𝑻𝒓𝒆𝒄𝒆 ~ 𝑹𝒆𝒇𝒓𝒂𝒄𝒄𝒊𝒐́𝒏
Caminaba con pesadez, con la mirada perdida y sin un punto fijo al que mirar. Mi mente aún estaba asimilando todo lo que la enfermera y el doctor me habían estado planteando, y yo no quería asumirlo, no podría si eso era lo que finalmente habría que hacer.
Tenía aún los ojos enrojecidos y me ardía la cara, pues la mayor parte del trayecto en el autobús de regreso del hospital hasta el pueblo me la había pasado con lágrimas en la cara, las cuales trataba de quitar casi al instante en el que salían de mis ojos, refregándolos y haciendo que estos solo escociesen más aún.
Todo no hacía más que empeorar, era algo a lo que me había estado negando constantemente, autoconvenciéndome de que, si lo deseaba mucho, quizá algún tipo de fuerza o divinidad actuaría en mi favor. Pero sabía de sobra que todas esas cosas no eran más que las patrañas que nos contaban los adultos cuando éramos pequeños para que nunca perdiésemos la esperanza en que las cosas podrían ir a mejor, ya fuera de una forma u otra.
"A partir de ahora tendrá que utilizar esto...y si sigue así..."
Las palabras de aquellas personas enfundadas en batas blancas no dejaban de resonar en mi cabeza, al igual que lo hacían los ruiditos de fondo de aquellas máquinas que en parte se habían convertido en sonidos tan conocidos por mis oídos, que hacía tiempo pareció que había dejado de prestar atención. Y ahora volvían a resonar una y otra vez en lo más profundo de mi cabeza, sonidos constantes y agudos, con un ritmo continuado que se iba acelerando conforme iba dándole más vueltas a todo aquello.
Ya estaba cerca de casa, no había estado mucho tiempo en el hospital por lo que aún quedaba tarde por delante, hacía bastante calor y empecé a plantearme el ir a darme un baño para despejarme, aunque lo que mi cuerpo me pedía ahora mismo era gritar a voces y otra idea empezó a rondarme la mente, sabía que si iba allí sería un despeje asegurado, pero quizá el esfuerzo que suponía era lo que me echaba más para atrás, y quizá para calmarme solo necesitaba estar tranquila un rato y no era tan necesario desfogar adrenalina.
Mi teléfono vibró dentro del bolso de tela justo cuando estaba por abrir la puerta de casa, había notado ese temblor del aparato por lo que lo empecé a buscar a tientas con una de mis manos mientras abría la puerta con la otra.
Pero me detuve en seco al ver el emisor de ese mensaje de texto.
Mensaje recibido de Papá.
Nami, nos han llamado del hospital y nos han contado... No sé qué decirte. Solo esperemos que no pase nada más.
Apreté el teléfono con fuerza, hacía meses, muchos meses que no se dignaban a mandarme ni un mísero mensaje, y los últimos que había recibido desde aquello eran justo de este estilo. Nunca preguntaban si yo estaba bien, ni cómo me iban las cosas, solo escribían cada que algo sucedía y parecían hacerme querer recordar que yo tenía la culpa de todo aquello. Y, aunque la tuviera, no entendía como mis propios padres podían seguir queriendo hundirme así, no lo comprendía, y me dolía más que nada en el mundo. Por eso quizá en algún punto decidí olvidarme de ellos, únicamente los recordaba cada vez que tenía que hacerles un ingreso para devolverles el dinero que me habían prestado para poder venir a Okinawa a cumplir mi sueño, y más valía que no me retrasase con ningún pago, si no los mensajes que recibía eran aún peores.
Creo que al final sí que iré allí...
Entré a casa y dejé el bolso, Ryu estaba comiendo de su bol tan tranquilamente y no parecía tener muchas ganas de salir a dar un paseo ahora mismo, pues en cuanto terminó de comer volvió a tumbarse en su camita. Eso me facilitaba las cosas, pues podría sacarle a mi regreso que, si no calculaba mal, sería dentro de un par o tres de horas.
Lo que no sabía era si aquella bici que seguramente estaría llena de polvo tendría las ruedas infladas y a punto para poder usarla, debería de comprobarlo antes de salir con ella y que me dejase tirada a mitad de camino, así que me puse algo de ropa más cómoda, que no era más que unas mallas por la rodilla con una camiseta ancha, larga de color blanco con un dibujo circular de peces en el pecho y agarré una pequeña mochila en la que guardé una botella de agua, un refresco y una bolsa de patatas fritas. Siempre que iba allí tenía que quedarme un rato en el punto más alto descansando antes de descender, recobrando el aire que la subida pedaleando hasta aquel punto del pueblo me robaba.
Eché un último vistazo al animal, parecía seguir tranquilo así que no me entretuve más y salí de casa para ir a por la bici que guardaba también en aquel trastero del local. La enorme moto aún seguía allí, Draken aún no se la había llevado y pensé que quizá al saber que ya tenía la pieza que necesitaba a mano, ahora lo que le hacía falta era tener un tiempo libre para poder llevársela y reparar la suya.
Quizá deba recordárselo... de verdad que este trasto ocupa demasiado espacio aquí...
De hecho, ocupaba casi toda la parte del final del trastero, por lo que aquella bicicleta tuve que anclarla a la pared más alargada del trastero en la que no tenía estanterías y de una manera más accesible, para poder sacarla cuando la necesitara, así justo como ahora mismo, por lo que agarré una banqueta de metal para subirme en ella y poder bajarla de la pared e ir con ella fuera del local.
Comprobé la presión de las ruedas y, cómo bien imaginaba, podía hundir mis dedos en ellas, por lo que antes de salir necesitaría llenarlas. ¿El problema? Que la última vez que utilicé el inflador este se me rompió y no me había acordado de comprar otro.
— ¡Joder! ¡Con lo bien que iba el día por la mañana y ahora también esto! — miré al cielo, estaba empezando a ponerme cada vez más nerviosa — ¿Algo más? No sé, ¿una tormenta así de repente? ¿Un rayo? La verdad, hoy mismo puede partirme un rayo, por que yo ya no sé qué más pueda amargarme la tarde... — había empezado a hablar sola como solía hacer cuando me enfadaba en casa por cualquier tontería, aunque el enojo de esta tarde sí tenía razón de ser, y necesitaba por todos los medios liberarme de alguna manera.
— ¿Por qué gritas? Dios, haces más ruido que las gaviotas por las mañanas ¿qué coño te pasa ahora?
Draken estaba en su balcón, no me había dado cuenta de su presencia hasta que le escuché hablarme en un tono seco y serio. Alcé mi vista hacia él, estaba fumando, y tenía mala cara, peor aún de la que solía gastarse normalmente.
— ¿Y a ti? ¿Qué coño te pasa con esa cara?
— Un mal día. Solo eso.
— Pues es lo mismo para mí. Así que déjame desahogarme sola.... — mi mente se encendió como si fuera una bombilla — Oye Draken ¿tú tienes un inflador de ruedas para esto? — señalé hacia la bicicleta, dándole también un par de toquecitos con el pie.
— Obviamente, esto es un taller, también tenemos de esas cosas para los pinchazos, ¿te vas de excursión o qué? — seguía sonando serio, dándole caladas a un cigarro.
— Algo así, ¿me lo puedes prestar por favor?
— Claro, dame un momento que baje. — apagó el cigarrillo, tirándolo de mala manera por el balcón y entró dentro de su apartamento.
Me quedé abajo esperándole, pero mi mente no dejaba de pensar una y otra vez en esa cara que le había puesto poner, de hecho, eso pareció sumarse al enfado que tenía en mi interior por todo lo demás que me había pasado durante el día. No tenía ganas de pelearme ahora también con él, y quizá pedirle aquello le había molestado, pero ya parecía tener esa cara desde antes de verme.
¿Qué le pasa?
No podía haber sido un día tranquilo como todos los demás, no. De hecho, estaba yendo de puta madre, había terminado por fin de reparar la camioneta de aquel señor y él vino a recogerla con gusto y hasta me dejó una buena cantidad de dinero, más de lo que en sí costaba la reparación, y con eso tenía pensado comprarme unas herramientas nuevas que había visto en una página de internet. Pero como solía suceder siempre que iba teniendo un buen día, algo aparecía para estropeármelo.
Al poco de irse el hombre con su camioneta funcionando en perfectas condiciones, apareció Inupi por la puerta, habíamos quedado para ir a dar una vuelta y aprovechó ese momento para decirme que ya le había comentado a Nami lo de ir los tres a ver esos bichos, sin embargo, tenía una cara extraña, me sonreía, sí, pero de una manera que asustaba. Supuse que era a causa de los nervios de saber que iría con ella a ver esas cosas, y yo le miraba cada vez más extrañado, pues cada vez que le preguntaba que a qué venía esa cara él no me daba más que evasivas.
Si es que está clarísimo, Inupi, date cuenta amigo.
Por un momento me sentí orgulloso de que mi plan hubiera salido bien, al menos, de momento parecía que las cosas entre esos dos empezaban a tomar algún rumbo, y pude imaginarme la cara que habría puesto la renacuaja cuando él se lo propuso. De hecho, estuve un buen rato riéndome para mis adentros imaginándomela mientras caminaba con Inupi hacia un bar cercano a la playa, dejé hasta de escuchar lo que me estaba contando mi amigo por el camino y solo me la imaginaba toda colorada, intentando ocultar la expresión de su cara y aparentar normalidad en ese momento, pero sabía que en su interior estaría como loca.
Pero la sonrisa se me borró del rostro cuando Inupi volvió a hablarme, para contarme cómo pasó la noche con aquella chica el día del incidente del tipo con el tiburón en el cuello.
No tenía nada de malo que pasara el rato con otras chicas, estaba soltero y podía hacer lo que quisiera, pero no entendía cómo era capaz de hacerlo sin que la imagen de Nami se le viniese a la mente. La imagen de la sonriente pelinegra volvió a cruzarse por mi mente mientras escuchaba a mi amigo, y ahí empezó a ir mal la tarde. Me molestó en cierto modo, que estuviera intentando ayudarlos y que esas sonrisas que ella ponía tenían como única razón de ser el hecho de que la sola idea de pasar más tiempo con el rubio le hiciera ilusión.
Y la tarde, desde ese mismo momento en que mi sonrisa se borró del rostro, no pudo hacer otra cosa que empezar a ir a peor.
Tenía la cerveza por la mitad, una brisa cálida me rozaba la cara en aquella terraza en la que estábamos sentados y el ruido de algunas gaviotas al fondo era el único sonido que nos acompañaba a parte de nuestras voces.
Pero mi teléfono decidió acompañar también a esos sonidos, sonando y vibrando suavemente sobre la mesa a causa de la notificación de un mensaje que acababa de llegarme.
Lo comprobé y el humor me cambió al segundo. Hacía tiempo que no recibía nada de esa persona, si bien no es como si no tuviera trato con ella, cada vez que tenía que verla o hablarle, algo en mi interior se removía. Con el paso de los años parecía haber ido a menos, pero no podía evitar sentir aún ciertas cosas cuando la tenía al frente y escuchaba su voz, o ni siquiera cuando su querido hermano me la mencionaba.
Además, aquella noticia que me dio hace varios meses, fue quizá uno de los motivos que me impulsaron a mudarme aquí con Inupi, hecho del que no me arrepentía para nada, pero si había decidido dejar Tokio atrás, no era para que ahora esos recuerdos que también quería dejar allí volviesen y se instaurasen en esta isla. No quería, y lo había dejado muy claro antes de partir de la capital, a todos, hasta a esa persona.
Y quizá por eso me molestó tanto. Por que aún hoy día, seguía sin entender qué era lo que verdaderamente quería, ni lo que pretendía enviándome esto. Y si seguía así, me iba a volver loco, por eso quise alejarme, para dejar todo aquello atrás de una vez por todas.
Me levanté con el ceño fruncido de la silla de metal, arrastrándola y asustando a Inupi con el ruido que había hecho.
— Ey, ey, ¿qué te pasa de repente? ¿Te ha picado un bicho o qué?
— No, no es eso. — me coloqué mejor el haori y acerqué de nuevo la silla a la mesa — Inupi, me vuelvo a casa, se me han quitado las ganas de estar en la calle.
— ¿Ese mensaje ha tenido algo que ver?
— Nah, es solo que estoy cansado, esta mañana he forzado demasiado la vista con unas piezas pequeñas.
— Bueno... — le vi sacar su teléfono y empezar a marcar a alguien — no te preocupes, si estás cansado ve a casa y relájate, yo esta noche voy a salir a dar una vuelta entonces.
Su concepto de "dar una vuelta", no era otra cosa que la de ir al bar de debajo de su casa y pasarse allí la noche bebiendo, y sí, para seguramente terminar con alguna chica. Otra mala sensación recorrió mi cuerpo. Pero no le presté más atención a todo el malestar que estaba sintiendo por todo lo que había ido aconteciendo y me retiré del pequeño bar para volver a casa.
Y aquí estaba ahora, viendo desde mi balcón como la tonta de mi vecina hablaba sola con una bicicleta que parecía tener algún problema. Pero parecía realmente enfadada con todo, y cuando le escuché gritar al cielo que ojalá le partiera un rayo, no pude evitar reírme por dentro, aunque mi cara demostrase lo contrario, pues parecía que ni siquiera el verla así, cosa que otras veces me hacía tanta gracia, pudiera en estos momentos animarme en lo más mínimo.
Saqué el inflador del taller y le ayudé con las ruedas de la bicicleta, las tenía casi vacías, y así no podía haber ido a ningún lado. Sin embargo, todo el rato que pasamos inflando aquello, ambos nos mantuvimos en el silencio más sepulcral que habíamos compartido hasta el momento.
— Esto ya está, Nami. — me levanté y sacudí mis manos, ella estaba terminando de comprobar la rueda delantera, aún agachada al lado mía — ¿Dónde vas con esa mochila?
— A un sitio, necesito relajarme. Gracias por esto. — no paraba de mirarme, yo no tenía la vista en su dirección, me había quedado con los ojos puestos en la bicicleta, y seguramente seguía con el mismo rostro serio que tenía desde que había abandonado el bar hacía ahora un rato. — ¿Y tú qué? ¿No sales hoy?
— Había salido, pero bueno, dejémoslo en que me he puesto de mala leche y he decidido volver a casa.
— Ya veo... pues es más o menos lo mismo para mí, oye, ¿podrías hacerme otro favor? — ahora sí dirigí mi vista hacia ella, siempre me parecía raro que no quisiera indagar en porqué tenía esas caras de enfado la mayoría de las ocasiones, pero imagino que al igual que ella era reservada con sus cosas, tampoco era entrometida en las de los demás. — Si Ryu se pone a ladrar o algo así, ¿puedes llamarme por teléfono? Y bueno, por si acaso, voy a estar en esa colina — señaló hacia una empinada, no, empinadísima colina que podía verse sobre la punta de opuesta de esa playa.
— ¿Piensas subir allí con la bici? — Esta chica está loca, se va a morir subiendo esa pendiente — ¿Planeas dejar huérfano a tu perro o qué?
— ¿Eh? — me miró extrañada — ¿Qué dices? No es la primera vez que voy, además, es el sitio perfecto para descargar energía. Sabes... — y ahora sus ojos me recorrieron de arriba abajo — ¿Por qué no vienes conmigo? Ya que te preocupas tanto... así ves algo nuevo de la isla y yo me entretengo.
— ¿Ah? — me tembló el labio un poco — ¿Por qué lo dices? ¿Me ves con pinta de payaso para entretenerte o qué?
— No imbécil, es por que tienes mala cara, estoy segura de que venir allí también te despeja a ti, venga, agarra una bicicleta, seguro que tienes alguna ahí en el taller.
— No pienso subir eso en bicicleta, Nami.
— ¿Entonces vas a venir conmigo? — ahora su rostro era de burla y yo rodé los ojos. No me pareció mala idea ir a tomar un poco el aire a un sitio diferente, así quizá saldría de las cuatro paredes del apartamento y podría distraerme un poco de mis pensamientos con ella.
— Sí, pero no pienso subir en bicicleta, ya te lo he dicho, deja esa bici tú también, vamos en mi moto.
— No.
— ¿Por qué eres tan terca? Deja la bicicleta.
— Draken, que no voy a ir en moto. — Se sentó en el sillín y empezó a pedalear alejándose de donde yo estaba — Yo voy adelantándome, si quieres venir, hazlo como quieras, pero yo voy en bicicleta, tú ven en moto, en bici, andando o si quieres en triciclo, pero yo voy a ir así — cada vez estaba más lejos, había empezado a gritarme, en un tono entre enfado y burla, ante eso, yo me había quedado mirando como se iba poco a poco, pasmado mirando como le ondeaba la oscura melena en la espalda con cada pedaleo que le daba al vehículo,
Tozuda.
Frenó casi al final de la calle y la vi girarse hacia mí una vez más.
— ¿¡O es que acaso te dan miedo las alturas!? ¿¡Eh!? ¡Pelón con miedo! — empezó a reírse y volvió a pedalear.
Sonreí para mi mismo y subí corriendo a casa, agarré el haori de nuevo y las llaves de la moto lo más rápido que pude. Con esas mismas prisas cerré la puerta, me subí al vehículo para arrancarlo y calentar el motor lo más rápido posible, ni siquiera me percaté en ponerme el casco de la moto, que tan pronto noté que Zephyr ya había entrado en calor, apreté el puño con fuerza para alcanzar a la imbécil cara de pez cuanto antes.
No tardé mucho en alcanzarla, era obvio, pues con la moto yo iba mucho más rápido que ella, sin embargo, al llegar a su altura, aminoré la velocidad para que ambos fuéramos en paralelo.
— ¿Estás segura de que vas a ir en bicicleta? Mira que con esto llegaríamos en un momento.
— Sí, pienso ir en bicicleta, tú si quieres adelántame.
Apreté el puño de la moto para hacerlo rugir un poco a su lado y ella se asustó dando un bandazo hacia el lado contrario.
— ¡Draken! Coño, no me asustes. — pero empezó a reírse y aceleró el pedaleo, levantando el cuerpo para impulsarse mejor y me adelantó.
Me quedé mirándole la espalda, como su cuerpo subía y bajaba sobre la bicicleta, parecía estar en forma y que aquello no le costaba lo más mínimo, pero era normal debido al trabajo que tenía.
A pesar de lo que me había dicho, preferí quedarme detrás de ella, no adelantarla y dejar que ella marcase el ritmo al que llegaríamos a la cima de aquella colina. Sin embargo, eso tuvo que cambiar cuando llegamos al inicio de esa subida.
Nos habíamos quedado parados, frente a la inclinada cuesta que serpenteaba para subir hasta arriba del todo, ella había aprovechado esa parada para beber un poco de agua que llevaba en la mochila, me ofreció, pero yo no estaba tan acalorado como ella y no me apetecía. Lo único que hacía era mirar la carretera que subía y pensar que ahora tendríamos que cambiar una cosa.
— Nami, aquí si tendré que ir delante, si voy lento la moto se va a sobrecalentar.
— Está bien... — se limpiaba algunas gotas que se le habían quedado en los labios, una de ellas le bajaba por el mentón, traspasando ese lunar que tenía bajo el labio — espérame arriba, no tardaré mucho en subir.
— Vale, pues voy tirando, te espero arriba.
Recomendación de canción: Dive – Ed Sheeran
¿Se habrá cansado por el camino?
Llevaba un buen rato en la parte más alta, había aparcado la moto y me senté en el único banco que había en lo alto de esa colina, observando el mar. No podía negar que las vistas que había desde ese punto de la isla eran de las mejores, se veían todas las formaciones de montaña a un lado, y, si girabas la mirada, la vasta inmensidad del océano te inundaba la visión. El sol había empezado a caer en este tiempo que había transcurrido en llegar aquí, y el cielo ya empezaba a teñirse de colores más cálidos.
Pero ella aún no llegaba, así que encendí otro cigarrillo y miré hacia esa carretera que subía por la izquierda, esperando verla aparecer por ahí y preguntándome si quizá debería bajar a ver si no se había quedado tumbada en la carretera asfixiada de calor o algo por el estilo.
Esa misma carretera continuaba por la derecha, de manera recta y sin ninguna curva, por una pendiente aún más inclinada de la que había subido hacia un rato.
— Agh...Agh... — mientras había estado mirando esa otra parte de la carretera, escuché unos jadeos a mi espalda, y giré mi vista hacia el otro lado, mirando por encima de mi hombro sentado en aquel banco. Me crucé con la mirada de la pelinegra, toda colorada a causa del esfuerzo y con alguna gota de sudor en la frente, venía jadeando e intentando recuperar el aliento. — Me muero... se me sale el corazón...
Cuando por fin llegó a la cima, se bajó de la bici y la dejó caer a un lado, acercándose al banco donde yo estaba sentado con las piernas tambaleantes, se notaba que subir aquella pendiente se había llevado todas las fuerzas de su cuerpo. Cuando llegó al banco, se dejó caer a mi lado y apoyó su cuerpo en el respaldo de este, reclinando su cabeza hacia atrás y cerrando los ojos. Aún seguía con la respiración agitada, y se sacudía la camiseta en el pecho con su mano, como intentando paliar algo del calor que seguramente tenía, veía como su torso se inflaba y desinflaba de manera frenética y no pude evitar soltar una pequeña risita burlona.
— Te lo dije, que podíamos haber subido en la moto.
— Qué...pesado eres... enserio... — me miró de reojo y esbozó una sonrisa — Ya estoy aquí ¿no? Pues cierra el hocico, dragoncito. — soltó una ligera risita y su cuerpo se inclinó hacia delante para agarrar esa pequeña mochila que había dejado en el suelo para sacar la botella de agua y empezar a beber como una condenada.
— Si bebes tan rápido te va a sentar mal. — le di un toquecito en la cabeza, a modo de reproche, pero no muy fuerte, ella quiso contestarme, pero en lugar de eso empezó a atragantarse con el agua y por poco no se le salieron los ojos de las órbitas mientras tosía.
— Draken me cago en la puta de tu madre.
— Joder, qué acertada. — le sonreí como respuesta en tono burlón.
— Ay...— se llevo la mano a la boca como arrepentida — perdón, lo había olvidado por un momento.
— No te preocupes por eso. — Ya parecía estar más calmada, había recuperado el aire y quitando el hecho de que por poco no se ahoga con el agua, parecía que beber le había sentado bien. — ¿Ya estás mejor?
— Sí... cuesta bastante llegar hasta aquí, pero...— apoyó sus codos en las rodillas y su mentón sobre los nudillos de ambas manos, mirando hacia delante y sentada a mi lado en el banco. — no me dirás que la vista desde aquí no es preciosa, ¿verdad?
Pasé mis brazos por encima del respaldo del banco, dejándome caer de nuevo sobre este y mirando también hacia donde los ojos de ella dirigían la vista.
— Sí, tienes razón. No puedo negártelo. Pero sigo diciéndote que hubiera sido más fácil subir en moto.
No me respondió, solo hizo un sonidito con la garganta y se recostó de igual manera sobre el banco. Agarró de nuevo la botella de agua y ahora que quedó mirándola, jugando con ella entre sus manos y viendo como los rayos del sol se refractaban en la poca agua que quedaba dentro de ella. Permanecimos en silencio durante un rato, durante el cual yo no había parado de observarla a través del rabillo del ojo.
— Nami.
— ¿Mhm? — parecía haberse puesto seria de nuevo.
— ¿Por qué siempre te niegas a ir en moto conmigo?
De repente, sus manos apretaron esa botella con más fuerza, haciendo que el plástico sonara de manera más estridente entre sus dedos.
— ¿Por qué dices eso? Sólo me has insistido hoy en ir en moto.
— Error. — giré mi cuerpo hacia ella, levantando una de mis piernas y dejando que descansara doblada sobre el banco — ¿Te acuerdas cuando llegué y me acompañaste al centro la primera vez? También te lo ofrecí y te negabas en rotundo. Además, tienes esa moto en casa, que, por cierto, mañana si quieres me la llevo de ahí, pero ese no es el caso... — resoplé y saqué un cigarro — ¿Qué te pasa con las motos? Si no quieres contarme no pasa nada...
— Verás... — seguía jugando con la botella, apretándola y dándole vueltas sin parar. — Si te lo cuento, ¿dejarás de insistirme en ir en moto a todos sitios?
— No te prometo nada.
Rodó los ojos y reclinó la cabeza hacia atrás en un movimiento brusco, pero me miró directamente a los ojos girando un poco su cara, con media sonrisa en los labios.
— Eres de lo que no hay, en serio, pero está bien, te contaré. — Volvió a dirigir su mirada al frente, hacia el sol que caía frente a nosotros y le iba resaltando una tarde más aquellos tonos cobrizos en la negra melena. — Hace un par de años, iba con mi hermano en moto, en su moto, esa que tengo en casa que es como Zephyr.
Me sorprendí. — ¿Te acuerdas del nombre de mi moto?
— Ya te dije que me pareció bonito, ¿quieres que te cuente o no?
— Perdón, perdón, no te interrumpo más, continúa.
— Ajá... — volvió a hacer ese ruidito con la garganta. — Bueno, el caso es que tuvimos un accidente, y bueno...— le empezaba a temblar la voz y pude notar como las manos le temblaban — a mí no me pasó nada más allá de unas lesiones y un mal golpe en un brazo...pero él no salió tan bien parado... creo que desde entonces le tengo un poco de miedo a las motos ¿Sabes? No sé, no puedo imaginarme volver a montarme en una y no revivir todo aquello. — Se le perdió la mirada en el horizonte y el labio empezó a temblarle más, parecía a punto de echarse a llorar — Ver a mi hermano ahí tirado...sin moverse...y todo por una tontería... y encima es algo que mis padres no dejan de recordarme...
— ¿Uh? ¿Qué tienen que ver tus padres? — Se me estaba encogiendo el pecho de verla así, de esa manera frágil, a punto de romperse en mil añicos si seguía hablando, y lo único que se me ocurrió para desviar un poco la conversación del tema de ese accidente fue preguntarle por sus padres, me había generado curiosidad el saber qué tenían ellos que ver en todo esto.
— Nada Draken... es solo que mis padres no paran de recordarme cada cierto tiempo todo aquello, y no precisamente para darme ánimos... es más complicado de lo que crees... — se quitó las escasas lágrimas que se le habían salido de los ojos, girando su mirada hacia otro lado para que yo no pudiera ver aquello, parecía querer esconderse de mí, que no la viera de esa manera, pero a mi no me importaba, de hecho, en cierto modo y aunque sonara cruel, me gustó que se abriera conmigo de esa manera, a pesar de que hubiera tenido que mostrar esa triste emoción. Agarró la mochila y sacó una bolsa de patatas fritas, abriéndola de mala gana y llevándose un par de ellas a la boca, masticando con fuerza. Su cara parecía haber cambiado de un instante a otro — El caso es que hoy me han llamado, bueno, me han mandado un mensaje. — Volvía a hablar con la boca llena y yo no podía apartar mi vista de sus labios — y cada vez que se ponen en contacto conmigo, mi día se va a la mierda. — se llevó más patatas a la boca y seguía hablando mientras masticaba. — Y encima luego lo de la bici...y el puto hospital...— ahora murmuraba, aunque notaba que de nuevo estaba volviendo a adoptar ese tono gruñón que tenía antes de que partiésemos hacia este lugar.
— Nami.
— Perdón, no me he dado cuenta — sorbió su nariz y estiró su brazo en mi dirección, con la bolsa de patatas al final de esa extremidad, mientras que con la otra parecía rebuscar algo más en la mochila. — ¿quieres? Con la charla se me ha olvidado ofrecerte.
Me quedé mirándola, intentando aguantar la risa, tenía la boca llena de las patatas y me miraba con los azulados ojos ahora enrojecidos por los refriegues que se había dado con las manos para quitarse las lágrimas.
— ¿De qué te ríes? — frunció el ceño — ¿No te gustan estas patatas? Pues son las que hay, si no quieres ya me las como yo.
— No he dicho nada de eso, trae aquí — le quité la bolsa de las manos y me llevé una a la boca, sorprendiéndome por el ligero sabor picante que tenían — es solo que tu humor es impredecible. — dije una vez hube tragado. — Tan pronto te ves enfadada, como triste o sonriente. Creo que nunca sé de verdad cuál es la verdadera Nami.
— Ni yo misma lo sé Draken.
Había sacado un refresco al que le dio un sorbo y me pasó al igual que había hecho con los snacks. Quería preguntarle, pero no sabía si debía hacerlo, o ni siquiera si me contestaría, aún así, decidí hacerlo.
— ¿Qué le pasó a tu hermano?
Ella dio otro sorbo más largo a la lata y suspiró.
— Lleva en coma desde entonces...hoy fui a verle, y bueno, malas noticias, algo que me avisaron... ¿podemos dejar de hablar de esto?... Por favor, solo relajémonos un poco.
Recomendación de canción: Magazine – Finding Hope.
Volvimos a quedarnos en silencio, bebiendo de aquel refresco y tomando patatas de la bolsa, mirando cómo cada vez el sol iba descendiendo más y más sobre el horizonte. Empecé a pensar que quizá ese accidente era el causante de que ella actuara de esa manera hostil con algunas personas, y creí que quizá sería buena idea preguntarle. Pero ella se me adelantó.
— ¿Y a ti qué te pasaba? Tenías la cara larga también.
— Nada... un mal día ya te dije, y también recibí un mensaje que lo empeoró, pero nada importante. No te preocupes. — No consideré que lo mío fuera tan relevante en ese momento, de hecho, se me había olvidado por completo al escuchar su historia, puede que incluso antes, cuando la perseguía con la moto de camino a este lugar, quizá en ese momento en el que me mantuve observándola pedalear mi mente consiguió distraerse de todo lo demás.
— Comprendo... ¿quizá es por la persona que te ha mandado ese mensaje que siempre estás de mala leche? — volvía a bromear con media sonrisa en el rostro, y eso me alivió.
— Puede ser que sí. — suspiré y aproveché para inquirirle con la pregunta que quería haberle hecho antes de que ella se me adelantase.
— Oye Nami — llamé su atención y ella me miró de manera interrogante — ¿Por eso eres así? ¿Por todo esto que me has contado?
— No, creo que ese es otro tema... lo de mi hermano es solo un añadido más a todo...pero de verdad, por hoy creo que está bien... Quizá la Nami que solía ser no vuelva nunca, pero eso también está bien... aunque no sea yo misma en todas las ocasiones... quizá es porque todo eso me hizo cambiar... no lo sé, es raro.
Adopté un tono serio y alcé una ceja sin apartar mi vista — Nami, tienes que ser como eres de verdad, no importa con quien estés.
Por un momento abrió demasiado los ojos e hizo una mueca, — Bueno, creo que tenemos opiniones diferentes con eso, Draken. — parecía empezar a adoptar el mismo tono que cuando nos conocimos, cuando lo hacía, yo solía seguirle el juego. Ya hacía tiempo que no nos poníamos así, y ambos habíamos aprendido a cómo hacerlo sin que nos molestase, era una especie de pique entre nosotros que, con el paso de los días, se había convertido en algo divertido y que a mí me hacía despejarme. Pero ahora no me apetecía entrar en ese círculo vicioso de contestaciones, estaba siendo totalmente serio con ella, quería serlo, me nació serlo en ese momento.
— Mira Nami, al menos... me gustaría que conmigo fueras tú de verdad, no esa fachada de tipa borde y venenosa que aparentas ser.
— Igual esa es mi verdadera yo y no lo sabes. — ella parecía seguir con el juego y continuaba con el tono burlón. Y yo solo quería que se diese cuenta de que le estaba hablando de verdad, no como las demás veces.
— Creo haber visto que eso no es verdad.
— ¿Por qué dices eso? — por fin sonó algo más seria y sus labios quedaron un poco abiertos tras preguntarme eso, había vuelto a poner esa expresión de pez pasmado.
— Por que te vi hablando con esos niños, renacuaja — le sonreí y le revolví el pelo otro día más. Era cierto, cuando la vi con esos niños, me pareció una chica dulce, amable y atenta, que amaba lo que hacía como nadie en el mundo, incluso sus ojos tenían más brillo ese día, al igual que cuando me enseñó las fotografías de los bichos, y estaba seguro de que, cuando tocaba aquella guitarrita de manera alegre, en sus ojos también aparecía ese destello que no hacía otra cosa que volverlos más intensos de lo que ya eran.
Pude ver por un momento como sus mejillas se habían teñido de rojo al tocarle el pelo, pero ella se apartó de golpe, levantándose del banco y poniéndose con prisas la mochila a la espalda.
— Bueno, quizá estoy mas loca de lo que te crees. — yo me había quedado sentado observando sus movimientos, pero al ella decir eso y ver que se dirigía hacia la bicicleta, imaginé que era hora de irnos, así que la seguí hasta llegar a mi moto. Lo que me andaba preguntando a mí mismo era por dónde íbamos a bajar.
— Nadie te está diciendo que no lo seas. Al contrario, sé tu misma, me gustaría ver cómo eres de verdad.
Sonrió ya montada sobre la bici, la cual colocó en dirección hacia esa otra colina opuesta y mil veces más inclinada que por la que habíamos subido.
— No te preocupes. — Empezó a pedalear hacia esa pendiente. — Vas a verlo ahora mismo.
Espera, no irá a...
Antes de que me diera tiempo siquiera a terminar de pensar, dio dos pedaleadas más fuertes y se lanzó directa contra la colina.
— ¡Nami! ¡Puta loca! — me monté en la moto y la arranqué corriendo para ir tras ella, estaba demasiado inclinado como para bajar en bicicleta y más con la intensidad con la que ella lo había hecho y empecé a gritarle para detenerla de hacer aquello, pero fue en vano. Aceleré y me coloqué a su lado mientras bajábamos la pendiente a gran velocidad. — ¡Nami! ¡Frena joder! — Iba con los pies fuera de los pedales, manteniendo bien el control, pero me empezó a dar miedo que tropezara con cualquier piedra y eso le hiciera perder el equilibrio — ¡Na-...
— ¡Cállate! ¡Callaos todos! — Me hizo cerrar la boca al instante. Seguía con los pies fuera de la bici, dejando que el propio impulso que había tomado la hiciera descender velozmente por la colina — ¡Que os den a absolutamente todo el mundo! — no podía apartar mi vista, estaba gritando contra el viento que chocaba en su rostro, el mismo que le hacía ondear la melena detrás de su cabeza con violencia — ¡Podéis iros todos a tomar por culo! ¡Dejadme tranquila de una maldita vez! ¡Todos! — Cada vez gritaba más fuerte, se reía a carcajadas y hasta elevó los brazos al aire mientras continuaba gritando cosas sin sentido y vocales sueltas.
Parecía una loca, una verdadera loca gritándole al viento para sacarlo todo de dentro, como si quisiera que ese mismo se llevara con él toda la negatividad de su interior, todo lo malo que le pasaba y todo lo que estaba seguro de que desearía sacar en una situación más tranquila y no era capaz de hacer.
Mirándola no pude hacer otra cosa que sonreír, levantándome en la moto al lado de ella, apoyándome en los reposapiés y empezando a gritar de la misma manera, sacando todo también de dentro mientras descendíamos por la colina, se sentía bien, era liberador, una sensación de adrenalina recorría mi cuerpo como hacía tiempo no pasaba, y todo por culpa de la loca de los peces que gritaba a mi lado, que me había hecho imitarla en su arrebato suicida de tirarse cuesta abajo, en esa ansia de fuerte emoción, que me recordaba a cuando era un crío y hacía carreras con los demás, sin ninguna preocupación más que la de ver quien era antes el que llegaba a la playa, justo como ahora.
Vi que empezó a pedalear más fuerte, y me ganó ventaja — ¡Draken! ¡Quien llegue antes a la playa gana! — seguía riéndose en una voz demasiado alta — ¡Si pierdes me haces las gyozas otra vez!
— ¡Nami! ¡Voy en moto! ¡Es imposible que me ganes! ¡Y ten cuidado imbécil, mira hacia el frente!
— ¡Gyozas! ¡Gyozas!
Volví a reírme en voz alta y aceleré para alcanzarla. Quedando a escasos metros detrás de ella cuando ya la inclinación de la pendiente empezaba a disminuir y ahora solo nos quedaba un camino recto que llegaba hacia aquella playa de medialuna.
Ella no paraba de pedalear, parecía habérsele pasado todo el malestar que tenía hacía un rato, y ahora hacía por ganarme en esa carrera como si le fuera la vida en ello, aun sabiendo que, al más mínimo apretón que yo le diera al puño, mi Zephyr aceleraría lo suficiente como para adelantarla y proclamarme como vencedor.
Y, sin embargo, le dejé ganar.
Llegó tan cansada a la playa, que únicamente se dejó caer en la fría arena para refrescarse, rebozándose en ella, feliz porque al haberme ganado volvería a prepararle ese platillo que parecía haberle gustado tanto la otra vez.
Ahora se reía, mientras yo la miraba apoyado en mi moto fumándome un cigarro y pensando en qué era lo que podía tener ella, para que, justo en ese momento, me sintiera tan cómodo así, solo con el cielo ya teñido de un azul intenso, una brisa nocturna de finales de julio que hacía que el ambiente empezara a refrescarse y una simple colilla que llenaba mis pulmones de humo.
Y ahí me di cuenta, que quizá, si el sonido de esas risas faltase en la ecuación, no me sentiría de esta manera, quizá era fruto de toda la adrenalina que acabábamos de soltar, pero lo que era cierto, era que, si había podido acostumbrarme al sonido de su voz cantando por las tardes en el balcón, también podría acostumbrarme a escucharla de esta manera, riéndose y despreocupada.
Esta es la Nami de verdad, ¿no?
Sonreí para mis adentros y tiré la colilla al suelo, sacudiendo la cabeza y sintiéndome un imbécil por haberla tratado así al principio, quizá la carga que ella lleva encima era mucho mayor de lo que yo creía. Y había empezado a comprenderla, al ella haberse abierto conmigo esa tarde, había hecho que ahora me sintiera un poco más cercano. Y en cierto modo, eso me alegraba.
~ Principios de agosto ~
El mes de julio había pasado casi en un suspiro, y ahora el pueblo parecía estar preparándose para celebrar el festival local que todos los años acontecía a mediados del mes. Este mes siempre me traía demasiados recuerdos.
Me llevé involuntariamente la mano al abdomen, para tocar la cicatriz que ahí adornaba mi piel desde que era joven, hacía ya demasiados años de aquello, y mientras vivía en Tokio, aquella época parecía haber acontecido tan solo hacía unos meses. Sin embargo, al verme ahora en esta isla, rodeado de paisajes y personas que jamás había visto, esa etapa de mi vida había empezado a quedar bastante atrás, pudiéndola por fin ver como algo que había sucedido hacía los años que ya habían pasado.
Pero sí había cosas que no podía olvidar, este mes era su cumpleaños, y eso aún traía más recuerdos a mi mente. Malos y buenos a partes iguales, pero recuerdos que no paraban de cruzarse por mi mente una y otra vez.
Y, como si de alguna manera mis pensamientos hubieran sido escuchados desde el otro lado del mar, mi teléfono empezó a vibrar en el bolsillo del mono de trabajo del taller.
— ¿Desde cuándo lees mentes?
— ¿Qué dices Ken-chin? Bueno, da igual, que vamos para allá.
— ¿¡Qué!?
— ¡Sí,sí, eso mismo! En unos días vamos para allá.
— Pero, — dejé todo en lo que andaba liado, mi atención estaba ahora totalmente en esa llamada — ¿Quiénes?
— ¡Todos! ¡Bueno, casi todos! ¡Vete buscando sitio para que nos quedemos a dormir!
Holita^^
Poco que decir, se viene lo chido. JAJJAJAJAJA
PD: No desesperéis por que se besen y así, las cositas a fuego lento saben mejor ^^.
Refracción (de la luz): Sucede cuando los rayos de luz no se reflejan en una superficie/medio, si no que se difunden. En el caso de la refracción, los rayos pasan de un medio a otro, cambiando de dirección. Esto ocurre cuando, por ejemplo, los rayos de luz pasan del aire (primer medio) al agua (segundo medio).
Osqm <3
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