Parte 10
—¿Qué haces aquí? —interrogó Zack al ver a su rubio amigo.
Por primera vez en la vida Andrew Platino parecía afectado por algo. Sus ojos no brillaban como siempre y lucía como si no hubiese dormido en toda la noche.
—Tengo un problema.
—¿Qué sucedió?
—Creo que estoy enamorado.
Zack lo lamentó por su amigo. Había elegido el peor momento para encontrar a alguien especial.
—¿Es mortal?
—Me temo que sí. Lo peor es que creo que ella siente lo mismo.
—¿Hace cuánto que la conoces?
—La conocí el día que donaste sangre.
—Tal vez no sea amor. Quizás estás impresionado con ella.
Andrew no paraba de ir de un lado al otro. Después tomó whisky del mini bar para calmarse un poco.
—Supongo que estás así porque ya te acostaste con ella.
—Al contrario. Todavía no lo he hecho y siento que mi vida no tendría sentido sin ella.
—Puede tratarse de un capricho.
Los ojos de Andrew estaban a punto de soltar lágrimas.
—Mientras más lo pienso, más siento que la amo.
—Tus padres no la aceptarán —afirmó Zack mientras se acercaba a su amigo.
—Es eso lo que me aflige. Debo cumplir con el deber que asumí al cumplir los dieciocho. Mi corazón no escucha razones. Pensé que podías ayudarme a pensar en algo.
No había nada que pudiera hacer por su amigo. Andrew debía ser convertido en inmortal en unas semanas. Así se había decidido en la Corte Grial de inmortales. Los padres del rubio habían esperado ese momento con ansia, temerosos de que algo malo le sucediera a su hijo antes de su conversión. Roco Platino era un inmortal de nacimiento, dueño de una empresa petrolera en Asia. Él había encontrado a su aroma especial en una mujer humana. Antes de poder convertirla, había sucedido algo que solo sucedía con algunos inmortales. Él había embarazado a su mujer. Por una extraña razón, solamente dos de cada diez inmortales con sangre pura podían embarazar a una mortal. Los niños de estas uniones solo se aceptaban abiertamente si era un caso de aroma especial. De otra forma, eran asesinados. Los niños que nacían de mujeres humanas eran humanos. No existía un intermedio en la naturaleza ya que ningún cuerpo resistiría poseer la sangre envenenada y estar vivo a la vez.
Andrew había crecido conociendo su origen. Se le había permitido ir a escuelas y colegios de mortales. Cuando cumplió la mayoría de edad, había sido llevado ante la Corte Grial para escuchar su decisión. Si elegía permanecer mortal, tendría que olvidarse de su familia y nunca volver a buscarlos, porque si los volvía a ver, le quitarían la vida. La otra opción era la que Andrew había elegido, convertirse en inmortal.
—No hay forma de retractarte de tu decisión.
—Ese es el problema. No quiero hacerlo. Jamás olvidaré el rostro de mi madre cuando le dije que me convertiría. Estaba demasiado feliz, hasta lloró. Jamás le había visto derramar una lágrima.
Zack estaba aliviado. Oponerse a las órdenes de la Corte Grial casi siempre significaba la muerte para los mortales. Y él estaba seguro de que al ser el encargado de Paraguay, a él le habrían encargado el trabajo. Sentía aprecio por Andrew, pero si recibía órdenes él debía cumplirlas.
—Quieres olvidarte de ella.
—Exacto. Es lo mejor para los dos ya que no podré convertirla. Desearía que no se tomaran tan en serio las conversiones y se pudiera elegir a cualquiera.
—Lo consideramos un privilegio. Algo que comprenderás cuando estés de nuestro lado.
—Puedo estar de su lado siendo mortal —bromeó sin ganas sabiendo la respuesta—. ¿Tienes algún consejo para darme? Tienes siglos de experiencia con las mujeres.
—Jamás me he enamorado de ninguna y siempre he tenido a la que he querido. No hay mucho que decir sobre el amor.
—Has tenido más suerte que yo.
—¿Cómo se llama tu víctima?
—Ema Blanco.
Zack estuvo a punto de rodar los ojos. En vez de eso, soltó una carcajada.
—Andrew, eres un idiota —le informó—. Debiste empezar por el nombre de la mujer.
—¿De qué hablas?
Un golpe en la puerta los distrajo. Derek Blanco ingresó muy molesto a la oficina de Zack. Localizó a Andrew, lo agarró del cuello de la camisa y lo levantó del suelo con mucha facilidad. El rubio estaba aturdido. No entendía lo que estaba sucediendo.
Andraya firmó rápidamente el papel que estaba leyendo para salir a ver qué estaba sucediendo afuera. Había un alboroto en la oficina de su jefe. Encontró a Tricia pidiéndole a Derek que soltara a un desconocido.
Zack estaba mirando la escena sin hacer nada. Andraya corrió hasta el teléfono que estaba en el escritorio para llamar a seguridad, la mano de su jefe sujetando su muñeca se lo impidió.
—¿Señor? —interrogó con duda.
—Yo me encargo.
Sin mucho esfuerzo, Zack separó a Derek y a Andrew. Derek estaba muy enojado y le dificultaba las cosas. De un momento a otro, Derek soltó a Andrew. Había sentido que el ambiente estaba muy tenso. No quería que Tricia saliera lastimada si Zack se enojaba.
—Déjenme hablar con los dos —les ordenó a Tricia y Andraya.
Las mujeres se retiraron rápidamente. Andraya no dijo nada porque se dio cuenta de que lo que sucedía debía deberse a un asunto personal que no estaba relacionado al hotel. Tricia parecía tener más información.
—¿Quién era el rubio?
—Era Andrew Platino.
—¿Sabes por qué Derek quería hacerle daño?
—Imagino que tiene que ver con que Andrew estaba saliendo con su prima.
Andraya no entendía cómo Tricia podía salir con alguien tan celoso. Ella jamás había sentido celos. No comprendía cuál era la lógica de querer controlar a una persona.
—¿Cómo soportas esto como si fuera algo normal?
—Créeme que estoy muy molesta. Me faltó poco para golpear a Derek. No puede controlar la vida de Ema hasta ese punto.
—Como no puedo dejar solo a Andrew porque él está en desventaja. Voy a mediar esto —informó Zack mientras volvía a sentarse en su lugar.
Sus ojos estaban de color lila. De los orificios de su rostro se asomaban manchas negras sin patrones que dejaban pequeños sectores de piel blanca. Era como si él fuera el lienzo de una pintura abstracta.
—Quiero saber por qué Ema está tan triste. No quiere salir de su habitación.
Andrew se preocupó. La última vez que había hablado con Ema ella había estado perfecta. Había hablado y sonreído con normalidad.
—Yo ya tengo una conclusión. De hecho, se la iba a decir a Andrew antes de que irrumpieras —le dijo a Derek.
—Adelante.
—Andrew, el apellido de tu novia debió decirte que no era normal. Tu suegro y el padre de Derek son hermanos gemelos. Ellos fueron el caso espectacular que se dio hace trescientos cincuenta años.
El rubio intentó recordar lo que decía su amigo. Sabía que había leído algo relacionado al caso que le presentaban. Su cabeza era un caos. Había tenido solamente unos meses para aprenderse la historia de la especie a la que pertenecería.
—¿Hablas de la primera inmortal que murió al dar a luz?
Zack asintió.
—Por dar a luz a gemelos, específicamente. Uno de los gemelos es el padre de tu novia. Ella tiene un caso similar al tuyo.
Andrew se quedó petrificado por unos segundos. No sabía si había entendido mal o la mujer que quería también sería inmortal. Tal vez ella lo amaba de la misma forma y lo aceptaría después de la conversión.
Tricia se había arreglado lo mejor posible para su cita de esa noche. Aunque estaba molesta con su novio, quería dejarlo impresionado. Él la había citado en uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Había elegido un vestido negro de seda que resaltaba bien sus atributos. Su cabello lo había recogido en un rodete y había utilizado labial rojo intenso para la ocasión.
Cuando llegó, Derek ya estaba esperándola en la mesa que había reservado. Se levantó y después de alagarla, le dio un beso apasionado. Tricia sintió sus mejillas sonrojadas al ser el blanco de todas las miradas.
—No importa lo guapo que te veas, sigo molesta por el escándalo que ocasionaste en el hotel —comentó la pelirroja mientras miraba las diferentes opciones del menú.
—Fue un momento de descontrol.
—¿Cuál fue el motivo?
—Ema estaba llorando en su habitación y no había salido en todo el día.
—Pobre Ema. ¿Ya está mejor?
Derek asintió. Esa tarde, Andrew había ido a hablar con su prima. Seguramente, a esa hora la pareja había ya conversado lo suficiente como para saber si ambos continuarían juntos.
—Espero que sí.
—¿Quieres que hable con ella? -preguntó preocupada.
—Por el momento no es necesario.
La comida estuvo estupenda. Derek había pedido champagne para esa ocasión. Cuando los camareros retiraron todos los platos, llevaron un arreglo de flores a la mesa. Tricia se emocionó por ese detalle tan lindo.
—Son preciosas.
—Tricia, tengo algo que decirte —le tomó de las manos—. Cuando empezamos a salir como amigos me sorprendió lo que sentía por ti. Y me sorprendió que no aceptaras la primera vez que te pedí que fueras mi novia.
—Estaba nerviosa y no sabía si me querías para una aventura.
—Lo sé. Me hiciste el hombre más feliz del mundo cuando me dijiste que me amabas.
—Tú me demostraste que sentías lo mismo ¿A dónde quieres llegar?
—A este momento. Donde estoy seguro que eres la mujer para mí y que no existe otro hombre más dispuesto a hacerte feliz que yo.
Una declaración, pensó ella con lágrimas en los ojos.
—Tricia Dixon, ¿te casarías conmigo? —preguntó Derek después de sacar una cajita de terciopelo rojo de su bolsillo y abrirla.
La pelirroja sonrió entre lágrimas. Jamás habría pensado que Derek le iba a pedir matrimonio ese día. Incluso había creído que ambos se retirarían molestos del restaurante después de discutir por lo sucedido esa mañana.
—¡Claro que sí! —exclamó muy feliz—. Te amo, te amo, te amo —repetía entre los besos de su novio.
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