18 - Libélulas
— Tengo que hablar contigo.
Jean estaba recargado en la barra de la cocina. Más al fondo, Lea terminaba de lavar los trastes que se habían acumulado en el fregadero a lo largo del día.
Habían pasado dos días desde su última visita con Hange, y tal como lo suponía, las charlas con Marco y Cory respecto a la promesa que hizo con su terapeuta fueron bastante amenas, resumiendo estas en un "te apoyamos porqué queremos que mejores, Jean". Pero las cosas con la mujer castaña que lo miraba con curiosidad iban a ser de todo menos fáciles. Ni con todo el tiempo del mundo hubiera conseguido que la charla fuera fácil.
— ¿Qué pasa? ¿Estás bien? ¿Te metiste en algún problema?
— No, para nada, he estado mejor... fui con Hange hace unos días.
Lea le sonrió — Lo sé, soy tu madre.
Jean tomó una buena bocanada de aire antes de hablar.
— Sé que este tema es complicado para ti pero... tengo que verla.
La postura de Lea, quien se había apoyado en la misma barra que Jean en el lado contrario al del muchacho, se tensó después de escucharlo.
— ¿Vamos a comenzar con esto otra vez?
— Lea...
— No. — la mujer salió de la cocina — no quiero que tengamos esta discusión otra vez.
— Lea, por favor, es muy importante...
— Ella siempre es importante, ¿verdad? — La mujer estaba apoyada en el barandal de las escaleras dispuesta a subir. Jean no habló. — ¿Verdad, Jean?
El rubio mantenía la cabeza agachada, no sabía bien que decir y sabía que el poco avance que había logrado esos meses para con ella se estaba cayendo poco a poco.
— Sigue siendo mi madre...
— ¿Y yo qué soy, Jean? — sus ojos comenzaban a tomar una apariencia cristalina y la voz parecía estar a punto de quebrarse en cualquier momento. — ¿Nunca he sido una madre para ti, Jean?
La mujer se dejó caer, sentándose al borde de uno de los escalones, cubriéndose el rostro con las manos y comenzando a sollozar por lo bajo.
A lo largo de todos sus años, Jean había aprendido a conocer a cada uno de los miembros de su familia como las palmas de sus manos, desde los gestos hasta el tono de voz. Sabía que Cory movía los pies de forma incesante cuando algo lo ponía molesto, y que su voz ronca se volvía mucho más suave cuando trataba de decirle a Jean que no estaba de acuerdo con la manera en la que le hablaba a Lea porque le preocupaba dañar a cualquiera de los dos. Sabía que cuando Marco estaba borracho olvidaba prender las direccionales del auto y manejaba con menos velocidad que de costumbre, y que cuando estaba estresado comenzaba a chasquear los dedos una y otra vez, y por lo general, tomaba té para calmarse los nervios.
Pero Lea era un caso aparte. Su necedad por mantener el temple fuerte pocas veces le permitía a Jean darse cuenta de como expresaba sus sentimientos a través de su propio cuerpo, pero si algo conocía era esa manera suya de soltarse el cabello y pasar sus dedos a través de él, dejando que las manos apretaran su cuero cabelludo como si de alguna forma eso disminuyera su frustración. Justo como en ese instante donde los sonidos de su llanto parecían ir en aumento.
Nervioso, el muchacho se acercó a ella y tomó asiento a su lado, rodeándola con el brazo y acercándola a su pecho en un intento de mitigar su llanto.
— ¿Sabes cuantos años tienes sin llamarme mamá, Jean? — el muchacho guardó silencio — ocho años.
La respuesta le caló en el pecho.
— No son tantos...
— Dejaste de llamarme mamá cuando tenías doce. Cuando comenzamos a pelear por el tema de Agatha. Recuerdo que el quince de febrero fue la primera vez que me llamaste Lea — ella comenzó a despegarse gradualmente del muchacho para poder limpiarse las lágrimas — cuando llegaste aquí parecía que la palabra mamá no salía de tu boca. Me pediste permiso para decirme así, porqué sabías que no eras mi hijo, pero yo te amé y te llamé hijo desde el momento en el que te conocí y te vi pintando una libélula en el centro de protección de menores.
Las lágrimas de Jean comenzaron a brotar, ¿de verdad ella guardaba esos momentos tan al fondo de sí misma?
— Yo...
— El día en que te escuché decirnos Lea y Cory por primera vez lloré toda la noche. — Lea hizo una pausa — Jean, yo... te amo con todas las fuerzas que tiene mi cuerpo, aun cuando he estado molesta contigo y he sentido todas las ganas de odiarte no puedo. Siempre recuerdo los ojos miel del niño que pintaba libélulas y ahora veo que ese niño es un joven increíble, que ahora me saca un trozo enorme de altura pero que aun conserva esa mirada tan bonita... — Lea tomó la mano libre de Jean, siendo que la otra le cubría lo ojos y parte de la nariz a causa del llanto. Ambos se mantuvieron en silencio unos momentos, dando pie a que las lágrimas de ambos brotaran. — ¿Sigo siendo tu mamá, Jean? ¿O solo soy una extraña con la que vives?
— Claro que eres mi mamá, mamá. — el muchacho atrajo a Lea hacia su cuerpo nuevamente, dejando que sus lágrimas empaparan su camiseta — Pero esto también es importante para mí. Tengo que aprender a dejar esto atrás para poder enfocarme en mi presente ahora.
Un silencio cayó sobre los hombros del muchacho, quien ahora dudaba en cual sería la postura de Lea ante la situación. En un primer momento creyó que quizá haber aflorado sus emociones con ella y viceversa le ayudarían a Lea a convencerse de dejarle avanzar, pero mientras los minutos pasaban más le consternaba el no obtener respuesta.
En su mente pasaban los momentos que le habían sido relatados con anterioridad. Ese día en el que Lea lo vio pintando libélulas fue quizá uno de los más felices de su niñez. Sentir que por primera vez tenía compañía y era amado de forma genuina, vivir en un hogar donde el amor prevalecía a toda costa y todos estaban siempre para apoyarse a sí mismos era algo que apreciaba con el alma. Y a veces se odiaba por haber llegado a esa casa, porque la mayoría de las veces era el que dañaba la armonía del lugar, y sentía que por su culpa había conseguido fragmentar el ambiente cariñoso y dulce por el cual se vio abrazado cuando era un niño pequeño en busca de eso: amor.
Sabía que era una persona dañada, y que las personas dañadas hacían daño. Pero también había aprendido hacia no mucho que tus propias cicatrices no justificarían jamás el daño que le haces a los demás. No podía revertir el tiempo por más que lo deseara, pero sabía que podía seguir avanzando y mejorar, y eso era lo que le tocaba hacer.
Una voz suave lo sacó de sus pensamientos
— Está bien. Haz lo que debas hacer para ser feliz, no hay nada que quiera ver más que a mis dos niños brillar como yo sé que lo hacen. Eres luz, Jean, solo hace falta que despejes la neblina que te está cubriendo justo ahora y dejes que tu brillo reluzca. — Lea le besó la frente de manera dulce y se puso de pie, subiendo las escaleras rumbo a su habitación. — Voy a recostarme un rato.
El muchacho estaba atónito. Las palabras tenían un poder mayor del que creía, y quizás si en otros momentos ambos se hubiesen atrevido a sincerarse de esa forma con tal de mejorar, las cosas hubiesen sido distintas.
Pero no lo era, todo había pasado en el momento indicado.
— Gracias, mamá.
...
(7:26) Jean BK (?):
¿Qué tan buena eres dibujando animales?
Bueno, insectos, más bien.
(7:28) Mel. 🦨:
O_O
Creo que me defiendo.
¿Por qué?
(7:29) Jean BK (?):
¿Puedes ayudarme con algo?
Hey, estamos de vuelta~ ¿siguen acordandose de mí?
Tenía mucho queriendo actualizar pero entre que me dio covid, empecé el 5to semestre de uni, comencé presenciales, me mudé (???) ME PASÓ EL MUNDO, pero todo indica que aquí todo va a estar mejor y mis tiempos están mejor administrados. Y estoy feliz. <3 Aunque creo que ahora solo actualizaré dos veces por semana, pero sip, eso lo subo en un comunicado al perfil.
No olviden votar y comentar, lxs extrañé harto<3.
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