1.07

CAPITULO SIETE
UN BESO

𑁍

DESPUÉS DE QUE TODOS SE tranquilizaron, controlaron sus emociones y comprobaron que las chicas no estaban heridas, se sentaron para discutir qué harían con la entrada del túnel.

El grupo se reunió en la sala de la casa del uruguayo, agotados y aún llenos de la adrenalina por lo que habían vivido hace apenas unos minutos.

Fede, Montserrat, Oscar, Boom y Arenovitz fueron los únicos que aportaron algo a la situación, mientras Ian, Adriana e Iván se mantenían en silencio, procesando lo que habían vivido. El miedo aún se reflejaba en sus ojos, pero la determinación también empezaba a surgir.

Mientras discutían su próximo movimiento, Adriana jugueteaba y observaba el papel que el enmascarado le había entregado.

Tenía miedo de saber lo que era ese papel, pero también tenía curiosidad. Podría ser una broma, podría tener información personal sobre ella o su familia, o quizás solo querían jugar con su mente.

La pelinegra no lo sabía, pero la curiosidad le ganó y abrió el papel que contenía un mensaje escrito en él:

"El juego apenas comienza. A ti y a tu amiga les perdono la vida. Pero tus amigos, no saben con quién se metieron.
—𝐴𝑙𝑓𝑎."

Un escalofrío recorrió la columna de Adriana. La amenaza implícita dejó claro que no podrían simplemente tapar la entrada de ese túnel, tenían que hacer algo más.

La pregunta era ¿qué?

La policía no les creería, y, al contrario, podrían terminar en la cárcel por entrar a la Deep Web.

Las incoherencias ya comenzaban a hacerse presentes, al igual que el amanecer. Por eso, el grupo decidió que era mejor idea que cada uno se fuera a descansar.

Arenovitz decidió quedarse en la casa del uruguayo, a petición de Adriana y para poder vigilarla por si tenía alguna pesadilla.

Ambos se lavaron la cara y los dientes; el rizado tenía algunas de sus cosas como ropa y un cepillo de dientes en la habitación de la pelinegra, para quitarse los restos del líquido negro que el payaso triste les había hecho tomar.

Adriana remplazó su blusa negra por una sudadera que claramente le pertenecía a Arenovitz, y sus jeans por unos pantalones cortos.

Cuando ambos se metieron en la cama de la pelinegra, ninguno de los dos dijo algo. Solo miraban el techo blanco, cada uno sumido en sus pensamientos, mientras Arenovitz jugaba con las puntas azabache de Adriana, mientras esta, al estar recostada sobre su pecho, escuchaba el latido del corazón del rizado.

Estuvieron así alrededor de 30 minutos, hasta que Arenovitz recordó que uno de los enmascarados le había entregado un papel a la chica. Así que, no queriéndose quedar con la duda, decidió romper el cómodo silencio en el que estaba.

—¿Qué decía?—preguntó el rizado, haciendo que Adriana se tensara y girara su cabeza hacia el chico, apoyando su barbilla en su mano que descansaba sobre el pecho de este.

—Nada.—mintió, sosteniendo la mirada al chico, para hacerle creer que estaba diciendo la verdad.—Solo tenía una estúpida cara de payaso dibujada.

Alexander observó detalladamente las expresiones que hacía Adriana, buscando algún indicio de que estuviera mintiendo, pero ella supo disimularlo bastante bien.

El rizado soltó un suspiro de alivio mezclado con cansancio, antes de depositar un pequeño beso sobre la cabeza de la pelinegra, quien cerró los ojos por un instante, disfrutando del momento.

—Gracias.—le agradeció Adriana en su susurro, haciendo que el chico la mirara con confusión.

—¿Por qué?

—Por todo.—la sonrisa que nació en la cara de la chica le hizo sentir a Arenovitz mil cosas en el estómago e hizo que su corazón latiera con más fuerza.—Por no dejarme o pensar que estoy loca por...

Alexander no pudo evitarlo y la mandó a callar atrayendo su cara hasta la suya, hasta que sus labios se unieron en su primer beso de verdad.

Anteriormente, ya se habían besado, pero fue uno muy pequeño y por un reto en la fiesta del uruguayo por los 20 millones. Este, estaba lleno de amor y cariño.

Adriana se sorprendió ante el repentino acto, y tardó unos momentos en asimilar que estaba besando al chico del que había caído enamorada a simple vista en aquel motel de payaso. Pero, le correspondió el beso.

Que duro, hasta que ambos se tuvieron que separar para poder respirar, juntando sus frentes.

—Yo nunca...—comenzó el rizado, acariciando el suave cabello de la chica.—jamás te juzgaría o te dejaría por lo que eres. Así te quiero y así me enamoré de ti.

A Adriana le revolotearon mil mariposas en el estómago al escuchar esas palabras salir de la boca del rizado.

—¿Enamorarte de mí?—preguntó la pelinegra, sin poder creérselo.

—¡Claro que sí!—le afirmó el rizado, pasando los mechones azabache de Adriana por detrás de su oreja.—Me enamoré de cada parte de ti. Le agradezco a Monse por haberte arrastrado hasta nuestra habitación.

Adriana soltó una risa silenciosa, al recordar aquel momento donde se negaba a ir a la habitación de unos completos extraños que su mejor amiga había conocido en menos de 10 minutos.

—No me arrastró.—la pelinegra negó con la cabeza divertida.—Le dije que no volvería a salir sola, y menos a la habitación de unos completos extraños.

—Bueno, ahora tan extraños no somos.

—Quién diría que aquellos güeyes que estaban pasando por la misma situación que nosotras se convertirían en nuestros mejores amigos.

Y futuro novio, quiso decir Alexander, pero no se atrevió. Por fin había reunido el valor para besarla, sin la necesidad de un reto o alcohol, como para que ahora mandara todo a la mierda.

Quería hacer las cosas bien y dejar que todo pasara cuando tenga que pasar. Por ahora, quería disfrutar del momento de paz, después de todo el miedo que sintió al pensar que la había perdido.

Sabía que no iba poder dormir, por estar vigilando que nada le pasara o que alguien intentara separarla de él, de nuevo. Por eso, no puso resistencia cuando Adriana le preguntó si le importaba que ella dibujara lo que les había pasado esa noche.

Adriana disfrutó de ese momento, de estar recostada sobre el costado del rizado, las piernas semiflexionadas, con su libreta sobre sus muslos. Incluso, encontró de mucha ayuda que Arenovitz la ayudara a recordar cómo eran algunas de las explosiones y colores que tenían las máscaras de los encapuchados.

Pero, llegó un punto en que el sueño y el cansancio por fin se apoderaron de ellos, y ambos cayeron dormidos.





























ADRIANA

Abrí los ojos al sentir una corriente de aire helado recorrer mi cuerpo. Me di cuenta de que estaba en la sala, acostada en el sillón, con el brillo de la televisión como única fuente de luz.

Me enderecé y miré a mi alrededor, percatándome de que estaba completamente sola y vestida con ropa diferente a la que llevaba al acostarme, con un conjunto que había usado días atrás.

Llevaba puesta una camiseta de tirantes gris y unos shorts de pijama a juego. Recordaba que ese día Monse, Fede, Ian, Carlitos, Guarura y Lukas decidimos ver una película. Me quedé dormida a la mitad, e Ian me llevó hasta mi habitación.

Ahora, no había rastro de mis amigos o de los menores. Me encontraba en otro de mis sueños.

Otra ráfaga de aire frío recorrió mi cuerpo, erizando los vellos de mis brazos y piernas. Traté de desvanecer el efecto frotando mis brazos, pero la temperatura seguía bajando.

Nada podía dañarme técnicamente, pero sentía una sensación de extrañeza y malestar, como si algo malo estuviera por suceder.

La soledad empezaba a incomodarme, así que decidí buscar a mis amigos en mi sueño. Me levanté del sillón y, gracias a la luz de la televisión, vi una brazada negra perfectamente doblada sobre el respaldo del sillón, la cual solía usar para taparme. La tomé y me la pasé sobre los hombros en un intento de darme calor.

No ayudaba mucho, pero era mi mejor opción por el momento.

Al dirigirme hacia la cocina, tropecé con una pata del sillón, causándome dolor y la risa de alguien, una risa que reconocería en cualquier lugar. La risa que me atormentó aquella vez en el túnel.

Al intentar ir a la cocina de nuevo, una sombra con pelo afro, un poco más baja que yo, se presentó. Nos miramos durante unos eternos minutos antes de que ella se acercara.

Salió de la cocina, arrastró una silla de madera y se sentó frente a mí. La mujer, disfrazada de payaso, vestía un traje típico, zapatos de charol negros, una peluca azul claro y uñas largas negras.

La payasa, cuyo nombre desconocía, me miraba fijamente, moviendo la cabeza de un lado a otro, provocándome escalofríos.

—¿Eres Adriana, verdad?—me habló, mirándome a los ojos con sus pupilentes azules.—He escuchado hablar de ti cientos de veces, pero jamás te había visto. —Colocó sus brazos sobre el respaldo de la silla y puso su mentón sobre ellos, haciendo un puchero triste.—No sales mucho de tu habitación, ¿verdad?

Su risa después de la pregunta me provocó un escalofrío y dolor de cabeza.

—Solo vine a recordarte algo. —La payasa se levantó, haciéndome retroceder. Al ver mi reacción, chasqueó los dedos y, como por arte de magia, no pude moverme.—Adri, no importa lo que tú y tu amiga Monse hagan o a donde se vayan... Siempre las estaremos vigilando... y yo siempre estaré dentro de esta cabecita tan creativa que tienes. —Cuando la tuve a un centímetro de mi cara, sentí cómo su uña recorría el lado izquierdo de mi rostro hasta llegar a la mitad de mi mejilla.—Ya me conoces, pero mi nombre... Pronto lo descubrirás.

Con eso, y después de irse como una puta psicópata, volvió a chasquear los dedos y todo se volvió negro.

Vaya mierda SJSJJSJSJSJDJS
No soy tan romántica perdón 😔

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