Prólogo
CONTROL
00. Érase una vez...
KNARI
16 Años Atrás
La suave y refrescante brisa nocturna acarició su rostro, y, como reflejo a dicha caricia, la joven mujer cerró sus ojos y se dejó deleitar por el dulce aroma de tierra húmeda que se respetaba en el ambiente, en compañía del adorable perfume de las flores, y con un toque del champán que se servía a espaldas suyas en la fiesta que se celebraba.
Knari era uno de los reinos prósperos de la dimensión mágica, solo por detrás de Solaria y Domino. Este reino era protegido por las hadas más antiguas de la historia pertenecientes al linaje Banshee, una de las primeras hadas que la historia recordaba, así como de las más poderosas, y peculiares, ya que no eran como el resto de las hadas. Sus poderes eran diferentes, más complejos de lo esperado, y era mucho más que sólo soltar un grito de agonía cuando se predecía la muerte de un ser amado de dicha Banshee. Eran hadas legendarias, ancestrales, y si bien no evolucionaban como el resto, su poder como grandeza eran incomparables. Eso y mucho más era lo que hacía de Knari un bello lugar.
Rechazando todo avance tecnológico que se fue mostrando a lo largo de los años, la familia real de Knari se regía únicamente de la mano de la naturaleza. Al rededor del castillo como de la aldea había un bosque que, a cualquier rincón que uno viera, estaba plagado de colores vivos, con flores únicas que no se encontrarían en otro reino, y de ser así, jamás se encontrarían todas esas flores en un solo terreno como en Knari. Sus árboles tenían diversas formas y sus hojas variaban de tamaño como de textura. Su riqueza en oro como en naturaleza no era más que exquisito e imposible de igualar. La alegría, como prosperidad eran una de sus muchas características. El pueblo adoraba a los reyes, y los reyes se aseguraban de corresponder a dicho amor celebrando fiestas, y que la economía del reino beneficiara tanto a la corona como a cada aldeano que trabajaba.
Era un lugar que se podía encontrar en los cuentos de hadas. Un hermoso bosque que era más extenso que las propias casas que conformaban la aldea, así como el palacio de piedra gris que se alzaba en lo alto de una montaña, teniendo ante sus pies a la naturaleza. Pero eran sus aves lo que caracterizaba al reino, y por la razón por la que había sido bautizado con dicho nombre. Los canarios habitaban en cada rincón del reino, entonando sus dulces melodías a cada hora del día, pero cuando el peligro se acercaba, como las Banshee, las aves dejaban a un lado su melodiosa voz para emitir gritos que taladraban los oídos de cada persona, siendo así como escuchar cientos de gritos desgarradores en la cabeza que no parecían tener final alguno.
Por ende, en honor al ave guardián y acompañante de las Banshee, el reino había sido nombrado como Knari, significando en árabe Canario. Un poco evidente y hasta con falta de originalidad, era verdad, pero todos los que conocían a profundidad la historia del reino, podían entender el por qué. De hecho, los canarios eran la mayor gloria y orgullo del reino, siendo respetados por cada habitante, incluida la familia real. Esas aves eran lo más valioso que tenían, y podían entregar todo su oro y joyas preciosas con la finalidad de proteger a los canarios de cualquiera que se atreviera a hacerles daño. Pues asesinar a un canario que habitase Knari era considerado como un delito que sólo la pena de muerte podía compensar dicha falta.
La princesa Dinah abrió lentamente sus ojos cuando sintió sobre su hombro el peso dos pequeñas articulaciones con un peso liviano pero que al mismo tiempo cargaban consigo una increíble y única fuerza. La muchacha esbozó una sonrisa y depositó su copa de champán sobre la barandilla del balcón donde se había apoyado para escapar de la fiesta que se celebraba en el interior del palacio.
—¿Qué haces aquí?—preguntó con voz baja y suave, y sus ojos esmeralda lanzaron un destello de afecto al observar con afecto a la pequeña ave de plumaje azul marino que se había apoyado sobre su hombro—. Te dije que te quedaras lejos por esta noche. Las fiestas no son tu ambiente. Al igual que tampoco son el mío. —añadió en un murmullo, y llevó su mano derecha hacia su hombro izquierdo, gesto que el canario inmediatamente supo cómo interpretar, y en un solo movimiento se había trasladado hacia el dedo índice de la joven ojiverde.
Dinah no se consideraba una persona apática o antisocial. Era una princesa, y toda su vida fue educada para tener la habilidad de cómo entablar conversaciones educadas con otras personas, especialmente con otras familias reales como lo eran los reyes de Solaria o de Domino. Esta última familia eran las más influyentes para Knari, sobre todo porque su hermano, el príncipe heredero al trono de Knari, estaba comprometido con la princesa de Domino por una alianza que se creó cuando ellos apenas eran unos niños. Pero el problema de Dinah, como decían sus padres con una sonrisa afectuosa en compañía de una mirada tensa, era su carácter.
Cuando lo deseaba ella podía ser la muchacha más encantadora de la dimensión mágica, pero había momentos donde su sangre Banshee predominaba, buscando ser así una mujer independiente, libre de compromisos. Fue instruida para el arte de la guerra, como para la política y ser una dama de la corte; su padre deseaba que ella fuera capaz de saber cómo otorgar una sonrisa cálida al igual que como blandir una espada. Pero no fue consciente en ese entonces de que le había dado a Dinah las libertades que pocas princesas tenían, y una de esas era a no dejarse doblegar, ni siquiera por sus propios padres.
Había perdido la cuenta de las innumerables veces los intentos que su madre llevaba para presentarle a un caballero, en su mayoría príncipes, y que se unieran en matrimonio. Y todas esas veces el resultado no fue el deseado para los padres de Dinah, ya que ella tenía el don para hacer temblar a los hombres y que salieran huyendo lejos suyo. Esto, por supuesto, divertía a la princesa, pero sus padres estaban preocupados, pues de no ser por tener a un hijo primogénito, Knari no tendría un futuro asegurado con Dinah estando reacia a entregar su mano en matrimonio.
Y por ello, frustrada por tantos intentos fallidos por parte de sus padres para que ella accediera al matrimonio, Dinah había decidido escapar de la fiesta que se celebraba en honor a su propio cumpleaños. Resultaba tan irónico que todos estuvieran divirtiéndose allí adentro, mientras que ella, quien era la festejada, se encontraba escondida en su propio hogar y escapando de su propia fiesta.
Una sonrisa burlesca cruzó por sus labios, pero rápidamente se convirtió en una amarga. A veces era agotador ser una princesa; seguir protocolos sociales, saber a qué personas complacer. Era demasiado para ella algunas veces. Y sobre todo cuando era la sombra de su hermano mayor: Derek.
Amaba a su hermano, pero, como toda relación entre hermanos, algunas veces ella deseaba asesinarlo a, y otras simplemente limitarse a que cada uno tomase diferentes capítulos para ahorrarse mutuamente disgustos. Derek era alguien que sabía cómo complacer a sus padres en todo lo que ellos desearan, pero a espaldas suyas era un completo descarado. Era un hombre comprometido y disfrutaba en llevar a mujeres que ni siquiera conocía a la cama. Era un egocéntrico, vanidoso, y hablador. Si bien sus habilidades de combate con la espada, así como el arco y flechas eran dignas de respetar, algunas veces adornaba en las tabernas que recurría las historias de sus batallas, las cuales sólo habían sido dos, y en esas dos mismas batallas fue Dinah quien lo mantuvo con vida porque él cubría la espaldas de todos, pero no la suya, y más de una ocasión ella tuvo que arriesgar su trasero para salvar el de su hermano.
No era por malinterpretar. Derek era un guerrero que era digno de admirar, no obstante, su vanidad podía restar credibilidad a su talento con la espada. Pero lo que más detestaba Dinah sobre ser su hermana no eran sus falsas historias como héroe (estaba segura de que el rey de Solaria, quien no sostenía una espada en mucho tiempo y dependía de sus tropas, tenía más posibilidades de ser un héroe en comparación de Derek), sino el tener que ir por el la gran mayoría de las noches a la taberna de la aldea y llevarlo casi arrastrando de vuelta al palacio sin que sus padres los descubrieran, y, por si fuera poco, ayudarlo con su resaca. Ella era quien limpiaba el vómito, quien le lanzaba a la cara agua helada, así como la que lo ayudaba a vestirse. Esto último era lo menos desagradable, tenía que admitirlo, pero aun así era algo que últimamente ya no podía tolerar. Él era un hombre comprometido, y ya era hora que fuera responsable de sus acciones y aprendiera a lo que era ser independiente como prudente.
Pero era por el amor que ella le tenía por lo que, a pesar de que se juraba ya no hacerlo, cuidaba de la espalda de Derek sin importar qué.
Él era su mayor amor en esa vida, su gran orgullo, así como también su gran pesar, pues no siempre estaría a su lado para salvarlo de sus propios problemas en los que él mismo se creaba.
En lo alto del cielo, Dinah pudo ver como en la aldea las personas lanzaban fuegos artificiales que se podían apreciar como bañaban con sus coloridos colores las nubes grises que cubrían el cielo, dejando al descubierto únicamente la tenue luz de la luna llena. El pequeño canario soltó una suave melodía en compañía con el sonido que emitían los fuegos artificiales, entonando así una canción que Dinah conocía muy bien, porque era la que ese canario le cantaba casi todas las mañanas. Esto la hizo sonreír.
—¿Sabes? Estar aquí no es tan malo como creí. —comentó en voz alta.
Si bien ella sabía que su mamá tarde o temprano repararía en su ausencia y enviaría a los guardias para buscarla, o peor, ella misma la buscaría, no deseaba volver a la fiesta que decían que era en su nombre. No todavía, al menos. Especialmente cuando estaba empezando a disfrutar de aquella velada estando en el balcón de sus aposentos.
Dinah lanzó una rápida mirada de reojo al diván color turquesa que se encontraba a un lado suyo junto a una pequeña mesa que sostenía una jarra con agua, un vaso de cristal, así como un libro que ella había dejado la noche anterior con la intensión de poder leerlo en cuanto escapara de su fiesta. Dieciséis amargos años. Los quince indudablemente fueron los peores, pero cumplir dieciséis años la hacía cada vez más probable a cumplir con su obligación de comprometerse con un caballero. Si no era un príncipe, posiblemente sería un especialista de los que estudiaban en Alfea.
Ella no asistía a dicha escuela gracias a su poder, y sus padres insistieron en que todo lo relacionado con el grito de las Banshee se viera en Knari, donde todos podían estar a salvo en caso de que Dinah tuviera la necesidad de gritar. Jamás se sabía la potencia de su grito, pero las pocas veces que lo había usado a voluntad propia el techo de sus aposentos terminó con un agujero y pasó dos noches teniendo la luz de la luna como luz de noche sobre su cabeza.
Sin embargo, antes de siquiera pedirle a su bello canario de plumas azules que alzara en vuelo para dejarla a solas con su libro, Dinah percibió movimiento entre los árboles del bosque que se extendía ante ella. Fue sólo un leve movimiento que podía atribuirse al viento a un animal, inclusive a un guardia del palacio. Pero la joven princesa se mantuvo alerta, y con un suave silbido le indicó a su canario que la dejase sola, y el ave, obediente, extendió sus alas y se alejó de ella a toda prisa.
Agudizando sus sentidos para hacer uso de sus habilidades, Dinah entornó sus ojos y sintió como su sentido del oído se hacía más delicado ante cualquier sonido. Hacía poco que descubrió que podía poseer un oído extremadamente agudo que le permitía escuchar conversaciones que tomaban lugar a cinco kilómetros de donde ella estaba. Por supuesto, esto todavía no lo controlaba del todo, y a veces terminaba pagando las consecuencias con un dolor de cabeza. Igualmente, su vista podía ser más desarrollada, y era capaz de ver a una distancia prudente para ella misma el más leve detalle de la madera de los árboles.
Y fue entonces cuando lo vio. Una figura alta y encapuchada de verde se movía entre los árboles. Y a pesar de que podían ser demasiadas las personas que podían vestir así, ella conocía perfectamente esa capa, y sabía que ninguna persona en su sano juicio dejaría la fiesta para irse a la aldea salvo su propio hermano.
Bufó. Sabía que no era su obligación seguirlo. Bastante tenía con lo sucedido hace tres noches cuando él, borracho, le coqueteó hasta vomitar sobre ella y después pedirle perdón, alegando que con la capa que ella traía para esconder su identidad no la reconoció. Esto no la ofendió, de hecho, le pareció divertido, pero toda gracia se esfumó cuando él le arruinó su preciosa capa magenta. Pero no por eso dejaba de preocuparle lo que él llegase a hacer. Si sus padres no encontraban a Derek se preocuparían, pero si descubrían que ambos estaban ausentes eran capaces de pensar lo peor. No obstante, si los dos salían del palacio ambos tenían una excelente coartada, y ella la excusa perfecta para perderse el baile con algún príncipe o especialista.
Sin perder más tiempo, Dinah corrió hacia el interior de sus aposentos para así despojarse de sus tacones dorados y colocarse botas negras. Sabía que no hacían juego con su vestido esmeralda de seda, pero tampoco iba a arriesgarse en caminar por el bosque con unos zapatos de tacón. Además, la capa negra que llevaba compensaba el color de su calzado. Y si por obra de un milagro conseguía volver al palacio con Derek sin que sus padres los atraparan, sólo bastaba con cambiarse de zapatos sin perder demasiado tiempo.
No era la primera vez que hacía esto, y creía que la práctica le había ayudado con ello.
Formando en sus labios rosados una mueca de disgusto, Dinah se colocó su capa negra y escondió bajo la capucha su cabello rubio que traía sujeto en una trenza. Se dirigió hacia su librero, y sin titubear tiró de una de la base que sostenía a una de las antorchas que tenía a un costado suyo, haciendo que la pared emitiera una pequeña vibración antes de que ésta se abriera como una puerta. Todo palacio contaba con pasadizos secretos para un eficiente escape en caso de una invasión, y así la familia real escaparía a salvo. Irónicamente esos túneles eran más usados por ella y Derek para escapar de su vida como parte de la realeza, pero no era algo que los reyes tuvieran por que saber. Aunque Dinah tenía la ligera impresión de que ellos ya debían de estar sospechando al respecto.
Sujetando la antorcha que removió del soporte de metal negro, Dinah se adentró en el pasillo secreto que ya conocía mejor que el propio interior del palacio, y en cuanto su capa acarició el librero, la pared se removió sobre su lugar para así regresar al lugar que le correspondía, como si nada hubiera sucedido, dejando así a solas a la princesa en medio de la oscuridad con la compañía de la tenue luz de la antorcha que amenazaba con extinguirse gracias a la gélida brisa que soplaba en los túneles. Tomó una bocanada de aire, y sin perder más tiempo avanzó con determinación, con sus pasos haciendo eco en cada pared hasta que se perdieron cuando ella descendió las escaleras de caracol que llevaban directo a la pared que se encontraba por detrás de la cocina.
Los muros de los túneles eran demasiado gruesos, lo cual significaba que era imposible que alguien más pudiera saber que ella se encontraba ahí, sin contar que la fiesta debía ser de lo más alegre y la música de la orquesta que su padre había mandado a llamar estaría inundando cada rincón del palacio, excepto en de los túneles secretos. Posiblemente debió esconderse ahí desde un comienzo. Solo por esto ya no estaba del todo enfadada con Derek por escaparse, pero aún así le daría una reprimenda por ser tan imprudente y desconsiderado con sus padres. Ella tenía una excusa, pero ¿por qué él querría fugarse en los brazos de la noche cuando en el palacio tenía la excusa perfecta para embriagarse? No tenía sentido. Sin mencionar que había cientos de damas, a excepción de su prometida. Podía coquetear con todas ella sin problema. Las damas del pueblo eran hermosas, pero dudaba que fueran de belleza exquisita en colación con una princesa o un hada.
Y entonces un pensamiento sombrío cruzó por su mente. Derek había estado escapando del palacio más de lo acostumbrado, y cada vez eran pocas las ocasiones que ella lo encontraba ebrio en los últimos dos meses, y algunas veces él llegó a fingir que lo estaba. ¿Qué tal si se había enamorado?
La sola idea la hizo estremecerse, y repentinamente encontró más cálida la presencia del aire frío de los túneles. Su hermano enamorado. Era algo tan improbable como el decir que las hechiceras perderían sus poderes. Él no era una mala persona, pero tampoco era un creyente del amor. Era un maldito descarado cuando se trataban de mujeres.
No. Tenía que existir otra razón por la que él se viera motivado a escapar concurridamente de ahí.
El final de los túneles la llevó hacia una puerta de madera que debería estar cerrada con diversas cadenas de acuerdo con lo establecido por los reyes, ya que era la única salida que los enemigos y los propios aldeanos desconocían que existía en el palacio. No obstante, Derek y Dinah se habían encargado de esconder dichas cadenas, así como en arreglar la puerta para que ésta ya no emitiera ruido alguno al ser abierta. Las primeras veces que utilizaron ese acceso del palacio la puerta emitió un crujido estridente y agudo gracias a que hacía décadas que no se usaban, y por un momento temieron que todos en el interior del palacio los escucharan. Por fortuna para ellos, no sucedió así.
Dinah se removió por debajo de su capa y buscó esconder lo mejor posible cada mechón de su cabellera rubia como gesto nervioso. Derek ya había escapado de diversas fiestas, pero esta vez sabía que corrían más peligro de ser descubiertos, pues no pasaría mucho tiempo antes de que sus padres desearan que sus dos hijos bailaran con alguna dama y caballero, mostrando sus buenos modales, pero sobre todo una imagen ejemplar de la familia real.
Dinah abrió la puerta lo suficiente como para que su cuerpo pudiera atravesar el umbral, y una vez que estuvo fuera, cerró inmediatamente la puerta detrás suyo y echó a andar, manteniendo la cabeza gacha y la mirada el alto para poder seguir el rastro de su hermano.
Estaba tan familiarizada con aquel bosque que era capaz de reconocer cada árbol y señalar las diferencias menores que había en cada tronco y en sus ramas, e inclusive en el tamaño y forma de cada hoja verde. No sabía si sentirse orgullosa por ello o sólo desear asesinar a Derek por hacerla pasar la mayoría de sus noches buscándolo entre la oscuridad del bosque con la luna y estrellas estando de testigos.
Las primeras veces que ella salió detrás suyo tardó demasiado en encontrarlo, y tuvo que recurrir a sus poderes para así orientarse. No le aparecía que él la encontrase ya en estado de ebriedad mientras volvía al palacio, pues ella justamente iba detrás suyo para evitar que él bebiera de más.
Caminó por aquel camino que conocía mejor que la palma de su mano, y cuando llegó al camino de piedra que conformaba parte de la aldea pudo ser capaz de respirar con más tranquilidad, pero sin bajar la guardia. Cada vez que llegaba a la aldea siempre se sentía más confiada, pues sabía que significaba que estaba cercas de Derek, y que su próxima preocupación sería regresar al palacio con él, así incluso si tenía que llevarlo arrastrando.
La mayoría de la gente estaba reunida fuera de sus casas, celebrando como en el palacio el cumpleaños de la princesa, brindando en su honor, y deseándole buena salud, así como hablando de su belleza y de su bondadoso corazón. Y no tenían idea de lo bondadosa que ella era hacia su hermano, pues otra persona lo dejaría a su suerte.
Escabulléndose entre las sombras para esconderse de la gente que bebía y bailaba al compás de la música que tocaba un grupo de jóvenes, cantando las canciones más emblemáticas de Knari, Dinah recorrió la calle en la búsqueda de la cantina. No obstante, cuando logró llegar a una esquina que estaba bastante alejada ya de la mitad de los aldeanos que celebraban el cumpleaños de la princesa, Dinah sintió como si alguien le quitase todo el aliento para acto seguido verse acorralada contra la pared con dos fuertes manos sujetando sus muñecas, impidiéndole el poder escapar.
Buscó la forma de liberarse de aquel agarre, pero era imposible. Era como estar atrapada por dos grilletes que la sometían contra esa pared fría y gris, fuera de la vista de algún aldeano. Así que, cuando se dio por vencida por liberarse de su atacante, decidió alzar la mirada por debajo de la capucha de su capa, y observó atentamente el rostro del hombre que la había interceptado.
Su mandíbula casi golpeaba el suelo de no ser porque la ira predominaba sobre la confusión y sorpresa.
—¿Derek? —exclamó un tanto indignada por cómo su hermano se había atrevido a tratarla como si ella fuera una criminal.
La mandíbula de Derek estaba demasiado tensa que parecía que en cualquier momento se iba a quebrar. Sus ojos celestes destellaban de rabia, y podía sentir su respiración entrecortada contra su rostro por lo cercas que lo tenía, así como contemplar como su pecho subía y bajaba con pesadez. Todavía conservaba su capucha, por lo que hacía que sus ojos adoptasen un tono más oscuro semejante a un gris, y se veía con mayor detalle cada emoción que surcaban por su mirada, como un océano caótico plagado de diversos sentimientos que no parecían tener rumbo alguno.
—Lárgate de aquí—siseó él—. Ahora.
Pero Dinah ni siquiera se sintió intimidada por ello, todo lo contrario. Alzó su mentón e hizo contacto visual con él, manteniendo su semblante neutro, y era porque sabía que no había consumido una sola gota de alcohol gracias a que cuando pronunció estas palabras su aliento únicamente olía a menta, dando a entender que ni siquiera había ingerido alimento alguno. Así que su estado alterado se debía a otra cosa sin tener relación con el alcohol.
—¿Por qué? ¿Acaso te quieres fugar? ¿Por eso la capa?
—No digas estupideces y mejor regresa al palacio ahora antes de que yo grite a todo pulmón que la adorada princesa festejada escapó del palacio. —amenazó, pero ella no se dejó intimidad, y mucho menos por algo que no le podía importar menos.
—Hazlo, y los dos tendremos mucho que explicar. ¿Quién crees que tenga mejor argumento ante nuestros padres? Recuerda que son conscientes de tu reputación, aunque hacen de la vista ciega. Tal vez no lo saben, pero sospechan. Así que mejor vamos a ahorrar la etapa de las amenazas, suéltame las manos, y dime ¿qué carajos haces aquí a estas horas? Porque déjame decirte que la taberna no queda por aquí.
—Eso no es asunto tuyo. —masculló, más le soltó las manos.
—Tienes razón, no lo es—dijo, masajeando sus muñecas por el agarre de hierro que había aplicado su hermano—. Pero no me importa porque eres mi hermano, y no me iré hasta saber que te traes entre manos.
—Te estás perdiendo tu fiesta de cumpleaños por una estupidez. —dijo casi en una exhalación que denotaba angustia por algo que ella desconocía.
—Pues al demonio con esa fiesta—espetó—. No me iré. Así que puedes soportarme toda la noche detrás tuyo, o me dices a que se debe tanto secreto.
—¡Dinah, por favor!—bramó—. ¡Vete ahora o te juro que yo...!
Pero Derek no pudo llegar a completar su amenaza, ya que fue interrumpido por el llanto de un bebé, el cual provenía de la casa vecina de enfrente de donde ellos estaban.
Dinah al comienzo le restó importancia, y estuvo a punto de abofetear a su hermano por gritarle de dicha manera, no obstante, cuando ya tenía preparada su mano para lanzar el golpe, se quedó helada cuando vio cómo el rostro de Derek cambiaba de frustración a preocupación con solo oír ese pequeño llanto.
Y la pieza que completó aquel ajedrez fue cuando su hermano colocó sus dedos sobre el puente de su nariz y dijo una dos únicas pero poderosas palabras: ya despertó.
—No—dijo ella en un hilo de voz, y su cuerpo buscó el apoyo completo de la pared donde Derek la había acorralado, y agradeció esto, pues de no ser así habría caído se rodillas al suelo—. No. Derek, no lo hiciste—expresó en lo que parecía ser un sollozo, así como semejante a un gruñido y a un gemido. Había demasiadas emociones en ella ahora mismo que no era capaz de ver una con la claridad suficiente como para distinguirla—. No.
—Yo no quería—dijo él en voz baja, quitándose así la capucha para así alzar su vista al cielo, como si de entre las nubes llegase a llover la solución a todos los problemas que tenía por delante gracias a ese terrible secreto que llevaba cargando—. No quería que esto sucediera, Dinah. Créeme. Pero todo fue tan rápido, y tan inesperado.
—¿Desde cuándo el sexo no es así?—exclamó por encima del llanto del bebé que se oía desde la casa.
—Es más que eso.
La rubia enarcó sus cejas por debajo de su capucha.
—Explícate ahora antes de que rompa tu tímpano y te quedes sordo de por vida. —siseó ella.
—Pasó hace unos meses, cuando yo iba a la cantina—musitó en voz baja—. Esa fue la primera noche en la que logré escaparme sin que tú me vieras. Yo estaba muy ebrio, lo suficiente como para caer en medio de la calle y ser arrollado por un carruaje o carretilla. Pero no sucedió. Desperté desorientado en la casa de una mujer que me cuidó. Ella limpió el vómito que deje, me dio de comer, se aseguró de que yo estuviera hidratado. Pero ¿sabes qué fue lo más extraordinario? Ella no sabía quién era yo. Así que cuando me fui le dije que me esperaban en casa, pero no le conté en ese momento que yo era el príncipe.
» Varias semanas después la volví a ver cuando salí de día del palacio, únicamente para caminar. Conversamos hasta que llegó la noche; fue la primera vez en mucho tiempo que no bebía. Fue un sentimiento pleno cuando supe que alguien me veía a mí, y no al príncipe. Podía ser genuino con ella, reírme como nunca antes lo había hecho, pero sobre todo que nadie me llamaba alteza. Era como sentirme libre. Probé la ansiada felicidad, y déjame decirte que la subestimé. La felicidad está infravalorada. Fue como si todo lo malo desapareciera, y solo fuera capaz de existir en ese pequeño momento con esa hermosa mujer, quien me hace reír, y desear ser un mejor hombre.
Dinah ni siquiera era capaz de mirarlo, pues no sabía si sentirse dichosa por él, o culpable por todas las veces que pensó que él era un príncipe caprichoso, y que bebía sin razón alguna. Jamás se puso a reflexionar sobre esto, hasta ahora. Y se sentía terrible por pensar lo peor hacía su propio hermano.
—Me enamoré, Dinah.
Y ahí estaban las palabras que tanto temió escuchar: amor. Su hermano finalmente le había entregado su corazón, su alma, sus anhelos, y cada gota de su ser a una mujer. Jamás creyó que esto sucedería, pero después de temerlo, estaba ahí, escuchando su relato a mitad de la noche escondida entre las sombras como una bandida.
—Me enamoré de Phoebe. Ella me complementa, me entiende, me escucha, y me ama aun sabiendo mis peores defectos. E inclusive cuando le confesé quien era yo en realidad, ella dijo que no le importaba la corona o las joyas, y que de ser posible ella no deseaba nada que ver con esa vida. Y yo no podría estar más de acuerdo con eso. Así que nos casamos.
—No lo hiciste—dijo casi en un gruñido, pero sabía que su hermano no mentía, y que a este punto ella deseaba escuchar ya lo que fuera con tal de que esté momento que estaba viviendo fuera borrado—. Derek, por favor no. Mamá y papá te van a asesinar. Los reyes de Domino nos verán como personas sin honor.
—Lo sé. Pero no toleraba la idea de casarme con una mujer que no amo. Yo amo a Phoebe, y no me iré de su lado ni siquiera si madre y padre no aceptan lo nuestro. Estamos casado legítimamente. Ella es mi familia. Y si debo renunciar a la corona, lo haré. Te lo dejaré a ti.
—¡Yo también soy tu familia!—bramó—. Y por eso es por lo que me he quedado callada por tanto tiempo, pero incluso ahora eres un jodido egoísta. Eres un egoísta porque solo piensas en ti. Dices dejarme la corona, pero ¿al menos pensaste en que si yo quiero eso? ¡No! Por qué jamás me tomas en cuenta. Yo soy la que limpia tus desastres siempre, y ni un maldito gracias he recibido en todo este tiempo. ¡Me alegra que por fin ames a alguien además de a ti mismo! Pero, por favor, Derek, no pienses que el mundo gira al rededor tuyo, porque no es así—suspiró y cerró sus ojos, intentando enfrentar la última dificultad—. Solo dime una cosa—pidió con voz ahogada—. ¿Es niña o niño?
—Niña—respondió en voz baja, parecía estar a punto de desmayarse, ya que su rostro había perdido todo color, asemejándose con la palidez de un fantasma—. Tiene dos meses.
Dinah abrió sus ojos y soltó lentamente el aire que había estado reteniendo. No sabía que decir, o siquiera que pensar. Las personas que estuvieran en su posición seguramente estarían ya saltando de alegría porque se convirtió en tía, pero no era capaz de siquiera articular un grito pequeño sin que su voz temblase.
Derek no sólo se había casado a escondidas, también tenía una hija y seguía comprometido con la princesa de Dominó. La situación era mucho más compleja de lo que pensaba. Esto no era como aquella novela del mundo de los humanos llamada Romeo y Julieta. Era un asunto serio, con consecuencias terribles tanto para Derek como para sí misma, porque si él caía, ella también caería. No sólo se trataba de proteger a su hermano, sino que también a esa bebé, a la mujer que Derek llamaba el amor de su vida, y su propio trasero.
Era algo imposible.
—Derek—pronunció su nombre con pesadez, incapaz de mirarlo sin buscar golpearlo o lanzarse a sus brazos y llorar desconsoladamente por la condena que tenían ya sobre sus cuellos. Estaban condenados—. Lo que has hecho no tiene perdón—dijo con dureza—. Pueden exiliarte ¿sabes? Esto no es un juego, es la vida real donde hay consecuencias severas. Yo inclusive puedo ser condenada a otro castigo por saber esta información. Esa mujer puede ser enviada a otra parte del mundo mágico, lejos de ti. Y esa bebé puede tener el peor destino: crecer sin sus padres. ¿Al menos pensaste en eso?
—Cada día—aseguró exaltado—. Jamás pensé ser padre—suspiró para acto seguido esbozar una débil pero sincera sonrisa: una sonrisa paternal—. Si debo ser honesto, jamás me imaginé como un padre. Soy terrible cuidando de mí mismo, apenas y puedo cuidar de Phoebe sin temer que mi oscuridad la dañe. Por qué estoy jodido, Dinah. Lo sabes mejor que nadie. Pero esa pequeña...es todo lo que tengo. Me abrió los ojos y me cautivó en cuanto la tuve en brazos. Puso todo en retrospectiva, y supe que haría todo lo posible para protegerla de todo. Inclusive de mis errores.
—Por eso ya no bebes alcohol—susurró, pasmada—. Finges llegar ebrio, pero tu aliento ya dejó de apestar a cerveza desde hace semanas: por tu hija.
—No merecía a un padre alcohólico.
—Pocos tienen la fuerza de voluntad para hacer lo que tú.
—No soy un ejemplo a seguir. Tengo más errores que aciertos en mi vida. Pero si puedo darle una vida feliz a mi hija, sé que habré cumplido mi único cometido. Lo demás no importa—titubeó—. Dinah, sé que no apruebas esto...
—No es eso—interrumpió ella, impotente—. Estoy preocupada, por ti, por tu esposa, por tu hija, y por mí. Los cuatro podemos caer a un precipicio interminable como padre y madre lo descubran—suspiró, y apoyó su cabeza contra la pared—. Es demasiado que procesar.
—Al menos dame una oportunidad. Debes conocerla.
Dinah dejó escapar entonces una amarga risa y le miró perpleja, como si hubiera dicho la mayor estupidez del mundo entero.
—¿Estás loco? No haré eso.
—¿Por qué?—preguntó, y sintió una punzada de culpa en su pecho al ver el dolor del rechazo en su mirada celeste.
—Porque soy tu hermana, y la princesa. Y prefiero involucrarme lo menos posible.
—Phoebe ansía poder conocerte en persona, y Freya... —Así que la niña tenía un nombre. Freya—. Creo que merece conocer a su tía.
—Por eso mismo no puedo hacerlo, Derek—musitó—. No le daré ilusiones a esa niña—ni siquiera deseaba pronunciar su nombre, pero no por disgusto, sino porque le dolía la idea de crear ilusiones tanto para la pequeña como para sí misma para que después algo terrible sucediera—. No puedo entrar y fingir que los cuatro somos una familia feliz. No conozco a tu esposa, estás comprometido con una princesa, y ahora mismo debería estar comiendo pastel y saludando a demasiados desconocidos por cortesía.
—Dinah, por favor. No lo hagas por mí, hazlo por mi hija. Ella es inocente.
Dinah mordió su labio inferior, y se maldijo a sí misma mentalmente por estar verdaderamente considerando la opción. ¿Qué había que considerar? Ella ni siquiera debería de seguir ahí. Tenía que dar la media vuelta y volver por donde vino, fingiendo no saber nada al respecto cuando ese secreto podía ser la perdición de su familia, y del mismo reino. ¿Qué pensarían los demás monarcas de la dimensión mágica cuando descubrieran que el príncipe heredero de Knari no conocía el honor y había roto su Juramento de casarse con la princesa de Dominó? Sería una catástrofe.
Y aun así, Derek tenía razón. Esa niña era inocente. ¿Qué culpa tenía ella del descuido de sus padres? Además, le gustase o no, era la hija de su hermano, por lo tanto, también era su sangre, y a la familia jamás se le daba la espalda. Sin importar qué.
—Diez minutos—accedió en voz baja, e hizo callar a la voz del pánico que gritaba descontroladamente en un rincón de su cabeza, diciéndole repetidamente que era una terrible idea—. Después volveremos los dos al palacio, y no comentaremos esto con nadie. Más tarde lo discutiremos con calma para saber cómo demonios saldremos de este problema los dos.
Derek pareció más que feliz por esto, y ella vio con horror el cómo esa niña ciertamente parecía ser lo más importante para él. No es que fuese algo malo, pero ella todavía no podía siquiera imaginarse a su hermano como padre, cumpliendo con sus responsabilidades y dándole amor a otro ser humano pequeño. Lo más parecido a esto fue hace años, cuando él no quería soltar una botella de cerveza alegando que era todo lo que tenía, que con la cerveza podía escapar de todo. Las cosas en verdad parecían cambiar cuando uno menos lo espera.
Solo esperaba que Derek no fallara, por que posiblemente él más que nadie sería el más decepcionado de sí mismo. Su hermano podía ser complicado, pero algo que lo caracterizaba era lo estricto que era consigo mismo desde niño. Si fallaba en algo era porque él lo deseaba, pero cuando había algo que él deseara superar y no lo conseguía, Derek se sometía a presión como el carbón para relucir como un precioso diamante.
—Es por aquí. —indicó él, y ambos hermanos se dirigieron a la casa donde minutos atrás se habían escuchado los llantos de la bebé que ahora ya habían cesado.
En otras circunstancias Dinah se habría reído por cómo ella y Derek iban vestidos con capas, como dos personas que estaban a punto de hacer algo prohibido y no deseaban que nadie los reconociera. No obstante, la situación era más compleja, ya que había literalmente una vida pequeña de por medio.
Ella ni siquiera era buena tratando a los niños, mucho menos a una bebé. ¿Qué se supone que debía hacer? Una cosa era leerlo en los libros, y otra muy diferente a ser una misma quien cargase o siquiera mirase a una criatura tan minúscula que no sabía todavía lo que era estar en el juego de la vida.
Derek llamó a la puerta, cosa que sorprendió a Dinah, pero no dijo nada al respecto. Quería pensar que estaba siendo educado porque tal vez quería introducir lo más apropiadamente posible a su esposa con su hermana, y viceversa.
Esposa. Hija. Familia. Tres palabras que jamás creyó tener que relacionar con su hermano. Y ahí estaba, ante la puerta de la que era la vivienda de su pequeña familia.
La vivienda era a simple vista pequeña, pero Dinah pudo ver que, al menos la fachada, había sido remodelada recientemente. La pintura era de un color café claro con tonalidades de color crema. La puerta era de un tono marrón al o igual los marcos de las ventanas. Había dos macetas apoyadas en el alfeizar de la ventana que guiaba a lo que era la cocina, la cual no se podía ver del todo gracias a las cortinas blancas. No parecía ser un hogar bastante grande, pero no parecía ser lo más relevante para dicha familia.
Dinah tomó una pequeña bocanada de aire en cuanto la puerta de abrió, y de ella emergió el rostro pálido y ovalado de una mujer rubia y de ojos marrones grandes, quien al ver a los dos recién llegados esbozó una sonrisa. Se le veía cansada, pero sus ojos, además de expresar las noches que llevaba sin dormir, lanzaban un radiante destello de alegría.
La mujer traía su cabello rubio ondulado atado a una trenza, con un camisón color rosa con una bata esmeralda, y de su dedo anular se podía ver una sortija de matrimonio un tanto simple, pero era lo que podía identificarla como una mujer casada.
Era alta, y para haber estado embarazada recientemente tenía una figura que hacía sentir a Dinah culpable por ingerir demasiados pastelillos. ¿Cómo era posible que una madre que acababa de dar a luz tuviera mejor forma que ella que era inclusive más joven?
Sin importar las ojeras que descansaban bajo sus ojos, o las líneas de expresión que ya se veían en contraste de las ojeras o aquellas que descansaban a los costados de las comisuras de sus labios pálidos y delgados, Dinah veía a aquella mujer, Phoebe, bastante atractiva, y estaba segura qué antes de la maternidad era todavía más hermosa. Podía verlo en aquella mirada compasiva.
Pudo entender entonces el por qué su hermano se enamoró de ella. Era una mujer transparente, de corazón bondadoso, desinteresada por la riqueza o lujos, y que se conformaba con poco material con tal de tener amor y felicidad. No parecía que algo fuese capaz de opacar su corazón, ni siquiera alguna enfermedad.
Era un alma pura.
—Amor, te presento a mi hermana—presentó Derek con una pequeña sonrisa—. Dinah, ella es Phoebe. Mi esposa. —declaró esto último con orgullo y afecto que hizo que el corazón de la rubia ojiverde diese un vuelco.
—Es un placer conocerte—dijo Phoebe, y sus ojos brillaron como si fuesen dos estrellas resplandecientes de dicha, y la rubia se percató en que estaba haciéndolo un gran esfuerzo como para no saltar sobre ella y abrazarla como si ya fueran cercanas, cuando la princesa de Knari apenas y sabía de su existencia hace menos de cinco minutos—. Derek me ha hablado tanto de ti que siento como si ya te conociera.
Dinah únicamente pudo sonreír sin mostrar los dientes, pues repentinamente tuvo la sensación de que si llegaba a hacer algún movimiento indebido llegaría a hacer sentir incomoda a la mujer que era la esposa de Derek.
—Por favor, pasen.
Phoebe abrió la puerta lo suficiente como para que ambos hermanos ingresaran a la morada. Dinah vio que las paredes eran del color marrón semejante a la madera, dándole así una imagen rústica pero acogedor gracias al fuego de la chimenea, pues el calor parecía conservarse mejor gracias al color de las paredes.
Una vez su madre le había dicho que la pintura que se escoge para una casa tiene mucho que ver sobre si será fría o cálida. Dinah jamás había creído esto, pero ahora podía comprobarlo. Si bien la temperatura exterior no era demasiado baja, estar ahí adentro era como trasladarse al lugar más acogedor que ella solamente podía imaginar en los cuentos que sus padres le contaban de niña, donde los héroes podían estar a salvo de las tormentas y recuperarse. Donde podían sentirse a salvo.
Dinah vio que los muebles estaban hechos en su totalidad de madera, y que el forro y colchones de los sillones como de las sillas era sencillo, pero suficientemente suave como para brindar comodidad.
Sin embargo, ella no estaba ahí para tener una reunión junto al fuego y hablar sobre muebles, sino por una pequeña criatura que debía estar durmiendo en una de las habitaciones.
—¿Gustas algo?—preguntó la castaña amablemente—. ¿Té, agua, jugo? Tengo un poco de vino.
El vino era sin dudar alguna la mejor de las opciones dada la situación donde se encontraban, no obstante, sabía que esta vez el alcohol no le ayudaría tanto a ella como a Derek como para olvidar a la mañana siguiente que su hermano tenía una hija y esposa que mantenía en secreto en la aldea del reino.
—No, gracias. Ya tomé agua antes de venir. —respondió, una gran mentira pues sentía su boca seca por la angustia.
—Mi hermana quiere verla—susurró Derek y aclaró su garganta—. ¿Está ya dormida?
—No, está despierta, pero tranquila—Phoebe sonrió con afecto hacia su esposo—. Sabes que jamás duerme hasta que tú le leas un cuento.
El corazón de Dinah latió salvajemente bajo su pecho. La idea de Derek sentado en una silla de madera junto a una cuna, o cargando a una bebé en brazos mientras le leía un cuento era un tanto irreal, como si fuese parte de una alucinación tras estar intoxicada. Pero al ver a su hermano en ese lugar, en aquel entorno de familia, donde cada pared transmitía calidez, paz y alegría pese a lo sencilla que era la casa, no era tan difícil de creer que podía ser posible.
Derek se volvió hacia su hermana y le dedicó una mirada inquisitiva.
—¿Quieres venir? Tú tienes una voz más dulce que yo, estoy seguro de que le encantará conocerte. —dijo con un esbozo de sonrisa, y en su voz se podía detectar cierta timidez que pocas veces Dinah llegó a ver en su hermano.
Dinah titubeó. No estaba segura de que era la mejor de las ideas. Ella no era buena con los niños, no dejaba de repetirlo, pero ya estaba ahí, y fue para conocer a la que, aparentemente, era su sobrina. Además, le debía a Derek el beneficio de la duda para saber que tan buen padre podía ser. Pero a simple vista parecía estar más capacitado de lo que ella jamás pudo haber imaginado ni en sus sueños más felices.
—Claro. —se limitó a decir en voz ahogada, y tras dedicarle una pequeña sonrisa a Phoebe, la joven rubia siguió de cercas a su hermano por la sala que guiaba tanto a lo que era el comedor como a un pasillo. Éste únicamente tenía una pintura del bosque de Knari, donde se podía contemplar el bello atardecer con los canarios de todo tipo de color volando sobre las copas de los árboles verdes. Era una imagen majestuosa que pocos podían conseguir plasmar en algún lienzo.
En ese pasillo había tres puertas, dos de ellas abiertas. La primera mostraba lo que era el cuarto de baño, con una pequeña tina de porcelana y una estantería donde había jabones, toallas y demás cosas higiénicas. La segunda puerta era la que estaba cerrada, y mientras Derek se disponía en abrirla, Dinah vio de reojo como la última recamara era la principal, pues tenía una cama grande de tamaño matrimonial con un edredón color escarlata con dos mesas de noche de madera a sus costados.
Derek tomó una profunda bocanada de aire apenas y el pomo de la puerta giró bajo sus dedos, esperó unos segundos antes de armarse de valor y entrar al cuarto.
La rubia ojiverde se encontró a sí misma conteniendo el aliento apenas y puso un pie en el umbral, ya fuese por lo nerviosa que se sentía o por qué temía inquietar a la bebé. Tal vez ambas cosas.
Aquella habitación de la casa era más pequeña que la recámara principal, pero tenía el espacio más que suficiente como para que cada mueble o peluche pareciera que encajaba a la perfección, como si aquella habitación hubiera sido construida específicamente para el cuarto de un bebé que necesitaba un lugar cómodo donde dormir, donde podía sentirse seguro, pero también tener espacio para sus juguetes, con los cuales seguramente jamás recordaría que jugó una vez que fuera más mayor.
El suelo estaba totalmente cubierto por una alfombra color amarillo que se asemejaba con el plumaje de un canario promedio. Había una cuna de madera en el centro de la estancia, junto a un sofá de dos plazas que estaba pegado contra la pared que se encontraba por detrás de la cuna, seguramente para que los dos padres durmieran ahí cuando la pequeña no pudiera conciliar el sueño.
Había igualmente una mecedora cercas de la ventana que se encontraba cerrada en su totalidad con las cortinas amarillas que hacían juego con la mecedora, y Dinah se percató de que eran las únicas cortinas de la casa que eran lo suficientemente gruesas como para impedir que alguien pudiera ver hacia dentro quien dormía en esa recámara.
En la pared que se encontraba hacia su lado derecho, cercas de la puerta, había un librero de madera pintado de un café claro que recorría toda la pared, donde se apreciaban títulos de libros infantiles, así como algunos peluches y objetos como una caja musical y un biberón ya vacío.
Dinah también pudo apreciar a una jirafa de peluche que medía, al menos, metro y medio, y estaba acomodada cercas de la mecedora. Sobre la cuna colgando desde el techo había un hermoso móvil donde se apreciaba a una media luna junto a un sol siendo rodeados por estrellas de color plateado que emitían una luz natural semejante al de las luciérnagas, dándole así a las estrellas una imagen de ser transparentes.
Era la clase de magia que las hadas de luz o una hechicera podían conseguir.
Derek se inclinó sobre la cuna y tomó en brazos a una pequeña criatura que ya tenía preparados sus brazos estirados en cuanto vio el rostro de su padre, y en cuanto la pequeña sintió el corazón de su papá contra su diminuto cuerpo se tranquilizó inmediatamente.
Dinah vio a su hermano esbozar una sonrisa y escuchó como le susurraba con cariño algunas palabras a su hija, quien sostuvo con sus pequeños dedos la capa verde que él traía y volvió su cabeza hacia la joven rubia, quien pareció estar a punto de desfallecer ahí mismo.
La niña podía tener dos meses, pero sus ojos azules con matices verdes estaban más abiertos de los que una niña a su edad podía tenerlos, y la miraban con tal atención que parecía que estaban desafiando a la princesa de Knari, buscando saber cuáles eran sus intenciones de estar ahí, saber si podía confiar en ella.
Dinah sabía que los ojos de una bebé podían cambiar, y era claro que el verde estaba predominando sobre el azul que parecía buscar mantenerse en su iris.
—Dinah—llamó Derek en voz baja, para no alterar a su hija que sostenía en brazos. Era extraordinario ver como la pequeña parecía encajar a la perfección entre los brazos de Derek, como si él siempre hubiera estado destinado a ser su padre, para cuidarla, amarla y protegerla—. Ella es mi hija, Freya.
La bebé pronunció un balbuceo intangible, pero no apartó sus ojos de Dinah, e inclusive vio con detenimiento como la rubia alzaba su mano para colocar detrás de su oreja unos mechones de su cabello que se habían soltado de su trenza. Esto la hizo tragar en seco. Pero entonces lo comprendió. La pequeña era hija del príncipe de Knari, quien tenía sangre de Banshee, y aunque Derek no poseía ese poder, las mujeres de dicha familia lo hacían, y era bien sabido que desde una temprana edad las Banshee ya eran conscientes del mundo que las rodeaba, capaces de ver detalles que las personas adultas no podían ver. Era una edad donde las Banshee eran más sensibles respecto a sus habilidades, y a todo lo que las rodeaba.
Pero, claro, Dinah no podía decir esto ahora. Lo último que Derek debía oír en esos momentos era que cabía la posibilidad de que su hija también dicho poder. Así que se limitó en esbozar una sonrisa tímida y avanzar unos cuantos pasos hasta dejar una distancia prudente de dos metros entre ella y la niña que estaba en brazos de Derek.
—Freya—susurró la muchacha—. Como nuestra abuela. Su nombre real, al menos. —comprendió entonces el significado de aquel nombre que su hermano había escogido para la pequeña.
—Hice una promesa. No iba a fallar.
—No pensé que lo recordaras. —dijo, atónita por ello.
Derek sonrió con melancolía.
—¿Bromeas? Cuando Phoebe me dijo lo de su embarazo, todo lo que podía pensar era en nuestra abuela, y en todo lo que le dije al final. Ella quería conocer a sus bisnietos, y ahora que no está solo pienso en que me diría.
—Ella te amaba con locura—musitó, y lentamente extendió su mano para acariciar la mano de la bebé. Ésta inmediatamente soltó la capa de Derek para sostener vacilante uno de los dedos de Dinah, quien jadeó con sorpresa ante el gesto de Freya—. Estoy segura de que la habría amado. Y tendrías su apoyo, sin importar qué.
Como en cada familia, cada hermano tenía una persona con quien refugiarse. Dinah siempre tuvo a su padre, pero Derek era unido a su abuela, y cuando murió él fue quien más lloró por su muerte, y que hasta hoy en día seguía resintiendo su ausencia, preguntándose qué diría ella sobre él. Ellos eran pequeños cuando falleció, Derek no podía haber tenido más de trece años, por lo que su adolescencia fue, definitivamente, dolorosa para él, pues decía estar solo, que nadie lo entendía o apoyaba.
—¿Qué hay de ti?—preguntó él en voz baja—. Sé que no soy un santo dadas mis acciones, tengo demasiados errores tras mi espalda, algunos jamás seré capaz de enmendar. Pero eres mi hermana, y siempre has estado para mí a pesar de que fácilmente me pudiste haber abandonado.
Dinah se mordió su labio inferior, y vio como la niña soltaba su dedo índice solo para extender la palma pequeña de su mano sobre la mano de Dinah.
Su cabeza le decía que estar ahí era un terrible error, que debía declarar a la niña como una bastarda, como un tropiezo y pedir la anulación del matrimonio con Phoebe. No sería el primer príncipe de toda la historia en hacerlo. No obstante, esto sería un acto de crueldad. No sólo hacia Phoebe, quien amaba a Derek incondicionalmente, sino que aquella niña de cabello rubio y ojos grandes azules con matices verdes era inocente, y no merecía semejante castigo. Era su sobrina, tenía la sangre de su hermano, y por tanto también era su sangre misma la que corría en las venas de esa niña. Era parte de su familia.
—Madre enloquecerá, padre no te perdonará—dijo en voz baja—. Pero tú o Phoebe no tienen la culpa de nada, salvo de escoger el amor—suspiró—. No sé cómo, pero encontraremos la forma de solucionarlo. Nosotros cuatro. Antes éramos solo tú y yo; ahora tenemos dos nuevas compañeras. Si es que aún me aceptas, por supuesto.
El semblante de Derek se transformó completamente para mostrar una amplia sonrisa de oreja a oreja para acto seguido besar con suavidad la coronilla de Freya.
—¿Quieres cargarla?—preguntó él.
Dinah titubeó. Tenía ya en la punta de la lengua preparada una respuesta negativa, pues nunca en su vida había cargado a una bebé. Sin embargo, se vio incapaz de negarse a ello en cuanto los suaves y pequeños labios de Freya se estiraron en una sonrisa y abría la palma de su mano en dirección de la rubia mayor. Fue en ese momento donde Dinah ya no pudo negarle algo a esa niña, y donde cayó rendida a sus pies, amándola tanto o tal vez más que como a Derek.
—Claro. —asintió, y está vez lo hizo con total seguridad.
Derek acarició con la punta de su nariz la frente de la niña, quien rio en el acto. Era una risa tan risueña, despreocupada, y llena de inocencia. ¿Cómo no amar a esa pequeña? Ella no tenía la culpa de que su padre hubiera roto un juramento. Y Dinah se encargaría de protegerla de la ira de sus padres.
—Con cuidado—pidió Derek al colocar a Freya entre los brazos de su hermana menor—. Sujétala bien, no aprietes demasiado, pero tampoco seas tan suave con ella, porque se sentirá insegura y empezará a llorar. ¿La tienes bien?
Dinah dejó escapar una risa ahogada ante el comportamiento nervioso de su hermano, mostrándose así temeroso por el estado de su hija.
—La tengo—afirmó ella y de volvió hacia la bebé que tenía entre sus brazos—. Hola Freya—saludó con una pequeña sonrisa, y se sorprendió al ver que la pequeña rubia hacía contacto visual con ella—. Soy tu tía Dinah—la niña, como respuesta, extendió una de sus manos y tomó la punta de la trenza de ella, tirando con una increíble delicadeza, teniendo control absoluto en cada una de sus acciones—. No temas, que a partir de ahora estaré aquí para ti. Sin importar lo que suceda.
LUCIE HERONDALE SPACE
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¡Buenas! Finalmente damos inicio a esta historia. Honestamente me tardé en traer el prólogo por que no tenía ni idea de cómo empezar. Si ya me conocen creo que deben de saber que el primer capítulo/ prólogo de cada historia siempre me cuesta trabajo. Es literalmente la primera impresión de una historia, y por eso siempre procuro dar lo mejor de mi. Quise dar la información suficiente, pero sin soltar demasiada. Espero haber conseguido eso jeje.
Sinceramente esta historia me encanta, cada personaje tiene su propia historia, su propias matices de luz y oscuridad, y espero que a lo largo de la trama puedan conocerlos mejor.
No voy a mentir, amé a Derek y Dinah y me encantaría escribir sobre ellos, pero todos sabemos que ellos no son los protagonistas, pero también tienen demasiada relevancia en esta historia. Por cierto, Katie Cassidy y Stephen Amell son las versiones adultas de estos personajes, los que veremos ya en la época actual, pero yo escogí a Danielle Russo y a Dominic Sherwood como sus versiones jóvenes, solo que imágenes a Danielle con en cabello rubio y ya está jajaja
En fin, no me queda más por decir. Espero que les haya gustado, y nos leemos pronto ❤️
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