Parte 23

Andraya movía la cabeza de un lado al otro, dejándose llevar por la música que escuchaba con los auriculares inalámbricos que tenía puesto. Incluso había comenzado a tararear la canción. Abrió los ojos cuando los auriculares dejaron de funcionar repentinamente.

—En mi defensa, es la hora del almuerzo —se excusó al ver que Zack había detenido su pequeña distracción.

—¿Te encuentras bien? Me crucé con Edigar Plamos y me dijo que vino a verte.

—Sí, gracias. Él se está encargando de averiguar quién envió los chocolates porque evidentemente esa persona quería hacerme daño.

—¿Tienes enemigos? —se interesó.

—Es la primera vez que me sucede y no tengo la menor idea de quién pueda ser el culpable. No me llevo mal con nadie. ¿De dónde conoces a Edigar?

Le ponía algo nerviosa que su instructor de lucha se relacionara con Zack. No quería que él tuviera la menor posibilidad de acercarse siquiera a Luna. Sabía que Edigar no divulgaría su secreto y también que Bale no podría adivinarlo, aún así no quería que los integrantes del mundo mortal e inmortal tuvieran contacto. De esa forma todo se veía mejor.

—Sé que él estuvo a cargo de tu caso. Vino a hacer algunas preguntas mientras estabas en coma.

—Entiendo —se levantó del sofá y se acercó al hombre.

Zack la tomó de la cintura y ella se dejó con gusto. No había nada mejor que estar en los brazos de ese hombre cuando quería alejar todas sus angustias de la mente. Solo existían ellos dos.

—¿Es mi imaginación o te bronceaste un poco? —preguntó Andraya con interés.

—He estado nadando bajo el sol.

Raya lo imaginó nadando en una piscina, yendo de un extremo al otro como un profesional que participaba en las olimpiadas. Era extraño, pero no podía imaginarlo fuera del agua. Su imaginación no era tan fértil para imaginarlo sin ropa. Sabía que debía tener un cuerpo estupendo, pero hasta ahí llegaba.

—Se supone que estamos saliendo... pero no volvimos a salir juntos —comentó el azabache mientras la abrazaba.

—¿Y?

—Conozco un restaurante muy bueno y esta noche estoy libre.

Andraya soltó una carcajada.

—Tengo una idea mejor, voy a cocinar para ti.

—¿No querías que lo nuestro fuera un secreto? —elevó una ceja.

—Es por eso que comeremos en tu casa.

Al no recibir una respuesta rápida, Raya añadió:

—¿Hay algún problema?

—Ninguno. Te enviaré la dirección, te espero a las siete.

Aceptó porque si la cena empezaba temprano, entonces podría regresar temprano a casa. Así no corría el riesgo de que Zack se pusiera cariñoso y la convenciera de ir más lejos en la relación que todavía no tenía un nombre oficialmente.

Después de salir del trabajo, fue directo al supermercado para comprar los ingredientes de la comida que iba a cocinar. Mientras esperaba en la larga fila que le tocara el turno de pagar lo que había elegido, se imaginó a Zack comprando en ese mismo lugar. Definitivamente ese hombre no encajaba en un lugar como aquel, donde las personas comunes y corrientes conseguían los suministros para sus despensas hogareñas. Un hombre proveniente de una clase social alta jamás pisaría un lugar así, no cuando tenía empleados que podían hacerlo por él. Y ya que pensaba en eso, no lo conocía lo suficiente como para saber si tenía cosas en común con él.

No se sorprendió al encontrarse enfrente de una de las casas más grandes de la exclusiva zona del barrio Villa Morra. El guardia de seguridad que estaba en la cabina, a un costado del gran portón de rejas azules, se acercó y ella bajó el vidrio.

—Buenas tardes, señorita Caro. Solo quería verificar que se tratara de usted. Puede pasar —le indicó.

—Gracias —avanzó una vez que las rejas estuvieron abiertas.

Estacionó frente a la puerta principal al percatarse que el garaje debía estar en la parte trasera de la casa. Se tomó unos segundos para admirar la mansión que tenía en frente. Era la primera vez que pisaba el hogar de un millonario. La estructura tenía dos pisos y debía tener unos veinte metros de largo. Las paredes eran de piedra vista y las ventanas que podía alcanzar a ver eran de vidrio oscuro con marcos negros. La mitad derecha de la casa estaba cubierta por una espesa enredadera que terminaba en un delgado y largo árbol que rozaba las tejas azules del techo. El arquitecto que se había encargado del diseño de la casa había hecho un excelente trabajo al combinar lo moderno de la época, con lo clásico de la naturaleza.

El ama de llaves, una mujer que rondaba los cincuenta años, un poco rellenita y con sonrisa amable, se acercó a recibirla. Se presentó como la señora Rodríguez cuando el chofer, el señor Rodríguez, un hombre delgado y alto que todavía conservaba todos los cabellos de color marrón, se unió para ayudarla a bajar las bolsas de la valijera del auto. Andraya sonrió divertida cuando la pareja no le dejó cargar ninguna bolsa. La guiaron por el interior de la casa hasta la cocina. Casi se sintió una intrusa cuando la señora le empezó a mostrar el lugar de todos los elementos que necesitaba para preparar la cena.

—El señor de la casa avisó que llegaría dentro de media hora porque le surgió un imprevisto.

—De acuerdo. Yo comenzaré a preparar la comida.

—¿Necesita que la ayude? —le preguntó con amabilidad.

—Descuide, tengo todo bajo control —le sonrió—. ¿Sabe si Zack tiene alergia a algún ingrediente?

—No tiene alergias, es un hombre muy sano.

—Me alegra saberlo.

Se lavó las manos y comenzó a ordenar los ingredientes que había comprado. Se puso un delantal rosa para no ensuciarse la ropa. En el centro había una mesa de mármol rojo que era dónde debía trabajar. Iba a preparar pasta con salsa roja y trozos de pollo. Se aseguró de estar sola antes de comenzar a cortar los tomates. Una persona normal tardaría el doble de tiempo que ella en tener listo todo para que los fideos caseros estuvieran listos para llevarlos al horno. Había sido muy ambiciosa al cocinar de cero, pero quería que Zack le diera su opinión acerca de su sazón. Los que antes habían probado ese plato la habían elogiado, quería que eso se volviera a repetir antes de perder esa habilidad.

—Huele bien —dijo Zack cuando llegó.

—Gracias. Pensé que no vendrías —bromeó.

Bale se acercó a la mujer y le sacó la harina que tenía en la mejilla. Era la primera vez que una mujer cocinando le parecía sexy. Andraya seguía sorprendiéndolo. La mayoría de las mujeres con las que salía para aparentar, jamás se tomarían la molestia de cocinar para no arruinarse las uñas. Podría ser que en ese país las mujeres se mostraran más flexibles en ese asunto, o simplemente la mujer que tenía enfrente era aún más especial. Detestaba no conocerla lo suficiente como para dejar de idear distintas opciones que respondieran a la forma de ser de Andraya.

Llegar a su casa nunca antes le había gustado tanto como ese día. Desde un principio había sido consciente de que si salía con Andraya iba a tener que consumir muchas píldoras de roca. Si tenía suerte la cena no se iba a extender demasiado para que el efecto paralizante de las píldoras le dejara hacer por lo menos un recorrido a la madrugada por toda su zona. También debía hablar con Luna de lo que había sucedido la noche anterior. Le había molestado que ella hubiera aparecido justo en el momento en que se estaba alimentando. Luna debía aprender a alejarse de situaciones como aquella.

—Te toca poner la mesa, Zack.

—Pudiste pedirle a la señora Rodríguez que lo hiciera.

Andraya se volteó frunciendo el entrecejo y levantó el cucharón que utilizaba para revolver la salsa de tomate.

—Tienes dos manos, ¿cierto? Puedes hacerlo.

Zack retrocedió y empezó a buscar los platos. Se extrañó al seguir las órdenes de Andraya en contra de su voluntad. El efecto duró unos segundos, pero continuó para que ella no se enfadara. Hacía años que fingía comer con mortales, por supuesto que sabía poner los cubiertos en la posición correcta en la mesa.

—¿Y bien? —preguntó la mujer disimulando los nervios.

Esperaba que a Zack le gustara su comida, no quería fracasar en eso. Su madre solía decir que al hombre se lo conquistaba por el estómago. Quizá ese dicho aún estaba vigente y el azabache quedaría más prendado de ella.

En cierta forma, la ansiedad que sentía en ese momento la desconcertaba y sus sentimientos la asustaban. Zack le gustaba mucho, era la primera vez que estaba segura de eso sin saber lo que él sentía por ella. Si ponían ambos sentimientos en una balanza, quería que el aparato se equilibrara. ¿Y si su primera oportunidad de relación salía mal? ¿Estaría preparada para conocer a otro hombre? Estaba tan confundida.

—Delicioso. Cocinas muy bien.

Zack tomó su mano derecha y la acarició lentamente con el pulgar.

—Gracias.

Andraya había elegido acompañar la comida con agua gasificada.

—Debo admitir que tus habilidades culinarias no me sorprenden.

—¿Y eso?

—Recibí la canasta de chipas en el día de San Valentín.

Ella se quedó callada por unos segundos. Intentó decir algo pero solo pudo gesticular con la boca. Cuando él le había confesado que había enviado algo, solo había pensado en la canasta con deseos de recuperación que había recibido cuando había justificado su ausencia en el trabajo, con el hecho de que se encontraba enferma.

—Así que ahí fue a parar —murmuró y procedió a contarle lo que había sucedido el día de los enamorados.

—¿No te parece demasiada coincidencia que tú y yo termináramos saliendo?

—No lo había pensado así —sonrió levemente—. Pero no creo que me estés diciendo que crees en la magia que supuestamente ese día recorre el aire.

—¿No crees en la magia?

—Sí creo, pero no en el tipo de magia romántica que describes.

Zack le acarició la mano y la miró fijamente, aprovechando que tenía su completa atención.

—Cuando termine la velada recordarás que comí hasta el último bocado.

La castaña comenzó a reír, ignorando la cara de sorpresa de su acompañante. A Bale le costaba comprender qué estaba pasando con su habilidad. No era la primera vez que no funcionaba con Andraya.

  —Lo haré si lo haces. 

Comieron en silencio el resto de la comida. Andraya estaba demasiado ensimismada. Su vida en general había cambiado tan deprisa que se sorprendía que su corazón hubiera decidido abrirse. Quizá para contrarrestar todo lo malo que le había pasado. Porque aunque los inmortales consideraban un privilegio el ser uno de ellos, para ella era una maldición que no se podía revertir. Y ahora vivía con el miedo de caer totalmente en el precipicio y no ver más la superficie.

—¿En qué piensas, mijn lieverd?

Contestó lo primero que se le ocurrió.

—El señor y la señora Rodríguez son muy amables.

—Lo son. Venían con la casa —bromeó.

—Me parece tan tierno que trabajen en el mismo lugar y para la misma persona.

—Casi igual a nosotros ¿no?

—No. Tú no tienes jefe, yo sí —se levantó de la mesa y recogió los platos.

—¿Qué haces?

—Una regla que tengo desde pequeña es no dejar que otros limpien lo que yo he ensuciado.

—También ensucié yo.

—Lo sé. ¿Quieres ayudarme? Sabes secar ¿cierto?

—Por supuesto.

Terminaron de limpiar todo con rapidez y Andraya se despidió con un largo beso. Tenía un brillo especial en los ojos. Debía admitir que se sentía un poco más libre al saber que Alucar no estaba cerca y que Edigar estaba enfocado en la investigación del caso de los chocolates.

—No sabes la tortura que fue esperar que terminaran de cenar, cuando el delicioso aroma de la comida llegaba hasta aquí —se quejó Andrew cuando Andraya salió de la mansión—. Dime que dejaste algo para mí.

—No entiendo a dónde va a parar la comida que entra por tu boca —comentó mientras le acercaba la comida que había sobrado.

Andrew tomó un tenedor y empezó a comer como si no hubiese probado nada en días. La mayoría de las veces su amigo le parecía inmaduro para su edad, pero en el ámbito laboral se destacaba mucho y lo respetaba por eso.

—Te dije que esta noche quería estar solo aquí —le recordó.

—Lo sé, iba a irme si las cosas se ponían intensas entre los dos.

Zack gruñó desaprobando su comentario, no pudo añadir nada porque sintió que sus dedos se entumecían.

—El efecto roca está comenzando. Debo retirarme a mi habitación.

—¿Necesitas ayuda?

—Asegúrate que llegue a mi habitación. Las luces deben estar apagadas para que el efecto dure lo menos posible.

El rubio asintió, preguntándose por qué Zack no había elegido hipnotizar a su acompañante y ahorrarse todos las consecuencias de la píldora roca. Sabía que su amigo hacía lo posible por evitar consumir comida humada, entonces ¿qué había cambiado?

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