𝖛𝖎𝖎

❝ 𝕾𝖙𝖗𝖆𝖓𝖌𝖊𝖗𝖘 ❞

EL SILENCIO ERA ESPELUZNANTE.

Percy y Melanka no oían nada, salvo el latido de la sangre en sus sienes. A medida que se aproximában a la isla, iban asomando rocas dentadas entre la niebla. Percy le ordenó al Vengador de la Reina Ana que las sorteara; si se acercában demasiado, aquellas rocas harían trizas el casco como las cuchillas de una licua—dora.

Percy y Melanka miraron a sus espaldas. Al principio, Annabeth parecía completamente normal al igual que Thomas que les envio una sonrisa nerviosa.

Pero de inmediato sus expresiones cambiaron. 

Annabeth abrió unos ojos como platos y empezó a forcejear con las cuerdas.

A Thomas se le habían llenado los ojos de lagrimas y veía a Melanka suplicante para que lo soltara.

Los dos los llamaban por sus nombres: lo veían en sus labios. Sus expresiones eran muy claras; tenían que liberarlos, era cuestión de
vida o muerte. Debían soltarlos ahora mismo.

Percy y Melanka se obligaron a desviar la vista, la rusa tomo la mano de Percy queriendole decir que ella estaba con él.

Percy apremio al Vengador de la Reina Ana para que aumentase la velocidad. Aún no podían ver gran cosa de la isla: sólo niebla y rocas. Pero en el agua flotaban trozos de madera y fibra de vidrio, restos de naufragios, incluso chalecos salvavidas de líneas aéreas comerciales.

Melanka por un peligroso instante estuvo a punto de quitarse los tapones, tal vez las sirenas tenían las respuestas que ella buscaba.

Pero solo fue un peligroso instante, el apretón que Percy le dio a sus manos la obligó a desechar esa idea.

Notaban cómo las voces vibraban en la
madera del barco, cómo añadían su latido al rugido de la sangre en sus oídos.

Annabeth y Thomas seguían suplicándoles.

Las lágrimas corrían por sus mejillas.

Luchaban con las cuerdas, como si le impidieran reunirse con lo que más le importaba en este mundo.

«¿Cómo pueden ser tan crueles? —parecía preguntarles Annabeth —. Creía que eran mis amigos.»

Melanka observó a su novio que la veía suplicante «Por favor—le decía a la rusa—. Quiero ir»

A Melanka le dolio el corazón pero sabía que si caía en las suplicas de su novio este iría directo a su muerte. Y dioses, Melanka no sabría que haría sin Thomas.

Los dos semidioses miraron con furia aquella isla envuelta en niebla. Percy deseaba sacar su espada, pero no había nada con lo que
luchar. ¿Cómo vas a combatir una canción?

Y Melanka tenía ganas de usar ese extraño poder suyo para destruirla. Lo habría echo de saber usarlo.

Procuraron no mirar a Annabeth y a Thomas. Lo conseguíeron durante unos cinco minutos.

Ése fue su gran error.

Cuando ya no pudieron resistirlo más, se dieron media vuelta y vieron… un montón de cuerdas cortadas. El mástil vacío. El cuchillo de bronce de Annabeth tirado sobre la cubierta que la rubia habíausado para también liberar a Thomas.

Melanka se sintió estupida por no desarmar a Annabeth.

Corríeron a la barandilla y vieron a los dos semidioses chapoteando frenéticamente para llegar a la orilla, mientras las olas los
empujaban hacia las rocas.

Percy y Melanka gritaban desesperados sus nombres pero no sirvió de nada.

Estaban en trance y nadaban hacia la muerte.

Percy volvío hacia el timón y gritó: —¡Espera aquí!

Ese también fue su error, cuando volteó a ver a Melanka para decirle que se quedara ella ya no estaba.

La rusa se había lanzado y Percy sintió una oleada de pánico por lo que también se lanzó sin más por la borda.

En cuanto Percy se zambullo, ordenó a las corrientes que se retorcieran en torno a su cuerpo y formasen un flujo en chorro que lo propulsó hacía delante.

Salío a la superficie y vio a Annabeth y a Thomas, Melanka los seguia (Percy debía admitirse que la rusa era buena nadadora) pero en ese mismo momento los atrapó una ola y se los llevó entre dos afilados salientes.

Percy no tenía alternativa. Se lanzó tras ellos.
Buceo bajo el casco destrozado de un yate y avanzo serpenteando entre unas bolas metálicas flotantes, sujetas con cadenas, que sólo después comprendío que eran minas.

Vió a Melanka nadar desesperada para alcanzar a unos de los dos semidioses que nadaban frenéticos hacia la isla.

Percy observaba como la rusa nadaba como una profesional y esquivaba las rocas y redes pero no era suficiente por que Annabeth y Thomas le llevaban una ventaja. Percy decidió ayudadarla y le ordenó al océano que la propulsase a ella.

Melanka sintió como sí alguien la empujará, volteo a sus espaldas solo para ver a Percy que casí la alcanzaba, volvió su vista a Annabeth y a Thomas, para suerte de ella Thomas no era buen nadador pero Annabeth si. La rusa tomo el tobillo de su novio solo para sentir una descarga en el cuerpo.

Vio las sirenas justo como Thomas las veía. Había una señora muy guapa y supuso que era la mamá de su novio, junto a él estaba Ares, también había una señora parecida a la mamá de Thomas, su tía, había unos niños corriendo a su alrededor. Y también aparecía Melanka, que le hacía señas para que fuera con ella.

Melanka frunció el ceño al verse a ella misma tan feliz y tan relajada. Ella no era así, no desde el verano pasado.

Se negó a seguir viendo y tomó a Thomas como pudo, pero esta forcejeaba y tenía más fuerza que ella. En un mal movimiento le dio con su codo en la raíz de la rusa que sintió un líquido caliente antes de que el agua se lo llevara. Sangre supuso Melanka.

Vió a su alrededor buscando a sus dos amigos. Percy también forcejeaba con Annabeth, se sumergían y volvían a la superficie repetidamente. Percy le dijo algo y Melanka se obligó a leer sus labios lo mejor que pudo mientas forcejeaba con Thomas.

Agua. Fue lo que entendió la rusa.

No tuvo tiempo de pensarlo mucho ya que junto con Thomas se sumergieron,  al hacerlo su novio se tranquilizo pero volvieron a la superficie y volvieron a forcejear.

Buscó a Percy que nadaba hacia ella para ayudarla, no había rastro de Annabeth.

Entré tanto forcejeo a Melanka se le cayeron los tapones y escucho el canto de las sirenas.

—¡No!—fue el grito de Percy lo último que escucho antes de caer en el canto de las sirenas.

Percy veía como Thomas y Melanka nadaban hacia las sirenas, cada vez más cerca de ellos.

Thomas no era buen nadador por lo que fue fácil alcanzarlo y ordenarle al océano que lo sumergirá junto con Annabeth.

Pero Melanka si era buena nadadora, para su desgracia, pero él era hijo de Poseidón y para su suerte estaban en su elemento.

Tomando a Melanka volvió a sentir la descarga recorrerle el cuerpo y vio lo que la rusa veía.

Habían muchas personas. Estaba el señor que fue a recogerla el verano pasado que iba de la mano de una señora muy guapa y elegante con un muchacho parecido a los dos.

Percy también vio a una señora que se parecía mucho a Melanka e iba tomada de la mano de un chico de aproximadamente quince años que tenía un parecido a la rusa, de la otra mano había otro que era la copia de Melanka pero en niño.

La rusa empezó a luchar desesperada, queriendo ir con ellos pero Percy la tomó con más fuerza.

Había mucha mas gente a su alrededor, entre ellas muchas niñas y personas adultas, Thomas, Annabeth y Percy.

Melanka empezó a luchar con más fuerza cuando todos desaparecieron y solo vio a un Luke sin la cicatriz que adornaba su rostro, este estaba muy feliz de verla y la alentaba a seguir.

Fue entonces que Percy comprendió que Melanka no había visto a Luke desde el verano pasado, y que su deseo más profundo era ese.

Volverlo a ver.

Pero no la versión que la traicionó a ella o al campamento, no. Ella quería devuelta a la versión antes de esa misión que Luke fue.

Ella quería devuelta a su hermano.

Percy se sintio mal por la rusa, por que sabía que esa versión de Luke no iba a volver y que era mejor para Melanka no volver a ver a Luke.

Por qué en el tiempo que llevaba conociendo a Melanka no estaba seguro todavía como la rusa reaccionaría si viera la versión que él vio en el Princesa Oscura.

Melanka forcejeaba, luchaba y gritaba desesperadamente «¡Dejame ir!—parecía que decia mientras luchaba para salir del agarre de Percy, llegó a rasguñarle la mejilla y Percy sintió un ligero ardor—Quiero ir con él. ¡Por favor!»

Percy sintió como el cuerpo de Melanka temblaba por los sollozos que se le escapaban mientras le gritaba que la dejara ir.

Percy no pudo seguir dejando que Melanka sufirera y se sumergieron los dos, Percy vio la expresión de Melanka. Estaba devastada.

Repitió lo que hizo con Annabeth y Thomas, que estaban dándose un abrazo para consolarse entre ellos.

Melanka jadeó, tosió y temblaba. Pero en cuanto miró a Percy este supo que el hechizo se había roto.

Prorrumpió en unos sollozos terribles, que te partían el corazón. Apoyó la cabeza en el  hombro de Percy y la abrazo.

Percy a lo lejos vio que Thomas le daba una pequeña sonrisa en agradecimiento.

Los peces se agolpaban alrededor para mirarlos, un banco de barracudas, algunos peces aguja «¡Largo de aquí!», les dijo Percy.

Se alejaron a regañadientes. Percy habría jurado que conocía sus intenciones: se disponían a hacer correr por los mares el rumor de que el hijo de Poseidón y cierta chica habían sido vistos en el fondo de la bahía de las sirenas…

—Voy a hacer que volvamos al barco —le dijo Percy a una Melanka que no paraba de soltar sollozos—. Todo saldrá bien. Tú aguanta.

Melanka asintió, dándole a entender que ya se sentía mejor, y murmuró algo que no pudo oír porque llevaba los tapones de cera en los oídos.

Percy ordeno a la corriente que guiara las  peculiares burbujas submarinas entre las rocas y el alambre de espino, hasta el Vengador de la Reina Ana, que había empezado a alejarse de la isla a un ritmo lento y regular, para que pudiéran darle alcance.

Seguieron al barco por debajo del agua, hasta a Percy le pareció que los cantos de las sirenas ya no podrían llegar a sus oídos. Entonces salieron a la superficie y la burbuja explotó.

Ordenó a la escala de cuerda que se desenrollara por el flanco del barco y subieron a bordo.

Percy aún tenía puestos mis tapones, por si acaso. Continuaron navegando hasta que perdieron la isla de  vista definitivamente. Annabeth se había acurrucado con una manta en cubierta junto con Thomas, que la abrazaba por los hombros.

Finalmente, Annabeth levantó la vista, triste y todavía aturdida, y dijo sólo con los labios: «Salvados.»

Entonces Percy se quitó los tapones: ya no se oía ningún canto.

Percy busco con la mirada a Melanka, estaba alejada de ellos y hecha un ovillo y Percy vió que su cuerpo temblaba de frío o a causa de los sollozos, tal vez eran las dos cosas.

Dirigió su vista a Thomas que también tenía la vista en ella pero con una mirada triste, entonces volteo a verlo negando con la cabeza.

Supuso que quería decirle que la dejara un rato a solas y Percy dudando lo hizo.

La tarde estaba tranquila, salvo por el sonido de las olas contra el casco; la niebla se había disuelto y había dejado un cielo del todo azul, como si la  isla de las sirenas no hubiese existido jamás.

—¿Están bien? —les pregunto Percy a Thomas y Annabeth. En cuanto lo dijo, se dio cuenta de lo torpe que sonaba. Por supuesto que no estaban bien.

—No sabía —murmuró Annabeth.

—¿Qué?

Sus ojos tenían el mismo color que la niebla que cubría la isla de las sirenas.

—Lo poderosa que sería la tentación.

Thomas a su lado la abrazo con fuerza, por muy fea que fue la experiencia Percy vió que algo bueno salio de ahí. Una amistad.

Percy no quería contarle que había visto lo que las sirenas le habían prometido, se sentía como un intruso en un territorio íntimo.

Con Thomas no sabía que era lo que habia visto, pero dado el como Melanka rehuia de su mirada y el como Thomas la miraba con culpabilidad debió ser algo que afecto a la rusa de sobremanera.

—He visto cómo habías reconstruido Manhattan —le dijo Percy a Annabeth —. He visto a Luke y a tus padres.

Ella se sonrojó.

—¿Has visto todo eso?

—Aquello que te dijo Luke en el Princesa Oscura, lo de reconstruir el mundo partiendo de cero… te tocó la fibra íntima, ¿no?

Ella se arrebujó en la manta y se pego más a Thomas, buscando protección y consuelo.

—Mi defecto fatídico. Eso es lo que me mostraron las sirenas. Mi defecto fatídico es la hibris.

Percy parpadeó.

—¿Esa cosa marrón que ponen en los sándwiches vegetarianos?

Se escucho una risa detras de ellos, era Melanka que tenia los ojos rojos por tanto llorar, y con sangre seca en la nariz.

Sentándose al lado de Percy y con una manta en las manos que uso para taparse a ella misma y a Percy, le acarició la mejilla donde tenía una ligera marca del rasguño que la rusa le había dado cuando estaba tratando de salirse del agarre 

—No, pescadito. Eso es hummus. La hibris es peor.

—¿Qué puede ser peor que el hummus?

Melanka se limpió la nariz cuando sintió sangre escurrirle por ella para después responderle.

—Hibris significa orgullo desmedido, un orgullo mortal, Percy. Creer que puedes hacer las cosas mejor que nadie… incluso mejor que los dioses.

—¿Tú te sientes así?—Percy volteo a ver a Annabeth que bajo la mirada.

—¿Nunca han sentido eso, que el mundo tal vez sea un verdadero desastre? ¿Y no te has preguntado qué pasaría si pudiésemos rehacerlo partiendo de cero? Sin guerras, sin pobres, sin libros obligatorios para leer en verano.

—Continúa—le animo Thomas cuando la rubia se quedó callada. Melanka enfoco su vista en la madera de la cubierta, evitando verlo.

—Vale, se supone que Occidente representa en buena parte los mayores logros de la humanidad, por eso sigue ardiendo la llama, por eso el Olimpo continúa existiendo. Pero, a veces, lo único que ves es la parte más negativa, ¿sabes? Y empiezas a pensar igual que Luke: «Si pudiese anularlo, yo sería capaz
de hacerlo mejor.» ¿Nunca has sentido eso? ¿Qué si tú gobernaras el mundo podrías hacerlo mejor?

—Eh… pues no. Si yo gobernase el mundo sería una especie de pesadilla—dijo Percy tratando de romper el ambiente tenso lo cual funcionó cuando Melanka se rió, aquello hizo sonreír a Percy y le dio un empujón de hombros a Melanka.

Thomas aparto la vista frunciendo el ceño.

Percy notó como la pareja se comportaban como unos completos extraños.

—Tienes suerte. La hibris no es tu defecto fatídico—contestó el hijo de Ares.

—¿Cuál es, entonces?—preguntó curioso Percy.

—No lo sé, Percy, pero cada héroe tiene el suyo, el mío vendría siendo la inseguridad—contesto Thomas, llamando la atencion de Melanka que lo vió por primera vez desde que subieron al barco—. Si no lo averiguas y no aprendes a controlarlo…Bueno, por algo lo llaman «fatídico».

Percy vio a Melanka intentado descubrir cual era su defecto fatídico, y no era el unico que la veía pues Annabeth y Thomas tambien la observaban.

Melanka se sintio incómoda: —¿Qué?

—¿Y tú Melanka, sabes cual es tu defecto fatídico?—le preguntó Annabeth.

La rusa frunció el ceño y pegándose más a Percy caundo le llegó de golpe una ventisca de aire lo cual la hizo temblar de frío.

Mientras la rusa más lo pensaba descubrió que estaba en problemas: —Creo que son muchos...

Percy frunció el ceño: —¿Es eso posible?

Annabeth se encogió de hombros y Thomas vió como Melanka veía hacia el horizonte con la mirada perdida.

—Así pues, ¿ha valido la pena? —les preguntó a Annabeth y Thomas—. ¿Se sienten … más sabios?

Annabeth y Thomas se miraron y se escogieron de hombros.

—No lo sé. Pero tenemos que salvar el campamento. Si no detenemos a Luke…—dijo Annabeth.

A Percy casi se le rompe el cuello por la velocidad que volteo a ver a la rusa, sintió como el cuerpo de Melanka empezaba a temblar bajo la manta y vio los ojos onix de Melanka llenarse de lágrimas nuevamente.

Si a Percy le dolió ver aquello que las sirenas le mostraron a la rusa no quería pensar como se debía sentir Melanka.

De repente, Melanka abrió los ojos de par en par.

—Percy.

El semidiós dirgio su vista donde la rusa la tenia puesta, a lo lejos se divisaba otra mancha de tierra: un isla en forma de silla de montar, con colinas boscosas, playas de arena blanca y verdes prados: tal como la había visto en sus sueños.

Los sentidos náuticos de Percy se encargaron de confirmarlo: 30 grados, 31 minutos norte; 75 grados, 12 minutos oeste.

Habían llegado a la guarida del cíclope.


MELANKA PENSABA QUE LA «ISLA DEL MONSTRUO », era un montón de rocas escarpadas y huesos esparcidos por la playa, como en la isla de las sirenas.

Pero la isla del cíclope no tenía nada de eso.

Bueno, ignorando el puente de cuerdas sobre un abismo, lo cual no era buena señal. Venía a ser lo mismo que poner una valla publicitaria que advirtiese: «Algo maligno vive aquí.» Pero el lugar, aparte de eso, parecía una postal caribeña. Tenía prados verdes, árboles de frutas tropicales y playas de arena blanquísima.

Melanka de haber tenido una cámara en la mano, habría tomado una foto para mostrarle a Alexei que seguramente se emocionaría.

Mientras navegaban hacia la orilla, Annabeth inspiró profundamente aquel aire perfumado.

—El Vellocino de Oro —dijo Melanka, el aura de poder parecía que le hablaba.

Ven conmigo pareció oír y eso la puso pálida.

—¿Se morirá la isla si nos lo llevamos?—preguntó Thomas a Annabeth.

Annabeth meneó la cabeza.

—Perderá su exuberancia, eso sí. Y volverá a su estado anterior, fuera cual fuese.

Melanka no se sentío para nada culpable, no cuendo el Vellocino serviria para salvar al Campamento y llevárselo implicaría dejar de atraer a satiros a una muerte segura por un cíclope.

La rusa analizo el prado que había al pie del barranco, se agolpaban varias docenas de ovejas. Parecían pacíficas, aunque eran enormes, tan grandes como hipopótamos. Más allá, un camino subía hacia las colinas. En lo alto de ese camino, cerca del borde del abismo, se levantaba el roble descomunal que había visto en sueños. Había algo dorado que relucía en sus ramas.

—Esto es demasiado fácil —dijo Melanka.

—¿Subimos allí caminando y nos los llevamos?—preguntó Percy.

Annabeth entornó los ojos.

—Se supone que hay un guardián. Un dragón o…

Justo en ese momento surgió entre los arbustos un ciervo. Trotó por el prado, seguramente en busca de pasto, y de repente todas las ovejas se pusieron a balar y se abalanzaron sobre él. Ocurrió tan deprisa
que el ciervo se tambaleó y desapareció en un mar de lana y pezuñas. Hubo un revuelo de hierba y mechones de pelaje marrón.

Unos segundos más tarde, las ovejas se dispersaron y volvieron a deambular pacíficamente. En el sitio donde había estado el ciervo sólo quedaban un montón de huesos blancos.

Los cuatro se miraron entre si.

—Son como pirañas —dijo Thomas.

—Pirañas con lana. ¿Cómo vamos…?

—¡Chicos! —Annabeth ahogó un grito y le agarró del brazo—. Miren.

Señaló hacia la playa, justo debajo del prado, donde un bote había sido arrastrado hasta la arena… El otro bote salvavidas del CSS Birmingham.

Thomas soltó un suspiro tembloroso y vió a Melanka con esperanza, tal vez era de Clarisse lo que significaba que estaba viva.


Tensión entre Melanka y Thomas.

Pero tranquil@s que ya saben que esos dos no pueden estar lejos entre ellos.

¡voten y comenten!

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