𝑫𝒐𝒔 ~ 𝑽𝒊𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒅𝒆𝒍 𝒏𝒐𝒓𝒕𝒆
Joder, qué sueño...
El avión había salido tempranísimo, pero el sueño que tenía no se lo debía al madrugón que había tenido que darme, si no al maldito de Mikey, que estuvo anoche hasta bien tarde intentando convencerme de que me quedase en Tokio con él.
Pero no podía, ahí ya quedaba poca cosa para mí. Inupi y yo tratamos de montar un negocio de reparación de motocicletas hace unos años, pero en esa ciudad había tantos negocios similares, que nuestros ingresos no llegaban casi ni para cubrir los gastos básicos del establecimiento.
¿La solución? Hará cosa de unos cinco meses, el rubio vio un anuncio de un local que se quedaba vacío en una zona cercana a la ciudad de Okinawa, cerca de la playa. Estaba a tomar por culo de nuestra ciudad de siempre, pero ambos necesitábamos cambiar de aires, y en un lugar turístico, donde podíamos abrir un negocio de alquiler de motocicletas para que todos los visitantes pudieran disfrutar de paseos por la isla, nos pareció una buenísima idea de negocio. Además, Koko nos ayudó a investigar un poco más, y no parecía haber nada similar por la zona, así que eso le daba aún más peso a la idea.
Y, por último, el hecho de que el local era enorme. Eso nos permitía tener una doble fuente de ingresos, por un lado, el tema del alquiler de motocicletas para los turistas, y, por otro, la oportunidad de continuar con lo que hacíamos en Tokio, arreglando ese tipo de vehículos para todos los residentes.
Era el combo perfecto, y con suerte, nos iría mejor que en la capital, por lo que, con todo y con eso, ambos tomamos la decisión de aventurarnos a irnos de allí e intentar empezar una nueva vida, algo que quizá ambos debimos haber hecho hace muchísimo tiempo, pues en aquella ciudad solo quedaban recuerdos y una vida destinada a tener que lidiar con los busca-líos de nuestros amigos.
La mayoría de ellos nos animaron a cometer esta locura, pero había uno que aún no parecía entenderlo, el pequeño enano que siempre había tenido pegado como una lapa. A mí también me daba pena dejarlos, pero no era un hasta nunca, siempre podríamos volver a visitarlos, o que ellos vinieran aquí, además, ahora podrían pasar unas vacaciones de ensueño en esa isla, y creo que esta era una de las razones por la que gran parte de ellos nos habían animado tanto a mudarnos.
En todo caso, el pequeño rubio había mantenido esa cara de puchero hasta casi despedirse de mí en el aeropuerto, aunque luego por poco no se echa a llorar con esa enorme sonrisa en la cara cuando me vio cruzar el control, avisándome de que pensaba venir a visitarme en cuanto juntase el dinero suficiente para comprar el billete del avión.
Maldito... toda la noche dándome el coñazo para al final alegrarte... a veces no sé como he podido aguantarte tantos años...
Al menos, agradecía el hecho de que Inupi hubiera venido un par de meses antes para ir preparándolo todo en Okinawa, mientras yo terminaba de cerrar todo lo pendiente del local en Tokio. Hacíamos buen equipo, siempre nos repartíamos las tareas y conseguíamos tener todo listo a tiempo para los clientes, y, por supuesto, con una calidad excelente, sin embargo, como ya digo, esto no era suficiente para que nos pudiéramos mantener allí.
Crucé el aeropuerto en dirección a la zona de llegada de los vuelos nacionales, todo estaba lleno de turistas, con sombreros y ropas de todos los colores posibles, algunas mujeres se abanicaban con revistas o paipáis, y no me extrañaba, era verano, y hacía muchísimo calor. Sonreí para mí mismo, en realidad aún no podía creérmelo, iba a vivir casi al lado de la playa, en un lugar tranquilo, algo demasiado diferente a lo que estuve acostumbrado desde pequeño, pero no me daba miedo, lo que sentía era emoción por descubrir qué era lo que me encontraría una vez saliese del aeropuerto.
Aceleré el paso y por fin vi la cabellera larga y rubia de mi amigo.
— ¡Tú! — se giró de inmediato al reconocer mi voz y me sorprendí — Coño Inupi, ¿ya estás moreno? Si el verano apenas ha comenzado.
— Al fin llegas, llevo un buen rato aquí.
— No es mi culpa, el vuelo salió con una media hora de retraso, pero bueno, cuéntame, ¿qué tal todo? ¿han llegado bien?
Nos habíamos saludado con un abrazo amistoso, y ahora nos encaminábamos hacia las inmediaciones del aeropuerto, no llevaba mucho equipaje conmigo, únicamente una mochila de montaña enorme en la que fácilmente había podido empacar todas mis pertenencias, que tampoco eran muchas.
— Sí, llegaron esta semana — hacía tiempo, decidimos enviar varias motos de las que teníamos en Tokio para arreglar e intentar vender a Okinawa, aprovechando para mandar las nuestras también. Obviamente, no podíamos traerlas en avión, así que la única manera de poder tenerlas aquí era que nos las transportasen en barco, nos costó un riñón y medio, pero no podíamos empezar el negocio sin ni siquiera tener un vehículo que alquilar, y, por supuesto, ninguno de los dos nos planteábamos si quiera la idea de dejar a nuestras pequeñas preciosidades en Tokio, así que pagamos gustosamente ese transporte — pero... — le vi poner una cara de preocupación.
— ¿Pero...? Inupi, acabo de llegar y ya me vas a acojonar, ¿no me digas que le ha pasado algo a alguna de las motos?
— No tanto, las que teníamos para arreglar tienen ahora alguna que otra abolladura más... y bueno... la tuya tiene un pequeñísimo arañazo. — había exagerado demasiado eso de "pequeñísimo".
— ¿Ah? ¿" Pequeñísimo"? — me empezó a temblar el labio superior.
— Ahora lo verás, venga, vamos a nuestro nuevo local, seguro que estás deseando verlo — habíamos llegado a la zona del aparcamiento de aeropuerto, justo a donde él tenía estacionada su motocicleta, y se plantó a un lado de ella, tendiéndome uno de los cascos para que ambos — ya verás, te va a gustar, está justo enfrente de la playa.
Nos montamos en la moto y no le di muchas más vueltas al tema del arañazo, esperando que de verdad fuera tan pequeño como el rubio me había dicho. Él comenzó a circular por la carretera, en dirección al local, ese sería también mi nuevo hogar, pues en la parte superior tenía un pequeño apartamento en el que yo me quedaría.
Inupi había decidido alquilarse un piso un poco más céntrico con algunos ahorros propios de los que él ya disponía antes de que abriéramos el negocio, decía que a él no le importaba que yo me quedase en la parte de arriba del local, y a mí me venía perfecto, pues siempre era yo el que se quedaba hasta las tantas arreglando las motos, así podría irme a la cama sin tener que conducir si quiera, simplemente bastaría con subir unas escaleras, darme una ducha, y lanzarme al colchón a descansar. Era perfecto.
Dejé que mis manos reposaran en el asiento de la moto y me quedé mirando al paisaje, era verde, completamente verde, entre el cual se podía ver algún que otro edificio y la gran ciudad al fondo, pero, si mirabas hacia el otro lado, podías ver una inmensidad azul, de una tonalidad más oscura que el cielo, una imagen que me robó el aliento, no estaba acostumbrado a ver una imagen tan despejada de contaminación y el gris de la ciudad. Ese azul era hermoso.
De la misma manera, me permití el lujo de relajarme durante el trayecto, cerrando los ojos, dejando que la brisa marina me rozase los pómulos y que ese olor a sal empezase a inundar mis sentidos, pues, sabía que, en poco tiempo, mi olfato se habría acostumbrado a este olor y dejaría de distinguirlo, por lo que sería mejor aprovecharlo al máximo desde el primer minuto.
Habíamos llegado al local hacía veinte minutos. Como me había dicho Inupi, el océano quedaba justo enfrente, bajo esa pendiente sobre la cual se encontraban más locales a parte del nuestro, enfrente de los cuales discurría una pequeña carretera, dejando al otro lado de esta una diminuta acera, y, tras ella, únicamente una valla metálica de color rojo que hacía de mirador para admirar el paisaje.
Si alguien se asomaba por esa valla no muy alta, podía mirar hacia abajo para observar la frondosa vegetación que cubría la pendiente, y cómo ésta terminaba por dar a una playa con forma de medialuna, de arena fina que era azotada por las suaves olas. Desde esta altura, podía verse más vegetación al fondo, en la otra punta de aquella medialuna, todo, inundado por un cielo tan despejado y azul que parecía dar la última pincelada a la postal.
El edificio era un local de dos plantas, bastante ancho, con un letrero aún a medio terminar donde podía leerse el nombre de nuestro negocio.
"D&D Motors: Rent & Repair"
— Inupi... ¿tú has pintado el letrero?
— Sí ¿por?
— Menuda basura, está horrible... — empecé a reírme, de verdad estaba fatal, la pintura negra parecía haberse gastado casi a la mitad del título, y el resto era de una tonalidad diferente.
— Bah, solo es temporal, ya buscaremos a alguien que nos haga un diseño mejor, ¿no quieres ir a ver donde vas a vivir o qué? Venga, deja ya de reírte de mis capacidades artísticas.
Aun con una risa tonta, entramos a la planta baja del local, lo primero que vi al entrar fueron varias motos dispuestas a ambos lados, aquellas que tenían mejor pinta, y al fondo de la sala, un escritorio con un par de ordenadores y una silla de oficina. Esta sería la parte que se dedicaría al tema del alquiler de motocicletas y al papeleo. En la derecha y separando las estancias, se encontraba un muro que llegaba hasta poco más de la mitad entre el suelo y el techo, y sobre el cual se encontraba un amplio ventanal que cubría el resto de espacio entre el muro y el techo, giré un poco más mi cabeza, y pude ver que, a la otra sala se accedía por una pequeña puerta que quedaba casi en la esquina de la estancia.
La cruzamos y ahí pude ver el que sería nuestro taller, todo lleno de esas motos que aún necesitaban repararse y varias mesas metálicas que formaban una U al fondo de la habitación, repletas de herramientas y piezas que necesitaríamos para poder llevar a cabo nuestro trabajo.
Lo que no vi por ningún lado fueron las escaleras que llevaban a la planta superior.
— Están en la parte lateral del edificio. Vamos, supongo que querrás ver dónde vas a vivir ¿no?
Asentí emitiendo un ruidito con la garganta. Salimos de la tienda y fuimos hacia el lateral izquierdo, al final del cual había una puerta con cerradura.
Antes de entrar, me fijé que, justo enfrente de esa puerta y en el edificio de al lado, había una puerta similar. Imaginé que todos estos establecimientos habrían sido construidos por la misma empresa y, por tanto, quizá tendrían la misma distribución, aunque en espejo.
Volví a mirar al frente e Inupi me tendió las llaves para que atravesáramos la puerta, tras la cual únicamente había unas escaleras para acceder a la parte superior. Las subimos y directamente me encontré en el apartamento. Las escaleras daban a una diminuta entrada en la cual no había más que una pequeña y vieja cómoda. La entrada se juntaba con un pequeño pasillo con dos puertas a los lados, una daba a una estancia, también de pequeñas dimensiones que utilizaría como habitación, y la otra puerta era tras la que se encontraba el baño.
Al final de ese pasillo el espacio se abría, dando lugar a una habitación mucho más amplia y vacía de muebles, con una cocina abierta a mano izquierda, en la pared contigua a la terminación del pasillo, y la cual contaba con todos los electrodomésticos necesarios para poder ser utilizada.
Vamos, una vitrocerámica de cuatro fuegos bajo la cual había un horno, un lavabo sobre la encimera, y, en la esquina, un diminuto frigorífico. Pero solo con eso podría apañármelas.
Justo en la pared de enfrente, había un gran ventanal cubierto por unas cortinas que cambiaría en cuanto terminase de instalarme.
Me acerqué a ellas para echarlas hacia un lado y descubrir que había un balcón, lo bastante amplio como para colocar un par de sillas y una pequeña mesa, y desde el cual podía contemplarse la parte delantera del establecimiento y, al frente, la misma vista que había podido contemplar desde la calle, la carretera, la valla metálica, y, al fondo, la playa rodeada de toda la verde vegetación. Estaba orientado hacia el Este, por lo que los rayos del sol alumbrarían desde bien temprano todo el apartamento. Pero me gustaba, me imaginé viendo amanecer desde el balcón, con una taza de café y fumándome un cigarro, deseando de empezar el día y, sobre todo, deseando que todos los días vinieran un sinfín de clientes que nos hicieran ganar el suficiente dinero para poder llevar la vida que queríamos, tranquila y sin problemas.
Tendría que comprar muebles, pero estaba bien, realmente bien, mucho mejor que la habitación del burdel en el que me crie. Vivir en un sitio así, solo para mí, era algo que jamás me hubiera imaginado, pues mi apartamento en Tokio era cien veces más pequeño que esto, y casi todo se encontraba en la misma habitación, de hecho, solo el cuarto de baño quedaba en otra estancia en ese piso que había dejado ayer mismo.
— ¿Te gusta?
— Sí, creo que podré apañarme bien ¿Qué tal tu piso?
— Más pequeño, pero bah, para el poco tiempo que estoy allí me sirve, además, tengo un bar abajo, que es lo importante.
Alcé una ceja y posé mi mirada en él — ¿Ya has encontrado un sitio donde emborracharnos?
El rubio se empezó a reír — No, no, para eso vamos a la playa, se está bien ahí, he ido varias veces ya.
— ¿Tú solo? — la verdad, no me imaginaba a Inupi bebiendo y emborrachándose solo.
— No, con Nami, ya te hablé de ella — ¿lo hizo? No lo recuerdo.
Miró la hora en su móvil — De hecho... tiene que estar a punto de llegar, le dije que nos acompañase a comer, a la tarde tengo que quedarme a terminar de arreglar el problema con la luz que te dije. Ella te va a enseñar el pueblo mientras, así que... mejor voy para abajo. Tú termina de acomodarte, date una ducha o lo que quieras — empezó a encaminarse hacia las escaleras para bajar — pero no tardes mucho, no le gusta que la hagan esperar.
— ¿Acaso es la reina o qué? — Bufé, acababa de llegar y ya me andaban metiendo prisa, tenía hambre, pero sinceramente, me hubiera gustado poder descansar, aunque fueran quince minutos.
Rio aun más alto — Tú solo no tardes — desapareció de mi vista por esas escaleras.
Aproveché y salí al balcón un momento, ese olor a sal volvió a azotarme, apoyé mis manos en la barandilla y me hice de nuevo el moño del pelo, se me había aflojado un poco con todo el traqueteo de la moto.
— Bueno... pues supongo que aquí empieza mi nueva vida...
Holi ^^
Estos dos primeros capítulos son introductorios a la historia, en el siguiente ya empieza lo bueno jajajaj.
Por si no os habéis dado cuenta... Nami (la prota) y Draken van a vivir al lado el uno del otro, y, por si no ha quedado bien claro como es la disposición de los apartamentos, se me ha ido la pinza y he hecho unos planos que os dejo por aquí ^^
Mil gracias por leer este fic, se os quiere.
Haré también el plano de la planta baja del negocio de Nami, aunque la disposición es más o menos similar, pero cuando se hable de ella veréis que ella ha modificado una parte de lo que ellos van a usar de taller.
Ostras, sé que es una tontería todo esto, pero no sé, me gusta que por si acaso se entienda todo bien jajajaja y que os lo imaginéis tal como yo lo imagino.
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