Parte 11

—No puedo comer nada sin vomitarlo de nuevo. No sé cuánto más aguantará mi cuerpo —escuchó que decía Andraya en el teléfono.

Ariana había estado escuchando atentamente a su paciente. Por fortuna, el misterio del estado de la misma no duraría para siempre. Ya había conseguido refuerzos.

—Mmm... ¿Has dormido bien? —siguió anotando en la libreta que sostenía.

—No mucho.

—Te espero mañana en mi consultorio.

—De acuerdo. Iré antes del trabajo.

—Mientras tanto bebe todo el líquido que puedas e intenta comer algo liviano.

Cuando Ariana colgó la llamada en su celular, se acercó a atender a su invitado. Alucar había llegado minutos antes de recibir la llamada de Andraya. Él era el inmortal más sabio y el más viejo de todos. Parecía un hombre de cuarenta años y tenía una espesa barba gris. No tenía ni una arruga en el rostro, pero sus ojos verdes reflejaban una infinita paciencia que solo algunos hombres mayores lograban conseguir después de haber tenido una existencia plena.

—Te agradezco que hayas venido —Ariana le besó la mejilla derecha antes de sentarse a su lado—. Tengo entendido que estabas haciendo algo importante en África.

—Sí, pero no podía negarme a venir si el pedido de ayuda venía de tu parte —sonrió con amabilidad.

—He ordenado que arreglaran tu casa. Creí que te gustaría regresar y verla.

—Me conoces bien —asintió estando de acuerdo—. Pero no perdamos más tiempo ¿Qué sucedió?

—Se trata de una paciente, Andraya Caro. No puedo explicar lo que le sucede. Ella fue atacada en un callejón. Después de ingresar al hospital se le dio por muerta. Horas después, la encontré en uno de los pasillos.

—¿Ella recuerda todo? —interrogó el hombre con curiosidad.

Ariana negó con la cabeza.

—Después de todo estuvo tres semanas en coma con mucha fiebre. Los órganos internos que fueron lastimados en el ataque se regeneraron a los tres días.

—¿Notaste algo en el aroma de la sangre?

—No es una de nosotros —afirmó la mujer con seguridad.

—¿Notaste algo en el aroma de la sangre? —volvió a preguntar.

—No.

—Permíteme —abrió su mano frente a ella.

Ariana asintió y le entregó su mano. Cerró los ojos cuando Alucar le mordió en la palma. Su mente quedó en blanco.

Andraya se sorprendió al escuchar golpes insistentes en la puerta principal de su apartamento. Tal vez Ivonne se había olvidado de sus llaves en el hospital. Al abrir la puerta se encontró con Tricia. Su amiga pelirroja lucía diferente, tenía los ojos rojos y el maquillaje corrido.

—¿Estás bien? —le preguntó después de hacerla pasar, rogando en su interior que su amiga no hubiera sido víctima de algún malhechor.

—No, estoy destrozada —pudo decir antes volver a llorar.

Andraya abrazó a su amiga. No tenía idea de lo que sucedía en ese momento. Deseó ser otra persona, deseó poder confortar a su amiga. El problema estaba en que no era buena en hacer eso. Entre los hipidos de Tricia, pudo entender que el problema estaba relacionado con Derek.

—¿Terminaron? —le preguntó después de acercarle un vaso de agua.

—No. Me pidió matrimonio.

Con esa respuesta se sintió más perdida. Su amiga era de las que pensaba que el matrimonio era un motivo de felicidad. Y algo en su interior le decía que "feliz" no era una palabra que podía describir a la pelirroja que estaba abrazando.

—¿Las lágrimas son de felicidad? —entrecerró los ojos esperando equivocarse.

—No.

Tricia le contó que después de aceptar casarse con Derek, él le había dicho que antes de celebrar debía hacerle una confesión que podría hacer que ella quisiera romper el compromiso.

—¿De qué se trata? —preguntó Andraya con interés.

—No puedo decírtelo.

—Entiendo ¿Qué le dijiste después de la confesión?

—Salí corriendo. Lamento molestarte —se sonó la nariz—. Seguro estabas durmiendo.

—Las amigas están para apoyarse en los momentos difíciles —le volvió a abrazar.

—No sé qué hacer —se lamentó la pelirroja.

—¿Lo amas?

—Con todo mi corazón. Desearía no hacerlo —se lamentó.

Andraya no sabía qué agregar. Tenía muy poca información. Además, ella no tenía experiencia en temas relacionados al amor. Nunca se había enamorado y esperaba no hacerlo jamás.

—¿Lo que no sabías cambia lo que sientes por él?

—No.

—Bien. Como yo lo veo tienes dos opciones: lo aceptas o lo olvidas.

Tricia lo pensó con detenimiento. La confesión de Derek había cambiado su mundo. Le había dolido darse cuenta de que no conocía bien al hombre que amaba. Nunca había sido él mismo con ella. Había vivido una mentira mucho tiempo.

—Yo creo que no puedo vivir sin él. Pero me gustaría que las cosas estuvieran como antes. Sin saber la verdad.

—Tricia, cada vez que hablas siento más curiosidad ¿Podrías vivir con la verdad? ¿Te mintió por tu bien?

La pelirroja asintió dos veces.

—No hay más que decir.

—¿Estás diciendo que lo acepte? —sus lágrimas de detuvieron.

—De ninguna manera. Yo no digo nada. Tú debes tomar la decisión. Eres tú la que vivirás con ello.

—Gracias amiga.

—No me agradezcas. Ahora iré a preparar una cama extra para que te quedes a dormir en mi habitación.

Tres horas más tarde, Andraya estaba sentada detrás de su escritorio. No había despertado a Tricia porque consideraba que se merecía un buen descanso para tomar la decisión que marcaría su vida. Había cambiado la hora de su consulta médica que ahora sería al mediodía.

—Adelante —dijo cuando alguien tocó a su puerta.

—Buenos días —saludó Zack, sin entrar—. ¿Sabes dónde está Tricia?

Andraya se levantó de su lugar y se acercó al hombre.

—Ella ha tenido un asunto personal que resolver. No creo que se presente hoy —la mujer se dio cuenta de que Zack tenía varias carpetas en las manos—. ¿Necesita que haga algo? —se ofreció a pesar que estaba muy ocupada.

—Encárgate de esto —le ordenó pasándole las carpetas.

—De acuerdo ¿Alguna otra cosa?

Zack no se molestó en responder. Simplemente regresó a su oficina. ¿Cómo un hombre tan atractivo podía ser tan idiota? Ella se había ofrecido a ayudarlo y él le había ordenado. Se propuso terminar lo que le había dado en una hora, así podría ir a molestarlo.

Terminó antes de lo previsto. Zack la observó sorprendido por la eficiencia que había demostrado. Como era de esperarse, Bale no fue capaz de pronunciar un "gracias". Simplemente apartó la mirada de su computadora personal y se dedicó a dar una hojeada rápida a todo el trabajo de la castaña.

—Puedes retirarte —le indicó donde estaba la puerta.

Las tres semanas de ausencia no habían interferido en la buena relación que tenía con los empleados del hotel. Ellos aún se sentían cohibidos en presencia del nuevo dueño y por eso, algunos de ellos se habían acercado a la castaña durante el día para expresar lo que les preocupaba.

Raya elaboró un informe detallado y corroboró algunos rumores que había escuchado. Inspiró hondo antes de ir decidida a hablar con su jefe. No le importó ignorar por completo el hecho de que Ronda le dijera que él estaba muy ocupado.

—Señor Bale, he notado que ya es hora de cambiar al chef del restaurante —informó al ingresar sin haber golpeado siquiera la puerta de madera.

El azabache no ocultó la curiosidad que le produjo la invasión de Andraya. Cerró el ordenador portátil que estaba utilizando y se recostó por el respaldo de cuero negro de su silla.

—¿A qué te refieres? —preguntó juntando las manos encima de su estómago.

—¿Ha probado alguno de sus platillos?

Zack afirmó. Claro que para él la comida no tenía sabor. Era como comer papel. Solo seguía las instrucciones de masticar y después tragar.

—¿Ha perdido el sentido del gusto? —le preguntó de forma directa—. Tal vez su paladar es tan exquisito que no ha notado el sabor —le entregó una carpeta—. He hablado con el maître. Las reservaciones han disminuido. También le adjunté una copia del menú. La mayoría de las opciones no se pueden pronunciar.

—Son platos internacionales —justificó tratando de hacerla sentir inferior.

—Platos que si no son apreciados significan lo mismo que un puñado de arena.

Andraya se estaba fastidiando y casi no pudo disimularlo. La mirada de indignación que lanzó al hombre y las manos en su cintura no ayudaron mucho.

—¿A dónde quieres llegar?

—Tengo dos puntos. El primero: si usted no me pusiera tanta burocracia yo hubiera podido solucionar este problema en el momento en que me di cuenta de lo que sucedía. Es inconcebible que los comensales hayan soportado esta clase de comida por tanto tiempo.

Zack estaba impresionado con esa mujer. ¿Le estaba diciendo que él no podía hacer bien su trabajo? Arturo Gómez, más conocido como Arthur, había renunciado al segundo día de la ausencia de Andraya. Se había sentido muy ofendido por el trato que le había dado el azabache.

—¿El segundo punto?

—Voy a despedir al chef.

—¿Está sugiriendo que lo despida?

—No. Le estoy informando que lo voy a despedir. Creo que ha notado que los comensales vienen de afuera y que los huéspedes no comen aquí. Si perdemos a los pocos que vienen ahora, el restaurante tendrá que cerrar.

—¿Debo asumir que es mi culpa?

¡Claro que sí!, quería gritarle pero se contuvo.

—Creo que si tratara mejor a los empleados ellos no se sentirían tan insultados —le criticó.

—¿Quieres traer de nuevo a Arturo?

—Arthur —le corrigió—. Creo que él es el indicado. Conoce la cocina local y un poco de la internacional. Tenemos suficientes profesionales en el país, no necesitamos a los extranjeros. Sin ofender.

—¿Algo más que quiera decir?

—No creo que usted haya sido el de la tonta idea de traer al nuevo chef.

—Fui yo.

—Ah... entonces lo siento —dijo antes de retirarse.

Andraya llamó a Arthur y lo convenció de regresar para esa misma noche. El hombre le agradeció la oportunidad después de quejarse largo tiempo del mal carácter de Zack Bale. Andraya había sentido una inexplicable necesidad de defenderlo. Después pidió que el chef reemplazante fuera a su oficina. Había utilizado su habilidad de relacionarse con los subordinados para convencer al nuevo chef de que lo mejor sería conseguir trabajo en otro lugar. Al final de la charla, el hombre le había agradecido a Andraya por hacerle ver que trabajar ahí no lo hacía sentirse particularmente bien.

Cuando regresó de la consulta médica, Andraya se encontró con que había varios oficiales de la policía en el hotel. Se acercó a preguntar qué sucedía y le indicaron que la estaban buscando.

Zack había salido y Edigar Plamos la esperaba en su oficina.

—Detuvimos a un hombre que asaltó un almacén. Encontramos un poco de su sangre en su collar —le informó.

—¿Cómo es posible? Fue hace mucho tiempo.

—Los laboratorios tienen equipo avanzado.

—¿Por qué no llamaste a mi abogado?

—Tu abogado viene en camino.

Minutos después, Sebastián Contreras ingresó a la oficina. Parecía muy agitado y sus anteojos estaban por caerse. El hombre tenía unos veintisiete años, era muy delgado y sus ojos eran negros y su cabello rubio. Tenía el típico aspecto de un nerd.

Andraya lo había elegido como abogado porque había notado su potencial. Quería ayudar a los demás y ese hombre merecía que alguien le mostrara que otra persona aparte de su madre podía confiar en él. Lo había elegido a él en lugar del abogado del hotel.

—Tendrán que acompañarme a la comisaría —les dijo Edigar.

—¿Para qué?

—Para ver si reconoces al sospechoso.

—Andando —Andraya tomó su bolso antes de salir.

La comisaría de la capital no era como lo había imaginado. No había celdas de hierro negro como del siglo pasado, las paredes no estaban sin color y los pisos no eran de color marrón. Había mucha luz, las paredes eran de color celeste y los pisos blancos brillaban de limpios. Andraya podía ver su reflejo a medida que avanzaba.

La sala de interrogatorios era como la de las películas. La llevaron a una pequeña sala que estaba más oscura en comparación con el pasillo. Ahí había una gran ventana donde se podía ver lo que ocurría en la habitación contigua.

Del otro lado, estaba el hombre que la había atacado.

—Logramos que confesara. Solo queríamos confirmar.

—Es él —afirmó Andraya.

Cuando llegó a su departamento, Andraya tenía una especie de cita con Edigar. Le había invitado a cenar al día siguiente para agradecerle que le hubiera ayudado a atrapar al hombre que le había hecho daño.

Lo que era su obligación, le dijo su yo interno.

Tricia condujo hasta el gran portón de la casa de Derek. Éste se abrió de forma automática y pudo ingresar. Estacionó frente al garaje y se bajó. Estaba nerviosa. Una de las mujeres del servicio la recibió y le indicó que Derek estaba en su despacho.

Tricia abrió la puerta sin tocar. Derek estaba sentado detrás de su escritorio. Era evidente que la había escuchado llegar y la estaba esperando.

—Derek...

—Estuviste llorando —afirmó desde su lugar.

—Por supuesto. Me dolió enterarme de la verdad. Creía que te conocía y con una sola oración cambiaste nuestros años de noviazgo. Ni siquiera sé si me enamoré de un hombre que existe.

—Estoy aquí. Soy real.

—Esto es tan complicado —dijo frustrada—. ¿Por qué te quedas ahí y no te acercas?

—Porque no quiero que salgas huyendo.

—No te temo —le dijo acercándose.

Derek se paró y la alcanzó con un abrazo.

—Tengo tanto miedo de perderte —le susurró a la pelirroja en el oído.

—No lo harás —se aferró más a él—. Te amo y quiero estar contigo. No me importa lo que tenga que hacer para lograrlo. Y sé que me amas porque me revelaste tu secreto antes de que nos casáramos. Solo tengo una petición.

—Lo que quieras.

—Quiero que a partir de este momento seas completamente sincero conmigo. No quiero que me ocultes nada.

—Acepto —dijo antes de besarla hasta dejarla sin aliento.

—Tendrás que ser paciente conmigo. Todavía tengo un poco de miedo del nuevo mundo que voy a descubrir.

—No vas a estar sola. Lo haremos juntos.

Una pregunta que tenía guardada se le escapó.

—¿Deseas mi sangre?

—Como nada en el mundo.

¿Debía sentirse feliz de escucharlo? ¿O debía estar triste porque tal vez solo se había acercado a ella para beber lo que corría en su interior?

—¿Cómo te controlas?

—Créeme que es muy difícil tenerte cerca en estos momentos, el aroma de tu sangre me tienta a cada segundo...

—Confío en ti... ¿y cómo pudiste estar conmigo sin morderme?

—Existe una dosis que se inyectan los inmortales que inhibe de cierta forma nuestros sentidos agudizados, eso hace que la necesidad cese por cierto tiempo. Tomé esa dosis antes de ayer y el efecto ya pasó.

—Eso quiere decir que necesitabas una dosis cada vez que te acercabas a mí ¿cierto?

—Y cuanto más me acerco a ti, más difícil es.

—No lo entiendo.

—Tienes que saber que la otra madrugada fue muy difícil no lastimarte y tomar tu sangre.

—Pensé que en esos momentos te olvidabas de eso y te concentrabas en otra cosa —señaló sin poder ocultar su sonrojo.

Derek sonrió mostrando sus perfectos dientes blancos.

—Es en el momento de mayor excitación que el deseo por beber la sangre de la mujer con la que estás es casi incontrolable.

Tricia le sonrió tiernamente.

—Entonces el Derek que estuvo antes de ayer conmigo no era el verdadero.

—Se podría decir de esa forma.

—¿Me amas?

Asintió.

—Tú ya me conoces como soy de verdad y... —se sonrojó aun más— yo quiero conocerte como en realidad eres...

Derek atrapó los labios de su prometida entre los suyos. Tricia sabía que era una petición casi suicida porque podría descontrolarse y arrebatarle la vida en un solo segundo. Pero todo parecía tan irreal que si la golpeaban no lo iba a sentir.

—No sé si podré contenerme...

—No debí pedírtelo...lo lamento...yo... —casi estaba avergonzada de lo que le había pedido. Quería decir algo que evitara que él pensara mal de ella.

Derek la calló con un dedo y después asintió lentamente. En sus ojos se reflejaban todos los intensos sentimientos que la pelirroja había desencadenado en un segundo.

Andraya estaba en la oscuridad de su habitación. Después de mucho intentar, había conseguido dormir un poco. La frente perlada de sudor y el entrecejo fruncido eran una clara señal de una mala situación en el mundo de los sueños.

Estaba esperando en la plaza a una persona muy importante. Con él se sentía muy bien, sentía que podía llegar a quererlo mucho. Era por eso que decidió darle una oportunidad.

—Hola Raya.

Se volteó y ahí lo vio. El chico más guapo que había conocido a sus dieciséis años de vida. Era unos centímetros más alto que ella, con ojos verdes penetrantes, cabello castaño y tez trigueña.

—Chock, tardaste un poco.

—Lo lamento, me entretuve guardando algunas cosas que no recordaba tener.

Lo abrazó con ternura. En ese entonces, creía que él le podía demostrar que estaba equivocada, que podía llegar a amar a alguien.

Gustoso le correspondió el abrazo. Se separaron y subieron al taxi que habían llamado.

Los padres de Chock trabajaban en el extranjero, específicamente en los Estados Unidos. Ellos le habían enviado los boletos para que él fuera a visitarlos. Chock era su amigo, siempre le ayudaba en todo, al igual que ella a él. Se sentía a gusto en su compañía.

Llegaron al aeropuerto, él arrastraba sus maletas con ruedas.

—Solo será un mes, ¿cierto?

—No te preocupes, regresaré. Te lo prometo.

—Más te vale.

Él le acarició la mejilla.

—Volveré y te demostraré que estás equivocada. Te enseñaré a amar.

—Créeme que eso es lo que más quiero, estar equivocada.

Le sonrió tiernamente.

—Chock, eres tan bueno, ojalá tus padres vean eso.

—Lo dudo.

Estaba totalmente maravillada con su forma de ser, él era inteligente, ingenioso y divertido a la vez; la combinación perfecta para ella.

—Raya...

Se quedó mirándolo a los ojos.

—¿Si?

—¿Cómo te lo digo? —susurró—. Mejor te lo demuestro.

Acercó su rostro al de la chica y le dio un tierno beso, su primer beso.

—Esto es muy deprimente ¿sabes?

—¿Por?

—Estamos en el aeropuerto y me besaste como despedida.

—Estoy seguro que nuestra historia terminará bien, tenemos mucho tiempo por delante.

—Ojalá y te pueda amar.

—Lo harás —aseguró.

Se despidieron con otro beso.

Estaba feliz y triste a la vez. Feliz porque había sentido algo lindo cuando él la besó, y triste porque tendría que esperar un mes para volver a verlo.

Llegó a su casa después de una hora, encendió el televisor esperando encontrar su serie favorita de televisión y así poder distraerse un rato. Entonces deseó jamás haber encendido el aparato. Una noticia de último momento se estaba desarrollando en vivo desde el aeropuerto en dónde ella había estado horas antes. Uno de los aviones sufrió un desperfecto y se estrelló al intentar despegar. Lo que le llamó la atención fue que era el vuelo donde se había subido Chock.

—Oh por Dios —exclamó llevando sus manos a la boca. Sus ojos se llenaron inmediatamente de lágrimas y una fuerte presión en el pecho le impidió reaccionar bruscamente.

—¿Qué sucede? —le preguntó Ximena.

—Ese es el vuelo donde iba Chock —logró articular entre sollozos.

Ximena se desconcertó y la rodeó con sus brazos, repitiéndole una y otra vez que no podía ser el avión que Chock había tomado esa mañana. Andraya lloró en silencio sin ninguna intención de explicarle a su madre que su memoria funcionaba a la perfección y que estaba segura de lo que decía.

En la pantalla del televisor se mostraba el nombre del hospital en el cual habían llevado a los heridos sobrevivientes. El avión había quedado destrozado al chocar contra el piso.

Ximena la llevó hasta ese lugar. Ella no podía hablar de lo asustada que estaba.

—Andraya, ven, vamos, me dieron el número de habitación donde él está.

—¿Está bien? —preguntó con temor.

No le respondió nada, solo siguió caminando. Al llegar al frente de la puerta de la habitación sintió que la presión en el pecho aumentaba. La abrió lentamente... Chock estaba en la cama con los ojos cerrados, tenía vendas por todos lados y un pequeño cable que entraba por sus fosas nasales. A simple vista se podía ver que había sufrido quemaduras muy graves.

La niña se acercó rápidamente a su lado y tomó su mano.

—Chock, despierta, por favor.

Sin respuesta.

—Chock.

Éste abrió sus ojos lentamente.

—Raya...

La castaña le sonrió con tristeza.

—Vas a estar bien.

—No, yo sé que no, ya no tengo fuerzas.

—Tienes que luchar, no me dejes.

—Lo único que lamento... es no poder mostrarte qué es el amor.

—No me digas eso por favor, —lo abrazó—te prohíbo que me dejes, escuchaste, te lo prohíbo.

—Raya —dijo para que lo mirara— de verdad me gustaría seguir, pero ya no lo haré.

Su voz se iba apagando.

—No —le rogó—. Por lo que más quieras, no.

No sabía qué hacer, siguió un impulso y se acercó a sus labios. No era un beso vacío, pero tampoco uno de amor.

Sus ojos empezaron a distorsionar la realidad, las gotas de sus lágrimas mojaban la bata que él tenía puesto.

—Tú eres lo que más quiero, yo te amo.

—No me digas eso —ya no luchó por contener las lágrimas—. No me digas eso —repitió.

—Es la verdad, yo te amo.

—Ojalá y yo pudiera decirte lo mismo. Eres muy especial para mí.

—Quiero que me prometas algo.

—Lo que quieras.

—Prométeme que vas a amar a alguien, yo sé que si lo intentas lo lograras.

—Yo no quiero hacerlo, yo quiero amarte a ti —podía sentir el amargo sabor de sus lágrimas.

—Me hubiera gustado eso, pero así es como tenía que ser.

¿Por qué las personas que más le importaban se iban de su lado?

Lo volvió a ver y sus ojos se quedaron sin expresión. Distinguió una lágrima cayendo por su mejilla.

—¡No! —gritó—. Chock —empezó a moverlo.

Su tía le agarró por atrás de los brazos y la alejó de él.

—Se ha ido.

—Solo quería amarlo —Ximena intentó consolarla pero nada pudo hacerlo.

No podía explicar el vacío que llegó a sentir. Él no estaría con ella nunca más, nunca más lo vería sonreír.

Despertó bruscamente. Se había sentido transportada en el tiempo. Había revivido el dolor de la pérdida de su mejor amigo. ¿Por qué tenía que recordar lo más triste de su vida? El día que había aprendido que el amor no era para ella. Que las personas importantes desaparecían dejándole un hueco que no se podía llenar con nada.

Se sentó en la cama y abrazó sus rodillas. Eran las cuatro de la mañana. La luz de la luna alumbraba el final de su cama. Las cortinas bailaban con la brisa nocturna. Podía escuchar perfectamente el cielo estaba molesto. Pronto empezaría a llover.

Ya había perdido la cuenta de las veces que había intentado tener una relación estable con alguien. Nunca pasaba de la primera cita. Siempre que la dejaban en la puerta de su casa, todos le daban la indirecta de que querían entrar después de besarla. Esos hombres no querían enamorarse, solo pasar el momento. Y ella hace tiempo se había hecho la promesa de no ser como Ximena. No la juzgaba, pero Andraya había sido testigo de la fila de hombres que habían intentado ser un padre para ella. Ximena siempre acababa con el corazón roto y ella debía consolarla. Era una de las razones por la que le costaba decirle madre a Ximena. Aunque jamás le había dicho tía para no lastimarla.

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