O29. a golden tattoo

capítulo veintinueve !

dejaste tu marca en mí,
un tatuaje dorado

Julián

RECIÉN MARTES y ya quiero que se termine la semana.

Si bien en Manchester no llevamos una vida complicada y no es nada muy diferente a lo que llevábamos en Argentina, por mi parte, adaptarme al país y al club se me ha hecho un poco más complicado.

Intento estresarme lo menos posible sin embargo a veces se me hace imposible, aunque mis compañeros son buenos me cuesta incluso entablar una conversación común con este inglés de mierda. Siempre intento dar todo de mí en los entrenamientos para que Pep me note pero es difícil que todo lo que haga sea suficiente.

Camila diría que Taylor tiene una canción sobre eso.

En fin, creo que es innecesario decir que lo único bueno y destacable de todo esto es tener a mi novia conmigo. Me motiva totalmente llegar a casa y verla ir a abrazarme contenta, me hace feliz saber que es feliz conmigo en casa, y me emociona aún más saber que es mi compañera en todo y lo seguirá siendo por mucho más tiempo.

Eso es algo de lo que estoy completamente seguro, si fuera por mi yo me casaría mañana mismo con ella. Por supuesto que no se lo digo porque la conozco tanto que tengo perfectamente ilustrada en mi mente su posible reacción, pero aún así, cada día confirmo más que Camila es la única con la que voy a estar toda mi vida.

Dios, como me tiene de enamorado esta mujer.

Me despedí de Phil con un tímido goodbye para después dirigirme al estacionamiento. No hablo mucho ni con él ni con Haaland, aunque la gente afirma que tenemos algún tipo de rivalidad por jugar en la misma posición, literalmente ni siquiera podemos tener una conversación normal porque yo no entiendo su inglés y él no entiende mi español, así que lo poco que hablamos lo hacemos casi por lenguaje de señas. Igual me cae bien, es buena gente.

Nuestras novias tienen más relación, definitivamente. Creo que he visto a Camila chusmear con Isabel más que conmigo en todo este tiempo, confieso que eso me tiene bastante celoso a mí y a su grupito de River, Valu, Tefi y Agus, quienes jamás dejan pasar la oportunidad para gritarme a los cuatro vientos de cuanto la extrañan.

Aunque Camila se incluyó un poco más que yo con las mujeres de mis compañeros, ella misma me ha dicho que nada es igual a sus amigas de River, y no sólo por el idioma, en todo sentido. Comparto muchísimo su sentimiento, absolutamente nada del City puede siquiera llegar a igualar a River. Y aunque estamos cómodos y nuestra estadía en Inglaterra apenas está empezando, ambos tenemos por sentado que cuando llegue el momento de volver a Argentina, lo vamos a hacer con gusto.

Ya llegará el momento, y, mientras llega, nosotros intentamos adaptarnos a la vida totalmente desconocida de Manchester.

Tengo que admitir que la diferencia de costumbres es muy notoria y no hay forma que podamos desargentinizarnos. Es difícil hacerlo, y creo que ni siquiera queremos hacerlo. Manchester es lindo pero jamás tendrá ese toque característico de Buenos Aires, la escasez de argentinidad es demasiada. Por lo que es normal reconocer a algún argentino en la calle con rapidez, ya que somos tan pocos que brillamos por nuestra ausencia.

Ejemplos de esos con situaciones cotidianas de nosotros existen en cualquier lado. Anoche intentamos seguir esa costumbre yankee de cenar a las siete de la tarde, y a eso de las diez tuvimos que salir a un Mac y comer en el estacionamiento porque nos estábamos muriendo de hambre.

Esa situación boluda me hizo dar cuenta que estar con mi mujer comiendo una hamburguesa a altas horas de la noche en el auto, son el tipo de cosas que he estado buscando toda mi vida, y, ahora que las tengo, quiero vivirlas siempre con la misma morocha hermosa a mi lado.

Hablando del amor de mí vida, reconocí su risa tranquila apenas entré a nuestra casa. Recordé de inmediato que Andrea y Agustina la acompañaron para los mates y chusmear un rato, temo por la vida de la novia de mi amigo al juntarse con esas dos terribles, una vez que Agustina y Camila empiezan a charlar como dos loras, los temas de conversación nunca terminan, al igual que los termos del mate se van llenando cada vez más.

Mi hijo perruno corre a saludarme moviendo la colita contento, como cada vez que llego a casa. Me pongo de cuclillas para que me bese la cara exageradamente y me hace reír por las cosquillas. A Ñoqui también lo extraño mucho cuando no estamos, últimamente hemos estado viajando mucho con Camila y queda bajo el cuidado de mí familia, lamentablemente no podemos llevarlo con nosotros, el clima no nos favorece porque el hijo de mil apenas ve un charco de barro va y se le tira encima con toda la felicidad del mundo, así que cada vez que lo sacamos tenemos que estar preparados para bañarlo después.

Y como somos los dos bastante vagos para hacerlo y la verdad que bañar a Ñoqui es un dolor de huevos, evitamos sacarlo a pasear cuando el clima está muy lluvioso y acordamos sacarlo cuando el tiempo comience a mejorar (posiblemente nunca).

Así que en el último tiempo decidimos quedarnos más tiempo en casa para que no nos extrañe tanto, Rafa y Agus me aseguran que se deprime la mayor parte del día cuando no estamos con él cargoseandolo. Ni me quiero imaginar lo que será si es que viajamos para el mundial, y no sólo por él, creo que Camila sufriría el doble al tenerlo lejos.

―Hola, chiquito, hola.

Lo saludo repetida veces para bajar un poco su emoción por miedo a que le agarre un ataque por la felicidad. El corazón le late demasiado rápido por la forma en que se sobreemociona cuando nos reencontramos y tenemos que calmarlo para que el pobre no palme ahí mismo de la desesperación.

Cuando logré calmarlo un poco y me dejó darle un par de besitos en su cabeza, me dirijo con él detrás mío a la cocina. Como lo supuse, Camila está de espaldas a la entrada de la cocina, escuchando con toda la atención del mundo a Andrea que le cuenta un pute sobre Jack Grealish y la novia (ahora ex). Agustina está muy concentrada escuchando y Andrea contándolo todo que ni notan mi presencia, o en realidad si la hacen y solo prefieren ignorarme.

Disimuladamente abrazo la cintura de mi novia por detrás, recargandome sobre su cuerpo apoyado sobre la mesada de la cocina. Con mí nariz despejé su cuello moviendo su pelo para palpar su piel y dejarle pequeños besos ahí. Me acaricia las manos aferradas a su cintura mientras sigue charlando con Andrea, mi idea no era detener lo que estaba haciendo, solo necesitaba tenerla cerca mío como siempre lo requiero.

Se me recarga la energía con su tacto. Suspiré sobre su nuca causándole cosquillas y seguí besando la parte trasera de su cuello. Ya me sentía más aliviado y tranquilo, no veía la hora de volver a tenerla frente a mí para que se me llenara de paz el cuerpo, no sé cómo lo hace, pero es como si todo lo malo en mi vida de repente tuviera solución cuando tengo un abrazo o un beso suyo.

―Un hijo de puta... ―comentó Camila ante todo lo dicho por Andrea, y finalmente dándose la vuelta para mirarme―. Y vos no te vas a juntar más con él. ―me señala acusatoriamente, mientras que a la vez me da varios piquitos en forma de saludo.

―Hola, chicas ―sonreí hacia mi cuñada y Andrea―. ¿Qué pasó? ―me hice el desentendido, porque si decía que ya sabía de lo que estaban hablando estaría dejando en evidencia que Sergio y yo somos igual de chismosos.

―Grealish cagó a la novia ―explica Agustina, haciendo el ruido de mate con una mueca desaprobatoria.

―Uno peor que el otro ―musita Andrea con una mueca, haciéndonos reír.

Todos iguales diría yo ―agrega Camila a propósito, mirándome atenta a mí reacción.

La mesada es lo suficientemente alta para tapar cada uno de mis movimientos, y como Agustina y Andrea siguen muy metidas en el tema, con disimulo bajo mi mano al cachete del culo de mi novia para apretarlo con fuerza, provocando que me pegue en el pecho con vergüenza.

―Qué sea la última vez que decis así ―digo en forma de broma, Camila rueda los ojos y saca mi mano de ahí para volver a su conversación.

Al ver que mi novia no tiene planes de abandonar su momento de chisme decido irme a pegar una ducha a mi habitación para relajarme un poco.

Alrededor de quince minutos después, entre que me baño y me pongo ropa cómoda para estar en casa (que en realidad solo se trata de un short viejo de River y chancletas), finalmente oigo como Camila se despide de su amiga y Agustina también se va porque, por lo poco que escucho, ella y Rafa tienen planes para más tarde. No fue mucho tiempo después que Camila apareció frente a mí en la pieza al quedarse finalmente sola en el living.

―Te caes de culo ―empieza de decir cuando se recuesta a mí lado en la cama―, me escribió Paulo hoy en la mañana. ¿Sabes para qué? ―niego mirándola―. Para que le ayude a elegir un anillo de compromiso.

Lo que me cuenta me sorprende, así como también me emociona. Creo que no somos los únicos que esperamos desde hace tiempo que esos dos finalmente se casen.

―¿Decis que se anima?

―¿Vos decis que no?

―Y, una cosa es comprar el anillo, y otra es que se lo pida ―Camila asiente, dándome la razón―. Igual capaz que si, anda a saber.

―Ojalá que sí ―mi novia sonríe contenta―. Ori re quiere, y para mi que Paulo igual. Capaz se lo pide para el mundial ―imagina sonriendo.

―Te moris de envidia. ―la molesto y ella bufa con bronca.

―A una amiga no se le tiene envidia... ―dice bajito―. Seria envidia de la buena igual.

Me hago el boludo y no le digo absolutamente nada. Quien sabe, a lo mejor la envidiada termina siendo ella.

―Ni se te ocurra dormirte, Julián Álvarez ―abro los ojos de golpe cuando la escucho hablar.

―¿Por? ―me restriego los ojos con cansancio.

―Amor, hoy salimos. ―indica y chasqueo la lengua con vagancia.

―Decile a Isabel que otro día ―me quejé―. Vos nomas queres salir a tomar, borracha de mierda.

―No seas abuelo, Julián, dale, porfis ―me besa repetidas veces el cachete y evito mirarla, porque sé que tiene esa sonrisita compradora con la que me convence de absolutamente todo.

―Pero...

―Daale, vamos un ratito y después vemos como te lo recompenso ―insiste persuativa y con eso me compra sin duda alguna.

Varias ideas pasan por mi cabeza al escuchar eso y sonrió con picardia.

―Ahí me gustó más ―la acerco más a mí y dejo mi mano izquierda reposar en su culo.

Es mi adicción, no lo puedo evitar.

―¿Veamos una peli? ―propongo agarrando el control de la mesita.

―¿50 sombras de Álvarez? ―se burla y nos reímos―. Ya te conozco, me queres distraer con una peli para dormirte.

―¿Entonces no queres ver La La Land? ―respondo con inocencia y Camila niega sacándome el control.

―¿Veamos la serie de Evan Peters que come gente? ―propone viva y suspiro rendido, lo hace a propósito, sabe que hace rato quiero ver esa serie.

―Pero te da asco después.

―Yo la quiero ver porque vos la queres ver ―se encogió de hombros acurrucandose más contra mí.

―Y porque te gusta Evan Peters, guampuda ―recalco lo obvio.

Ella asiente con obviedad: ―. Y sí ―afirma pensativa―. Ya quisiera yo que Evan Peters me comiera la...

―¡Camila! ―la interrumpo pegandole en el culo―. Que asquerosa que sos.

―Ésta generación de cristal... ―niega suspirando exageradamente―. Deja de tocarme el culo, pajero de mierda.

―Ah, ¿Vos podes decir que queres que otro te coma entera y yo no te puedo ni tocar a vos? ―retruco con indignación―. ¿Preferis estar un año entero conmigo o un fin de semana con Evan Peters?

―¿Sos burro, Julián? No dejas de preguntar boludeces ―suspira abrazándome―. Obviamente con Evan.

―¿Repetime cuántas copas tiene Evan Peters?

Después de pelear un rato por mis celos fingidos hacia Evan Peters (no sé qué tan fingidos), al final decidimos empezar a ver la serie esa.

Están en lo correcto si piensan que solo vimos los primeros diez minutos y que nos dormimos la gran mayoría de la tarde. Yo fui el primero en cerrar mis ojos y, aunque se quiso hacer la que miraba la serie y no tenía sueño, le terminé contagiando el sueño a Camila y nos dormimos una bien merecida siesta.

Alrededor de las siete de la tarde nuestra siesta fue interrumpida por una llamada de Andrea, hablándole desesperada a Camila que no sabía que ponerse para la noche. Malditas mujeres, se quedaron charlando como media hora y en esa media hora me vi obligado a levantarme y cambiarme porque si no, no llegábamos.

¿Quién es ese hombreeeeee, que me mira y me desnuda?

Escucho a Camila cantar detrás mío, una vez salgo del baño ya cambiado.

Me doy vuelta para verla, y sonrió de manera casi inmediata. La más hermosa de todas, como siempre. Tiene el pelo alisado y un maquillaje muy natural, aunque en mi opinión no lo necesita, su cara es perfecta por naturaleza. Lleva una remera manga larga con una pollera tableada y unas botas negras cortitas, mostrando sus hermosas y largas piernas, dejando mucho a mi imaginación lujuriosa.

Mujer más hermosa no hay, nadie me puede decir lo contrario.

―Me encanta como te queda esa camisa ―sonríe, acomodandome el cuello de la misma―. Emanas sexo.

―¿Emano qué?

―Sexo. ―repitió con obviedad.

Me río ante las boludeces que dice: ―. Pareces Enzo diciendo esas cosas.

Digo suspirando a lo último, como lo extraño al negro.

Camila va por décima vez a verse en el espejo de cuerpo completo, asegurándose que se vea bien y me parece una boludez que lo haga más de una vez porque para mí ella siempre se ve bien, sin importar lo que se ponga.

―¿Y, qué tal? ―se acomoda la pollera una vez más, mientras se examina de arriba abajo frente al espejo―. Estoy re buena. ¿No?

―La verdad que sí.

Me acerco a ella y sin dudarlo la acorralo contra el espejo dejándola sin escapatoria alguna.

Ella no tarda en buscar mis labios y unirlos con los suyos. Sus manos rodean mi cuello mientras que las mías aprietan su cintura sin delicadeza alguna. El tacto de su mano acariciando mi nuca me hace perderme por completo en cuestión de segundos, es la debilidad más grande que tengo.

Para no perder más tiempo la agarro de los muslos, incitandola a que rodee mi cintura con sus piernas y ella lo hace casi por inercia. Aprovechando la situación, separé nuestros para besarle el cuello haciéndola jadear. Tendré que prepararme para las puteadas porque estoy convencido que le dejé una marca.

Camila me toma de la nuca para volver a unir nuestros labios en un beso mucho más intenso. Ya me estoy empezando a emocionar y tenemos que parar ahora mismo si es que tiene tantas ganas de salir, aunque ya no estoy tan seguro de ello, me doy cuenta como busca juntar nuestros labios en una manera más impura, me besa de esa manera que me dice lo que quiere sin tener que expresarlo con palabras y que siempre nos hace terminar en algo más.

Con delicadeza empieza a separar nuestros labios. Al separarnos por completo, con la respiración agitada, pude distinguir sus labios hinchados y la mínima capa de sudor que corre por su frente. Eso me encanta.

―¿Lo seguimos después? ―pregunta en un hilo de voz, aún intentando regular su respiración, pero de forma repentina vuelve a unir nuestros labios en un beso más lento.

Con cuidado de no hacerse mal, ella baja hasta el piso para quedar un poco más abajo mío, nuestra diferencia de altura no es muy notable pero no medimos lo mismo. Camila toma distancia de mis labios y me mira riendo con gracia.

―Pareces un payaso ―se burla, y levanto la vista para mirarme al espejo. En efecto, tengo toda la boca rosada y brillante por el labial―. Ahí tengo toallitas, limpiate.

Deja un beso corto en mis labios y se dirige al baño para retocarse el labial, mientras que yo agarro las toallitas desmaquillantes de su tocador para limpiarme los labios. Una vez elimino cada rastro de labial que me quedó, me acomodo la camisa para esperar a Camila en el living.

―¡Julián, sos un pelotudo!

La escucho gritar desde el baño, creo saber el porqué del insulto. Me dirijo al baño a paso tranquilo y la veo parada frente al espejo, mirándome algo enojada y señalando mi obra de arte.

―¿Qué pasa, mi amor?

No hace falta que se levante el pelo para enseñarme la marca rojiza y casi amarillenta en su cuello. Muestro mi mueca de arrepentimiento al darme cuenta que está bastante a la vista.

―Perdón, amor. No pensé que se iba a notar ―hace un puchero mirándolo detalladamente―. Igual ni se nota tanto, podes decir que es un tatuaje.

―¿Vos pensas que se ve como un tatuaje?

―Un tatuaje dorado ―me encojo de hombros y me acerco para darle un beso corto―. Dejatelo, que se vea para que sepan que tenes dueño ―digo y enseguida me fulmina con la mirada, tiemblo un poco por eso así que me retracto enseguida―. Es una jodita, flaqui.

―Hijo de puta, te voy a dejar toda la espalda marcada a ver si te gusta ―se queja y suspira―. Vamos yendo, ¿no? Así no volvemos tan tarde.

―Sí, vamos. ¿Queres manejar vos? ―pregunto mirándola y rápidamente examino el pánico que se instala en su cara.

Se lo digo a propósito, si bien aprendió a ser una buena conductora gracias a mí y ya le agarró bastante la mano, manejar de noche es la excepción y la conozco tanto que sé que puede llegar a llorar por el estrés que le provocan las calles de Manchester de noche.

―Mentira, gorda. Manejo yo ―ella me sonríe avergonzada y caminamos al living para ponernos las camperas―. Ya sé que sos frágil, yo te cuido.

―Ésta la tengo frágil, veni y cuídala, maricon.

(...)

El ambiente del auto es tenso, intento concentrarme en llegar a casa lo más rápido posible pero la bronca que tengo no me deja coordinar mis pensamientos con mis acciones.

Evito a toda costa la mirada confundida de Camila, quizás buscando alguna explicación de mí actitud. En todo el trayecto no le dirijo ni una palabra ni una mirada, nada. Y no tengo planes de hacerlo ni siquiera cuando entramos a la casa.

―No entiendo que te pasa, Julián ―comenta Camila detrás mío, ella fue la primera en notar mi malhumor y no saber el porqué le molesta.

―¿Qué me va a pasar? ―reí con ironía.

―Cuando te pones así de pelotudo me dan ganas de matarte ―musita mi novia soltando un bufido―. Te agarró la locura de repente, si estábamos bien allá.

―Sí, vos estabas re bien charlando con Grealish.

No me esfuerzo mucho en ocultar mi descontento. No me gustó nada que Camila haya estado tan simpática con el gato de Grealish que encima está peor que nunca ahora que la novia lo dejó por infiel.

Y lo peor de todo eso no fue haberlos visto charlar como si fueran amigos de toda la vida, sino que verlos bailar fue la gota que resbaló el vaso y ahora me dan ganas de cortarle un tendón cada que me acuerdo.

No quería creer que Camila lo estaba haciendo a propósito, pero si me hizo sentir mal como ella se fue con él apenas pudo y me dejó ahí tirado con Sergio consolandome.

―¿De Grealish estás celoso? ―se rió y eso me dio más bronca todavía―. No seas tonto, Julián. Ni que me hubiera propuesto matrimonio enfrente tuyo.

―Me desaparecía otro rato y lo hacía ―insistí amargamente―. Sos una caradura, al mediodía ni lo querías ver por infiel y ahora es tu mejor amigo, dejate de joder.

―Sos un exagerado, Julián, hablé con él un rato nada más ―chasqueó la lengua ofendida, cuando el ofendido por todo esto soy yo―. No te vengas a hacer el tóxico conmigo. ―me dice dejando su cartera encima del sofá.

―¿Es de tóxico que me moleste que estés a las risitas con mi compañero, que encima es el más gato de todos? ―retruqué molesto―. Te haces la Miss Simpatía cuando sabes que no me gusta como es él.

―¿Y qué querías que haga? Él me sacó charla, no podía quedar como una forra.

―Te sacó charla porque te quiere cojer, no seas tonta ―me saqué las zapatillas con la peor de las ondas―. ¿Que te importa lo que piense él? Sos mí novia. Una forrada lo que hiciste...

―Me voy a dormir mejor, no te banco cuando te pones así.

Dijo sacándose los zapatos y dejándome hablando solo. Me enoja más todavía que ella se haga la ofendida cuando el enojado soy yo, como si ni siquiera le importara como me siento.

―Deja de hacerte la ofendida, no me enojo sin razón, Camila. ―la seguí al baño viendola desmaquillandose―. Después el sorete soy yo pero a vos no se te puede decir nada cuando ni me respetas frente a otros, estuve toda la noche intentando que me dieras bola pero parece que la conversación con Grealish estaba mucho más interesante, y ni hablar de que me tuve que bancar viendo a mí novia bailar con otro toda la noche. ¿A vos te parece?

―¿Cómo no queres que me enoje si te enojas por cosas que vos mismo inventas? ―reclamó de la misma manera, ahora mirándome―. No podes ser así, Julián. ¿Vos no confías en mi? ¿De verdad soy la peor de todas por charlar un rato con un compañero tuyo?

―Sí confío en vos, no confío en él.

Camila rió sarcásticamente: ―. ¿Y sí tanto confías en mi por qué me tengo que bancar estos planteos injustificados? ―comentó saliendo del baño, dándome la espalda―. Yo estas cosas no me las pienso bancar, Julián, y lo sabes perfectamente. ¿Por qué me tengo que bancar este tipo de cosas si lo único que hago acá es acompañarte, y a cambio te tengo que escuchar diciendo cosas del fiero de Grealish cuando lo único que hice fue charlar un ratito con él y después me fui con las chicas porque no daba más de infumable? ―me enfrentó―. Sos un tarado.

Dijo y se fue a la pieza, enojada. Yo me quedé duro en la puerta del baño, analizando cada una de sus palabras. Creo que se me fue un poco la mano con mis celos.

Nervioso, me di la vuelta para preguntarle: ―. ¿Entonces no bailaste con él?

Ella me mandó una mirada asesina mientras se sacaba la ropa, tuve que ser fuerte para no desviar mi vista hacia su cuerpo.

―A veces te ciega la pelotudez que ni siquiera te diste cuenta que andaba con un gato de ahí que tenia ropa parecida a la mía, estúpido.

Bueno, se me fue demasiado la mano.

Observé a Camila detalladamente mientras se preparaba para acostarse. La desgraciada se sacó la ropa enfrente mío y se puso una remera re finita que le marcaba la figura hermosa que tiene. Ahora me siento un pelotudo porque por culpa de mis celos estúpidos no me va a dejar ni tocarla.

Se ató el pelo en un moño desarreglado y me miraba de reojo de vez en cuando, esperando a que haga algo al respecto. Sabía que me había mandado una cagada grande y le tenía que pedir disculpas, pero siempre que tenía que hacerlo nunca sabía por dónde empezar y la mayoría de veces que lo hacía, siempre la terminaba cagando peor.

―Flaqui, espera ―la detengo antes de que se vaya a encerrar al baño―. Perdón, amor. No estuvo bien la escena que hice y no tendría que haber desconfiado, es que Grealish no me cae bien y no me dio buena espina, además ya sabes que no tengo muy buena vista.

Me reí al último, muy despacito, por lo nervioso que estaba. Pero ella no hacía nada más que mirarme mal.

―¿Me dejas pasar al baño?

Me dijo, pero con la peor de sus caras. Rendido, suspiré y me hice a un lado para que pasara. Sabía como iba la cosa, no me iba a hablar ni aunque le grite, así que tendría que intentar llamar su atención de otra manera o en el peor de los casos, intentarlo mañana si es que su humor mejora.

Me siento el idiota más grande del mundo. No desconfío de Camila, jamás lo hice ni jamás lo voy a hacer. Y aunque la manera en que Jack se le tiraba me hace querer vomitar cada vez que lo recuerdo, no es culpa de ella. En todo caso es culpa mía por inseguro.

Podrido de su indiferencia, terminé sacándome la ropa y me acosté esperando a que ella lo haga también. No pasaron ni diez minutos hasta que Camila volvió a aparecer en la pieza, apagando la luz dejándonos a oscuras y acostándose, dándome la espalda. La luz de mi velador seguía prendida, así que aproveché la buena vista de su ortazo cuando se acostó boca abajo.

Cuidadosamente me acerqué para alcanzar a tocarla con mi mano derecha, ella se dio cuenta de mis intenciones y se alejó un poco más hasta el borde la cama. Estuve acercándome de a poquito hasta que Camila no pudo alejarse más porque si no iba a terminar en el piso, ahí aproveché enseguida para agarrarla de la cintura con fuerza para que no se escape y así poder tocarle la cola a mí gusto.

―La concha del mono, correte ―dijo con bronca, poniendo fuerza contra mí para sacarme de encima―. Salí Julián, en serio te digo, quiero dormir.

―Te dejo dormir si me perdonas ―la agarré de los cachetes, con cuidado, para que me mire―. ¿Me perdonas?

―No.

―¿No? ―negó, con la vista puesta en mis labios―. ¿Y qué tengo que hacer para que me perdones?

Me acomodé para terminar de aplastarla por completo, asegurando más mi agarre en su cintura para comenzar a rozar nuestras intimidades. Verla enojada me calentó, ¿a quien se lo voy a negar?

―Va a estar medio complicado... ―se hizo la difícil, dejando un beso corto en mis labios. Fue apenas un roce, pero me encendió lo suficiente―. ¿Decis que le pregunte a Grealish que castigo te mereces?

Qué hija de puta.

El primer beso se lo doy yo, formando un juego de lenguas intenso, ella clava sus uñas largas en mi cabellera haciéndome jadear del dolor. La palma de mi mano se aferra a la parte trasera de su cuello para formar un beso (si es que es posible) más fogoso.

Al separarme del beso la miro directamente a los ojos. Mis dedos juegan con el borde de su finita remera, y los suyos acarician mis pectorales lujuriosa, inevitablemente se me escapa una sonrisa arrogante. Estoy tan desesperado por cogerla que ni siquiera le sacaría la ropa, pero descarto esa idea e intento controlarme, necesito verla desnuda.

Ella me mira atentamente, esperando que haga algo. No sabía muy bien por dónde empezar, solía pasarme seguido, siempre lo sentía todo como la primera vez y temía desesperarme demasiado, aunque sabía que la tenía para mí solo toda la noche. Con mí mano agarro su muñeca y le beso la palma de la mano delicadamente, fui bajando despacito hasta llegar a atacar su cuello. Si se quejó por esa marquita que le dejé, ahora temo que no vuelva a hablarme porque no me pienso controlar.

Pequeños jadeos salen de su boca cuando le muerdo el cuello, y seguido a eso, le aprieto las tetas por encima de la remera. Me despego de su cuello para subir a sus labios y viceversa, transformandolo en un círculo vicioso de besos intercalados. Con las puntas de mis dedos me apresuro a tomar el borde de su remera y empiezo a sacarla con lentitud, no me pierdo ni un segundo de ese espectáculo, por lo que levantó la cabeza para tener una perfecta visión de sus tetas desnudas y ya siento que me aprieta el bóxer cuando me mira, con el pecho subiendo y bajando con agitación.

Qué gomas que tiene la hija de mil.

Por su lado, no dejo pasar la manera en que me miraba intensamente la carpa que se me formó.

Me muerde el labio cuando volvemos a besarnos y yo comienzo a masajearle los pechos sin pudor alguno. Ella es más rápida y consigue bajarme el bóxer sin mucho más preámbulo, agarrando mi miembro con la mano haciéndome gemir alto. Y, por más que me moría por verla cuando le saqué la bombacha, dejé de tener la capacidad de pensar cuando su mano comienza a moverse con más velocidad.

Camila jadea cuando amortiguo mis gemidos con un beso y a la vez sigo con mi trabajo de apretarle las tetas. Su mano sigue moviéndose con determinación y yo no dejo de comerle la boca en ningún momento. Antes de perder la razón por completo me rescato y con el dolor de mi corazón saco su mano con sutileza. Me estaba matando, su tacto me hace perder la cabeza y me vuelvo vunerable cada vez que me toca.

Ella insistió en seguir tocándome y su mano volvió a encontrarse con mi intimidad, moviéndose un poco más lento. La volví a sacar y ella se quejó.

―Cortala, desesperada. Me vas a hacer acabar ―acaricié su cachete.

Mientras vuelvo a darle otro beso mi mano se encuentra con su intimidad. Suspiro pesadamente al sentir lo mojada que está, moví mi dedo índice de arriba a abajo, tocándola apenas. Le abrí más las piernas para frotarle el clitoris, su respiración se agitó y comenzó a gemir sobre mis labios. Me dolía el miembro de lo exitado que estaba, no aguantaba más, pero tenía que devolverle el favor.

―Estás empapada, amor ―le digo al oído, sintiendo como se mojaba mucho más ante mis palabras―. Te quiero hacer acabar tantas veces.

Me separé por última vez de sus labios y comencé a dejar un camino largo de besos hasta llegar hasta su intimidad. Relamí mis labios al verla tan expuesta, y le agarré fuerte la cadera para acercar su pelvis a mí cara.

Empecé tranquilo, besandole los muslos internos y subiendo la mirada para ver sus expresiones. Sus tetas subían y bajaban, con la desesperación aumentando cada vez más. Qué mujer mí mujer. Inhaló en un gemido cuando lamí por primera vez su clítoris. Mi lengua se movió de arriba a abajo cuando se encontró con sus fluidos, escuchando sus excitantes gemidos, que iban en aumento. Sentí sus manos encontrarse en mí nuca y sus caderas moverse por inercia contra mí lengua. Con mis manos, me tomé el trabajo de mantenerle las piernas bien abiertas.

―Dios... ―sonreí orgulloso sobre su intimidad mientras seguía con mi trabajo de comerla toda―. Juli, no voy a aguantar... ―musitó acalorada y levanté mi vista para mirarla― Cogeme ahora.

Con esas palabras procedo a mandar todo a la mierda.

La llené de besos y me agaché para repartir besos y caricias en sus tetas, disfrutando de como me tiraba el pelo y me acariciaba el cuello.

Le dejé una mordida en el pezón y me levanté de la cama para sacar del cajón un condón, no queremos otro susto al menos por ahora. Me tomé todo mi tiempo para abrir el paquetito mientras la miraba desesperarse de a poco. Me encantaba desesperarla, disfrutaba mucho ponerla nerviosa y ver como podía ponerse a patalear de la frustración.

Volví a subirme a la cama mientras me tocaba a mi mismo, admirando su cuerpo desnudo preparado para mí. Con cuidado la agarré de los muslos y subí sus piernas a mis hombros, haciendo que Camila respire agitadamente cuando comencé a rozar mi miembro con su entrada.

Volví a presionarme contra su humedad y mi miembro se deslizó con facilidad dentro suyo. Tuve que tomarme un momento para respirar y pensar en la alineación de River en 2018 para no acabar en ese mismo momento, me sentía un total inexperto cuando la lista de cosas que habíamos hecho era interminable. Por la manera en que Camila me miró me di cuenta que era una señal para que comenzara a moverme. Se me tensaron los músculos y la respiración se me atascó en la garganta por la manera en que sus paredes me apretaban.

Moví mis caderas de adelante hacia atrás con calma, entrando y saliendo de su intimidad mientras aseguraba las piernas de Camila sobre mis hombros, presionando mis manos contra sus muslos. Aún manteniendo un ritmo lento para que se acostumbre, su gemido llegó a mis oídos y tuve que volver a contenerme. Como me enloquece ésta mujer.

―Dios, como me apretas ―gemí extasiado.

Ella me apretó la mano y por inercia abrí más sus piernas para entrar más profundo. Gimió mi nombre como loca cuando comencé a entrar y salir de ella con mucha más rapidez, los sonidos que emanaban nuestros cuerpos eran gratificantes y excitantes. Tuve que tratar de contenerme porque no quería acabar tan rápido, quería sentir esa sensación para siempre. Jamás me cansaría del cuerpo de mi mujer, mi mujer y solo mía.

―Nunca me cansaría de cogerte ―le confesé entrecortado, mientras me apretaba un par de veces y me hacía perder la cabeza―. Decime de quien sos.

―Tuya... ―susurró en respuesta, haciendo que vaya en un vaivén más lento.

―No te escuché, hermosa.

―Tuya, Julián, tuya.

Me agarró de la nuca y jadeó sobre mi boca cuando me moví más rápido que nunca. Me dejé caer sobre ella embistiendola más profundo y Camila pegó un grito apretando las sábanas. No hay forma de explicar el placer que me produce, tenerla así para mí lo incrementa a un cien por ciento.

De un abrir y cerrar de ojos tengo a Camila encima mío, saltando sobre mi miembro buscando su propio placer y llevando el mío al borde del colapso. La agarro de la nuca para morderle el labio inferior para ayudarla a moverse de la cola, y enterrando mi cara en sus tetas que se mueven al compás de sus movimientos agresivos.

Al besarla con fervor sus uñas se clavan en mi piel, el placer está llegando a su momento culmine y lo sé cuando comienza a cansarse de saltar sobre mí. El orgasmo no tarda en llegar, la siento temblar entre mis brazos y su interior me aprieta cuando los dos culminamos al mismo tiempo.

Abatido, me dejo caer de espalda sobre la cama con Camila aun sobre mí. Escondo mi cara en el agujero de su cuello y aprovecho a dejarle varios besos mientras ella intenta regular su respiración. Camila me abraza con fuerza, enterrando su cara en mi pecho, suspiro acariciando su espalda y cerrando los ojos un poco más relajado.

―¿No te hago mal? ―me preguntó y negué con la cabeza―. Dios, me hiciste mierda.

Esbozo una sonrisa orgullosa.

―Te encanta que te deje temblando, tontita ―la molesto, pellizcandole la espalda desnuda―. ¿Ya me perdonaste?

―Más o menos ―la miré indignado―. No me histeriquees más, gay.

―Perdón, flaqui. Me voy a tratar de controlar ―le deposito un corto beso en la frente―. Pero cuando me pedis que te coja a los gritos no lo voy a hacer.

―Sos un desubicado ―me pegó en el antebrazo con vergüenza, sintiendo sobre mi pecho como su cara se calienta a más no poder. Recién la tenía saltando encima mío como desquiciada y ahora le da vergüenza.

Como me encanta ésta mujer.

―Unas ganas de desubicarme con vos para toda la vida... ―mi novia subió la cara y depositó un dulce beso en mis labios.

―No digas así, me da vergüenza. ―comentó con las orejas rojas.

―Ah, pero que todavía esté adentro tuyo no te da vergüenza, ¿no?

―¡Julián!

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| emiliafferrero ha respondido a tu historia: Hermosos 😍

Hermosos 😍
Tengo muchas ganas de verlos🤍

Muchas gracias María Emilia 💙
Pronto 😊

☆☆☆

camila really said i can see you being my aDICKtion 🤭

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