1.01

CAPITULO UNO
PESADILLA

𑁍

ADRIANA

ABRÍ POCO A POCO MIS ojos, sintiéndome aturdida y desconcertada al no saber dónde estaba. Todo el lugar estaba oscuro, apenas iluminado por la tenue luz de los postes de la calle.

Me enderecé en mi lugar y escudriñé a mi alrededor, tratando de reconocer el sitio. Me di cuenta de que estaba en un lugar abandonado con las paredes llenas de grafitis, aunque no podía recordar haber visitado un lugar como ese.

Lentamente me levanté del suelo, pero antes de que pudiera dar un paso, un intenso dolor de cabeza me detuvo brevemente.

Cuando el dolor disminuyó, empecé a buscar mi teléfono o algo que pudiera ayudarme a alumbrar. Del bolsillo de mi pantalón saqué mi teléfono y encendí la linterna.

Con la luz, un pasillo largo y angosto se hizo visible frente a mí. Los muros estaban cayéndose, los azulejos estaban cubiertos de grafitis y algunas baldosas del suelo estaban rotas o faltaban. El techo parecía a punto de derrumbarse.

Todos sabemos que si vemos un pasillo oscuro y en condiciones sospechosas, lo primero que hacemos es dar media vuelta y regresar por donde vinimos. Pero necesitaba encontrar a mis amigos, tenía que entrar a Monse y a...

Arenovitz.

Al no tener nada con lo que defenderme, agarré un pedazo de baldosa rota.

Solté un suspiro tenso que hizo que todo mi cuerpo temblara. Me tomé un momento para analizar lo que estaba a punto de hacer y cuando estuve lo bastante segura, me adentré en el oscuro pasillo.

Había unos cubículos pequeños, menos de 5 por 5 metros. Iluminé cada uno de ellos para asegurarme de que estuvieran vacíos.

Por suerte (y también desgracia), no había nada más que escombros, grafitis y restos de velas.

Cuando llegué al final del pasillo, vi unas escaleras y a alguien sentado en ellas. Cuando iluminé a la persona, me di cuenta de que era Ian.

Sintiendo un gran alivio al encontrar al menos a uno de mis amigos, le llamé:

—Ian.

El mencionado levantó la cabeza y soltó un suspiro de alivio al ver que había encontrado a su amiga.

—Adri.—dijo Ian mientras se levantaba y se acercaba a mí para darme un abrazo.

Solté un quejido por la fuerza con la que mi amigo me abrazó, pero no me importó y le devolví el abrazo con gusto.

—Te buscamos por todos lados. Are está muy preocupado por ti.

Nos separamos del abrazo y le pasé mi mano por la barbilla de Ian, tratando de limpiar una mancha negra que tenía.

Pero él me detuvo tomando mi muñeca.

—Debemos irnos, los demás deben estar en la entrada del túnel.—me dijo Ian, a lo que asentí y me dejé guiar por él.

No tenía idea de hacia dónde íbamos, me sentía atrapada en un laberinto del cual no sabía si saldría. Pero cuando empecé a escuchar murmullos de voces masculinas que conocía a la perfección, me tranquilicé.

Cuando el grupo se dio cuenta de la luz que se acercaba, se pusieron alerta, pero se relajaron al ver que solo éramos Ian y yo.

Montserrat, que estaba abraza a Fede, fue la primera en correr hacia mí y abrazarme fuertemente.

—Pensé que te había perdido, no vuelvas a hacer esa tontería.—la voz de la castaña se entrecortó, haciéndome abrazarla con más fuerza.

Cuando nos separamos, otros brazos rodearon mi cuerpo. Me sorprendí un poco, pero cuando reconocí la colonia que impregnaba la sudadera, me relajé y me aferré fuertemente a los rizos.

—No vuelvas a asustarme así otra vez.—susurró Arenovitz al oído.

Escondí mi cara en su hombro, pero de repente sentí un dolor punzante en mi abdomen. Intenté separarme de Are, pero este me lo impidió.

—Are,—traté de empujarlo, pero él intensificó la fuerza del abrazo.—Me estas lastimando. Suéltame.

El esfuerzo que estaba haciendo por tratar de separarme de Arenovitz hacía que el dolor que sentía se intensificara. La confusión se mezcló con el dolor mientras mi conciencia se desvanecía, y antes de perder la consciencia por completo, escuché las palabras frías y aterradoras de alguien que no era Alexander:

—Mis hermanos estarán muy contentos...




























OMNISCIENTE
3:30 am

Esa noche, los chicos se quedaron a dormir en la casa de Fede después de la fiesta que el uruguayo había organizado por alcanzar los 20 millones en su canal.

Así que decidieron pasar la noche en la casa de su amigo uruguayo. Montserrat e Iván durmieron en el cuarto de Fede, Boom y Óscar en el cuarto de Ian, y Arenovitz en el cuarto de Adriana.

Arenovitz permaneció despierto, vigilando a la pelinegra y preparado por si tenía una pesadilla.

Desde que Fede, Ian y Monse le contaron sobre las constantes pesadillas a mitad de la madrugada de Adriana, Arenovitz estaba profundamente preocupado.

Aunque, si le preguntabas a Adriana, ella te diría que son más como visiones o déjà vu's que aún no han ocurrido. No le había contado realmente a nadie sobre sus "sueños"; en lugar de eso, anotaba lo poco que recordaba en una libreta y realizaba pequeños dibujos para capturar lo que había visto, como personas, lugares u objetos que había sostenido en la mano, o incluso intentaba recrear el tipo de letra de las frases o palabras que había visto.

De vez en cuando, Fede y Monse la veían con esa libreta, pero cada vez que se acercaban para ver, Adriana cerraba la libreta y cambiaba de tema.

En las horas en las que Arenovitz no pudo dormir, se dispuso a buscar con mucho cuidado y precaución la dichosa libreta, que, según la descripción de sus amigos, era negra y tenía varias pegatinas de distintas series y películas, algunas ya desgastadas por el tiempo.

En un instante, mientras revisaba entre los cajones, Arenovitz se levantó del suelo y se acercó a Adriana, quien soltaba quejidos y tenía lágrimas en los ojos.

—Adri.—dijo él, moviéndola para tratar de despertarla—. ¡Adriana!

Ella despertó de golpe, con la respiración agitada y lágrimas deslizándose por sus mejillas.

—Ey, ey.—dijo Arenovitz, acariciando las mejillas de la chica para que lo mirara.—Está bien, estoy aquí.

Adriana se aferró al chico con los brazos, y él aceptó el abrazo.

Arenovitz subía y bajaba la mano por la espalda de Adriana, intentando calmarla.

—Fue tan real.—dijo ella en un susurro, separándose del chico.

—Está bien, solo fue una pesadilla.—Arenovitz limpió los restos de lágrimas de sus mejillas y apartó su cabello de sus ojeras—¿Quieres que me quede contigo?

—Por favor.—la pelinegra asintió, haciendo espacio para el rizado.

Arenovitz se metió debajo de la cobija de Adriana, y ella se acurrucó en el pecho del chico mientras él jugaba con su cabello.

Las caricias del rizado hicieron que Adriana se relajara y poco a poco volviera a caer dormida.

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