botas el gran desperdicio que realizó con sus despreciables nueve vidas. Death acogió una actitud sádica, siniestra y hasta burlesca cuando se manifestó frente a Gato para hacer destacar su presencia de años. Se deleitó con el miedo que le infundió a Gato, con la grata fragancia de su miedo, con el tórrido perfume de su sangre carmesí y con el semblante horrorizado y primoroso que adoptaba en su aparición. Y el réquiem que producía para anunciarle su presencia, sólo lograba estremecerle el alma a Gato. Death se regocijó del temor de Gato, gozó contemplarlo en un estado tan delicado, de verlo derrumbarse desde la cúspide de su nombradía y de observarlo tan desprotegido ante él. No había sentimiento más satisfactorio y más gratificante que ver sufrir en todo sentido de la palabra a aquellos que lo insultaron, que le faltaron al respeto o que malgastaron la valoración de su tiempo de vida. Y Gato, al ser el único en burlarse en gran medida de él, se volvió en todo un festín para Death.
Pero Death era noble, honoroso y limpio a pesar de su sádica forma de actuar. Y así como se dio la satisfacción de castigar a su manera a Gato, se recordó a sí mismo que no jugaría del todo sucio con el felino. Le concedió la oportunidad de pelear, así como de hacerle frente a la muerte en varias oportunidades y de redimirse de haber malgastado sus vidas. Y el resultado había sido fructífero. Death no negaba haberse desesperado de no conseguir llevarse la última vida de Gato, mas al serenarse comprendió algo inigualable: Gato había aprendido la lección, de sus ojos irradió el formidable deseo de luchar por su última vida y, pese a haber huido de él cual cobarde en ocasiones anteriores, le hizo frente al final y se negó a sucumbir a la rendición... cosa que muchos mortales terminaron por hacer ante su amenaza.
Verlo, finalmente, respetarlo y apreciar su última vida, lo conmovió completamente. Dejando, así, las cosas por la paz. Lo dejó vivir su última vida, le solicitó vivirla adecuadamente y, posterior a un recordatorio de que en un futuro volverían a encontrarse, Death se marchó del bosque Oscuro hasta dejar atrás a Gato. Mas nunca le expresó a Gato que, ante la mirada determinada de sus orbes esmeraldas, en él comenzó a surgir un extraño sentimiento. No supo cómo explicarlo, así como desconocía el modo de describirlo, pero le causó una paz casi surrealista.
El avance de los días se transformaron en el avance de varias semanas, escalando a un salto de meses hasta sobrepasar el año. Durante aquel lapso de tiempo, Death se mantuvo distraído con su faena de encaminar a las almas al más allá de forma, en su mayoría, quieta. Y durante su labor, nunca pudo conseguir despojarse de los sinfín de pensamientos que tenía sobre Gato. El amargo y repulsivo sabor de boca que se formaba en sus comisuras al pensar en el anterior felino engreído, se vio intercambiado por un paladar dulce, terso y plácido. Evocar esa mirada determinada que le obsequió en cuanto ratificó que pelearía hasta el final por su novena y última vida, desbocaba su corazón de una emoción inconcebible. Un hormigueo se producía en su estómago, se despistaba a mitad del trabajo, sentía que se hallaba entre sedosas nubes y anhelaba reencontrarse con fervor con Gato. Era plenamente consciente de que, de reunirse de nuevo, sería sencillamente para notificarle al felino sobre su partida del mundo efímero. Pero al caer en cuenta de que, tarde o temprano, Gato se esfumaría de la existencia para darle paso a una nueva llama, horrorizó a Death como nunca antes había hecho. Comprendía y tenía conocimiento de las reglas de su profesión, llevaba siglos coexistiendo con aquella filosofía, mas al advertir que se había prendado en Gato con una magnitud palpitante... sólo lo hizo menospreciarse por lo que era.
Entendió, entre las pequeñas e inofensivas visitas que le hizo clandestinamente a Gato durante su vida junto a su equipo, que la muerte tenía motivo para ser desdeñada. Arrebataba seres queridos del viaje de otros, se presentaba en casos inesperados, llegaba a ser cruel en ocasiones y, a su paso, sólo producía angustia, melancolía y suplicio. La muerte misma, desfilando el vuelo de un millar de cuervos y llevando sus hoces en su par de manos, siempre sería la causante de todo final del mundo temporal. Y eternamente cargaría con el peso de ser un villano implacable para todo ser vivo. Porque, tras el último aliento, se presentaba una oscuridad álgida y fúnebre que perturbaba hasta volverte en una nueva alma. En un alma que relegaba las experiencias de la vida pasada para sembrar nuevos recuerdos.
Y Gato, para su desdicha, pasaría por el mismo y lacerante procedimiento. Death, tras analizarlo, se afligió como nunca antes lo había hecho. Se enfureció consigo mismo, se odió por lo que era y, por primera vez en su oficio como la muerte, sintió una envidia desmentida por Life. Porque Life era una bella mentira y él una triste verdad.
Con el temor de perder al felino, Death comenzó a acostumbrarse a vigilar constante y secretamente a Gato con el único designio de protegerlo de todo peligro. Lo custodió a mitad de sus aventuras, contemplando cómo Gato estimaba con devoción a Kitty y a Perrito. Lo observó contar con una emoción nostálgica lo que alguna vez fue y contempló el cambio drástico que tuvo desde su primer encuentro. Y durante sus visitas a Gato, tan sólo pudo limitarse a sonreír con terneza, sintiéndose orgulloso de que Gato viviera perfectamente su última vida. Pero, al mismo tiempo, encaró el apenado momento en donde Gato y Kitty se dieron una segunda oportunidad. Y sin un ápice de duda en alguno de los dos gatos, contrajeron nupcias una mañana apacible en San Ricardo, donde Death fue testigo de la felicidad que emanaba su amor. Junto a su melancólico cántico, se alzaron miles de pétalos de lycoris radiatas a su alrededor. Las flores del infierno se balancearon en una danza de pesadumbre y fulguraron una hechizante luz carmesí. Y esa tarde en San Ricardo, diluvió hasta que Death se ausentó de la escena matrimonial.
La vida para Gato continuó colmada de felicidad. Junto a Kitty, concibieron a una camada de cuatro gatitos y, junto a Perrito y sus amigos de Muy, Muy Lejano, Gato dio por inicio a una vida fuera de las aventuras que solía tener para darle paso a la vida de sus hijos. Death, por el contrario, luchó con el pesar de no poder ser feliz a lado del mortal del que se había enamorado. Se aferró a los recuerdos del pasado, a memorias ásperas de cómo le infundió terror a Gato y a sueños utópicos de una vida a lado del felino. Una donde pudieran enmendar las acciones del ayer. Plantó un campo entero de flores de infierno para templar su tristeza, se mecían a la par del viento de otoño y se enroscaban por cada una de las extremidades de Death. Pronto, estas flores se volvieron parte de él, se nutrieron con las lágrimas que derramaba cada día y se fortalecieron con la amargura del lobo. Y Gato, oh, él sentía que vivía finalmente una vez que su familia alcanzó la felicidad máxima.
Mientras la leyenda se restauraba para volverse en un buen padre de familia, la muerte se volvía cada día más en un ser de esencia nostálgica. Sin saberlo y sin tener la absoluta intención de ello, se volvieron la antítesis del otro. Gato personificó el valor de la vida, mientras que Death se afanaba a convertirse en un ser lúgubre y mortuorio que hacía honor a su profesión de la muerte.
Y así se mantuvieron por unos tres años, con Gato coexistiendo con su familia y con Death aferrándose a las reglas de su oficio. Hasta que esa noche de luna carmesí... todo cambió.
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Todo se desató en una noche de otoño, cuando las estrellas se desperdigaban por el lóbrego cielo trasnochador tintineando suaves melodías. Y junto al fresco y frígido viento de la noche, se elevó una esencia familiar. Para advertir con justeza la ocasión en la que debía llevarse a un mortal, Death era convocado con el aroma que ellos emanaban al momento de que su hora llegaba. Ese día no fue la excepción, se había elevado un aroma como ya era costumbre mientras deambulaba por un pequeño poblado a mitad de un bosque de coníferas. Pero había algo en particular en dicha fragancia que angustió a Death a creces, tanto que temió seguirlo. Parecía provenir de las profundidades del bosque, en una zona aislada de toda civilización. Era un aroma a terror puro, a desesperación lacerante y a adrenalina sofocante. Death, sabiendo de lo que se trataba y siendo consciente de que debía seguir las reglas que dictaba su trabajo, se forzó a sí mismo a perseguir la fragancia familiar. Caminó por prolongados minutos entre la oscuridad del bosque, mientras su temor parecía incrementar de magnitud conforme daba un paso hacia adelante. Acorde más se sumía en el bosque, la esencia se combinó con un aroma que encendía las alarmas instintivas de supervivencia de todo ser vivo; se trataba de un olor a calcinado, uno con la suficiente capacidad de provocar náuseas, dolores de cabeza e irritación en el pecho: a todo eso se le asociaba al hedor de un incendio.
Y cuando la combinación de aromas alcanzó su máximo esplendor, Death se encontraba emergiendo de los abetos del bosque. Se había detenido frente a una enorme pradera, desde donde podía vislumbrar la aglomeración de montañas que se expandían hasta el más allá. En otras circunstancias, la pradera hubiera sido un espectáculo natural para el disfrute de todo ser existente. No obstante, lo que Death contempló en dicha zona lo paralizó completamente: en el centro de la pradera, yacía una cabaña humilde que ardía en llamas. El humo se elevó con magnificencia hasta tantear las estrellas, mientras el fuego crepitaba sobre la cabaña con gran intensidad. El aroma abrasador era evidente en el ambiente, mas la fragancia familiar se mantuvo fuerte.
Fue ante esa escena que el miedo de Death escaló a un nivel más alto, no pudiendo evitar sentir pánico al pensar en lo peor: esa fragancia y ese miedo que lo invocó a esa pradera, se trataba de nada más y nada menos que del mismo Gato. Death llevaba tiempo sin tener noticias de su amado y las había recibido de la peor manera posible.
A pesar del terror que lo dominó, avanzó hacia la cabaña a zancadas pausadas. Sabía que debía mantener la calma, que no debía perder los estribos cuando se había prometido a sí mismo que iría a recoger a Gato con la mayor tranquilidad posible, como si se tratara de un viejo amigo del pasado. Mas, sin embargo, con la vívida imagen de un herido y aterrado Gato, le era imposible mantener la compostura. Quería correr, alcanzar al felino y mantenerlo resguardado bajo su capa de montar como si de un escudo se tratase. La exasperación parecía querer consumirlo cual presa indefensa, pero se mantuvo firme ante la adversidad. Para cuando estuvo al pie de la cabaña, tomó una enorme calada de aire para aminorar su nerviosismo y se introdujo a la zona de riesgo.
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Todo había pasado muy rápido. La hora de dormir se vio interceptada por la intrusión de un grupo de bandidos que tenían la intención de robar algunos objetos de valor, pero el instinto protector de Gato se activó con el ruido del estruendo que los bandidos empezaron a producir. Kitty, de igual modo, activó sus alarmas y se apresuró a tomar su espada. Ella, al igual que Gato, sabía que se estaban exponiendo a una amenaza grande. Pero no temían por su seguridad, sino que temían descomunalmente por la seguridad de Perrito y de sus cuatro hijos. Los susodichos descansaban en la habitación de al lado, pero se hallaban mayormente expuestos al peligro que los malhechores representaban en aquel santiamén. No sabían qué podría ocurrir a continuación, pero decidieron moverse lo más rápido posible para proteger a sus seres queridos. Pero en cuanto Gato posicionó un pie fuera de la habitación, fue recibido por el disparo de uno de los malhechores. Para su suerte, el hombre había fallado el tiro y le otorgó la ventaja a Kitty de lanzarse a la batalla. En cuanto menos lo esperaron, el caos se desató.
El desgaste de los músculos se fusionó con el sudor candente de la adrenalina. Gatos y malhechores peleaban espadas contra espadas, fundiéndose con el aroma de la pólvora y con el hedor de la secreción. Siendo maestros natos de esgrima, Gato y Kitty lograron hacerle buena pelea a los bandidos. Desarmaron a la mayoría, intimidaron a algunos y llegaron al grado de divertirse a mitad de la batalla. Pero en cuanto menos lo esperaron, escucharon el grito de sus cuatro hijos alzarse entre el sonido de la batalla. Dos de los intrusos habían sujetado de manera brusca a sus pequeños, mientras que un tercero tiraba cruelmente del pelaje de Perrito. Sus gritos de angustia y terror descolocaron al par de esgrimistas, quienes decidieron no tener misericordia con el enemigo y se dispusieron a atacar sin vacilación alguna. Arañazos, sangre y furia fue lo que recibieron los malhechores a cambio, obligándose a tomar distancia de los felinos con tal de protegerse. Sin embargo, el líder de los bandidos se hastió de que un par de gatos tuvieran la delantera y, en un arrebato de ira y resentimiento, sacó de su saco una dinamita, la encendió con la ayuda de un fósforo que traía consigo y la lanzó fuera de su alcance para que pudiera hacer lo suyo. Corrió para cubrirse sin importarle cuáles de sus hombres lograban salvarse y cuáles no y esperó al inminente momento.
Y en menos de lo esperado, todo explotó.
Absolutamente todo ardió en llamas, varios de los maleantes salieron afectados por la explosión, el estampido desató un incendio a su paso y la mayoría de los residentes de la cabaña terminaron gravemente heridos después de lo ocurrido. Por desgracia, Gato había salido afectado físicamente en el proceso.
Haciendo el esfuerzo por orientarse, Gato miró a su alrededor con un sólo propósito en mente: su familia. Necesitaba salvarlos, alejarlos del incendio que comenzaba a consumir su morada y apartarlos del peligro. Y a unos cuantos metros de distancia, alcanzó a verlos. Kitty parecía en un estado grave y se había desmayado en el acto, podía escuchar el llanto de Perrito a la distancia y pudo ver de cerca los desvanecidos cuerpos de sus cuatro hijos. Seguían respirando, mas era cuestión de tiempo para que aquello ya no fuera posible.
—N-No... —dañado tanto física como emocionalmente, Gato se negó a aceptar la pérdida de su familia e hizo afán de alcanzar su espada para continuar su lucha.
Pudo escuchar a la distancia el griterío desesperado de los maleantes, a la par de varios objetos que eran tirados sin piedad al grado de originar mayor estruendo. Seguramente, los maleantes seguían aferrándose a la idea de encontrar algo de valor sin importar las llamas que los rodeaban. Sin embargo, Gato ignoró todo el desastre que los intrusos estaban ocasionando y se concentró en sus hijos. Su espada yacía a unos cuantos metros de su alcance, pero el dolor de su cuerpo y el cansancio de la lucha y de la explosión le impedían tomar el arma como era debido. No se sentía con la fuerza suficiente para enderezarse siquiera, mordiéndose con vigor los labios al verse desesperado de no poder alcanzar tan siquiera su arma.
—¡Vamos! —se estremeció cuando trató de obligarse a impulsarse, despavorido de que no fuera capaz de salvar a su familia—. ¡P-Por favor!
Cuando la debilidad lo agobió lentamente, Gato empezó a sentir que la tristeza lo invadía. Si no lograba levantarse, terminaría sepultado junto a sus seres queridos bajo los escombros de la cabaña. No quería que su familia terminara así, no cuando aún tenían un gran camino por delante. Pero sus extremidades le fallaban, palpitaban en reacción a la sobreexposición tanto a la pelea como a la explosión y se negaban a cooperar. Todo parecía perdido.
Hasta que Gato escuchó el silbido a la distancia.
Más que un silbido, se trataba de un réquiem temible e imponente. Gato llevaba años sin sentir su pelaje encresparse con el cántico de la muerte misma y oírlo resurgir de entre las llamas lo horrorizó a escalas descomunales. El palpitar de su corazón se aceleró cual galope ante la familiar sensación del miedo, su respiración se agitó ante la inminente llegada de la muerte y temió por lo peor. Pero no tuvo tiempo de procesar por completo las cosas, puesto a que, frente a él, emergió Death del humo producido por el incendio. El lobo blanco, la misma muerte, en carne y hueso, se cernía ante él.
En el pasado, Gato se habría asustado por temor al creer que Death se llevaría su última vida. Pero ahora, en esos momentos de crisis y después de pasar años valorando su novena vida, sólo podía temer por la vida de sus seres queridos. Qué más daba si ya era su hora de partir, había vivido lo suficiente como para disfrutar de los que más amaba. ¿Pero sus hijos, su amada y Perrito? ¿Quienes merecían vivir muchísimas más aventuras? No podía permitirle a Death que les arrebatara su vida, no sería capaz de vivir con la pérdida de todos ellos. Ya no sería capaz de seguir adelante. Así que, una vez que Death se detuvo frente a él, suplicó en desesperanza:
—E-Espera... por favor... —su voz se escuchaba frágil, aterrada y desesperada—. No te los lleves, te lo imploro... por favor...
Hizo un último esfuerzo por levantarse, por tratar de hacerle frente a Death para proteger a los suyos. Pero tan débil era su estado físico que no pudo siquiera sostenerse de sus brazos. No supo cuándo fue que había empezado a llorar, colmado del más puro miedo de perderlo todo, pero se afianzó de suplicar por piedad a Death.
—P-Puedes llevarme a mí, pero, por favor... deja a mi familia en paz...
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El fuego y el estruendo a su alrededor sólo lo intranquilizaron más, el cegador panorama de la situación lo inquietó a creces y la ausencia de seres vivos lo mantuvieron exaltado. Mas nada tuvo comparación alguna con la escena de Gato tratando de ponerse de pie, de verlo llorar en angustia por la seguridad de su familia, de verlo tan débil y tan herido a expuestas de la muerte. Death se sinceró consigo mismo al admitir que ver a Gato vivo lo alegró enormemente, después de llevar un largo tiempo sin vigilarlo por el dolor que le ocasionó no poder estar a su lado como pareja. Pero era consciente que la razón por la que se encontraba parado ante él era por la sencilla razón de llevarse su última vida. Esa era la causa de su presencia, sabía que era la hora de Gato de partir y, así mismo, del resto de su familia. Tal vez Kitty y los hijos de Gato tendrían la oportunidad de vivir otras ocho vidas más, pero Perrito y su amado felino sólo cargaban con una sola vida.
Tenía que seguir las reglas, tenía que ejecutar el oficio de siempre, tenía que hacer su labor como la muerte. Pero al ver las heridas de Gato, al oler su amargo miedo y verlo tan devastado por todo... lo mantuvo dubitativo. Y cuando a la distancia el bullicio de los malhechores escuchó, una ira formidable corrió por sus venas, un odio indescriptible dominó todos sus sentidos y su instinto más sádico se activó al instante. Pasó de largo la presencia de Gato —descolocando al felino por completo— y se sumió en las profundidades de la cabaña incinerada con la intención de alcanzar las voces.
Y rompió las reglas.
—¡Te dije que te dieras prisa, pedazo de desperdicio! —el líder malhechor comenzaba a perder los estribos, temiendo morir calcinado por las llamas desatadas por su explosión y sin la posibilidad de beneficiarse de su acto—. ¡Sigue buscando el oro que nos dijeron que tenían esta bola de criaturas inservibles y larguémonos de aquí!
—¡Eso hago, maldita sea! —protestó un bandido, hurgando entre los pocos muebles intactos de la explosión en búsqueda del oro solicitado—. ¡Pero tu maldita idea de hacernos volar en llamas a todos nos ha detenido mucho! ¡Perdimos a algunos de nuestros hombres, maldición!
—¡Quiero que cierres la maldita boca, que dejes de retarme con tu desagradable voz y sigas buscando! —ordenó encolerizado el líder, amenazando a su colega con una daga para presionarlo a seguir con su trabajo.
Pero la discusión murió al instante cuando los bandidos, a la distancia, advirtieron un siniestro silbido que aumentaba cada vez más de volumen. Por muy extraño que les pareciera, dicha melodía tétrica les caló hasta los huesos, los petrificó al santiamén y apagó el estruendo a su alrededor. Lo que segundos atrás parecía un escenario bien iluminado y nítido, se distorsionó hasta adquirir un escenario siniestro que los inquietó sin razón aparente. El réquiem se aproximó más, acrecentándose junto al miedo de los malhechores. Todos y cada uno de ellos dirigió su atención al mismo punto del lugar, donde tan sólo se observaba una capa de humo que obstruía el panorama del otro lado. Pero sabían a ciencia cierta que de ahí era emitido el canto y sabían que debían estar alertas ante algún ataque de proceder anónimo.
Y a merced de la incertidumbre, los maleantes contemplaron que, de la humareda, emergió un gran lobo blanco plateado silbando su solemne réquiem. Daba grandes zancadas, se inmutaba al acto de parpadear y sus ojos —empapados de sangre tórrida— los estremeció por completo. De su mirada, advirtieron una sensación terrible, una intuición que los alentaba a huir lejos del alcance de aquel lobo y de una premonición desagradable. Verlo caminar y observarlos de esa forma, ocasionó que los malhechores decidieran protegerse del intruso.
—¡Aléjate, demonio! —exigió uno de los bandidos, cuya voz tiritaba debido al miedo que lo invadió.
Alzó en alto una de sus pistolas y dio inicio al fuego, con la esperanza de que su serie constante de descargas fuera suficiente para frenar la marcha del lobo. Mas nunca esperó que, con una velocidad indescriptible, el enemigo extrajera de su capa negruzca un par de hoces que detuvieran sin dificultad alguna el impacto de las balas. No hubo risas burlescas en la sonrisa torcida del lobo, no detuvo su andar ante las balas que le disparaban y mucho menos apartó su mirada retorcida de la agrupación de bandidos. Una vez que el malhechor se quedó sin municiones, el feroz canino aprovechó su distracción para dejar caer sus hoces gemelas al suelo y las arrastró hasta originar una salpicadura de chispas. Relamió sus colmillos y los expuso en presencia de sus contrincantes.
No hubo aroma o sensación más grata que el miedo que comenzó a emanar de sus adversarios. Estaba listo para no tener misericordia y para desmembrar pieza por pieza a cada uno de esos miserables que hirieron de gravedad a Gato.
—¡M-Maldición! ¡Muérete de una maldita vez! —otro de los malhechores, incapaz de poder permanecer ni un segundo más en presencia de aquel demonio, desenvainó su espada y se abalanzó sobre el lobo.
Sin esperar ni por un santiamén que terminaría mutilado en dos partes por un movimiento raudo que ejecutó el lobo de un sólo zarpazo. Las vísceras del perecedero salieron volando por el poco espacio disponible, salpicando a los espectadores de sangre abrasadora y candente. Ante la caída del primer hombre, entre el resto se desencadenó un desconcierto absoluto. Y, sin dudarlo y conociendo que corrían con la misma suerte, sacaron sus armas de batalla y arremetieron contra el contrincante. Únicamente el líder mantuvo su distancia, acobardándose de la amenaza que aquel enigmático lobo les ofreció a cambio.
Nunca se sintió listo para la cruenta batalla que se desató a sus ojos: litros de sangre encarnada se desparramó por el suelo, miembros mutilados de sus hombres aterrizaron en diferentes zonas de la cabaña y pudo advertir en una que otra víscera que salió disparada por el aire. Death no sólo hizo uso de sus hoces gemelas para combatir a los maleantes, sino que también hizo uso de sus garras y colmillos para despedazar la carne exquisita de sus contendientes. Esquivó tajos de espadas, proyectiles y flechas, cercenó con astucia los brazos adversarios, gruñó al enemigo con la intención de intimidarlo y desgarró con garras y colmillos grandes porciones de carne sin importarle siquiera de quién se tratara. Masacró por igual, minimizando las súplicas que le imploraban esos hombres de actos inhumanos.
Death se sintió más desequilibrado de lo normal, más de lo que anteriormente pudo experimentar. No fue limpio ni mucho menos justo con ese grupo de hombres, sino que fue sádico en todo sentido de la palabra. Ni siquiera se le había cruzado por la cabeza comportarse de aquel modo cuando castigó a Gato por desaprovechar sus vidas. En este caso, estábamos hablando de un grupo de hombres que no sólo habían quebrantado la ley del respeto a una vida ajena, sino que habían tocado y lastimado a Gato en el acto. A su felino, a su mortal, a su amado, a su amor prohibido, a su razón de ser. Le habían tocado lo más preciado y eso era algo que no perdonaría en lo absoluto. Tan siquiera un poco.
El líder de los bandidos cayó de espaldas en consecuencia al shock que la escena le produjo. Se sintió aterrado, expuesto, indefenso e invadido por unas enormes náuseas que le hicieron un lío en el estómago. Debía darse prisa de encontrar el oro o, de lo contrario, terminaría masacrado por ese desalmado animal. Fue así que, haciendo de vista gorda a la matanza que se desataba a su alrededor, corrió en dirección a los últimos lugares en donde hallaría sin duda alguna el oro que le habían prometido. Husmeó entre agujeros, aberturas y perforaciones en busca de la riqueza que ansiaba poseer en sus manos; mas, sin embargo, seguía sin obtener los resultados esperados. Gruñó encolerizado y frustrado al no poder dar con el oro que ambicionaba con fervor, soltando blasfemias al seguir sin nada a cambio. No obstante, se vio obligado a cerrar la boca cuando el ruido de hostilidad a su alrededor se detuvo en seco. Acojonado por el sobrecogedor silencio, el líder guió su mirada hacia el único ser que se mantenía en pie: el lobo, teñido e impregnado de sangre incandescente, lo miraba con ojos al rojo vivo penetrando lo más profundo de su alma, infundiéndole un terror puro. A sus cercanías, se esparcían los restos y cuerpos desmembrados de sus hombres caídos, otorgándole al escenario el verdadero aspecto de una película de horror.
Para cuando el lobo comenzó a dar grandes zancadas en su dirección, el líder y único sobreviviente de los bandidos se apresuró a volver a sacar su daga del bolsillo de su pantalón y gritó a todo pulmón con la intención de encubrir su miedo:
—¡NO TE TENGO MIEDO!
Y con un grito de guerra, apretó con vigor la empuñadura de su daga y tomó velocidad para lanzarse sobre el lobo y, así, enterrarle sin descaro la cuchilla, proporcionándole apuñaladas continuas sobre el corazón hasta que perdiera sus fuerzas. Mas nunca se imaginó que sería detenido como si nada por las garras del lobo y sería retenido de la garganta. Death, sin molestia alguna, alzó al bandido por los aires y, saboreando el temor del hombre, le susurró en su oído:
—No eres digno rival para la imponente muerte, pecador.
Y Death, sin ser piadoso en lo absoluto, devoró de pies a cabeza al último hombre en pie. Degustó el sabor del terror, paladeó el dulzor de la carne y bebió del elixir del pecador. Se concedió un festín carmesí con la caza con la que se consagró y gozó de la sensación que se esparció por todo su cuerpo. Cómo amaba el sabor, el aroma y la sensación del miedo. Y esa noche había sido la mejor de sus cacerías y se regocijó con ella como si de un mortal se tratase y ese fuera su último aliento.
Sin embargo, poco a poco fue apagando su instinto bestial, restableciéndose completamente de su enajenación. Para cuando fue consciente de lo que había hecho, tan sólo un silencio abismal lo consumió. Vio el lío a su alrededor, el olor y el sabor metálico de la sangre se había adherido a su cuerpo y se asustó por segundos de sus actos sádicos. No le sorprendía del temor que la gente tenía hacia él, no cuando podía llegar a tales extremos por tan sólo un arrebato de ira. Nunca en su vida había sido tan desalmado como lo fue esa noche y el percibir el escurrimiento de la sangre de sus fauces le revolvió el estómago. Horrorizado por sus actos, Death hizo el esfuerzo por calmar sus nervios, recordándose a sí mismo el motivo por el que había actuado de aquel modo: Gato, lo habían herido y estaban más que dispuestos a asesinarlo sin importarles en lo absoluto el daño que le ocasionarían en consecuencia. Eso lo calmó, lo apartó del lamento que lo estaba invadiendo. Pero, al mismo tiempo, le recordó el estado tan frágil en el que se encontraba Gato.
Y viéndose invadido de nuevo por el terror, Death desvió su mirada extraviada con celeridad en dirección hacia sus espaldas, donde había dejado atrás a un delicado Gato consumido por el temor a perder a los suyos. Guardó en su capa sus hoces gemelas y caminó a grandes zancadas en dirección a su felino. No había reparado hasta ese instante en los escombros colmados de ceniza que cayeron a sus costados, dándole la advertencia de que, tarde o temprano, la cabaña sedería hasta dejarlos sepultados debajo de las abrasadoras llamas. Con la insinuación en mente, Death aceleró el paso hasta divisar a la distancia cada uno de los cuerpos desvanecidos de los miembros familiares de Gato, quienes parecían disminuir su respiración conforme los segundos avanzaban tormentosamente. Gato, por otro lado, era el que permanecía con una respiración habitual a pesar de su desmayo debido al dolor de sus extremidades. Death, al verlo en un estado tan quieto, sintió la necesidad de sostenerlo en sus brazos, abrazarlo y resguardarlo de toda amenaza que tratara de herirlo o matarlo. Pero no era justo que fuera egoísta con él, no cuando sabía de antemano que nunca sería correspondido, que Gato ya había hecho una vida y no cuando se estaba refiriendo a un amor imposible.
Y después de haber roto las reglas de su profesión, ¿quién le aseguraba que volvería a ver a Gato siquiera de nuevo? Si se lo llevaba con él, sería el mayor codicioso de la existencia misma y se negaba a ser como a un pecador perecedero. Y, sobre todo, se convenció a sí mismo de que Gato merecía algo mejor que un lobo que le infundió mucho terror. Death, simplemente, no merecía el amor de Gato... y aceptarlo fue más doloroso de lo que hubiera imaginado.
Luchando contra el pesar que dicha conclusión le provocó, Death se arrodilló ante los gatos y tomó en brazos a cada uno de ellos. Acomodó de igual modo al inofensivo Perrito y, finalmente, se esmeró en llevarse a Gato de la manera más apacible posible entre sus brazos. Le echó una rápida ojeada al felino atigrado para apreciar su belleza innata y, sonriendo con melancolía, apretó en un instinto protector a los felinos y al canino sobre su pecho —de una forma que no pudiera lastimarlos— y se precipitó a toda velocidad hacia la salida de la cabaña. El fuego adquirió mayor fuerza, los escombros se hicieron cada vez más continuos y, en cuanto menos se lo esperó, la cabaña se derrumbó...
Y sólo hubo oscuridad.
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Después de un lapso de tiempo indeterminado, Gato pudo sentir que sus pulmones asfixiados por el azufre tomaban grandes caladas de aire fresco. Cuando logró oxigenarse de nuevo, dejó salir una serie recia de tos seca que le rasgó la garganta. Cuando el aire llegó a sus pulmones, Gato se juró a sí mismo que su alma regresaba a él... o al menos la mayoría. Sí, estaba con vida y, por lo que pudo apreciar, se encontraba fuera de las garras del peligro. ¿Pero qué había sido de sus hijos? ¿Qué había sido de su amada Kitty? ¿Del adorable Perrito? Con el temor de que todos ellos ya no estuvieran a su lado, Gato se enderezó y giró su cabeza alarmado en búsqueda de sus seres queridos. Pero satisfactorio fue su alivio al verlos respirar con normalidad a un costado suyo, sanos y salvos de toda amenaza.
—¡Abel! ¡Felipe! ¡Ireneo! ¡Luna! —nombró a cada uno de sus hijos con un ligero temblor en su voz, aproximándose a gatas a los exhaustos cuerpos de sus hijos para acariciarlos con ternura—. Me alegra que estén bien...
Una vez que terminó de verificar el estado físico de sus hijos, elevó su mirada hasta ubicar a una desfallecida Kitty con un igualmente desfallecido Perrito respirando con normalidad, pese a las muecas de aflicción que surcaban sus rostros. Una vez con toda su familia a salvo, fue que Gato se detuvo a pensar en cómo fue que llegaron ahí. Extrañado, guió su atención a lo que alguna vez fue su hogar: tan sólo persistían escombros, cenizas y una nube de humareda en el entorno, lo que causó en Gato la extraña sensación de añoranza por haber perdido su hogar. Mas eso no respondía a su incógnita de cómo había logrado salir del incendio junto con toda su familia sana y salva.
Hasta que evocó el momento en donde Death se manifestó ante él, acompañado de su solemne réquiem que lo estremecía cada vez que lo escuchaba.
Abrió de par en par sus ojos y llevó su atención al lado opuesto de los restos de la cabaña... y lo vio de pie, mirándolo fijamente. Sin embargo, en la mirada de Death, Gato percibió algo diferente a lo que alguna vez recordó ver: la expresión y los orbes de Death parecían desbordar una especie de amargura pura. No distinguió sadismo u odio en su compostura, sino más bien una aflicción que hasta le provocó compasión. Advirtió en los párpados superiores caídos, en la mirada baja y en los ojos vidriosos del lobo, a la par que enlazaban sus miradas en una sola. Gato no pudo ignorar el dolor que esos ojos vidriosos le provocaron a su corazón, queriendo saber con desesperanza qué había sido capaz de entristecer a tal grado a la mismísima muerte cuando quedó prendado a la imagen del formidable e invencible lobo. Pero verlo tan derrumbado, le hizo ganarse una imagen más humana de Death que lo calmó de cierta forma.
Mas no permanecieron mucho tiempo así, puesto a que Death cerró sus ojos con fuerza con una expresión dolida y dio media vuelta hasta sumirse en el bosque lúgubre. A cada paso que dio el lobo, Gato no le quitó los ojos de encima. Y cuando Death desapareció de su panorama, Gato sintió con claridad que un nudo se le formaba en la garganta sin saber con exactitud el porqué de su formación. Advirtió, de igual modo, en el conjunto de lágrimas que se apilaron en sus ojos, prestadas a desbordarse por su peludo rostro en cualquier momento. Pero su sentimiento afligido se vio abstraído por una flor rojiza que se alzó del suelo, fulgurando una luz carmín que lo embelesó por completo: una flor del infierno, que emergió del suelo boscoso de manera antinatural. Y, después del surgimiento de esta flor, le siguieron otras más; las cuales, casi de forma sobrenatural, se expandieron hasta atestar la pradera de su esplendor hasta sumirse en los bosques, siguiendo el camino que Death había tomado para alejarse de la escena.
Gato nunca entendió la razón por la que dicho suceso sobrenatural se produjo ante la partida del lobo, mas fue consciente de que la danza singular de las flores trataba de darle un mensaje con una gran profundidad de por medio. Sin saber en lo absoluto que las flores del infierno eran una parte de Death, que encarnaban su tristeza eterna de no poder amar a un mortal.
Y se alzó el cántico de la derrota del lobo.
¡Yei, mi primer escrito Deathpuss!
Esta fue la primera idea para un one-shot que se me ocurrió para estos dos en cuanto salí de la sala de cine, después de verme el Gato con Botas: El último deseo. Tremenda joyita de película, esta y el shipp Deathpuss son mi nueva obsesión.
Lamento que lo primero que se me ocurrió de estos dos fuera un amor no correspondido, pero me gusta hacer sufrir a mis personajes favoritos. Por cierto, la flor del infierno tiene mucho peso en este one-shot. Y su simbología en China, Corea (sobre todo Corea), Nepal y Japón se relacionan a Death. Me gustaría que lo vieran por ustedes mismos, si no es una molestia.
Y con respecto a los hijos de Gato y Kitty, son libres de imaginarlos a su antojo. Son tres nenes y una niña.
Sin más, espero que les haya gustado el one-shot y espero podamos leernos pronto. ¡Adiós!
—𝓚𝓻𝓲𝓼𝓽𝓪𝓻𝓾🍷
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