𝑼𝒄𝒉𝒊𝒏𝒂̄𝒈𝒖𝒄𝒉𝒊 ~ 𝑲𝒂̂𝒄𝒉𝒊𝒃𝒆̂
Es el nombre con el que se conoce al llamado "Dialecto de Okinawa"; un idioma que todavía se conserva en varias de las que conforman el archipiélago de las Islas Ryukyu (islas Nansei oficialmente en japonés), entre ellas, Okinawa.
~ Tokio ~
—¿Cómo que te vas a Okinawa? ¿Qué coño me estás contando?
—Lo que oyes, además, te lo dije la otra noche, pero como estabas borracho, seguro que ni lo recuerdas. —El rubio miraba a su contrario con una expresión cansada.
—¿Y qué pasa con el taller? ¿Qué pensáis hacer con él?
—Pues abrir otro allí, no nos vamos a ir con una mano delante y otra detrás, ¿no? —el chico suspiró rodando los ojos, intentando desviar la mirada por unos instantes—. Draken y yo ya hemos estado mirando algunos locales por allí, y hay uno que tiene buena pinta, pero la compra va a estar complicada, además, tenemos que hacer números y todo eso... así que mejor me pongo a ello. Tú también deberías irte al despacho a trabajar ¿no?
—Sí, debería, pero esta conversación me parece más interesante. —El pelinegro apretó los labios por unos instantes, llevándose su índice hacia ellos y posándolo ahí, juzgando con la mirada a su compañero de piso—. A mí no me importa lo que hagas, Inupi, pero... ¿tiene algo que ver lo del otro día?
—Claro que no tiene nada que ver. —claramente, mentía. Y el pelinegro podía verlo en su rostro, lo conocía demasiado bien, habían estado toda la vida juntos. Podría engañar a cualquiera, menos a él. Engañar a su audacia era algo que todos intentaban, y siempre se quedaban en eso, en un intento.
Pero con el rubio era diferente, para él no podía mostrar su lado insensible, le era algo imposible, algo que nunca había podido cambiar. Y, en cierto modo, detestaba eso de sí mismo, por que era algo que además de hacer que él mismo se contradijera en sus pensamientos y sentimientos, sentía que, a veces, incomodaba a la persona más importante en su vida.
Los ojos rasgados de este se posaron en su amigo y compañero de piso, el cual, parecía que dentro de poco dejaría de ser esto último.
—Ya... — contestó en apenas un hilo de voz, para, posteriormente, sacudir y alejar de su cabeza algún que otro recuerdo de la noche en que esos dos se habían pasado de copas—. Bueno, si tan decidido lo tienes, déjame ayudarte con lo que necesites.
—Koko, no quiero tu dinero, ya lo sabes. —espetó el rubio levantándose del sofá y tomando las tazas de café que había sobre la mesita de en frente.
—Agh...siempre has sido igual, qué fastidioso eres a veces, déjame, aunque sea arreglarte el papeleo para el nuevo local que alquiléis o compréis allí. Sabes que en eso no hay quien me gane.
Inupi le miraba directamente a los ojos, sabía que partir de Tokio dejándole atrás sería lo mejor para ambos, pero aún así, le dolía hacerlo. Nunca se había separado de él, pero los dos debían avanzar en sus vidas, olvidar y dejar atrás todo el pasado que habían compartido, todo lo que los había hecho inseparables. Pues todo había tomado un rumbo que ninguno de los dos podía comprender en ese momento.
—Está bien, puedes echarnos un cable. — Respondió de manera algo seca.
Solo esperaba que alejarse sirviese de algo, que le ayudase a ordenar y encarrilar su vida de nuevo, en un lugar desconocido para él, junto a su otro amigo, el cual también parecía necesitar lo mismo, escapar de una ciudad que albergaba demasiado de ellos. Recuerdos buenos, pero también algunos dolorosos, quizá demasiado.
Y que solo se veían acompañados ahora de unos sentimientos encontrados con los que no le apetecía lidiar, a pesar de que Koko intentaba hablar sobre el tema una y otra vez con la intención de aclarar las cosas. Y ni siquiera quería escuchar esas palabras, porque no sabía como encajarlas en su entender.
—¿Cuándo tenéis pensados iros? —preguntó el pelinegro desde el salón y en un tono que a sus oídos sonó apesadumbrado. —¿Lo habéis decidido ya?
Inupi pasó saliva por su garganta mientras frotaba el estropajo, enjabonando ahora con más fuerza las tazas que habían utilizado hacía unos momentos.
—Sí, antes de verano, queremos aprovechar la época de mayor turismo allí para ganar bastante los primeros meses. — Terminó con una de las tazas, dejándola boca abajo sobre un trapo seco.
—Inupi, allí todo el año hay turismo. —Respondió Koko de manera altanera.
—¿Y tú qué sabes? — El otro siguió su juego, hablándole en el mismo tono.
—Pues porque ya estoy mirando información en el teléfono...anda mira...hay un acuario, igual podías ir y hacer una visita. También dice que es típico ir a bucear o a pescar en barco.
Inupi no pudo evitar esbozar una ligera sonrisa, con Koko siempre era igual, se interesaba y preocupaba demasiado por todo lo que él hacía, hasta el punto de ser excesivo a veces. Justo como en este momento, en el que ya hasta había empezado a planearle los lugares que podría visitar.
—Bah, no me interesan mucho esas cosas, ya lo sabes.
—Venga ya, ¿vas a irte a un maldito paraíso y no vas a querer visitarlo todo? Qué raro eres, de verdad. —Hablaba entre carcajadas—. Espero que Draken se anime a hacer algo, si no, os vais a aburrir como ostras allí.
—¿Draken? —Inui alzó la taza que fregaba en el aire, y habló con una risa irónica de fondo—. Él lo más seguro es que se quede todas las tardes en el taller mimando su moto, ya sabes cómo es. Quiere más a esa moto que a cualquier novia.
—Pues si no hacéis nada, ya me diréis cómo pensáis conocer gente. — El pelinegro se había levantado del asiento, y ahora estiraba su espalda con ambas manos en las lumbares, inclinándose exageradamente hacia atrás.
—Seguro que conocerá a alguien, ya verás, estoy seguro de ello.
—Ya, ya... — Koko empezó a caminar hacia aquella habitación que fungía de despacho en el piso que ambos compartían. —¿Y tú? ¿Crees que conocerás a alguien?
En ese momento, el rubio dejó la otra taza sobre el trapo, junto a la otra, a esperar que el agua terminase de evaporarse de ellas para poder guardarlas en el armario. Se quedó mirándolas por unos momentos antes de darle una respuesta que nunca llegó.
—Bueno...yo voy a ir a trabajar. Y os miro el tema de Okinawa ¿Vale?
—Sí...vale Koko, gracias.
El rubio apoyó ambas manos sobre la encimera de la cocina, aún con el trapo con el que se había estado secando las manos en una de ellas. Tenía la cabeza gacha y suspiraba. Replanteándose una vez más si todo aquello de irse a la isla sería una buena idea, o, si, por el contrario, solo le traería más problemas.
Cientos de personas correteaban de un lado para otro en el enorme aeropuerto de la ciudad de Tokio, algunos con prisas por la última llamada para embarcar, otros buscando la zona de llegadas de los vuelos, ansiosos por ver a sus familiares que regresaban de largos viajes de trabajo, y otros, que buscaban desesperadamente los equipajes que su aerolínea había extraviado.
Y, entre todas ellas, dos chicos se mantenían en pie, uno frente al otro, justo al lado de la zona para pasar el control y poder entrar a las puertas de embarque de los próximos vuelos.
—¿Llevas todo?
—Sí.
—¿Seguro?
—Que sí, Koko, lo llevo todo, al menos lo importante va bien asegurado. — El rubio esbozaba una forzada sonrisa hacia el que tenía enfrente—. No te preocupes.
El pelinegro le colocaba mejor la camisa al rubio, pues llevaba un rato comprobando que, a causa de estar cargando este último con una enorme mochila a la espalda, se le había arrugado en la parte delantera de manera que dejaría demasiadas arrugas en la tela.
—Koko, me la voy a quitar en el avión, no hace falta que te preocupes hoy por la apariencia que lleve.
—Ya, es solo que me pone nervioso ver las arrugas. No es por otra cosa.
Ambos se quedaron en silencio, y el rubio giró su mirada hacia los paneles donde se listaban los horarios, comprobando que apenas quedaban veinte minutos para que se procediera al embarque en el avión que lo llevaría hacia el que sería su nuevo hogar.
—Ya tengo que pasar el control. Si no, no voy a llegar al embarque.
—Está bien.
Inupi enarcó una ceja. Le notaba extraño, pero era normal, él se sentía de la misma manera. Pero ya no podía dar marcha atrás.
Koko había conseguido regatear por teléfono el precio de compra de aquel establecimiento, algo apartado del pueblo, pero que reunía las condiciones perfectas para el tipo de negocio que él y el pelinegro del dragón tatuado habían ideado. Estuvo día tras día insistiéndole al dueño de que el precio por el que quería venderlo era demasiado elevado para las condiciones en las que se encontraba, pues entre algún que otro problema que debería solventarse, estaba el tema de tener que arreglar todo el cableado que daba luz al local.
Finalmente, y tras muchísimo empeño por parte del de ojos rasgados, llegaron a un acuerdo favorable y la compra se efectuó sin problemas, supliendo el gasto con los ahorros de Inupi, Draken, y una parte que Koko aportó en calidad de socio de la nueva empresa.
—¿Qué esperas? Venga, vete ya. — Koko fue el que rompió el silencio, avanzando un paso hacia el rubio, el cual sacudió la cabeza y abrió los brazos para arropar entre ellos a su amigo.
—Y tú cambia esa cara de mierda, que no me voy a la otra punta del mundo, puedes venir a visitarme siempre que quieras.
—Bueno, intentaré ir en cuanto pueda ¿vale? No sé cómo vas a apañártelas solo en un piso. —decía entre risas correspondiendo al abrazo, aunque no podía negar que en su interior empezaba a sentir algo parecido a la añoranza, a pesar de que aún ni siquiera se habían separado.
Se separaron, e Inupi dejó sus manos sobre los hombros del pelinegro.
—No te preocupes, estaré bien. Cuídate, Koko y llámame de vez en cuando. — Sonrió una última vez antes de alejarse hacia los controles.
El pelinegro se mantuvo de pie, viendo como avanzaba la cola hasta que llegó el turno de su amigo, y, una vez este hubo pasado el detector de metales y apenas pudiendo distinguirlo al lejos, decidió darse media vuelta.
Pero un último llamamiento que hizo girar todas las miradas del aeropuerto le hizo detenerse en seco y girarse en la dirección de la que provenía ese grito.
—¡Koko! —Inupi estaba del otro lado, con una mano alzada y sonriéndole de manera efusiva. Koko, en cambio, no sabía donde meterse al ver que la gente empezaba a mirarle. —¡Te llamo cuando aterrice!
Rodó los ojos con pesadez, y se despidió una vez más de él, pero no le contestó en un grito, él no era como el rubio. Solo alzó la mano con media sonrisa y se encaminó a salir del aeropuerto.
Una vez fuera, se recostó sobre la pared cruzándose de brazos antes de tomar un taxi que lo llevaría de vuelta a ese ahora vacío apartamento.
—Tsk...
Ya habían pasado meses desde que vine aquí. Muchos meses.
Al principio fue difícil, hasta recordaba como el primer día de haber llegado no tenía ni idea de como llegar al pueblo donde se encontraba mi próximo hogar y me pasé horas en el aeropuerto preguntándole a la gente cómo podía hacerlo hasta que al final, en un golpe de suerte, fui a preguntarle justo al señor que conducía el autobús que debía tomar.
El local estaba hecho un asco, necesitaba una limpieza profunda, y además, el tema de la luz parecía que iba a llevarme más tiempo del que suponíamos, pues resultaba que el tipo al que le compramos el local nos había engañado en cierto modo y había ocultado que el problema con la luz era más grave de lo que parecía.
Sin embargo, de nuevo la suerte me sonrió. Pareció como si ella, la encargada del local de al lado, fuera un ángel caído del cielo. Me ayudó a arreglar todo lo que nos haría falta para poder poner en marcha el taller para cuando Draken se dignara a aparecer por la isla.
Nami, una chica bonita y más joven que yo, pero que parecía entender todo el papeleo y recursos que me harían falta. De esta manera, me liberé de la necesidad de llamar a Koko para preguntarle cada dos por tres qué era lo que necesitaríamos.
Poco a poco, lo que al principio fueron gestos amables por su parte solo para ayudarme, se había convertido en una bonita amistad, una que hacía tiempo no tenía con ninguna chica, pero no era nada más que eso, una amistad.
Por muy guapa que fuese, y lo mucho que llamase mi atención, no podía verla con otros ojos que no fueran los de un amigo. Sin embargo, había notado en repetidas ocasiones, conforme el tiempo pasaba y nosotros compartíamos más momentos, salidas, y alguna que otra borrachera juntos, que ella empezaba a hablarme en otro tono diferente.
En cierto punto empecé a pensar que quizá le había dado a entender algo diferente, y me sentí culpable de hacerlo, pues no quería crearle unas falsas esperanzas a una chica que me había confiado algunos de sus secretos durante aquellas noches en la playa.
Me había contado acerca de su hermano uno de esos días que la vi volver al local con la cara más larga de lo normal. Aquel día había ido al hospital, cosa que parecía soler hacer con asiduidad. Pero, en su rostro, podía ver que seguía guardándose cosas para ella misma, y esas eran las que no me contaba, aunque tampoco le insistía en que lo hiciera, solo podía darle mi apoyo y ayudarla en todo lo que estuviera en mi mano, al igual que ella había hecho cuando yo llegué a la isla.
Era una chica dulce, atenta a los detalles y a las pequeñas cosas que a mí me parecían tonterías. Lo sabía porque parecía acordarse de todas y cada una de las conversaciones que habíamos mantenido, recordaba cada pequeña información que yo le había dado sobre mí, y de vez en cuando me sorprendía presentándose en mi local con algo entre las manos para sacarme una sonrisa.
Y lo conseguía, con creces, cosa que yo creía imposible, pues, desde que había pasado un tiempo en la isla, un sentimiento de vacío había empezado a apoderarse de mi interior. Y nada parecía suplirlo.
Daba igual las noches que pasara en el bar de debajo de mi apartamento, las chicas que me llevase a este para pasar un par de horas de diversión, porque, cuando se iban, o cuando regresaba del bar sin nadie bajo el brazo, el piso seguía estando demasiado silencioso.
Ella era la única persona en la isla que traía un poco de luz a mis días, y quizá en algún momento, en el que el alcohol se había apoderado de mí, tuve algún que otro gesto con ella del que ahora me arrepentía, y en mi cabeza de vez en cuando rondaban los mismos pensamientos.
Quizá no debí pasarle el brazo por encima.
Quizá no debí besarle la mejilla.
Quizá no debí decirle esto o aquello.
Me arrepentía, por que en algún punto me di cuenta de que el nerviosismo de sus palabras y gestos al hablarme me daban a entender que ella sentía algo por mí. Y nunca había sabido cómo lidiar con esos sentimientos. Había escapado de Tokio por muchas razones, y, entre todas ellas, esa situación que se hacía similar a la que ahora mismo tenía con Nami.
No quería ni sabía cómo hacerle entender que yo no quería nada con ella sin ser demasiado brusco, pues era obvio que, en el interior de la cabeza de la pelinegra, existían mil y un problemas que no compartía con nadie, y yo no quería suponer uno más, le había agarrado demasiado cariño en poco tiempo como para perderla por unos sentimientos no correspondidos.
Pensaba que, cuando Draken llegase todo se calmaría, que ellos se llevarían genial, teniendo en cuenta la personalidad que yo conocía de Nami, y además, sabiendo de sobra cómo era mi compañero de trabajo, tenía el presentimiento de que los dos encajarían como dos piezas de un puzle en cuanto se conocieran.
Pero me falló la intuición. Esos dos se llevaban a matar, y no entendía el porqué, pero era un hecho que no se soportaban el uno al otro, y yo solo podía hacer de mediador entre ellos cada que se montaba un numerito delante de mis narices. Me limitaba a observar de lejos las conversaciones que tenían, casi siempre habían sido discusiones y tiritos.
Pero, cuando pasó un tiempo, de vez en cuando podía ver como Draken sonreía a la nada. Y eso me daba cuanto menos que pensar. Incluso parecían estar quedando los dos a solas para hacer quién sabe qué cosas. Suponía que era normal, teniendo en cuenta que vivían puerta con puerta, y, siendo los únicos residentes de aquella zona, lo más seguro es que se pasasen las tardes en la playa cuando yo ya había terminado de trabajar y vuelto a mi piso.
Pensé muchas veces en quedarme con ellos, pero ni si quiera me apetecía nada últimamente. Además, repentinamente y casi después del incidente del bar con el asqueroso ese del tiburón en el cuello, noté un cambio de comportamiento mayor aún en mi amigo con la pelinegra. Así que no pensaba interferir en nada, pues, además, tenía mis propios asuntos con los que lidiar.
Koko había llamado todas las semanas. Eran conversaciones banales, sobre cómo nos iba o qué habíamos hecho durante la semana. Obviamente, también le hablaba de Draken y Nami, historia en la que él parecía estar más que interesado, pero eso ya era algo normal para mí, sabía de sobra que Koko era un chismoso, le encantaba enterarse de todo, y, al menos, el tema de esos dos era uno que nos tenía entretenidos un buen rato mientras lo comentábamos.
Sin embargo, en todas y cada una de las llamadas, notaba que quedaba algo por decir, pero no creía que él fuera a sacar el tema por teléfono. Ni yo tampoco, en cierto modo, estaba dejando el tiempo pasar, por mucho que ese momento no desapareciera de mi maldita mente.
No fue hasta ese día en el que empecé a agobiarme. El día que decidió mandarme aquel mensaje que no paraba de mirar una y otra vez.
Mensaje recibido de Koko.
Inupi, voy a tomarme unas vacaciones del trabajo.
Tengo pensado ir al pueblucho ese donde te estás escondiendo, pedazo de rata. Ya te diré para qué fecha he conseguido vuelo, de momento ve pensando en dónde vas a llevarme a comer cuando llegue.
No hace falta que te diga que no quiero ir a una hamburguesería de barrio, ¿no?
Aquel día fue el que Draken me había comentado lo de Ishigaki en profundidad. Y sí, me apetecía ir, pero el hecho de que justo en el mismo momento Koko decidiera mandarme ese mensaje me puso nervioso, y ni siquiera estaba prestando atención a lo que el pelón me decía.
Lo que sí sabía, era que, en cualquier momento, mi amigo que quedó en Tokio avisaría de que vendría.
—Agh... —llevaba todo el día doliéndome la cabeza, y ahora me encontraba recostado en el sofá, viendo por la ventana como el sol empezaba a caer sobre los edificios —. Hoy es lo del festival...qué pocas ganas...
Miré el reloj, había dicho que iría con Draken, Mikey y los demás a la playa para celebrarle el cumpleaños al mejor amigo del primero, pero no me encontraba nada bien y pensé en cerrar un poco los ojos para descansar.
Abrí los ojos. Ya era de noche cerrada, y mi teléfono no paraba de sonar estrepitosamente, haciendo que mi cabeza volviera a sentir punzadas ahora más fuertes que las que tenía antes de haberme echado a descansar.
Tenía varias llamadas perdidas; algunas eran de Koko, pero la mayoría eran de Draken y Mikey. Miré la hora en el móvil y resoplé.
Mierda, me he quedado dormido.
El móvil empezó a sonar de nuevo en mi mano. Esta vez era Draken.
—Dime —dije una vez descolgué.
—Oye, ¿vas a venir? Acabamos de llegar a la playa hace un rato.
Miré hacia el ventanal y me dejé caer en el respaldo del sofá. Lo último que me apetecía ahora mismo era tener que ir andando hasta la otra punta del pueblo.
—No...no me encuentro bien Draken —me froté los ojos con los dedos—, pasadlo bien y ya me cuentas mañana qué tal ¿Vale? Yo voy a descansar un poco.
—Oye Inui, ¿estás bien? ¿Necesitas algo?
—Mira que eres molesto, pásatelo bien con Nami anda.
—Y con los demás, ¿no?
—Sí, sí...con quien quieras...—empecé a escuchar otro pitido de fondo en esa llamada, parecía que alguien estaba también queriendo comunicarse por teléfono conmigo justo en ese momento—. Oye Draken, te cuelgo, que me están llamando. Tened cuidado y lo dicho, pásalo bien.
—Está bien, y tú cuídate, niño bonito. — Dijo eso con tono de burla, y ni quiera me dio tiempo a contestarle, pues por poco no me perfora el tímpano cuando antes de colgar le escuché gritar—: ¡Oye, Nami! ¡Estamos aquí!
Terminé por ser yo el que colgase el teléfono para contestar a la otra llamada entrante que tenía.
—¡Menos mal! — Era Koko. Siempre llamaba a esta hora —. No se oye ruido... ¿No has salido al final o qué? ¿No ibas a ir a una fiesta en la playa?
—No, al final me quedo en casa, me duele un poco la cabeza —me levanté del sofá y me dirigí al aseo para preparar un baño caliente, pensé que quizá eso me vendría bien.
—¿Has dejado a Draken y Nami solos en una fiesta? Esos dos se acuestan esta noche, ya verás.
—¿Tú crees? — respondí burlón.
—Fíate de mi instinto — decía entre risas.
—Koko...
—¿Qué?
—De tu instinto es precisamente de lo que menos puedo fiarme. — le escuché emitir una risita al teléfono, tenía una imagen en mi mente de la expresión que seguramente tendría en su rostro. Sin embargo, no le di más importancia. Deseaba meterme en el baño y ver si eso conseguía paliar un poco el punzante dolor de mi sien.
—Pero, en fin, ¿para qué me llamabas? Aparte de lo de siempre, claro.
—Es verdad — hizo una breve pausa —, acabo de comprar los billetes para Okinawa. Dentro de poco estoy allí.
Tragué saliva y cerré el grifo de la bañera de golpe.
—¿Cuándo vienes?
—A principios de septiembre ¿por?
Es el viento estacional que sopla en el solsticio de verano en Okinawa, la palabra se traduce como "Viento del Sur del solsticio de verano". Este despeja el cielo y anuncia la llegada del verano.
¿Dos historias en una? mhm...sí. jaja Estos capítulos serán más cortitos y serán poquitos según tengo planeado, espero que igualmente os gusten, pues van explicando también lo que va pasando con el tercer personaje importante del fic.^^
Opiniones por aquí <3
¡Muchas gracias por leer! ^^
Por cierto, me encanta cuando leo que os gusta mucho la relación de Nami y Draken, me hace mucha ilusión jaja quizá es una tontería pero me hace feliz que os gusten :')
Quiero actualizar los One shots también en estos días, así que si me demoro un poquito en actualizar es por ese motivo. De todas formas, tengo ya buena parte del siguiente capítulo, siguiendo donde lo dejaron Nami y Draken.
Se os quiere.
Aprovecho y dejo por aquí un picrew de Kaito.
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