Epílogo
Luna se encontraba tanto física como emocionalmente agotada. Si hubiera sido mortal estaba casi segura de que no sobreviviría.
Tiró los papeles que tenía en sus manos encima de su escritorio y suspiró. No tenía que mostrar su cansancio o Zack le impediría seguir trabajando. Y de verdad necesitaba volver al mundo real y no quedarse encerrada en la casa.
Caminó hasta la mesita alta que se encontraba a un costado de la puerta. Allí había un arreglo muy delicado y costoso de rojos rojas. Tomó una en sus manos y acarició los pétalos. Eran muy suaves, tanto que le tentó acariciar su rostro con ellos. El arreglo estaba acompañado por una tarjeta.
—Cada pétalo simboliza la cantidad de veces que cruzaste por mi mente. Te amo —leyó y sonrió. La impecable letra de Zack era inconfundible. Todavía no se había cansado de enviarle flores y otros detalles. Debía ser la mujer más afortunada del mundo.
Estaba contenta por haberse mudado a una ciudad de Aragón. El turismo estaba floreciendo y eso ayudaba a la cadena de hoteles que ahora le pertenecía junto a su marido. Adoraba poder usar su identidad normal y que nadie pudiera sospechar nada. Le gustaba salir a pasear tranquilamente y no pensar en problemas. Pero ya casi no tenía tiempo para sí misma.
No se quejaba, por supuesto que no, pero en los últimos días se había sentido un poco rara debido al embarazo.
—Por Dios... otro hijo de Zack —acarició su vientre.
Hace tres días que sabía que iba a ser madre de nuevo y estaba feliz. Cansada, pero muy feliz con la noticia. Se suponía que no podrían tener hijos porque ella no era una inmortal convertida, aun así, la vida le había dado la oportunidad de ser madre. Zack aún no lo sabía. Una noticia así no podía dársela por teléfono. Tenía que ver su expresión al saber que tendría otro hijo.
—Valdrá la pena esperar.
Zack había viajado al extranjero por negocios y había decidido esperar unos días en Londres para regresar junto con Declan, quien estaba en la Universidad. Su hijo acostumbraba pasar los tres meses de vacaciones con ellos y eso le encantaba porque le demostraba que el lazo que tenían como familia era muy fuerte.
Extrañaba mucho a su hijo. No lo había visto en muchos meses. Ya quería abrazarlo. Él se parecía mucho a Zack, así que estaba completamente segura de que era el chico más perseguido por las mujeres. Por eso Zack se había encargado de fortalecer sus valores y de enseñarle como ser cortés con todos. No querían tener un hijo egocéntrico y presumido.
—Y pensar que Zack era peor —sonrió.
Zack había tenido un plan muy ingenioso para no dejar pasar la celebración de su cumpleaños con su nueva esposa. Para él ya no significaba nada cumplir un año más de vida, eso ocurría casi sin ninguna consecuencia para su cuerpo. Pero a Andraya le importaba mucho, porque significaba el tiempo que pasaría al lado del hombre que amaba.
La compañía se estaba expandiendo y las alianzas debían sellarse lo antes posible para que los beneficios fueran inmensos. Zack había estado trabajando muy duro para lograr que un grupo de inversionistas confiaran en su proyecto. El mismo era factible pero requería un riesgo que no muchos estarían dispuestos a correr.
—Estamos muy contentos de que no tuviera inconvenientes para presentarse el día de hoy —comentó un hombre pelirrojo con abundante barba antes de llevar un vaso de whisky a su boca.
—Teniendo en cuenta la fecha y de lo controladoras que pueden llegar a ser las mujeres —continuó otro hombre de cabello gris que apenas entraba en el asiento del avión.
Zack Bale asintió mientras se fijaba en la carpeta que tenía en sus manos. Debía verificar que todo estuviera bien para firmar la primera parte de la alianza. Estaban a bordo de un avión jumbo. El pelirrojo era dueño de la compañía aérea más importante del siglo y había ordenado un avión para que los trasladara. En ese vuelo solo había asientos de primera clase, incluyendo habitaciones y baños de lujos para los pasajeros. Era como una fiesta de millonarios en el aire.
—Cuéntenos, señor Bale ¿cuánto le ha costado su libertad? —interrogó el tercer inversionista, de cabello rubio y ojos negros.
Zack apartó la vista de los papeles.
—¿Mi libertad?
—Su libertad —volvió a decir—. Ya sabe, las mujeres son unas criaturas muy peculiares y su esposa es una de ellas. Seguramente quería dar una gran fiesta por su cumpleaños. A todas les gusta eso. Les encanta mostrar todo lo que logran al casarse con un hombre con dinero. ¿No es así? —le preguntó a los demás y después de obtener la aprobación del grupo continuó—. Las joyas son sus preferidas. Compiten por quien tiene la mejor pieza del mercado.
—Los diamantes las vuelve locas —dijo el pelirrojo mirando las piernas de la rubia azafata que estaba sirviendo las bebidas—. Pones una cadena costosa en sus manos y están dispuestas a todo.
—No tenía idea de que así se manejaran las cosas hoy en día —aseguró el azabache—. Sin embargo, mi esposa no es tan predecible. A ella no le interesa el dinero ni las joyas como a las demás.
El hombre de cabello gris soltó una sonora carcajada.
—Aún no ha sacado las uñas —afirmó—. Me imagino que al ser su matrimonio reciente, no la conoce lo suficiente.
—He visto a la señora Bale en una revista. Es muy hermosa —comentó el pelirrojo—. Por una mujer como ella no me importaría perder unos millones. Estoy seguro que los vale.
Zack se acomodó mejor. Tenía que contenerse para no decir todo lo que pensaba. Había un negocio importante en juego.
—Andraya es una mujer independiente. Si no se hubiera casado conmigo habría conseguido ser millonaria por su esfuerzo en su trabajo. Estoy seguro que en cinco o seis años habría igualado la fortuna con la que comencé en este negocio.
—Tiene mucha fe en ella.
—No me casé con ella por conveniencia.
Dos azafatas más ingresaron a la sala con la cena. Todas llevaban puesto un traje femenino verde opaco que resaltaba sus figuras. La chaqueta tenía una hilera de botones dorados y la falta se abría a un costado, mostrando el inicio del muslo derecho.
Los ojos de Zack se fijaron en la mujer de ojos verdes. Su piel blanca contrastaba con el labial rojo intenso, dándole un aire de inocencia; efecto contrario al que la mayoría querría al utilizar ese color.
—¿Con qué desean acompañar la cena? —interrogó la mujer sin despegar la vista del azabache.
El rubio respondió y volvieron a quedarse solos.
—¿De dónde consiguen azafatas? ¿De una agencia de modelos? —preguntó el de pelo gris al pelirrojo.
—Algo parecido. Los vuelos suelen durar horas y hay que distraerse. Aquí nadie nos controla y podemos divertirnos un poco.
—Lástima que la mujer más bella se ha fijado en el Bale —comentó el rubio— . Quizás debería mostrarle mi billetera para impresionarla y llevarla a la cama.
—Tenía entendido que estabas casado —dijo Zack.
—Lo estoy, pero sigo siendo un hombre y no puedo ignorar a mujeres hermosas cuando es tan fácil conseguirlas.
Zack apretó los puños. Esos hombres no tenían moral.
La cena fue rápida. Utilizó su habilidad para evitar la ingesta de alimentos. Para los demás, él había comido dos platos y había bebido mucho alcohol. Se retiró a una de las habitaciones a "descansar". Aún faltaban doce horas para llegar a destino.
Tomó un baño pensando en la pelirroja. ¿Qué estaría haciendo en ese instante? ¿Pensaría en él? Definitivamente el matrimonio lo había cambiado. Jamás se le hubiera pasado por la mente que estaría a los pies de una mujer.
Escuchó que golpeaban la puerta de su habitación mientras se secaba la cabeza.
—Con permiso —ingresó la azafata—. Señor, le traigo las sábanas que pidió.
Estaba coqueteando con él. Su rostro lo decía todo. Se había quitado la chaqueta del traje y ahora lucía una camisa celeste de ceda que le quedaba pegado al cuerpo, resaltando sus curvas.
Zack tragó grueso.
—¿Necesita algo más? Señor —arrastró la última palabra.
—Eso es todo.
—¿Está seguro? —le preguntó.
—Hmp.
La mujer se volteó para retirarse. Cuando iba a tomar el picaporte, sintió que la sujetaban contra la puerta. Su mejilla derecha quedó pegada a la puerta, igual que el resto de su cuerpo.
—Cambié de opinión —susurró sensualmente—. Creo que voy a utilizar todos los beneficios del servicio a la habitación.
—¿Señor? —preguntó cuando Zack la volteó.
Él la besó con hambre. La mujer se aferró a él para responder el beso. Sus respiraciones se alteraron.
—Piense en su mujer —le pidió ella cuando se separaron.
—Eso es lo que hago —le dijo mientras empezaba a desabotonar la camisa de seda.
—Feliz cumpleaños, Zack —suspiró Luna entre los demandantes besos de su esposo.
El reloj marcó las cuatro de la tarde y Andraya preparó sus cosas. Su oficina estaba en el último piso del edificio. Tardó veinte minutos en llegar a su casa.
Zack se había encargado de encontrar un lugar perfecto para criar a sus hijos. La casa no estaba tan alejada de la ciudad y tenía grandes extensiones de tierras. Tener hijos suponía cambios para todas las parejas y tener hijos inmortales era otro mundo. Aunque dormían como los demás niños, sus hijos tenían que acostumbrarse a estar entre mortales. La edad de adaptación transcurría entre el nacimiento y los cinco años.
La sangre humana los volvía locos porque no sabían que era y no entendían cómo podían conseguirla sin que alguien les enseñara. Andraya se había encargado de los primeros años de adaptación de sus mellizas, pero no pudo completarlo ella sola. Contrató a una institutriz inmortal para que la ayudara.
Estacionó el auto y al bajar fue recibida por las niñas. Azul y Ámbar corrieron a abrazarla.
—¡Mami!, ¡Mami! —gritaron las pequeñas pelirrojas mientras estiraban su falda.
Andraya le dio un beso en la frente a cada una, las tomó de las manos y las llevó adentro.
—¿Cuándo viene papi? —preguntó Ámbar con impaciencia.
—¿Y Declan? —continuó Azul.
—Lo más probable es que estén aquí mañana.
Sus hijas le miraron con interrogación. La castaña recordó que solo tenían tres años. A veces olvidaba que aún no sabían el significado de todas las palabras.
—Mañana —volvió a decir.
Las niñas sonrieron y fueron a buscar sus muñecas.
—Tendremos una fiesta de té —les escuchó gritar.
Subió las escaleras y se dirigió a la habitación de Mira. Al abrir la puerta, el color lavanda se apoderó de todo. Mirakel estaba guardando unos cuadernos en su mochila.
—Hola, querida.
—Hola, mamá. Acabo de llegar. Voy a tomar un baño y luego jugaré con las mellizas —le dijo a la par que buscaba su ropa.
—¿Intentarás de nuevo enseñarles a tomar el té?
—Algún día lo lograré —dijo convencida.
El día pasó tan lentamente que Andraya deseó tener una máquina del tiempo. Zack llegaba al aeropuerto al anochecer del día siguiente, eso si el vuelo no se retrasaba. Estaba ansiosa. Quería verlo a él y a su hijo. La familia estaría unida de nuevo.
Se encerró en su habitación y buscó las píldoras de sangre que había guardado hace tiempo. Las encontró en una caja escondida en el placar. Necesitaba sangre.
La sangre artificial no le satisfizo el apetito. Entonces tuvo que salir a cazar animales. A unos kilómetros se extendía un bosque de árboles muy altos. Allí había una gran cantidad de animales grandes. No quería ardillas ni topos.
Andraya llegó a la mañana para asegurarse de que Mirakel despertara para irse al colegio. Azul y Ámbar se levantaron temprano. Ella se encargó de sacarlas un rato al jardín para que el sol les diera en el rostro. Alucar había sido muy generoso al verificar la alimentación de las niñas. Les enviaba semanalmente todo lo necesario para la adaptación.
Por la tarde, después de regresar del trabajo, decidió prepararse especialmente para recibir a su esposo y a su hijo. En esa casa tenía un placar casi tan grande como su habitación. Zack la había consentido con muchos regalos. La mayoría de los vestidos que tenía eran de seda y los colores eran varios.
Escogió un vestido verde musgo que había comprado en su último viaje a París. La prenda consistía en un conjunto de capas que hacían resaltar la figura de la pelirroja y no mostraba mucho.
Extendió la ropa sobre la cama y se metió a bañar. Se desvistió y llenó la canasta de ropa sucia. Decidió bañarse con agua fría para ver si podía sentir algo. El agua chocó contra su cuerpo sin hacerle nada. Se enjabonó lentamente y prestó especial atención a su vientre.
De repente, sintió que le rodeaban la cintura y una mano le tapó los ojos.
—Adivina quién soy —le pidió el azabache mientras le besaba el hombro.
—¿Cuántas opciones tengo? —preguntó con una sonrisa.
—Solo una.
—¿Y si me equivoco?
—Confío en que no lo harás —retiró su mano.
Andraya se volteó y vio que Zack llevaba un traje negro que estaba totalmente mojado. Ni siquiera se había sacado los zapatos. Se abrazaron y ella se acurrucó contra la ropa mojada del azabache.
—Te extrañé mucho. Creí que llegaban al anochecer.
—No pude resistir más tiempo alejado de ti. Necesitaba verte y percibir tu aroma —hundió su nariz en el cabello de su esposa.
—Me alegra que lo hayas hecho.
De pronto, recordó que Declan debió llegar con su esposo.
—¿Viniste solo?
—No. Declan vino conmigo.
—¡Declan! —exclamó feliz y salió de la ducha. Se vistió lo más rápido que pudo y fue a buscar a su hijo. Lo encontró en su habitación.
—¡Hijo! —se acercó a abrazarlo.
—Hola, mamá —sonrió y le correspondió el abrazo.
Él era más bajo que su padre pero igual le pasaba unos centímetros.
—Siento como si no te hubiera visto en años. Quiero que me cuentes todo.
—De acuerdo.
Zack bufó mientras se cambiaba de ropa. Y pensar que planeó darle una sorpresa a su esposa y no terminó como hubiera querido. Ella había salido corriendo para encontrarse con Declan en vez de quedarse y demostrarle una vez más el amor que sentía por él.
—Las mujeres cambian cuando tienen hijos —le había dicho una vez Nithan y él no lo había creído hasta ahora.
Se suponía que tenía que entenderla.
—Algo sucede. Ella nunca me había dejado sin atención —aseguró antes de salir de la habitación.
Pasaría a ver unos minutos a sus hijas. La habitación más cercana era la de Azul y Ámbar. Sus hijas eran muy cariñosas y siempre estaban corriendo alrededor de Mira. Querían imitarla en todo. Y Mirakel... ella estaba creciendo demasiado rápido. Lo que daría por detener el tiempo para que ella se quedara como estaba. Odiaba pensar en el futuro y en los hombres que andarían detrás de su niña.
Por suerte los niños de once años solo pensaban en el fútbol y en los videojuegos. No tenían lugar en la cabeza para las niñas. Eso le encantaba.
—Primero muerto antes de que se acerquen a Mira—aseguró.
El sol se asomó por el horizonte y los pajaritos empezaron a cantar. Declan se levantó temprano porque quería salir a correr. Le encantaba hacer ejercicio aunque no lo necesitaba por ser inmortal.
Adair Blanco estaba en la ciudad y pasó por la residencia de los Bale para saludar a su mejor amigo. Se quedó a esperar a su amigo en la sala de distracciones de la casa. En el sofá adyacente encontró un libro para niños. Lo tomó en sus manos y leyó el título.
—Cuentos de princesas.
—¿Puedes dármelo? —le preguntó Mirakel.
Adair se volteó y sonrió al ver a la niña con dos trenzas y un vestido con flores.
—¿Has leído todas las historias? —le preguntó entregándole su libro.
—Sí —se sonrojó—. Algún día yo encontraré a mi príncipe. Él me dirá "te amo" y yo le seguiré siempre —dijo abrazando su cuento.
—¿Cómo sabrás que te dice la verdad?
—Porque papá se lo dice a mamá y es verdad. Yo lo sé.
—No todos los hombres dicen la verdad. Algunos mienten.
—¿Tú dices mentiras? —le preguntó sentándose a su lado.
—No. Soy alguien de confianza.
—Que bueno que Declan te tiene como amigo —jugó con los bolados de su vestido—. Sabes... él ya no juega tanto conmigo cuando viene a casa. Antes se quedaba conmigo toda la tarde a tomar el té. Por eso trato de enseñarles a las mellizas como se hace. Para que él juegue con ellas.
—¿Lo extrañas mucho?
—Sí. Pero él tiene que salir a buscar a su princesa ahora que es grande. ¿Tú ya encontraste a la tuya?
—No estoy seguro de saber cómo es una princesa.
—Yo sí. Como no tienes princesa, yo puedo ser la tuya —le dijo esperanzada.
—No creo que...
—¿No te parezco linda? —sus ojos empezaron a mojarse.
—Claro que lo eres.
—No tanto como mamá. Es por eso que no quieres ser mi príncipe.
Adair se sintió como un patán por romper las ilusiones de una pequeña niña de ocho años.
—No es eso. Eres hermosa, pero no soy el indicado. Yo tengo casi veinticuatro y tú ocho. Tal vez si la diferencia de edad fuera menor...
—Entonces no hay problema porque tengo once —su rostro se volvió a iluminar—. Tendrás que hablar con mis padres cuando crezca para que podamos casarnos. ¡Qué emoción! -se levantó emocionada.
—Mirakel...
—Por ahora —dijo pensativa—. No podemos vernos sin una chaperona. Adiós —se retiró saltando de la alegría.
Minutos después Declan ingresó a la habitación. Se pasaron la mano para saludarse.
—¿Qué hay de nuevo? —le preguntó el recién llegado.
—Creo que acabo de comprometerme con tu hermana —dijo un confundido Adair.
Después de ir al club con Blanco, Declan llamó a una rubia que conoció en una fiesta de su amigo. La invitó a cenar a un restaurante elegante que se encontraba un poco alejado del centro de la ciudad. Ese lugar era muy exclusivo al punto que las personas tenían que reservar semanas antes de poder ir a degustar los platos del chef más conocido del momento. Pero él era un Bale, su apellido representaba poder y conseguía lo que quería sin dificultad alguna.
Diana estaba emocionada porque el chico más lindo de todos la había invitado a salir. Se sentía a gusto a su lado aunque él fuera poco expresivo en cuanto a los sentimientos. Aunque hablaba con naturalidad de todos los demás asuntos.
—Hemos llegado —le avisó su pareja, ayudándola a descender del vehículo.
Estaban en un muelle lujoso. La brisa freza de la noche los rodeó mientras avanzaban por el hermoso piso de madera. Un sendero de luz los guiaba al restaurante.
—Es precioso —exclamó Diana al ver el restaurante flotante.
—Ya lo creo. Fue una excelente idea del amigo de mi padre.
Atravesaron el iluminado puente de madera que se alzaba unos metros adelante. El vestíbulo era impresionante. Un aire de sofisticación inundaba la habitación. El lugar estaba iluminado por candelabros de cristal sujetos a las paredes y una gran araña que parecía de hielo colgaba del techo. Había muchas flores por todos lados y algunas pequeñas palmera artificiales en jarrones gigantes.
A un costado, una mujer impecablemente vestida los recibió con una sonrisa.
—Buenas noches, ¿tienen reservación?
—Buenas, no la tenemos. Pero mi nombre es Declan Bale y seguro me encontrará en la lista de invitados de honor.
—Un segundo.
Abrió un libro negro y buscó el nombre.
—Aquí está —cerró el libro y les invitó a seguirla. La siguiente habitación estaba ambientada para que los clientes pudieran distraerse un poco antes de ir al restaurante.
—Aguarden aquí unos minutos mientras su mesa está lista —apuntó al juego de sofás de cuero blanco y se retiró, dejándolos solos.
—Este lugar me encanta. Parece que lo sacaron de una película del siglo pasado —comentó Diana después de sentarse.
Desde donde estaban se podía ver una gran puerta de vidrio que constituía la entrada al restaurante. Primero había una enorme barra con una gran variedad de bebidas. Otro de los grandes atractivos yacía en que todas las noches había conciertos en vivo de orquesta pequeñas que animaban la velada. El lugar contaba con un pequeño espacio apartado para los clientes que iban para cenar y tener una tranquila reunión de negocios.
Declan se sorprendió al ver a Zack allí dentro. Unos segundos después recordó que le había dicho que tendía una cena de negocios. Lo había invitado pero él se había negado porque sabía que su padre ya tenía planeado meterlo en el negocio de la familia. Declan quería empezar su propia financiera y la idea de dirigir el imperio Bale no le atraía mucho.
Zack estaba hablando con un grupo de hombres que llevaban impecables trajes de etiqueta. Todos parecían muy atentos a lo que su padre decía. La atención se dirigió a uno de los hombres que le daba la espalda. Todos asintieron frunciendo el entrecejo. De pronto, una hermosa mujer de cabello rojo se acercó al grupo que estaba cerca de la barra. Tenía un vestido lila muy elegante. Tal vez era un miembro del Consejo. Ella colocó una mano en el hombro de su padre y éste continuó escuchando.
—¿Viste a alguien conocido? —le preguntó Diana al darse cuenta de que Declan estaba concentrado.
—Mi padre. Tiene una reunión de negocios, me invitó pero decidí negarme. No tenía idea de que vendrían aquí.
—¿Quieres ir a otro lugar?
—No. Descuida. El lugar es muy grande como para que nos encontremos durante la velada.
Declan siguió observando lo que sucedía. Repentinamente, la desconocida besó a su padre y se despidió de los demás. En ese momento, uno de los meseros se acercó a la sala.
—Su mesa está lista. Acompáñenme, por favor.
Mientras leían la carta, Declan aprovechó para preguntar al mesero.
—He visto al señor Zack Bale hace un momento. ¿Acostumbra venir aquí?
—Temo no tener esa información porque soy nuevo. Pero tengo entendido que se presentó hoy al atardecer.
—¿Una reunión de negocios, tal vez?
—De hecho, vino con su pareja. Hace media hora llegó un grupo de ejecutivos y solicitaron una mesa para reunirse con él.
—Entiendo.
—Ahora estoy muy agradecida con Ilov, por haber venido a pasar una temporada con nosotros —dijo mientras tomaba la mano de Zack.
Caminaban por las concurridas calles de la ciudad. Andraya estaba como Luna y llevaba unos lentes de sol oscuros con el marco blanco que combinaban con su vestido blanco que le llegaba a las rodillas. Zack llevaba un traje gris y unos lentes negros.
Ya no eran celebridades en esa parte del mundo. Asistían a los diferentes eventos pero ya no había paparazis que perseguían al azabache. Se podría decir que pasaban desapercibidos.
—Tuve que pedírselo. Las niñas están en una etapa crítica y te ves exhausta.
Luna tragó grueso. No podía concentrarse mucho. Recostó su cabeza en el hombro de su marido y siguió caminando.
—Espero que eso no signifique que ya no te gusto —susurró bromeando.
—Por supuesto que no. Solo lo menciono para que quede claro que estoy pendiente de ti y no se me escapa nada.
—No entiendo de que hablas.
—Ilov no solo vino a hacernos una visita. Tricia y Derek pasarán el fin de semana en su casa de verano que está a unos kilómetros de aquí. Hablé con ellos y mi madre se llevará a las niñas allí.
—¿Crees que están listas?
—No creo que haya problema. Además, mi madre sabe manejar la adaptación al igual que Tricia.
—Yo también puedo cuidarlas.
—Estoy seguro de eso, pero yo necesito de ti. Quiero saber que estás bien.
Llegaron al parque central y se sentaron en una banca.
—Estoy más que bien —se acercó lentamente para besar el azabache.
Zack había cerrado sus ojos pero el beso no llegó. Al abrirlos vio que la pelirroja estaba a metros de él, comprando un ¿algodón de azúcar?
—Lo vi y se me antojó —le dijo cuando regresó a sentarse y empezó a comer con ansias—. ¿Quieres un poco? —le preguntó con la boca llena.
Zack se sacó los lentes y la miró sorprendido. Al no recibir respuesta, Luna siguió comiendo con mucha concentración. Luego de unos minutos, un vendedor de pororó se acercó y ella se paró para comprar una bolsa.
Zack le sujetó de la muñeca.
—¿Qué te sucede? —interrogó preocupado.
—Quiero comer pororó.
—Recuerda donde va a parar todo lo que comes.
—Déjame, Zack. Voy a comprar pororó.
——Pero...
—Estoy embarazada —lo interrumpió y Zack la soltó.
Se quedó quieto como una estatua mientras su esposa compraba más comida. Otro hijo. La felicidad acabó con el desconcierto y deseó abrazar a la pelirroja.
—¿Quieres un... —ella no pudo terminar la pregunta al verse rodeada por los brazos de su esposo. Sus labios no tardaron en encontrarse con un beso apasionado. Luna protestó porque no le gustaba montar espectáculos, pero los besos de Zack la descolocaron y le rodeó el cuello con los brazos, soltando la bolsa de comida que había comprado.
—Quiero beber tu sangre —le susurró el azabache.
Ella se estremeció.
—¿Qué te parece si vamos a celebrar? —propuso la mujer.
Declan Bale no podía creer lo que sus ojos veían. Esa mañana jamás se habría imaginado que sería testigo de semejante escena.
-¿Qué sucede? -le preguntó Diana que estaba en el asiento del copiloto de su convertible.
-Nada -mintió.
Al salir de su casa había pensado en pasar un lindo día con su amiga Diana y descubrir si la relación podía llegar a otro nivel. Iban a recorrer la ciudad y a buscar un buen lugar para divertirse.
-Acabo de recordar que al mediodía tengo una reunión con mi padre.
-¡Oh! -la chica no pudo disimular su decepción.
-¿Qué te parece si tomamos un helado y luego te llevo a casa?
-De acuerdo.
Él sabía que la había desilusionado, pero no tenía cabeza después de lo que había visto. Su padre había estado besando a una desconocida. No salía de su desconcierto. Su madre estaba en casa con sus hermanitas mientras su padre la engañaba tranquilamente.
¿Dónde estaba el amor que le profesaba a su esposa? ¿Veía a más de una mujer? ¿Cuándo había empezado con sus aventuras? ¿Pensaba divorciarse de su madre? ¿Ella sospechaba algo de la infidelidad de su esposo?
De lo único que estaba seguro era que no soportaría ver a su madre deprimida. Tenía que hablar con su padre para hacerle entrar en razón. No podía perder todo lo que había construido por un desliz.
Después de dejar a Diana en su casa, Declan se presentó en la oficina de su padre.
-Buenas tardes, joven Bale -le saludó la linda secretaria.
-Buenas. Quiero ver a mi padre -le dijo antes de avanzar sin esperar ser anunciado.
La secretaria trató de detenerlo pero él le lanzó una mirada que la hizo volver a su trabajo. Declan era tan intimidante como Zack cuando se lo proponía.
Abrió la puerta sin tocar. Necesitaba actuar de inmediato porque no quería que su madre sufriera. No había nadie en la oficina. La laptop de Zack seguía con el protector de pantalla, entonces no había salido hace mucho.
Movió un poco el mouse y se sorprendió al ver que el fondo de escritorio era una fotografía de su padre y la mujer de cabello rojo. Estaban abrazados en una playa.
-¿Dónde está? -le preguntó a la secretaria.
-Tiene una reunión de negocios con Luna, en su hotel.
-Eso fue increíble -exclamó la pelirroja. Se recostó exhausta y cerró los ojos. Zack sonrió de medio lado al ver que su esposa se quedaba dormida de nuevo como Luna. El teléfono de su habitación rompió con el silencio. Zack se incorporó para atender.
-Diga.
-Señor Bale, le informo que su hijo se dirige a su habitación.
Zack colgó el teléfono y miró a Andraya. Ella gimió acomodándose mejor para dormir.
-Vuelvo enseguida -le besó en la frente y se levantó. Se puso su pantalón y tomó su camisa.
Cerró la puerta corrediza blanca que dividía el dormitorio de la gran sala de estar. Declan ya estaba esperando afuera cuando fue a abrir.
-¿Qué es tan importante que no puede esperar? -le preguntó a su hijo al dejarlo pasar.
Declan miró a todos lados para ver si encontraba a la mujer. Era obvio que Zack había estado con ella allí.
-Vengo a pedirte una explicación.
-Baja la voz.
-¿Por qué?
-¿Qué sucede Zack? -preguntó Luna, saliendo de la habitación-. Hola, Declan -lo saludó con cariño.
Zack se acercó a la mujer y la rodeó con los brazos. Declan apretó su puño. Su padre ni siquiera se molestaba en esconder a su amante.
-Ya no tengo que preguntar qué estaban haciendo.
-Estábamos celebrando -le dijo la mujer.
-¿Una ocasión especial? -preguntó con sarcasmo.
-Estoy embarazada -le dijo la inmortal muy feliz.
-¿Em-embarazada? -preguntó anonadado.
-¿No vas a felicitarnos?-Luna se acercó a su hijo con la intención de abrazarlo.
Declan la esquivó y se acercó a Zack. Estaba muy enojado. Juntó toda su fuerza en su puño derecho y le propinó un golpe en la cara a su padre. El azabache retrocedió tras el impacto.
La mujer soltó un grito y comenzó a sollozar. Se acercó a Declan y le tocó el brazo para que se volteara. No pudo decirle nada porque las ganas de vomitar le nublaron todo. Pasó de Andraya a Luna en segundos mientras aguantaba el horrible malestar, inclinándose un poco y atajándose del brazo de su hijo. Declan la observó sorprendido. ¿Ella era su madre? ¿Qué estaba sucediendo?
Andraya salió corriendo al cuarto de baño. Zack tomó a su hijo del hombro y le obligó a sentarse en el sofá.
-Quiero que te quedes aquí.
Zack sostuvo el cabello de su esposa mientras vomitaba y también le acariciaba la espalda tratando de confortarla. Todavía le dolía el golpe que su hijo le había dado. Si no hubiera entrenado su cuerpo para recibir fuertes golpes en ese momento estaría aturdido.
-Odio esto -dijo Andraya con lágrimas en los ojos.
-Todo va a estar bien -le decía el azabache para animarla.
Cinco minutos después, la castaña dejó de vomitar. Le pidió a Zack que regresara con su hijo para que ella pudiera lavarse los dientes y la cara.
Declan estaba muy incómodo. Había escuchado los sonidos que provenían del baño y de alguna u otra forma él había ocasionado aquello. Zack ingresó y se sentó en el sofá que estaba frente a él.
-Pensaste que tenía una amante -afirmó algo dolido.
-Todavía no sé si la tienes porque no estoy seguro de lo que he visto.
-Declan, no engañé a tu madre. Jamás podría hacerlo. Cuando tuviste suficiente edad te contamos el problema con el que nací y te dijimos que es una de las razones por la que tú y tus hermanos pueden dormir -Declan asintió-. Pero no te dijimos todo.
-Eso es algo evidente -se volteó al ver que Andraya se acercaba a ellos-, ¿estás bien, mamá? -le preguntó levantándose.
-Sí. Es normal que vomite cuando tengo un bebé dentro de mí. Siéntate, por favor. Tenemos muchas cosas que contarte.
-Mamá, yo...
Andraya le tomó de la mano.
-Cariño, deja que te contemos lo que sucede conmigo.
-Está bien -se sentó de nuevo.
-Yo no siempre fui inmortal ¿sabes? Es por eso que mi aroma cambia cuando me transformo.
-¿Cuál de las dos es tu verdadera apariencia?
-Conocí a tu padre cuando tenía mi cabello castaño. Poco después descubrí que me había sucedido algo extraño.
-Para guardar las apariencias -continuó Zack-, tuve que dejar que me extrajeran sangre en un hospital para potenciar una campaña de donación. Tu tío Andrew debía cambiar la bolsa con mi sangre por otra de sangre mortal. Pero algo sucedió y el cambio no se realizó.
-Esa noche, fui atacada en un callejón y me llevaron al hospital. Había perdido mucha sangre y tuvieron que hacerme transfusiones.
-Y te pusieron la sangre de papá -dijo Declan.
-Así es. Esa noche morí y de algún modo volví a la vida. La sangre especial de tu padre aceptó la mía y me regresó la vida, pero ya no era mortal. Algo había cambiado. En ese entonces yo no conocía a Zack. Solo sabía que era mi jefe pero jamás lo había visto.
-Nos conocimos y empezamos a salir. Ella no sabía que yo era inmortal y yo creía que era mortal.
-¿Empezaron a salir? ¿No pensaste en que ella podía morir si estaban juntos? -preguntó el Bale menor.
-Por supuesto que sí. Pero no pensaba en acostarme con ella porque era una empleada eficiente.
Andraya elevó ambas cejas. Por supuesto que Zack había querido acostarse con ella desde el primer momento en que la vio. Lo sabía bien porque aprendió a reconocer sus expresiones y recordaba perfectamente la primera vez que se vieron.
-En fin, conocí a Alucar y él me informó de todo. Aprendí todo sobre los inmortales y descubrí mi nuevo yo. Había adquirido un camuflaje debido al aroma de mi sangre. Pero le pedí a Alucar que no me dijera quienes eran diferentes y quienes mortales. Quería tener una vida casi normal. Tus abuelos no me aceptaron porque era mortal y todo iba mal.
-¿Ya sabías que papá era inmortal?
-No -rió levemente-. Todo se alineó para que Zack y yo no supiéramos lo que en verdad era el otro. Pasaron demasiadas cosas antes de que supiera que él era un inmortal.
-Cuando supe que Andraya era inmortal me sentí desconcertado y feliz a la vez. Ya no queríamos estar separados, pero tampoco podíamos estar juntos porque si ella bebía mi sangre iba a morir y yo también si bebía la suya.
-¿Qué hicieron?
-Nos arriesgamos -respondió Andraya-. Decidimos estar juntos por lo menos una vez a estar separados para siempre.
-Pero mi cuerpo aceptó la sangre de Andraya y mi sangre no le hizo nada. De alguna maravillosa forma nuestros cuerpos eligieron seguir con vida.
-Es por todo eso que puedes dormir -cambió a Luna-. Hijo, te presento a mi otro yo.
-¿Por qué no me lo dijeron antes?
-Porque el tiempo se nos pasó. Cuando tenías edad para saberlo yo estaba con la adaptación de tu hermana y luego vinieron las mellizas y su adaptación. Lamento todo esto -abrazó al chico.
-Yo lo lamento más -le correspondió-. Lamento haberte golpeado -le dijo a Zack.
-Hmp. Me alegra saber que eres capaz de hacer cualquier cosa por la felicidad de tu madre.
Zack y Andraya regresaron a casa mientras que Declan fue a encontrase con su abuela y sus hermanas. La pareja lo alcanzaría al día siguiente para contarles a todos las buenas nuevas.
La casa estaba silenciosa sin los niños. Al llegar, Andraya subió a su habitación a refrescarse mientras que Zack llamaba a Ilov para ver como la estaban pasando las niñas. Subió a cambiarse de ropa. Entró al baño y se sorprendió al no encontrarla allí. La buscó por toda la casa sin tener suerte. Solo le quedaba un lugar.
Andraya se agachó para prender la última vela que le faltaba. Había arreglado un camino de velas que rodeaba la piscina.
-Ya está -suspiró satisfecha con su trabajo.
-Te estaba buscando -le dijo Zack al abrir la puerta corrediza de cristal.
-¿Te gusta esto?
-Hmp. Estoy pensando en algo que me gusta aún más, mejor dicho, en alguien.
Andraya sonrió. Se sacó el albornoz que tenía y dejo al descubierto el biquini negro que llevaba puesto. Se tiró a la piscina y nadó hasta el otro lado, alejándose de la vista de Zack.
-¿No vienes?
-En un segundo -le dijo mientras se quitaba la ropa.
Varios años después.
Las olas rompían contra la orilla haciendo que la brisa de la mañana se volviera fresca a pesar del calor. Andraya estaba sentada en la arena. Llevaba puesto un traje de baño de dos piezas de color verde y un gran sombrero rojo. Le gustaba tomarse unos segundos al día para sí misma.
¿Quién hubiera imaginado que la marca de zapatos Luna se volvería tan exitosa? Andraya no había podido quedarse sin un nuevo proyecto después del nacimiento de su último hijo.
Miró hacia atrás y vio el moderno bungalow que estaba a unos metros, subiendo las escaleras de piedra. Se habían mudado dos semanas antes. Se sentía como si fuera su cuarta luna de miel.
Zack llegó trotando y se tumbó a su lado.
-¿Encontraste tu regalo de cumpleaños? -inquirió la mujer.
-Por supuesto -dijo sonriendo y apuntando el bolso que estaba al lado de ella.
-De acuerdo -rió-. Lo encontraste.
Raya sacó un retrato de plata del bolso. La fotografía que había elegido había sido tomada unas semanas atrás. Zack la abrazaba por la cintura y ambos se veían felices. Del lado derecho estaban Declan, muy orgulloso de portar su pulsera de noctividus. A su lado, Mirakel molestaba a su hermano mayor. Ella tenía el cabello negro y los ojos cafés. Era igual de alta que su hermano y ambos parecían tener diecisiete años, sin importar que la diferencia de edad fuera de veinte años. Por último, del lado derecho de Raya estaban las gemelas Azul y Ámbar que estaban por cumplir veinticinco años, sosteniéndo entre ambas a su hermano menor Gonza. Ellas eran tan idénticas que solo el aroma que despedían las identificaba. Parecían una versión más joven de la castaña pero con ojos negros.
La peculiaridad de la sangre de la pareja le había dado la desventaja de necesitar dormir unas horas, de vez en cuando, para recuperar fuerzas. A parte de eso eran como los demás inmortales, cada uno tenía una habilidad especial.
La Corte había estado tan complacida con el nacimiento de los cinco Bale que le habían dado a Zack la oportunidad de integrarla. El azabache había tomado ventaja de semejante privilegio y había empezado a proponer reglas un poco menos sádicas contra los humanos. Algunas de ellas habían sido aceptadas y otras no. Por el momento, ese ya era un gran avance para poder llevar a la Corte las ideas de Andraya.
-Me encanta. En cada uno de mis hijos puedo verte a ti -susurró para después lanzarle una mirada que la derritió.
Él le sacó el sombrero y le deshizo la media cola que ella se había hecho esa mañana. Ninguno de los dos había envejecido ni siquiera un poco. A Zack le impresionaba que cada día Raya le pareciera mucho más atractiva. Ella se había convertido en el centro de su vida.
Habrían podido tener muchos más hijos y el final hubiera sido fatal. Afortunadamente, en el último embarazo habían descubierto que con cada nacimiento la mujer perdía un fragmento de su alma. Zack amaba a sus hijos, pero jamás cambiaría a Andraya por tener más de ellos.
-Aquí tienes el tuyo -le dio una cajita roja de madera de cincuenta por cincuenta.
-No tenías que darme nada -dijo mientras abría su obsequio-¿Qué significa? -preguntó viendo lo que parecía ser más de doscientos pases verdes-. ¡Santos cielos! -exclamó llevando ambas manos a su boca al darse cuenta.
Zack no se había estado alimentando de mortales desde hacía mucho tiempo. Lo abrazó muy fuerte. Después de casarse no habían vuelto a hablar acerca de la alimentación de ninguno de los dos. A la castaña le bastaba con que él supiera que no aprobaba que asesinara a personas inocentes. Fue así que el tema había quedado zanjado por todo ese tiempo.
-No creí que pudieras... -le confesó cuando se apartaron.
-Te conozco y sé que jamás te hubieras atrevido a pedírmelo -le acarició la mejilla.
Se besaron lentamente. Los labios de su esposo siempre recibían los suyos muy ansiosos. La mujer rió al sentir las manos del azabache en su espalda intentando deshacer el nudo de su bikini.
-¡Zack! Te amo, pero no estamos aquí para eso -le reprendió.
Él sonrió de medio lado y extrajo de su bolsillo una bolsa cubierta con una malla metálica. Pusieron los regalos adentro y clavaron la bolsa cerca de la escalera. Andraya cambió a Luna y rápidamente se puso un enterizo rosa de la misma tela de los equipos de buceo.
Siete inmortales más llegaron en ese momento, con varias tablas de surf hechas de tivoh, un material muy resistente que Nithan había mezclado años atrás en su laboratorio.
Zack le acercó su tabla con una radiante sonrisa.
El viento comenzó a soplar más fuerte mientras el agua retrocedía rápidamente, alejándose de la orilla. Varios peces y algas quedaron expuestos en la arena.
-Es hora -gritó uno de los recién llegados.
Luna sintió que la excitación brotó en su pecho para después extenderse a todo su cuerpo. Habían comprado la isla para evacuarla ante la amenaza de un maremoto. A Dan, un inmortal de cabello rubio largo y porte aristocrático, se le había ocurrido que ese sería el mejor lugar para surfear. Él ya lo había hecho antes y aseguraba que la adrenalina que se sentía era superior por mucho a la que se obtenía al practicar "el ojo". Esa era una de las razones por las que Hubiera también estaba presente allí.
Zack le dio un beso rápido a la pelirroja antes de que todos comenzaran a correr hacia el mar. Todos los novatos debían seguir de cerca a Dan si querían lograr el objetivo de surfear en la ola que arrasaría con esa isla.
Luna puso su tabla de surf bajo su brazo derecho y comenzó a correr en dirección a otra nueva aventura, sabiendo que siempre que mirara a su costado encontraría al hombre al que le había entregado su corazón y su alma.
Y ahora sí, muchas gracias por estar del otro lado. Valoro cada comentario y cada voto 😊 Espero que les haya gustado leer esta historia así como a mí me ha gustado escribirla 💕
Un abrazo desde Paraguay , el corazón de América del Sur.🙆
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