𝖝


❝ 𝕷𝖔𝖛𝖊 ❞

HABÍAN LLEGADO YA AL EXTREMO DEL PUEBLO CUANDO APARECIERON LOS DOS PRIMEROS GUERREROS-ESQUELETO. Surgieron de los árboles que había a ambos lados del camino. En lugar del traje gris de camuflaje, ahora llevaban el uniforme azul de la policía estatal de Nuevo México, pero seguían teniendo piel gris transparente y ojos amarillos.

Desenfundaron sus pistolas y a la rusa se le atasco la reparació, una cosa era que ella apuntara con la pistola y otra era que le apuntaran con una–que no le importaba mucho si es sincera–, temió moverse pues apuntaban a Percy y ella no podía permitir que algo le pasara a su amigo.

Thalia le dio unos golpecitos a su pulsera y Melanka la imitó solo que con su pulsera que se transformó en su enorme espada de empuñadura de dragon y la Égida se desplegó en espiral en el brazo de Thalia, pero los guerreros no se arredraron. Sus relucientes ojos amarillos no se apartaban de Percy y eso ponía a la rusa de nervios.

Percy sacó a Contracorriente, aunque no sabía muy bien de qué le iba a servir contra un par de pistolas. Zoë y Bianca prepararon sus arcos. La pobre Bianca tenía ciertos problemas porque Grover seguía medio desmayado y apoyaba todo su peso en ella.

—Retroceded —dijo Thalia.

Empezaron a hacerlo, pero entonces se oyó un crujido de ramas. Dos guerreros- esqueleto más aparecieron detrás.

Estában rodeados.

Un esqueleto se acercaba un teléfono móvil a la boca y decía algo. No hablaba, en realidad. Emitía un chirrido, como unos dientes royendo un hueso. La rusa  comprendió lo que sucedía: los guerreros-esqueleto se habían dispersado para buscarlos. Ahora estaban avisando a los demás. Muy pronto tendrían al equipo completo con ellos.

—Está cerca —gimió Grover.

—Están aquí —dijo Percy.

—No —insistió él—. El regalo. El regalo del Salvaje.

—Debemos combatir uno contra uno —dijo Thalia—. Cuatro contra cuatro. Quizá así dejen en paz a Grover.

—De acuerdo —repuso Zoë.

—¡El Salvaje! —gimió Grover.

Un viento cálido sopló por todo el cañón, sacudiendo los árboles, pero Percy mantuvo los ojos fijos en aquellos pavorosos esqueletos. Recordó como se
regodeaba el General ante el destino de Annabeth. Recordó cómo la había traicionado Luke.

Y cargó contra ellos.

Y a Melanka se le había detenido el mundo al ver cómo el primer guerrero–esqueleto le disparó a Percy. La bala iba directamente hacia su cabeza. Presa del pánico no supo como lo hizo pero de algún modo la bala se había desviado de la cabeza de Percy y se devolvió en una nueva dirección.

Al cráneo del esqueleto.

El cráneo del guerrero-esqueleto se partió en dos por el impacto de la bala. Los hesos se desmororaron y no se volvió a mover.

Percy en cambio no contó con la misma suerte pues luego de lanzarle un mandoble a la cintura al guerrero-esqueleto y partirlo en dos. Sus huesos se desmoronaron con estrépito en el asfalto. Pero casi de inmediato, empezaron a reunirse y ensamblarse de nuevo. El segundo esqueleto soltó un chirrido con sus dientes y lo apuntó, pero Melanka le asestó un buen golpe en la mano y su pistola rodó por la nieve.

Percy creía que no lo estaba haciendo mal del todo hasta que los otros dos guerreros
Le dispararon desde atrás.

—¡Percy! —gritó Melanka empujándolo al suelo.

Melanka desvió con su espada unas balas pero no todas, algunas las había desviado como a la primera en otra dirección que no fuera Percy o ella. Eran demasiadas y le era difícil esquivar y desviar todas, una le paso rozando su muslo de la pierna derecha.

Fue cuando se quedaron sin balas que Thalia arremetió contra el segundo esqueleto. Zoë y Bianca habían empezado a disparar sus flechas a los otros dos. Grover se mantenía en pie y extendía los
brazos hacia los árboles, como si quisiera abrazarlos.

Se oyó un estruendo en el bosque, a su izquierda, algo parecido a una excavadora. Quizá llegaban refuerzos para los guerreros-esqueleto. Percy se puso en pie y esquivó una porra. El esqueleto que había cortado en dos se había recompuesto y se echaba otra vez sobre él.

No había modo de pararlos.

Zoë y Bianca les disparaban a bocajarro, pero las flechas no les hacían mella. Uno de ellos embistió a Bianca mientras que uno se hechaba encima a la rusa que cayó fácilmentedebido a su herida sangrante.

Percy creyó que Bianca estaba perdida, pero ella sacó de improviso su cuchillo de caza y se lo clavó en el pecho. El guerrero entero ardió en llamas en el acto, dejando sólo un montoncito de ceniza y una placa de policía.

Melanka encambio batallo un poco más con el guerrero-esqueleto pues uno de sus huesos se le clavaba justamente en su herida haciéndola soltar un grito de dolor. La espada de la rusa estaba a unos pocos centímetros de ella pero Melanka no podía tomarla pues el esqueleto –que tenia una fuerza descomunal–, la tenia sujeta para que dejara de luchar, pero el tampoco sabía como tomaría su pistola.

Tome el control ama... le dijo una de esas voces a la que ella ya se estaba acostumbrando.

Fue entonces que la sensación que había tenido en el mar de los monstruos volvió. Tomó el cráneo del esqueleto entre sus manos y lo apretó fuertemente, Melanka sintió la ira consumirla por completo.

¿Cómo se había atrevido a disparele a Percy? ¿Cómo se había atrevido a dañarla? Eso era inaceptable y ella lo haría pagar por eso. Si aquella criatura no sentía dolor lo iba a sentir y cuando lo sintiera ella no lo soltaría.

No.

Tenía que hacerlo pagar.

El guerrero-esqueleto empezó a luchar por liberarse de su agarre pero ella no serio ni un poco y solo aumento su fuerza en el agarre.

—Vete al infierno—le dijo en ruso antes de que el esqueleto soltara un chirrido de terror mientras sus huesos se partían lentamente para ser consumido por un fuego oscuro.

Del esqueleto no quedó ninguna ceniza.

Percy se acercó a Melanka que seguía en el suelo pero está se había dado la vuelta evitando que la viera mientas se frotaba los ojos pues estos les ardían levemente y su cuerpo se sentía que iba a estallar, de alguna manera ella sabía que Percy no tenía que verla, no en ese estado.

Pero Percy no sabía de ello y la tomó para levantarla solo para ver como pequeñas venas negras desaparecían de la blanca piel de la rusa, al igual que el color negro que ocupaba todo el espacio de los ojos de Melanka. Se trago el miedo que sintió y la atrajo hacia el.

—¿Cómo lo han hecho? —les preguntó Zoë.

—No lo sé —dijo Bianca, nerviosa, Melanka todavia estaba un poco fuera de si para responder—. ¿Un golpe de suerte?

—¡Pues repítelo!

Bianca lo intentó, pero los tres esqueletos restantes recelaban de ella y de Melanka y no se les acercaban. Los obligaron a retroceder blandiendo sus porras.

—¿Algún plan? —dijo Percy seguía sujetando a Melanka por la cintura.

La rusa estaba dispuesta a repetir lo que sea que habia hecho con aquel esqueleto.

—Un regalo —murmuró Grover entre dientes.

Entonces, con un poderoso rugido, irrumpió en el camino el cerdo más grande que alguno hubieran visto en sus vidas –a excepciónde Zoë–. Era un jabalí salvaje de unos diez metros de altura, con un hocico rosado y lleno de mocos y colmillos del tamaño de una canoa. Tenía el lomo erizado y unos ojos enfurecidos.

—¡Oííííínk! —chilló, y barrió a los tres esqueletos del camino con sus colmillos.

Tenía una fuerza tan enorme que los mandó por encima de los árboles y rodaron ladera abajo hasta hacerse pedazos, dejando un reguero de huesos retorcidos.

Luego el cerdo se volvió hacia ellos.

Thalia alzó su lanza, pero Grover dio un grito.

—¡No lo mates!

El jabalí gruñó y arañó el suelo, dispuesto a embestir.

—Es el Jabalí de Enmanto —dijo Zoë, tratando de conservar la calma—. No creo que podamos matarlo.

—Es un regalo —dijo Grover—. Una bendición del Salvaje.

La bestia volvió a chillar y los embistió con sus colmillos. Zoë y Bianca se echaron de cabeza a un lado. Y fue turno de Percy de empujar a Melanka al igual que a Grover.

—¡Sí, una gran bendición! —dijo Percy—. ¡Dispersaos!

Corrieron en todas direcciones y por un instante el jabalí pareció confundido.

—¡Quiere matarnos! —dijo Thalia.

—Por supuesto —respondió Grover—. ¡Es salvaje!

—¿Y dónde está la bendición? —preguntó Bianca.

Parecía una buena pregunta, pero al parecer el cerdo se sintió ofendido, pues cargó contra ella. Por suerte, fue mas rapida y rodó para eludir las pezuñas y reapareció detrás de la bestia, que atacó con sus colmillos y pulverizó el cartel de «BIENVENIDOS A CLOUDCROFT».

—¡Muévete Percy!—le gritó Melanka mientras ella corría en dirección opuesta a la de Zoë y Bianca, confiando que Percy se las arreglaría en huir del jabalí.

Unos mometos después se volvieron a reunir. Se quedaron todos mirando al jabalí, que seguía forcejando en la nieve.

—Una bendición del Salvaje —dijo Grover, aunque ahora parecía inquieto.

—Estoy de acuerdo —dijo Zoë—. Hemos de utilizarlo.

—Un momento —dijo Thalia, irritada. Aún parecía que acabara de ser derrotada por un árbol de Navidad—. Explícame por qué estás tan seguro de que este cerdo es una bendición.

Grover miraba distraído hacia otro lado.

—Es nuestro vehículo hacia el oeste. ¿Tienes idea de lo rápido que puede
desplazarse este bicho?

—¡Qué divertido! —dijo Percy—. Cowboys, pero montados en un cerdo.

Grover asintió.

—Tenemos que domesticarlo. Me gustaría disponer de más tiempo para echar un vistazo por aquí. Pero ya se ha ido.

—¿Quién?—le preguntó Percy.

Él no pareció oírlo. Se acercó al jabalí y saltó sobre su lomo. El animal ya empezaba a abrirse paso entre la nieve. Una vez que se liberase, no habría modo de pararlo. Grover sacó sus flautas. Se puso a tocar una tonadilla muy rápida y lanzó una manzana hacia delante. La manzana flotó en el aire y empezó a girar justo por encima del hocico del jabalí, que se puso como loco tratando de alcanzarla.

—Dirección asistida —murmuró Thalia—. Fantástico. —Avanzó entre la nieve y se situó de un salto detrás de Grover.

Aún quedaba sitio de sobras para ellos.

Zoë y Bianca caminaron hacia el jabalí.

—Una cosa —le pregunto Percy a Zoë mientas sujetaba a Melanka de la cintura para ayudarla a caminar (aunque la rusa podia sola) —. ¿Tú entiendes a qué se refiere Grover con lo de esa bendición salvaje?

—Desde luego. ¿No lo has notado en el viento? Era muy fuerte... Creía que no volvería a sentir esa presencia.

—¿Qué presencia?

Ella lo miró como si fuese idiota y eso no le gustó a Melanka por lo que ella misma le respondió.

—El señor de la vida salvaje, pescadito.

CABALGARON SOBRE EL JABALÍ HASTA QUE SE PUSO EL SOL. Y el trasero de Melanka ya no podía más, una cosa era montar sobre su precioso caballo pura sangre con una cómoda silla para montar y otra era montar a un jabalí gigante y salvaje.

No tenían ni idea de cuántos kilómetros recorrieron, pero las montañas se desvanecieron en el horizonte y cedieron paso a una interminable extensión de tierra llana y seca. La hierba y los matorrales se iban haciendo más y más escasos y, finalmente, se encontraban galopando (¿galopan los jabalíes?) a través del desierto.

Al caer la noche, el jabalí se detuvo junto a un arroyo con un bufido y se puso a beber aquella agua turbia. Luego arrancó un cactus y empezó a masticarlo. Con púas y todo.

—Ya no irá más lejos —dijo Grover—. Tenemos que marcharnos mientras
come.

No hizo falta que insistiera. Se deslizaron por detrás mientras él seguía devorando su cactus y se alejaron renqueando con los traseros doloridos. Después de tragarse tres cactus y de beber más agua embarrada, el jabalí soltó un chillido y un eructo, dio media vuelta y echó a galopar hacia el este.

—Prefiere las montañas —dijo Percy.

—No me extraña —respondió Thalia—. Mira.

Ante ellos se extendía una antigua carretera de dos carriles cubierta de arena. Al otro lado había un grupo de construcciones demasiado pequeño para ser un pueblo: una casa protegida con tablones de madera, un bar de tacos mexicanos con aspecto de llevar cerrado desde antes de que naciera Zoë y una oficina de correos de estuco blanco con un cartel medio torcido sobre la entrada que rezaba: «Gila Claw, Arizona.» Más allá había una serie de colinas... aunque no eran colinas. El terreno era demasiado llano para eso. No: eran montones enormes de coches viejos, electrodomésticos y chatarra diversa. Una chatarrería que parecía extenderse interminablemente en el horizonte.

—Uau —se asombró Melanka, nunca había visto algo parecido.

—Algo me dice que no vamos a encontrar un servicio de alquiler de coches aquí —dijo Thalia. Le echó una mirada a Grover—. ¿Supongo que no tendrás otro jabalí escondido en la manga?

Grover husmeaba el aire, nervioso. Sacó sus bellotas y las arrojó a la arena; luego tocó sus flautas. Las bellotas se recolocaron formando un dibujo que no
tenía sentido para Percy, pero que Grover observaba con gesto preocupado.

—Esos somos nosotros —dijo—. Esas seis bellotas de ahí.

—¿Cuál soy yo? —preguntó Percy.

—La pequeña y deformada —apuntó Zoë.

Melanka rodó los ojos.

—Cierra el pico.

—El problema es ese grupo de allí —dijo Grover, señalando a la izquierda.

—¿Un monstruo? —preguntó Thalia.

Grover parecía muy inquieto.

—No huelo nada, lo cual no tiene sentido. Pero las bellotas no mienten. Nuestro
próximo desafío...

Señaló directamente la chatarrería. A la escasa luz del crepúsculo, las colinas de metal parecían pertenecer a otro planeta.

Decidieron acampar allí y recorrer la chatarrería por la mañana. Nadie quería zambullirse en plena oscuridad entre los escombros.

Zoë y Bianca sacaron seis sacos de dormir y otros tantos colchones de espuma de sus mochilas mientas que Melanka se ocupaba de su herida de bala que había dejado de sangrar pero aún así dolía.

La noche era helada. Grover y Percy reunieron los tablones de la casa en ruinas y Thalia les lanzó una descarga eléctrica para prenderles fuego y formar una hoguera. Enseguida se sintieron tan cómodamente instalados como es posible estarlo en una ciudad fantasma en medio de la nada.

—Han salido las estrellas —observó Zoë.

Tenía razón. Había millones de estrellas, y ninguna ciudad cuyo resplandor volviera anaranjado el cielo.

Melanka las veía encantada mientras una sonrisa se plasmaba en su rostro, a Percy le encantó aquella sonrisa que tenía su amiga, se veía tan... tranquila, sin preocupaciones o penas, solo tranquilidad, tranquilidad que Percy deseaba que siempre tuviera. El semidiós observó como en los oscuros ojos onix de Melanka se reflejaban el brillo de las estrellas, como si sus ojos fueran el mismo cielo oscuro que estaba encima de ellos.

Percy también deseo ser una estrella que iluminará su mirada, pero no lo dijo y solo contemplo las estrellas atravesó de la mirada de Melanka.

—Increíble —dijo Bianca—. Nunca había visto la Vía Láctea.

—Esto no es nada —repuso Zoë—. En los viejos tiempos había muchas más. Han desaparecido constelaciones enteras por la contaminación lumínica del hombre.

—Lo dices como si no fueses humana —observó Percy con desdén, pues la rusa había apartado la mirada de las estrellas para ver a Zoë. Cosa que no le pareció justo.

Ella arqueó una ceja.

—Soy una cazadora. Me desazona lo que ocurre con los rincones salvajes de la tierra. ¿Puede decirse lo mismo de vos?

—De «ti» —la corrigió Thalia—. No de «vos».

Zoë alzó las manos, exasperada.

—No soporto este idioma. ¡Cambia demasiado a menudo!

Grover soltó un suspiro, todavía contemplando las estrellas, como si siguiera pensando en la contaminación lumínica.

—Si Pan estuviera aquí, pondría las cosas en su sitio.

Zoë asintió con tristeza.

—Quizá haya sido el café —añadió Grover—. Me estaba tomando una taza y ha llegado ese viento. Tal vez si tomase más café...

Percy Melanka estaban seguros de que el café no tenía nada que ver con lo ocurrido en Cloudcroft, pero les faltó valor para decírselo.

—¿Realmente crees que ha sido Pan? —preguntó Percy—. Ya sé que a ti te gustaría que así fuera...

—Nos ha enviado ayuda —insistió—. No sé cómo ni por qué. Pero era su presencia. Cuando esta búsqueda termine, volveré a Nuevo México y tomaré un montón de café. Es la mejor pista que hemos encontrado en dos mil años. He estado tan cerca...

Percy no respondío. No quería chafar sus esperanzas.

—Lo que a mí me gustaría saber —dijo Thalia mirando a Bianca y a Melanka — es cómo han destruido a uno de esos zombis. Quedan muchos todavía. Tenemos que saber cómo combatirlos.

Bianca meneó la cabeza. Melanka en cambio desvió la mirada y Percy supo que ella no quería hablar de ello.

—No lo sé. Simplemente le clavé el cuchillo y enseguida quedó envuelto en llamas.

—A lo mejor tu cuchillo tiene algo especial —apuntó Percy para que la atención estuviera en Bianca y no en Melanka.

¿Se sintió culpable? Un poco, pero la tranquilidad de Melanka era lo que le importaba en esos momentos.

—Es igual que el mío —dijo Zoë—. Bronce celestial. Pero mis cuchilladas no los
afectaban de esa manera.

—Quizá haya que apuñalarlos en un punto especial —insistió Percy.

A Bianca parecía incomodarla haberse convertido en el centro de la conversación.

—No importa —prosiguió Zoë, olvidansose de Melanka—. Ya hallaremos la respuesta. Entretanto, hemos de planear el próximo paso. Una vez cruzada esa chatarrería, tenemos que seguir hacia el oeste. Si encontráramos una carretera transitada, podríamos llegar en autostop a la ciudad más próxima. Las Vegas, creo.

Melanka iba a responder que Grover y Percy no tenían recuerdos muy agradables de esa ciudad, pero Bianca se le adelantó.

—¡No! —gritó—. ¡Allí no!

Parecía presa del pánico, como si acabara de bajar la pendiente más brutal de una montaña rusa.

Zoë frunció el entrecejo.

—¿Por qué?—le preguntó Melanka muy interesada.

Bianca tomó aliento, temblorosa.

—Cr... creo que pasamos una temporada allí. Nico y yo. Mientras viajábamos. Y luego... ya no recuerdo...

A Melanka se le oscureció la mirada mientras escuchaba a Bianca y a Percy hablar, mientas sentía como una fuerza invisible tomaba su cráneo y lo quisera partir en dos.

Las voces a su alrededor murmuraba nerviosamente.

No, no, no, todavía no...

No es tiempo...

Melanka no entendía a que se referían y definitivamente no quería saber pues estaba de acuerdo con aquellas voces.

No era tiempo.

Pero una parte de la profecía se colo en el dolor de su cabeza. «Una verdad se revelará «.

¿Acaso se refería a ella y a su origen?

Volvió si atención a Percy mientras este le explicaba a Zoë que era el Casino Loto.

Zoë se echó hacia delante, con el entrecejo fruncido.

—Dijiste que Washington estaba muy cambiado cuando fuiste el verano pasado. Que no recordabas que hubiera metro allí.

—Sí, pero...

—Bianca —dijo Zoë—, ¿podrías decirme cuál es el nombre del presidente de Estados Unidos?

—No seas tonta —resopló ella, y pronunció el nombre correcto.

—¿Y el presidente anterior? —insistió Zoë.

Ella reflexionó un momento.

—Roosevelt.

Zoë tragó saliva y Melanka sintio una presión en su estómago.

—¿Theodore o Franklin?

—Franklin.

—Bianca —dijo Zoë—, el último presidente no fue Franklin Delano Roosevelt. Su presidencia terminó hace casi setenta años, en mil novecientos cuarenta y cinco. Y la de Theodore, en mil novecientos nueve.

—Imposible —se revolvió Bianca—. Yo... no soy tan vieja. —Se miró las manos como para comprobar que no las tenía arrugadas.

Thalia la miró con tristeza. Ella sabía muy bien lo que era quedar sustraída al paso del tiempo transitoriamente.

—No pasa nada, Bianca —le dijo Melanka—. Lo importante es que tú y Nico os salvasteis. Conseguisteis libraros de ese lugar.

—¿Pero cómo? —preguntó Percy—. Nosotros pasamos allí sólo una hora y escapamos por qué Melanka nos arrastro a la salida. ¿Cómo podrías escaparte después de tanto tiempo?

—Ya te lo conté. —Bianca parecía a punto de llorar—. Llegó un hombre y nos dijo que era hora de marcharse. Y...

—Pero ¿quién era? ¿Y por qué fue a buscaros?

Antes de que pudiera responder, un fogonazo repentino los deslumbró desde la vieja carretera. Eran los faros de un coche surgido de la nada. Recogieron los sacos de dormir y se apresuraron a apartarse mientras una limusina de un blanco inmaculado se detenía ante ellos.

La puerta trasera se abrió justo al lado de Percy. Antes de que pudiera dar un paso atrás, sentío la punta de una espada en la garganta.

Melanka, Bianca y Zoë tensaban sus arcos. Mientras el dueño de la espada bajaba de la limusina, Percy retrocedío muy despacio. No tenía otro remedio: le presionaba con la punta aguzada justo debajo de la barbilla.

Sonrió con crueldad.

—Ahora no eres tan rápido, ¿verdad, gamberro?

—Ares —refunfuñó Percy.

Apesar de que el dios era su suegro eso no evito que la rusa quisiera contarle la cabeza y quemarla.

El dios de la guerra echó un vistazo ellos.

—Descansen —dijo.

Chasqueó los dedos y sus armas cayeron al suelo, con excepción a las de Melanka que apesar de estar confundida baja su arco, no queriando que algo le pasara a Percy, pero se mantuvo alerta dispuesta a irse contra el dios de ser necesario.

—Esto es un encuentro amistoso. —Hincó un poco más la punta de la espada en la garganta de Percy—. Me encantaría llevarme tu cabeza de trofeo, desde luego, pero hay alguien que quiere verte. Y yo nunca decapito a mis enemigos ante una dama.

—¿Qué dama? —preguntó Thalia.

Ares la miró.

—Vaya, vaya. Sabía que habías vuelto. —Bajó la espada y le dio un empujón a Percy—. Thalia, hija de Zeus —murmuró—. No andas en buena compañía.

—¿Qué pretendes, Ares? —replicó ella—. ¿Quién está en el coche?

El dios sonrió, disfrutando de su protagonismo.

—Bueno, dudo que ella quiera veros a los demás. Sobre todo, a ésas. —Señaló con la barbilla a Zoë y Bianca—. ¿Por qué no vais a comeros unos tacos mientras esperáis? Percy y Melanka sólo tardaran unos minutos.

—No vamos a dejarlos solo con vos, señor Ares —contestó Zoë.

—Además —acertó a decir Grover—, la taquería está cerrada.

Ares chasqueó los dedos de nuevo. Las luces del bar cobraron vida súbitamente. Saltaron los tablones que cubrían la puerta y el cartel de «Cerrado» se dio la vuelta: ahora ponía «Abierto».

—¿Decías algo, niño cabra?

—Hacedle caso —dijo Percy—. Yo me las arreglo solo.

Melanka asintió perezosamente a sus amigos quienes se alejaron de mala gana.

Ares miró con odio a Percy; luego abrió la puerta de la limusina como si fuese el chofer.

—Sube, gamberro —le ordenó—. Y cuida tus modales. Ella no es tan indulgente como yo con las groserías.

Percy se subió a la limusina dejando a Melanka y a Ares solos en un tenso silencio que el dios rompió.

—La última vez que te vi no eras mi nuera—le dijo el dios con diversión.

Melanka empezó a jugar con el anillo que Thomas le había dado y eso llamó la atención del dios que tomó su mano y observó el anillo con tristeza para luego soltarle la mano.

—Thomas es un buen chico—volvió a hablar Ares—. Aveces dudo que sea mi hijo.

—No eres el único...—murmuró Melanka siendo escuchada por el dios que soltó una risa.

—Se parece demasiado a su madre que duele—dijo Ares.

Melanka frunció el ceño: —¿Cómo era ella?

Ares sonrió.

—Era la persona más dulce que conocí y su sonrisa... no merecía ni una sola de sus sonrisas pero ella aún así me las daba, pudo tener a alguien que se hubiera quedado para siempre a su lado pero ella decidió amarme...—la rusa notó como la voz del dios se quebró en lo último—, la ame lo mejor que pude, pero siento que...

—Podías hacerlo mejor—le dijo Melanka observando al dios que le asintió.

—¿Tú también?

Melanka asintió y Ares iba a decir algo pero fue interrumpido por Percy saliendo de la limusina.

—Tú turno—le dijo Percy viéndola con el ceño fruncido y un poco confundido.

Melanka entro a la limusina sin saber que esperar. Pero una vez que vió a la diosa se le olvidó hasta el inglés.

Afrodita poseía un hermoso cabello negro y unos ojos eran de un bonito café almendrado. La diosa le dirgio una sonrisa que le recordaba mucho a la de Percy cuando estaba por hacer algo que no debía.

—¡Estás tan hermosa como tu madre!— le dijo sin contener su emoción mientras le tocaba la cara y el cabello a Melanka.

—¿M-Mi madre?—preguntó un tanto mareada por la información.

—¡Por supuesto! Posees el mismo tono oscuro de cabello al igual que ella—dijo mientras tocaba su cabello—. Pero tus ojos son iguales a los de tu padre.

Melanka estaba abrumada por tanta información.

De repente Afrodita hizo un puchero de tristeza: —Una lastima el como termino todo eso....

No le haga caso ama... le dijo una voz nerviosamente.

—¿Usted sabe mi procedencia divina?

Afrodita asintió.

—Pero no puedo decírtelo, no quiero acabar en el Tártaro—le dijo nerviosamente.

—¿C-Comó seria posible?

—Seres mucho las poderosos que yo o los demás olímpicos te protegen niña, eso ya lo sabes.

Melanka asintió, sabiendo a que se referia de Nix y por extensión a su esposo, Érebo.

—Dejando todo eso aun lado, quiero que sepas que soy la fan número uno de tu relación—le dijo emocionada—. El amor de ustedes dos es tan puro que me dan ganas de llorar.

Y Melanka supo que no mentía pies la diosa se estaba liemoiandl las lágrimas que se derramaban por sus perfectas mejillas.

—¿Gracias?—le dijo Melanka no sabiendo muy bien que decir.

—También es muy entretenido ver como hay corazones rotos por tu relación.

Eso definitivamente no lo quería saber.

—Como sea, solo quiero decirte que pase lo que pase con él o contigo, no te cierres a la oportunidad de volver a ama o recibir amor, el amor aun con lo doloroso que puede ser también es mágico y trae recuerdos todavía más mágicos.

Melanka estaba confundida pero aún así le asintió.

—También quiero que sepas que Eros y yo no tenemos nada que ver con tu vida amorosa, tu decides aquien amar y esa persona también.

—Es bueno saber eso...—murmuró la rusa.

—Bien es hora de...

—¡Espere!—le dijo Melanka—. ¿Porqué quería verme?

Afrodita sonrió: —Tenía que verte con mis propios ojos para confirmarlo.

—¿Confirmar que?

existencia. La última Tenebra viva.

¡voten y comenten!

💋💋💋.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top