1.03
CAPITULO TRES
VOCES
𑁍
FEDE E IVÁN VOLVIERON al túnel con un carrito a control remoto equipado con una cámara. Boom, Oscar, Arenovitz, Ian y las chicas se quedaron en la casa para observar a través de la cámara.
Cuando el carrito avanzó unos metros, todos vieron cómo era levantado, perdiendo la imagen del túnel al instante. La confirmación de que algo o alguien estaba presente asustó a todos, especialmente a Adriana.
Sus sueños empezaban de manera similar, con los chicos yendo al sótano y descubriendo una puerta. Aunque su sueño tomaba un giro similar al de Alicia en el país de las maravillas, el recuerdo le enviaba un escalofrío por la médula espinal.
Viendo su incomodidad, el rizado fue hacia ella, buscando proporcionarle calor. Sin embargo, lo que menos sentía Adriana era frío; era temor, ansiedad y miedo.
Tras una hora de deliberación en la casa sobre qué hacer, decidieron enfrentar lo que estaba bajo su hogar, a pesar de los miedos de los chicos por la seguridad de las chicas.
Aunque renuente, la pelinegra aceptó descender, y el grupo se dirigió al patio sin conocer la magnitud de lo que les esperaba.
En el camino al sótano, un escalofrío detuvo a Adriana, sintiendo una mirada masiva sobre ella. Enfocó la vista en la casa amarilla y vio una silueta en la ventana.
—¿Estás bien? —preguntó el chico, poniendo una mano en el hombro de la chica.
Ante la repentina acción de Arenovitz, Adriana se sobresaltó en su lugar. Pero se relajó cuando se dio cuenta de quién era.
—Sí, solo... me dio la sensación de que alguien nos miraba.
El chico de rizos tomó la mano de la pelinegra y caminó con ella hasta el sótano, donde todos ya estaban dentro.
El uruguayo tomó una lámpara y se adentró en la sala contigua con la entrada al túnel. Al ser estrecho, todos se agacharon y uno a uno se arrastraron al final del túnel.
El uruguayo, quien fue el primero en entrar, miró hacia abajo. Al ya no tener vuelta atrás, Fede se introdujo poco a poco en el agujero, tropezando debido a la altura entre el orificio y el suelo, haciendo que maldijera.
—¿Estás bien?—preguntó Iván al ver a su amigo tropezar.
—Sí.—asintió Fede, recogiendo la lámpara para alumbrar.
Iván fue el siguiente en bajar.
—¿Estás bien?—fue el turno del uruguayo de preguntar.
—Sí.—afirmó Iván, limpiándose las manos.
Cuando el uruguayo iluminó el suelo, notaron un saco de dormir y una escalera de madera improvisada.
—Chicos, hay una escalera hacia abajo.—informó Fede, mientras Iván recogía la escalera y la colocaba para que los demás pudieran bajar.
En el turno de las chicas, Fede y Arenovitz las ayudaron a bajar. Montserrat fue la primera, ayudada tanto por Fede como por Ian.
—Creo que es un buen momento para decir que sufro un poco de claustrofobia.—bromeó Adriana, intentando poner un pie en la escalera.
Iván sujetó la escalera al ver que se tambaleaba, y Arenovitz ayudó a Adriana a bajar.
—Gracias.—susurró, agradeciendo a sus dos amigos.
Mirando al suelo, Iván vio un saco de dormir naranja lleno de escombros y tierra.
—¿Cómo vamos a tener esto debajo de la casa, amigo?—se preguntó el argentino, mirando el pasillo del túnel.
—Esto no tiene sentido.—dijo Boom, examinando el entorno.
—¿Y qué es ese olor?—se quejó la castaña, percibiendo un olor desagradable.
—Es del saco de dormir.—contestó Adriana, tapándose la nariz.—Está lleno de bichos.
Fede e Ian se acercaron al saco, confirmando lo que decía su amiga. Estaba lleno de pequeños bichos negros y de una masa blanca con un olor horrible.
—Había alguien aquí, cabrón.—mencionó Iván.
—Se los dije.—acusó Adriana.
—Adriana tenía razón, vámonos de aquí.
—No, pues vamos para allá.—dijo Oscar del Rey, señalando el otro túnel.
—Ya hay que avanzar, ya estamos aquí.—concordó Arenovitz, mirando entre Adriana y Boom.
—Shhh.—mandaron a callar Fede, Ian y Montserrat al escuchar que las voces resonaban fuerte en el lugar.
—Están hablando muy fuerte, pendejos.—regañó la castaña en un susurro.
El grupo discutió por el ruido y la indecisión de moverse.
Fede encabeza al grupo, seguido por Boom, Adriana, Arenovitz, Montserrat, Ian, Iván y finalmente, Oscar del Rey.
El rizado vigilaba de cerca cada paso de Adriana, y a medida que avanzaban, notó que le costaba más respirar.
En cierto sentido, Adriana explicaba que el lugar era estrecho, obligándolos a caminar con las rodillas flexionadas, y estaba lleno de tierra, polvo y olores desagradables.
Hubo un momento de pausa al oír ruidos, y Adriana juraba haber escuchado una voz femenina susurrando su nombre.
—¿Escucharon lo que dijo?—preguntó la pelinegra, desconcertando a todos.
—No se escuchó ninguna voz.—dijo Oscar del Rey.
—¿En serio nadie lo escuchó?—Adriana se alteró, siendo callada por los demás.
—Estamos haciendo mucho ruido con los pies.—justificó Oscar.
—Hay que caminar despacio.
Pensando que se volvía loca, Adriana escuchó una risa femenina tenebrosa.
—No, no puedo.—dijo antes de salir corriendo por el túnel.
—¡Adriana!—gritaron sus amigos, resonando en el túnel.
Solo podía escuchar la risa y una voz femenina repitiendo su nombre.
Adri... Adriana.
Llegó a las escaleras, las subió rápidamente, salió del túnel sin darse cuenta y corrió hacia la casa.
Con raspones y manos enrojecidas, ignoró todo y se encerró en su habitación.
Duvan...
Alfa...
Adricita...
...No puedes esconderte...
Te encontraremos...
Pasaron 20 minutos eternos para Adriana, hasta que escuchó la manija de su puerta.
—¿Adriana?—reconociendo la voz de Arenovitz, las risas y la voz desaparecieron.
Fede, más rápido, obtuvo la llave del seguro y al entrar, vio a Adriana con manos rasgadas y sangre.
Se acercó cuidadosamente, tomó sus manos y examinó las heridas.
—Había una voz...—comenzó Adriana, mirando sus manos.—Ella... se ría y susurraba mi nombre.
—¿Ella?—preguntó el uruguayo.
—Era la voz de una mujer o una niña... n-no lo sé...
—Adri.—la castaña se acercó.—No había ninguna voz abajo.
—Luego hablamos de eso, hay que curar esos raspones antes de que se infecten.—propuso Iván, finalmente reaccionando.
—Podemos ir al consultorio de mi tía, tiene turno nocturno hoy.
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