15 - Puentes

— ¿De verdad la invitaste? — Connie sonaba aun incrédulo

— Sí

Marco se inmiscuyó en el interrogatorio aun sabiendo al respuesta — ¿y de verdad aceptó?

— Sí. Corre, ya casi son las ocho y quedé de estar fuera de su casa a esa hora.

Marco conducía con algunas gotas de sudor cayéndole de la frente por el notorio nerviosismo, en el asiento del copiloto y compartiendo la emoción estaba Connie, a quien habían recogido previamente.

Jean le había cedido el asiento delantero para acompañar a Melissa en la parte de atrás, y evitar que Connie dijera algo fuera de lugar.

— Jean, ¿tú sabes lo incómodo que va a ser compartir el coche? No solo para nosotros, para ella. Ya sabes, por... todo. — su compañero de trabajo volteaba a verlo por un lado del asiento.

— No me lo digas — el rubio se inclinó hacia atrás por la repentina pesadez colocada en sus hombros — la última vez que la vi quería que me tragara la tierra, no era capaz de verla a los ojos.

Una cierta parte dentro de él mentía, sí, la culpa aun lo seguía invadiendo en ciertos rincones de su cuerpo, pero desde el momento en el que la muchacha lo rodeó con sus manos y lo estrechó, la mayor parte de esta se disipó. Fue como si ahí mismo ella le otorgara un perdón que el no había pedido y del cual ella no estaba enterada que entregaba.

— Y la invitaste a la fiesta... — Marco rodaba los ojos intentando no distraerse mucho del frente — no sé cómo voy a hacer para no sentirme raro después de todo el asunto, Jean.

— Sí, yo recién me acabo de enterar de todo el chisme detrás del vídeo ese y ahora resulta que voy a conocer a la chica que sale ahí.

— ¿Verdad? No entiendo por qué a este le picó el mosquito de querer invitarla. Insiste en que no le gusta, pero no sé si creerle.

— Le guste o no, no es justo que nosotros tengamos que venir totalmente incomodos porqué a tu hermano se le antojó transformarse en un caballero salva doncellas.

Marco encendió al direccional del auto — Ya sé, es mi hermano, pero a veces es un imbécil. Mira que invitar a una persona a la que no le gusta asomar ni la nariz hasta donde sé, a una fiesta... no me entra en la cabeza.

— Olvida eso, ¡aceptó! No entiendo por qué aceptar ir a una fiesta si sabes que vas a estar incomoda tú, y vas a incomodar a los que estén alrededor de ti, digo...

— ¿Pueden parar? — La voz que interrumpía la charla desde el asiento de atrás salió con molestia e irritación — sí, sí, todos vimos el video, pero no sé cuál es la necesidad de seguirlo recalcando. Como si ella no lo supiera, y ni siquiera necesito que me guste como para poder tratarlo con la mínima decencia con la que se trata a cualquier persona. Con o sin ese puto vídeo sigue siendo una persona de nuestra edad a la que invité a una fiesta, quiero que lo pase bien y que tenga una noche tranquila sin cuestionarse si los dos tarados que van en el asiento vieron esa mierda. O si son un par de llorones egoístas que solo velan por su incomodidad. Ahora, por favor, cállense. Me tienen hasta la madre con su habladera de "Ay, Jean, ¿para que la invitas si nos vamos a incomodar?" Par de pendejos.

No hubo mayor ruido después de esto, Connie miraba hacia afuera por la ventana con un semblante de cachorro regañado y Marco no podía estar más cabizbajo porque eso le bloquearía la vista al conducir. Ambos eran un poco cabeza dura muchas veces, y a pesar de que no era el más indicado en la mayoría de las ocasiones, las reprimendas con tinte paternal que Jean les soltaba de vez en cuando los hacían escuchar sus tonterías dentro de sí mismos y darse cuenta de que no eran más que eso: estupideces salidas de la boca de dos cabezas duras con faltas de empatía.

El GPS integrado en el auto indicó que estaban en el lugar correcto. Jean miró hacia su derecha y encontró el lugar con las características que le habían indicado antes: fachada blanca, techo negro y picudo y un recibidor pequeño, con un auto azul y una furgoneta negra afuera. Número setenta y cuatro.

El muchacho bajó del coche para tocar el timbre, hubiera sido menos penoso llamarla a ella directamente y pedirle que bajara, pero dada la situación los padres quizá querrían saber en manos de quien quedaba su hija.

Una vez frente a la puerta tocó el interruptor, y mientras esperaba dedicó sus pocos segundos en husmear a través de una ventana cercana a la puerta: la casa era grande y bonita, decorada con sobriedad, pero con un toque hogareño. Era grande, no impactante, pero sí era un poco más espléndida de lo común. No es como que él viviera en austeridad, por el contrario, pero aun así le sorprendía.

Rápidamente la puerta fue abierta por una mujer más bajita que él, rubia, y con los mismos ojos de su hija. De no haber sido porqué sabía que era la madre de Melissa, probablemente le hubiera restado muchos más años.

— Hola, ¿necesitas algo?

— Ah, sí, vine por Melissa. Me llamo Jean.

— Permíteme un momento — la mujer cerró a medias la puerta, pidiéndole a su esposo que llamara a su hija — baja en un momento, ¿quieres pasar?

— No, gracias, puedo esperar aquí — Jean estaba incomodo, nunca había pasado por la situación en la que tenía que enfrentar al padre o madre de alguien a quien había pasado a buscar, pero había una primera vez para todo.

— Entonces, Jean, ¿verdad? ¿Jean qué? — una voz masculina apareció a la par que la figura de un hombre se asomaba detrás de la madre de la chica.

— Jean Bott. Bott-Kirstein. — Extendió la mano por mera inercia, a lo que el hombre la tomó aun con cierto aire de desconfianza.

La mujer se introdujo a la conversación reduciendo la tensión del ambiente — Eres parte del grupo de terapia de Mel, ¿verdad?

— Sí, tengo ahí alrededor de tres meses.

Diana le regaló una sonrisa — Me alegro mucho, Jean, a raíz de todo el incidente de Melissa, Joseph y yo también comenzamos un proceso, y sin duda es algo bastante reconfortante.

Jean se limitó a asentir, el vocablo de Diana era impresionante, y demasiado distinto al de su hija. Sus palabras eran rebuscadas y elegantes, pero no perdía el toque dulce y maternal que toda ella emanaba, al contrario del padre, quien hablaba en un tono más golpeado y serio. Era parecido a su hija en ese aspecto, sin duda. Al igual que en las facciones, era bastante obvio que Melissa era una mezcolanza de ambos rostros, sin embargo, el rostro de Joseph era más presente que el de Diana, siendo que de esta solamente se asomaban en la chica la forma y ese color verde olivo tan característicos en sus ojos.

Poco antes de que Melissa hiciera acto de presencia, Joseph le pidió a Jean las placas y el modelo del coche que conducía Marco, así como los nombres de sus dos acompañantes, todo por mera precaución. Sin duda alguna el incidente que había pasado había envuelto a ese hombre amistoso y carismático en una coraza de aprehensiva y preocupada.

— Hola Jean, perdón por la tardanza. — La chica lo saludo con algo de rubor en las mejillas, cubriéndole las pecas ligeramente. — Bueno, yo, los veo en un rato. ¿A qué hora debo llegar?

Joseph estaba a punto de hablar, hasta que fue interrumpido por su esposa.

— Mientras sea antes de las doce está bien. Esperamos que se diviertan y tengan una velada acogedora.

Melissa se despidió dándoles un abrazo a sus padres, después Jean extendió la mano hacia los dos. Cuando Diana respondió su saludo, de su boca salieron palabras que lejos de un sermón como el de cualquier padre, era notorio que se trataba más de una súplica.

— Cuídala mucho, por favor.

...

El camino a la casa de Historia fue mucho más apacible de lo que Marco y Connie esperaban, cosa que hacía a Jean sentirse como un triunfador. Melissa lucía más tranquila de lo habitual, incluso intercambiaba palabras con Marco y Connie, Marco hacía menciones de su carrera, cosa que a Melissa le entusiasmaba por sobre manera, haciendo que en sus ojos apareciera un destello del cual carecían normalmente. Jean se sentía bastante contento al ver la situación.

Al cabo de unos minutos llegaron a una casa que Connie, Jean y Marco habían visitado anteriormente, la música se escuchaba desde fuera sin mucha fuerza, y al mirar hacia arriba encontraron algunas siluetas sentadas en circulo hablando con cotidianidad. En la casa de Historia había una terraza que su padre solía prestarle habitualmente cuando quería invitar amigos, era amplia, acondicionada con un montón de plantas, un asador y sofás cercanos, además de un comedor.

Al bajar del auto, Jean se dirigió a la cajuela, seguido por Marco y Melissa, Connie había decidido entrar de tajo a la casa, excusándose con que tenía que esperar a su amiga. Dentro del compartimiento había unos cuantos cartones de cervezas y dos bolsas de hielo a medio derretir. El rubio tomó dos de los cartones, seguido por su hermano.

— Déjame ayudarte con algo — La muchacha se inclino hacia dentro de la cajuela con la intención de tomar una de las bolsas de hielo

— No hace falta Mel, podemos llevarlo nosotros

— No, puedo con esto, de verdad — a Jean le divertía su actitud determinada, por lo que la dejó seguir. La muchacha tomó ambas bolsas y las abrazó contra su pecho; caminó con ellas unos pocos metros, hasta que el frío contra su cuerpo fue mayor a su determinación — ¡ah!

El grito alarmó al par de hermanos, que al voltear vieron que la muchacha había dejado caer las bolsas, Marco no supo como reaccionar, mientras que Jean soltó una sonora carcajada mientras se acercaba a Melissa aun con los cartones de cerveza bajo el brazo

— Las bolsas de hielo no se abrazan, Mel, el frío también quema. — Jean se agachó frente a ella para poder levantar las bolsas, tomándolas desde el comienzo, el cual estaba atado con una liga. — Sostenlas de aquí y dime si necesitas ayuda.

Algo en el gesto de Jean la había conmovido genuinamente, cualquier otra persona con mayor malicia pudo haberse burlado, pero él sin duda era demasiado amable con ella. Bueno, quizá Jean solo era una persona decente, y a ella aun le seguía sorprendiendo que en su contexto las personas la trataran como una persona más y no como una mancha molesta, aunque esto ya no era como la secundaria, y aun con bastante temor hacia la gente de su edad le parecía agradable que Jean, Marco y Connie no la señalaran con el dedo.

La muchacha, quien ahora sostenía los objetos ahora con mayor comodidad avanzaba lentamente en medio de ambos hermanos mantenía una expresión consternada

— ¿No hay problema con que se hayan caído?

— No — Marco la miró con una expresión de amabilidad — igual, solemos tirarlas al piso para poder romper y separar los cubos fácilmente, en casa de Historia no hay picahielos.

Jean miraba la charla entre ella y su hermano, complacido y con gran alivio al ser el espectador de una escena sin duda normal. Sin duda todos se merecían un descanso después de esos días de tensión.

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