𝖛


❝ 𝕿𝖍𝖊 𝖍𝖚𝖓𝖙𝖊𝖗𝖘 𝖔𝖋 𝕬𝖗𝖙𝖊𝖒𝖎𝖘 ❞


ESPINO LOS GUIABA POR LOS BOSQUES.

Tomaron un camino nevado que apenas
alumbraban unas farolas anticuadas. A Melanka le dolía el brazo y por lo poco que podía ver parecía que a Percy le dolía el hombro y parecía que tenía frío.

— Hay un claro más adelante —dijo Espino—. Allí convocaremos a vuestro vehículo.

—¿Qué vehículo? —preguntó Bianca—. ¿Adónde nos lleva?

—¡Cierra la boca, niña insolente!

—No le hable así a mi hermana —dijo Nico.

De no tener dolor de cuerpo sobre todo de estómago la rusa podía haberle dado un golpe a Espino para que dejara a los hermanos en paz, aparte de que las voces no la dejaban concentrarse y el veneno no ayudaba a entenderles.

El doctor soltó un horrible gruñido. Eso ya no era humano.

¡Manticora! Le gritó una voz y a Melanka se le fue el alma del cuerpo.

—Alto—dijo Espino y dejó caer a Melanka al suelo donde sintió su estomago contraerse de dolor.

—Gracias—murmuró Percy para después agacharse—. ¿Estás bien?

Melanka negó y lo aparto para después vomitar un líquido verdoso. Una vez que termino de vomitar Melanka frunció el ceño: —Que asco.

—¿Qué es este Espino?—murmuró Nico despues de un rato—. ¿Podemos luchar con él?

—Estoy... en ello—dijo Percy viendo a Melanka que solo negó.

Quimera se le había hecho difícil y casi muere, no quería imaginar lo complicado que sería la Manticora.

—Tengo miedo—masculló Nico mientras jugueteaba con alguna cosa; con un soldadito de metal.

—¡Basta de charla! —dijo el doctor Espino volviendo a tomar a Melanka del cabello—. ¡Miradme!

Sacó algo de su abrigo. Era sólo un teléfono móvil.

Presionó el botón lateral y dijo:—El paquete ya está listo para la entrega.

Se oyó una respuesta confusa y entonces Melanka se dio cuenta de que hablaba en modo walkie-talkie, la rusa sabía de eso ya que Alexei y ella jugaban a pasarse por espías en la mansión, el objetivo era la cartera de Dimitri.

Percy echó una ojeada a su espalda, tratando de calcular la magnitud de la caída.

Espino se echó a reír.

—¡Eso es, hijo de Poseidón! ¡Salta! Ahí está el mar. Sálvate.

—¿Cómo te ha llamado?—murmuró Bianca.

—Luego te lo cuento—le contestó.

—Tú tienes un plan, ¿no?—le preguntó nuevamente, Melanka qué ya se estaba sintiendo mejor observaba la situación ideando un plan.

—Yo te mataría antes de que llegases al agua —dijo el doctor Espino—. Aún no has comprendido quién soy, ¿verdad?

Hubo un parpadeo a su espalda —un movimiento rapidísimo— y otro proyectil le pasó silbando tan cerca que le hizo un rasguño en la oreja a Percy. Algo había saltado súbitamente detrás del doctor: algo parecido a una catapulta, pero más flexible... casi como una cola.

—Por desgracia —prosiguió— os quieren vivos, sobretodo a ella—le jaló el cabello a la rusa—. Si no fuera así, ya estaríais muertos,

—¿Quién nos quiere vivos?—replicó Bianca—. Porque si se cree que va a sacar un rescate está muy equivocado. Nosotros no tenemos familia. Nico y yo... —se le quebró un poco la voz— sólo nos tenemos el uno al otro.

Huérfanos... como ella lo había sido.

—Aja. No os preocupéis, mocosos. Enseguida conoceréis a mi jefe. Y entonces tendréis una nueva familia.

—Luke—intervino Percy—. Trabajas para Luke.

La boca de Espino se retorció con repugnancia en cuanto pronunció el nombre. Melanka en cambio su expresión se había vuelto glacial.

—Tú no tienes ni idea de lo que ocurre, Perseus Jackson. El General te informará como es debido. Esta noche vas a hacerle un gran servicio. Está deseando conocerte.

—¿El General?—preguntó Percy con acento francés—. Pero ¿quién es el General?

Espino miró hacia el horizonte.

—Ahí está. Vuestro transporte.

El ruido de hélices de un helicóptero cada vez más cercano fue lo que empezó a alterar a Melanka.

—¿Adónde nos va a llevar?—dijo Nico.

—Vas a tener un gran honor, amiguito. ¡Vas a poder sumarte a un gran ejército! Como en ese juego tan tonto que juegas con tus cromos y tus muñequitos.

—¡No son muñequitos! ¡Son reproducciones! Y ese ejército ya puede
metérselo...

—Eh, eh, eh... —dijo Espino en tono admonitorio—. Cambiarás de opinión, muchacho. Y si no, bueno... hay otras funciones para un mestizo. Tenemos muchas bocas monstruosas que alimentar. El Gran Despertar ya está en marcha.

—¿El Gran qué? —preguntó Melanka, tratando de ganar tiempo.

—El despertar de los monstruos —explicó él con una sonrisa malvada la cual se intensificó por la falta de un ojo—. Los peores, los más poderosos están despertando ahora. Monstruos nunca vistos durante miles de años que causarán la muerte y la destrucción de un modo desconocido para los mortales. Y pronto tendremos al más importante de todos: el que provocará la caída del Olimpo.

—Vale—le susurró Bianca a Percy—. Este está loco.

—Hemos de saltar—le dijo en voz baja—. Al mar.

—¡Fantástico! Tú también estás loco.

No pudo replicar, porque justo en ese momento le zarandeó una fuerza invisible.

Annabeth había alejado a los hermanos Di Angelo y a Percy de Espino pero la rusa al estar bajo el agarre de él no pido hacer mucho, pero aquello dejo paralizado a Espino y la rusa lo aprovecho.

Melanka le pegó un codazo en el estómago que provoco que este soltara su cabello en el momento que la rusa aprovecho para darle un puñetazo en la zona donde debería estar un ojo.

La rusa corrio en dirección a sus amigos y los lanzo al suelo justo a tiempo para que la primera descarga de proyectiles pasara zumbando por encima de ellos.

Thalia y Grover avanzaron entonces desde atrás: Thalia empuñaba a Égida, su escudo mágico.

Si nunca has visto a Thalia entrando en combate, no sabes lo que es pasar miedo en serio. Para empezar, tiene una lanza enorme que se expande a partir de ese pulverizador de defensa personal que lleva siempre en el bolsillo. Pero lo que intimida de verdad es su escudo: un escudo trabajado como el que usa su padre Zeus (también llamado Égida), obsequio de Atenea. En su superficie de bronce aparece en relieve la cabeza de Medusa, la Gorgona, y aunque no llegue a petrificarte como la auténtica, resulta tan espantosa que la mayoría se deja ganar por el pánico y echa a correr nada más verla, y Melanka quería una.

Hasta el doctor Espino hizo una mueca y se puso a gruñir cuando la tuvo delante.

Thalia atacó con su lanza en ristre.

—¡Por Zeus!

—¡No!—gritó Melanka, una Manticora no sería tan fácil de matar.

Thalia le había clavado la lanza en la cabeza. Pero él soltó un rugido y la apartó de un golpe. Su mano se convirtió en una garra naranja con unas uñas enormes que soltaban chispas a cada arañazo que le daba al escudo de Thalia. De no ser por la Égida, la hija de Zeus habría acabado cortada en rodajitas. Gracias a su protección, consiguió rodar hacia atrás y caer de pie.

El doctor le lanzó otra descarga de proyectiles a Thalia y esta vez la rusa empezo a ver lo hacía al ver su verdadera forma.

La Égida desvió la andanada, pero la fuerza del impacto derribó a Thalia. Grover se adelantó de un salto. Con sus flautas de junco en los labios, se puso a tocar una tonada frenética que un pirata habría bailado con gusto. Ante la sorpresa general, empezó a surgir hierba entre la nieve y, en unos segundos, las piernas del doctor quedaron enredadas en una maraña de hierbajos gruesos como una soga.

Espino soltó un rugido y comenzó a transformarse totalmente.

Su cola afilada disparaba espinas mortíferas en todas direcciones, Melanka que había sacado su espada apenas y las podía romper.

—¡Una mantícora! —exclamó Annabeth, ya visible.

—¿Quiénes sois vosotros?—preguntó Bianca di Angelo—. ¿Y qué es esa cosa?

—Una mantícora—respondió Nico, jadeando y viendo expectante la escena de Melanka y su espada—. ¡Tiene un poder de ataque de tres mil, y cinco tiradas de salvación!

La mantícora había desgarrado las hierbas mágicas de Grover y se volvía ya hacia ellos con un gruñido.

—¡Al suelo!—gritó Melanka, volviendo a derribar a los Di Angelo sobre la nieve.

Percy hizo aparecer su escudo justo a tiempo. Las espinas se estrellaron contra él con tal fuerza que incluso lo abollaron.

Melanka estaba segura que el escudo no aguantaría una segunda descarga.

Se oyó un porrazo y un gañido. Grover aterrizó al lado de Percy con un ruido sordo.

—¡Rendíos!—rugió el monstruo.

—¡Nunca! —le chilló Thalia desde el otro lado, y se lanzó sobre él.

Lo que pasó después fue demasiado rapido para que la rusa lo procesará.

Estában atrapados entre un monstruo y un helicóptero de combate. No tenían ninguna posibilidad.

Entonces se oyó un sonido nítido y penetrante: la llamada de un cuerno de caza que sonaba en el bosque que Melanka conocía.

La mantícora se quedó paralizada. Por un instante nadie movió una ceja. Sólo se oía el rumor de la ventisca y el fragor del helicóptero.

—¡No! —dijo Espino—. No puede...

Se interrumpió de golpe cuando pasó por mi lado una ráfaga de luz. De su hombro brotó en el acto una resplandeciente flecha de plata.

Espino retrocedió tambaleante, gimiendo de dolor.

—¡Malditos!—gritó. Y soltó una lluvia de espinas hacia el bosque del que había
partido la flecha. Pero, con la misma velocidad, surgieron de allí infinidad de flechas plateadas.

La mantícora se arrancó la flecha del hombro con un aullido. Ahora respiraba
pesadamente.

—¡Espera!—le dijo Melanka a Percy que intento asestarle un mandoble. Esquivó su espada y le dio un coletazo al escudo que lo lanzó rodando por la nieve.

Entonces salieron del bosque los arqueros. Eran chicas: una docena, más o menos. La más joven tendría diez años; la mayor, unos catorce. Iban vestidas con parkas plateadas y vaqueros, y cada una tenía un arco en las manos.

Avanzaron hacia la mantícora con expresión resuelta.

—¡Las cazadoras! —gritó Annabeth.

Melanka no sabia como sentirse al respecto, no las había visto hace años y ahora la situación había cambiado.

Thalia murmuró al lado de Percy: —¡Vaya, hombre! ¡Estupendo!

Una de las chicas mayores se aproximó con el arco tenso. Era alta y grácil, de piel cobriza. A diferencia de las otras, llevaba una diadema en lo alto de su oscura cabellera, lo cual le daba todo el aspecto de una princesa persa.

—Zoë...—susurró Melanka al verla.

—¿Permiso para matar, mi señora?

El monstruo soltó un gemido.

—¡No es justo! ¡Es una interferencia directa! Va contra las Leyes Antiguas.

—No es cierto —terció otra chica, ésta algo más joven que ellos; tendría doce o trece años. Llevaba el pelo castaño rojizo recogido en una cola. Sus ojos, de un amarillo plateado como la luna, resultaban asombrosos. Tenía una cara tan hermosa que dejaba sin aliento, pero su expresión era seria y amenazadora—. La caza de todas las bestias salvajes entra en mis competencias. Y tú, repugnante criatura, eres una bestia salvaje. —Miró a la chica de la diadema—. Zoë, permiso concedido.

—Si no puedo llevármelos vivos —refunfuñó la mantícora—, ¡me los llevaré muertos!

Y se lanzó sobre Thalia y Percy sabiendo que estában débiles y aturdidos.

—¡No! -chilló Annabeth, y cargó contra el monstruo.

—¡Retrocede, mestiza! —gritó la chica de la diadema—. Apártate de la línea de fuego.

—¡Annabeth!—gritó Melanka acercándose rápidamente para apartarla pero la rubia saltó sobre el lomo de la bestia y hundió el cuchillo entre su melena de león.

La mantícora aulló y se revolvió en círculos, agitando la cola, mientras Annabeth se sujetaba como si en ello le fuese la vida, como probablemente así era.

—¡Fuego! —ordenó Zoë.

—¡Espera!—gritó Melanka con desespero—. ¡Annabeth suéltate!

—¡No! —gritó Percy.

Pero las cazadoras lanzaron sus flechas. La primera le atravesó el cuello al monstruo. Otra le dio en el pecho. La mantícora dio un paso atrás y se tambaleó aullando.

—¡Esto no es el fin, cazadoras! ¡Lo pagaréis caro!

Y antes de que alguien pudiese reaccionar, el monstruo -con Annabeth todavía en su lomo- saltó por el acantilado y se hundió en la oscuridad.

—¡Annabeth!—chilló Percy.

Melanka se acercó al borde del acantilado en un vano intento de alcanzar a su amiga, pero ya era demasiado tarde, los dos habían desaparecido.

Melanka sintió su como su corazón se agrietaba, por un momento todo el mundo dejó existir y solo se escuchaba un pitido en sus oídos.

Eso fue lo primero que sintió.

Luego sintió tristeza y desolación, para luego sentir enojo, Annabeth era su amiga,¿cómo se atrevía Espino a apartarla de su lado?

—¡Annabeth! —gritó Percy y eso llamó la atención de Melanka—. ¡Hemos –¡Déjame ir! —exigía—. ¿Quién te has creído que eres?

—No—la detuvo una voz cortante—. No es falta de respeto, Zoë. Sólo está muy alterado. No comprende.

Melanka no se animaba a voltear, tenía la esperanza de encontrar a Annabeth en el fondo del acantilado, espera encontrar a la rubia gritándole que la ayudarán a subir, pero eso no pasaría, se limpió sus lágrimas que empezaron a derramarse por sus mejillas.

— Yo soy Artemisa —anunció—, diosa de la caza.

La rusa se dió la vuelta y lo que vio Percy en sus ojos lo hizo hecharse para atrás.


MELANKA ESTABA ENOJADA, MUY ENOJADA.

Percy lo sabía por eso había decidido no acercarse a ella, pero Thalia parecía no darse cuenta pues se acercó en dirección a la rusa echa una tormenta.

Percy intento detenerla pero eso solo aumento la furia de Thalia.

—¿En qué estabas pensando en el gimnasio? ¿Creías que ibas a poder tú solo con Espino? ¡Sabías muy bien que era un monstruo!—le empezó a gritar a Percy.

—Yo...

—Si hubiéramos permanecido juntos habríamos acabado con él sin que intervinieran las cazadoras. Y Annabeth tal vez seguiría aquí. ¿No lo has pensado?

Bien, dirígete a tu muerte pensó Percy.

Thalia se acercó a Melanka que veía con expresión glacial como las cazadoras montaban el campamento y escuchaba las voces susurrandole en el oído.

La criatura de Zeus...

Enojada, se dirige enojada hacía usted ama....

—Sí buscas a alguien para hacer sentir mal, te equivocaste de persona—le dijo Melanka dándole la espalda a Thalia—. Percy no tuvo la culpa ni yo, ahórrate tus gritos y ve a llorar a otra parte.

—¿Quién te crees...?—empezó a decir Thalia tomándole el hombro a Melanka.

Melanka aparto de un manotazo la mano de Thalia para después tomarle el mentón fuertemente.

—Annabeth es mi amiga también, no eres la única que esta mal—le dijo mirando los ojos eléctricos de Thalia que se quejaba por el agarre de la rusa—. No busques pelea donde no la hay.

La soltó bruscamente pero Thalia se alejó echa furia. Percy que había visto todo se sintió extremadamente feliz, aveces no soportaba a Thalia y le agradaba que la rusa le hubiera puesto un límite, pero desaba que no hubiera sido en esa situación.

Al cabo de un rato Melanka se acercó a Percy y Grover que estaban con Nico. Una de las cazadoras le trajo la mochila a Percy y a Melanka que se le abia caido en su pelea con Espino, al igual que la pistola y la daga.

Grover ayudó a curarle el hombro a Percy mientras que Melanka se curaba su brazo.

—¡Lo tienes verde! —comentó Nico, entusiasmado viendo el hombro de Percy.

—No te muevas —le ordenó Grover—. Toma, come un poco de ambrosía mientras te limpio la herida.

Melanka rasgo su blusa un poco para ver mejor la herida que se veía mejor que la de Percy.

Grover frunció el ceño al verla pero le dio un bálsamo mágico. Melanka hizo una mueca.

—Creó que vomite el veneno—le dijo mientras se ponía el bálsamo para después vendérselo.

Nico se puso a hurgar en su propia mochila, sacó un montón de figuritas y las dejó sobre la nieve. Eran réplicas en miniatura de los dioses y los héroes griegos, entre ellos Zeus con un rayo en la mano, Ares con su lanza, y Apolo con el carro del sol.

—Buena colección—le dijo Melanka observando las figuras.

Nico sonrió de oreja a oreja.

—Casi los tengo todos, además de sus cromos holográficos. Sólo me faltan unos cuantos muy raros.

—¿Llevas mucho tiempo jugando a este juego?—preguntó Percy.

—Sólo este año. Antes... —Frunció el ceño.

—¿Qué? —le preguntó Melanka.

—Lo he olvidado. Es extraño. —Parecía incómodo, pero no le duró mucho—. Oigan, ¿me enseñan esas espadas que han usado antes?

Percy sacó aqué a Contracorriente y le explicó cómo pasaba de ser un bolígrafo a una espada cuando le quitabas el capuchón.

—¡Qué pasada! ¿Nunca se le acaba la tinta?

—Bueno, en realidad no lo utilizo para escribir.

—¿De verdad eres hijo de Poseidón?

—Pues sí.

—Entonces sabrás hacer surf muy bien.

Melanka y Grover, hacían esfuerzos por contener la risa.

—¡Jo, Nico! —le dijo—. Nunca lo he probado.

—A ver tu espada—dijo Nico en dirección a Melanka que lo vio con expresión seria pero la hablando al ver sus tiernos ojos onix.

—¿Es un dragón?—preguntó Nico viendo la empuñadura, Melanka asintió.

—¿Quieres tomarla?—preguntó la rusa y Nico asintió entusiasmado.

Nico la intento alzar pero se le hacía muy pesada: —Es pesada ¿cómo le haces?

Melanka se encogió de hombros: —La verdad yo no la encuentro pesada, fue hecha para mí, bueno eso me dijo ella...

—¿Ella?—empezó a preguntar—. ¿Hija de quien eres?

Grover y Percy borraron su sonrisa al instante al escuchar la pregunta.

Melanka frunció el ceño: —Eres un niño muy curioso Nico...

En ese momento se acercó a Zoë.

—Percy Jackson. Melanka Drakova.

Zoë tenía ojos de un tono castaño oscuro y una nariz algo respingona. Con su diadema de plata y su expresión altanera, parecía un miembro de la realeza.

Ella observó a Percy con desagrado, como si fuese una bolsa de ropa sucia que le habían mandado recoger.

—Acompañadme —me dijo—. La señora Artemisa desea hablar con ustedes.

Melanka y Zoë iban juntas y Percy se mantenenia detrás de ellas.

—Has crecido mucho—le dijo Zoë a Melanka que le dirigió una sonrisa ladeada.

—Y tu sigues igual—le contestó la rusa.

—También veo que mi propuesta de unirte ya no se podrá ¿cierto?—le preguntó y Melanka se sonrojó.

—No, ya no.

—Una lastima, abrías sido la mejor cazadora—le dijo dándole un empujón juguetón.

—Tal vez—le dijo Melanka con una pequeña sonrisa.

—Yo se que lo abrías sido.

Llegaron a la tienda donde se encontraba con la diosa donde Bianca estaba sentada junto a la diosa.

El interior de la tienda era cálido y confortable. El suelo estaba cubierto de alfombras de seda y almohadones. En el centro, un brasero dorado parecía arder solo, sin combustible ni humo. Detrás de la diosa, en un soporte de roble, reposaba su enorme arco de plata, que estaba trabajado de tal manera que recordaba los cuernos de una gacela. De las paredes colgaban pieles de animales como el oso negro, el tigre y otros que no supe identificar.

—Siéntanse con nosotras—dijo la diosa.

Percy y Melanka le contaron todo de principio a fin.

—¿Y usted, señora, sabe de qué monstruo se trata? —preguntó Percy.

Artemisa agarró su arco con fuerza.

—Recemos para que esté equivocada.

—¿Una diosa puede rezar? —inquirió Percy.

—A una fuerza mayor a los dioses—dijo viendo a Melanka que se removió incómoda en su lugar.

—Antes de irme, Percy Jackson, tengo una tarea para ti.

—¿Incluye acabar convertido en un jackalope de ésos?

—Lamentablemente, no. Quiero que escoltes a las cazadoras hasta el Campamento Mestizo. Allí permanecerán a salvo hasta mi regreso.

Que desastre pensó la rusa al recordar lo sucedido la vez pasada.

—¿Qué? —soltó Zoë—. ¡Pero Artemisa! Nosotras aborrecemos ese lugar. La última vez...

—Ya lo sé —respondió la diosa—. Pero estoy segura de que Dioniso no nos guardará rencor por un pequeño, eh... malentendido. Tenéis derecho a usar la cabaña número ocho siempre que la necesitéis. Además, tengo entendido que han reconstruido las cabañas que vosotras incendiasteis.

Zoë masculló algo sobre estúpidos campistas...

—Y ya sólo queda una decisión que tomar. —Artemisa se volvió hacia Bianca—. ¿Te has decidido ya, niña?

Bianca vaciló.

—Aún me lo estoy pensando.

Melanka enfoco su vista en Zoë que no pudo soportar la inmensa mirada oscura de la rusa.

—Un momento —dijo Percy—. ¿Pensarse qué?

—Me han propuesto... que me una a las cazadoras.

Melanka cerró los ojos y inhalo una gran bancada de aire para después exhalar.

—¿Cómo? ¡Pero no puedes hacerlo! Tienes que ir al Campamento Mestizo y ponerte en manos de Quirón. Es el único modo de que aprendas a sobrevivir por tus propios medios-empezó a decir Percy.

—¡No es el único modo para una chica! —dijo Zoë.

Melanka todavía no creía lo que oía.

—¡Bianca, el campamento es un sitio guay! Tiene un establo de pegasos y un ruedo para combatir a espada... Quiero decir, ¿qué sacas uniéndote a las cazadoras?

—Para empezar —repuso Zoë—, la inmortalidad.

—¿Está de broma, no?—preguntó Percy.

—Zoë raramente bromea —dijo Artemisa—. Mis cazadoras me siguen en mis aventuras. Son mis servidoras, mis camaradas, mis compañeras de armas. Una vez que me han jurado lealtad, se vuelven inmortales, sí. Salvo que caigan en el campo de batalla, cosa muy improbable, o que falten a su juramento.

—¿Y qué han de jurar? —preguntó Percy.

—Que renuncian para siempre al amor romántico —dijo Artemisa—. Que no
crecerán ni contraerán matrimonio. Que seguirán siendo doncellas eternamente.

Eso ultimo lo dijo en dirección a Melanka en vez de sonrojarse solo aparto la vista con el ceño fruncido.

—¿Cómo usted, señora?—preguntó Percy.

La diosa asintió.

—O sea que usted recorre el país reclutando mestizas...

—No sólo mestizas —le interrumpió Zoë—. La señora Artemisa no discrimina a nadie por su nacimiento. Todas aquellas que honren a la diosa pueden unirse a nosotras. Mestizas, ninfas, mortales...

—¿Y tú qué eres?

—Percy...—empezó a decir Melanka.

—Eso no es de vuestra incumbencia. La cuestión es que Bianca puede unirse a
nosotras si lo desea. La decisión está en sus manos.

—¡Es una locura, Bianca! —le dijo Percy—. ¿Y qué pasa con tu hermano? Nico no
puede convertirse en cazadora.

—Desde luego que no —dijo Artemisa—. El irá al campamento. Por desgracia, es lo máximo a lo que puede aspirar un chico.

—¡Eh! —protestó Percy.

—Podrás verlo de vez en cuando —le aseguró Artemisa a Bianca—. Pero ya no
tendrás ninguna responsabilidad sobre él. Los instructores del campamento se harán cargo de su educación. Y tú tendrás una nueva familia. Nosotras.

—Una nueva familia —repitió Bianca con aire de ensoñación—. Sin ninguna
responsabilidad.

—Bianca, piénsalo bien, si lo haces ya no hay marcha atrás—le empezó a decir Melanka—. La inmortalidad no es algo con lo que quieras cargar para siempre...

Esto ultimo lo dijo discretamente en dirección a Zoë que solo evito su mirada.

Bianca miró a Zoë:—¿Vale la pena?

Zoë asintió.

—Sí.

—¿Qué tengo que hacer?

—Repite —le dijo Zoë—. Prometo seguir a la diosa Artemisa.

Melanka solo agachó la cabeza y negó empezando a sentir lastima por Bianca y Nico.

—Pro... prometo seguir a la diosa Artemisa.

—Doy la espalda a la compañía de los hombres, acepto ser doncella para siempre y me uno a la Cacería.

Bianca repitió las palabras.

—¿Ya está?

Zoë asintió.

—Si la señora Artemisa acepta tu compromiso, ya es vinculante.

—Lo acepto —dijo Artemisa.

Las llamas del brasero se avivaron, arrojando por toda la estancia un resplandor plateado. Bianca no parecía distinta, pero ella respiró hondo, abrió los ojos y murmuró:

—Me siento... más fuerte.

—Bienvenida, hermana —-dijo Zoë.

-Recuerda tu promesa —añadió Artemisa—. Ahora es tu vida.

Ya no había nada que Percy o Melanka pudieran hacer.

—No te desesperes, Percy Jackson —le dijo Artemisa—. Aún tienes que mostrarles a los Di Angelo el campamento. Y si Nico así lo decide, puede quedarse a vivir allí.

—Estupendo —dijo Percy, intentando no sonar arisco—. ¿Cómo se supone que vamos a llegar al campamento?

Artemisa cerró los ojos.

—Se acerca el amanecer. Zoë, desmonta el campamento. Tenéis que llegar cuanto antes a Long Island sin sufrir daños. Pediré a mi hermano que los lleve.

A Zoë no pareció entusiasmarle la idea, pero asintió y le dijo a Bianca que la
siguiera. Cuando salían, ésta se detuvo un instante al lado de los semidioses.

—Lo siento, pero deseo hacerlo. Lo deseo de verdad.

Melanka no pudo dirigirle la mirada y se concentro en la diosa que la veía con curiosidad.

—Entonces —le dijo Percy con aire sombrío—, ¿su hermano se encargará de llevarnos,
señora?

Sus ojos plateados destellaron.

—Así es. ¿Sabes?, Bianca di Angelo no es la única que tiene un hermano irritante. Ya va siendo hora de que conozcas a mi muy irresponsable gemelo Apolo.

Después de un rato Percy salió de la tienda y solo quedaron la inmortal y la mortal.

—Siento que tiene algo por decirme, señora.

Artemisa le sonrió y se acercó a ella sentándose enfrente de la rusa.

—Abrías sido una excelente cazadora...

—Eso me dicen.

—Es una lástima que ya no seas una doncella.

Melanka no respondió.

—Como sea, hace mucho tiempo no veía a una de tu clase...

—¿De mi clase?—preguntó la rusa.

Artemisa se acercó a susurrarle la respuesta a su pregunta: —Tenebros.

Melanka recordó su sueño, donde distintas voces alababan y decían lo mismo ¡Salve a la Tenebra!

—O como los dioses le decimos, portadores.

—Yo no se a lo que se refiere—dijo Melanka un tanto a la defensiva.

—Por supuesto que no, si lo supieras sería un gran problema para todos nosotros—dijo Artemisa con una sonrisa altanera—. Entre menos sepas mejor, y no te preocupes yo no diré nada pero no se puede mantener tal secreto guardado por mucho tempo.

—¿Secreto?—preguntó Melanka pero siendo ignorada por la diosa.

—Está vez si se lució, estuviste mucho tiempo fuera del alcanze de los dioses debes ser muy importante para ella...—dijo Artemisa miestras se levantaba.

Melanka no estaba entendiendo nada y tampoco quería saber.

—Es hora de partir semidiosa.

Melanka salió de la tienda con mil preguntas en sus mente.

Si así fue su encuentro con Artemisa...

Definitivamente no quería conocer a Apolo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top