𝑪𝒂𝒕𝒐𝒓𝒄𝒆 ~ 𝑰𝒏𝒕𝒆𝒓𝒇𝒆𝒓𝒆𝒏𝒄𝒊𝒂 𝒄𝒐𝒏𝒔𝒕𝒓𝒖𝒄𝒕𝒊𝒗𝒂

El mes de agosto se me echaba encima una vez más, y me daba pena, pues era uno de los meses más divertidos para estar en esta isla. A mediados de mes, y durante unos cuantos días, se celebraba el festival de verano, y todo se vestía de aún más colores, luces y guirnaldas de las que ya acostumbraban las calles del pueblo.

Con el tema de esa celebración, todo el mundo estaba pendiente únicamente de decorar la ciudad y que todo estuviera preparado para cuando diese comienzo, y, además, los turistas parecían quedarse más por el centro del pueblo o aprovechar para visitar otras zonas de la isla que también empezaban con sus respectivos festivales, por lo que, este, para mí, era uno de los meses más tranquilos del año.

Sí tenía trabajo, pues eso no faltaba nunca a no ser que de repente una tormenta nos visitase, pero aun en esos días de mal tiempo, los cuales tenía previstos gracias a que todas las noches antes de acostarme comprobaba el parte meteorológico para la próxima semana, preparaba algo improvisado para no perder el día, unas clases especiales, o algún tipo de formación complementaria para aquellos que quisieran apuntarse.

Así que, en este mes, mis labores eran muchas menos que las que habituaban a ser. A penas tenía una o dos inmersiones a la semana, y tenía mucha menor clientela para aquellas clases, así que fácilmente podía unir grupos de días diferentes y darles esa lección el mismo día a todos. Todo eso suponía que tenía muchísimo tiempo libre. Y este año tenía un buen entretenimiento para esos ratos muertos.

En estos últimos días habíamos terminado de pintar los laterales y la parte trasera del taller, habíamos utilizado un color claro algo anaranjado, ese color hacía que cuando los rayos del sol de por la tarde incidían sobre la fachada, esta adquiriera un tono cálido que se fundía con el ambiente y encajaba en la armonía de los alrededores.

Sin embargo, la idea era hacer una división de colores justo en la mitad de esa pared, y pintar la parte inferior de algún color algo más llamativo para que destacase. Y así lo hicimos, utilizando como separación una ancha franja blanca, bajo la cual, y en esa otra mitad que llegaba hasta el suelo, ahora podía verse un color rojo oscuro e intenso como el mismo fuego que parecía teñir el cielo con cada puesta de sol en el horizonte de la isla.

Ya solo faltaba añadir los diseños que tenía preparados, aunque aún seguía dándole vueltas a una parte de la fachada, no sabía muy bien qué podría quedar bien ahí, y por eso todavía no había empezado ni siquiera con los trazos del diseño que tenía pensado hacer por alrededor de la puerta del garaje.

Durante todos los días que estuve pintando, Inupi se mostró más atento que de costumbre, de vez en cuando me traía un café con una sonrisa y alguna que otra palabra amable, quedándose un rato conmigo para charlar y que no me aburriese. Por otro lado, Draken me ayudaba cuando el rubio se iba a su apartamento.

Se mostraba más cercano, hablábamos de cosas sin sentido mientras pintábamos, y parecía que aquellos silencios que solían generarse cuando estábamos juntos iban quedando atrás poco a poco. Quizá el hecho de haber pasado con él aquella tarde en la colina nos hizo más cercanos. Aquel día terminé completamente exhausta del paseo, pero al menos terminamos pasando la noche entre risas en su apartamento cenando aquellas gyozas que por algún motivo que desconocía le quedaban tan ricas.

Y, también, desde aquel día, mi mente no paraba de pensar en cómo él, en lugar de hacerme parar mientras descendíamos la pendiente, me acompañó en mi locura de ponerme a gritar al aire, riéndose en voz alta y soltando chillidos como un loco bajando en esa moto. Él no se había percatado de aquello, pero durante toda esa bajada, mis ojos no dejaron de mirarle de reojo, quizá intentaba comprobar que ninguna piedra más grande de lo normal se le ponía en el camino y le hacía caer de su montura.

Esa noche me acosté pensando en todo lo que había pasado, él parecía escucharme, y de verdad parecía interesado en saber qué era lo que me pasaba por la mente en todo momento, pero yo aun no me sentía en total confianza, ya no con él, si no conmigo misma, como para poder hablar de todo aquello, pero sentía que poco a poco iba teniendo más ganas de hablar con él sobre todo, incluso él parecía estar abriéndose más conmigo, pues por el rostro y la actitud que tenía esa tarde, estaba claro que él también tenía cosas que le atormentaban en cierta manera, sin embargo, no era tan entrometida como para preguntarle directamente, prefería dejar que las personas me contasen las cosas cuando ellas mismas decidieran hacerlo y sin presiones.

Siempre había sido así, y aun así, por mucho que se abrieran conmigo, y por mucho que yo intentase hacer lo mismo, siempre había cierto tema que no era capaz de hablar con nadie, con absolutamente nadie, más que con aquél que ahora no podía escucharme, o al menos, yo creía que no podía escucharme debido a su estado.

Estaba dándole demasiadas vueltas a todo eso, mientras pasaba la mañana en una de las playas de la otra parte de la isla. Había decidido ir a hacer un poco de snorkel allí para cambiar de aires, estar todos los días en la misma playa a veces se volvía monótono, y cuando tenía tiempo solía venir a esta otra playa, que, si bien era una a la que los turistas solían acudir en mayor cantidad, eso no imposibilitaba el poder disfrutar de un rato observando los peces tranquilamente mientras nadaba por la superficie.

Un ratito más y saldré...ya empiezo a tener frío.

Llevaba demasiado rato en el agua, e imaginaba que se estaría acercando el mediodía, así que debería ir pensando en salir y volver a casa. Pero volví a perderme entre mis pensamientos cuando vi un par de peces nadando juntos, uno de ellos del mismo color azabache que los ojos de Draken, y otro con unos tonos claros y motas amarillentas que me recordó a Inui.

Son como la noche y el día...igual que estos peces...

Noté que, incluso aun con el frescor del agua inundándome la cara, mis mejillas aumentaban de temperatura mientras les tomaba una fotografía a esos dos peces. Y ya llevaba unos días pensándolo, pero no entendía por qué, daba igual en cual de esos dos chicos pensara, que mi rostro se inundaba de ese calor si se me venía cualquiera de ellos a la mente, lo que en ese momento me llevó a pensar en el día en el que creía que Inupi empezó a gustarme de esta manera, aquel día en el que me fijé en él con otros ojos.

Pero, cada vez que lo recordaba, mis dudas con respecto a esos sentimientos no hacían más que aumentar.

Flashback

— Iiiinuuupiiii — demasiado alcohol, ya no sabía ni lo que estaba diciendo — siéntate aquí conmigo, mira que fresquito. — me había sentado en la arena de la playa de siempre, invitándole a él también a acompañarme. Aun tenía un botellín de cerveza y él se tambaleaba tanto como yo conforme se acercaba. Le dio un último y largo trago a esa bebida, dejando vacío su conteniente y lo tiró a una papelera antes de venir a sentarse a mi lado.

Habíamos estado bebiendo por horas en aquel bar, y él insistió en acompañarme a casa, pero en el camino decidí que era buena idea dejar que la borrachera se nos pasase un poco mientras descansábamos bajo el frescor de la noche, tirándonos un rato en la arena y escuchando las olas de fondo mientras quizá manteníamos algún tipo de conversación para conocernos un poco más.

Había algo en él que me suscitaba curiosidad, esa cicatriz, esa seriedad que tenía desde que había llegado a la isla y cómo esta parecía desaparecerle cuando, las pocas veces que habíamos tenido ocasión hasta la fecha, salíamos a tomar algo juntos y el alcohol hacía algo de efecto en su organismo.

— Nami... — se había dejado caer de mala manera a mi lado, perdiendo el equilibrio y sacudiéndose ahora la arena de las manos que había tenido que utilizar para recomponerse — vamos fatal... — incluso las palabras le bailaban en la boca casi tanto como a mí, y su rostro estaba levemente enrojecido al igual que el mío, todo por culpa de todas las copas que nos habíamos tomado — ... no pienso dejar que te vayas sola a casa con lo tarde que es...

— Inupi, mi casa está justo ahí — señalé con una risa tonta hacia mi apartamento — ya solo queda que se nos pase un poco el efecto del alcohol para que tú también puedas volver a casa.

— ¿Ya estamos aquí? Qué rápido hemos llegado... — se reía de manera boba y el sonido de su risa me caló en los huesos, como nunca antes lo había hecho — imagino que cuando lo pasas bien el tiempo pasa volando ¿Verdad?

— Puede que sea eso... — dije algo avergonzada y me recosté en la arena, no me importó llenarme el pelo de arena, pues tenía claro que debería darme una ducha antes de irme más tarde a la cama.

Para mi sorpresa, él se tumbó del mismo modo, pasó su brazo por debajo de mi cabeza, acercándome a él y dejando que esta reposara en su hombro mientras ambos mirábamos hacia el cielo, que esa noche estaba despejado y podían verse a la perfección todas las titilantes estrellas que llenaban el firmamento.

Mi mano tomó la suya sin darme mucha cuenta de lo que estaba haciendo, y acariciaba su dorso con suma delicadeza, la misma con la que las yemas de sus dedos dejaban esos mismos roces en mi hombro. Estaba empezando a ponerme nerviosa, notaba una presión en el abdomen, algo que no sentía desde hacía muchísimo tiempo, y notaba cómo, de vez en cuando, un ligero escalofrío, acompañado de temblores invadían algunas partes de mi cuerpo.

Le miraba de reojo, no podía dejar de hacerlo, había visto como su otro brazo se doblaba hacia arriba para dejar que su cabeza reposase sobre la mano que no me cosquilleaba el hombro, y tenía la mirada perdida en ese oscuro cielo, con una mirada seria y pensativa que, de no ser por la inhibición que en ese momento tenía por el alcohol, jamás se me hubiera ocurrido preguntar a qué se debía.

Me giré hacia él, que aún así mantuvo su mano en mi hombro continuando con las caricias, y yo posé mi mano en su pecho, haciendo lo mismo en esa zona y sobre la camiseta que vestía.

— ¿Qué estás pensando tanto? — le di un toquecito en la nariz y él sonrió frunciendo un poco el ceño, como si eso le hubiera causado ganas de estornudar.

— Nada...solo pensaba en una cosa...

— ¿Me la cuentas? — pregunté con un tono bobalicón y volví a dejar caer mi mano sobre su pecho.

— Nami... ¿Dónde vas algunos días? Te veo desaparecer de ahí — señaló hacia nuestros establecimientos — y vuelves siempre con cara triste... ¿quieres contarme?

Me removí un poco sobre su hombro, seguía estando tensa, pero con esa pregunta pareció que todo el alcohol había desaparecido de mi cuerpo, aunque quizá, si no me hubiera sentido tranquila en ese momento, quizá nunca le habría contado eso.

— Voy a la ciudad, al hospital, a ver a mi hermano mayor... — volví a girarme y a colocarme bocarriba, ahora mis manos jugueteaban con sus dedos, a él no parecía molestarle aquello, así que tampoco detuve a mi cuerpo de hacer aquello — hace un tiempo tuvimos un accidente, y está en coma desde entonces... no sabemos si despertará... pero los médicos siempre me dan malas noticias, nunca me llaman para nada bueno... y en fin... — mi mente cortó en ese momento el relato, aún estando así, seguía sin poder ir más allá que de contar únicamente el estado en el que se encontraba Kaito.

— Eso es duro. Muy duro de hecho... — pareció decir aquello desde lo más profundo de su ser, dejando salir un leve suspiro y apretando mis dedos con los suyos, entrelazándolos como intentando consolarme de alguna manera con ese apretón.

— Lo dices como si supieras lo que se siente. — no quería decir aquello en alto, pero se me escapó.

— ¿Sabes? Es que da la casualidad de que sé lo que se siente. — ahora fue él el que se giro hacia mí, haciéndome girar a mi también en su dirección y quedando con nuestros rostros enfrentados. Su mano empezó a apartarme algunos mechones de la cara, mientras podía ver como sus verdosos ojos miraban esas porciones de cabello ser removidas de mi cara. — Yo tenía una hermana. — comenzó a hablar con pesadez, y decidí no interrumpirle. — También era mayor que yo.

— Inupi... — ¿porqué habla en pasado? — ¿quieres contarme? Si no te sientes bien no...

— No te preocupes, — me sonrió y acarició mi mejilla y la dejó ahí, pasando su pulgar por mi rostro, que empezaba a enrojecerse cada vez más — yo lo superé hace muchísimo tiempo. Hubo un accidente en mi casa, se incendió y bueno, un buen amigo mío consiguió sacarme de allí ¿sabes? Pero mi hermana no tuvo la misma suerte... quedó muy malherida — volvía a estar serio mientras me contaba aquello — y pasó mucho tiempo en el hospital, muchísimo, hasta que un día pudo descansar.

— Lo siento... — era como yo, exactamente igual, una historia parecida, y él parecía totalmente tranquilo contándomela, cosa que yo aún no era capaz de hacer, y lo envidié, pero al mismo tiempo, también un sentimiento de cierta admiración creció en mí. Me quedé mirándole el rostro, esa mancha que le cubría la mitad izquierda del rostro, y dejé que mi mano la acariciase con cuidado — ¿esto es por aquello?

— Exacto. Este es el feo recuerdo que yo tengo de aquello. Pero Nami, ese no es el caso — volvió a suspirar sin apartar sus ojos de los míos, y su voz sonó más dulce que nunca — mira, no puedes estancarte en el pasado, y pase lo que pase con tu hermano, debes seguir adelante, yo voy a estar aquí para apoyarte y ayudarte en lo que necesites ¿vale?

Se me escapó una lágrima, nadie me había mostrado apoyo en esto, jamás, él fue la primera persona que lo había hecho desde que todo sucedió, y eso removió lo más profundo de mi ser.

— Gracias, Inupi. — le sonreí cerrando los ojos mientras él limpiaba esa lágrima de mi enrojecida mejilla. Cuando abrí los ojos, me quedé mirándole la oscura marca de su rostro — No digas que es fea... — mis dedos volvieron a acariciarla una vez más — de hecho, te hace bastante atractivo ¿sabes? A mí me gusta... — lo solté sin más, de nuevo acababa de pensar en voz alto, intentando animarnos a los dos en cierta manera, pero estábamos demasiado juntos, nuestros rostros apenas separados por unos centímetros, y yo cada vez estaba más inquieta entre sus brazos.

Le vi sonreír y acercó aún más su rostro al mío — Bueno, — posó su mejilla contra la mía, hablándome directamente en el oído, en ese momento, empecé a pensar que me besaría, — si me lo dice una chica tan bonita como tú tendré que creérmelo ¿no? — me quedé quieta, como una tonta, esperando que volviese a ver su rostro de frente para besarle, y, en lugar de eso, él dejó un beso en mi mejilla y se apartó, sentándose de nuevo en la arena para coger impulso y levantarse y tenderme la mano.

— Venga tonta, te acompaño hasta la puerta de tu casa, ya parece que se nos ha pasado un poco la borrachera y podemos caminar.

Fin flashback.

Aquel día terminé con el pulso más acelerado que de costumbre, mi cara ardía, y eso no desapareció cuando él me dejó en mi casa y yo cerré la puerta tras de mí.

Sin embargo, si ahora me paraba a pensar en ese día, el día que empecé a sentir cosas por él, también la idea de que quizá todos esos sentimientos eran a causa de tener esa misma espina en nuestras vidas, de compartir un peso similar, de verme, de alguna manera, reflejada en su historia. Quizá solo era eso por lo que me empecé a fijar más en él y por eso tampoco podía imaginarme mucho más que compartir conversaciones de ese estilo con él.

Tenía la cabeza hecha un lío y había vuelto a pasar otro largo rato en el agua mientras había estado recordando aquel día, las yemas de mis dedos estaban completamente arrugadas, y empezaba a notar algún que otro escalofrío, ahora sí que debía salir del agua si no quería enfermar.

Saqué mi cabeza del agua y me incorporé, caminando hacia la orilla mientras me quitaba las gafas y el tubo de snorkel de la cabeza y escurría mi melena para quitar el agua sobrante, peinándola como buenamente podía utilizando mis dedos, se me había hecho un nudo que no era capaz de quitar y me estaba poniendo de los nervios, además, el tubo se me había enredado también y me dolía el simple hecho de intentar desenredarlo, pues eso le daba tirones a algunos mechones de mi cabello que me hacían emitir quejidos en un tono bajo.

La playa estaba abarrotada de turistas, esto para mi desgracia, pues la gran parte de ellos vieron cómo, justo al llegar a la orilla, resbalé con un alga y caí sobre la arena, dándome ese tubo que tenía enredado en el pelo un golpe en la cara que me hizo chillar más fuerte y dirigir aún más miradas en mi dirección.

— Joder, qué patosa soy a veces. — me incorporé sentándome en la arena, acariciándome la zona de la frente donde aquel objeto me había golpeado mientras algunas olas aún mojaban mi cuerpo cuando subían.

Casi al momento, escuché una grave pero amable voz a mi lado — Oye, ¿estás bien? Vaya hostia te has dado. — un chico pelinegro de cabello corto me estaba mirando fijamente con una amplia sonrisa en el rostro y tendiéndome una de sus manos para ayudar a que me incorporase.

Maldito flojo. Ni siquiera, aunque venga a visitarme puede dejarme tranquilo y llegar por él mismo al pueblo.

Estaba llegando al aeropuerto de Naha, al sur de la isla, para recoger al enano que había estimado oportuno el "no saber" llegar al pueblo en el que ahora vivía. Aunque yo ya me imaginaba que lo que le pasaría era que tendría tanto sueño que ni siquiera se había dignado a alquilar una moto para no tener que conducir. Lo que me seguía extrañando era que, si en teoría iban a venir varios de ellos, pues Mikey me había instado a buscar alojamiento para por lo menos cinco personas, ¿por qué no habrían alquilado todos juntos un coche para moverse por la isla?

Agh...en fin, son ellos, puedo esperarme cualquier cosa.

Sin embargo, tenía ganas de verles, no hacía mucho que había dejado la ciudad, pero echaba de menos los ratos que pasábamos juntos por las tardes hablando de tonterías y sin mucho más que hacer que tomar unas cervezas y escuchar como Pah se quejaba de su esposa, o más bien, de lo dominado que parecía tenerlo, era todo un show cuando empezábamos a reírnos de las caras que ponía, parecía una persona completamente diferente a cuando éramos jóvenes, y mucho más ahora, que nos habíamos enterado de que Mori estaba embarazada.

Al llegar al aeropuerto y aparcar la moto, entré a la zona de llegada de los vuelos nacionales, y me lo encontré en una pared, sentado sobre una enorme mochila que imaginaba habría cargado en la espalda todo este rato, y recostado sobre el muro con los ojos cerrados. Mis suposiciones eran ciertas, estaba muerto de sueño y ni si quiera se percató de que me había acercado lo suficiente como para agacharme frente a él y darle un pellizco en la mejilla.

— ¡Oi! Mocoso, despiértate. — le dije en un tono lo bastante fuerte como para que reaccionase, y vaya si lo hizo, alzó la pierna al instante con intención de darme una patada en la cabeza, pero la costumbre me tenía bien enseñado, y no me fue difícil detenerle ese pie vestido con su chancla antes de que me impactase en el rostro.

— ¡Ken-chin! — prácticamente se tiró a mi cuello a abrazarme. — Creía que me querían robar, por eso la patada, pero bueno, tú te lo has buscado por despertarme de esa manera.

Se separó de mí y ahora pude fijarme mejor en él, se había dejado crecer su rubia melena un poco más de lo que ya la tenía, y ahora se lo recogía en una moña baja en la zona de la nuca. Seguía llevando también ese par de horquillas en la parte superior, y un par de mechones le caían por delante de rostro.

— ¿Me has copiado el peinado o qué? — le pregunté en tono burlón mientras me levantaba del suelo y hacía lo mismo, empezando a caminar hacia fuera del aeropuerto.

— Yo no soy medio calvo, Ken-chin.

— Ni yo tampoco gilipollas, qué manía tenéis todos con decirme que soy calvo y lo más que hago es raparme.

— Ya, ya lo que tú digas... ¿vives muy lejos de aquí?

— Pues la verdad, nos queda bastante rato en moto, así que si quieres comer antes de salir es tú oportunidad de decir algo. — Caí en la cuenta justo en ese momento. — Oye Mikey, ¿y los demás?

— Ah...eso...sí... — había empezado a bostezar, me daba a mí que el camino de vuelta al pueblo se lo iba a pasar dormido tras de mí en la moto, menos mal que tenía experiencia en eso de llevarle así mientras conducía, si fuera cualquier otra persona el que lo llevase seguro que no podría, pues de vez en cuando soltaba alguna patada mientras soñaba y yo ya sabía que tenía casi que sujetarle las piernas con antelación, solo por si acaso y para no caernos a la carretera — Los demás vinieron ayer, bueno, al final somos menos los que hemos venido, pero qué... — volvió a bostezar — qué mas da...

— ¿¡Qué!? — del ronco grito que pegué le hice dar un salto y pareció que el sueño se le había quitado de golpe — ¿Cómo que vinieron ayer? ¿Y dónde están? Y más aún — me imaginaba quiénes eran los que habían llegado antes y el porqué no avisaron — ¿cómo coño han ido al pueblo?

— Mira Ken-chin, ¿podemos comer ahí antes de irnos? — señalaba hacia una hamburguesería y los ojos le brillaban como cada vez que veía algo que le gustaba. Pero no había respondido a mis preguntas.

— ¡Mikey!

— Yo qué sé, imagino que se habrán alquilado un coche o algo, a mí que me cuentas.

— ¿Y cómo que habéis venido por separado?

Esbozó una sonrisa tonta y se llevó la mano hacia la nuca para rascarse — Esto... es que cuando dijeron de comprar los billetes para el vuelo a mí se me olvidó...y los tuve que comprar más tarde y ya no había sitio en su avión...

Me llevé la mano a la cara con pesadez, con él estas cosas eran siempre así, era muy maduro solo para lo que quería, porque para lo que eran las cosas del día a día, nunca había dejado de ser aquel chico despistado y de actitud infantil que llevaba siendo desde el día en que lo conocí.

— No piensas cambiar nunca ¿verdad?

— ¡No! Y venga, vamos a comer — estaba tirando de mi haori, arrastrándome hasta el restaurante, y yo no pude hacer más que seguirle — ¡te invito!

— ¡Qué menos! ¡He venido a buscarte! ¡En cierto modo me lo debes! — empecé a reírme, estaba contento de tenerle allí, además, tenía claro de que todos los que finalmente hubieran venido, se lo iban a pasar en grande con el festival que estaban preparando en el pueblo y del que Nami no había dejado de hablarme durante todas esas tardes que había pasado pintando la pared exterior del taller.

Todos esos días me había quedado acompañándola, dándole conversación y ayudándola cuando a ella empezaban a cansársele los brazos de mantener el pincel en alto. Le conté que unos amigos míos vendrían al pueblo y a ella pareció alegrarle la idea, bueno, lo que le alegró fue el hecho de que tuviese amigos, y decía que hasta que no lo viera con sus propios ojos no iba a creérselo.

Sonreí para mí mismo mientras entrábamos al restaurante. Mikey iba corriendo a ocupar una de las mejores mesas, al lado de una ventana y sentándose en uno de esos asientos acolchados a modo de banco.

— ¿De qué te ríes Ken-chin?

— Nada, nada, cosas mías...

Ya tengo ganas de presentárselos y hacerla callar otra vez más...

Hacía demasiado calor aquel día, pero era normal al ser casi mediados de agosto, y esos chicos, recién llegados de la capital la noche anterior, la cual habían pasado emborrachándose en el bar más cercano al hotel que su amigo les había recomendado, se encontraban ahora en la playa, sobre unas toallas que habían sacado del hotel, e intentando llevar lo mejor posible las consecuencias de haber ingerido tanto alcohol la pasada madrugada.

Se habían levantado casi al mediodía, por lo que cuando decidieron ir a la playa, esta ya se encontraba abarrotada de turistas que parecían haber tenido la misma idea que ellos de pasar la mañana junto al mar, y no tuvieron más remedio que instalar esa sombrilla demasiado cerca de la orilla, a expensas de que la marea comenzase a subir y mojase todas sus pertenencias unas horas más tarde.

— Madre mía, todavía me da vueltas todo... — el de cabello bicolor se restregaba los ojos por debajo de esas enormes gafas de sol que intentaban ocultar algo de la resaca. — Encima hace un calor de tres pares de cojones...

— No me extraña, te picaste con el camarero a que no podías tumbar esa botella tú solo, luego dices que yo soy el bruto. — el pelinegro reía ante los comentarios de su amigo, aunque él se encontraba del mismo modo, aún tenía un ligero dolor de cabeza que ese antiinflamatorio no había terminado de paliar.

— ¿Habrá llegado ya?

— ¿Quién? ¿Mikey? — ese chico de mechones azabaches sacó su teléfono de la mochila — Me ha enviado un mensaje hace un rato, parece que está esperando a Draken en el aeropuerto, dice que tiene sueño.

— Seguro que se duerme. — El de mechas se incorporó quedando sentado al lado de su amigo, con una sonrisa en el rostro y oteando ahora hacia la orilla del mar. — ¿Te acuerdas cuando se quedaba dormido en todos lados?

— Ni me lo recuerdes, pobre Draken. — el otro no le quitaba la vista de encima al chico — ¿Qué miras tanto?

— Mira allí. — el chico bajó sus gafas de sol hasta la mitad de esos amarillentos y enormes ojos, parecía haber visto algo que definitivamente llamó su atención, y le hizo una seña al pelinegro para que mirase en la misma dirección que él.

El otro no pudo hacer más que mirar hacia donde le habían indicado, y no le extrañó que su amigo le dijese que mirara. Sus ojos se cruzaron con la figura de una chica, una pelinegra con un tatuaje enorme en un costado que no llegaba a distinguir que era, se quedó observando sus movimientos mientras salía del agua, cómo intentaba quitarse aquello que se le había enredado en el pelo. Debido a la poca distancia a la que ellos se encontraban del agua, podía escucharla quejarse en voz baja y eso le causó gracia.

— ¿Acabamos de llegar y ya estás pensando con la verga? Eres un cerdo, Kazutora.

— Cállate, no me niegues que es preciosa.

— No, no te lo niego, pero igual a ella no le interesas ¿sabes?

— ¿Ah? ¿Y crees que tú sí le interesarías?

— ¿Quieres probar? — el chico esbozó una desafiante sonrisa hacia su amigo.

Hubieran seguido picándose entre los dos, midiendo quién sería capaz de conquistar a aquella pelinegra de la que ambos parecían haber quedado cautivos solo con un vistazo, pero un gritito cuyo origen provenía desde el mismo lugar a donde habían estado mirando hacía escasos segundos interrumpió su conversación.

Volvieron a mirar en esa dirección, comprobando que la chica ahora yacía tumbada en el suelo, y parecía haberse hecho daño de alguna manera, pues se acariciaba el rostro mientras se quejaba de manera más sonora.

Ambos se miraron por unos instantes, esperando ver quién era el primero en levantarse y dar el primer paso para acercarse a ella, y, en ese hecho, el pelinegro fue el que sobrepasó a su amigo, incorporándose al instante y yendo rápidamente hacia la chica mientras le dedicaba una sonrisa al de orbes dorados, acompañada del levantamiento de una de sus manos, mostrándole el dedo de en medio a modo de burla.

— Joder, qué patosa soy a veces. — escuchó él cuando estaba a poca distancia de ella.

Esbozó una sonrisa y le tendió la mano cuando ella aún ni se había girado, cuando ni siquiera había notado su presencia.

— Oye, ¿estás bien? Vaya hostia te has dado. — Cuando formuló aquello, la chica viró su mirada hacía él. Y un escalofrío recorrió la espalda del pelinegro al verle los intensos ojos azules que poseía la contraria. No recordaba haber visto unos tan profundos como los de ella, y una sonrisa aún más tonta se quedó fija en su rostro.

Ella tomó la mano del chico, levantándose y sacudiéndose la arena de las piernas mientras seguía maldiciendo su torpeza y terminándose por fin de quitar ese tubo de plástico que se le había quedado en el pelo.

— Qué vergüenza...pero gracias por ayudarme... — ella lo miró de arriba abajo, era más alto que ella, cosa no muy difícil, con una profunda mirada y una sonrisa aún más llamativa que cualquiera que hubiera visto jamás — tú no eres de por aquí ¿Verdad?

— No, hemos venido a ver a un amigo... — señaló hacia el de las mechas, aprovechando ese momento para volver a hacerle una burla que la chica no entendió, pero comprobó que aquel otro tipo que estaba en la toalla giraba la vista mientras parecía decir algo en voz baja. — Pero antes de ir a verle hemos decidido pasar la mañana aquí en la playa.

— Eso está bien, hoy hace buen día... espero que lo paséis bien. — Ella empezó a caminar hacia la salida de la playa, pero el pelinegro no iba a darse por vencido tan fácilmente, necesitaba al menos conocer su nombre si quería volver a verla.

— Oye, ¿quieres quedarte un rato más? Tienes pinta de estar cansada del agua. — El chico esperaba una negativa directa, pero volvió a sorprenderse con ella.

— Claro, ¿por qué no? — ella esbozó una sonrisa que hizo al chico fijarse en el lunar que tenía debajo del labio. — Así aprovecho y me seco del todo, si no, no me dejarán montarme en el autobús de regreso. Soy Uchima, Uchima Nami, pero puedes decirme solo Nami, me gusta más.

— Es un bonito nombre... — él volvió a extender su mano para corresponderle con un ligero apretón — Encantado Nami, yo soy Baji, Baji Keisuke, puedes llamarme como gustes. Y ese de allí es mi amigo de toda la vida, Kazutora. 

¡Hola!

Espero que os haya gustado este capítulo ^^ Ya tenía ganas de que aparecieran estos personajes por Okinawa jaja. 

Os dejo por aquí unas cositas antes de despedirme y no olvidéis dejar vuestra estrellita <3 se os quiere.

Interferencia constructiva: es cuando hay dos ondas de frecuencia idéntica o similar y se superpone la cresta de una onda y la cresta de la otra onda ,los efectos se suman ,y hacen una onda de mayor amplitud ( más grande) ,esto es posible por que las ondas estaban en igual fase (como en la misma posición) [Nami e Inupi, se apoyan el uno al otro, ambos mismas experiencias o al menos, similares] 

X: Wtf Tsumi ¿por qué nos enseñas física de ondas en un fanfic?

Shhh,es mi afán por explicar el porqué de los títulos ahora y no al final, pero bueno, más cositas. 

MIRAD LO QUE ME DEJARON EN UNOS CAPÍTULOS MÁS ATRÁS <3 AMO CUANDO ME MANDÁIS ESTAS COSITAS, en serio, si hacéis este tipo de cosas acordaos que tengo instagram para que me las podáis mandar y pueda verlas, que aquí muchas veces pierdo los comentarios y así T_T en serio mil gracias a la personita que se tomó el tiempo de hacerle un picrew a Nami morenita, lo amé. 

Y... por otra parte...os presento a "El Tiburón", que lo hice esta tarde jajaja.

Nos vemos en el siguiente capítulo ^^ Se vienen cositas...

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