━━ 𝟎𝟎: espejismo carmesí





𝐏𝐑Ó𝐋𝐎𝐆𝐎
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𝐌𝐎𝐑𝐀𝐍𝐀 𝐙𝐎𝐑𝐄𝐒𝐋𝐀𝐕𝐀 𝐌𝐀𝐓Ó 𝐀 𝐒𝐔 𝐌𝐀𝐃𝐑𝐄.

Bueno, tal vez eso fue una exageración. No había asesinado a su madre. Y, para ser justos, culpaba a su padre por maldecir a Yelena Zoreslava con una hija que corrompería su ser, dejándola frágil para finalmente morir a manos de una simple plaga que había envenenado las calles de Ketterdam. 

Ella estaba allí y desapareció al día siguiente, su cuerpo fue llevado a la Barca del Segador y, más temprano que tarde, Morana había sido desalojada de su pequeño piso en East Stave. Los barrios bajos de la ciudad comenzaban a pudrirse por la enfermedad, con cadáveres alineados en las calles y el pánico flotando en cada rincón de la ciudad cerrada. 

Encontrar un barco que saliera de la ciudad resultó ser más difícil de lo que ella esperaba, pero Morana logró abandonar las calles en decadencia del Barril sin contraer la plaga, o más bien, sin morir a causa de ella. 

La Plaga de la Dama de la Reina también había llegado y Morana se había marchado. No podía haber dos plagas corrompiendo las calles de la retorcida ciudad. Su madre había muerto, ¿qué tenía en Ketterdam que la haría quedarse?

Morana era joven cuando dejó Kerch por primera vez y viajó a Shu Han, escondida entre los barriles de pescado salado y especias de un barco mercante. En Shu Han, bueno, logró salir adelante con mentiras bien elaboradas y trucos que solo haber crecido en Ketterdam podría haberle enseñado. Además, también dominaba algunas buenas ilusiones, y eso era su especialidad. 

Ella no se atrevía a llamarse a sí misma Grisha, los Santos lo sabían y su madre nunca se atrevió a hacerlo. Yelena prefería llamarla abominación. Morana se sentía bien con eso, tenía un toque de estilo, haciéndola sentir antinatural, lo cual no debía estar muy lejos de la verdad. 

Morana Zoreslava podía doblar y manipular la oscuridad y la luz de su alrededor a su voluntad, tejiendo hilos de luz y sombra para crear deslumbrantes exhibiciones de luz que podrían engañar a cualquier ojo. Ilusiones. Espejismos. Visiones enloquecedoras que dejaban a hombres hechos trizas a su paso. 

Estaba segura de que eso era Pequeña Ciencia, no había otra explicación. No podía invocar de la nada: en la oscuridad total no podía controlar la luz, y viceversa. Descubrió que al amanecer era cuando más poderosa se sentía, donde era más rápida y fuerte, y sus heridas sanaban de manera antinaturalmente rápida. Esos momentos en los que el sol se alzaba en el cielo eran cuando Morana se sentía más viva, y, sin embargo, cuanto más poder utilizaba, más alto era el precio que pagaba después.

Sin embargo, ella era reservada y no se atrevía a llamarse a sí misma Grisha. No brillaba al usar la Pequeña Ciencia, sino que palidecía. No la hacía sentir saludable y enérgica, más bien ejercía una gran presión en su mente y cuerpo, como si hubiera estado corriendo durante horas. 

Pero con sus ilusiones, vivir en Shu Han le funcionó durante algunos años. Se permitió intentar seguir adelante sin llamar la atención, sin corromper a otra madre con una plaga, aunque no es que tuviera muchas de sobra, su única madre ya se había ido. Funcionó bien hasta que dejó de hacerlo. Hasta el día en que la encontraron. 

Las mentiras solo te alcanzan si se lo permites ─solía decirle su madre─. Corre más rápido, Morana. 

Y ella lo hizo. Corrió de las personas que la perseguían en Bhez Ju, llamándola por el nombre de su madre a través de la oscuridad de la noche. Porque nadie sabía que ella existía, y su madre, su pobre madre fallecida, era a quien estaban persiguiendo. 

Afortunadamente, Morana era idéntica a Yelena Zoreslava. Afortunadamente, en el sentido de estar completamente jodida. 

Su querida madre solía recordarle a Morana, entre lecciones de vida y consejos mortales, que ella era la única razón por la que su vida estaba arruinada. Que los espías de su padre solo la perseguían porque había tenido que huir de él una vez descubrió que estaba embarazada. Que ella amaba demasiado a Morana como para permitir que la corrompiera, pero eso no significaba que no fuera su adorada abominación, quién le arruinó la vida. Yelena Zoreslava tenía una forma especial de expresarse. 

Ahora su madre estaba muerta y alegremente atormentaba a su hija desde la tumba, asegurándose de que, si alguien alguna vez la mirara, solo verían a una novia fugitiva (no es que Yelena estuviera cerca de casarse con el padre de Morana). Y los espías no podían distinguir la diferencia. Su madre había sido Grisha, la vida había planeado que envejeciera lentamente y tardara más en pudrirse, a diferencia de los seres humanos normales, pero lamentablemente, había sido envenenada por su propia hija. 

Morana tropezó en el puerto de Bhez Ju después de perder las pocas personas que la perseguían en las abarrotadas calles de la ciudad. El olor a océano se mezclaba en su nariz con el repugnante olor a pescado crudo y podrido. Arrugando la nariz, Morana jadeaba, mirando por los muelles y buscando un barco sin bandera, uno privado. Sus ojos se estrecharon al mirar al final de los muelles, donde un barco se balanceaba en el agua, con dos mástiles altos, sus velas de color negro y la madera claramente deteriorada en la oscuridad de la noche. La temida bandera de calavera y huesos cruzados de un barco pirata ondeando en el viento. 

Suspirando mientras miraba hacia atrás al callejón por el que había venido, Morana sacudió la cabeza. 

─ Es mejor un "ups" que un "¿qué hubiera pasado sí...?" ─murmuró para sí misma mientras corría hacia el barco pirata, recitando las palabras que su madre le había enseñado tan amablemente, palabras que solían ir seguidas de una mirada afilada en su dirección. 

Morana no perdió tiempo en adentrarse en el barco, pero tan pronto como puso un pie en la cubierta principal, una espada surcó el aire y se detuvo en su garganta. La sensación del frío metal y el olor a ron que emanaba de su portador no tranquilizaron a Morana de que había tomado la decisión correcta al adentrarse en un barco pirata. 

─ ¿Estás perdida, jovencita?

Sus ojos se desviaron hacia un lado, encontrando el rostro sospechoso de un pirata barbudo, posiblemente el doble de su tamaño y que necesitaba desesperadamente unos nuevos dientes. Morana hizo todo lo posible para no mirar demasiado tiempo su barba oscura, que goteaba (supuso) con ron alrededor de la boca. 

Hizo una mueca. 

─ ¿Apostamos?

El pirata grande soltó una risa parecida a un ladrido y guardó su espada, haciendo un gesto con la cabeza hacia dos marineros que estaban detrás de ella. Tan pronto como estuvo libre de la hoja, los brazos de Morana fueron agarrados por detrás por dos sujetos que parecían no conocer el significado de un baño o del espacio personal. Bufó molesta. 

─ Apostamos ─repitió el pirata grande con una sonrisa. Abrió los brazos ampliamente y se inclinó─. Aquí está el Capitán, jovencita. Bluebeard a tu servicio. 

─ Tu barba es negra. 

─ No solía ser así. 

─ ¿Cómo es que cambió? ─preguntó Morana, tratando de evitar que su tono sonara desafiante, que la sonrisa burlona se formara en sus labios y que la mirada de desprecio se reflejara en sus ojos, ya que los hombres que la sujetaban parecían estar demasiado cómodos sujetándola.

─ Los mares estaban celosos de su color. 

─ Naturalmente ─asintió Morana, frunciendo los labios mientras echaba un vistazo lateral a los hombres que la sujetaban─. Capitán Bluebeard, si no le importa, preferiría hablar sin ser manoseada. 

Bluebeard encogió los hombros y se apoyó contra el mástil en el centro de la cubierta principal. 

─ No te están haciendo daño, jovencita. Yo preferiría no tener a extraños no deseados en mi barco ─frunció los ojos hacia ella─. ¿Qué quieres?

─ Un lugar temporal en su tripulación ─respondió Morana al instante. 

Sus ojos tomaron apenas un momento para echar un vistazo al puerto, y un alivio la invadió cuando no vio a nadie más que a los pescadores en los muelles cercanos y al borracho que había conocido en el callejón. 

─ ¿Y qué tienes para ofrecer? ¿Aparte de mala suerte en mi barco?

─ ¿Buena suerte? ─ofreció Morana tímidamente. 

Bluebeard soltó una carcajada e hizo un gesto con su espada. Luego, los dos hombres que la sujetaban comenzaron a arrastrarla hacia el borde del barco, las tablas de madera crujían bajo sus pies mientras intentaban devolverla al puerto. Los ojos de Morana se abrieron de par en par. 

─ ¡Espera! ¡Puedo ayudar! Te garantizo que me dejas quedar en tu tripulación... ¡serás más rico al amanecer!

Los hombres dejaron de moverse y Morana fue empujada fuera de su agarre, cayendo sobre la cubierta principal, donde fue rodeada por los miembros de la tripulación, cada uno con menos miembros que el anterior, cada uno mirándola con sospecha en sus ojos y aprehensión. Morana encontró a Bluebeard con la cabeza inclinada hacia un lado, evaluándola. 

─ Muy bien, jovencita. ¿Cómo harás eso?

Morana apretó la mandíbula y suspiró antes de hablar. 

─ Tú y tu tripulación deben jurar por el código mantener mi secreto entre los mares. No puede llegar a oídos importantes, de lo contrario, toda la riqueza que tengáis, desaparecerá. 

Él frunció los labios y miró alrededor de la cubierta. Había murmullos entre la tripulación, pequeños gritos de quejas y acuerdos imperceptibles. 

─ ¡Juremos y arrojémosla a los tiburones! ─gritó un hombre y Morana se quedó boquiabierta. 

Finalmente, Bluebeard cedió. 

─ Lo juramos, jovencita... pero si no somos ricos al amanecer, te arrojaremos al agua. ¿Lo entiendes?

Luego, el barco zarpó y Morana fue conducida al interior de la cabina del capitán. Era más grande por dentro de lo que parecía por fuera. Riquezas se acumulaban en cada superficie, monedas de oro servían como sujetapapeles y collares de perlas se utilizaban para decorar el respaldo de las sillas. Una cosa estaba segura, Bluebeard era un maldito buen pirata. Y también bastante tacaño. Su barco se estaba cayendo a pedazos y él utilizaba el oro como decoración. 

─ Entonces, ¿qué? ─Bluebeard levantó una ceja expectante hacia ella, quitándose el sombrero y colocándolo sobre la mesa, revelando una cabeza calva llena de tatuajes de tinta azul─. ¿Cómo nos harás ricos?

─ Más ricos ─corrigió ella─. Ese es el trato. 

Bluebeard rodó los ojos y la apartó con un gesto de la mano. 

─ ¿Cómo nos harás más ricos?

─ Puedo crear ilusiones ─respondió Morana mientras caminaba por la habitación, dejando que sus dedos rozaran la pintura en la pared─. Soy una bruja del mar -agregó, porque una cosa que sabía sobre los piratas era que la superstición estaba en su sangre y el mar era su religión. Las brujas del mar eran míticas para ellos, incluso temidas. 

─ Sin embargo, te encontramos en tierra firme. 

─ Me gusta vagar ─respondió Morana. 

─ Y... ¿supongo que debo creerte? 

Morana se giró hacia él con una sonrisa socarrona, y sus ojos recorrieron las velas encendidas de la habitación, las sombras acechando en cada rincón donde la luz no alcanzaba, el destello de la luz de la luna que se derramaba por la ventana. Era suficiente para que ella tejiera un espejismo perceptible. 

Levantando las manos, Morana tejió luz y sombras a su alrededor, creando un destello azul frente a ella, y a medida que se disipaba, vio el rostro pálido de Bluebeard mientras la miraba. Morana se había ilusionado a sí misma para tener tentáculos en lugar de piernas, para ser más grande de lo que era, aunque solo fuera a los ojos del capitán y en realidad, todo lo que hacía, era estar frente a él con las manos levantadas y con la cabeza comenzándole a doler por el esfuerzo. 

Luego hizo que el destello azul apareciera nuevamente y cuando se disipó, solo quedó ella misma, con los brazos bajados, vestida con ropa propia de una tienda de té de Shu Han y una sonrisa burlona jugueteando en sus labios. 

Avanzó hacia el capitán y se regocijó al verlo alejarse de ella. Morana tomó una moneda de oro de su escritorio y la hizo girar en su mano. 

─ Fuiste inteligente al escucharme, no estaría muy contenta si me hubieras tirado al mar. Ahora ─colocó la moneda de nuevo en el escritorio─, puedo usar mis poderes para confundir cualquier barco que desees, para que puedas abordar y dejar que tus dedos piratas y asquerosos se apoderen de todo el oro que tengan. Solo pido un lugar temporal en tu tripulación y que ataquemos al amanecer. ¿Lo entiendes?

Bluebeard balbuceó y se aclaró la garganta, asintiendo con la cabeza. 

─ Está bien, jovencita. Nos hacemos más ricos y tú puedes tener los camarotes de los oficiales. 

─ Gracias, Capitán. Ahora, ¿qué barco te gustaría saquear?



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𝐒𝐓𝐔𝐑𝐌𝐇𝐎𝐍𝐃 𝐄𝐑𝐀 𝐈𝐍𝐅𝐀𝐌𝐄. En Kerch, Shu Han y claramente en el Mar Verdadero. Lo que le habían contado era que era la perdición de los piratas. Un pirata que se escondía tras la licencia de corsario y una verdadera amenaza en el mar, porque todo lo que Sturmhond hacía era lo que hacía un pirata, y aun así lograba obtener una licencia para ello. Un pirata legal. El Azote del Mar Verdadero. 

También era aquel al que el Capitán Bluebeard le gustaría saquear y atacar, porque era difícil de usurpar, al mantener a Grisha i no-Grisha en su tripulación tenía una ventaja injusta. 

Y a Morana solo le quedaban unas pocas horas antes del amanecer para idear una ilusión que pudiera ayudarlos a tomar el control del barco de Sturmhond, o de lo contrario, tendría que caminar por la tabla (necesitaba una ilusión para evitar eso también).

Bluebeard había escuchado un rumor de que Sturmhond estaba navegando por el sur del Mar Verdadero con una pila de kruge más grande que el látigo marino. Morana dudaba de la comparación entre los dos, pero no dijo nada al respecto. 

Ahora, ella estaba de pie en la proa del barco, contemplando el horizonte mientras el cielo nocturno comenzaba a limpiarse y convertirse en un azul más claro, tonos de amarillo y naranja asomándose a medida que el sol emprendía su camino de regreso al cielo sobre sus cabezas. Podía sentir como su dolor de cabeza de antes desaparecía a medida que la renovación del amanecer la llenaba de fuerza. Abominación, la voz de su madre resonaba en su mente, los verdaderos Grisha no se renuevan con el amanecer, lo hacen a través de la Pequeña Ciencia. 

Morana podría haber sido una abominación, pero durante el amanecer, era más poderosa. Una criatura antinatural de la naturaleza que sanaba diez veces más rápido, que tenía la fuerza combinada de varios hombres y la velocidad de un... látigo marino. Durante esos minutos de amanecer, Morana era imposible. 

El barco de Sturmhond ya estaba a la vista, cerca de ellos y en un estado mucho mejor que el barco de Bluebeard; tal vez ser un corsario marcaba la diferencia. El último barco ya estaba oculto a la vista gracias a una de las ilusiones de Morana. Y entonces, el verdadero espectáculo comenzó. 

Cerrando los ojos, Morana imaginó una armada de barcos carmesí, su imagen temblaba en el mar, sus tripulantes ninfas del mar tan despiadadas como hermosas, danzando y sangrando en su flota silenciosa. Cuando abrió los ojos, los vio navegando por el océano, donde la niebla se había reunido según su petición. 

El caos estalló cuando los marineros del barco de Bluebeard y los de Sturmhond comenzaron a inquietarse, gritando profanidades. 

Algunos de los Grisha de Sturmhond intentaron atacar a la armada de barcos sin éxito. Algunos agarraron cuerdas y se lanzaron a cubierta solo para caer a través de ellas y al agua. Sus ilusiones eran solo eso, ilusiones. Barcos fantasma navegando por aguas intocadas. 

─ Permíteles que nos vean, jovencita... no hay honor en atacar desde las sombras ─ordenó Bluebeard y Morana asintió, disipando la ilusión que los mantenía ocultos. 

Y entonces, la tripulación de Bluebeard atacó y estalló la pelea en la cubierta de Sturmhond. Morana mantuvo la ilusión de la armada carmesí, desvaneciéndola ligeramente minuto a minuto a medida que el sol se levantaba y su cabeza empezaba a sentirse débil. 

Sus ojos se encontraron con los de un hombre rubio que luchaba en la cubierta de Sturmhond. Frunció el ceño al verla y Morana bajó las manos, limpiándose la sangre de la nariz mientras le sonreía con malicia. Y la distracción que causó hizo que él perdiera el enfoque y cayera inconsciente tras recibir un golpe en la cabeza de parte del pirata con el que estaba luchando. 

Los kruge de su barco pronto fueron colocados en la cubierta del barco de Bluebeard, y se alejaron navegando mientras la tripulación de Sturmhond recogía a los que habían caído por la ilusión y procesaban el hecho de que habían sido robados en un abrir y cerrar de ojos. 

Bluebeard se unió a ella en la proa de su barco y levantó su brazo en el aire mientras observaba a su tripulación. 

─ ¡Escoria! ¡Tenemos un nuevo miembro en la tripulación! ¡El Espejismo Carmesí ha venido a bendecirnos!

Morana soltó una risita y se giró hacia Bluebeard mientras dejaba caer el brazo a un lado. 

─ ¿Dónde está la cama que me prometiste, Capitán?

Cuando llegó a la cabina, Morana cerró la puerta detrás de sí y cayó en la cama, desmayándose de golpe, con toda la energía agotada y dejando que el balanceo del barco contra las olas del mar la sumergieran en un profundo sueño, donde los piratas rubios caían inconscientes a sus pies. 

Ese día nació el mito del Espejismo Carmesí. Y Morana Zoreslava encontró un refugio en el océano, en algún lugar donde el rostro de su madre no era reconocido, donde podría vivir sin ser una plaga.





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