𝖎𝖛


❝ 𝕮𝖔𝖚𝖕𝖑𝖊 ❞

NO TARDARON MUCHO EN SUBIR AL BARCO QUE CLARISSE HABÍA CONSEGUIDO ¿de dónde? Melanka no lo supo, la rusa estaba más concentrada amenazando a Tántalo y dando instrucciones a su partida que no se dio cuenta que ya había subido al barco hasta que este se alejó del campamento.

El viaje era tranquilo, pero el calor era tremendo cosa que a Melanka la estaba agobiando. Por ello solo usaba un short corto de lino color negro un top de algodón color blanco y un litro de bloqueador solar encima.

A Melanka lo único que le incomodaba de la situación aparte del calor eran los muertos, que por lo más amable que fue Melanka (pues ya estaban muertos) estos evitaban acercarsele y hablaban de ella en el momento en que pensaban ella no se daba cuenta, cosa que no era así, Melanka se daba cuenta de todo pero no podría importarle menos los chisme de un muerto.

También había algo que tenía preocupada a Melanka.

Percy.

También Annabeth y para su extrañeza Tyson.

La rusa no paraba de pensar escenarios donde ellos estarían en peligro y ella no estaría para ayudarlos, sabía que ellos podrían lidiar con la situación, pero eso no evitaba que ella se preocupara.

¡Dioses!, parezco una mamá oso, pensó la rusa.

Melanka se encontraba en el camarote de Thomas, los dos estaban acostados y se mantenían en silencio hasta que Thomas fue el que rompió el silenció.

Con voz tranquila se dirigió a Melanka.

—No me has dicho de qué trata el sueño que te está atormentando—la volteó a ver de costado a lo que Melanka también pero de inmediatamente evito la mirada de esos ojos almendrados que tanto le gustaban.

Se aclaró la garganta que se le había secado de golpe: —Prefiero no recordarlo, ya es malo soñarlo cada que cierro los ojos.

Thomas tomó su mano y Melanka decidió verlo, los ojos de Thomas la veían con amor y eso hizo que la rusa se sintiera culpable por no ser sincera con él que tanto se preocupa por ella.

—Es solo...—dudó en seguir pero el apretón de manos que le dio Thomas la motivo a continuar—. Me confunde, no se si es un sueño o una visión de lo que pasará, pero como deseo que solo sea un sueño...

—Sabes que con nosotros nunca es un sueño de verdad...

La respiración de Melanka temblo: —Lo sé...por eso mi pesar. Aveces cambia ligeramente veo rostros de gente que en mi vida e visto pero se me hacen familiar, tienen diferentes aspectos de diferentes épocas, y luego estoy yo en medio de todos, me observan, esperando algo de mi que yo no se.

—¿Hay algo más?—le preguntó Thomas.

Melanka frunció el ceño tratando de recordar: —Un sonido que sobresale a los del sueño. En el sueño son voces o gritos que no puedo distinguir. Pero hay un aleteo de alas, cada que busco el causante solo alcanzó ver a unas enormes alas negras, lo demás es confuso.

Thomas también frunció el ceño: —¿Alas negras?

—Alas negras—confirmó Melanka.

—No lo pienses demasiado, tal vez si lo ignoras dejaras de soñar eso—dijo Thomas, pero el no sonaba convencido.

Melanka empezó a jugar con la mano de Thomas en el aire, la poca luz anaranjada que entraba al camarote iluminó las manos. Thomas acarició el anillo que Melanka tenía.

—Me estaba muriendo de nervios el día que te lo di—le hizo saber.

Melanka observó el anillo con el pequeño rubí, la luz hacia que el rubí brillara y se ganara la atención de todo aquel que se encontrara en la habitación.

—Y yo me estaba muriendo de la emoción—se rieron juntos—. No te e preguntado de donde sacaste el anillo.

—Es de mi madre—Melanka lo volteo a ver sorprendida, pero Thomas tenía una sonrisa triste aun viendo el anillo—. Es de lo poco que tengo de ella. Ares se lo dio cuando salían, siempre veía como ella miraba el anillo con alegría y tristeza a la vez. Ella decía que de las cosas más bellas que Ares le pudo haber dado era yo, pero yo sabía que el anillo significaba mucho para ella. Me dijo que era una promesa.

—¿Una promesa?

Thomas se encogió de hombros.

—Nunca me dijo cual era cuando aún estaba viva.

Melanka lo vio con tristeza, a diferencia de Thomas ella no sabia si su madre o padre mortal todavía estaba con vida y siendo sinceros la rusa no quería saberlo. Veía la tristeza de Thomas cada que hablaba de su madre, no sabía si ella podría sopórtalo, no recordaba nada pero Melanka siempre sentía que le faltaba algo y el sentimiento era abrumador algunos días, no sabría como reaccionaria si su padre o madre biológico estuviera muerto.

Melanka vio a Thomas que todavía admiraba el anillo, bajo la mano y tomó asiento, Thomas la vio curioso pero tambien se sento.

La rusa observó los hermosos ojos almendrados de su novio.

—Demosle una nueva promesa—propuso la semidiosa—. Te prometo que en cualquier tiempo, lugar y espacio te amaré tanto como lo hago ahora.

—Y yo te prometo que en cualquier lugar, universo y vida te amaré tanto como ahora.

Melanka rusa tomo la cara de él entre sus manos y lo beso.

¿Eran jóvenes? Si, pero la vida de un semidiós te hacía madurar muy rápido y ellos dos eran el claro ejemplo. Ellos dos no habrían dicho esas promesas si no las iban a cumplir.

¿Eran jóvenes? Si, pero dioses, se amaban como una pareja de ancianos que habían pasado toda su vida juntos y amándose.

En la vida de un semidiós no sabías cuánto tiempo tenías. Melanka y Thomas lo sabían, pero en lugar de que eso los espantara hacia que vivieran su amor como si ese fuera el último día que se fueran a ver, solo para reencontrarse en donde sea que estuviera el otro en el Inframundo.

Juntaron sus frentes cuando se separaron del beso y permanecieron asi un rato.

Se acomodaron para tomar una siesta por que sabían que necesitarían el mayor descanso posible para aquella misión.

EL GRITO DE CLARISSE FUE EL QUE LOS LEVANTÓ, Melanka se puso de inmediato sus zapatos al igual que Thomas, se arreglarom lo mejor que pudieron mientras se acercaban a Clarisse.

—¡Pero si son los tortolitos!—les dijo con falsa ternura cuando los vio llegar—. Perdón si interrumpo su cita...

Melanka la interrumpió.

—¿Qué es lo que pasa?

Clarisse señaló a una dirección. Era tan jodida la suerte de su amiga que se vino a encontrar a su querido amigo Percy Jackson.

Melanka quiso reírse por la cara que tenía Clarisse, que no sabía si dejar que la hidra se los comiera o salvarlos.

Para su sorpresa decidió la segunda opción.

—¡Allí! ¡Preparad la batería del treinta y dos!

Melanka no se atrevía a desviar la vista de lo que sucedía, Thomas en cambio tenía una expresión seria mientras veía a Percy.

Una rasposa voz masculina de un muerto que evito acercarse a Melanka le dijo a Clarisse: —¡Está demasiado cerca, señora!

—¡Malditos héroes! —dijo su amiga—. ¡Avante a todo vapor!

—Sí, señora.

—Fuego a discreción, capitán.

Melanka se tapo los oídos cuando la explosión surgía del río y sacudía la
tierra.

¡¡BUUUUUM!!

Hubo un fogonazo de luz y una gran columna de humo, y la hidra explotó allí delante de sus amigos duchándolos
con una repulsiva baba verde que se evaporaba de inmediato, como suele ocurrir con las vísceras de los
monstruos.

—¡Pringados! —dijo con una sonrisa sarcástica Clarisse —. Aunque supongo que debo rescataros. Venga, subid
a bordo.

Melanka observaba a sus amigos subir con expresión seria, Percy y Annabeth desviaron la vista, aveces la expresión de la rusa los ponía de nervios y más cuando estaba enojada.

—Estáis metidos en un lío tremendo —les dijo Clarisse cuando acabaron el pequeño tour por el barco.

Thomas y Melanka siempre con la expresión seria aunque por diferentes motivos.

Fue el momento de la cena. El camarote del capitán del CSS Birmingham venía a tener el tamaño de una despensa, pero aun así era mucho mayor que los demás camarotes del barco. La mesa estaba
preparada con manteles de lino y vajilla de porcelana; había mantequilla de cacahuete, sandwiches de gelatina, patatas fritas y SevenUp, todo ello servido por esqueléticos miembros de la tripulación.

A Melanka le daba igual comer delante de tanto muerto (que para su extrañeza busvaban su aprobación) el hambre podía más que su comodidad.

—Tántalo los ha expulsado para toda la eternidad —les dijo Clarisse con un tonillo presuntuoso—. El señor D añadió que si se os ocurre asomaros otra vez por el campamento, os convertirá en ardillas y luego los atropellará con su deportivo.

—¿Han sido ellos los que te han dado este barco? —preguntó Percy.

—Por supuesto que no. Me lo dio mi padre.

—¿Ares?

Clarisse lo miró con desdén. Melanka sabía que buscaba pelea pero siguió cenando, ese era el problema de ellos dos, no podía permitirse tener otro en la lista de sus problemas.

Thomas debió pensar lo mismo por que continuo cenando aún lado de ella.

—¿O es que te crees que tu papi es el único con potencia naval? Los espíritus del bando derrotado en cada guerra le deben tributo a Ares. Es la maldición por haber sido vencidos. Le pedí a mi padre un transporte naval… y aquí está. Estos tipos harán cualquier cosa que yo les diga. ¿No es así, capitán?

El capitán permanecía detrás, tieso y airado. Sus ardientes ojos verdes se clavaron en Percy con expresión
ávida.

—Si eso significa poner fin a esta guerra infernal, señora, y lograr la paz por fin, haremos lo que sea. Destruiremos a quien sea.

Clarisse sonrió.

—Destruir a quien sea. Eso me gusta.

Tyson tragó saliva.

—Clarisse —dijo Annabeth—. Luke quizá vaya también tras el vellocino. Lo hemos visto; conoce las coordenadas y se dirige al sur. Tiene un crucero lleno de monstruos…

A Melanka le dieron ganas de vomitar y su ceño se frunció al oír a Clarisse.

—¡Perfecto! Lo volaré por los aires, lo sacaré del mar a cañonazos.

—No lo entiendes —dijo Annabeth—. Tenemos que unir nuestras fuerzas. Deja que te ayudemos…

—¡No! —Clarisse dio un puñetazo en la mesa—. ¡Esta misión es mía, listilla! Por fin logro ser yo la heroína, y vosotros dos no vais a privarme de una oportunidad así.

Percy y Annabeth observaron a una Melanka muy pálida, esta sintió las pesadas miradas de sus amigos y entendió lo que querían.

Rodando los ojos vió a Clarisse que a juzgar por su cara estaba apunto de reventar del enojo.

—Clarisse, nos vendría bien un poco de ayuda...

Su amiga la vio confundida.

—Te tengo a ti y a Thomas no necesito más ayuda.

Melanka le sonrió sinceramente.

—Estamos en un océano, Percy es hijo de Poseidón y a estado entrenando y practicado sus habilidades conmigo y Thomas.

Clarisse la vió sorprendida ya que Melanka no era de ofrecer ser mentora de muchos campistas, bueno de nadien en particular. Vio con nuevo interés a Percy, si era verdad que estuvo entrenando y practicando con Melanka...

—Es estratégia y bueno también quiero ver que tanto a avanzado —vió a Percy con los ojos entrecerrados—. Déjalos que ayuden.

Melanka vio a sus amigos nuevamente y trató de su expresión estuviera seria.

—Por otro lado, tampoco puedes dejarlos marchar…

—Entonces ¿somos sus prisioneros? —preguntó Annabeth, se veía un poco afectada por lo último que dijo la rusa.

—Nuestros invitados. Por el momento. —Clarisse apoyó los pies en el mantel de lino blanco y abrió otra botella de SevenUp, lo ultimo dicho por Melanka le habia hecho olvidar su enojo—. Capitán, llévelos abajo. Asígneles unas hamacas en los camarotes. Y si no se portan como es debido, muéstreles cómo tratamos a los espías enemigos.

Los condujeron fuera de donde estaban para llevarlos a sus hamacas, Melanka siguió cenando bajo la mirada divertida de Thomas que le divertía como su novia había tomado el control y como también manipulo la conversación y situación para su beneficio.

Todo sin que su hermana se diera cuenta y tampoco los demas. Solo él.

Continuo cenando sintiéndose orgulloso de su novia.


MELANKA SUPO QUE NO PODRÍA DORMIR EN ESE BARCO SIN QUE ALGO SUCEDIERA, Thomas y ella se despertaron por el ruido de las alarmas, que se habían disparado por todo el barco.

Salieron del camarote que compartían una vez que empacaron provisiones y sus armas encima de su top blanco se puso una de las camisas rojas de Thomas.

—¡Todos a cubierta! —Era la voz rasposa del capitán—. ¡Encontrad a la señora Clarisse! ¿Dónde está esa chica?

Una vez que llegaron a cubierta Melanka vio a donde se acercaban supo que ya no podia hecharse para atras.

La entrada del Mar de los Monstruos.

Después de un rato Clarisse llego finalmente.

Tomó los prismáticos de un oficial zombi y escudriñó el horizonte.

—Al fin. ¡Capitán, avante a toda máquina!

El motor crujía a medida que aumentábamos la velocidad.

—Demasiada tensión en los pistones —murmuró Tyson, nervioso—. No está preparado para aguas profundas.

Melanka vio curiosa y nerviosa al ciclope, vio también a Percy que estaba nervioso.

Tras unos minutos, las manchas oscuras del horizonte empezaron a perfilarse.

Hacía el norte, una gigantesca masa rocosa se alzaba sobre las aguas: una isla con acantilados de treinta metros de altura, por lo menos. La otra mancha, un kilómetro más al sur, era una enorme tormenta. El cielo y el mar parecían haber entrado juntos en ebullición para formar una masa rugiente.

—¿Es un huracán? —preguntó Annabeth.

—No —dijo Clarisse—. Es Caribdis.

Annabeth palideció y vio a la rusa.

—¿Se han vuelto locas?

—Es la única ruta hacia el Mar de los Monstruos. Justo entre Caribdis y su hermana Escila—dijo Melanka pero no sonaba muy convencida y que era idea de Clarisse.

Clarisse señaló a lo alto de los acantilados.

—¿Cómo que la única ruta? —preguntó Percy—. Estamos en mar abierto. Nos basta con dar un rodeo.

Clarisse puso los ojos en blanco y Thomas soltó un pesado suspiro.

—¿Es que no sabes nada? Si tratamos de esquivarlas, aparecerán otra vez en nuestro camino. Para entrar en el Mar de los Monstruos, has de pasar entre ellas por fuerza—le dijo Clarisse a Percy.

—¿Y qué me dices de las Rocas Chocantes?—le dijo Annabeth a Melanka—. Ésa es otra entrada; la utilizó Jasón.

—No puedo volar rocas con los cañones —respondió Clarisse—. A los monstruos, en cambio…

—Tú estás loca —sentenció Annabeth.

—Mira y aprende, sabionda. —Clarisse se volvió hacia el capitán—. ¡Rumbo a Caribdis!

—Muy bien, señora.

Gimió el motor, crujió el blindaje de hierro y el barco empezó a ganar velocidad.

—Clarisse —dijo Percy —. Caribdis succiona el agua del mar. ¿No es ésa la historia?

—Y luego vuelve a escupirla, sí.

—¿Y Escila?

—Ella vive en una cueva, en lo alto de esos acantilados. Si nos acercamos demasiado, sus cabezas de serpiente descenderán y empezarán a atrapar tripulantes.

—Elige a Escila entonces —dijo Percy—. Y que todo el mundo se refugie bajo la cubierta mientras pasamos de largo.

—¡No! —insistió Clarisse—. Si Escila no consigue su pitanza, quizá se ensañe con el barco entero. Además, está demasiado alta y no es un buen blanco. Mis cañones no pueden disparar hacia arriba. En
cambio, Caribdis está en medio del torbellino. Vamos hacia ella a toda máquina, la apuntamos con nuestros cañones… ¡y la mandamos volando al Tártaro!

El motor zumbaba, y la temperatura de las calderas estaba aumentando de tal modo que noté cómo se calentaba la cubierta bajo sus pies. Las chimeneas humeaban como volcanes y el viento azotaba la bandera roja de Ares.

A medida que se aproximában a los monstruos, el fragor de Caribdis crecía más y más. Era un horrible rugido líquido, como el váter más gigantesco de la galaxia al tirar de la cadena. Cada vez que Caribdis aspiraba, el barco era arrastrado hacia delante, entre sacudidas y bandazos. Cada vez que espiraba, se elevaban en el agua y se veian zarandeados por olas de tres metros.

Los marineros seguían tranquilamente con sus tareas en la cubierta. Como ellos ya habían combatido por una causa perdida, todo aquello les traía sin cuidado. O quizá no les preocupaba que los destruyeran porque ya estaban muertos.

Annabeth que estaba al lado de Melanka aferrada a la barandilla se dirigió a Percy.

—¿Todavía tienes ese termo lleno de viento?

Percy asintió pero la rusa no sabia a que se referian.

—Pero es peligroso utilizarlo en medio de un torbellino. Con más viento, tal vez empeoren las cosas.

—¿Y si trataras de controlar las aguas? —preguntó Melanka, metiendose a la conversación —. Eres el hijo de Poseidón. Lo has hecho otras veces y lo has practicado.

Melanka sabía que no iba a funcionar pero no pedía nada con proponerlo.

—N-no puedo —dijo Percy con desaliento.

—Necesitamos un plan alternativo —repuso Annabeth—. Esto no va a funcionar.

—Annabeth tiene razón —dijo Tyson—. Las máquinas no van bien.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella.

—La presión. Hay que arreglar los pistones.

Antes de que pudiera explicarse, oyeron cómo la cisterna de aquel váter cósmico se vaciaba con un espantoso rugido. El barco se bamboleó, y Melanka salío despedida y cayó de bruces sobre la cubierta.

Estában dentro del torbellino.

—¡Atrás a todo vapor! —gritaba Clarisse, desgastándose para hacerse oír entre aquel estruendo. El mar giraba enloquecido a su alrededor y las olas se estrellaban contra la cubierta. El blindaje de hierro estaba tan caliente que echaba humo.

—¡Acercaos hasta tenerla a tiro! ¡Preparad los cañones de estribor!

Los confederados muertos corrían de un lado a otro. La hélice chirriaba marcha atrás para frenar su avance, pero el barco seguía deslizándose hacia el centro de la vorágine.

Un marinero zombi salió a escape de la bodega y corrió hacia Clarisse. Su uniforme gris echaba humo. Su barba estaba medio quemada.

—¡La sala de calderas se ha recalentado demasiado, señora! ¡Va a estallar!

—¡Bueno, baje y arréglelo!

—¡No puedo! —chilló el marinero—. ¡Nos estamos fundiendo con el calor! Clarisse dio un puñetazo en un lado de la torreta.

—¡Sólo necesito unos minutos más! ¡Lo suficiente para tenerla a tiro!

—Vamos demasiado deprisa —dijo con aire sombrío el capitán—. Prepárense para morir.

—¡No! —bramó Tyson—. Yo puedo arreglarlo.

Clarisse lo miró incrédula y Melanka que se estaba recomponiendo con ayuda de Thomas igual.

—¿Tú?

—Es un cíclope —dijo Annabeth—. Inmune al fuego. Y sabe mucho de mecánica.

—¡Corre! —aulló Clarisse.

—¡No, Tyson! —dije Percy agarrándolo del brazo—. ¡Es demasiado peligroso!
Él me dio un golpecito en la mano.

—Es la única salida, hermano. —Tenía una expresión decidida, confiada incluso—. Lo arreglaré; enseguida vuelvo.

Melanka que tenia un mal presentimiento quería correr tras él, pero el barco dio otro bandazo… Y entonces vió a Caribdis.

Apareció a unos centenares de metros, entre un torbellino de niebla, humo y agua. Una visión extrañamente pacífica en medio de aquel verdadero maelstrom. En torno al arrecife, el agua giraba en embudo, igual que la luz en un agujero negro. Justo por debajo de la superficie del agua vieron a aquella cosa horrible anclada al arrecife: una boca enorme con labios babosos y unos dientes grandes como remos y cubiertos de musgo.

Mientras Melanka miraba, todo lo que había alrededor fue tragado por el abismo: tiburones, bancos de peces, un calamar gigante… El CSS Birmingham iba a ser el siguiente en sólo cuestión de segundos.

—¡Señora Clarisse! —gritó el capitán—. ¡Los cañones de estribor y de proa están listos!

—¡Fuego! —ordenó Clarisse.

Tres bolas de cañón salieron disparadas hacia las fauces del monstruo. Una le saltó el borde de un incisivo, otra desapareció por su gaznate y la tercera chocó con una de las bandas de metal y rebotó hacia ellos, arrancando la bandera de Ares de su asta.

—¡Otra vez! —ordenó Clarisse.

Los artilleros cargaron de nuevo, pero la rusa sabía que aquello era inútil.

Tendrian que machacar al monstruo un centenar de veces más para causarle verdadero daño, y no disponian de tanto tiempo.

Los estaba succionando a gran velocidad.

Pero entonces la vibración de la cubierta sufrió un cambio. El zumbido del motor se hizo más vigoroso, más regular. El barco entero trepidó y empezaron a alejarse de la boca.

—¡Tyson lo ha conseguido! —dijo Annabeth.

—¡Esperad! —dijo Clarisse—. ¡Hemos de mantenernos cerca!

—¡Acabaremos todos muertos! —dijo Percy—. ¡Tenemos que alejarnos!

Se aferro a la barandilla mientras el barco luchaba para zafarse de aquella fuerza succionadora. La bandera rota de Ares pasó de largo a toda velocidad y se fue a enredar entre los hierros de Caribdis.

Thomas y Melanka también se aferraron a la barandilla uno al lado del otro, Thomas le sonrió nerviosamente a Melanka y esta le devolvió la sonrisa nerviosa.

No ganában mucho terreno, pero por lo menos mantenían su posición.

Tyson había logrado de algún modo darles el impulso suficiente para evitar que el barco fuese tragado por el torbellino.

Entonces la boca se cerró de golpe. El mar se sumió en una calma completa y el agua empezó a deslizarse sobre Caribdis.

Luego, con la misma rapidez con que se había cerrado, la boca se abrió de nuevo como en una explosión y empezó a escupir agua a borbotones, expulsando todo lo que no era comestible, incluidas las bolas de cañón, una de las cuales se estrelló contra el flanco del CSS Birmingham.

Fueron despedidos hacia atrás, montados en una ola que debía de tener quince metros de altura.

Otro marinero humeante surgió de pronto de la bodega. Tropezó con Clarisse y a punto estuvo de llevársela por delante y caer ambos por la borda.

—¡Las máquinas están a punto de explotar!

—¿Y Tyson? —preguntó Percy preocupado.

—Todavía está abajo. Impidiendo que las máquinas se caigan a pedazos, aunque no sé por cuánto tiempo.

—Debemos abandonar el barco —dijo el capitán.

—¡No! —gritó Clarisse.

—No tenemos alternativa, señora. ¡El casco se está partiendo! Ya no puede…

No logró terminar la frase. Una cosa marrón y verde, veloz como un rayo, llegó disparada del cielo, atrapó al capitán y se lo llevó por los aires. Lo único que dejó fueron sus botas de cuero.

—¡Escila! —aulló un marinero mientras otro trozo de reptil salía disparado de los acantilados y se lo llevaba a él.

Todo ocurría muy rápido delante de los ojos de Melanka que por primera vez en lo que llevaba conociendo aquel mundo lleno de monstruos no supo que hacer, el océano no era su fuerte, era más rápida en tierra y eso lo estaba aprendiendo a las malas.

Percy destapo a Contracorriente y trato de asestarle un mandoble mientras les arrebataba a otro marinero de la cubierta. Pero Percy aún con todo el entrenamiento de Melanka era demasiado lento para aquel monstruo.

—¡Todo el mundo abajo! —gritó Percy, Melanka seguía aferrada a Thomas que nunca la había visto tan quieta y asustada.

—¡No podemos! —Clarisse sacó su propia espada—. Abajo está todo en llamas.

—¡Los botes salvavidas! —dijo Annabeth—. ¡Rápido!

—No nos servirán para sortear los acantilados —dijo Clarisse—. Acabaremos todos devorados.

—Hemos de intentarlo. Percy, el termo.

—¡No puedo dejar a Tyson!

—¡Tenemos que preparar los botes!

Clarisse obedeció la orden de Annabeth. Con unos cuantos marineros muertos, destapó uno de los dos botes de remos. Las cabezas de Escila, mientras tanto, caían del cielo como una lluvia de meteoritos con dientes y se llevaban, uno a uno, a los confederados.

—Toma el otro bote —le dijo Percy a Annabeth lanzándole el termo—. Yo iré a buscar a Tyson.

Thomas trataba de sacar a Melanka del shock en el que la rusa se encontraba.

—Mel...—la sacudía pero la rusa no respondía.

La Drakova tenía la vista perdida en algún punto del mar donde de repente en medio de tanto caos lo escucho.

Un aleteo de alas.

—Melanka—la volvío a sacudir.

Dos aleteos.

—Melanka, necesito que te muevas—había desespero en su voz—. Vamos, necesito a mí corazón fuerte.

Si no se movía iban a morir los dos. Si no se movía iba a escuchar un tercer aleteo y tenía el mal presentimiento de que eso sería malo.

Toma el control dijo la voz antigua de nuevo No dejes que el miedo te consuma. El miedo mata a la mente. Toma el control.

Y Melanka lo hizo.

Solo por supervivencia.

Tomo a su novio y lo abrazo.

Entonces el barco explotó con ellos a bordo todavía.

—¡Thomas!—fue el grito desgarrador de Clarisse lo ultimo que escucho la rusa.

¡Voten y comenten!

Besos 💋.

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