1.
El sonido de sus botas resonando bajo ella, en el suelo encharcado, es lo único que necesita oír. Cómo si de un ruido blanco se tratase, es lo que la despeja de todo, la presión de los estudios pero, sobre todo, de la tensión familiar.
Taylor Swift canta la última línea de "You're in you own, kid" mientras ella se para frente a una puerta que conoce demasiado bien.
Por fin le confesará sus sentimientos. A ella, la chica de sus sueños. Lo que pasé después se lo deja al destino.
Sabe que su mejor amigo la matará, puesto que prometió hacer eso mismo que va a hacer ahora la semana siguiente con su ayuda, pero un cambio imprevisto de planes nunca viene mal, ¿cierto?
Además, no puede esperar más. Mañana se va a la otra punta del país para tomar un curso de, al menos, un año. No piensa mantener su relación con cartas tontas con mensajes de amor tontos escondidos dentro. Se lo dirá, y tendrá todo el invierno y la primavera para pensar en ello.
En ellas.
Natalye agarra el picaporte firmemente, se prepara para picar y... No, no puede.
Se retira rápidamente de la puerta de Hannah Pullman, la que es actualmente su amiga más íntima. Es la que le gusta. Han hablado horas y horas de lo que les gustaría hacer el verano qué viene, tal vez escaparse a vivir su sueño americano, oh, bromean con eso a cada rato.
"I wanna be your girlfriend" de Girl in Red empieza a sonar en sus auriculares, martilleándole la cabeza. El pensamiento.
"I don't wanna be your friend, I wanna kiss your lips!"
Y es con esa frase que abandona la puerta de la que podría ser su futura novia.
⎯⎯ No pienso hacer eso⎯⎯ declara un chico de cabellera blanca⎯⎯, siempre termina mal.
Otro chico, pero este de cabello azabache, no puede evitar reír ante lo que a dicho su amigo. Sabe que lo que da su amigo es difícil, enseñar la lucha contra de demonios no es fácil, pero la lectura de runas... Oh, Dios. Qué desastre.
⎯⎯No sé, no creo que sea tan malo⎯⎯ responde el de cabellera azabache⎯⎯ ¿Tú qué opinas, Aldya?
La pelirroja los mira con desaprobación, negando y suspirando.
⎯⎯ Según dice el Sagrado Libro, somos los elegidos. Se supone qué debemos hacer eso. No se eligen aleatoriamente, ¿saben? Estas personas han demostrado ser especiales.
⎯⎯ ¿Especiales? ¡Son mortales, por Dios!⎯⎯ gruñe el primer chico. Alan no le tiene fe a las personas, sus habilidades son muy diferentes a las de los bien proclamados Elegidos de Dios, o de los dioses, dependiendo de la cultura o religión. Karlokke suspira⎯⎯ Sé que tienen sangre cruzada y todo eso, ¡pero tan solo recuerden lo qué pasó la última vez! ¿Por qué todo el mundo parece olvidarlo?
⎯⎯Porqué pasó hace más de cien años, Alan⎯⎯ responde el azabache⎯⎯. No se supone que debamos recordarlo siempre. Eso pasó en la II Guerra Mundial.
Un fuerte aroma inunda la habitación. Un aroma que aturde bastante, y apesta a enojo.
⎯⎯Oigan, Yin y Yang, realmente disfruto cuando discuten, pero no es que podamos decidir sobre esto⎯⎯ les dice una segunda chica, una rubia de ojos azules llamada Valery, comúnmente apodada Vega o Val.
⎯⎯Dejen a Alan, pobrecito, es de cristal⎯⎯ El chico de cabellos negros, Dexter, se ríe. Una risa que no es acompañada, y que se silencia rápidamente por el peso del silencio. Alan le dirige una mirada de muerte mientras que Vega y Aldya ya están acostumbradas a este tipo de comentarios por parte del chico, a pesar de que no dejen de ser molestos. Saben que Dexter es buena persona, pero Dios... No se calla nunca.
Aún así, Alan y Dexter comparten una mirada rabiosa. Yin y Yang, hacía siglos, o al menos eso creen, que nadie les llama así. Comprenden de dónde viene aquel mito, y que ellos fueron hechos para serlo, pero simplemente no terminan de encajar bien.
Para Azrael, el sonido de la televisión de fondo mientras come ya se ha vuelto rutina. El italiano no tuvo tanta suerte como su hermana, quién pudo independizarse nada más ser mayor de edad. No tiene dinero para pagar el alquiler de un piso y mucho menos para pagarse una buena universidad, asique vive bajo el techo de sus padres en alguna calle en Canadá, mientras va de trabajito en trabajito para pagarse una parte de los estudios.
Sabe que ya es mayorcito y, si no quiere tener problemas, debe independizarse lo más rápido posible. Mamá se enfadará de lo contrario, y papá le romperá una botella en la cabeza.
Él es la razón por la que sus padres se matan a trabajar, piensa.
Mañana se irá con su amiga a un curso. Los problemas finalmente se alejarán, aunque momentáneamente, de él. Podrá respirar aire puro, lejos del alcohol y gritos.
Piensa en Caeli. Su hermana. Sabe que no tiene la culpa de que vayan así las cosas, pero le tiene rabia. Sus padres siempre quisieron una niña y nació él. Y luego, dos años después, una hermosa niña de cabellos cobrizos y ojos claros.
Y, casi sin darse cuenta, el sonido de sus pensamientos se hace más alto que el de la televisión.
⎯⎯Gracias, mami⎯⎯ dice una canadiense de cabellos castaños con una sonrisa mirando a su madre, quién deja un plato de macarrones en la mesa antes de irse a trabajar⎯⎯¡Chau, te quiero!
Ella y su mamá siempre fueron muy unidas. Bueno, es que son lo único que se han tenido desde siempre. Su padre se fue luego de que ella naciera, y así han ido las cosas desde entonces, extremadamente bien. Ella, a diferencia de Azrael y Natalye, no tiene hermanos ni problemas familiares. Y lo agradece.
Tampoco se a independizado, pero porque no quiere dejar a su madre sola. De echo, el curso que va a tomar lugar el día siguiente es para trabajar en un sitio en el que le pagarán bien, eso quiere, una buena paga y, a poder ser, un buen horario. No quiere ver a su mamá sufrir ni trabajar más. Quiere llevarla a conocer el mundo, también, porque sabe que su sueño de joven era ese.
El reloj de pared apunta las ocho mientras su gato se estira para recibir mimos de su mano. Una mano delicada pero fría, de una piel mimada pero que a la vez tiene una mente que no se siente suficiente. Es increíble cómo la mente es capaz de crear algo a partir de nada, ¿a qué sí?
Pues a Melyssa no le gusta.
Su gato, un macho de color blanco con manchas negras algo mayor ya, ronronea mientras una mano presente pero con una mente ausente lo acaricia.
Y así pasarán la tarde nuestros tres protagonistas, sin pensar en lo que pasará mañana. En lo que no pasará, también. Pero, sobre todo, sin creer en lo que perderán y a quienes conocerán.
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