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CAPÍTULO
CERO

PRÓLOGO❞

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      EL SOL COMENZABA A SALIR DE LAS LEJANAS montañas como se acostumbraba. Pronto era un nuevo día y las personas comenzaban a levantarse haciendo sus rutinas matutinas.

El día parecía prometer una cálida mañana, sin llovizna o un cielo nublado... era simplemente un día soleado con el leve viento soplando con suavidad moviendo a las inmensas nubes blancas.

Todos hacían sus tareas sin problemas algunos. Algunos shinobis realizaban misiones de cualquier rango. Pequeños jugando con otros niños a la vista de sus padres. Todo parecía estar tranquilo.

El viento sopló las hojas que caían al suelo hasta que una de ellas golpeó el vidrio de aquella casa dentro de unos de los clanes que formaban parte de Konoha. Dentro de las cuatro paredes se encontraba una mujer que no pasaba de sus veinticuatro años. Lo que la hacía resaltar era un abultado vientre de siete meses de embarazo.

Normalmente, con esas semanas de embarazo debería estar reposando en una cama al estar a casi dos meses de dar a luz, pero aquella mujer era conocida por su fuerte carácter y su mal temperamento sale a relucir cuando su esposo le reprochaba lo cierto.

Sin darle mucha importancia al pequeño dolor que se presentaba en ella, salió de su casa decidida a comprar algunas cosas que necesitaba para preparar la comida. La mujer azabache era muy orgullosa para aceptar ayuda innecesaria, no le gustaba que la tacharan de inválida cuando solo estaba embarazada. Podía hacer una pequeña compra de no más de veinte minutos.

A unos pocos pasos de llegar a su destino el dolor que hacía de lado se intensificó obligando a la madre primeriza apoyarse en la pared mientras deslizaba su otra mano hasta la parte baja de su vientre. Cerró sus ojos al sentir su cuerpo cansado y dolorido. No era experta en la medicina, pero sabía que lo que sentía no era porque su bebé iba a nacer.

Era algo peor.

Las personas a su alrededor estaban ajenos a la joven agonizante que parecía que no iba a soportar mucho tiempo más. Nadie le prestaba atención a excepción de un pequeño de no más de cinco años que caminaba junto a su padres en dirección a su puesto de comida favorita; los dangos.

Al ver cómo la joven sostenía su abultado vientre haciendo una mueca de dolor alertó a sus padres quienes se acercaron cuando notaron que era una conocida de ellos.

──Yoshino. ─llamó la mujer acercándose a la joven apoyando su mano en la parte baja de la espalda. ──. ¿Puedes caminar? Debemos llegar al hospital.

La Nara tardó un poco en responder, pues el dolor se lo impedía.

──N-no puedo caminar. ─abrió sus ojos mirando a la azabache.

Una mirada a su esposo y éste comprendió lo que su amada le pedía. Después de pocos segundos, el hombre cargó a la mujer con cuidado para dirigirse de inmediato al hospital.

──Ven Itachi, no te apartes de mí. ─su madre le tomó su mano para caminar detrás de su esposo.

──¿Va a estar bien la señora, madre? ─preguntó mirando el perfil de su madre.

──Eso lo veremos, cariño. ─le dio una pequeña sonrisa.

──¿Y qué hay de su bebé? ─cuestiono preocupado, aún no había nacido y temía que no pudiera nacer y conocer las pocas maravillas de vivir.

Mikoto solo pudo mirar a su hijo brindando un leve apretón de manos para tranquilizarlo. No podía decirle que el bebé estaría bien, no era una profesional para hacerlo.

Una vez que la joven llegó al hospital la atendieron de inmediato haciendo todos los estudios posibles. Al principio creía que el bebé estaba por nacer, pero no era la realidad.

La cruda realidad era peor.

Aquella madre primeriza estaba enferma gravemente y su bebé corría el mismo peligro. Ambos iban a morir. Una noticia desgarradora para el esposo de la mujer que en su cabeza intentaba buscar alguna manera para que su esposa e hijo vivieran sin que una muriera.

──No lo pienses tanto. ─la suave voz de su esposa lo hizo salir de sus pensamientos.

Levantó su cabeza mirando los ojos cansados de su mujer. Una ojeras ya se podían notar debajo de sus grandes ojos negros que tanto amaba. Su piel estaba más pálida y una fina capa de sudor la cobijaba.

──No lo hago. ─negó con su cabeza manteniendo una expresión serena cuando por dentro se derrumbaba.

──Te conozco. ─una ligera sonrisa surco su rostro. ──. Estás pensando una forma para ver si ambos podemos salir vivos.

El Nara soltó una suave risa cerrando sus ojos por unos segundos. No podía mentirle a su esposa aunque quisiera.

──Me conoces tan bien. ─la miró a sus ojos tomando su mano con firmeza, le dolía verla tan vulnerable.

──Shikaku, si uno de los dos puede salvarse... prometeme que será nuestro bebé. ─pidió apretando su mano mirando con súplica a su esposo.

Lo único que quería era dejar al hombre solo lo que resta de su vida.

El Nara se tragó su llanto y con firmeza miró a su mujer tendida en la cama.

──Lo haré.

La desesperación cada vez lo carcomía cuando los días pasaban y su esposa e hijo perdían la vida. Los doctores se la pasaban buscándolo alguna manera para salvar aunque sea a uno de ellos, pero si la misma Tsunade, la Princesa Babosa no encontraba una solución, nadie más podía hacerlo.

Un pesado suspiró salió de los labios de aquel hombre que cada segundo iba perdiendo a su familia sin poder evitarlo. Se dejó caer al suelo hasta quedar en la raíz de aquel árbol. Recargó su cabeza contra el tronco observando el cielo nocturno donde la luna y las estrellas resplandecían.

Necesitaba tomar un respiró y qué mejor lugar que en el bosque de su clan. Rodeado de ciervos y venados que poco a poco se acercaban a él al verlo tan afligido y derrotado. No era muy común ver su rostro con otra expresión que no fuera de pereza.

Los animales del bosque se miraban entre sí sin saber que hacer para ayudar al hombre. Hasta que de entre lo profundo del bosque salía el venado más viejo de todo el bosque, se podía ver a simple vista que era el más respetado al ver como los demás daban un paso atrás cuando él avanzaba.

Se detuvo una vez que llegó al frente del Nara, quien regresó su mirada encontrando al venado de más de cien años ─muy viejo para un venado cualquiera─. Se sorprendió cuando el animal dio media vuelta y con su cabeza le daba una seña para que lo siguiera.

Sin dudar, se levantó para ir detrás suyo. Era bien sabido entre su clan que los venados del bosque no eran unos simples venados, estos protegían el bosque junto a sus secretos que abundaban por los árboles y vivían más años que uno cualquiera. El venado se adentra por el oscuro bosque donde las hojas impedían el paso de la luz de la luna, solo se guiaba por el sonido de sus pisadas.

Hasta que una luz azul se hacía presente cada vez que daba un paso y se adentraba al corazón del bosque donde se encontró con una flor. Sorpresa pura en su rostro se mostró cuando se dio cuenta que aquella flor no era cualquiera.

La flor shedon era conocida como la madre de las técnicas que su clan se especializaba. Según la leyenda del clan Nara, la flor fue consumida por una mujer embarazada y cuando su hija nación podía controlar la sombra a su justo. De ahí, su descendencia poco a poco logró la creación de la manipulación de la sombra, no tan fuerte como aquella mujer.

Se pasó de generación en generación hasta lograr los jutsu's.

Se decía que cada milenio una flor crecía solo cuando estaba por nacer un Nara digno de poseer su poder. Un poder aún desconocido para el Clan. No se conocían todas las habilidades que la flor traía consigo.

El hombre sonreía al saber que eso iba a salvar a su esposa e hijo. Con el permiso del venado tomó la flor de raíz yendo a su casa. En cuanto tuvo las cosas necesarias corrió directo al hospital comentando el antídoto para salvar a su familia con aquella mujer de cabello rubio.

──¿Estás seguro de que funcionara? ─cuestiono la mujer observando la pequeña maceta donde se encontraba la flor azul brillante.

──Se ha intentado de todo Lady Tsunade, y nada funcionó. ¿Qué más puedo perder sí no funciona?

La mujer cruzó sus brazos analizando las probabilidades de que funcione. El clan Nara tenía secretos sobre sus técnicas que nunca compartían y le sorprendía un poco que el hombre le hablará sobre la flor. Pero sí era capaz de salvar a la joven y su hijo no lo iba a rechazar. Después de todo, no se le ocurría nada para salvar la vida de ambos.

──Bien, si no hay otro modo. ─accedió a la petición del hombre.

Con eso, se calentó agua en un huenco y al colocar la flor azul está brillo y poco a poco se fue desvaneciendo dejando un leve color azul que pronto se convirtió en un color negro. Le dio de beber todo el contenido a su esposa esperando que funcionara.

Solo quedaba esperar.

Para sorpresa de todos y el alivio del Nara, la mujer mejoró y su bebé también. Su embarazo continuó con normalidad hasta que llegó el día que una pequeña niña de cabello azabache y con ojos grandes color miel naciera.

Era una bebé muy sana y querida.

Después de todo el dolor y miedo, por fin descansaba mientras sostenía en sus brazos a su primogénito. Los llantos se desvanecieron cuando la bebé sintió el calor que su padre le brindaba.

──¿Ya tienes un nombre pensado, cariño? ─preguntó la madre al ver a su esposo con su pequeña en brazos.

──Saiko. ─habló mirando los ojos miel que había heredado de su padre. ──. Nara Saiko.

──Saiko. ─murmuró la mujer. ──. Es un lindo nombre.

──Mi pequeña Saiko.

Pequeñas risas se escucharon cuando el hombre acarició sus regordetas mejillas.











































      LAS PEQUEÑAS RISAS RESONABAN POR EL inmenso bosque. Los animales miraban enternecidos a una pequeña niña de casi dos años correr detrás de un pequeño ciervo. No era la primera vez que Saiko jugaba en el bosque de su clan con los pequeños ciervos mientras los más grandes miraban la escena.

Pronto, los pies de la pequeña dejaron de tocar la tierra para dejar ver el vacío debajo suyo mientras un par de manos la tomaban de sus costados.

──Conque aquí estás, ¿eh? ─la voz de su padre la hizo levantar su mirada.

──¡Otosan! ─sonrió al ver a su progenitor.

──Veo que has estado jugando. ─miró de reojo a los ciervos. ──. Pero me temo que tenemos que ir con tu madre.

──¿Le pasa algo a mamá? ─ladeó su cabeza mientras su padre caminaba.

──¿Olvidas que tu hermano o hermana nacerá hoy?

──¡Es cierto! ─soltó una pequeña risa cuando su madre le contaba sobre que iba a ser hermana mayor.

Entre platicas y un poco de impaciencia por parte de Saiko, llegaron al hospital. La Nara se quedó en la puerta cuando escuchó los lloriqueos que producía el bebé que se encontraba en los brazos de su madre.

──Acércate, Saiko. ─su madre la miró de reojo. ──. Ven a conocer a tu pequeño hermano.

──¿Hermano? ─cuestionó mientras se acercaba mirando al pequeño que no dejaba de llorar. ──. Es muy pequeño... y feo. ─pellizco su mejilla y en cuanto hizo eso, su hermano dejó de llorar.

Sus padres soltaron una leve risa ante sus comentarios.

──Así eras tú cuando naciste, no te quejes. ─le acusó su madre.

Retiró su mano causando que el pequeño abriera sus ojos dejando ver un color más fuerte que el suyo, con una diferencia de que sus ojos eran pequeños.

──Parece que le caíste bien.

Saiko miró atenta como su padre lo cargaba con tanto amor y delicadeza. Por un leve instante recordó los momentos que pasaba con él. Se sentía feliz de tener un hermano.

──Saiko, dale la bienvenida a tu hermano... Nara Shikamaru.

Saiko se acercó hasta quedar frente a su hermano. Era tan pequeño y frágil que tenía miedo a que se lastimara.

──Bienvenido al mundo, ototo.

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