𝑪𝒊𝒏𝒄𝒐 ~ 𝑳𝒂 𝒑𝒖𝒏𝒕𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝑰𝒄𝒆𝒃𝒆𝒓𝒈
Acababa de comenzar el mes de julio, y ahora sí podía decirse que empezaba el calor de verdad, aunque este no alcanzaría su punto más alto hasta casi final de mes.
Cuando vivía en Tokio, solíamos ir en esta fecha al monte Fuji, pues comenzaba la temporada de montaña, y era habitual que hiciéramos esas excursiones en familia para, en teoría, purificar nuestro espíritu y esas cosas en las que creía mi madre. A mi lo único que me gustaba de aquello era poder estar en contacto con la naturaleza del monte y ponerme a gritar al bosque, esperando escuchar el eco y creyendo que ese sonido que me devolvía el paisaje era la voz de los kodamas respondiéndome. Sin embargo, lo único que me ganaba de aquello era la bronca de mis padres por armar escándalo, aunque tampoco le daba mucha importancia a esas reprimendas, simplemente me ponía a reír y a huir de ellos que me perseguían con las manos en aire, haciendo al final ellos más escándalo que yo.
Sin embargo, aquí en Okinawa perdí la costumbre de hacer ese tipo de cosas, más que nada porque no tenía a nadie con quien ir de excursiones, sin embargo, esa carencia se suplía con el otro evento que se aproximaba y se celebraba en todos lados. A principios de julio se celebraba el Tanabata y en el pueblo ya habían comenzado con los preparativos para el próximo siete de julio, aún quedaba una semana, pero ya podían verse todas las fachadas de las tiendas y los comercios repletas de preciosos bambús enanos, que algunos de enanos tenían poco, con papelitos de multitud de colores colgando para que las personas fueran dejando sus deseos escritos ahí.
Hoy tenía el día libre de trabajo, así que aproveché para acercarme al centro yo sola y comprar un par de plantas de ese estilo, seguramente a ellos ni se les habría pasado por la cabeza que debían tener en cuenta también las festividades para no ser los únicos que no pusieran el bambú en la fachada de su establecimiento. Y, además, quería tener un detalle con Inupi.
Una vez regresé, entré un momento a la sala que tenía al fondo del ala izquierda del local, aquella habitación que quedaba fuera de lo que era el negocio y el cual tenía lleno de todo tipo de pinturas y materiales de dibujo, así como de papelería, además de aquel viejo trasto cubierto con la lona grisácea para que no se llenase de polvo.
Tras el primer año de estar aquí, decidí que la zona de mi establecimiento donde daba las clases era demasiado amplia, y que podría hacer una separación al fondo de esta para dedicarla a mis cosas, pues en el pequeño apartamento de la planta superior apenas me quedaba espacio, aunque, al final, siempre tenía todas las cosas de dibujo desperdigadas también por el piso.
Si bien los estudios nunca se me dieron bien, lo que eran las artes casi no suponían un problema. Tampoco es que fuera demasiado buena, o eso creía yo, pero me gustaba muchísimo dibujar en cualquier tipo de superficie o con cualquier material, sobre todo escenas marinas, por eso sacaba tantas fotografías en mis inmersiones, para más tarde basarme en ellas para pintar algo con acuarelas o con las ceras de pastel... me gustaba casi tanto como tocar el ukelele por las noches, y, de hecho, desde que tenía que haber acortado mi horario en las noches con el instrumento, el resto del tiempo que normalmente le hubiera dedicado a eso, me la pasaba dibujando en el apartamento.
Comencé a rebuscar por esa habitación los papeles de colores que tenía de otros años para poder colgarlos del bambú, casi tuve que desvalijar todo el espacio, pero al final los encontré, y pasé la mañana recortándolos y colocándolos en ambas plantas de manera que quedara lo más estéticamente posible.
Cuando por fin terminé, fui a la fachada de mi local y dejé uno de los bambús al lado de la puerta. Ryu venía conmigo, y empezó a olisquear la planta que acababa de dejar en el suelo.
— Ryu, ni se te ocurra levantar la pata en esa planta ¿eh? Ahí no se hace pipí — le señalé con el dedo y él pareció entenderme. Mi perro tenía la mala costumbre de ir levantando la pata en los peores lugares para hacer sus necesidades, y a pesar de que siempre iba con una botellita de agua para quitar el orín, ya había tenido que pelearme con algún que otro viejo por que el perro había levantado la pata en la esquina de su casa o en la rueda de su coche sin que yo me diera cuenta.
Al final se fue hacía la barandilla roja de enfrente y levantó la pata allí, rodé los ojos y volví a entrar a la tienda un momento a por la botellita y, tras limpiar la valla, volví a encaminarme con esa otra planta en mis brazos hacia el local de al lado. Antes de acercarme, me quedé mirando ambas fachadas, no tenían nada que ver la una con la otra.
¿No piensan arreglar ese rótulo nunca o qué? Está horrible... además no han usado la pintura correcta y ya se les anda estropeando por la humedad...
Fijé mi vista un poco más hacia la derecha, escuché música proveniente de una radio y el ruido de las herramientas, seguramente el pelinegro estaría en la zona del taller. También me fijé en que había una moto enorme estacionada fuera, de un blanco y rojo brillante, con un dragón pintado en un lateral, y que tenía toda la parte trasera arañada.
Me imagino que esa será su moto.
Cuando me fijé un poco mejor en ella me di cuenta de una cosa, pero no le di mucha importancia, solo me hizo gracia.
Decidí no perder más el tiempo mirando las fachadas y eché un vistazo a través del cristal que daba a la oficina de su establecimiento, comprobando que el rubio estaba ahí sentado en la silla del escritorio haciendo algo en el ordenador, al fin y al cabo, venía a verle a él, así que entré por la puerta, sujetando firmemente la planta para que no se me cayese.
— Buenos días Inupi, te traigo un regalito.
Ryu se quedó afuera, pero lo había perdido de vista, aunque no me costó imaginar donde habría ido.
— Hola Nami, ¿Qué es eso?
— ¿Esto? — señalé la maceta — Para ti, para que lo pongas en la puerta, dentro de poco es el Tanabata ¿no lo sabes?
— Ah... por eso todas las tiendas de al lado de mi piso lo estaban poniendo...
— Inui — le miré alzando una ceja — ¿En qué mundo vives? ¿sabes acaso qué día es hoy?
— ¿Hoy? — miró de reojo al calendario que colgaba de la pared — Pues... uno de julio ¿no?
Empecé a reírme — acompáñame a poner esto afuera anda, y a ver si te espabilas ¿quieres que te traiga un café?
— La verdad te lo agradecería enormemente, anoche dormí fatal, tenían tremenda fiesta montada en el bar de abajo.
Ambos salimos del edificio y colocamos la planta en el exterior.
— ¿Tú le has puesto los papelitos o venían ya?
— Los puse antes, mira — le señalé hacia la izquierda, para que viera la planta similar que yo había colocado en la puerta de mi negocio — yo también conseguí una y estuve hace un rato colgándoles los...
— Eres un sol — me interrumpió y me puse roja al instante, me miraba y sonreía con los ojos cerrados — estamos tan liados aquí que ni nos damos cuenta de qué día es, menos mal que te tenemos a ti.
¿Por qué habla en plural?
— Bueno, solo intento ayudarte en lo que pueda.
— No tienes porqué hacerlo, te lo he dicho mil veces, aún así te lo agradezco — Ryu salió de la enorme puerta de metal que daba al taller y fue corriendo hacia Inupi — mira quien está aquí también, ¿le hacías compañía al pelón?
El perro se le subió encima, pero él casi ni se movió del sitio, solo comenzó a acariciarle la cabeza con cariño, haciéndole alguna que otra mueca. Me quedé mirándole, era realmente guapo, mis ojos no se hubieran apartado de ver su sonriente rostro de no ser por la fuerte voz que escuché a mi derecha.
— ¡Nami! ¡Dile a tu perro que deje de hacerme visitas! Se ha puesto a esconderme las herramientas y no hace más que ralentizarme en el trabajo.
El animal también se giró en su dirección y agachó las orejas, parecía sentirse culpable y no me gustaba verlo así, aunque el pelinegro tenía razón. Me agaché hacia Ryu — Oye, no quieres que riñan a mamá ¿verdad? Pues pórtate bien — le acaricié la cabeza con media sonrisa e intentando sonar calmada, sin embargo, cuando volví a dirigir mi vista hacia Draken me empezó a temblar el labio.
— Pues no dejes todo por ahí tirado.
— Él es el que no tiene por qué entrar aquí — sonó diferente, parecía realmente enfadado, y había dicho eso más cortante que nunca. Así que no le di más vueltas y decidí irme de allí.
— No te preocupes. No volverá a pasar — me di la vuelta y empecé a caminar hacia la puerta de mi casa — vámonos Ryu. Hasta luego Inupi — él se despidió de mí con una expresión extraña, con la boca entreabierta, pero parecía estar serio. Por su parte, el animal me siguió y ambos subimos las escaleras para encerrarnos en casa hasta por la tarde.
—¿Y esa planta? — miré hacia la maceta mientras me limpiaba la grasa de las manos con un trapo.
— Nos la ha traído Nami — su mirada parecía acusatoria.
— ¿Qué pasa?
— ¿Por qué le hablas así? — definitivamente estaba serio.
— ¿Te pones de su parte?
— No me pongo de parte de nadie — abrió la puerta del negocio y empezó a entrar, pero se restregó los ojos con dos de sus dedos y, antes de cruzarla, volvió a mirarme — Sabes Draken, quizá a ti te de igual cómo te hable, o si es borde o no, pero deberías empezar a conocerla mejor, aunque no lo parezca, le afecta mucho que le hablen mal.
— ¿Y eso por qué? — sinceramente, no me lo parecía, siempre era ella la que terminaba contestándome en la misma manera en la que yo le hablaba, aunque sí era verdad que hasta ahora no le había visto poner esa expresión que puso antes de irse a su casa.
— No te lo voy a contar, no soy un chismoso, si quieres averiguarlo, haz por conocerla más e imagino que ella misma te lo contará en algún momento.
— Cómo si a mi me interesara en algo...
— Draken, de no ser por ella este negocio casi no hubiera podido empezar, ella fue la que me ayudó a dar los primeros pasos en esta isla, de hecho, ella me ayudó con todo el tema de la publicidad y le habló de nuestro local a todo al que conocía, así que al menos, inténtalo, se lo debes.
Rodé los ojos, por mucho que no quisiera admitirlo, quizá Inui tenía razón y, además, empecé a pensar que podía que me hubiera pasado con el tono en el que le había hablado hacia un rato, hasta me dio pena que el perro pusiera esa cara.
— Está bien... lo intentaré. Aunque no tengo ni idea de cómo hacerlo, la verdad.
— Vivís al lado, ¿por qué no le dices de dar un paseo o algo así cuando termines aquí por la tarde? No sé, acompáñala a sacar al perro o algo.
— Ya veré... — tras eso, me quedé solo afuera, mirando hacia arriba, en dirección a su apartamento.
Sabía que ella se pasaba la mayoría de las tardes ahí, me lo confirmaban varias cosas, solo salía un momento a sacar al perro por las tardes y volvía a la hora de haber abandonado su casa, pues siempre la escuchaba hablando con Ryu cuando salía y cuando llegaba. Tras eso, la mayoría de las tardes yo había tenido que quedarme en el taller, pero podía escucharla en el balcón, tocando con ese instrumento y un fino hilo de voz que cantaba alguna canción que acompañara a la melodía.
Los primeros días, tras esa tarde que fuimos a la playa, la escuchaba empezar a tocar y automáticamente encendía la radio para poner algo de música, sin embargo, conforme las tardes fueron pasando, y las canciones de la radio ya se me hacían repetidas, un día decidí bajarle el volumen a esta, dejando que el sonido de aquel instrumento, junto con su voz, fuera lo que amenizara el tiempo que me quedaba de trabajo.
Aunque siempre paraba a las diez de la noche, tal y como acordamos, hora a la que yo decidía dar por terminada mi jornada, tuviera o no tanto trabajo, empecé a quedarme en el taller hasta esa hora.
Encendí un cigarrillo y me acerqué de nuevo a la puerta del taller, echando un vistazo alrededor, hoy sí tenía bastante trabajo, pero quizá podría decirle a ella si en lugar de irse a dormir a las diez quería ir a un bar a tomar algo y hablar, o comprar un par de latas de cerveza y tomarlas aquí mismo.
Creo que con eso bastará... ¿no?
Esto es raro.
Salí a la puerta del taller y miré hacia arriba disimuladamente mientras encendía un cigarro. Eran más de las siete de la tarde, pero aún no la había escuchado salir con el perro, ni un solo acorde, ni una sola palabra que saliese de su boca de manera melódica. Nada. Llevaba toda la tarde en completo silencio arreglando una pieza de los frenos de una moto.
Era la primera tarde que esto pasaba, pues a esta hora era cuando ya solía volver de su paseo y salía al balcón hasta las diez. Y hoy no estaba ahí.
¿Quizá se ha enfadado de verdad por cómo le he hablado? Joder... encima voy a tener qué lidiar ahora también con el sentimiento de culpa...
Me asomé por la barandilla roja que había enfrente al otro lado de la carretera, apoyando mis codos en ella y con mi vista puesta en esa playa que había abajo — Tampoco está ahí...
Terminé de fumar observando una tarde más como el sol se iba poniendo cada vez más y cuando hube terminado el cigarro, me giré apoyando la parte baja de mi espalda en la barandilla. Con la mirada fija en la planta superior de su local.
Chasqueé la lengua y me acerqué a la puerta que subía sus escaleras. Pero no escuché nada, solo un ladrido de Ryu, seguramente notó mi presencia ahí.
— ¿Nami? ¿Estás ahí? — No hubo respuesta.
No creí que hubiera ido a ninguna inmersión, pues cuando lo hacía, siempre dejaba una toalla en la entrada del establecimiento para secarse al volver y no mojar todo el interior. Era gracioso cuando la había visto hacer eso, llegaba de la playa y se enrollaba el pelo en la toalla, parecía darle igual que la viesen con esas pintas, de hecho, parecían darle igual muchas cosas.
Y quizá por eso, el hecho de que Inupi me dijera que un comentario mío podría haberle importado me molestó, ya que, si tan igual le daba todo, ¿porqué mis comentarios no lo hacían también?
— Bah... a saber donde está. Mejor me voy a terminar con ese arreglo... después le mandaré un mensaje.
Antes de entrar al taller de nuevo, volví a mirar a su balcón.
Tendré que poner la radio...
Hacía tiempo que no iba, quería hablar con él, contarle como me iban las cosas y, sobre todo, decirle que Ryu estaba bien, aunque hoy un chico estúpido le había echado la bronca por una cosa que ni el pobre animal se da cuenta que hace.
Pero sabía que cada vez que iba allí, el camino a casa se me hacía más pesado que de costumbre, pues empezaba a recordarlo todo de nuevo y mi pecho se llenaba de ansiedad, no era una sensación agradable, desde luego que no, y, lo peor de todo, era que la única manera que tenía estos días de descargar la ansiedad era ponerme a gritar en casa como una loca, a cantar canciones gritando en casa, para soltar adrenalina de alguna manera, y ahora ya no podía hacer eso tampoco.
Me había comprado un café, y me quedé sentada en un banco mirando al mar, en la otra punta de esa medialuna que formaba la arena que veía a través de las ventanas de mi piso. Desde aquí podía ver muy al lejos mi establecimiento, encima de esa pequeña pendiente que había en el otro extremo de la playa. Vi hace bastante rato la figura pequeñísima del pelinegro salir del taller y moverse por ahí, estaría fumando o vete tú a saber el qué.
No me había gustado como me habló en la mañana, era una exageración por mi parte, pero si bien si que soportaba los piques y todo eso con él, o con cualquier persona en realidad, había ciertos tonos que me ponían nerviosa, justo aquellos que sonaban como el que el tatuado había utilizado para decirme eso sobre Ryu.
Es una gilipollez Nami... no te rayes tanto...
Pero no podía, porque esas formas de hablar me recordaban a mis padres. A las últimas palabras que escuché de ellos, la manera en qué me lo dijeron y como, tras eso, se marcharon para no querer saber nunca nada más de mí... ese fue el día en que todo cambio para mí, mi actitud, mi manera de tratar a las personas, todo, y todo a causa de un capricho mío... por que yo tenía la culpa de aquello, y no había nadie que me pudiera quitar esa idea de la cabeza.
Vi que cada vez la oscuridad se iba cerniendo más sobre la costa, y antes de que todo estuviera completamente en penumbra, decidí volver a casa para darle un paseo rápido a Ryu, cenar, y acostarme. Hoy no tenía ya más ganas de nada.
Me llevó unos treinta minutos llegar desde donde estaba hasta la casa, había ido mirando la playa durante el camino, eso siempre lo hacía todo más llevadero, como el ir y venir de las olas parecían llevarse a veces los malos pensamientos de mi cabeza.
Al llegar a la puerta, la abrí y Ryu parecía haberme estado esperando toda la tarde, pues cuando lo vi, tenía la correa en la boca y estaba sentado moviendo el rabo de un lado a otro con una expresión de alegría increíble.
— Qué bueno eres cuando quieres... venga vamos — le puse la correa y él salió, cerré de nuevo la puerta y comencé a caminar hacia el otro lado de la calle. Eran más de las diez, por lo que el taller ya estaba cerrado y me imaginé que el pelinegro estaría en casa tranquilamente.
Miré hacia su balcón por un momento y recordé el tonito de su voz en la mañana, mi cara no pudo evitar poner una mueca.
Ojalá se te atragante la cena.
Como tenía pensado, solo di una vuelta corta con Ryu, lo justo y necesario para que hiciera sus cosas y que anduviera un poco, tras eso, volví a casa, y, justo tras cerrar la puerta, mi teléfono sonó. Era un mensaje.
Mensaje recibido de Draken.
¿Quieres tomarte una cerveza conmigo?
Me extrañó. No sabía a qué venía esto de repente, pues se suponía estaba enfadado conmigo.
Mensaje enviado
¿Cuándo? ¿Ahora?
Mensaje recibido de Draken.
Sí.
Sinceramente, no me apetecía nada. Solo quería quedarme en casa, los días que iba a visitarle no me sentaban bien, me sumía en mí misma y lo último que me apetecía era hablar con nadie, menos con él. Quizá hubiera estado bien para distraerme un rato, pero no tenía ánimos.
Mensaje enviado
No me apetece.
Mensaje recibido de Draken.
Vale.
Quizá yo tampoco había tenido la mejor actitud en la mañana.
Mensaje enviado
Perdona por lo de esta mañana.
Mensaje recibido de Draken.
Perdón por lo de esta mañana.
Prácticamente habíamos enviado el mismo mensaje a la vez.
No supe qué contestarle, así que simplemente dejé nuestra conversación ahí. Me asomé al balcón y vi que él no estaba fuera, así que podría aprovechar, aunque fueran cinco minutos para fumar ese cigarro de por las noches.
Me hice un té y me senté en el borde del balcón, pasando mis piernas por los barrotes y dejando que estas colgaran hacia abajo. Ryu se había tumbado en su cojín a mi lado, y, al final, los cinco minutos que iba a echar ahí, se convirtieron en unos cuantos más.
Di un sorbo al té, se había quedado frío. Saqué mi teléfono y vi mi fondo de pantalla un día más, y no pude evitar que una lágrima me recorriera la mejilla, a la par que un pequeño sollozo salió de mi garganta.
— Lo siento, Kaito...
Recomendación de canción: Remember Me (From "Coco") – Beyond the Guitar (buscad esta versión, está en la playlist de todas formas por si acaso)
No me había visto, pero cuando fui a salir al balcón la vi sentada en el suyo, miraba al frente, como si tuviera la mirada perdida en algo. Parecía triste, así que por si acaso, decidí dejarla estar.
Aún así, me senté al lado del ventanal que daba al exterior con la puerta de este abierta para poder fumar ahí, recostado sobre la pared, tenia el salón a oscuras, por lo que seguramente ni se habría dado cuenta de que estaba en casa.
Al cabo de un rato, volví a asomar la cabeza, comprobando que seguía ahí, balanceando sus cortas piernas en el aire.
Revisé mi teléfono, releyendo esos dos últimos mensajes que nos habíamos mandado a la vez.
Al final es verdad que lleva todo el día pensando en lo de por la mañana... Joder... odio admitir que Inupi llevaba razón.
Escuché un gemido que provenía del edificio de al lado, como un ligero sollozo ahogado.
¿Está llorando?
Todo se me vino abajo, no sabía por qué y quizá no era ni por mí, pero me sentí culpable de ese sollozo, como si mis formas de hablarle hubieran sido las que lo habían ocasionado. Pero sacudí mi cabeza, ella no tenía pinta de ser de las que lloran por que simplemente les hables mal, así que no había caso en que me comiese la cabeza con eso.
Pero... ¿y si no? Bah... qué más da... en todo caso ¿por qué me paro a pensar en esto si ni siquiera me importa?
Decidí irme a dormir, me incorporé del suelo y empecé a cerrar el ventanal, y otro sollozo más llego a mis oídos.
Chasqueé la lengua y saqué el teléfono.
Mensaje enviado
Hoy no estoy en casa. Puedes hacer ruido si quieres.
No respondió.
Sin embargo, a los pocos minutos llegó a mis oídos el sonido que procedía de su balcón. Solo los acordes de ese pequeño instrumento.
Hoy no cantaba.
Únicamente tocaba algunos de las notas que componían una de las melodías más tristes que había escuchado nunca.
Holi^^
Subí a las historias de Insta el boceto de un dibujo que ando haciendo de la fachada de los establecimientos de estos dos, por si queréis ir a echarle un vistazo, lo meteré en historias destacadas del fic ahí en el perfil de instagram... ahí voy subiendo muchas cositas y así, así que si queréis ir viéndolas podéis seguirme también en esa red.
Opiniones son apreciadas por aquí.
Acordaos de dejar la estrellita y esas cosas.
Se os quiere <3
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