𝟬𝟮. disfrutar como si fuera una buena fiesta

WELCOME TO THE COSTWOLDS!
HAVE A BEAUTIFUL EVENING
AND TRY NOT TO CAUSE A SCANDAL IN THE PROCESS

y   s i   n o s   d e s c u b r e n
a l   m e n o s
e s t a r e m o s   e n
l a   p r i m e r a   p á g i n a

 EN EL MARCO DEL FIN DE SEMANA, Eva no se encontraba convencida de trabajar. No solo porque su acuerdo con la universidad y Corinium no era aquel, sino porque solía trabajar tanto durante la semana que para cuando llegaba el sábado, no quería hacer nada más que dormir. Sin embargo, y teniendo de jefa a una neoyorquina adicta al trabajo como Cameron Cook estresada por un irlandés terco como Declan O'Hara, esa posibilidad se hizo añicos en un abrir y cerrar de ojos. Al menos le pagaría horas extras, o eso fue lo que dijo. No sería la primera vez que lo "olvidaran".

Con toda su fuerza de voluntad, Eva se levantó por la mañana para ir a trabajar cuando el cielo aún estaba gris. Se vistió más cómoda ese día, considerando que no habría mucha gente en el estudio, no le pareció mal llevar un simple vestido naranja con estampado de diferentes hojas y flores en colores rosas y amarillo. Y por supuesto, lo horripilantes stilettos negros.

En cuanto se miró al espejo, pensó que era un atuendo bastante bueno... Se dio cuenta que se veía ridícula. Con la presión del tiempo sobre sus hombros, rogó no encontrarse con nadie cuya opinión le importara, y partió al trabajo, casi perdiendo el autobús.

Apenas llegó, Cameron le gritó pidiendo cosas tras otra, y a las ocho de la mañana, Eva ya tenía una migraña.

Se tomó un antiácido mientras Cameron iba al baño y recordó su mantra para días como aquel:

— Amo mi trabajo, amo mi trabajo...

El set de Declan, aunque ya casi listo, no era del agrado de Eva. Aunque le encantaba el diseño de luces de neón, sentía que las plantas eran horribles; se notaban artificiales aunque no lo fueran, y cierta estética brutalista de las macetas no iba en contraposición al empapelado de la pared y los muebles art decó. El escritorio era muy grande y las sillas quizá no eran la mejor opción. Quizá porque aún tenía su diseño en mente o porque recordaba ver el set de Declan en la BBC, algo a Eva le causaba conflicto, y creyó, en síntesis, que no se sentía un reflejo fidedigno de la personalidad de nadie más que la de su jefa. Por supuesto, era solo una opinión personal y no le pagaban para dar opiniones.

De todas maneras, aún estaba parada al lado de Cameron y se comía las opiniones mientras los electricistas terminaban de enchufar las luces y armar todo lo que faltara. En un atisbo de imaginación, Eva pudo imaginar su propio diseño allí, quizá las luces de neón pero sólo en la publicidad televisiva; pediría un primer plano de Declan, una diván grande y cómodo, familiar, quizá donde algunos se atrevieran a sentar a su lado, con una mesita en frente, algo hogareño, como un buen bourbon ambar. El diván tapizado de cuero marrón, almohadones tejidos en tartán, y una mesita caoba con flores en el centro. Agregaría tal vez un control remoto, una fantasía para que pareciera que en realidad, era Declan quien estaba mirando a su público, y no al revés.

También Eva pudo fantasear consigo misma allí arriba, en el lugar de Cameron, tal vez con zapatos cómodos y un vestido más bonito que el llevaba puesto. Algo que no hubiera costado 2 libras con 40 centavos en la tienda de segunda mano.

No era una necesidad de poder, si no un confort que se daba a sí misma los días que estaba demasiado agotada para seguir. Que algún día ella sería quien estuviera en la cima.

— ¿No irán a la fiesta de Lord B?

Joyce se acercó a ellas con diversión, cargaba tantas carpetas en las manos como Eva. La mujer miró el vestido de Eva, pero no le dio demasiada importancia.

Cameron negó con la cabeza — Rechacé a Tony, no es mi tipo de público.

—¿Es la única razón? —

El cambio de tono en la voz de Joyce hizo que Eva tuviera que apretar los labios para evitar reír. Claro que sabía de los rumores, y claro que sabía que eran más que rumores. Por favor, llevaba siendo la sombra de Cameron desde hacía seis meses, atar cabos no había sido tan difícil como parecía.

Su jefa miró a Joyce ofendida. — ¿Qué otra razón habría?

Tanto ella como Joyce fingieron demencia, porque era mejor callarse la boca que meterse en problemas. Con suerte, Eva tendría un trabajo fijo para cuando acabara su pasantía y poco le iba a importar si su jefa se metía con su jefe casado o si ella seguía manteniendo su trabajo. Si Joyce podía hacerlo... pues ella también.

— Con toda sinceridad, señora Madden, yo creo que ni siquiera fui invitada a esa fiesta —comentó Eva para aliviar la tensión, volviendo al tema anterior, hablando en susurros.

— Haces el trabajo de todos aquí por meses y ni siquiera te invitan a la jodida fiesta, montón de idiotas.

La indignación de Joyce sólo causó diversión para Eva.

Eva no lo tomó tan mal. Estaba acostumbrada, nunca había sido esa chica a la que invitaban a las fiestas. Especialmente porque solía estar más excitada por los estudios que por el sexo casual y el alcohol. No le molestaba la música fuerte pero si el retumbe de los parlantes baratos. Y su capacidad de socializar, aunque amigable, era demasiado escueta. Tímida, quizá, como para llamar la atención. En un mundo ideal, Eva estaría siendo la estrella de la universidad con sus notas y su personalidad atronadora, con chicos a su alrededor, bebiendo sus cócteles favoritos y teniendo un genial piso con vista a la ciudad con grandes ventanas francesas; pero en este, estaba tan sumida en su trabajo que ni siquiera podía recordar cuándo fue la última vez que tomó un delicioso daiquiri de frutilla.

— Quiero su opinión — Cameron giró a mirar a ambas empleadas.

— No nos pagan para tener opciones.

La respuesta de Joyce y Eva fue automática e idéntica. Era obvio quién le había hecho la capacitación a Eva durante los primeros meses en la compañía.

Cameron alzó la ceja pero no dijo nada al respecto.

— Estuve de acuerdo con quitar el sofá, ¿pero por qué el escritorio? No presenta las noticias.

— Quizá quiera esconderse detrás —opinó la secretaría — No es porque no tenga buenas piernas. Se las vi.

A Eva fue inevitable soltar una carcajada. No es que ella no hubiera mirado tampoco, Declan no era la clase de hombre al que podías ignorar, y menos cuando todos en la oficina hablaban de él. Especialmente las mujeres... y Charles.

Sí, había algo atractivo en él. Caminaba con confianza, sus hombros anchos bien rectos en su espalda cuadrada, con una leve profundidad en la cintura; caminaba con el mentón en alto y siempre se veía seguro sobre lo que hacía. No parecía ser egoísta o vanidoso como otros hombres en el estudio (mmh, James Vereker, mmh), y de cierta manera, sí tenía buen gusto a la hora de vestir. (Y si, eso era importante en un mundo como ese). Declan O'Hara imponía.

— Steve, saca el escritorio del set un minuto—ordenó Cameron a uno de los hombres que estaba conectando las luces y demás.

— Declan lo pidió.

— Quiero verlo sin él.

— Solo que lo construimos para...

Cameron se hartó con rapidez — No te estoy diciendo que quemes la maldita cosa, solo quiero que los muevas para ver el set, ¿puedes, o no?

— Okey, no sueltes una cana al aire —murmuró creyendo que no lo escucharía.

Eva frunció el ceño. Aquello no estaba bien. Los otros dos hombres trabajando en el estudio se rieron junto a Steve del comentario.

Cameron apoyó las manos en sus caderas con evidente molestia, pero sonriendo con altanería y levantando aún más el mentón. Steve se sintió como un ser pequeño y Cameron no había dicho aún ninguna palabra.. En la experiencia de Eva, eso significaba problemas. Hacer una mueca fue invevitable, tonto Steve.

Eso es gracioso. ¿Sabes lo que no es gracioso? Buscar-otro-¡jodido trabajo!

Los tres hombres se pusieron enseguida a quitar el escritorio. Causando la satisfacción de Cameron. A Eva no le gustó cuando quitaron el escritorio. Sí, era un poco grande, pero sin él, se convertía en el set de charlas casuales en lugar de uno de entrevistas peligrosas con los invitados más explosivos. Pero de nuevo, dar su opinión no era su trabajo.

— Es mejor, ¿ven? Es mejor—Cameron casi sonaba como si tratara de convencerse a sí misma.

Soltó una risa de satisfacción personal antes de que todos volvieran al trabajo.

Pasaron las siguientes horas trabajando como locas. Bueno, ella en su mayoría. De vez en cuando prestaba atención al cartel neón que brillaba tal vez lo suficiente para distraerla. Eso no era bueno. Declan debía ser lo suficientemente llamativo para que la gente se concentrará en su cara en lugar de en su nombre, pero, ¡Vamos! No le resultaría para nada difícil.

— Oh, mierda—murmuró asustada de que algo estuviera mal cuando escuchó la maldición de su jefa. Cameron alzó una carpeta roja con esa mirada depredadora, quizá buscando un chivo expiatorio. — Olvidé darle esta carpeta a Tony. Sin su firma no podemos continuar, se necesita enviar esto para obtener el permiso de aire.

Eva estaba segura de que Cameron había ido días atrás para llevarle esa misma carpeta a Lord B; obviamente había vuelto con ella. No era coincidencia, pero ¿quién era para opinar?

— Llevaselo, ¿quieres?

Eva palideció — ¿Cómo...ahora? ¿A la fiesta?

— Tengo que quedarme aquí para corroborar que estos idiotas no lo arruinen. Confío en tí para entregarle esto, ¿Lo entiendes?

Eva, a pesar de su pánico, tomó la carpeta roja con fuerza. Es como si hubiera escuchado las palabras mágicas. Confió en tí. Rara vez las escuchaba, y la responsabilidad era un desafío que aceptaba con gusto. Era algo natural en ella: complacer a los demás. Siempre en esa búsqueda constante de aprobación.

Salió con la carpeta a toda velocidad apretada al pecho, latiendo como un segundo órgano. La compañía de taxis usual, envió un taxi pago para ella. El conductor ni siquiera la miró cuando subió, entretenido en el cigarro que estaba por fumar. Dio la dirección de la mansión de los Baddingham al taxista, quien la observó por el retrovisor con una ceja alzada pero no dijo nada. El auto tuvo que atravesar gran parte de Rutshire antes de llegar a la villa del campo.

Eva se despidió con amabilidad, pero el taxista arrancó de inmediato cuando ella apenas cerró la puerta.

Tosió ante el polvo que se levantó de la calle, y se arregló el vestido.

Observó el lugar, ciertamente deslumbrada. Aquella casa era mucho más grande de la que alguna vez tuvo. Podía intimidar a cualquiera con solo verla, pero para su propia sorpresa, aquel palacio no la intimidaba. Aliso con las palmas las falda de su vestido con un tic nervioso, antes de pasar por la puerta.

Recibió miradas de arriba a abajo desde el momento en que entró. Sabía que el vestido no era el indicado, pero en ese momento, estaba más concentrada en cumplir la petición de Cameron que en su vestimenta. Cuando llegó a la entrada del jardín, la música fue lo que la impactó primero. El camino de grava la llevó alrededor de la mansión y pasó por el Cartel que le daba la bienvenida a "La Cetrería". Busco al dueño de la casa por sí misma, al comprender que las miradas juiciosas de los invitados, sólo eran la punta de una situación que la avergonzaría. "Karma Chameleon" sonaba por el lugar, interpretado por una banda de música en vivo.

Al bajar por el camino con cuidado, reforzando sus pisadas en los pequeños escalones de troncos, recibió otro par de miradas. Nadie le dijo nada pero sentía como la juzgaban. De pronto, empezó a sentir su vestido más ajustado y sus zapatos cada vez más pequeños. Intentaba calmarse a sí misma, si tenía un ataque de nervios ahí, no solo que no tendría trabajo en Corinium, ni en ningún otro lugar de Rutshire.

Sacó de sí misma, algo que había mantenido oculto por casi demasiado tiempo: sus modales.

Ajustó sus pisadas, su postura y la forma en que su cabeza se mecía al mismo compás que su falda alrededor de la cadera. Ignoró aún más el dolor de los zapatos alrededor de sus dedos, porque empujándose más al extremo, era donde mejor agarre tendría. La confianza poco a poco comenzó a absorberla y se dirigió con presteza y una sonrisa suave hacia las escalinatas de mármol frente al jardín.

No miró a nadie, sólo se concentró en que su vista encontrara a su jefe, como si siempre hubiera sabido su posición. Encontró a Tony Baddingham en tiempo record, sin necesidad de rebajarse a preguntar o detenerse y mostrar su poco conocimiento en la casa. Debía simular. El vestido no era horrendo, era chic, era una nueva tendencia del país de origen de su familia. El cabello suelto y corto, era fresco, muy francés. ¿Su manicura desprolija? Al mayor estilo Vivianne Westwood y lo punk, lo último en modas en Londres. No estaba fuera de lugar, sólo era exótica. Si ella lo creía, todos lo harían.

Tony Baddingham fue alertado de la presencia de una joven acercándose, mientras hablaba con un hombre rubio y su esposa, Lady Monica. Eva sólo saludó a la mujer con una asentimiento de cabeza, antes de mirar directo a los ojos de un desprevenido Tony Baddingham. Aquello no era sencillo de lograr, por lo que comenzar con una ventaja, sólo haría la conversación más sencilla.

—Lord Baddingham—saludó con una sonrisa encantadora que guardaba para ocasiones donde se metía en problemas, o, como en ese momento, que necesitaba agradar a fuerza. —Me temo molestarlo, pero la Señorita Cook me ha mandado aquí por un menester—dijo como si la tarea fuera algo llevadera pero necesaria, un tono de voz diferente con el que usualmente se refería a sus jefes. —Necesitaría su firma en estos papeles.

El hombre sacudió la cabeza como si finalmente pareciera haberla reconocido, luego del vistazo inicial. Él miró hacia la mano extendida de Eva y tomó la carpeta rozando casi a propósito sus manos. Sonrió de costado como solía hacer.

— Oh, sí. Por supuesto, gracias, eh...

Eva evitó con todas sus fuerzas rodar los ojos, ponerlos en blanco, y disgustarse ante el sútil coqueteo que el hombre tenía con ella, frente a su maldita esposa. Se mordió la lengua antes de simplemente contestar: — Eva Domenicelli, Lord.

—Eva—repitió el hombre, casi intentando saborearlo. Ella sabía que en cuanto pudiera, Lord B lo olvidaría de nuevo. —Gracias. Te quedas para una copa, espero.

Él se rió con los demás, y pareció querer unirla a una conversación agradable para luego despacharla. Tomó una copa de la bandeja de una de las meseras, y se la entregó.

Eva miró el color ambarino y sospechó que era un champagne barato. No era dorado ni rosado ni perlado, era como un agua sucia. Como una orina con burbujas.

— Necesito devolverle la carpeta a la Señorita Cook— aclaró, incapaz de tomarse ese brebaje, que además estaba caliente.

La chica señaló la carpeta roja pero Lord B se la alejó.

— Ginger se la llevará cuando venga, irá de camino al estudio así que él puede hacerlo. Mientras tanto, disfruta de los Cotswolds, muñeca —remató con un guiño.

Eva quiso decir algo más, pero antes de que pudiera hacerlo, Lord B balbuceó algo parecido a un "con permiso". Lady Mónica se acercó más al hombre y siguieron hablando, alejándose, quedando Eva parada allí arriba donde todos podían verla.

Se quedó congelada en su sitio.

Estaba en una casa que no conocía, con personas que en realidad tampoco conocía. Con un vestido que no coincidía en la ocasión y esos jodidos zapatos que en cualquier momento la harían llorar del dolor. ¿Qué podía hacer? Exacto, emborracharse y fingir.

Bebió su copa con rapidez. Craso error, quiso escupirla de regreso a la copa. ¿Eso podía siquiera llamarse Champagne? Dejó la copa y suspiró, tratando de conseguir algo más para enjuagarse el mal sabor de la boca.

Eva siempre estaba en un constante acto. No verse refinada o verse refinada. Dos posibilidades. Dos caras de la moneda. Nunca podía simplemente hacer su vida sin pensar en lo que los demás veían en ella, en lo que podían asumir. En sitios tan pequeños como Rutshire, era un pasatiempo. No había nada más que hacer. En su memoria, Eva había tenido infinidad de maneras de lidiar con el pánico.

Se acercó a la mesa de comida más curiosa que otra cosa. A pesar de la extensa disposición nada parecía realmente apetecible. Probó una papa noisette, quizá lo único decente. Las demás personas se alejaban paradójicamente de la mesa. No porque la comida tuviera mala pinta, sino porque no querían comer. Era algo usual que veías de aquellos que no tenían un linaje tan gallardo. Eva aún no le daba explicación pero a veces, con cierta sangre de familia, se tenía un mejor metabolismo. Una verdadera persona rica, no tendría jamás problemas en comer, engordara o no. Porque, ¿Qué importaba? Sólo aquellos que vivían de su imagen, que no tenían nada más para ofrecer, se preocupaban tanto.

Prefirió mantenerse cerca de los arbustos. En un pasar, agarró de la charola de una mesera una mimosa. Le gustó, a pesar de que era el mismo agua sucia que llamaban Champagne. Era más jugo de naranja que otra cosa. Seguramente a propósito para evitar que los invitados se emborracharan. Eva lo preferiría con prosecco en cualquier otra ocasión.

— ¿Sabes? Si lo que intentas es esconderte, no lograrás mucho con un vestido naranja.

Eva se giró de inmediato cuando escuchó que le hablaban. Las palabras no habían sido en forma de burla, sino de compasión divertida. La chica que le había hablado, de cabello marrón rojizo y con una mueca de duda se acercó con un aura de amabilidad.

Llevaba un precioso vestido negro con algún que otro detalle azul en la falda.

Eva suspiró aliviada de volver a quitarse esa personalidad altanera que detestaba.

— ¿En serio es tan obvio?

— No si en realidad no te estás escondiéndote también— soltó la chica divertida antes de extender su mano. No parecía ser mayor que ella, en realidad. — Soy Taggie —se presentó.

Ella aceptó su mano enseguida — Eva —le dijo con una sonrisa.

Estaba presentándose demasiadas veces ese día.

Ambas chicas se quedaron charlando un rato más. Resultaba que Taggie tampoco se estaba sintiendo muy cómoda; le comentó que la única persona medianamente amable era Lizzie Vereker, su vecina. Eva asintió a su conversación, conocía a la mujer de vista, y no entendía que le había visto a su esposo. También le dijo que Lady Mónica fue muy amable, ante cualquier pensamiento previo que hubiera tenido, porque Taggie no esperaba que una mujer de alta cuna y familia noble, fuera tan abierta a brindar confort. Eso hizo reír a Eva. Sí, Lady Mónica quizá era demasiado dulce para ese mundo... o muy bien educada para ser la anfitriona ideal.

Eso fue hasta que Eva llegó. Más allá de Lizzie, Lady Mónica y Eva, Taggie no había compartido más palabras con nadie más que su madre, quien había desaparecido de un momento a otro. Era obvio que en la fiesta no había nadie de su edad, ni remotamente parecido a ella. Eva la compadeció. Si a ella le había costado estar siquiera cinco minutos, no se imaginaba las tres horas que Taggie decía haber sufrido.

La muchacha era ciertamente carismática, graciosa incluso. Y muy bonita. Dos cualidades que no eran muy normales en un lugar como Rutshire, al menos no en la misma persona. Empero, por alguna razón, Taggie lucía sumamente familiar para Eva. Como si la hubiera visto antes pero no podía recordar dónde. Quiso preguntarle, pero apenas se conocían, y la verdad le parecía algo descarado.

Fue cuando se resolvió.

— Tag, ¿has visto a tu madre?

La voz le puso la piel de gallina y le generó un leve temblor en la espina dorsal. Notó como sus oídos se taparon unos segundos por el abrupto pálpito de sangre que el corazón bombeó. Supuso que su reacción era entendible. La última vez que había hablado con Declan O'Hara este había cerrado la puerta de su oficina de un portazo luego de que ella diera el golpe final para acabar con su idea de entrevistar a Jackie Kennedy.

Apretó los labios en una mueca de incomodidad, pero tal vez era mejor ayudar que quedarse mirando. Miró los bonitos setos y el césped bien cuidado como quien fuera experto en la materia. Eva sólo miraba Cuatro hombres agrícolas cuando estaba jodidamente aburrida.

— Tal vez se perdió en los laberintos —comentó de forma impulsiva, no queriendo hacer caso a la conversación semiprivada que ambos estaban teniendo. Aquello hizo que padre e hija la miraran. — Todas estas casas tienen un diseño similar. Casa principal, jardín trasero, piscina... laberinto— empezó a explicar antes de notar la mirada fija de Declan en ella, no sabía si estaba sorprendido de su presencia o algo más. Tragó saliva nerviosa pero no apartó la mirada—. Creo,—soltó eso en un tono quizá demasiado bajo, bebiendo un poco más de su mimosa. Pestaño con rapidez dándose cuenta de su estupidez. — Puedo ayudar a buscarla si quieren.

Lo que fuera para escapar de la situación. Dios, ni el coqueteo sútil de Lord B, la había preparado para aquello.

— No es necesario que... — Taggie empezó a hablar, dudosa.

Pero la respuesta automática de Declan fue suficiente. Bueno, lo suficientemente balbuceante para hacer que se derrita.

— Claro que sí. Cómo lo prefieras.

Sonrió y Eva tragó saliva; no le pagaban lo suficiente.

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