𝑽𝒆𝒊𝒏𝒕𝒊𝒖𝒏𝒐 ~ 𝑭𝒐𝒔𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝑴𝒂𝒓𝒊𝒂𝒏𝒂𝒔

~ Dos años atrás, mediados de agosto ~

El rubio jugaba con el piercing que portaba en una de sus cejas con los dedos, algo confundido ante el repentino cambio de planes que su hermana pequeña le estaba proponiendo.

—¿Cómo qué al final no quieres ir a Ishigaki? —sus verdosos y somnolientos ojos se posaban en los de ella, que le miraban de manera distante.

—Sólo he pensado que es mejor celebrarlo aquí... además, Kanaye dice que quiere conocerte y qué mejor día que mi cumpleaños y poder pasarlo los tres juntos en el festival...es buena idea ¿no? —Nami intentaba excusarse de cierta manera con el mayor—, Kaito, el viaje además era carísimo... no podíamos permitírnoslo ninguno de los dos... ibas a gastar todos tus ahorros y tampoco quiero eso...

Kaito se pasó los dedos por la mandíbula, emitiendo un único sonido gutural mientras le daba vueltas a todo aquello. Su hermana llevaba parte de razón en cuanto al tema del dinero, pero a él ese hecho no le importaba, solo quería que su hermana disfrutase de eso que la hacía feliz y que conseguía sacarle alguna que otra de esas bonitas sonrisas que siempre había tenido.

La pelinegra no podía apartar la vista de su rostro, como si temiera el inicio de una discusión con su allegado, pero, para su sorpresa, Kaito volvió a comportarse como siempre hacía con ella, con una amabilidad envidiable y dedicándole otra de esas enormes sonrisas que a ella le hacían pensar que, de entre todos los hermanos que hubieran podido tocarle, desde luego, él, había sido el mejor de todos.

—Bueno, Ishigaki no va a moverse de donde está ¿no? —él se encendió un cigarrillo y acarició ahora el rostro de su hermana —, haremos lo que tú quieras, Nami, no te preocupes por eso, ya sabes que a mi me daba un poco de miedo ir a bucear con las mantas, así que al final hasta salgo ganando ¿no? —terminó de hablar con una risa fingida.

El hecho de que su hermano aceptase al cambio de planes sin siquiera rechistarle provocó en ella el mayor de los alivios, haciendo que su cuerpo se abalanzase contra el del cabello teñido de rubio para abrazarle y llenarle el rostro, un día más, de besos y cariños al igual que cuando era apenas una niña pequeña.

Él la quería, muchísimo, era su mejor amiga, aquella a la que desde que apenas era un bebé había prometido cuidar siempre, manteniendo dicho juramento a pesar de que quien la hiciera fuera un Kaito de apenas cuatro años cuando sus padres llegaron a casa con ella y él la sostuvo entre sus brazos por primera vez. Quedó hipnotizado de lo bonita que era, de los risueña que le parecía y de la energía que desprendía de su diminuto cuerpo desde que llegó al mundo.

De hecho, recordaba como se llenó de emoción el día que escuchó sus primeras palabras, o el intento de primeras palabras que ella hacía por pronunciar. Él fue el primero en escucharlas, ni su padre, ni su madre, ni nadie más, solo él.

"Kito", "Kito", repetía una y otra vez mientras chapoteaba en la bañera frente a él, tratando de quitarle a su hermano un barco de juguete con el que él jugaba en ese momento. Eran el uno para el otro, desde siempre.

Y, con los años, ese sentimiento de protección hacia ella no había hecho más que crecer, pues veía como se iba convirtiendo en una chica preciosa, que había heredado ese rasgo característico similar al suyo, el de unos ojos fuera de lo común para el lugar donde vivían, llenos de un color extraño pero que, a la vez, dejaban embelesados a todos aquellos que se cruzaban con la mirada de ambos hermanos.

Mientras su hermana seguía dándole beso tras beso en la mejilla, incluso llegando a hacerle un poco de daño en cierto momento, él no hacía más que corresponder a su abrazo, habiendo dejado el cigarrillo en el cenicero que tenían sobre la mesa donde habían estado charlando. Pero, su mirada se había quedado fija en ese palito de nicotina, en cómo se iba consumiendo mientras la muestra de afecto de su hermana continuaba.

Por su mente no sólo pasaba el hecho de haber tenido que cambiar los planes para su cumpleaños, si no que, por fin, y después de mucha insistencia con su hermana sin ningún éxito previo, iba a poder verse cara a cara con aquel tipo.

No tenía ningún pensamiento de fastidiarle la noche a su hermana, quiso creer que ese chico que ahora era su novio, y con el que él mismo compartió años de escuela quizá había cambiado, o incluso que su hermana lo había hecho cambiar. Sin embargo, había algo que a Kaito no le cuadraba en esa ecuación, pues podía verlas cada vez que él y Nami habían visitado la playa ese verano.

Zonas enrojecidas en el cuerpo de la chica, algunos arañazos, e incluso alguna parte entintada de un violáceo remanente de un golpe pasado. Nami parecía no darles importancia, y le contaba cómo se había hecho todas y cada una de esas señas con el material de buceo, o debido a lo patosa que había sido siempre y eso le hacía ir dándose golpes por la casa sin quererlo.

Y eso era algo que su hermano sabía, al igual que también la conocía lo bastante bien como para saber que, si bien ella no era una mentirosa... ¿por qué por su espalda recorría una sensación extraña cada vez que la veía explicar la procedencia de esas marcas?

~ Noche del festival, dos años atrás ~

Tensión. Esa era la emoción predominante que podía palparse en el ambiente. Una tensión que únicamente era originada por aquel chico que no había dejado de lanzar miradas burlonas y llenas de altanería hacia el rubio.

La zona de esa otra playa estaba abarrotada, como todos los años en aquella fecha, y ellos se mezclaban entre la multitud. Nami bailaba al ritmo de las canciones y, de vez en cuando, el chico del tiburón en el cuello se acercaba para bailar con ella alguna canción más pegada mientras Kaito se mantenía en la carpa donde servían bebidas tomando algún que otro trago, que, por supuesto, eran sin alcohol, pues él y su hermana habían decidido ir en moto hacia la zona del festival y ninguno de los dos iba a beber, solo querían disfrutar del cumpleaños de la menor de una manera tranquila.

Los verdosos ojos del chico no se despegaban de las manos del otro, veía como suavemente le recorrían la cintura a su hermana, acompañándola en los movimientos que esta hacía al ritmo de las canciones y cómo de vez en cuando se dejaban caer hacia la espalda baja de la chica, llegando siquiera a rozar el trasero de esta antes de que ella volviese a subirle las manos disimuladamente. Nada parecía ir mal, solo bailaban y se estaban divirtiendo, al menos, esos dos sí parecían estar pasándolo bien mientras que él se limitaba a observar.

Suspiró y decidió relajarse un poco. Nami parecía estar bien, y no quería que por culpa de su seria expresión ella pudiera llegar a sentirse incómoda esa noche. Se giró hacia la barra llamando la atención del chico que servía las copas y refrescos dentro de aquel diminuto espacio que comprendía el interior de la carpa.

—¿Puedes darme otro de estos? —alzó la lata de refresco vacía y pensó en Nami—, y una botella de agua, por favor.

Esa mocosa, seguro que llega toda sedienta y jadeando como un perro.

Pensó y una sonrisa le iluminó el rostro al imaginársela de esa manera. Abrió la lata y se quedó de espaldas a la muchedumbre, dándole un sorbo al refrescante líquido y posando su vista en una chica que había del otro lado de la barra. Sus miradas se encontraron por unos instantes, y ambos compartieron una sonrisa cómplice, pero sin malicia ni segundas intenciones, alzando sus bebidas a modo de saludo y deseo que ambos se lo pasasen bien esa noche.

El recuerdo de la castaña le vino a la mente un día más. La echaba de menos, pero sabía que la decisión que había tomado era la mejor para ambos, ella tenía que centrarse en terminar sus estudios y no podía arrastrarla junto con él y que siguiera los mismos pasos que él había decidido tomar al volver con su hermana a la isla, de momento, por tiempo indefinido.

Le dolió el pecho por unos instantes al pensar en los hermosos ojos de la que hasta hacía unos meses había sido su novia y con la que se había imaginado el mejor de los futuros juntos, pero tenía que superarlo y dejar todo eso atrás. Sobre todo, por que ahora tenía algo en la mente que susurraba más fuerte requiriendo su atención.

—Siempre con la mirada perdida Kai, eso no lo cambias ¿eh? ¿Qué piensas tanto? —el novio de su hermana había llegado a su altura sin que él se diera cuenta al haber estado pensando en la chica que había dejado en Tokio.

—Si tú lo dices...—se giró y no dio mucha importancia a las palabras del pelinegro, seguía sin soportar su voz, nunca lo había hecho, a pesar de que cuando eran jóvenes y apenas unos adolescentes, Kaito siempre se había comportado de la misma manera con él, distante y sin darle importancia a lo que el problemático chico soltaba por la boca.

—Está preciosa... — los ojos verdes del más alto se posaron en la mirada del tatuado, que, a su vez, lo hacía sobre la figura de una Nami que no paraba de dar vueltas sobre sí misma en la zona donde todos bailaban.

—Kanaye — la ronca voz del rubio sonó con cierta hostilidad —, ¿puedo preguntarte algo?

—Claro —respondió el de orbes grisáceos de manera impostada.

—¿Por qué estás con mi hermana? —Kaito se había girado hacia él, con la intención de comprobar todos y cada uno de los gestos que su contrario realizaría a continuación.

—¿Qué loco no querría estar con ella Kai? —respondió sin vacilar—, tú eres su hermano y no la ves con esos ojos, pero es... perfecta, digámoslo así. Es buena novia, un poco rebelde, pero buena novia al final de cuentas.

—¿A qué te refieres con rebelde? —él sabía de ese atributo de su hermana, pero no le pareció que la entonación con la que Kanaye había dicho aquello se refiriese a la noción que él tenía para referirse al tipo de rebeldía propia de Nami.

Nami continuaba bailando, ahora con dos chicos que la hacían girar con una de sus manos agarrada a la de uno de ellos mientras el otro la animaba a continuar dando pasos sobre la arena.

—Le gusta picarme —sentenció el pelinegro tras darle un sorbo a uno de los vasos con alcohol que había sobre la barra que ni si quiera era suyo—, ahora vengo.

Lo que Kaito presenció a continuación no hizo más que confirmar sus sospechas.

Kanaye volvía hacia donde él estaba, agarrando a su hermana de manera violenta por el brazo, arrastrándola y haciendo que los pies de la menor levantasen demasiada arena en el camino, como si estuviera intentando zafarse del chico de alguna manera mientras parecía replicarle algo que, debido a la distancia a la que aún se encontraban, era inaudible para los oídos de Kaito.

—¡Solo bailaba!

—Te lo he dicho más de una vez Nami, que no me gusta que otros chicos se te acerquen así, los chicos no tienen buenas intenciones contigo... y más si se lo pones tan fácil...

La expresión de Kaito cambió en cuanto escuchó esas palabras, le empezó a temblar el labio mientras continuaba observando la escena.

Aún no llegaban donde él estaba, pero decidió ser él quien comenzase a acercarse poco a poco. Pudo atisbar una expresión miedosa en el rostro de su hermana al ver como el pelinegro se situaba delante de ella, dándole ahora la espalda a Kaito, quien cada vez estaba más cerca y empezaba a escuchar mejor la conversación que la pareja mantenía.

—¿Otra vez? Sabes que no me gusta ser así contigo Nami.

—Kanaye, sólo era un mísero baile, ¿puedes calmarte?

—¡No es solo eso Nami! ¡Es la última vez que voy a decírtelo! —vio como el pelinegro apretaba aún más a su hermana en el brazo, haciendo que la menor se encogiese y dejase salir un ligero quejido por sus labios. —¡No me pongas esa cara Nami!

Las personas que había alrededor estaban en tal estado de embriaguez, que ni siquiera prestaban atención al numerito que había empezado a formarse fuera de la masa de gente.

El tatuado alzó uno de sus brazos, con la palma abierta, parecía haber olvidado completamente donde estaban, que los miraban, y que el hermano de la chica había llegado a colocarse justo a su espalda. Y, si lo notó, pareció no darle la más mínima importancia, él tenía que hacerle ver a su novia que no podía comportarse de esa manera, y sólo conocía un método para ello.

Comenzó a bajar ese brazo de manera violenta, en dirección al rostro de la chica, pero fue detenido por una enorme y venosa mano que lo detuvo al sujetarle por la muñeca. El pelinegro pudo sentir un aura de violencia instaurarse en su espalda, procedente del rubio con el que había estado charlando hacía ahora escasos minutos.

—¿Qué ibas a hacer? —esa pregunta no solo caló los huesos del pelinegro, si no también los de la de azules ojos que ahora, aún más espantada, comprobaba a los dos chicos dirigirse miradas desafiantes el uno al otro— Kanaye... ¿ibas a pegar a mi hermana?

—Kaito... suéltale... él no iba a... — la voz trémula de Nami llegó a los oídos de su hermano, pero esas palabras solo hicieron que el mayor sintiese aún más odio hacia el chico.

—Ya la has escuchado, Kai —el tatuado se mofaba—, suéltame.

Pero Kaito no atendió la petición del chico, todo lo contrario, apretó aun más su agarre, ocasionando que el pelinegro empezase a tensarse y que en su rostro apareciese una expresión seria e intimidante.

—Nami —el rubio ahora miró hacia su hermana —, esas marcas que tienes por todos lados, ¿de qué son?

—Son por su trabajo ¿verdad, Nami? —fue Kanaye el que dio la respuesta.

—No te he preguntado a ti, hijo de puta —hincó ahora sus uñas en la muñeca del pelinegro y fijó aún más sus ojos en ella—, Nami, dímelo ahora mismo.

—Kaito... yo... —ella no sabía dónde meterse, empezó a pensar que todo el intento por hacer que su novio y su hermano se encontrasen y llevasen bien había sido un completo error.

—Agh... hasta aquí llegó mi paciencia —el pelinegro bufó esas palabras lleno de rabia, no soportaba que se portasen de ese modo con él, que intentasen sobrepasarse de esa manera en su presencia, ni que intentasen arrebatarle lo que le pertenecía.

Soltó la mano que atoraba el brazo de su novia, cerrando el puño con fuerza y llevándolo velozmente hacia el rostro del chico que mantenía su muñeca aprisionada entre los dedos.

—¡Kanaye! ¿¡Qué haces!? —Nami ahogó un chillido y fue directamente donde su hermano, el cual ahora tenía el rostro adornado con un hilo de sangre que le corría desde la nariz hacia la comisura de los labios. —Kai... ¿Estás bien?

—Nami... —su hermano tenía la mirada inundada en ira, fija en esos orbes grisáceos que lo miraban altivamente, pero no había soltado al chico a pesar del golpe. —Esas marcas... ¿de qué son?

Por un instante, desvió sus verdes ojos hacia su hermana. Ella se había quedado inmóvil, pero pudo comprobar como sus orbes se posaban suplicantes en su novio, cómo pidiéndole por favor que detuviese lo que estuviera haciendo. Incluso pudo notar cierto temblor en las pequeñas manos de la chica al tenerlas posadas sobre la parte alta de su brazo.

Kaito perdió la noción de su conciencia en ese momento. Se la imaginó con ese mismo rostro mientras estaba a solas con el chico, sin que nadie estuviera a su lado para poder parar las manos del pelinegro, y eso le encolerizó aún más.

No importó que su hermana lo intentase detener, que le tirase de la camiseta que llevaba puesta intentando pararle, que las demás personas hubieran detenido cualquier charla que estuvieran teniendo en ese momento para observar el espectáculo de golpes que aquellos dos chicos acababan de empezar a propinarse el uno al otro.

—¡Kaito para! —Nami gritaba, completamente asustada y tirando de uno de los brazos del rubio. El otro no hacía más que reírse bajo el cuerpo de su cuñado, devolviéndole los golpes con la misma intensidad, pero, en lugar de en el rostro como él los recibía, sus puños impactaban en los costados del de mirada esmeralda.

Lo hubiera matado ahí mismo, le daba igual que le llevaran preso, le daba igual todo. Había osado dañar a lo que más preciaba en el mundo, y también ahora, comprendía alguno de los comportamientos extraños que su hermana había tenido desde que había vuelto a la isla.

Fue entonces cuando un breve cruce de miradas con la pelinegra le hizo detenerse. Ella estaba a su lado, ahogando el llanto contra su espalda, soportando los vaivenes del cuerpo del rubio mientras él se movía encima de Kanaye, del chico que una vez fue su compañero en la escuela y el que creía que habría cambiado con el paso de los años, pero que, para su desgracia, no había sido el caso.

—Para... por favor... me estás dando miedo Kaito... —su hermana suplicaba entre lágrimas aún con el rostro hundido en su espalda.

Kaito se levantó de la arena, sin apartar su iracunda mirada del que yacía en el suelo, aun con esa sonrisa dibujada en el rostro ensangrentado, como si todo lo que acabase de suceder no le importase lo más mínimo.

—Nami, vamos a comisaría. —dijo limpiándose el rostro y agarrando a la menor con fuerza de una de sus manos para salir de aquella playa.

—Pero...

—¡Pero nada Nami! ¡He dicho que vamos a comisaría! ¡Ahora mismo! —gritó en un tono elevado cuando ya se hubieron apartado suficiente de las miradas curiosas que no les quitaban el ojo de encima.

La chica calló. No podía decirle nada en ese momento. Tenía un revoltijo de emociones en su interior, y sabía que, en el momento que sus labios se entreabriesen para, aunque fuera musitar una mísera palabra, se rompería en mil pedazos. Estaba siendo el peor día de su existencia.

Y aún no sabía que esa noche no terminaría de la peor manera que pudiera llegar a imaginar. Tuvo el mal presentimiento en cuanto ambos se montaron en esa Kawasaki que su hermano había adquirido no hacía mucho tiempo. Pero en ese momento, el pesar de sus sentimientos era mayor que cualquier mal augurio que hubiese podido llegar a notar.

Mientras ellos se alejaban en la moto, el pelinegro que había permanecido en la arena se había incorporado y limpiado el adolorido rostro, para hacer lo único que sabía que podría sacarle de todo el lío en el que se acababa de meter.

Una vez más en su vida, tuvo que recurrir a él. Sacó su teléfono y no lo pensó dos veces, marcando el número de la persona que le sacaría de todos los problemas, como siempre había hecho.

Un toque, dos toques, tres toques.

Descuelga... viejo... qué manía con llevar el teléfono en silencio... —el pelinegro murmuraba aun sacudiéndose las manos teñidas de carmesí.

¿Qué pasa? —la voz del adulto resonó del otro lado.

—Papá, ¿estás en la comisaría esta noche?

Sí, ¿por?

—Nami va para allá con su hermano... necesito que me ayudes...

Una breve pausa en la conversación hizo entender al mayor, lo que le hizo exhalar un profundo suspiro.

Kanaye... ¿otra vez?

Nami miraba a través del cristal del hospital, divisando el vasto océano al lejos, teñido esa mañana de un sucio color cetrino debido a la tormenta que cubría el cielo Okinawa. La marea estaba revuelta, y las olas viajaban a lo largo de su recorrido con mayor amplitud de lo normal.

Su interior parecía encontrarse igual que la masa de agua, turbulento y confuso, pero a diferencia de lo que sus ojos miraban, ella no parecía mostrar ni un ápice de esas sensaciones en su rostro. Estaba estática, casi sin dejar que sus ojos se cerrasen en tan solo un instante de parpadeo. Solo miraba, sin pensar en nada, a través de la ventana.

—Sí...lleva en estado de shock desde que llegó anoche... creemos que no ha dormido nada...

Una voz llegaba a los oídos de ella, a pesar de que no prestaba atención a lo que decían, Nami solo se mantenía erguida en la incómoda cama mirando al mar.

—Tiene heridas que no son del accidente... imagino que eso también querrá incluirlo en el informe...

—Habrá que hablar primero con ella —una voz diferente a la de los médicos hizo que el sentido del oído de la pelinegra se agudizase por unos momentos.

—Tenga cuidado, no creemos que le dirija la palabra... llevamos toda la mañana intentándolo, pero no ha habido manera. —los doctores dejaban paso a un hombre a la sala donde ella descansaba —, por favor, no la altere.

—Descuide... la conozco.

El señor cerró la puerta de la habitación y se ubicó en una silla al lado de la cama de la muchacha, con cuidado de no hacer ruido.

—Nami...bonita... soy yo... —acarició el brazo de la chica, pero ella aún no respondía. Solo consiguió girar la cabeza y encontrárselo de frente. A una de las pocas personas de la isla en la que creía confiar lo suficiente como para intentar decir algo.

—S-señor Higa...

Higa Masayoshi, un tipo corpulento, de piel morena y rostro que denotaba cansancio gracias a las grandes y amoratadas ojeras que adornaban la zona bajo sus ojos, los cuales miraban a la aún despistada Nami mientras fruncía los labios bajo ese oscuro bigote del mismo color que su cabello. Él era el jefe de policía del lugar, y, también, su suegro.

La mirada plomiza se clavaba en los azulinos orbes de ella.

—Hija... ¿Qué ha pasado?... —denotaba preocupación en sus palabras, y le hablaba en ese tono familiar para Nami, uno dulce y meloso, el cual no concordaba para nada con la apariencia del hombre, pero siempre había empleado para hablar con ella cada vez que había ido de visita a la solitaria casa donde solamente residían él y su hijo.

—Yo... —Nami empezó a temblar y el hombre dejó su asiento en aquella silla para subir a la cama y sentarse en el borde de esta.

—Tranquila, estoy aquí para ayudarte, pero tienes que decirnos qué ha pasado ¿vale?

—¿El perrito?

—¿Eh? —el hombre la miró extrañado.

—Había un perrito... ¿está bien?

—Nami...yo no sé nada de un perro...—el señor Higa empezó a pensar si ella no se habría dado un golpe en la cabeza y quizá los médicos no lo habían notado, no la veía como siempre, pero tampoco era para menos, acababa de tener un accidente en el que había rodado por una pendiente de unos quince metros, junto con su hermano el cual parecía haber sido el peor parado de los dos. Aún se preguntaba como era si quiera que ella podía estar despierta tras eso y sin apenas daños graves.

—El perrito... —repetía una y otra vez.

El hombre no pudo hacer más que salir de la habitación por un momento a buscar al doctor que le había conducido hacia la habitación de la chica. No paró hasta dar con el susodicho experto.

—No para de mencionar a un perro... ¿sabe algo de eso?

—Ah...por lo visto, cuando la ambulancia llegó, ella estaba inconsciente, pero parece ser que un cachorro estaba al lado de ella, lamiéndole la cara tanto a ella como al hermano... creo que lo han llevado a la perrera del pueblo...

—Así que a eso se refiere...está bien, vuelvo a la habitación, le comento cuando salga de ahí.

—Tómese el tiempo que necesite, señor.

Masayoshi volvió a la habitación y el tiempo no pareció haber pasado por esa habitación. Ella seguía exactamente en la misma postura con la que la había dejado hacía unos minutos.

—Nami, el perro está bien, está en la perrera del pueblo.

Esbozó algo similar a media sonrisa y dos lágrimas corrieron por su rostro aún sin que ella fuera consciente de lo que estaba pasando a su alrededor.

—Nami, ¿puedes recordar algo? —fue entonces, cuando ella se cercioró por fin de que estaba hablando con alguien, y algo de cordura volvió a su ser.

—Yo... Kaito discutió con Kanaye en la playa... yo no quería, pero estaban pegándose y yo tiraba de mi hermano para salir de allí...pero no paraba... —la menor intentaba explicarse con átona voz —, me quería llevar a comisaría... y yo no quería ir... — estaba empezando a agitarse demasiado, y el aparato que medía sus constantes vitales había comenzado a pitar cada vez más de seguido—, y agarré el manillar...señor Higa... vi al perrito... pero no fue por él...Kaito lo había esquivado...pero yo agarré el manillar para detener la moto y que no llegáramos a comisaría...no sabía que hacer...

El hombre guardó silencio, al igual que ella.

—Nami, los médicos me han dicho que tienes otras heridas anteriores... ¿por eso ibais hacia la comisaría? ¿Por eso Kaito se peleó con mi hijo?

Ella asintió levemente.

El hombre pensó en ella detenidamente, no era la primera que veía a alguien sumirse en un pozo por las acciones de su hijo, sin embargo, esta era la peor escena con la que estaba teniendo que lidiar en todos los años como policía... y como padre.

—Nami.

—¿Sí? —ella sorbió la nariz.

—Diremos que fue un accidente ¿de acuerdo? —el hombre tragó saliva antes de continuar—, no mencionaremos nada de a dónde os dirigíais... no queremos hacer esto más complicado ¿no?

Sintió como si le hablaran desde el final de un túnel. Y se sintió sola, una vez más.

—Un... ¿accidente?

—Sí... si decimos algo de la pelea.... eso solo será un motivo para presentar cargos contra tu hermano...y si tú ocasionaste que os salieseis de la carretera... —Masayoshi se talló los ojos con pesadez—, eso solo te traerá problemas a ti ¿entiendes?

Entendía perfectamente lo que le estaba diciendo, pero no llegaba a comprender que ese hombre, con el que siempre se había llevado sospechosamente bien, no dijera nada más al respecto de sus heridas anteriores.

—Pero y...

—Nami, es mejor dejarlo así, créeme.

Todo le empezó a dar vueltas alrededor. No podía delatar a su novio, si lo hacía, todo lo demás saldría a la luz, y solo ocasionaría más problemas de los que ya había causado. Y no quería que su querido hermano tuviera que lidiar con ellos.

No dijo nada más y el señor Higa se levantó de su asiento para abandonar por segunda y última vez la sala. No sin antes detenerse al escuchar la pregunta que a la chica le restaba por cuestionar.

—Señor Higa... ¿Dónde está mi hermano?

~ Actualidad ~

Für Elise – Reimagined – Alexander Joseph (buscad esta versión en bucle para esta parte)

Vaya tormenta... el tiempo está como aquel día...

Acababa de volver del hospital y, al igual que solía hacer de pequeña en los días de tormenta, me encontraba al final de nuestra calle, sentada en el muro de cemento con los pies colgando al aire y un paraguas sobre mi hombro. Estaba lloviendo, y me estaba empapando, pero me daba igual, solo quería mirar el mar por un rato más mientras pensaba en el rato que había echado con mi hermano en esa habitación.

El año anterior también había ido a llevarle flores y a intentar que Kaito hiciera un mínimo gesto, una mísera respuesta involuntaria al escuchar mi voz. Pero en todo este tiempo eso había ocurrido únicamente un par de veces, en las que me llené de la ilusión de que sus verdes ojos se abriesen y me mirasen de la manera tierna en que siempre lo hacía.

Sin embargo, este año la escena había sido muy diferente.

No había reaccionado a ninguna de mis palabras. Y ya ni siquiera podría esperar que mi hermano dijese ni se le escapase nada durante ese sueño profundo en el que se hallaba sumido, pues ahora su boca se encontraba ocupada por esa cánula que le hacía imposible la labor del habla.

Aquella fue la noticia que me habían dado hacia poco tiempo. Kaito había dejado de respirar por sí mismo y a partir de entonces iba a necesitar que una máquina lo hiciera por él... que por mi culpa un maldito cacharro tuviera que mantener la vida de mi hermano, que eso le iba a impedir de ahora en adelante poder comunicarse desde sus sueños como lo había hecho hasta la fecha a través de palabras sin sentido, entre las cuales, de vez en cuando, se le escapaba mi nombre.

Aun recordaba aquel día...cuando el señor Higa vino a verme... y cómo tras salir del hospital, con la noticia de que mi hermano había entrado en ese estado, no pude hacer otra cosa que caminar por el pueblo con la mirada perdida y, sin saber cómo, llegar hasta la puerta de la perrera a preguntar por ese cachorro.

Cuando me quise dar cuenta de lo que estaba haciendo, ya me encontraba en mi apartamento, con un Ryu de apenas dos meses de edad, mirándome con cara de extrañeza y algo asustado mientras recorría todos y cada uno de los rincones del que sería su nuevo hogar.

Y yo me recordaba ahí, tirada en el suelo de la zona más alta de las escaleras, observándole con dos lágrimas cayéndome por el rostro y preguntándome en qué momento había decidido firmar los papeles de adopción de ese animal. No por nada en especial...solo no sabía si iba a ser capaz de cuidarle...cuando ni siquiera sabía cuidar de mí misma...

Pero al menos no creía haberlo hecho tan mal, solo había tenido que intentar olvidarlo todo... olvidar la pelea de mi hermano con Kanaye y dejar pasar el tiempo...

Tras aquel día, Kanaye tardó en aparecer... pero lo hizo. En varias ocasiones...hasta que finalmente pareció dejar de hacerlo. Sin embargo... yo seguía notando su presencia de vez en cuando, como si deambulase por las esquinas escondido, esperando el momento para plantarse delante de mí a pedirme explicaciones por todo, una vez más...igual que las otras veces que apareció tras que saliera del hospital.

Pero eso ya daba igual... seguía apareciendo aun sin estar presente... y era algo con lo que iba a tener que lidiar toda mi vida. Pero estaba bien... pues así tampoco olvidaría la causa de que mi hermano estuviera en ese estado...

Mis pies se balanceaban débilmente, y alcé mi mano para quitar una lágrima que había empezado a recorrer mi mejilla.

Si tan solo hubiéramos ido a Ishigaki aquel año...si no me hubiera empeñado en que se llevasen bien... Kanaye no quería conocerlo... con eso debió bastar para saberlo...

Bajé mi mirada por unos instantes que parecieron minutos y me quedé ahí, dejando que las gotas de una lluvia que empezaba a ir cada vez a más impactaran sobre el plástico del paraguas que hacía por cubrirme.

—A ver, ¿puedes explicarme qué coño haces ahí? Te estás empapando, yo sé que te gusta el agua, pero Nami, no eres una rana para estar ahí en esa piedra como una de ellas.

La voz ronca y con tono burlón que ya conocía tan bien llegó a mis oídos desde mi espalda. Pero no contesté.

Vi como el dragón tatuado aparecía a mi derecha, asomándose bajo un paraguas negro.

—¿Qué haces llorando? ¿Qué te pasa?

—Nada Draken... vengo del hospital, solo es eso.

Puso los ojos en blanco y dejó caer sus hombros con pesadez.

—¿No te dije que quería ir contigo la próxima vez?

—Lo sé, pero hoy prefería ir sola... ya sabes, era el aniversario, por llamarlo de alguna manera... no quería que me vieras llorando allí con él... solo es eso.

—Nami.

—¿Qué?

Se sentó a mi lado y esbozó una sonrisa en mi dirección.

—Si estás llorando ahora es exactamente lo mismo que si te veo llorando en el hospital, así que la próxima vez, me avisas. Ya te he dicho que quiero conocer a tu hermano. Me gustaría ver a quién ha sido capaz de soportarte tantos años y no caer loco.

—Hubiera preferido dejarlo loco que en coma... —respondí casi sin pensar.

—Ese humor negro te lo tienes que mirar un poco ¿eh? —volvió a sonreír.

—No te lo decía para hacer la gracia, Draken... es la verdad. —no iba en broma, de verdad pensaba eso.

Se hizo el silencio entre nosotros, y podía ver como ahora la ropa de Draken empezaba a empaparse por la lluvia.

¿Qué hace aquí? ¿Por qué no le molesta mojarse?

—Ya me contaste Nami, y te dije que eso fue un accidente, si Ryu se os cruzó...

—Draken, no fue un accidente. —no podía más... ya no podía escuchar más que él intentase consolarme de aquella manera, me dolía, y si decirle la verdad servía para que intentase dejar de compadecerse de mí, me valdría... además, sabía que esto solo lo alejaría de mí, pero, al fin y al cabo, era algo que inevitablemente sucedería tarde o temprano, así que decidí que este fuera el momento —. Yo provoqué el accidente Draken, Kaito esquivó al perro a tiempo, pero yo agarré el manillar para salirnos de la carretera, Ryu no tuvo la culpa, yo la tuve, solo yo.

Solté todo sin pensarlo, esperando que él cuestionase la pregunta que sabía era consecuente a lo que acababa de decir.

"¿Por qué hiciste eso Nami?"

¿Por qué lo hice? ... Simple... tenía miedo. Miedo de esas manos sobre mi cuerpo otra vez, por que sabía de sobra que ir a comisaría no iba a solucionar nada, porque su padre estaba allí, porque mi hermano quedaría de loco ante la mirada acusatoria de todos los amigos y conocidos de la familia Higa, porque, si ahora lo pensaba detenidamente, ese chico siempre había contado con todo el apoyo de la policía, e ir allí no iba a suponer nada más que otra bronca de Kanaye hacia mí, y, seguramente... que tras esa pelea Kaito se alejase de mi vida. Y si él se iba, yo ya no iba a poder continuar adelante. Por eso ahora me aferraba a la idea de que un día abriese los ojos, aunque tan solo fuera unos instantes, solo unos segundos en los que me diera tiempo de decirle solamente dos palabras.

Lo siento...

Draken no decía nada. Sólo me miraba con perplejidad.

Decidí levantarme e ir de vuelta a mi apartamento.

—Nami...

No me lo preguntes... por favor... no me lo preguntes...

—¿Por qué...

En ese momento, noté mi pecho presionarse como nunca. Ahí me di cuenta de que el hecho de que él fuera a hacer esa pregunta era algo que iba a dolerme más que si la hubiera formulado cualquier otra persona. Él me había hecho recobrar la sonrisa en múltiples ocasiones, y, aunque sabía que quizá este momento iba a llegar en algún momento e incluso cuando ya me había mentalizado para ello, me estaba doliendo demasiado.

Siempre había sido una dramática, Kaito me lo recordaba una y otra vez... pero ahora tenía mis motivos para serlo... las cosas con el chico del dragón tatuado...no, con el chico que me había empezado a gustar hacía poco y, que con el hecho de que nos besáramos no había hecho más que aumentar mis dudas sobre ese sentimiento, estaba a punto de cuestionarme aquello por lo que yo sentía que mi moralidad pendía de un hilo... y por la razón por la que muchas noches yo misma no sabía qué hacer para seguir adelante, y el único motivo por el que lo hacía era ese rubio de cuatro patas que correteaba de un lado a otro por mi apartamento.

—...película?

—¿Qué? — en los segundos que me había mantenido pensando todo aquello, Draken había terminado de hablar y ni me enteré si quiera de lo que dijo.

—¿Por qué no vamos a mi apartamento y vemos una película?

—¿Cómo?...

—¿Eres sorda? —se levantó y se plantó delante de mí, no podía verle el rostro, su paraguas lo cubría ahora, pero suspiró justo antes de elevar el plástico que me dejó ver una sonrisa en su cara. Me quedé sin saber qué decirle, mirándole con una ceja levantada y los labios entreabiertos.

Me dio un par de toquecitos con el dedo en la mejilla, intentando hacerme reaccionar de alguna manera.

Vaya cara de pez...—se rio entre dientes—, Nami, me da igual lo que me digas sobre aquel día, si eso pasó, sería por algo...pero no pienso preguntarte el por qué. Ya he aprendido que es imposible sacarte nada de aquí dentro —presionó su dedo contra mi cabeza un par de veces y cambió su expresión, ahora estaba serio, mirándome fijamente, y bajó su dedo hacia mi torso—, pero sé que la Nami que está aquí — su dígito se posó en el centro de mi pecho —, jamás habría hecho eso por hacerle daño a nadie, así que, para mí, seguirá siendo un accidente, digas lo que me digas.

Intenté contenerlas, pero no pude. Mis ojos se inundaron aún más al escucharle decir eso. Volvía a compadecerse, pero, por primera vez, no sentí culpa.

—Pero ya —se agachó un poco y sus ojos ahora parecían no saber dónde posarse— no llores más, joder, lo siento, no quería hacerte llorar, en serio, perdona.

Empecé a reírme, se había puesto nervioso por algo que ni tenía sentido, él no tenía la culpa de las lágrimas que salían de mis ojos en ese momento, solo la tenía de la risa.

—Sí. —le respondí, ahora secándome las lágrimas con el dorso de mis manos.

—¿Eh? ¿Sí qué?

—¿Podemos ir a ver una película?

Sacudió la cabeza y me revolvió un poco el pelo.

—Vamos, anda, vete pensando cuál quieres ver.

—Draken. —musité.

—¿Qué?

—Gracias. 

—¿Y ahora qué me estás agradeciendo? Ya te he dicho que dejes de dármelas.

—Todo.

Qué pesada...— solo sonrió y sacudió la cabeza mordiéndose un poco el labio.

Él no sabía lo que acababa de hacer por mí. No tenía ni idea.

Habían pasado los días desde aquella tarde en la que terminamos peleándonos por qué película poner.

Él estaba empeñado en ver una de carreras de coches y yo una de Studio Ghibli que me encantaba desde que la vi hacía unos años. Él decía que por nada del mundo se iba a poner a ver dibujitos teniendo casi treinta años, pero, al final, terminamos llegando al acuerdo de ver ambas películas en la misma tarde y así quedaríamos los dos contentos.

La discusión que habíamos tenido hasta pareció no haber ocurrido jamás cuando los dos nos sorprendimos disfrutando de la película que el otro había escogido.

Habíamos echado un buen rato ese día y, tras todo lo que mi cabeza había estado pesándome, fue como un soplo de la brisa más suave que pudiera alcanzarme, haciendo que mi ser se calmase entre las risas y comentarios que ambos hacíamos conforme las películas avanzaban.

Parecía como si todo lo que había pasado entre nosotros no hubiera sucedido, pero estaba conforme con eso, su compañía me sentaba bien y me distraía de mis problemas. Y yo quería creer que él se sentía igual conmigo.

Sin embargo, también sabía que teníamos una conversación pendiente, que en algún momento deberíamos tener, aunque, por el momento, estábamos bien así. Pasando el tiempo juntos como solíamos hacer antes de la noche del festival, picándonos con nuestras bromas y disfrutando de las bonitas tardes que nos brindaba la isla.

Había aprovechado esos días para casi terminar de pintar la fachada de su taller, aún había una zona que se me resistía, pero lo principal ya estaba listo.

Él me había acompañado todas las tardes que pasé pintando aquel dibujo sobre la puerta del garaje, más que nada porque le insistí en que, a pesar de tener el boceto en papel, no quería que por cualquier descuido una línea no quedase donde correspondía, y era mejor tener su cabeza cerca. Durante esos momentos, Draken continuaba trabajando, arreglando cualquier pieza, pero lo hacía en lugares donde su tatuaje pudiera serme visible.

Y, por fin, hoy, casi con el atardecer dándome en la espalda, había terminado de rellenar de negro esa última parte del enorme dragón que ahora adornaba una parte de la fachada.

Me quedé mirándolo aún sobre la escalera, Draken había aprovechado para ir a comprar unas cosas con Inupi en lo que yo terminaba, por lo que me encontraba sola en la zona.

Fue entonces cuando, sin girar mi cabeza, vislumbré ese tatuaje a través del rabillo del ojo.

—¿Qué? Ha quedado bien ¿no? ¿Te gusta?

—Joder... está perfecto...

—¿Eh? —me giré al instante, esa no era la voz del pelinegro.

—Tú debes de ser la famosa Nami, ¿verdad?

¿Quién es este chico?

Iba muy bien vestido, demasiado, de hecho. No parecía ser de por aquí, llevaba un peinado extraño, con media cabeza rapada al cero, igual que Draken, y, para mi sorpresa, el mismo tatuaje adornando ese lado de su sien.

—Ehm...Sí...soy yo... ¿y tú eres?... —pregunté algo confusa conforme bajaba la escalera.

—Mitsuya, Mitsuya Takashi, soy amigo de Draken.

Al final no quedó tan largo como pensaba que iba a quedar pero igual, que sepáis que es el primer capítulo que me hace llorar e igual no es para tanto, pero bueno, espero que os haya gustado.

No tengo mucho que contar hoy, solo decir que sé de sobra que Nami es re cerrada a decir nada a Draken, pero por otro lado, también veo normal que sea así... Nami tqm quiero abrazarte mucho.

Y a Kaito, que lo quiero mucho también.

Frase para tirar odio al Tiburón (Kanaye) y a su padre, que, si no os habéis dado cuenta, es otro que tal baila encubriendo al hijo. 

Opiniones por aquí.

La fosa de las Marianas es la zona del océano con mayor profundidad registrada, unos 11 kilómetros más o menos y donde, evidentemente, ni llega luz, está todo re oscuro, y poca gente ha bajado hasta ahí, como curiosidad os diré que el director de Titanic si se metió en una especie de cápsula submarino extraña y fue hasta el fondo de la fosa. En fin, cosas que hacen las personas con dinero.

Relación con el capítulo: creo que es más o menos evidente, pero todo el capítulo es gran parte del trasfondo de Nami (aún queda el tema de su familia, pero eso más adelante), es toda la oscuridad que ella lleva a cuestas y el porqué es como es. 

Sin nada más que decir, besitos en la cola, se os quiere ^^

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