03 - Vive

— Y bien, ¿qué tal? — Preguntó Sasha con animosidad a pesar de la aparente pesadez del ambiente.

La sesión grupal duraba dos horas, la madre de Melissa pasaría por ella para buscar algo de cenar y después volver a casa, por lo que debía esperar fuera del lugar. En cuanto Hange dio por finalizada la sesión, la pelirroja salió disparada cual bala de cañón, socializar no era su fuerte, sin duda. Pero parecía no poder huir de Sasha.

— Estuvo bien.

— ¿Volverás? — la castaña la miraba fijo con ojos de anhelo por una respuesta afirmativa, no sabía que parte de ella se había vuelto tan encantadora para ella como para quererla de regreso después haber convivido medianamente por dos horas.

— No lo sé. — Melissa caminaba seguida por Sasha, casi huyendo, hasta que sintió un empujón en el costado. Estaba débil y blandengue, además de ansiosa por toda la situación. Dicho golpe casi la tiraba al piso, de no ser por Sasha, quien logró sostenerla antes de que se fuera de bruces.

— ¡Ymir, no seas grosera! ¡Discúlpate! — La pecosa ni se inmutó y siguió su camino hacia la salida.

— Está bien Sasha, no hace falta. — respondió Melissa restando importancia a lo sucedido — no fue intencional.

— Sí lo fue — una voz masculina respondió por detrás de ambas — Ni ella ni Jean son tan amigables hasta sentirse plenamente confiados. Pero ella es más grosera.

Al mirar hacia atrás se encontró con los dos chicos que estaban juntos, el rubio y el castaño enormes, bastante enormes en comparación con su triste 1.59m de altura.

— Me llamo Reiner, y él es Berthold. Melissa, ¿verdad? — La muchacha se limitó a asentir mientras seguía caminando hacia la salida bajo una especie de custodia ahora formada por los dos muchachos y Sasha, quien insistía en mantenerse cerca.

Una vez que estuvieron fuera del edificio la silueta de Ymir se había esfumado. Reiner y Berthold se mantuvieron fuera esperando a la madre del castaño, quien recogería a ambos muchachos. Poco después de ellos salieron Eren, Armin y Mikasa, quienes ni siquiera dirigieron la mirada hacia los demás y partieron a pie. El último en salir del edificio fue Jean, quien parecía estar esperando a alguien y encendía un cigarrillo en el estacionamiento.

— No puedes fumar aquí, Jean. — Reiner rompió el silencio — te van a correr otra vez.

El muchacho hizo caso omiso y volvió a tomar humo del cigarrillo, para arrojarlo en dirección de los demás, como una especie de reto.

— ¿Y bien? — Sasha comenzó a hablar otra vez — Sí vas a volver, ¿verdad, Mel?

¿Mel? ¿Por qué acortaba su nombre? ¿Estaba intentando ser cariñosa o algo por el estilo? Se acababan de conocer, no tenía por qué hablarle así, ¿o sí? ¿significaba que le caía bien? ¿cómo iba a caerle bien si en esas dos horas no habían cruzado más que tres palabras?

Jean soltó algo de humo antes de meterse bruscamente en la conversación — Relájate Sasha, si no quiere regresar está bien, tendría motivos, no somos el lugar mas agradable del mundo. — volvió a fumar antes de seguir el discurso — ¿No has pensado en que la gente tiene razones? — La chica pareció no perder el entusiasmo en lo más mínimo.

— Ay, cállate, Jean. Todos tenemos razones, pero no tiene nada de malo algo que yo les de un empujón - la muchacha se acercó hacia el de manera jugetona y le tocó la nariz — contigo también funcionó, ¿o no? — Reiner y Berthold se rieron, Jean apartó la mirada y Melissa miró a sus pies como de costumbre. Sasha adoptó una posición triunfadora.

El silencio volvió a reinar en el ambiente hasta que el coche de la mamá de Melissa apareció frente a sus ojos y se sintió salvada. Se despidió con la mano y una vez en el coche tomó asiento en el sitio del copiloto. Antes de partir escuchó una vocecilla llamándola a la distancia.

— ¡Adiós, Mel! ¡Nos vemos la próxima semana! — su madre la miró con orgullo al sentir que había hecho una nueva amiga, Melissa se llevó las piernas al pecho y hundió la cara en las rodillas. El coche arrancó.

...

— Hola Shane.

— ¿Tú no entendiste lo que te dijeron la semana pasada? No quieren verte aquí nunca más. — El énfasis en las últimas palabras lograron sacarle una risita, el enfermero se rio breve al notar que el comentario le hizo gracia.

— Mientras la señora Krucinsky siga aquí yo voy a volver. Lo lamento. — la muchacha se alzó de hombros y entró a la sala común una vez que le otorgaron el gafete de visitante.

Saludó a la mayoría de las personas del lugar, probablemente todos sabían el porqué estaba ahí por lo que solo se limitó a buscar con la mirada a la señora Krucinsky, quien se movía ligeramente en la mecedora frente al ventanal. Llegó intentando hacer el menos ruido posible para que se sorprendiera.

— ¿Me extrañó, señora Krucinsky? — Preguntó sobresaltando a la anciana al poner las manos sobre sus hombros.

— ¡Melissa, por dios, me vas a dar un infarto! — la muchacha se rio y la abrazó.

— Yo también la extrañé — La chica acercó un banquito hacia el lugar donde la señora descansaba y ambas se dispusieron a ponerse al día de sus vidas, después de todo habían pasado siete meses juntas, Melissa era como una nieta más para la mujer, y por la inversa, Melissa encontró en ella un lugar de confianza y seguridad en el cual descansar al sentirse cansada o sola.

Hablaron por dos horas, sobre el año sabático de Melissa, su regreso a casa y lo buena que sabía la comida de fuera en comparación de la del hospital. Celestine (o señora Krucinsky), le contaba la típica rutina que ya mantenían en el lugar, además de detalles extraoficiales como que alguien había escuchado al Dr. Erwin decirle "cariño" a alguien por teléfono, que el señor Shadis se había peleado con una enfermera y como el señor Jaeger había sido transferido al pabellón de seguridad. Tenía demencia senil, justo como ella. Trataba de disimularlo la mayor parte del tiempo, aún tenía la lucidez suficiente como para pensar por sí misma, cuidar sus palabras, recibir tratamientos y convivir con sus similares, pero entre charlas de vaivén Melissa había descubierto el miedo tremendo de la mujer en convertirse en algo que no era por una enfermedad que estaba destruyéndole la mente como si su cerebro fuera madera y el padecimiento una termita.

Después de unas cuantas risas por retomar el tema del doctor Erwin y su amante oculto, hubo una pausa silenciosa hasta que la joven rompió el hielo.

— Señora Krucinsky, ¿puedo contarle algo? Y de paso pedirle un consejo. — La mujer la miró fijo mientras Melissa le relataba su aventura en el grupo de terapia y las quinientas razones que tenía de porque no era una buena idea continuar hasta que fue interrumpida por Celestine.

— Melissa, por dios. Ya deja de excusarte — la muchacha se sobresaltó ante la brusquedad de la oración — yo sé que salir y vivir en el mundo de las demás personas te asusta, no te culpo, el mundo es un lugar cruel y creo que no es algo que ponemos en debate. Pero aun eres joven, estás comenzando tu vida como para que busques intentar quitártela otra vez.

— No he atentado...

— No, y no lo harás, por algo te dejaron salir. Pero estás acabando contigo y con tu vida de otras formas. Ni siquiera eres tú, es tu miedo. — La mujer se acomodó las gafas sobre el puente de la nariz y la tomó por las mejillas. — Melissa, saliste de aquí viva, ¿verdad?

— Sí...

— Entonces vive. — algunas lágrimas comenzaron a salir — Vive, vuela. Yo sé que el mundo es un lugar cruel, pero no deja de ser un lugar hermoso, mi niña. No dejes que el miedo y el dolor que sientes se vuelvan tus verdugos, porque si los dejas crecer más no van a parar, y va a ser como si nunca hubieras salido de tu cuarto en este hospital.

— Es que... no quiero sufrir de nuevo — un par de manos arrugadas le acariciaron el rostro limpiándole las lágrimas que salían sin parar.

— El sufrimiento también se vence, Melissa. Ese grupo puede ser un buen inicio para comenzar, es un lugar en el que tienes protección y puedes empezar a dejar de lado tus miedos, a sanarte y a crear lazos importantes para ti.

— ¿De verdad lo cree?

— Claro, aunque dudo que sean tan divertidos como nosotros... Excepto por Zackly. Maldito viejo gritón. — El comentario la hizo salir del llanto y soltar una carcajada. La señora Krucinsky era una caja llena de sabiduría y amor.

— Muchas gracias, señora Krucinsky. — Se levantó y la estrechó en un abrazo reconfortante y dulce, a la par que el celular comenzaba a sonar en su bolsillo trasero.

Llamada entrante: Mamá.

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