𝖛𝖎𝖎
❝ 𝕿𝖍𝖊 𝕭𝖚𝖘 𝖂𝖊𝖓𝖙 ¡𝕭𝖔𝖔𝖒! ❞
LA LLUVIA NO CESABA. LA ESPERA LOS IMPACIENTABA Y DECIDIERON JUGAR A DARLE TOQUECITOS A UNA MANZANA DE GROVER. Annabeth era increíble. Hacía botar la manzana en su rodilla, codo, hombro, lo que fuera. Percy tampoco era muy malo. El juego terminó cuando le lanzó la manzana a Grover demasiado cerca de su boca. En un megamordisco de cabra engulló la pelota.
Grover se ruborizó e intentó disculparse, pero Annabeth y Percy se estában muriendo de risa.
Melanka se encontraba tensa, tenía un mal presentimiento
Por fin llegó el autobús. Cuando se pusieron en fila para embarcar, Grover empezó a mirar alrededor, olisqueando el aire como si oliera su plato favorito de la cafetería: enchiladas.
—¿Qué pasa? —le pregunto Percy
—No lo sé. A lo mejor no es nada.
Pero se notaba que sí era algo. Melanka empezo a mirar yo también por encima de su hombro.
Se sintió aliviada cuando por fin subieron y encontraron asientos juntos al final
del autobús. Los demás guardaron su sus mochilas, pero ella no, ciertamente no confiaba en los autobuses, también se debe a la razón de que ella nunca había viajado en uno sin que sus padres o unos guardaespaldas la acompañaran y rara era la vez en que viajaba en uno
Cuando subieron los últimos pasajeros, Melanka palideció,y sintió un dolor en la cabeza, Annabeth le apretó la rodilla al pelinegro: —Percy.
Una anciana acababa de subir. Llevaba un vestido de terciopelo arrugado, guantes de encaje y un gorro naranja de punto; también llevaba un gran bolso estampado.
Cuando levantó la cabeza, sus ojos negros emitieron un destello, y el pulso de Melanka estuvo a punto de pararse.
Percy se agachó en el asiento.
Detrás de ella venían otras dos viejas: una con gorro verde y la otra con gorro
morado. Por lo demás, tenían exactamente el mismo aspecto que la otra: las mismas manos nudosas, el mismo bolso estampado, el mismo vestido arrugado. Un trío de abuelas diabólicas.
Se sentaron en la primera fila, justo detrás del conductor. Las dos del asiento del pasillo miraron hacia atrás con un gesto disimulado pero de mensaje muy claro: de aquí no sale nadie.
El autobús arrancó y nos encaminamos por las calles de Manhattan, relucientes a causa de la lluvia.
—No ha pasado muerta mucho tiempo —dijo Percy intentando evitar el temblor en su voz—. Creía que habías dicho que podían ser expulsadas durante una vida entera.
—Dije que si tenías suerte —repuso Annabeth—. Evidentemente, no la tienes.
—Que confortante—murmuro la rusa
—Las tres —sollozó Grover—. Di immortales!
—No pasa nada —dijo Annabeth, esforzándose por mantener la calma—. Las
Furias. Los tres peores monstruos del inframundo. Ningún problema. Escaparemos
por las ventanillas.
Annabeth no ayudaba a que Melanka se calmara, y su reciente dolor de cabeza no ayudaba a pensar un plan de escape
—No se abren —musitó Grover.
—¿Hay puerta de emergencia?
No la había. Y aunque la hubiera, no habría sido de ayuda. Para entonces, estában en la Novena Avenida, de camino al puente Lincoln.
—No nos atacarán con testigos —dijo Percy esperanzado—. ¿Verdad?
—Los mortales no tienen buena vista —le recordó Annabeth—. Sus cerebros sólo pueden procesar lo que ven a través de la niebla.
—Verán a tres viejas matándonos, ¿no?
Dioses, de verdad que no ayudaban estos dos
—Es difícil saberlo. Pero no podemos contar con los mortales para que nos ayuden. ¿Y una salida de emergencia en el techo…?
Llegaron al túnel Lincoln, y el autobús se quedó a oscuras salvo por las bombillitas del pasillo. Sin el repiqueteo de la lluvia contra el techo, el silencio era espeluznante.
Una de las furias se levantó. Como si lo hubiera ensayado, anunció en voz alta:
—Tengo que ir al aseo.
—Y yo —añadió la segunda furia.
—Y yo —repitió la tercera.
Melanka comenzaba a arrepentirse de haber salido del campamento
—Percy, ponte mi gorra —le urgió Annabeth.
—¿Para qué?
—Te buscan a ti. Vuélvete invisible y déjalas pasar. Luego intenta llegar a la parte de delante y escapar.
—Pero vosotros…
—Hay bastantes probabilidades de que no reparen en nosotros. Eres hijo de uno
de los Tres Grandes, ¿recuerdas? Puede que tu olor sea abrumador.—le dijo Melanka
—No puedo dejaros.
—No te preocupes por nosotros —insistió Grover—. ¡Ve!
Luego de que Percy se fuera las Furias rodeaban a Grover Melanka y Annabeth, esgrimiendo sus látigos.
—¿Dónde está? ¿Dónde? —silbaban entre dientes.
Los demás pasajeros gritaban y se escondían bajo sus asientos. Bueno, por lo menos veían algo.
—¡No está aquí! —gritó la pelinegra—. ¡Se ha ido!
Las Furias levantaron los látigos, pero dudaron cundo vieron a Melanka
—A ella no—silbo una—su señora estará furiosa si le hacemos algo
—Tambien el—menciono otra
Annabeth sacó el cuchillo de bronce, Melanka tocó el diamante de su pulsera y se transforma en una larga espada de bronce celestial. Grover agarró una lata de su mochila y se dispuso a lanzarla.
Entonces el autobús giro bruscamente hacia la izquierda Melanka tuvo que tener mucho cuidado de no enterrarse el cuchillo de Annabeth o su espada
El autobús aulló, derrapó ciento ochenta grados sobre el asfalto mojado y se estrelló contra los árboles. Se encendieron las luces de emergencia. La puerta se abrió de par en par. El conductor fue el primero en salir, y los pasajeros lo siguieron gritando como enloquecidos.
Las Furias recuperaron el equilibrio.
Revolvieron sus látigos contra Annabeth, mientras ésta amenazaba con su cuchillo y les ordenaba que retrocedieran en griego
clásico. Grover les lanzaba trozos de lata. Melanka se encontraba viendo fijamente a una de las furias, a la vez que la amenazaba con su espada
Entonces Percy se quito la gorra de invisibilidad.
—¡Eh!
Las Furias se volvieron, le mostraron sus colmillos amarillos y de repente la salida le pareció una idea fenomenal. Cada vez que su látigo restallaba, llamas rojas recorrían la tralla. Sus dos horrendas hermanas se precipitaron saltando por encima de los asientos como enormes y asquerosos lagartos.
—Perseus Jackson —dijo una la con tono de ultratumba—, has ofendido a los dioses. Vas a morir.
—Me gustaba más como profesora de matemáticas —le dijo
La furia gruñó y Melanka ajusto su agarre en la espada junto a Annabeth y Grover se movían tras las Furias con cautela, buscando una salida.
Saco el bolígrafo de su bolsillo y lo destapo Anaklusmos se alargó hasta convertirse en una brillante espada de doble filo.
Las Furias vacilaron.
La señora Dodds ya tenía el dudoso placer de conocer la hoja de Anaklusmos.
Evidentemente, no le gustó nada volver a verla.
—Sométete ahora —silbó entre dientes— y no sufrirás tormento eterno.
—Buen intento —contesté.
—¡Percy, cuidado! —le advirtió Annabeth.
Entonces enroscó su látigo en la espalda de Percy y Melanka dirigió su enojo a una de las furias, echándose a la espalda de una, con un brazo la empezó ahorcar , justo cunado iba a dirigir su espada en el cuello de esta, la furia se dejó de contener y empezó a moverse desesperadamente, con sus garras araño su brazo, Melanka quería llorar del dolor
Todavía no se dijo a si misma, ajena a sus otros compañeros, apretó más el agarre en la furia, aún con la sangre chorreando, con dificultad reajustó su agarre en la espada, en una sacudida de la furia se calleron al piso del autobús, Melanka todavía se encontraba en la espalda de ella, sintiendo peso extra que le saco el aire, pero todavía no soltaba su agarre de la furia, enroscado sus piernas alrededor de esta, Melanka deslizó su espada profundamente por el cuello de esta cuando dejo de moverse tanto
La furia soltó un horrible grito lleno de enojo y miedo, hasta que desapareció, levantándose con dificultad y tomando su mochila que cayó al piso por el movimiento del autobús, Percy y los otros dos ya se habían encargado de las otras dos, el hijo de Poseidón dejo salir una risa de alegría cuando la vio media a salvó, ya que vio como Melanka se le hecho encima a la furia, y sinceramente pensó lo peor, pero al oír el grito de la furia supo que Melanka lo había logrado
Cómo siempre pensó el
Ayudándola a pararse correctamente salieron del autobús, la semi-diosa convirtió su espada otra vez en una pulsera
—¡Vamos a morir! —Un turista con una camisa hawaiana le hizo una foto a Percy y a Melanka antes de que pudieran tapar la espada de el
—¡Nuestras bolsas! —dijo Grover—. Hemos dejado nues…
¡BUUUUUUM!
Las ventanas del autobús explotaron y los pasajeros corrieron despavoridos. El rayo dejó un gran agujero en el techo, pero un aullido enfurecido desde el interior le indicó que una de las furias no sé encontraban muertas
—¡Corred! —exclamó Annabeth—. ¡Está pidiendo refuerzos! ¡Tenemos que largarnos de aquí!
Se internaron en el bosque bajo un diluvio, con el autobús en llamas a su espalda y nada más que oscuridad ante ellos
Melanka se había soltado del agarre de Percy y se echó a correr
Así que allí estában, Annabeth, Melanka, Grover y Percy, caminando entre los bosques que hay en la orilla de Nueva Jersey. El resplandor de Nueva York teñía de amarillo el cielo a su espaldas, y el hedor del Hudson nos anegaba la pituitaria. Grover temblaba y balaba, con miedo en sus enormes ojos de cabra.
—Tres Benévolas —dijo con inquietud—. Y las tres de golpe.
Melanka todavía se encontraba aturdida la explosión del autobús aún resonaba en sus oídos y lo hecho con la furia igual. Pero Annabeth seguía tirando de ellos
—¡Vamos! Cuanto más lejos lleguemos, mejor.
—Nuestro dinero estaba allí dentro —le recordo Percy—. Y la comida y la ropa. Todo.
—Bueno, a lo mejor si no hubieras decidido participar en la pelea…
—¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar que os mataran?
—No tienes que protegerme, Percy. Me las habría apañado.
—En rebanadas como el pan de sandwich —intervino Grover—, pero se las habría apañado.
—Cierra el hocico, niño cabra —le espetó Annabeth.
Grover baló lastimeramente.
—Latitas… —se lamentó—. He perdido mi bolsa llena de estupendas latitas para
mascar.
—¿Pueden dejar de pelear? Solo unos momentos por favor, y tal vez si no lo han notado mi mochila está aqui—la sacudió con su mano sana— somos un equipo, ay que ayudarnos entre los cuatro, no estar peleando— y se alejó de los tres, y se interno más en el bosque, se sentó alado de un enorme árbol y busco en su mochila algo para curar su brazo
Encontró un par de vendas, un bálsamo para el dolor, algodón y alcohol, las heridas de las garras eran profundas ya que habían roto la manga de su chaqueta, tal vez dejarán cicatrices, con la mano temblando destapó el frasco del alcohol, se quitó la chaqueta y la dejo a un lado, se echó un poco de agua antes, suspirando y se coloco el alcohol, sintiendo sus lágrimas por sus mejillas por el dolor, se mordió sus labios fuertemente hasta hacerlos sangrar, después de un rato se echó un poco de bálsamo y se envolvió el brazo en vendas
Busco en su mochila checando si se le había caído algo, ya que se había abierto en el autobús a causa de las furias, la suerte no estaba de su lado ese día por qué no encontró el dinero
Después de un rato Percy llegó a su lado, la lluvia ya había sedado
—Espero que hayas hecho una tregua con Annabeth—le dijo ella
—Llegamos a un acuerdo
—Me alegro, eso hará que la misión sea un poco más . . . —dudo— ¿torelible?
Percy se echó a reír:—Creo que querias decir tolerable
Melanka se sonrojo de la vergüenza y agradeció que estuviera oscuro: —Pido disculpas, mi inglés, todavía no es perfecto
Una vez que Percy se calmo de su ataque de risa la miro: —Supongo que eso explica unas dudas que tengo
Melanka alzó una ceja curiosa:—¿Y cuáles eran tus dudas?
—Aveces se te salen palabras en otro idioma que no es griego, supuse que no eras nativa de aquí
La pelinegra soltó una risa:—¿Y cuánto tiempo te costó deducirlo?
—Unos días
—Supongo que tienes curiosidad de saber de dónde vengo ¿verdad?
El semi-dios asintió repetidas veces: —Si . . . pero si no quieres responder está bien
—No hay problema solo . . . es difícil para mí abrirme con las demás personas . . . pero si vamos hacer esta misión necesitamos confiar el uno con el otro . . . así que pregunta— se levanto y continuo caminando, con Percy alado de ella
Percy carraspeo: —Bueno . . . he notado que tienes un acento muy marcado a la hora de hablar, solo que no identifico que idioma es
—No es secreto que no soy nativa de aquí, ya sea por qué se me nota o como tú dices , mi acento me delata —empezo a jugar con su nuevo anillo —, mi familia es de Rusia. . . saben hablar el inglés, pero solo cuando tienen negocios con extranjeros . . . en casa, antes de enterarme de ser una semi-diosa, nunca había oído o hablado el inglés . . . . así que que por eso me cuesta hablar algunas palabras o mi acento marcado
—Entonces eres rusa—reflexiono— eso explica muchas cosas
—¿Cómo que?
—Como . . . que casi nunca sonríes ,siempre estás sería y aveces eso da miedo —murmuro lo último — . . . ¡Uy! También creo que muy intimidante, mira que la forma en que mataste a esa benévola, no sabría decirte si estaba más asustado yo o ella, hasta pareces que disfrutaste matando la
—Perfecto, mi compañero de misión cree que soy un villano de James Bond que disfruta matar a sus enemigos —trató de bromear—
—¡No quería ofenderte! —se disculpó — solo creo que eres muy buena cuando se trata de dar miedo e intimidar
—¿Gracias?—se rió Melanka
—¿Cómo es Rusia?
—Frio
Y continuaron hablando hasta que unos kilómetros más hasta que olieron a unas hamburguesas, Annabeth y Grover ya habían llegado a su lado
Siguieron andando hasta que vieron una carretera de dos carriles entre los árboles. Al otro lado había una gasolinera cerrada, una vieja valla publicitaria que anunciaba una peli de los noventa, y un local abierto, que era la fuente de la luz de neón y el buen aroma.
No era el restaurante de comida rápida que habían esperado, sino una de esas raras
tiendas de carretera donde venden flamencos decorativos para el jardín, indios de madera, ositos de cemento y cosas así. El edificio principal, largo y bajo, estaba
rodeado de hileras e hileras de pequeñas estatuas.
Melanka trato de leer el letrero, pero el neón no le ayudaba, si dislexia no era tan fuerte como los otros mestizos, pero ese letrero se lo ponía difícil
Grover se los tradujo:
—Emporio de gnomos de jardín de la tía Eme.
A cada lado de la entrada, como se anunciaba, había dos gnomos de jardín, unos feos y pequeñajos barbudos de cemento que sonreían y saludaban, como si estuvieran posando para una foto. Percy cruzó la carretera siguiendo el rastro aromático de las hamburguesas.
—Ve con cuidado —le advirtió Grover.
—Dentro las luces están encendidas —dijo Annabeth—. A lo mejor está abierto.
—Un bar —comentó con nostalgia.
—Sí, un bar —coincidió ella.
—¿Os habéis vuelto locos? —dijo Grover—. Este sitio es rarísimo.
Melanka estuvo de acuerdo con el
Percy y Annabeth no les hicieron caso
Genial, se dirigen a la boca del lobo pensó la rusa con pesar
El aparcamiento de delante era un bosque de estatuas: animales de cemento, niños de cemento, hasta un sátiro de cemento tocando la flauta.
—¡Beee-eee! —baló Grover—. ¡Se parece a mi tío Ferdinand!
Se detuvieron ante la puerta.
—No llaméis —dijo Grover—. Huelo monstruos.
—Tienes la nariz entumecida por las Furias —le dijo Annabeth—. Yo sólo huelo hamburguesas. ¿No tienes hambre?
—¡Carne! —exclamó con desdén—. ¡Yo soy vegetariano!
—Comes enchiladas de queso y latas de aluminio —le recordó el pelinegro
—Eso son verduras. Venga, vámonos. Estas estatuas me están mirando.
—Vamos chicos ¿que es lo peor que podría pasar?—les dijo Annabeth
—Para ser hija de una diosa de guerra, no estás siendo muy estratégica
Annabeth le dirigió una mala mirada y Melanka se la devolvió
—Vamos Melanka, como dijo Annabeth ¿que es lo peor que podría pasar?—y tocó el timbre de la puerta
Melanka ya no se pudo echar para atrás cuando una señora les abrió y los condujo dentro del establecimiento
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