1.09
CAPITULO NUEVE
TAPANDO EL TÚNEL
TW: mención de enfermedades mentales, mención de asesinato/muerte de un menor.
𑁍
FEDE SE HABÍA PREOCUPADO POR la actitud tan extraña que Ian, Adriana y Monse habían estado teniendo durante los últimos dos días.
Cada vez que se acercaba al trío, estos tomaban una actitud tensa y nerviosa como si ocultaran algo. Y aunque la pelinegra era la primera en tratar de desviar su atención, ni el argentino ni la castaña participaban mucho y miraban a otro lado tratando de evitar el contacto visual con el uruguayo.
Y, cuando estaban solos, Fede notaba que Montserrat se quedaba mirando un punto al azar en cualquier habitación en la que estuvieran y que estaba más tensa de lo normal. Y cuando le preguntaba qué le pasaba, ella le respondía de mal humor que nada y que simplemente no había dormido bien.
Pero el uruguayo no se tragaba la mentira, al menos no del todo, ya que sabía y se daba cuenta de que Montserrat no dormía mucho por la noche, sino por la tarde y parte de la mañana.
Un día antes, el uruguayo le comentó a Óscar, Boom, Ivan y Arenovitz sobre la extraña actitud de sus amigas y del argentino.
El rizado le comentó que notaba a Adriana bastante pensativa, pero nada más extraño que eso.
Y hablando de la pareja, Alexander se había quedado muy pensativo sobre el nombre de la tía de la azabache. Fue un tema que le estuvo dando vueltas en la cabeza, pero no sabía cómo preguntarle y le daba miedo la reacción que pudiera tener Adriana.
Hasta que, el día que Fede habló con ellos mientras revisaban las hojas que había encontrado en el suelo, Arenovitz aprovechó para preguntarle más detalles sobre su tía.
—¿La conociste?—preguntó el rizado, mirando el perfil de la chica.
—No, realmente.—Adriana levantó los hombros antes de dejar la hoja sobre la encimera y tomar la otra hoja.—El último recuerdo que tengo de ella es cuando cumplí cinco años y me regaló una muñeca tejida que se parecía a mí. Después de eso, solo me queda el día en que llamaron a mi padre diciéndole que mi tía le había cosido los ojos y la boca a una niña.
Los ojos del rizado se abrieron de par en par y todo su cuerpo se puso rígido.
—A ella le gustaban mucho las muñecas, así que aprendió a tejer y cada uno de mis hermanos y yo tenemos una.
—¿Como en Coraline?—preguntó Are, tratando de deshacer el nudo que tenía en la garganta.
—Sí.—asintió Adriana, mientras se giraba hacia el chico.—Solo que ella no les cosió botones.
El rizado observaba con atención el perfil de Adriana mientras ella continuaba.
—Mi tía siempre fue... diferente. Se obsesionó con las muñecas de una manera que no era normal. Recuerdo que siempre hablaba de "darles vida propia" y cosas así. Pero nunca pensé que llegaría tan lejos.
Después de eso, el rizado no se atrevió a preguntar nada más.
Ahora, en la actualidad, mientras Fede, Are, Óscar, Iván y Boom se encargaban de tapar el túnel, Adriana y Montserrat cuidaban y vigilaban al argentino, quien estaba un poco enfermo.
En cuanto la puerta de la habitación de Ian se abrió, este puso pausa a lo que estaba viendo para prestar atención a las chicas que habían entrado.
—Fede y los demás ya bajaron a tapar el túnel—fue lo primero que salió de la boca de la castaña, mientras se sentaba sobre su pie en el borde de la cama frente al argentino.
—¿Cómo te sientes?—preguntó esta vez la azabache, mientras se cruzaba de brazos.
—Un poco mal todavía—dijo Ian, un poco cabizbajo.
—¿Quieres que te traigamos algo?—preguntó Montserrat, poniendo su mano en la pierna del chico, el cual negó con la cabeza ante la pregunta.
—Bueno, si quieres algo, vamos a estar en la cocina —le dijo Adriana, antes de dirigirse a la puerta.
Y antes de que Montserrat se levantara, le regaló una sonrisa al argentino. Se levantó de la cama y se dirigió a la cocina para acompañar a Adriana.
Ambas chicas permanecían en silencio en la cocina, mientras esperaban a que los chicos volvieran del sótano.
Adriana vestía unos leggings y un top de tirantes negros junto con un suéter largo color blanco, llevaba el pelo recogido en un moño desordenado y sostenía una taza de té.
Mientras que Montserrat llevaba un top deportivo negro y unos joggers color gris, su cabello castaño le caía por la espalda, los hombros y la cara, mientras miraba a través del cristal de las puertas corredizas que daban al jardín.
La castaña había estado dando vueltas al asunto de irse, tomando como excusa el Baby Shower de su prima. Pero, al mismo tiempo, le daba mucho peso al mensaje de: 'No importa con quién estés o a dónde vayas, ellos siempre te seguirán'.
Por un lado, pensaba en salir de esa casa donde ya no se sentía tan segura, pero, por el otro, tenía miedo de que en cualquier momento que ella sola pusiera un pie afuera, los seguidores de Alfa le pudieran hacer algo.
Prefería contarle a Fede sobre los mensajes que le habían enviado, antes que salir sola y arriesgarse a que le hicieran algo.
Y quería convencer a su mejor amiga de que también se quedara, y, si quería, se fuera con Arenovitz, pero que se quedara y no fuera.
Adriana ya había comprado su boleto de avión, pero aún no le había dicho a nadie, ni siquiera al rizado ni al resto de sus amigos, que se iba por unas semanas.
La azabache se mantenía firme en su decisión y no iba a dar marcha atrás.
Aprovechando que estaba sola con su mejor amiga, decidió tomar el momento para decirle que era decisivo que se iba.
Dejó a un lado su taza y antes de hablar, se aclaró la garganta, atrayendo la atención de Montserrat.
—Ya...—se aclaró de nuevo la garganta.—Ya compré mi vuelo, me voy el viernes. Solo... quería que lo supieras.—Adriana bajó la vista a la encimera, dibujando cosas al azar con su dedo.
—Está bien...—la castaña soltó un pesado suspiro, antes de comenzar a limpiar distraídamente algunas migajas que había.— Yo no voy a ir a Monterrey.
—Monse...
—Adriana, no me siento segura —interrumpió Montserrat a Adriana, hablando en un tono severo.— Me quedaré aquí con Fede y le voy a contar todo sobre los mensajes. —la azabache abrió los ojos de par en par y abrió y cerró la boca tratando de decir algo, pero la castaña se adelantó.— No le diré nada sobre ti, pero tú debes hacer lo mismo que Are. No puedes ocultarle esto para siempre.
Esas últimas palabras provocaron en Adriana una sensación de tristeza. Le dolía ocultarle cosas a Alexander, pero ella sentía que era lo mejor. No quería que el rizado se arriesgara o le pasara algo por tratar de protegerla.
Hablaría con él sobre su viaje y también le diría a los chicos sobre el sueño que había tenido hace dos días, ya que no les había comentado nada y decidió decirles hasta que estuviera dibujado en su libreta.
—Adriana... —llamó Montserrat, haciendo que la mencionada levantara la vista de la encimera.— Prométeme que cuando regreses le dirás. Promételo.
Pero, antes de que la azabache pudiera decir algo, todas las luces de la casa se apagaron. Ambas chicas miraron el techo y luego se miraron la una a la otra, antes de dirigir la vista hacia la puerta de la cocina donde estaban los interruptores de la luz.
Y, antes de que pudieran hacer algo, un hombre con una túnica roja y una máscara apareció frente a ellas. Montserrat, que estaba sentada, se levantó de golpe y junto con Adriana comenzaron a alejarse lo más posible, mientras se dirigían a la puerta de la cocina.
Pero, en ese momento, el hombre lanzó a la encimera el objeto que tenía en su mano derecha. Ambas chicas se detuvieron al instante, mirando entre el hombre y el objeto que este había lanzado, esperando que algo malo pasara.
Al ver que no pasaba nada, las dos chicas comenzaron a moverse de nuevo lentamente hacia la puerta de la cocina, manteniendo los ojos fijos en el hombre. Pero antes de que pudieran dar otro paso y salir de la cocina, las luces se volvieron a encender.
Ni Adriana ni Montserrat se preocuparon por revisar si el hombre seguía ahí, les preocupaba más saber si el argentino y los chicos se encontraban bien.
—Yo iré a ver cómo está Ian...—le dijo la castaña a su amiga, antes de que ambas pusieran un pie en las escaleras.—Tú ve por los chicos. ¡Corre!
La azabache hizo lo que su amiga le pidió y salió por la puerta corrediza de la sala hacia el jardín. Bajando las escaleras y cuando estaba por entrar por la puerta del sótano, su cuerpo chocó con el de alguien.
La persona con la que chocó la tomó de los hombros para estabilizarla y evitar que se cayera. Adriana, igualmente, se agarró de los antebrazos de la persona, antes de levantar la vista y darse cuenta de que había chocado con Fede.
—¿Qué pasó?—le preguntó Fede a la chica, preocupado, al verla tan agitada.
—S-se apagaron las luces de la casa y...—habló Adriana rápidamente, para después pasar saliva y continuar.—apareció un hombre...
—¿Un hombre?—interrumpió el rizado, abriéndose paso entre sus amigos para poder llegar hasta la chica.
—U-uno de los hombres de Alfa...—titubeó un poco.
—¿Dónde está Monse?—le preguntó el uruguayo a Adriana, al ver que la castaña no estaba con ella.
—Fue a ver si Ian estaba bien.
En cuanto la azabache terminó su oración, Fede la soltó y la hizo a un lado, pasando junto a ella y dirigiéndose a toda prisa a las escaleras.
—¿Estás bien?—preguntó Ivan a Adriana.
—Sí.—asintió.
Con eso, todo el grupo, menos Arenovitz, salió del sótano para seguir los pasos del uruguayo.
Cuando ambos jóvenes se quedaron solos, el rizado atrajo a la chica hacia él, rodeando sus hombros con sus brazos. Adriana aceptó el abrazo y se aferró al rizado.
Aún tenía miedo de decirle a Alex que se iría, por un tiempo. Pero, con lo que acaba de pasar, ya no estaba tan segura de querer irse.
Era un hecho que le iba en contra, tanto a él como a los chicos, lo que soñó y lo del mensaje, ya lo había decidido. Pero, antes, debía averiguar qué era la cosa que el hombre había arrojado a la encimera de la cocina.
Perdón por la tardanza... pero, como les dije anteriormente, las actualizaciones serán algo lentas :)
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