「033 」

Una semana más tarde, YoonGi observaba a su esposo circular por la estancia y admitió que había cometido un error.

Uno muy gordo.

Si fuera menos hombre, desearía retroceder en el tiempo para cambiar la escena del beso con HoSeok. Lo habría apartado al instante, le habría contado a su esposo lo sucedido con orgullo y habría disfrutado de un resultado muy distinto.

Sin embargo, dado que detestaba semejantes tonterías, sólo le quedaba una alternativa. Sufrir.

JiMin circulaba entre los invitados como  un majestuoso pavo real, vestido de un hermoso traje escarlata que prefería la sofisticada flor y nata de la alta sociedad. Llevaba el cabello con unos hermosos rizos.

Casi lo había desafiado para que le dijera algo cuando llegó al pie de la escalera, pero en esa ocasión mantuvo la boca cerrada, le comentó que estaba muy lindo y camino a su lado hasta su coche. Todo acompañado por el frío silencio que llevaba instaurado entre ellos toda una semana.

La irritación lo carcomía. Fue él quien le tiro encima un cuenco de helado. ¿Se había disculpado acaso? No. Se limitaba a tratarlo con una cordialidad neutra que lo desquiciaba. Se mantenía lejos de él, encerrado en su dormitorio, y callada durante la cena.

YoonGi no quería averiguar por qué su distanciamiento despertaba en él el deseo de agarrarlo y obligarlo a demostrar alguna emoción. No quería analizar la soledad que lo consumía ni por qué echaba de menos sus partidas de ajedrez, sus discusiones o el tiempo que pasaba con él por las noches. Echaba de menos las irritantes llamadas de teléfono a la oficina para hablarle de Mon o para suplicarle que adoptara a un perro del refugio.

De hecho, había logrado lo que quería desde el principio.

Un esposo de conveniencia. Un socio empresarial que vivía a su aire y que no se inmiscuía en sus asuntos.

Lo detestaba.

De repente, recordó el último beso. Sin embargo, las palabras de JiMin lo desconcertaban. ¿No se daba cuenta de lo mucho que lo deseaba?

La noche que apareció la policía creía haberle demostrado claramente su interés. En cambio, él había enarbolado el episodio de Hoseok como prueba de que nunca lo desearía de la misma manera. Jamás había soñado con Hoseok, ni se moría por tocarlo ni por reír con él. Jamás había querido discutir, jugar cosas tontas o tener una vida con HoSeok.

¿Por que le estaba pasando eso? YoonGi apuro el vaso y se dispuso a cruzar la estancia.

Tal vez había llegado la hora de averiguarlo.

–Esposo a la vista.

JiMin levantó la cabeza y vio que YoonGi se abría paso entre la multitud. Pasó de él y se concentró en Jungkook y en el brillo travieso de sus ojos. Agitó un dedo delante de su nuevo amigo.

–Compórtate.

–¿No es lo que siempre hago, cara?

–Es la segunda vez esta noche que me mantienes alejado de mi esposo.

Sus zapatos resonaban sobre el paquete mientras lo conducía hacia el despacho ubicado en la parte posterior de la casa, decorada en tonos tierra y rojizos, y con elegantes espejos dorados, tapices y esculturas de mármol que rompían la sofisticada monotonía de las habitaciones. La opera que sonaba en el equipo de música se filtraba por toda la planta. Jungkook lo había decorado con una sensualidad inherente que JiMin apreciaba.

–En ese caso estoy haciendo bien mi trabajo, Cara. Me he dado cuenta de que esta noche algo te pone triste.

JiMin se detuvo y lo miró. Por primera vez, se permitió que aflorara la desgarradora emoción que le había provocado la confesión de YoonGi. Le habia costado mucho fingir que no le importaba durante toda la semana. Y su lobo no ayudaba.

–Hemos discutido.

–¿Quieres contármelo?

–Los Alfas son de lo peor.

Él asintió con la cabeza e hizo una floritura con la mano.

–A veces, si. Aveces, cuando llevamos el corazón por delante, somos maravillosos. Pero, sobre todo, nos da miedo abrirnos sin reservas a otra persona.

–Algunos hombres nunca lo hacen.

–Si. Algunos nunca lo hacen. Debes seguir intentándolo.

Lo miró con una sonrisa.

–Voy a darte el número de mi amigo, Taehyung. Prométeme que lo llamaras.

Jungkook soltó un largo suspiro.

–Si eso te hace feliz, lo llamaré y lo invitaré a cenar.

Grazie. Es que tengo un raro presentimiento con ustedes dos

–Ah, en el fondo eres un casamentero.

A medida que avanzaba la velada, bebió más champán, habló con más libertad y bailó con más parejas, siempre con mucho cuidado de no traspasar la fina línea entre el comportamiento apropiado en una fiesta y pasárselo bien. YoonGi no tardó en abandonar la idea de intentar hablar con él. Se quedó de pie junto al bar, bebiendo Whisky y mirándolo. Su mirada traspasaba desde el otro extremo de la estancia, aún cuando estaba oculta por la multitud. Como si lo estuviera marcando como suyo, sin una sola palabra o una caricia. La emocionante idea le provocó un estremecimiento. Después, se dio cuenta de que estaba fantaseando con la posibilidad de que YoonGi montara una escena y se la llevara a rastras para seducirlo. Como en una de las novelas románticas que leía.

Claro. Como si don lógico fuera capaz de algo así. Ya podía pasarse a la ciencia ficción y esperar que los extraterrestres invadieran el planeta. Eso era mucho más probable.

Se le había agotado la paciencia.

YoonGi estaba harto de verlo pavonearse con diferentes hombres. Si, cierto, no sólo bailaba una vez con de ellos. Pero casi no se despegaba de Jeon, con quién había entablado una especie de la relación muy cómoda. Reían y charlaban de tal forma que lo estaban cabreado.

Se suponía que su matrimonio tenía que parecer sólido para los desconocidos. ¿Y su empezaban a correr rumores sobre el Conde italiano y JiMin? El contrato del río penderia de un hilo, porque negociaría con don Cara Bonita mientras fantaseaba con retorcerle el cuello.

Agh, si, estaba siendo ilógico.

Tras apurar su última copa y dejarla en el bar, se dio cuenta de que el alcohol le había calentado aún más la sangre, derribado las barreras que ocultaban la verdad.

Quería hacer el amor con su omega.

La quería de verdad, aunque fuera por un tiempo.

Y a la mierda con las consecuencias. Su lobo y él lo anhelaban.

Desterró el hombre racional que le gritaba que diera un paso atrás, que esperase al día siguiente y que acabará los próximos meses con una educación muy cívica.

Atravesó la estancia y le dio un toquecito en el hombro.

JiMin se dío media vuelta. YoonGi lo cogio se la mano con toda la intención. Vio que se sorprendía, pero que lo ocultaba al instante.

–¿Estas listo? –le pregunto él con educación.

–Si. Creo que lo estoy para varias cosas.

JiMin se mordió el labio inferior, seguramente mientras se preguntaba si estaba borracho. YoonGi decidió concentrarse en separar a Jungkook de él lo antes posible.

–Jungkook, me preguntaba si podrías pedirnos un taxi. No quiero conducir en estas circunstancias. Mañana mandare a alguien para que venga a buscar el auto.

El Conde asintió con la cabeza.

–Por supuesto. Vuelvo enseguida.

Sin soltar al omega de la mano, lo condujo hasta el guardarropa, decidido a no perderlo de vista. Al cabo de unas horas estaría en el único sitio donde no se metería en líos. Y para llevar allí no había que cruzar ningún arcoiris.

Ese lugar estaba en su cama.

JiMin no parecía darse cuenta de que algo entre ellos. Tras ponerse el abrigo, se despidió como si tal cosa de sus nuevos amigos. Le sorprendía que no sospechara que esa iba a ser su noche de bodas. Ese secreto hizo que tuviera todavía más ganas de salir de la casa de Jeon y de llevarlo a un lugar donde por fin podría seducirlo. Que tontería no haberlo hecho antes. Debería haberse imaginado que el sexo era la forma más rápida de asegurar una relación estable.

El taxi llegó y se marcharon a casa enseguida. JiMin guardaba silencio a su lado, con la vista clavada en el exterior, pasando de él.

Al llegar a casa, YoonGi pago al taxista y entró en la casa detrás de él. Lo vio colgar el abrigo en el armario y subir la escalera.

–Buenas Noches.

Sabía que la rabia era la mejor manera de conseguir toda su atención.

–¿JiMin?

–¿Si?

–¿Te has acostado con él?

Él giro el cuello de una manera que le recordó a la niña de El exorcista. Tenía la boca abierta y respiraba con fuerza. Una inmensa satisfacción lo recorrió al ver su reacción, y la conexión que existía entre ellos cobró vida.

–¿Que has dicho?

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