xli. a story to tell
No me he leído el libro de la maldición del Titán, el cual es donde aparecen los hermanos Di Angelo, por lo que me guiaré de como lo cuenta Google, el resto es mi imaginación. Disculpa. Para aclarar, en esta historia. Diana apenas tenía 16 años.
Sally, la madre de Percy, nos recogió a Thalia, Annabeth y a mí para llevarnos a Westover Hall —internado militar—, incluso nos inscribió allí. Ya que Grover nos pidió ayuda.
Thalia limpió los cristales empañados del coche y escudriñó el panorama con los ojos entornados.
—¡Uf! Esto promete ser divertido.
Westover me daba escalofríos, parecía un castillo maldito sacado de película: todo estaba hecho de piedra negra, con torres y troneras y unas puertas de maderas impotentes. Se alzaba sobre un risco nevado, dominando por un lado un gran bosque helado y, por el otro, el océano gris y rugiente.
Una vez que bajamos del coche y de que Percy pasara vergüenza por su madre. Las puertas del siniestro lugar abrieron causando unos chirridos y entramos al vestíbulo entre un remolino de nieve.
—Uau. —suelta Percy
Aquello era inmenso. En los muros se alineaban estandartes y colecciones de armas, con tarbucos, hachas y demás. Sabíamos que Westover era una escuela Militar, pero de pasaban con la decoración.
—Ni la cabaña de Ares son así. —murmuro.
Noté como Percy llevaba su mano al bolsillo donde siempre aseguraba a contracorriente, Thalia comenzó acariciar su pulsera de plata. Yo, me puse a jugar con mi pulsera de plata con forma de serpiente, por más que poseía varias armas mi preferida era el látigo, obsequio de Hades cuando nací. Los tres sabíamos lo que se aproximaba, peligro.
—Me pregunto dónde... —comenzó Annabeth. Las puertas se cerraron de golpe.
—Bueeeno —murmura Percy —. Creo que nos quedaremos un rato.
Escondimos nuestras bolsas detrás de una columna y empezamos a cruzar la estancia. No habíamos llegado muy lejos cuando oímos pasos en el piso de piedra. Al voltearnos vemos un hombre y una mujer surgir entre las sombras.
Los dos llevaban el pelo gris muy corto y uniformes negros de estilo militar con ribetes rojos. La mujer tenía un ralo bigote, mientras que el tipo iba perfectamente rasurado, lo cual resultaba algo anómalo. Avanzaban muy rígidos, como si se hubiesen tragado el palo de una escoba.
—¿Y bien? —comenzó la mujer —. ¿Qué hacen aquí?
—Pues... —caí en cuenta de que Percy no tenía algo previsto. Ruedo los ojos para hablar yo.
—Mire, señora, solo estábamos...
—¡Ja! —soltó el hombre —. ¡No se admiten visitantes en el baile! ¡Seréis expulsados!
Al parecer el hombre era francés, porque en realidad había dicho: «Seguéis» o algo así.
Era un tipo muy alto y de aspecto duro. Se le ensanchaban los orificios de la nariz cuando hablaba, lo que hacía difícil apartar la vista de allí. Y tenía los ojos de dos colores: uno castaño y el otro azul, como un gato callejero.
Supuse que nos iba a arrojar a la nieve sin contemplaciones, pero entonces Thalia dio un paso al frente. Chasqueó los dedos una sola vez y le salió un sonido agudo y muy alto. A lo mejor fue cosa de mi imaginación, pero incluso sentí una ráfaga de viento que salía de su mano y cruzaba el vestíbulo, haciendo ondear los estandartes de la pared. Era la niebla, nos lo había enseñado Quirón.
—Es que nosotros no somos visitantes, señor —dijo—. Nosotros estudiamos aquí. Acuérdese. Yo soy Thalia, y ellos, Annabeth, Diana y Percy. Cursamos octavo.
El profesor entornó sus ojos bicolores. Yo no sabía pretendía Thalia. Ahora seguramente nos castigaría por mentir y nos echaría a patadas. Pero el hombre parecía indeciso. Miró a su colega. —Señorita Latiza, ¿conoce usted a estos alumnos?
Pese al peligro que corríamos, me mordí la lengua para no reírme. ¿Una profesora llamada Latiza? El tipo tenía que estar de broma. La mujer pestañeó, como si acabara de despertar de un trance.
—Sí... creo que sí, señor —dijo arrugando el ceño—. Diana. Annabeth. Thalia. Percy. ¿Cómo es que no estáis en el gimnasio?
Antes de que pudiésemos responder, oí más pasos y apareció Grover jadeando, nos libró de Latiza y el doctor Espino. Nos arrastró al GIM. Incluso alguien disléxico podía leerlo.
—¡Por los pelos! —dijo—¡Gracias a los dioses llegaron!
Las chicas y yo lo abrazamos mientras que Percy y este chocaron los cinco.
—Bueno, ¿y qué era esa cosa tan urgente? —le pregunto. Grover respiró hondo.
—He encontrado a dos.
—¿Dos mestizos? —pregunta Thalia sorprendida—. ¿Aquí?
Grover asintió.
Ya era muy raro encontrar a un mestizo. Quirón obligó a los sátiros a tener horas extras. mandándolos por todo el país a hacer batidas en las escuelas —desde cuarto curso hasta secundaria_ en busca de posibles reclutas. Corrían tiempos difíciles, por no decir desesperados. Estábamos perdiendo campistas y necesitábamos a todos los nuevos guerreros que pudiésemos encontrar. El problema era que tampoco había por ahí tantos semidioses sueltos.
—Dos hermanos: un chico y una chica —aclaró—. De diez y doce años. Desconozco su ascendencia, pero son muy fuertes. Además, se nos acaba el tiempo. Necesito ayuda.
—¿Hay monstruos? —le pregunté.
—Uno —dijo Grover, nervioso—. Y creo que ya sospecha algo. Aún no está seguro de que sean mestizos, pero hoy es el último día del trimestre y no los dejará salir del campus sin averiguarlo. ¡Quizá sea nuestra última oportunidad! Cada vez que trato de acercarme a ellos, él se pone en medio, cerrándome el paso. ¡Ya no sé qué hacer!
Grover nos miró a mí y a Thalia, ansioso. Creo que Percy se ofendió, pues Él recurría a este normalmente, pero Thalia y yo éramos más veterana y eso le daba ciertas prerrogativas. No sólo por ser hija de Zeus y Hades, sino también porque tenemos más experiencia que nadie a la hora de combatir con monstruos.
—Muy bien —dijo ella—. ¿Esos presuntos mestizos están en el baile?
Grover asintió.
—Muy bien a bailar. —dije—. ¿Quién es el monstruo?
—Oh. —respondió Grover inquieto, mirando alrededor —. Acaban de conocerlo es el subdirector: el doctor Espino.
╰──ིੑ🍃
—Allí están —dice Grover señalando con su barbilla a dos jóvenes que discutían en las gradas —. Bianca y Nico di Angelo.
La chica llevaba una gorra verde tan holgada que parecía querer taparse la cara. El chico era obviamente su hermano. Ambos tenían el pelo oscuro y sedoso y una tez olivácea, y gesticulaban aparatosamente al hablar. Él barajaba unos cromos; ella parecía regañarlo por algún motivo, pero no paraba de mirar alrededor con inquietud. Trataba de ver sus marcas de Dioses, para saber quién era su progenitor, pero algo me lo impedía.
—¿Ellos ya...? O sea, ¿se lo has dicho? —preguntó Annabeth.
Grover negó con la cabeza.
—Ya sabes lo que sucede. Correrían más peligro. En cuanto sepan quiénes son, su olor se volvería más fuerte.
Grover miró a Percy y este asintió.
—Vamos por ellos y saquémoslo de aquí. —dice el hijo de Poseidon.
Este se echó a andar, pero Thalia lo detiene con su mano en el hombro de este. El subdirector, el doctor Espino, acababa de deslizarse por una puerta aledaña a las gradas y se había plantado muy cerca de los hermanos Di Angelo. Movía su cabeza hacia nosotros y su ojo
azul parecía resplandecer.
Deduje por su expresión que Espino, a fin de cuentas, no se había dejado engañar por el truco de la Niebla. Debía de sospechar quiénes éramos. Ahora estaba aguardando para ver cuál era el motivo de nuestra presencia allí.
—No los miren—ordenó Thalia—. Hemos de esperar una ocasión propicia para llevárnoslos. Entretanto hemos de fingir que no tenemos ningún interés en ellos. Hay que despistarlo.
—¿Cómo?
—Somos cuatro poderosos mestizos. Nuestra presencia debe de haberlo confundido. Hay que mezclarnos con el resto de la gente, actúen con naturalidad y bailen un poco. Pero sin perder de vista a los chicos.
—¿Bailar? —preguntó Annabeth.
Thalia asintió; ladeó la cabeza, como identificando la música, y enseguida hizo una mueca de asco.
—¡Ag! ¿Quién ha elegido a Jesse McCartney?
Grover pareció ofendido.
—Yo.
—Por todos los dioses, Grover. ¡Es malísimo! ¿No podías poner Green Day o algo así?
—¿Green qué?
—No importa. Vamos a bailar.
—¡Pero si yo no sé bailar!
—¡Dioses! —digo—. Ofendes a mi sangre latina. Venga, yo le enseño.
Grover soltó un gañido y lo arrastré hacia la pista de baile.
╰──ིੑ🍃
Los hermanos Di angelo se habían movido de la grada y ninguno se había dado cuenta, salvo Annabeth quién fue la que se dio cuenta. Oh, y de paso, tampoco encontramos a Percy en ningún lado.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top