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❝ 𝕻𝖗𝖊𝖙𝖙𝖞, 𝖄𝖊𝖘... ❞

EL CUENTAKILÓMETROS DEL COCHE NO BAJÓ EN NINGÚN MOMENTO DE CIENTO CINCUENTA POR EL DESIERTO DEL MOJAVE.

En la carretera tuvieron tiempo de sobra para hablar. Percy les contó su último sueño, pero los detalles se volvieron borrosos al intentar recordarlos. El Casino Loto parecía haber provocado un cortocircuito en su memoria. No recordaba de quién era la voz del sirviente invisible, aunque estaba seguro de que era alguien que conocía.

—¿El Silencioso? —sugirió Annabeth—. ¿Plutón? Ambos son apodos para
Hades.

—A lo mejor —dijo, pero no parecía ninguno de los dos. —Ese salón del trono se asemeja al de Hades —intervino Grover—. Así suelen describirlo.

Melanka se mantenía callada, estaba segura de que estaba más pálida de lo normal, y también estaba segura que su cuello estaba con enormes moretones y unas marcas de garras y ni hablar de sus ojos, el taxista la vio por el retrovisor del taxi y vio preocupación en sus ojos al ver los ojos onix de ella inyectados de sangre, la rusa tuvo que encogerse en su asiento para que la dejara de ver.

Los chicos no se habían dado cuenta ya que evitaba que la miraran a los ojos y se ocultaba el cuello con su chamarra aunque el calor la estuviera matando.

—Aquí falla algo. El salón del trono no era la parte principal del sueño. Y la voz del foso… No sé. Es que no sonaba como la voz de un dios.

Los ojos de Annabeth se abrieron como platos.

—¿Qué piensas? —le preguntó.

—Eh… nada. Sólo que… No, tiene que ser Hades. Quizá envió al ladrón, esa
persona invisible, por el rayo maestro y algo salió mal…

—¿Como qué?

—No… no lo sé —dijo—. Pero si robó el símbolo de poder de Zeus del Olimpo y
los dioses estaban buscándolo… Me refiero a que pudieron salir mal muchas cosas. Así que el ladrón tuvo que esconder el rayo, o lo perdió. En cualquier caso, no consiguió llevárselo a Hades. Eso es lo que la voz dijo en tu sueño, ¿no? El tipo fracasó. Eso explicaría por qué las Furias lo estaban buscando en el autobús. Tal vez
pensaron que nosotros lo habíamos recuperado. —Annabeth había palidecido.

—Pero si ya hubieran recuperado el rayo —contesto—, ¿por qué habrían de
enviarme al inframundo?

—Para amenazar a Hades —sugirió Grover—. Para hacerle chantaje o sobornarlo para que te devuelva a tu madre.

—Menudos pensamientos malos tienes para ser una cabra.

—Vaya, gracias.

—Pero la cosa del foso dijo que esperaba dos objetos —repuso—. Si el rayo
maestro es uno, ¿cuál es el otro?

Grover meneó la cabeza. Annabeth lo miraba como si supiera su próxima
pregunta y deseara que no la hiciese.

—Tú sabes lo que hay en el foso, ¿verdad? —le preguntó —. Vamos, si no es Hades.

—Percy… no hablemos de ello. Porque si no es Hades… No; tiene que ser Hades.

Melanka veía sus manos, evitando mirar a Percy o a Annabeth, que habían querido hablar con la rusa pero ella reuia de ellos, después de que prácticamente los hubiera arrastrado del Casino, ella simplemente se alejó y los ignoró.

—¿Tú que opinas?—la rusa pareció oír a Percy—, ¿Mel?— ella no contestó entonces le tocó el hombro pero no lo volteo a ver.

Se encontraba viendo fijamente sus manos, que en un momento estaban llenas de sangre alzó la vista y vio a Equidna y sus garras.

No, no, no, es una ilusión nada es real se repitió en su mente, pero entonces sintió que le estaba faltando el aire, no, otra vez no se volvió a repetir, pero sentía como estaba empezando a sudar.

—La respuesta está en el inframundo —aseguró Annabeth, despues de un incomodo silencio —. Has visto espíritus
de muertos, Percy. Sólo hay un lugar posible para eso. Estamos en el buen camino.

Al anochecer, el taxi los dejó en la playa de Santa Mónica. Tenía el mismo aspecto que tienen las playas de Los Ángeles en las películas, aunque olía peor. Había atracciones en el embarcadero, palmeras junto a las aceras, vagabundos durmiendo en las dunas y surferos esperando la ola perfecta.

Grover, Annabeth, Melanka –está caminaba alejada de ellos y silenciosa– y Percy caminaron hasta la orilla.

—¿Y ahora qué? —preguntó Annabeth.

Se metío en las olas.

—¡Percy! —llamó Annabeth—. ¿Qué estás haciendo?

Seguío caminando hasta que el agua le llegó a la cintura, después hasta el pecho.

Ella gritaba a sus espaldas:

—¿No sabes lo contaminada que está el agua? ¡Hay todo tipo de sustancias
tóxicas!

En ese momento metío la cabeza bajo el agua.

La rusa veía el lugar donde había desaparecido Percy y sintió un ligero apretón en su pecho y le empezó a faltar el aire oía un pequeño susurro de Annabeth y Grover, estaban preocupados, querían ayudarla.

Se aleja de ellos y empezó a correr, no queriendo que la vieran hací, nunca hací.

Empezó a ver borroso que no se fijo del chico que estaba delante de ella hasta que sintió el golpe en su hombro y soltó un sollozo de dolor y cayó de rodillas en la arena.

El chico le se inco a su lado, y le estaba hablando pero ella no lo oía, no lo comprendía.

Respirar, tenia que respirar, ¿cómo se hacia?

El chico habia sacado su celular, de un momento a otro se lo quito y empezo a teclear con dificultad el número de su papá.

Uno, dos, tres, sonidos para que contestara: —Aga?—(¿si?), Melanka soltó un sollozo de alivio y alegría al eschucahar la voz de su padre—, Melanka?, ty li eto?—(¿Melanka?, ¿eres tu?)

Su respiración se había vuelto pesada y dificultosa, y entonces Dimitri entendió lo que le pasaba: —Dyshi so mnoy, moya devochka—(Respira conmigo, mi niña), entonces empezó a inhalar y exhalar con el, y logró tranquilizarse—ochen' khorosho, moya devochka, u tebya vse khorosho—(muy bien mi niña, lo estas haciendo muy bien)

La rusa se sentó en la arena y veía la playa, sintió a alguien sentarse a su lado pero no le presto atención, estaba concentrada en la voz de su padre, tardo un poco asi hasta que logró calmarse completamente.

—Ty v poryadke, moya devochka?—(¿Estás bien, mi niña?)

Melanka tardo en responder: —Net—(No)

Dimitri no dijo nada y ella tampoco durante un rato más: —YA lyublyu tebya papa, ochen'—(te amo papá, y mucho)

—YA lyublyu tebya, moya luna, i slishkom sil'no—(Te amo mi luna, y demasiado), se oyó su respiración pesada—, beregi sebya Melanka—(cuídate mucho Melanka)

—YA budu—(lo haré), colgó la llamada y se la tendió al chico que estaba sentado a su lado, el chico le sonrió, de tez calida y tenia el cabello negro y sus ojos eran como el color de la miel cuando la luz del sol le pega, era tal vez dos años mayor que ella.

—Gracias, y perdón por quitarte hací tu celular—le dio un sonrisa que no llego a sus ojos

—No te preocupes, ¿estás bien?—su ceño se contrajo de preocupación no pregunto el por que de su estado y eso lo agredecio internamente, Melanka también noto un acento muy marcado, tal vez era italiano.

—E estado mejor—se levanto de la arena y el le siguió—, Elio Salvatore —se presentó y le tendió la mano esperando que ella le correspondiera.

—Melanka Drakova.

PERCY SE ENCONTRABA PREOCUPADO, LO QUE LE SEGUÍA DE PREOCUPADO, había entrado tranquilamente al agua dejando a sus tres amigos en la playa, tres, y cuando salió solo encontró a dos, que se veían preocupados, Annabeth tenía los ojos llorosos, y Grover no paraba de comerse sus uñas, veían por todas partes buscando algo, a alguien.

Se dirigió con a ellos y trató de no sonar chocante: —¿Y Melanka?

Annabeth lo vió dudosa pero soltó un suspiro cansado: —Vió como te sumergias y luego empezó a alejarse, s-se veía muy mal...—no la dejo terminar ya que salió corriendo a buscarla.

Se le había empezado a formar un nudo en la garganta, si se había dado cuenta de las marcas que tenia en el cuello y sus ojos inyectados de sangre, dioses, algo le había pasado en el Casino pero aun así se había tomado el tiempo de sacarlos de ahi pese a que corría peligro, mucho peligro y no le había preguntado si se encontraba bien, el lo intento pero ella reuia de ellos, de él.

Grover y Annabeth lo empezaron a seguir buscando a la rusa por su alrededor, Percy soltó un suspiro de alivio cuando la vio dondole la mano a un chico y sonriendole, una sonrisa tímida, no supo por qué el malestar en su estómago caundo el chico la abrazo para despedirse y alejarse de ella.

La rusa se acercó a ellos con una sonrisa apenada, Percy vio como tenía las mejillas ligeramente sonrojadas, eso también le dio un ligero malestar en el estómago pero lo ignoro.

Les contó a Melanka, Grover y Annabeth todo lo ocurrido y les enseñó las perlas.

La rusa hizo una mueca, se veía más relajada.

—No hay regalo sin precio.

—Éstas son gratis.

—No. —Sacudió la cabeza—. «No existen los almuerzos gratis». Es un antiguo
dicho griego que se aplica bastante bien hoy en día. Habrá un precio. Ya lo verás.

Con tan feliz pensamiento, le dieron la espalda al mar.

Melanka se situó alado del semidiós y le dio una sonrisa sincera que el tradujo "te lo contaré más tarde".

Con algunas monedas que quedaban en la mochila de Ares subieron a un autobús hasta West Hollywood. Percy le enseño al conductor la dirección del inframundo que había sacado del Emporio de Gnomos de Jardín de la tía Eme, pero jamás había oído hablar de los estudios de grabación El Otro Barrio.

—Me recuerdas a alguien que he visto en la televisión —le dijo—. ¿Eres un niño actor o algo así?

—Bueno, actúo como doble en escenas peligrosas… para un montón de niños
actores.—Melanka ahogo la carcajada que se le quería salir.

—¡Oh! Eso lo explica.

Le dieron las gracias y bajaron rápidamente en la siguiente parada.

«ALPACIO LEDAS SACAM DE AUGADE CRSTUY».

Melanka frunció el ceño: —Traducción, por favor.

—¿Al Palacio de las Camas de Agua Crusty? —le tradujo Grover.

No sonaba como un lugar al que Percy o ellan irían a menos que se encontraran en un serio aprieto, pero de eso se trataba precisamente. Entraron en estampida por la puerta y corrieron a agacharse tras una cama de agua. Un segundo más tarde, la banda de chicos pasó corriendo por la acera.

—Los hemos despistado —susurró Grover.

Una voz retumbó a sus espaldas.

—¿A quién habéis despistado?

Los cuatro dieron un respingo.

Detrás de ellos había un tipo con aspecto de rapaz y ataviado con un traje años
setenta. Medía por lo menos dos metros y era totalmente calvo. De piel grisácea, tenía párpados pesados y una sonrisa reptiloide y fría. Se acercaba lentamente, pero daba a entender que podía moverse con rapidez si era preciso.

El traje, del todo propio de los setenta, habría podido salir del Casino Loto. La
camisa era de seda estampada de cachemira, y la llevaba desabrochada hasta la mitad del pecho, también lampiño. Las solapas de terciopelo eran casi pistas de aterrizaje y llevaba varias cadenas de plata alrededor del cuello.

—Soy Crusty —gruñó con una sonrisa manchada de sarro.

Melanka no supo por qué dijo lo que dijo: —Qué bonito cabello tiene usted—rápidamente se corrigió—, que bonito lugar tiene usted.

—Perdone que hayamos entrado en tropel —le dijo Percy—. Sólo estábamos… mirando.

—Quieres decir escondiéndoos de esos gamberros —rezongó—. Merodean por
aquí todas las noches. Gracias a ellos entra mucha gente en mi negocio. Decidme, ¿les interesa una cama de agua?

Melnka iba a decir «no, gracias», pero él le puso una zarpa en el hombro y los condujo a la zona de exposición. Había toda una colección de camas de agua de las más diversas formas, cabezales, ornamentos y colores; tamaño grande, tamaño supergrande, tamaño emperador del universo…

—Éste es mi modelo más popular. —Orgulloso, Crusty les enseñó una cama
cubierta con sábanas de satén negro y antorchas de lava incrustadas en el cabezal. El colchón vibraba, así que parecía de gelatina—. Masaje a cien manos —informó—. Venga, pruebenlo. Tiraos en plancha, echad una cabezadita. No me importa, total hoy no hay clientes.

—Pues… —musitio la pelinegra — no creo que…

—¡Masaje a cien manos! —exclamó Grover, y se lanzó en picado—. ¡Eh, tíos!  Esto mola.

—Hum —murmuró Crusty, acariciándose la coriácea barbilla—. Casi, casi.

—Casi ¿qué? —preguntó Percy.

Miró a Annabeth y a Percy.

—Hazme un favor y prueba ésta, cariño. Podría irte bien.

—Pero ¿qué…? —respondió Annabeth.
Él le dio una palmadita en la espalda para darle confianza y la condujo hasta el modelo Safari Deluxe, con leones de madera de teca labrados en la estructura y un edredón de estampado de leopardo a su lado había un modelo parecido a ese, Annabeth y Percy no quisieron tumbarse y Crusty los empujó.

—¡Eh, oiga! —protestó ella.

—¡Oiga!—le grito Percy.

Crusty chasqueó los dedos.
—Ergo!

Súbitamente, de los lados de la cama surgieron cuerdas que amarraron a
Annabeth y a Percy en sus respectivos colchones. Grover intentó levantarse, pero las cuerdas salieron también de su cama de satén y lo inmovilizaron.

—¡N-n-no m-m-mola-a-a! —aulló, la voz vibrándole a causa del masaje a cien
manos—. ¡N-n-no m-m-mola na-a-a-da!

El gigante miró a Annabeth, luego se volvió hacia Melanka y le enseñó los dientes.

—Casi, mecachis —lamentó. Intentó apartarse, pero su mano le agarró por la nuca—. ¡Venga, niña! No te preocupes. Te encontraremos una en un segundo.

—Suelte a mis amigos.

—Oh, desde luego. Pero primero tienen que caber.

—¿Qué quiere decir?

—Verás, todas las camas miden exactamente ciento ochenta centímetros. Tus amigos son demasiado cortos. Tienen que encajar.

Percy, Annabeth y Grover seguían forcejeando.

—No soporto las medidas imperfectas —musitó Crusty—. Ergo!

Dos nuevos juegos de cuerdas surgieron de los cabezales y los pies de las camas y sujetaron los tobillos y hombros de Grover, Percy y Annabeth. Las cuerdas empezaron a tensarse, estirando a sus amigos de ambos extremos.

—No te preocupes —le dijo Crusty—. Son ejercicios de estiramiento. A lo mejor con ocho centímetros más a sus columnas… Puede que incluso sobrevivan, ¿sabes? Bien, busquemos una cama que te guste.

—¡Melanka! —gritó Grover.

La cabeza le iba a cien por hora. Sabía que no podía enfrentarse sola a aquel
grandullón. Todavia no sanaba bien, y era probable que se matara ella primero a que el lo hiciera.

—En realidad usted no se llama Crusty, ¿verdad?

—Legalmente es Procrustes —admitió.

—El Estirador —dijo.

—Exacto —respondió el vendedor—. Pero ¿quién es capaz de pronunciar Procrustes? Es malo para el negocio. En cambio, todo el mundo puede decir «Crusty».

—Tiene razón. Suena bien.

Se le iluminaron los ojos.

—¿Eso crees?

—Oh, desde luego —contesto—. Y estas camas parecen fabulosas, las mejores
que he visto nunca…

Esbozó una amplia sonrisa, pero no aflojó su cuello y eso la estaba matando del dolor.

—Yo se lo digo a mis clientes. Siempre se lo digo, pero nadie se preocupa por el diseño de las camas. ¿Cuántos cabezales con antorchas de lava incrustadas has visto tú?

—No demasiados.

—¡Pues ahí lo tienes!

—¡Melanka! —vociferó Percy

—¡¿Qué estás haciendo?!—le grito Annabeth

—No les hagas caso —le dijo a Procrustes—, Bonitos, si... pero insufribles.

El gigante se echó a reír.

—Todos mis clientes lo son. Jamás miden ciento ochenta exactamente. Son unos
desconsiderados. Y después, encima, se quejan del reajuste.

—¿Qué hace si miden más de ciento ochenta?

—Uy, eso pasa a todas horas. Se arregla fácil. —la soltó, pero antes de que ella
pudiera reaccionar, del mostrador de ventas sacó una enorme hacha doble de acero—. Centro al tipo lo mejor que puedo y después rebano lo que sobra por cada lado.

—Ya —dijo tragando saliva—. Muy práctico.

—¡Cuánto me alegro de haberme topado con una cliente sensata!

Las cuerdas ya estaban estirando de verdad a sus amigos. Percy yAnnabeth habían enrojecido. Grover hacía ruiditos de asfixia, como un ganso estrangulado.

—Bueno, Crusty… —comentó, intentando sonar indiferente. Miro la etiqueta con forma de corazón de la cama especial Luna de Miel—. ¿Y ésta tiene estabilizadores dinámicos para compensar el movimiento ondulante?

—Desde luego. Pruébala.

—Sí, puede que lo haga. Pero ¿funcionan incluso con un tío grande como tú? ¿No
se advierte ni una sola onda?

—Garantizado.

—Venga, hombre.

—Que sí.

—Enséñamelo.

Se sentó gustoso en la cama y le dio unas palmaditas al colchón.

—Ni una onda, ¿ves?

Chasqueo los dedos.

—Ergo.

Las cuerdas rodearon a Crusty y lo sujetaron contra el colchón.

—¡Eh! —chilló.

—Centradlo bien —ordenó.

Las cuerdas se reajustaron rápidamente. La cabeza de Crusty entera sobresalió
por la parte de arriba y sus pies por la de abajo.

—¡No! —dijo—. ¡Espera! ¡Esto es sólo una demostración!

Convirtió su pulsera en espada.

—Bien, prepárate… —Melanka no sentía ningún escrúpulo por lo que iba a hacer al contrario lo estaba disfrutando. Si
Crusty era humano, no podría hacerle daño. Si era un monstruo, merecía convertirse en polvo durante un tiempo.

—Eres una regateadora dura, ¿eh? —dijo—. ¡Vale, te hago un treinta por ciento de descuento en modelos especiales!

Levantó la espada.

—¡Sin entrega inicial! ¡Ni intereses durante los seis primeros meses!

Asesto un golpe. Crusty dejó de hacer ofertas.

Corto las cuerdas de las otras camas. Annabeth, Percy y Grover se pusieron en pie, entre emblores, gruñidos y maldiciones.

—Parecen más altos —comentó.

—Uy, qué risa —resopló Annabeth—. La próxima vez date un poquitín más de
prisa, ¿vale?

—Trataré de que no se repita—le contestó y se dirigió a Percy y a Grover—¿están bien?

Percy estaba rojo, tanto como un tomate, Grover también lo estaba, pero Percy estaba estaba unos dos tonos más arriba al igual que Annabeth se dió cuenta después que la volteo a ver.

Los dos reuian de su mirada confundida.

Con un encogimiento de hombros se acercó al tablón de anuncios detrás del mostrador de Crusty. Había un anuncio
del servicio de entregas Hermes, y otro del Nuevo y completo compendio de la Zona Monstruo de Los Angeles: «¡Las únicas páginas amarillas monstruosas que necesita!». Debajo, un panfleto naranja de los estudios de grabación El Otro Barrio ofrecía incentivos por las almas de los héroes. «¡Buscamos nuevos talentos!». La dirección de EOB estaba indicada justo debajo con un mapa.

—Vamos —dijo.

—Danos un minuto —se quejó Grover—. ¡Por poco nos estiran hasta convertirnos en salchichas!

—Venga, no sean quejicas. El inframundo está sólo a una manzana de aquí— trató de sonar despreocupada.

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