1.08

CAPITULO OCHO
DEBILIDAD

𑁍

CUANDO ADRIANA SE LEVANTÓ DE aquella pesadilla, el sudor le caía por las sienes, tenía la boca seca y su corazón latía aún a un ritmo demasiado rápido. La luz de la mañana grisácea le permitió ver al rizado aún dormido a su lado.

Eso la tranquilizó un poco, por lo que no quería despertarlo y preocuparlo. Así que, lenta y cuidadosamente, fue saliendo de la cama y cuando sus pies tocaron el frío suelo, de la misma forma, se dirigió hacia la puerta, abriéndola lo suficiente para que su cuerpo pasara.

Una vez fuera de su habitación, se dirigió a las escaleras para ir a la cocina por un vaso de agua.

Pero, cuando llegó, se encontró con su amiga castaña sentada en una de las sillas altas frente a la encimera.

La azabache se extrañó, ya que, por lo general, Montserrat siempre bajaba a la cocina acompañada del uruguayo. Y esta vez, estaba sola, viendo por el cristal de la puerta corrediza que daba al patio de la casa.

Montserrat estaba tan sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta de que la pelinegra la estaba observando desde el marco de la puerta, hasta que esta habló.

—¿Qué haces despierta?

La castaña se sobresaltó tanto que estuvo a punto de caerse de la silla. Se giró hacia atrás y se encontró con su mejor amiga parada viéndola con preocupación y confusión.

—Casi me matas.—le reclamo Montserrat, un poco enojada.

—¿Estas bien?—volvió a preguntar Adriana, esta vez acercándose hasta quedar a su lado, tapándole la visión hacia el patio.

La castaña miró a los ojos a su mejor amiga, notando que realmente estaba preocupada por ella. Quería actuar con normalidad o como si estuviera de mal humor, pero no pudo contenerse, y acabó soltándose.

De sus ojos comenzaron a caer lágrimas, mientras su cara se ponía roja.

—No.—dijo casi en un susurro, mientras se se sorbía la nariz.

—¿Qué pasó?—preguntó con preocupación la pelinegra, pasando detrás de la oreja de su amiga un mechón de su cabello.

Montserrat, todo el tiempo, había tenido las manos cerradas, como si estuviera protegiendo algo. Que en cierta forma, así era.

—Una semana después de venirnos a vivir con Fede, una persona comenzó a escribirme...—explicó la castaña, mirando sus manos.—Me enviaba fotos mías dentro de la casa o cuando salía a la calle, me decía que tuviera cuidado con las personas que me rodean, que los seguidores de Alfa me seguían a cualquier lugar al que iba...—Montserrat miró a la pelinegra.—Por más que bloqueara a la persona, me seguía mandando cosas desde otros números... así todos los días.

—¿Por qué no le dijiste a Fede?—Adriana interrumpió a la castaña.

—Lo hice.—la castaña asintió con la cabeza.—Por eso le pedí a los chicos que me acompañen cuando salgo o cuando él no puede.—Montserrat se limpió los restos de lágrimas secas antes de continuar.—Hace dos meses que ya no me envía nada, lo último que me envió fue un mensaje que decía que no importa con quién esté o a dónde vaya, ellos siempre me seguirán... y que tenga cuidado si Alfa me envía un mensaje.

Lo último paralizó a la pelinegra, haciendo que se tensara de pies a cabeza.

¿Podría ser...?

—Uno de los enmascarados me dio este papel.—Montserrat le explicó como si hubiera leído su mente, mientras abría las manos, revelando un pedazo de papel rasgado, ya un poco maltratado.—Es un mensaje de Alfa, dice que... tenemos que irnos de aquí, aunque sea por un tiempo.

Adriana seguía congelada en su lugar sin saber qué decir. El papel que le habían dado a ella estaba escondido en uno de los bolsillos del pantalón que había usado el día anterior.

No sabía que también le habían dado uno a su amiga.

—A mí también me dieron un papel.—dijo Adriana, con un nudo en la garganta.—Decía que el juego apenas comenzaba, y que a ti y a mí nos perdonaba la vida, pero los chicos no saben con quién se metieron.

A ambas chicas se les congeló el alma y se miraron mutuamente, haciendo que el mundo a su alrededor dejara de existir y olvidándose por un momento de que tres de sus amigos dormían en el piso de arriba, o eso creían.

El argentino estaba de pie fuera de la cocina, con la espalda pegada a la pared para escuchar la conversación de ambas chicas. Ian se había despertado debido al ruido que había hecho la castaña con la silla cuando se sobresaltó y, además, no había dormido mucho; estuvo despierto la mayor parte del tiempo.

Y había decidido no interrumpir cuando escuchó que Montserrat comenzaba a sollozar. Decidió regresar a su habitación, pero se detuvo, cuando ambas chicas mencionaron los mensajes que habían recibido de los enmascarados.

Después de pensarlo, y aprovechar que se quedaron en silencio, decidió interrumpir y hacer acto de presencia en la cocina.

—¿De qué mensajes hablan?—preguntó el argentino, haciendo que ambas mujeres se sobresaltaran y se giraran hacia él.

La castaña, de nuevo, estuvo a punto de caerse de la silla. Molesta, se giró hacia el argentino.

—¿Qué nadie aquí respeta los pensamientos de uno?—soltó Montserrat, cansada de ser la segunda vez que alguien la asusta.

—¿Qué mensajes les dieron?—Ian ignoró lo que dijo su amiga castaña, y esta vez miró a Adriana en busca de una respuesta.

—Ninguno.—respondió la pelinegra, jugando nerviosamente con sus dedos.—Nos quisieron jugar una broma dándonos un papel que, según ellos, tenía un mensaje de Alfa, pero solo tenían una cara de payaso dibujada.—Mintió, de nuevo, pero el argentino no le creyó.

Así que, se acercó hasta ambas chicas y les arrebató el papel que Montserrat sostenía entre sus manos. Esta solo lo miró con miedo, ya que sabía que tratar de quitarle un papel a alguien que era, al menos, 10 centímetros más alto, era una pérdida de fuerzas y tiempo.

Ambas chicas se pusieron rígidas cuando vieron al argentino abrir el papel y entornar los ojos para tratar de entender qué decía.

Les aconsejó... a ti y a tu amiga... que... si quieren seguir... corriendo con suerte... ambas... salgan de esa casa... y no vuelvan... hasta... dentro de un tiempo.—las arrugas en el papel dificultaban un poco que Ian pudiera leer el mensaje.—Alfa.

En cuanto el argentino terminó de leer el mensaje, miró a la castaña, quien tenía la cabeza baja, y después a su amiga pelinegra.

—¿Qué dice el mensaje que te dieron?—preguntó Ian, a lo que Adriana desvió la vista hacia el patio de la casa.

El juego apenas comienza. Que a mí y a Monse nos perdona la vida. Pero que ustedes, no saben con quién se metieron.

—Debemos decírselo a los chicos.—sugirió el argentino.

Adriana y Montserrat miraron a Ian con miedo y temor, con los ojos muy abiertos.

—¡No!—exclamaron ambas mujeres.

—Podría ser solo una broma... y quieren ver cómo reaccionamos.—Adriana trató de encontrarle algún sentido.—Al fin y al cabo, somos las más débiles... o saben que somos su debilidad de todos ustedes.

—Ellos saben cómo actúan todos ustedes cuando nos pasa algo.—agregó la castaña, estando de acuerdo con el punto de su amiga.

—Y en especial Fede y Are.

—Y por eso no les podemos decir.—Adriana miró al argentino con advertencia, antes de dar algunos pasos hacia él.—Solo los vamos a asustar más de lo que ya están y...

—Pero podemos ir con la policía...—interrumpió Ian a la azabache, pero este también fue cortado por la Monse.

—Como chingan con la policía... a Iván y a ti todavía no les queda claro qué va a ser peor para nosotros.

El tema de ir a la policía era algo un poco controversial en el grupo. Y por más que les dijeran que los policías no les iban a hacer caso, ellos seguían insistiendo en ir.

—Nos metimos en un sitio ilegal...—la castaña hizo énfasis en la última palabra.—a comprar payaso. ¿Tú crees que nos van a tomar en serio?

El trío se quedó en un silencio tenso, donde cada uno daba vueltas a un asunto. Adriana pensaba en cómo decirles a sus amigos que había tenido otro sueño, donde esta vez por fin le podía dar cara y cuerpo a esa risa y esa voz que la atormentaba.

Ian pensaba en las palabras que la castaña había dicho: 'Ellos saben cómo actúan todos ustedes cuando nos pasa algo'. Era cierto que todo el grupo se preocupaba por ambas chicas, ya que, como Adriana dijo, ellas eran las más débiles en ese aspecto.

O bueno, no débiles, pero sí eran las más vulnerables y eran el punto débil del uruguayo y el rizado. Si algo les pasa a alguna de ellas, ellos son los primeros en ir a su rescate.

Cuando el argentino estaba por volver a decir que deberían decirle a los chicos, Fede Vigevani hizo acto de presencia en la cocina.

—¿De qué hablan?—la voz adormilada del uruguayo se escuchó desde la puerta.

—Nada interesante —dijo la pelinegra, sonriéndole a Fede y dirigiéndose a una de las gavetas para tomar un vaso y servirse un poco de agua.—Le estábamos contando a Ian que tal vez vayamos a visitar a nuestras familias... Mi mamá cumple años en una semana y la prima de Monse va a festejar el Baby Shower de su bebé.

Montserrat e Ian se miraron el uno al otro con extrañeza, pero decidieron seguirle el juego, en especial la castaña.

—¿A dónde irán?—preguntó el uruguayo, mientras se acercaba a sus amigos.

—Adriana se irá a Brasil y yo a Monterrey.

—¿Brasil?—preguntó el argentino, con extrañeza.

—Técnicamente, soy brasileña, pero he vivido en México desde que tenía nueve.

Con eso, lograron que un nuevo tema de conversación surgiera entre los cuatro. Pero por más que aportara a la conversación, Ian seguía dudando si decirle o no a Fede de la situación con sus amigas. Pero, de nuevo, sus pensamientos se vieron interrumpidos por la presencia de Alexander.

Quien se unió a su conversación, quedándose junto a la pelinegra mientras le pasaba el brazo sobre los hombros para poder atraerla hacia él y darle un pequeño beso en la cabeza. El argentino y el uruguayo se miraron al notar el comportamiento extrañamente romántico de la pareja.

Cuando Fede miró a la castaña, se dio cuenta de que esta estaba bastante distraída mirando un punto fijo de la cocina. El extraño comportamiento de Montserrat desconcertó al uruguayo, pero este decidió que le preguntaría más tarde cuando estuvieran a solas

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