Parte 13
Los preparativos para la boda de Tricia y Derek fueron muy agotadores para casi todos, en especial para Andraya, quien se había encargado de la mayor parte para estar segura de que su amiga pelirroja no se estresara. Quería que tuviera el día perfecto y que nada saliera mal. Para Tricia debía ser suficiente con el embarazo.
La castaña se había asegurado de que la pareja solamente se encargara de elegir los tonos y el tema de la boda, lo demás estaba a su cargo. Le emocionaba tener su agenda tan llena que incluso había sacrificado horas de sueño. Se sentía como una estudiante de alguna carrera universitaria muy complicada en plena época de exámenes finales.
Las náuseas habían empeorado y los doctores no ayudaban mucho. Hasta había recurrido a un médico naturalista. Las ojeras la habían obligado a maquillarse permanentemente. Al parecer no desaparecerían a menos que alguien supiera lo que tenía.
A veces deseaba que el doctor House existiera en ese país, para así tener un diagnóstico confiable de su padecimiento. Sin embargo, la realidad era un poco más cruda ya que si lo que tenía no la dejaba en cama, a nadie le importaba investigar demasiado. Ni siquiera le hacían análisis. La doctora Ariana Ríos era la única que la había intentado ayudar de verdad. Tuvo que pensar mucho antes de asistir de nuevo a otra de sus consultas.
Ariana le había comentado sobre un inyectable experimental para las náuseas. Estaba registrado que había funcionado en ocho de diez personas. Andraya había aceptado al instante ya que sus obligaciones precisaban que estuviera en perfecta salud. Justo cuando iba a resignarse, un brote de esperanza surgió y empezó a sentirse mejor con el tratamiento. Con los días, las ojeras fueron perdiendo fuerza y ya no vomitaba todo lo que comía.
Andraya golpeó la puerta, dos veces, con los nudillos de su mano derecha antes de atravesar el umbral. Tricia estaba esperando muy ansiosa adentro. Tenía un hermoso vestido blanco tradicional. Ella había decidido utilizar el vestido que su madre había usado en su boda. El atuendo tenía mangas de encaje y un corpiño en corte corazón. Al contrario de la mayoría de las novias en su situación, Tricia se había sentido decepcionada de que su vientre no se hubiera abultado para la boda.
Andraya la había animado ya que era muy pronto para que el embarazo se hiciera notorio. Ivonne era la segunda dama de honor y la prima del novio era la tercera. Las tres llevaban vestidos celestes del mismo diseñador.
La boda se celebraría en la mansión de los Blanco. La ceremonia sería adentro y la fiesta en el enorme jardín. Doscientas personas asistirían ese día. En la primera reunión que había tenido con Derek, él le había sugerido que contratara a una organizadora de bodas. Andraya se había reído pensando que era una broma. No lo había sido. La castaña le había explicado al novio el motivo por el cual ella creía que era la indicada para encargarse de todo. Era la única forma de que Tricia estaría tranquila.
Ella misma se había encargado de verificar las respuestas a las invitaciones junto con Derek. Se habían convertido en amigos y ahora estaba más segura de que él podía hacer feliz a su embarazada amiga.
Era irónico que la boda que estaba organizando le causara más trabajo en el hotel. Había tenido que estar pendiente de que se cumplieran las exigencias extravagantes para todas las reservaciones, ya que la mayoría de los invitados venían del extranjero. El hotel estaba lleno en ese momento y lo seguiría estando durante una semana más.
—Todo está saliendo perfecto —comentó Ivonne recostándose por la barra para observar como Siro bailaba con la novia.
—Me alegra que sea así —le dijo Andraya antes de beber una copa de vino.
La pista de baile estaba llena. La fila de hombres que quería bailar con la novia parecía no tener fin.
—¿Los regalos están empacados? —interrogó la rubia.
Andraya asintió sonriendo. Había visto el escandaloso presente que Tricia había recibido para utilizarlo exclusivamente en su noche de bodas. No tenía idea de qué haría ella si estuviera en el lugar de la pelirroja. Andraya no se imaginaba saliendo con nadie y menos en una relación más íntima.
Ya no era una adolescente y era consciente de que no hacía falta estar casada con un hombre para tener relaciones, pero ella estaba segura que nunca lo haría con cualquiera. Consideraba que el nivel de intimidad que requería ese tipo de relación solo podía darse entre dos personas que si bien no se amaban, por lo menos debían gustarse mucho y ser amigos.
Tal vez debió nacer en la época en donde los hombres cortejaban a las mujeres y ellas decidían si querían casarse. Donde ellos eran caballeros y cumplir los votos matrimoniales era una cuestión de honor y no una tonta obligación.
—¿Cómo te llamas? —preguntó un atractivo moreno.
La castaña lo observó bien antes de contestar.
—Andraya... ¿y tú?
—Felipe. ¿Quieres bailar?
—Por supuesto.
Aceptó porque era una fiesta y debía divertirse. Además había visto que Tricia miraba en su dirección y no quería que se preocupara por ella. Ya había pasado tres meses de su último intento de salir con alguien.
De cerca, el hombre parecía más un adolescente. Lo confirmó al ver su inseguridad en la pista de baile. Se trataba de un chico inexperto y muy retraído, tal vez por su altura ya que le pasaba varios centímetros. Él había utilizado su voz prematuramente desarrollada para confundirla. Tal vez tenía dieciséis años. Pudo notar que un grupo de chicos los observaba atentamente y el miedo al rechazo de los ojos de Felipe.
—¿Vienes de parte del novio o de la novia? —interrogó la castaña
—De la novia. Soy un primo lejano.
Andraya casi acabó de comprenderlo todo. Tricia le había comentado que tenía muchos primos muy jóvenes, que veía muy raras veces. Muchos adolescente habían sido invitados de parte de la novia y Felipe era uno de ellos.
—¿Hay algún problema con el grupo de allá atrás? —se interesó.
El muchacho casi dejó de bailar por quedarse congelado en la pista. Andraya tuvo que seguir guiando para que eso no sucediera.
—Ellos... yo... es que me dijeron que nadie querría bailar conmigo y comenzaron una apuesta.
—Eres un chico muy apuesto, ¿por qué no querrían bailar con alguien así?
Felipe se sonrojó y después se relajó. Andraya sintió pena por el chico. Los demás lo estaban atacando por el lado del autoestima y ella no iba a permitir que sucediera eso. A pesar de que la diferencia de edad era mínima, ella sentía que había un abismo de conocimiento acerca del asunto de la vida que los separaba.
—Vamos a bailar cerca de tus amigos. Así les mostrarás que puedes con cualquier mujer.
El grupo de chicos dejó de burlarse y se quedó muy atento a la pareja. Andraya sabía que había llegado el momento de darles una lección. No debían subestimar a los demás.
Levantó su mano derecha hasta la mejilla del chico y acercó su rostro para darle un leve beso. Oyó los comentarios de sorpresa de los demás adolescentes y cuando se apartó ya habían desaparecido.
Después de la conmoción del beso, Felipe entendió lo que había hecho su pareja de baile.
—Espero que no haya sido tu primer beso —esperó esperanzada.
—Lo fue y fue fabuloso —dijo con un brillo en sus ojos.—Gracias —se retiró algo mareado.
Andraya se sintió feliz por haber ayudado a Felipe. La adolescencia tampoco había sido fácil para ella. De hecho, de no ser por Ivonne, ella no habría salido de su casa para ir a fiestas.
Llegó el momento en que Tricia debía lanzar el ramo y todas las chicas solteras se amontonaron. Ivonne arrastró a la castaña al medio de la multitud. La novia subió a la tarima donde los músicos estaban tocando. La cuenta regresiva de las emocionadas solteras debió escucharse en todo el barrio.
—No creo en éstas cosas —aseguró Andraya con la intención de retirarse.
—Quédate y aguarda —le sujetó Ivonne.
El tiempo se detuvo cuando el ramo salió volando de las manos de Tricia. Entre los gritos de las chicas, Andraya pudo ver que ella estaba en la trayectoria del objeto deseado por todas. Rápidamente, estiró a Ivonne para que la chica ocupara su lugar y se alegró cuando, después de un forcejeo, la rubia se quedó con el ramo.
—¡Siro, Siro! —salió gritando mientras las demás mujeres aplaudían con envidia.
Era para ti, le dijo su alter ego.
La castaña pidió un vaso de whisky con agua gasificada y se apartó de la fiesta para tomar un poco de aire. Encontró un sendero iluminado por pequeños faros amarillos que llevaba a un hermoso jardín apartado lleno de flores de distintos colores. A ella siempre le habían encantado las rosas blancas. Las paredes de piedra estaban cubiertas por gruesas enredaderas se unían formando un techo. El lugar era precioso y se notaba que alguien lo cuidaba mucho. Había una fuente con una estatua de un pequeño pájaro que soltaba agua del pico.
Le entró la duda de si el ave estaba llegando a su nido o planeaba escapar de él. Ella elegía escapar. Había una hamaca de hierro con otro pequeño farol. Se sentó y se permitió disfrutar de su bebida. Los pies empezaban a molestarle de tanto bailar. Escuchó el ruido proveniente de una pareja que se acercaba, dejó el vaso y se escondió entre los arbustos. Las risas y los susurros se hicieron más fuertes hasta que pudo reconocer la voz de Ema.
Se escabulló en la oscuridad para no interrumpirlos. Retrocedió de espaldas, vigilando que no se hubieran dado cuenta de su presencia hasta que chocó contra un sólido muro. Un momento. No recordaba haber visto un muro en el camino. Se volteó rápidamente y casi se fue de espaldas al ver que allí había un hombre observándola.
—Za —se interrumpió rápidamente— Señor Bale. Lo siento, no me estaba fijando por dónde iba.
Él la miró de arriba a abajo y sus ojos brillaron por un instante de pura aprobación masculina. Andraya intentó calmar su respiración, su agitación no se debía precisamente al pequeño choque. No quería admitirlo, pero durante las dos primeras semanas de la ausencia de Zack, ella había esperado algo ansiosa que él ingresara a su oficina para darle nuevas órdenes o simplemente hacerle saber que había regresado; aquello no había sucedido. Casi no podía creer que lo tuviera enfrente.
Más guapo que nunca, pensó con pesar.
—¿Te gusta la oscuridad? —sus pensamientos fueron interrumpidos por la voz del hombre.
—No me importa, siempre que haya una luz —respondió en piloto automático.
Se miraron sin decir nada por un tiempo, no estaba segura de si fue por segundos o largas horas, hasta que, inesperadamente, Zack la tomó entre sus brazos y la besó. Se sorprendió al recibir el beso de un hombre hambriento, y no precisamente de comida. Nada que comparar con el beso que le había dado a Felipe. Los labios del azabache se movían sobre los suyos con posesión, como si hubiera esperado mucho tiempo por ese momento. Andraya dejó de pensar y empezó a flotar en un universo paralelo. No recordaba que los besos le hicieran sentir tan débil. Sus piernas temblaban tanto que temía caerse. Todo en ese hombre la atraía, por más que no quisiera admitirlo. Había algo en él que no la dejaba tranquila cuando estaba cerca. Quería quedarse mucho, mucho tiempo muy cerca de él.
El sonido de algo de cristal rompiéndose, proveniente del jardín escondido de donde había huido, la regresó al presente. ¿En qué momento había empezado a deslizar sus manos por el cabello de Zack?
—¿Por qué lo hizo? —preguntó al separarse, enfadada consigo misma por haberse dejado llevar.
—Ya es hora de que dejes esa bobería de tratarme de usted.
—¿Por qué? —volvió a preguntar.
—¿Qué sucede? ¿Acaso solo recibes con gusto los besos de adolescentes inexpertos?
Lo malo de guardarse muchas emociones dentro era que todo podía explotar en un segundo sin previo aviso. Era una verdadera lástima que esa mañana Andraya no hubiera descargado sus frustraciones en el gimnasio de su edificio, como acostumbraba hacerlo cuando estaba algo estresada.
Cuando volvió en sí, su mano derecha estaba adolorida y el rostro de Zack estaba ladeado. Ella estaba casi tan sorprendida como él por la cachetada que le había dado. Se odió a sí misma por ser tan impulsiva cuando él estaba cerca. El pensamiento de que Zack era su jefe debió haber prevalecido sobre cualquier otro sentimiento de enojo.
Cientos de ideas se asomaron por la cabeza de la castaña. Tenía que decir o hacer algo. Incluso pensó en desmayarse para no tener que enfrentar lo que había hecho. Pero esa idea se borró inmediatamente al ver la furia en los ojos del hombre. Algo en su interior gritó desesperadamente que no deseaba que él la odiara.
Bale tomó su mano adolorida con brusquedad y la examinó para saber si el impacto le había roto algún hueso.
—No vuelvas a hacer eso o me olvido que eres... —se detuvo a sí mismo antes decir algo que lo comprometiera— mujer.
—¿Serías capaz de lastimarme? —preguntó horrorizada.
—Existen otras maneras de vengarse —le aseguró con una sonrisa casi macabra.
Despedirme, pensó Andraya.
"Besarte hasta dejarte sin aliento", quería completar Zack.
—Además, tú ya hiciste el trabajo por mí —continuó examinando la mano rosada de la castaña.
Andraya se soltó y salió corriendo. La mano le dolía mucho y no podía mover el dedo pulgar. Debía huir de ese lugar. Ese no había sido el reencuentro que habría imaginado. Ni siquiera había pensado que alguna vez golpearía a un hombre después de que la besara. Lo peor de todo era que el beso le había encantado.
Buscó a Ivonne entre las personas de la fiesta y la encontró bailando con su novio. Se acercó con rapidez al ver que Zack la seguía sin prisa.
—Necesito tu ayuda amiga —estiró a la rubia y le pidió una bebida a Siro.
—¿Cuál es el problema? —preguntó reprimiendo un ataque de hipo.
—Andraya —le llamó Zack molesto.
No importaba lo infantil que actuaba, Andraya no iba a quedarse sola con Zack por nada del mundo. No, si podía evitarlo. Ella estaba consciente de que si él la volvía a besar, ya no iba a poder resistirse a responderle como había querido hacerlo. No era correcto besuquearse con el jefe, eso solo complicaría las cosas.
—¡Sr. Bale! —exclamó Ivonne al voltearse.
Andraya sujetó de atrás a su amiga para que cumpliera la función de un muro. Zack intentó llegar hasta ella caminando alrededor de Ivonne pero Andraya no dejaba de moverse. La rubia sonreía como si estuviera jugando en el jardín de niños.
—Si no estuviera tan borracha pensaría que aquí sucede algo extraño entre ustedes —comentó cerrando los ojos.
Zack bufó molesto. No le gustaba lo que la castaña estaba haciendo. Quería hablar con ella a solas. Extrañamente, la cachetada le había dolido. No entendía de dónde había sacado tanta fuerza si se veía tan débil.
Raya paró el juego cuando notó que Ivonne empezaba a marearse. Afortunadamente Siro apareció y se encargó de la rubia.
—No quiero hablar de lo que sucedió.
—¿Hablas de la cachetada o del beso? —interrogó acorralándola.
—De ambos... Yo no... tú no.... No puedes...
Le costaba trabajo juntar las palabras para terminar una oración. Sentir el aliento del hombre cerca del suyo no le ayudaba mucho. Intentaba pensar en algo que sirviera como motivo suficiente para alejarlo. No se le ocurría nada.
—¿No puedo? —interrogó con curiosidad.
—¡No puedes! —afirmó frunciendo el entrecejo.
Zack le acarició el rostro y Andraya tembló en contra de su voluntad.
—¿Qué es lo que no puedo hacer? —volvió a preguntar.
—No puedes besarme como lo hiciste hace un momento. No soy igual a las demás mujeres con las que acostumbras salir.
—Eso no tienes que mencionarlo.
Quiere distraerme, pensó mortificada.
—Por favor, no vuelvas a acercarte —le suplicó retrocediendo.—No me gustas.
—¿Y el beso? ¿Respondes así con todos los hombres que te besan? —se interesó.
—Lo hice por obligación —le mintió sin mirarle a los ojos.
Zack sabía que ella no decía la verdad pero la dejó marchar. No quería abrumarla antes de tiempo. Ella aún no estaba preparada para aceptar la atracción que existía entre ellos. Había visto en sus ojos cierto temor que no lograba comprender. Tenía que averiguar más cosas sobre su pasado. Quizá algún ex novio la había lastimado.
Al final, con su advertencia, Derek sí que había liberado al lobo.
Andraya se lavó el rostro antes de abandonar el baño. No le importaba salir sin maquillaje ya que la mayoría de los invitados ya se habían retirado. Además ya no tenía las horribles ojeras que le habían estado molestando días antes. Tomó su bolso de la habitación donde se había arreglado y bajó para ver si su taxi había llegado. Si tenía suerte no iba a volver a encontrarse con Zack.
Después de indicarle su dirección al hombre que conducía el taxi, se recostó y cerró los ojos. Se sentía agotada por todo el ajetreo de la boda. Ya después pensaría en lo sucedido con su jefe. Anotó mentalmente que no debía olvidar que era su jefe. Ese podía ser el principal motivo por el cual el beso no debió haber sucedido.
Cuando abrió de nuevo los ojos, se percató de que el taxi no se estaba moviendo. El conductor tampoco estaba en su puesto. Las luces del auto seguían encendidas. Buscó su bolso por todos lados y no lo halló.
Debo dejar de dormirme dentro de los autos, se reprendió a sí misma.
Andraya decidió bajarse y se sorprendió al ver que estaba en un lugar a las afueras de la ciudad. Las estrellas y la luna estaban más cerca esa noche. No tenía idea de la hora y era consciente de que al día siguiente debía ir a trabajar. De no ser por los grillos, el silencio sería absoluto. Una enorme casa de dos plantas se alzaba ante ella. Parecía muy antigua y algo descuidada. Tenía una única ventana en el segundo piso y los vidrios tenían tres hoyos.
Al subir por los escalones del pórtico, la madera empezó a rechinar. La castaña avanzó con cuidado hasta llegar a la puerta principal. Quizá el taxista había tenido ganas de ir al baño y había pensado que ella no se molestaría si se detenía unos minutos. Seguro había tomado su bolso para asegurarse de que ella pagaría por el viaje. Cuando iba a tocar la puerta, ésta chilló abriéndose lentamente. Andraya pensó en recomendarle al taxista que pusiera aceite a las bisagras.
Por unos segundos se sintió en una película de fantasía. La casa era preciosa por dentro. Estaba perfectamente ordenada y limpia. El piso de las habitaciones estaba tapizado con una alfombra bordó con pentágonos concéntricos que se intercalaban entre el blanco y el rojo. En la sala había sillones acolchonados de color rojo y una mesa de madera con flores turquesas en el centro. Las paredes eran de color mostaza al marrón.
—¡Hola! ¿Hay alguien aquí? —gritó para que la escucharan.
Se acercó a las flores y se percató de que eran naturales. También había una chimenea cerca que tenía leña pero no tenía rastro de cenizas ni madera quemada. Era como si estuviera allí solamente como parte del conjunto de la decoración.
—¡Hola! —volvió a gritar.
Nadie le respondió. Al otro lado de la sala había otra puerta que estaba abierta. Se asomó por allí y vio que había un hermoso pasillo. Los marcos de los cuadros en las paredes eran de oro y las obras eran de arte abstracto. El piso era de madera y brillaba como si la hubieran encerado recientemente.
La persona que vivía en esa casa era afortunada al poseer tanto estilo y buen gusto. Uno de sus grandes sueños era tener una casa tan linda como esa. Tendría que asegurar su sueño manteniendo su trabajo ya que sus gastos médicos casi habían agotado sus reservas.
La habitación siguiente era un estudio mediano con repisas de maderas. Un solitario escritorio estaba en un rincón con papeles desparramados y, un sillón verde musgo con almohadones ocres estaba en el centro.
Inesperadamente, uno de los libros de la repisa cayó al suelo. Se apresuró a levantar el ejemplar y leyó la portada. El oscuro mes. Había una casita de madera prácticamente destrozada debajo del título.
—Es un libro interesante —comentó una voz desconocida.
Andraya apretó el libro contra su pecho y retrocedió. Aquel hombre no era el taxista. Era robusto y tenía el cabello y la barba de color gris casi blanco. A pesar de no tener arrugas, la sabiduría de sus ojos revelaba que había pasado los sesenta. Encima de la camisa blanca y el pantalón marrón tenía un grueso albornoz del mismo azul que las pantuflas.
—¿Quién eres? —interrogó con acento extranjero, avanzando hacia ella.
—Andraya Caro. El taxi que está afuera... yo me quedé dormida... bebí más de la cuenta... —empezó a decir sin llegar a ningún lado.
—No hay un taxi afuera —le interrumpió con el entrecejo fruncido.
—Claro que sí —esquivó al hombre y regresó sobre sus pasos sintiendo que la seguían.
Ahogó un gemido de sorpresa al darse cuenta de que el desconocido tenía razón. No había rastro de ningún vehículo.
—Yo... bajé porque el taxista se había llevado mi bolso...
—¿Hablas del bolso que tienes en la mano?
Andraya se percató que el libro ya no estaba y en su lugar tenía su bolso. Se sintió asustada, mareada y enojada. Era como si estuviera siendo víctima de una mala broma de televisión.
Seguro es el alcohol.
Sacó su teléfono del bolso y bufó al ver que estaba apagado. Con el ajetreo de la boda había olvidar que debía cargarlo. El cargador portátil que llevaba consigo tampoco ayudaba porque lo había utilizado esa tarde.
—Necesito un taxi. Algo raro sucede aquí y no quiero ser parte de esto.
—Por supuesto. Eso siempre sucede cuando el alcohol está en el organismo —el hombre le indicó con la mano que podía ingresar de nuevo a la casa.
—Llegué aquí en un taxi —le aseguró ya que no le gustaba que le trataran de mentirosa.
—Eso no lo dudo. Lo que me interesa saber es por qué no fuiste a tu casa y pediste que te trajeran aquí.
Ese hombre era imposible. Estaba segura de que no le creía. Le miraba con burla y la trataba como si no pudiera mantenerse en pie después de haber bebido dos botellas de whisky.
—Lo diré una vez más. Me quedé dormida y al despertar, el taxi estaba sin conductor y no encontraba mi bolso. Pensé que el taxista bajó para ir un momento al baño y se llevó mi bolso como garantía.
—Creo que será mejor que continuemos charlando adentro —se frotó los brazos al percibir la brisa.
Andraya se apresuró después de escuchar el aullido de un animal salvaje. No tenía planeado que la atacaran de nuevo. Necesitaba estar bien y regresar a su trabajo para enfrentar a Zack ¿Por qué pensaba en él de nuevo?
—Puedes llamarme Alucar —le informó el hombre después de colgar el teléfono—Tu taxi llegará en media hora.
—¿Tanto tiempo? —se lamentó sentándose en uno de los sillones de la sala.
—Pareces algo ansiosa. Te aseguro que soy un buen hombre, no hay nada que temer. Te traeré una bebida.
—Justo como dicta la buena educación —comentó la castaña después de verlo desaparecer por la puerta.
Alucar regresó con una bandeja con dos tazas negras. Andraya dudó un poco antes de tomar una de éstas. Como muestra de su fe en la humanidad, bebió el contenido. El líquido era lo más delicioso que había probado. Tanto que se lamentó cuando se acabó.
—¿Qué es? —preguntó limpiándose la boca con el brazo.
—Es sangre —le contestó con una sonrisa.
La castaña intentó reír pero no le salió. Sí, el líquido era rojo, pero no podía ser sangre. No debía serlo.
—Lo siento, pero no me encuentro muy bien. Aprecio que quieras levantarme el ánimo con un chiste...
Alucar le miró con sorpresa. En un caso normal, la mujer debía abalanzarse sobre él para arrebatarle más sangre. ¿Por qué ella se mostraba más molesta que ansiosa? Estaba sumamente intrigado en todo lo que representaba Andraya Caro. Le había tomado semanas averiguar lo que había sucedido exactamente la noche en que ella había dejado de ser una mortal más.
Hasta se había encargado de que el vigilante nocturno viajara a otro país para tener más libertad en su investigación. No se había sorprendido al deducir que una vez más, el error había sido cometido por un humano.
—No era un chiste¿Quieres más?
La castaña asintió. Se sentía sedienta después de tomar el líquido. Quizá "sangre" era el nombre de un nuevo trago. Eso tenía mucho más sentido a que el hombre le ofreciera sangre real. Además no sentía el olor de hierro, característico de esa sustancia.
—Está delicioso —comentó al dejar la segunda taza en la bandeja que estaba en la mesita frente a ella.
—¿Te sientes mejor? —Alucar se acercó.
—Sí, mucho mejor. Me siento con energía.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo y cerró los ojos unos segundos. Era como si un líquido frío e incómodo le estuviera recorriendo el cuerpo. Un agudo pitido la dejó sorda por unos segundos.
Al abrir los ojos todo se veía diferente. Las luces parecían hechas para hacer daño a los ojos. Parpadeó un par de veces antes de acostumbrarse. Sus brazos se veían diferentes con extrañas pecas que la recorrían por completo.
—¿Es una especie de alergia? —se levantó de su lugar al no reconocer su propia voz.
—Es algo un poco más complicado —respondió acercándole un antiguo espejo con mango de oro.
Las manos de Andraya temblaban. Con dificultad acercó el espejo y lo soltó bruscamente al ver a una extraña del otro lado. Con una increíble velocidad, Alucar sostuvo el espejo a centímetros del suelo. Se quedó congelada al ver que el hombre mayor había desafiado su edad al moverse tan rápido como un superhéroe.
No sabía qué era peor, su increíble reflejo o que Alucar no fuera una persona normal. Instintivamente buscó la salida con la mirada. El hombre se dio cuenta y sonrió casi con tristeza.
—Puedes salir cuando quieras. Aunque yo te recomendaría que me escuches unos segundos —levantó de nuevo el espejo y la apuntó con él.—Es un espejo común y corriente.
Andraya se acercó a su reflejo. Tenía la expresión sorprendida al borde del llanto. Tomó un mechón de su cabello en sus manos y corroboró lo que temía, era de color rojo intenso. Su flequillo había crecido tanto que tenía una raya en el lado derecho de su cabeza, dejándole un peinado que jamás había intentado antes.
—No lo entiendo.
—Aunque parezca extraño, tu cabello es natural.
—El pelirrojo natural es casi rubio —le contradijo susurrando.
—Así como lo que te sucede no es un proceso normal, el color de tu cabello no obedece a las reglas normales de los fenotipos humanos.
—¿Humanos? —se acercó a un rincón y se sentó abrazando sus rodillas.
Respiró hondo varias veces y trató de analizar lo que sucedía. Desde el momento que había pisado esa casa cosas extrañas habían ocurrido. Primero el libro y su bolso, después la bebida y su piel, por último su aspecto. Sus ojos ahora eran verdes.
—Debe haber una explicación lógica para todo —se susurró tres veces antes de recobrar la postura.
Alucar la observó atentamente. Ella estaba luchando por permanecer en calma y no salir huyendo. Necesitaba escuchar la explicación racional de todo lo acontecido desde que se había levantado en el taxi. No podía alejarse de ese lugar antes de saber qué le había sucedido. Iba a ser peor quedarse con la eterna duda.
Se levantó con dificultad y se sentó en uno de los sillones cercanos a Alucar.
—Escucharé todo lo que tengas que decir y decidiré si me volví loca —le informó más tranquila.
—Será mejor que empiece desde el principio.
—De acuerdo. Trata de resumir todo porque no sé cuánto estoy dispuesta a soportar.
Alucar asintió comprendiendo. Ella aún no sabía que podía aguantar mucha más presión que una persona normal.
—Hace aproximadamente dos meses te atacaron en un callejón. Perdiste mucha sangre y estuviste a punto de morir. Usaron tres bolsas de sangre para compensar la hemorragia. Una de esas bolsas contenía una sangre especial. Una sangre que no debió estar ahí. La transfusión no se hizo a tiempo y tu corazón se detuvo.
—Ahora recuerdo haber despertado en la morgue ¿Por qué?
—Por alguna razón la sangre especial aceptó la tuya y te regresó a la vida.
—Pero estuve en coma.
—Lo sé. Tu cuerpo necesitó tiempo para reponerse. La sangre que aceptó no era suficiente y los cambios hicieron colapsar tu organismo. Incluso al despertar tu cuerpo seguía cambiando. ¿Recuerdas algunos de los síntomas?
La pelirroja asintió. Su falta de sueño, las ojeras, los mareos y las náuseas ahora tenían una explicación. No era la misma mujer que había entrado en el callejón la fatídica noche del ataque.
—Si todo esto se debió a esa sangre especial que mencionas, entonces gracias a ella estoy viva —dedujo en voz alta.
—Exacto. Es gracias a esa sangre que tu cuerpo sigue funcionando.
—¿De quién era esa sangre? O tal vez debería preguntar ¿de qué criatura era?
—Era de un inmortal.
—¿Era tu sangre?
—No. Incluso para los inmortales esa sangre es peculiar. Lo importante es que ahora sabes que no eres igual a los demás. Eres una de nosotros.
—Lo siento —frunció el entrecejo.—No tengo idea qué debo imaginar cuando dices "inmortal" ¿Soy una persona normal pero que vivirá más tiempo? ¿Hay un mundo paralelo al estilo Harry Potter o Tierra Media?
Alucar rió divertido ante la imaginación de la pelirroja. Era normal que su cabeza tratara de buscar una explicación tomando como referencia historias relacionadas a libros de fantasía.
—Somos lo más parecido a lo que los mortales llaman vampiros. Es un término que nos resulta muy molesto. Nos alimentamos netamente de sangre para sobrevivir, es por eso que vomitas casi todo lo que comes.
—La sangre que me diste no era humana —le aseguró.
—Eres muy perceptiva. Lo que bebiste provenía de una píldora especial que inventé para no tener que matar mortales. El sabor es de sangre de animales herbívoros. No te equivoques, —se apresuró a eliminar cualquier esperanza de fraternidad entre las dos especies— la mayoría de los inmortales odiamos a los mortales. No los matamos solo para preservar nuestra identidad oculta.
Ella no le creyó la última parte. Ese hombre no parecía tener intenciones de dañar a ningún ser vivo. Era compasivo y paciente.
—¿Me quedaré así para siempre? Nadie podrá reconocerme y eso representa un gran problema.
—No. Tienes un camuflaje, tu antiguo yo. Debes saber que el aroma de tu sangre es muy especial y atrae a los inmortales —le informó cerrando los ojos.—Eres inmortal y aun así tu aroma invita a beber de ti. Es por eso que tienes ese camuflaje. Tu cuerpo evolucionó para sobrevivir. Cuando estás con tu aspecto normal el delicioso aroma se esconde y no hay problema. A partir de ahora debes tener más cuidado. Primero: debes usar perfume en tu vida diaria porque sería muy extraño que no huelas a nada. Segundo: cuando tengas los ojos verdes y el pelo rojo deberás estar atenta. Si hay algún inmortal cerca seguramente te confundirá con una mortal y, si no tiene mucho control, intentará beber de ti.
Andraya sintió una presión en el pecho, le aterraba la idea de que la atacaran.
—¿Eso me mataría?
—Si beben directamente de ti creo que no.
—¿Lo crees?
—Como te dije antes, la sangre que te dio vida es especial. Eso significa que no puedo predecir nada hasta estudiarla un poco más.
—Pero dijiste que tomaban píldoras de sangre ¿Por qué querían atacar a mortales?
—No todos siguen las reglas.
—¿Cómo sabes tanto de mí?
—Tuve bastante tiempo para observarte.
—Bien ¿Cómo hago para volver a la normalidad?
—Tendrás que descubrirlo tú sola. No estoy seguro de cómo funciona.
—¿Por qué me ayudas? —interrogó al darse cuenta de que cualquiera no lo habría hecho.
—Eres una de nosotros y tienes derecho a saber lo que está sucediendo contigo.
—Estoy muy agradecida por toda la explicación. Hasta ahora tengo un millón de preguntas pero no estoy segura de poder asimilar todo de una vez —se levantó del sillón con pereza.—Necesito regresar a mi ambiente. Quiero sentirme normal ¿Lo del taxi era cierto? —preguntó antes de atravesar el umbral.
—Puedo llevarte si quieres.
—No es necesario. Necesito cambiarme de ropa.
Alucar le indicó donde quedaba una de las tantas habitaciones para huéspedes para que se alistara. Ella sola debía encontrar su conexión con la noche.
—Solo te pido que no comentes con nadie mi caso. No quiero que los demás me miren de forma diferente. Necesito tiempo para acostumbrarme.
—¿Quieres que tu identidad permanezca en el anonimato? —interrogó intrigado.
—Sé que puede parecer que es mucho pedir, pero lo quiero así. Ni siquiera sé cómo regresar a la normalidad —se lamentó intentando disimular su desesperación.
Andraya se vistió con la ropa que había guardado en su bolso en caso de que la fiesta se extendiera tanto y tuviera que quedarse a dormir en la mansión de los Blanco. Había elegido una ancha remera blanca con estampado que solo cubría uno de sus hombros y unos shorts negros que le llegaban hasta la rodilla. Era una lástima que no hubiera cargado unos zapatos bajos ya que los que tenía ya le molestaban mucho.
Cuando se sintió lista, se despidió de Alucar, prometiendo regresar, y se encaminó a casa. Debía estar atenta al camino para que no se le olvidara. Quizá debió dejar un rastro de migas de pan para asegurarse.
Las hormigas se lo comerían.
Daba igual. Se sentía como si se hubiera sacado una mochila muy pesada de los hombros. No podía dejar de mirarse las pecas de los brazos. Era como si la hubieran salpicado con gotas de dulce de leche. Tenía suerte de que la carretera estuviera un poco iluminada. Quizá hasta podría ver en la oscuridad. Apresuró el paso. Con suerte el conserje estaría dormido cuando llegara y no la vería entrar.
Llegamos al principio de la historia. Hasta la próxima. Gracias por leer
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