O35. hope it's nice where you are
capítulo treinta y cinco !
❪ y todavía tengo nuestros viejos amigos solo para preguntarles cómo estás
espero que estés bien, donde sea que estés ❫
5 DE OCTUBRE, 2022
📍MANCHESTER, INGLATERRA
Omnisciente
AQUEL DEPARTAMENTO que estaba apenas iluminado por los rayos del sol se encontraba adornado por las botellas vacías de hace varios días seguidos. El olor a alcohol estaba totalmente impregnado, no corría ni una brisa debido a que las persianas blancas cubrían los grandes ventanales, impiendole el paso a la luz solar y cualquier brisita refrescante de aire, sumándole el hecho del desagradable olor que emanaba la mesa principal, donde allí yacían manchas pegajosas de restos de fernet.
Enzo no se consideraba alguien fino, pocas cosas le provocaban asco, mucho más sabiendo todas las borracheras que había compartido con Julián y sus compañeros cuando jugaban en River. Pero, aquel departamento inmundo hundido esa depresión terrible era de las casi inexistentes cosas que le causaban escalofríos.
Valentina buscó su mirada, indicándole con una mueca preocupante que Julián no estaba en ese desastre que tenía que sala. Ambos suspiraron con pena, para después dirigirse al pasillo donde los guiaba a la habitación de Julián.
Habitación que compartía con Camila.
Se preocuparon peor, no había absolutamente nadie en esa habitación. Fernández se adentró y se le hizo un hueco en el estómago al ver que ninguna cosa que le pertenecía a Camila estaba ahí. Como si ella nunca hubiera pisado esa casa. La cama estaba desarreglada de ambos lados, la pareja supuso que Julián no había vuelto a entrar a esa habitación desde que Camila se había ido.
Un pequeño gruñido los hizo sobresaltar, proveniente de la habitación de al lado, probablemente una para huéspedes. Ambos no tardaron en abrir la puerta y entrar ahí, y, así como lo imaginaron, ahí estaba Julián. Plácidamente dormido, abrazado a una almohada.
Valu se acercó a la cama de una plaza, dando toquecitos en su hombro con delicadeza para que se despertara, y susurrando su nombre despacio para que no se asustara. Le causó pena ver como la almohada en la que Julián reposaba su cabeza tenía una gran mancha húmeda, como si hubiera estado llorando toda la noche.
Como si lo hubiera hecho no, eso fue exactamente lo que hizo. Es lo único que hacía cada noche.
―Juli... ―volvió a decir Valentina, palmeando un poco su espalda con voz pacífica.
A Enzo no le costó mucho pudrirse de la dulzura y compasión. Dando pasos fuertes a propósito, atravesó la habitación para abrir la persiana con brusquedad, provocando que el sol irradiante (raro en Manchester) le pegue justo en la cara. Julián abrió los ojos de a poquito con confusión, y se sobresaltó a más no poder cuando Enzo le arrebató la almohada bajo su cabeza de un tirón.
―Levántate, cagón.
Enzo y Valentina abandonaron la habitación para esperarlo adentro y de paso limpiar un poco el chiquero de la sala. Julián se incorporó de la cama un poco más despabilado, se sentía débil y su cabeza le daba mil vueltas sin parar, pero tuvo que hacer aquel esfuerzo para levantarse porque lo último que requería en ese momento era tener que bancarse a Enzo enojado.
―¡Pero vos sos un hijo de puta, mira esto, estás en la miseria! ―gritaba Enzo desde la cocina, mientras hacía oídos sordos a Valu, quien le ordenaba que se callara un poco―. ¡Al pedo ganas tanta guita si vivis en un basural, garca!
―¿Podes cortarla con el griterío? ―le pidió Julián desganado, llegando a la cocina con la peor de las ondas.
La pareja lo miraron con pena, intentando disimularlo, pero Julián pudo darse cuenta. Sus ojos estaban rojos de la falta de sueño, la resaca y de tanto llorar, y ni hablar de la tristeza remarcable en su rostro que, alguna vez, solo expresaba felicidad.
Se tapó la boca intentando detener las náuseas, lo que lo obligó a respirar con más calma para no terminar vomitando ahí en el piso. Como si no hubiera suficiente mugre.
―Araña, mírate como estás. ―dijo Enzo con pesadez, Julián puso los ojos en blanco con fastidio, mientras recargaba su cuerpo contra la mesada―. Nunca te vi tan mal...
―No es sano, Julián. ―intervino Valu, con una mirada triste.
Julián no respondió y solo se dirigió al baño. Estaba harto de siempre escuchar lo mismo. Hace una semana que su familia le daba la misma conversación, pero los consejos le entraban por un oído y le salían por el otro. No quería ni iba a escuchar a nadie más.
Cerró la puerta con brusquedad una vez llegó al baño. Se sentía como siempre; para el orto. El estómago le comenzó a dar vueltas por lo que tuvo que vómitar para sentirse mejor, técnica que venía empleando hace varios días.
Cuando por fin sintió que se había deshecho de todo el alcohol que había tomado la noche anterior, se lavó los dientes y la cara. No se miraba casi al espejo, le dolía solo encontrar esa mirada apagada y triste en él mismo.
Suspiró una vez más, intentando tragarse las lágrimas. Ese era su consuelo, bancarse el dolor y ahogar sus lágrimas en alcohol. Estaba tan furioso consigo mismo, con sus acciones, con sus palabras, con toda la tristeza que venía acumulando. El dolor le llegaba hasta el alma, ya no lo soportaba más. No soportaba más tener que beber hasta la última gota de la botella de alcohol para intentar olvidar a aquella mujer que había destrozado, a ella, y a él mismo.
Al salir del baño, se asustó entero al tener a Enzo enojado, esperando a por él en la puerta del baño.
―Me asustaste, pelotudo. ―musitó Julián, con la voz ronca―. ¿Qué pasa?
―¿Qué pasa? No sé. Vos decime que pasa, pedazo de maricon. ―respondió el morocho, dándole un empujón no tan fuerte―. ¿No te das cuenta que estás hecho un pelotudo? Me tenes los huevos llenos, Julián. Ponele un poco de onda, ya estás bastante grandecito.
―¿Qué te jode a vos?
―Me rompe las pelotas porque el que tiene que bancarte que te hagas el suicida soy yo. ¡Porque soy yo el que se tiene que tomar un avión de Lisboa a Inglaterra para que no caigas en un coma etílico y encima me tengo que bancar que me trates para el orto! ―Enzo, cada vez que hablaba, más perdía la paciencia―. ¿Desde cuándo chupas todos los días? ¿Desde cuándo tenes más cerveza que comida en tu casa? Tenes que cortarla.
―Bueno, si no te gusta, andate a la mierda. Yo no te llamé para que me vengas a rescatar. ―replicó el cordobes, caminando hacia la alacena para tomar un vaso de agua y siendo incapaz de ver con sus propios ojos el problema que Enzo le planteaba.
Valentina lo miró fijamente, para buscar bajar los deciveles entre los dos amigos que parecían que iban a tirarse por el balcón en cualquier momento.
―Juli, nosotros vinimos porque estamos preocupados ―le dijo Valu, con voz calma―. Vos no sos así.
―No podes dejar que lo que pasó con C... esa mina te convierta en esto. ―acotó Enzo nuevamente, evitando hacer alusión a esa palabra.
Julián se quedó duro en su lugar, era la primera vez que escuchaba su nombre de otra boca que no sea la de él. Lo mataba que la nombren y pensar en ella, pero, también sabía, no muy en el fondo, que se moría por preguntarle a Valentina que era de ella y su vida.
Tenerla presente en cada día de su vida era algo que lo hacía mierda. Tomaba para olvidarse aunque sea por un minuto del vacío que ella le había dejado cuando se fue.
Y no era solo eso, si no que también, para olvidar que ella se había ido por culpa de él.
Camila se había ido por culpa suya. La lastimó, le rompió el corazón. Se desconocía completamente.
―Camila se fue. ―soltó su amigo con brusquedad, dándole el golpe de realidad que nadie había sido capaz de darle en esa semana donde había comenzando su duelo de separación―. Se fue, ya está. La cagaste, la lastimaste y no va a volver. Tenes que superarlo. ―Enzo intentaba ser lo más crudo posible, intentando que su amigo entre en razón, porque estaba completamente harto de tener que tratarlo con delicadeza―. No te podes lastimar más de lo que ya estás. Ya fue, hiciste lo que hiciste y no lo podes arreglar.
Julián lo miró con dolor, era la primera vez que alguien se lo decía. Y no estaba tan listo para escucharlo como él creía.
Camila. Su amor, su único amor. Su sol eclipsado.
Lo mejor va a ser que nos separemos. Esa frase la tenia tatuada en su mente, la había escuchado otras veces, pero ninguna había dolido tanto como aquella. Camila se quiso separar. Separación. Camila y Julián, separados.
Camila ya no estaba, se había ido. La vio llevarse sus cosas, llevarse las cosas de Ñoqui, de su mascota a quien él amaba como propio. Camila estaba en Argentina, y él en Manchester. Habían pasado por esa situación similar, sin embargo, nada había sido como esa. Camila se fue para nunca más volver.
―Yo sé que te duele escucharlo ―la mujer de su amigo llegó a su lado, intentando darle fuerzas tocando su espalda―. Fue lo mejor, Juli.
Sus ojos se cristalizaron al oír las palabras de Valentina. Había intentado mantenerse firme bajo las palabras de Enzo, pero le dolía hasta el alma entera. No encontraba sentido alguno en sus palabras, aunque lo intentara, le era imposible. ¿Cómo podía ser lo mejor, si él había quedado completamente destrozado? ¿Cómo la separación había sido la opción más acertada, si su vida estaba incompleta ahora que ella ya no estaba?
¿Cómo seguiría su vida sin Camila a su lado? No podía. No quería hacerlo.
―Camila también está mal, ella tampoco quiso que así terminaran las cosas. Pero tampoco hubiera sido sano que hubieran seguido con esa herida fresca, te aseguro que eso los habría destruido más.
Julián negó con la cabeza repetidas veces. No podía culpar ni a Enzo ni a Valentina, tenían toda la razón, sabía que así era. Sabía que sus palabras no querrían destruirlo más, lo estaban haciendo en un intento (bastante desesperado) de hacerlo abrir los ojos.
―Araña, dale. ―dijo Fernández enviándole una mirada triste.
Julián era su mejor amigo, su hermano de la vida. Le dolía demasiado verlo de esa manera, todo lo malo que le sucediera a él le dolía y lo vivía como propio.
―No te cagues la vida de esa manera ―suplicó. Por una parte entendía su dolor, sabía que él estaría igual o incluso peor si les pasara lo mismo con Valentina y su hija―. Déjanos ayudarte.
Álvarez movió la mirada. Le costaba un mundo salir adelante, no quería seguir adelante sin Camila, sin su compañera de vida.
Suspiró otra vez mientras dejaba escapar otro sollozo desgarrador. No entendía porqué le costaba tanto enfrentar ese duelo; no quería llorarla, no quería odiarla ni mucho menos guardarle rencor. Camila había sido su pilar para convertirse en el hombre que era hoy en día. Estaría completamente agradecido toda su vida por haberlo acompañado, por dar lo mejor de ella para superar sus miedos y estar a su lado en ese momento tan importante de su carrera. Por haberlo amado, por haberlo hecho reír, por contenerlo cuando lo necesitaba y por demostrarle lo que era tener una relación sana, una convivencia sana, una compañera de vida incondicional.
Pero había perdido todas esas cosas por culpa suya. Por su inmadurez y desconfianza, desde hoy, tendría que aprender a pasar el resto de su vida completamente solo. Porque no había manera en la que habría otra mujer en su vida que no fuera Camila. Si no era ella, no era absolutamente nadie.
Enzo lo abrazó cuando Julián finalmente se permitió quebrarse. Cubrió su cara con ambas manos mientras Valentina le acariciaba la espalda y Enzo, siempre igual de brusco, le palmeaba el hombro.
Hacia días que Julián buscaba esa contención, no podía soltar esas lagrimas desesperadas que gritaban por salir. No podía hacerlo sin sentirse juzgado, sin sentir que todo era su culpa, incluso cuando tenía bien en claro que así era.
Por culpa suya, su mundo entero se había desmonorado. Camila era su mundo entero.
(...)
📍 BUENOS AIRES, ARGENTINA
Camila maquillaba un rostro que le lastimaba admitir que estaba esforzándose a no llorar.
Siempre había sido bastante madura para encontrar la calma en ese tipo de situaciones, pero esta vez, se le hacía más difícil que nunca, y estaba demasiado dolida como para mantenerla. Nunca sintió que Buenos Aires fuera tan vacío como ese día, le faltaba algo indispensable. Solo tenía una mitad de las cosas; la mitad del dolor, mitad de los recuerdos, mitad del amor.
Le dolía demasiado al pensar en esa otra mitad que le faltaba. Julián era su otra mitad, y ahora él no estaba.
Ya le había pasado una vez, sabía como lo enfrentaría. El duelo, para su mala suerte, se había convertido en algo habitual para ella. El duelo de lo que nunca sería, de lo que podía llegar a ser. Sin embargo, ese dolor en su interior parecía más profundo que otra veces.
Y eso es lo que más le molestaba. Era todo mucho más diferente que la última vez, y no de buena manera. Cuando se separó de Thomas, llegó un momento en el que supo que lo superaría, supo cortar todo de raíz, y, aunque también le dolió, no desistia en sus palabras, estaba completamente segura que no lo perdonaría.
Esta vez era diferente, no tenía esa seguridad de no querer volver a verlo, ni siquiera intentaba esforzarse en olvidar todo lo que algún día fueron, no quería hacerlo. Estaba absolutamente negada a olvidarse de Julián, y eso le daba bronca, pero así era.
Mientras se miraba al espejo, más quería llorar, pero trataba de evitarlo con todas sus fuerzas: Una capa de maquillaje. Una lagrima. Una capa de maquillaje.
Sostuvo su cabeza entre sus manos sobre el tocador. Todavía le quedaban quince minutos para salir, y sus planes de tirar todo a la mierda y no asistir a la alfombra roja sonaba cada vez mejor.
¿Argentina, 1985? Un absoluto éxito, robandose el récord de taquilla hace una semana. ¿Camila y Julián? Separados, también hace una semana.
Más allá de lo que sucedió entre ellos, Camila sabía que sus proyectos en Argentina no se alterarían. Tenía que viajar a Buenos Aires para la promoción de la película, con o sin Julián. El problema es que ella contaba con que él la acompañara, habría sido la primera alfombra roja de los dos juntos, Camila esperaba ese día con ansias. Y ahora, que finalmente había llegado, lo único que quería hacer era desaparecer.
Camila suspiró, con la mirada frente al espejo. Su mirada se detuvo con bastante detenimiento en el collar que colgaba de su cuello, reluciente como de costumbre. La J tallada en el colgante dorado brillaba por la iluminación del camarín, la observó por un largo rato, como si por hacerlo todo volvería a la normalidad de repente. A aquella normalidad cálida, acogedora y valiosa. Ahora tenía que meterse en la cabeza que ya no lo era, debía estar preparada para seguir adelante si aquel amuleto, que era lo único que hacía sentir cerca a Julián, por más lejos que esté.
Sus manos se encontraron con el broche de la cadenita y se la sacó con delicadeza. Abrió el cajón donde guardaba su joyería y buscó algún collar similar a su inicial.
Al final, era muy poco probable que algún día vuelva a usarla.
No quería causar mucho revuelo, aunque ninguna noticia había salido hasta ahora. Pero, si lo conservaba en su cuello, temía estar dando la impresión equivocada. Era casi el mismo lazo de un matrimonio y los anillos, sentía como si siguiera usando su anillo de compromiso cuando estaban firmando los papeles de divorcio. Lo amaba demasiado, pero tampoco fingiria por lástima.
Esa misma mañana, Peter la había llamado para salir a desayunar. Él fue el primero en enterarse, fue el primero en notar su dolor y decaimiento, no se lo había contado a nadie más. Camila, en cierta parte, sospechaba que el mundo se había alineado para que de alguna forma, tenga alguna amistad en que refugiarse. De alguna forma, Peter presenciaba algo en ella que ni siquiera ella misma lo hacía. Peter era de los pocos en los que jamás desconfió, y eso siempre fue algo muy difícil para ella, es difícil decir eso de una persona que llegaba a desconfiar hasta de si misma.
Después de todo, cuando los días se volvían difíciles y su mente era una constante traicionera que abusaba de sus pensamientos sin ni siquiera golpear la puerta, recordaba que había vivido cosas muy lindas al lado de Peter Lanzani.
Así que, fue inevitable para ella no soltarlo apenas Peter le comentó que la había visto rara.
―Nos separamos con Julián. ―le contó, con la mirada perdida a través de la ventana.
No quiso indagar demasiado en los detalles, no porque no confiaba en él, sino porque sabía que contar todo la derivaría a las lágrimas. Por lo que agradeció cuando Peter se concentró en como se sentía ella, más que en las razones.
―Estoy cansada, Pit. ―le dijo ella, limpiando disimuladamente las lágrimas en el borde de su rostro―. Ésta vez pensé que iba a ser duradero. Discutíamos, como toda pareja, pero nunca pensé que llegaría el momento en el que tendría que volver sola. Pensé que él era el indicado ―suspiró con pesadez, y Peter bajó la mirada―. No sé si lo voy a poder superar, vivo preguntándome qué fue lo que hice mal. Tengo mucha bronca... Me da bronca porque yo a él siempre le di lo mejor de mí y sin embargo, también se fue.
―Cami ―la llamó―. Vos sabes como son las cosas, ahora te va a doler como la mierda pero siempre vivimos en una evolución constante, no es algo que te va a doler para siempre. A lo mejor en algún momento vas a pisar una cancha o ver algún partido de fútbol sin preguntarte que fue lo que te faltó o que debiste dar, e incluso, si tenes suerte, hasta vas a estar orgullosa de saber que cuando sucedió... siempre diste lo mejor ―se encogió de hombros, provocandole una pequeña risa a su decaída amiga―. Así funcionan las cosas. Tenes que permitirte llorar, gritar y enojarte porque es algo totalmente normal del ser humano, pero va a llegar el día que no encuentres que esto haya sido la desgracia más grande de tu vida, sino una de las lecciones más leales que te puede tocar. ―sonrió poquito―. Pero son cosas que si o si tenes que atravesar, permitite que te duela y que te enoje la situación, al final, fue una persona importante para vos. De lo contrario lo vas a dejar como un asunto pendiente que cada vez va a empeorar más.
Camila analizó sus palabras detenidamente, con lágrimas rebalsando de sus ojos marrones, manifestando el dolor que compartía con su amigo de toda la vida. Ya no era meramente suyo, no cargaba con él por su cuenta. Ahora podía compartirlo, y no había mejor sentimiento que aquel en el que te das cuenta que no estás sola.
Su figura resaltaba en medio de la alfombra. Los flashes de las cámara llegaban a marearla, los entrevistadores y fotógrafos explotaban en gritos, mayoritariamente, buscando un poco de su atención. Una sonrisa se paseó por su rostro como una calida pincelada de entusiasmo. Su mirada era nostálgica, emocionada. Lo sentía como algo completamente diferente, se sentía amada, anhelada, apreciada, valorada. El cariño de la gente se volvía un regalo que siempre terminaba por emocionarla. No importa cuantas veces suceda.
Ricardo y Peter la recibieron con un cálido abrazo, no sin antes disponerse a posar para las fotos, manteniendo una sonrisa satisfecha, estaban satisfechos con el trabajo que habían hecho. Todo el equipo mantenía la misma emoción que se renovaba y cambiaba al mismo tiempo, llenando a Camila de buena energía y orgullo. Celebrar de esa manera sus proyectos era la oportunidad para sentirse más abrazada que nunca, y, aunque quizás pareciera agotador tener que hacerlo siempre de la misma forma, ella jamás se lamentaría de hacer lo que ama.
Cuando se terminaron las entrevistas y las fotografías de promoción, se abrieron el paso para dirigirse al sector de la sala de cine, donde se proyectaría la película. Camila terminó de encontrarse con sus demás compañeros, aquel grupo de personas expresaron su emoción al verla. La morocha los saludó con un abrazo a cada uno, con la sonrisa más simpática y dulce que podía regalarles, aún así, le pareció poco.
Para ser alguien que vivió por los halagos ajenos y la atención, no sabía en qué momento terminaría de acostumbrarse por completo al hecho de que la gente la quería por su trabajo, que había miles de personas que compraban hasta la última entrada del cine para verla a ella en la pantalla grande, riendo por ella, emocionandose por ella, viviendo por ella. Podrían pasar años y Camila nunca terminaría de entenderlo, pero, más allá de eso, siempre lo consideró el mejor sueño hecho realidad que podía pedir.
Había algo de su trabajo que la llenaba por completo, algo que afectaba directamente en lo más profundo de su ser y que no permitiria jamás que absolutamente nada lo arruine. La emoción que sentía ante tal devoción no tenía precio alguno y no la sacrificaría por nada en el mundo, sin importar cuantas veces la haya vivido. Quizás eso era lo más grande que podía darle una buena razón a su existir.
La película tuvo una prolongación de 2 horas y 20 minutos. Llegó a su fin con la iconica frase del personaje de Ricardo, la gente no tardó en saltar de la butaca con emoción, rompiendo en aplausos desesperados, Camila hizo exactamente lo mismo, tenía que admitir que también le robó bastantes lágrimas de emoción, era tenía escenas muy fuertes que le causaron escalofríos. Como era de esperarse, al levantarse del asiento, la ovación para la estrella de Darin no tardó en llegar.
Fue hasta que Ricardo tomó la mano de Camila y la levantó del asiento, señalandola con una sonrisa orgullosa. Los rostros en el público se aclararon con las luces de la sala encendida, y variaron entre gritos de emoción y admiración, sonrisas totalmente incontrolables y euforia extrema. La actriz colocó la palma de su mano en el pecho en forma de agradecimiento, y los aplausos aumentaron.
Era casi adormecedor saber que tanta gente le cubría la espalda y la halagaba, pero, a su vez, sabía que era un cuchillo de doble filo por la situación en la que estaba. Sabía que no podía aferrarse o depender de ello por el resto de su vida, le aterraba hacerlo, tenía malas experiencias con que lo que tanto amó alguna vez se acabe por completo. ¿Y sí le sucedía con eso también? ¿Y sí terminaba estropeandolo todo, incluso sin que sea su culpa?
―Qué orgullo inmenso, negrita. ―recibió el abrazo del Chino Darin con felicidad, mientras la ovación para ella aún no cesaba.
Su asiento estaba rodeado de sus compañeros de trabajo, desde con quienes compartió pantalla hasta las personas que se encargaron del vestuario y maquillaje, era un reconocimiento en conjunto, no había nadie que haya sido irrelevante. Todos se abrazaban entre todos, agradeciéndose mutuamente por el trabajo realizado. Personas con pañuelos y botellas de agua asistiendo a sus compañeros, personas grabando aquel maravilloso acontecimiento, personas contestando llamadas. Y, sin embargo, ninguna de las personas que la rodeaban eran desconocidos.
Tantas personas a su alrededor ovacionándola, y ninguna era él.
Aunque había pasado una semana, era inevitable no querer saber algo de él, esperar alguna llamada o algún mensaje de su parte. Era la primera vez que no lo tenía presente en algún tipo de evento como ese, él siempre estaba, así como ella no dudaba en asistir a cada uno de sus partidos, Julián siempre la miraba detrás de la cámara mientras ella pasaba, observándola enamorado como si lo tuviera completamente hipnotizado. No había nada en el mundo que le doliera más que pensar en que eso no volvería a pasar jamás.
Era imposible que no dejara de preguntarse como hubieran estado hoy si las cosas hubieran sido diferentes. ¿Ellos habrían sobrevivido? Si Julián hubiera hecho las cosas de manera diferente. ¿Ella hubiera decidido irse? La respuesta era obvia. Pero, si las cosas hubieran cambiado, ¿estaría en aquella sala de cine, sola, forzando una sonrisa y obligándose a borrar esa lista de cosas que había planeado para compartir exclusivamente con él? ¿De todas formas se obligaría a esconder su duelo bajo la alfombra para no afectar su trabajo?
Todo a su alrededor halagaban cuan genial había sido su trabajo en la película, y ella no paraba de agradecerles de vuelta, de alguna forma, era la única manera de seguir adelante sin recordarlo constantemente.
Se odiaba a sí misma por darle tantas vueltas al asunto, sabía que no cambiaría absolutamente nada. Se sentía inmadura e infantil, una persona de su edad lo hubiera procesado y hubiera ahogado sus penas en alcohol y joda desenfrenada, pero ella ni siquiera tenía tiempo para eso. Cuando sos adolescente es más fácil, quizás dolía más fuerte pero era mucho más fácil, la gente lo aceptaba porque eras joven y esperaban que algún día entiendas la realidad. ¿Sucedería lo mismo ahora? ¿Entenderían que no iba a poder superar ese dolor profundo con casi 22 años?
Al terminar el festejo, Camila se dirigió a su camarin, donde su mamá ya estaba esperándola.
―Hola, mami. ―ella le sonrió con los ojos cristalizados, mientras se acercaba a saludarla.
―Mi pollito ―Florencia sonrió abrazándola con fuerza―, sos mí más grande orgullo, hija. ―el abrazo superó los segundos exactos que convertían aquel abrazo de saludo, a uno de consuelo.
Camila tomó una grande bocanada de aire e intentó mantener la compostura. Florencia, como toda madre, se separó de ella y sostuvo el rostro de su hija entre sus manos, buscando analizar cada una de sus expresiones, por más mínima que fuera. Ambas se observaron en silencio por unos segundos y Camila le sonrió con nostalgia.
―Hija, sabes como son las cosas.
La morocha solo atinó a asentir con la cabeza, mientras dejaba escapar un sollozo seco, sin dejar caer ni una lagrima. Sintió un dolor terrible hasta en la última arteria de su corazón, y su mamá la envolvió en sus brazos, suspirando angustiadamente, pues temía no saber darle la contención adecuada.
Pero el problema no era que su mamá no la supiera contener, ese nunca sería el problema. El mayor problema era que tenía que empezar a asimilar el hecho de que no volvería a sentir la calidez de los brazos de Julián, que Julián y ella no volverían. ¿Cómo era posible que todo lo que hace un par de semanas se imaginaba con él, ahora debía atravesarlo sola?
Sabía mejor que nadie que las parejas eran complicadas, que era básicamente imposible que sea todo perfecto, habrían peleas a lo largo de los años, que se alejarian y luego volverían como lo habían hecho alguna vez para evitar discutir. Sabía que así era y que a veces se sentía terrible... pero ella había escogido hace más de un año vivir todo eso con él. Ella había elegido ser complicada e imperfecta con él, pelear con él, embriagarse de amor con él, caminar a casa con él.
Las cosas eran terribles en todas partes, también lo sabía. Pero ella nunca dudó en atravesar todo eso con él, y que ambos lo superen.
Esta vez su castillo no había tardado en derrumbarse, para su sorpresa. Él la había lastimado, provocando ese derrumbe irreparable. Él había apagado esa fogata que él mismo alguna vez había encendido para mantenerla caliente. Y luego estaba ella, que, aunque él la había salvado, había decidido huir por su cuenta.
Camila mordió su labio inferior en un notable gesto de angustia, notando un ramo de flores separado de los demás regalos que había recibido. Su corazón latió con rapidez, rápidamente se abalanzó a buscar la tarjeta que le correspondía al ramo. Un ramo hermoso de elegante flores blancas, solo había una persona que jamás se olvidaba que esos eran sus favoritos.
"Estoy muy orgulloso de vos, flaquita. No hay día en el que no me emocione por todo lo que lograste, nadie más que vos se merece todo esto.
Te amo, muchísimo."
Camila suspiró, secando sus lágrimas.
Si le decía que la amaba. ¿Por qué la dejó irse?
☆☆☆
ay que tristeza
70 votos y +30 comentarios y seguimos sufriendo
gracias por todo el apoyo de siempre, les amoo ❤️❤️
q no me entere
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