Prólogo
『 °*• ❀ •*°』
...
Reyna viajaba sola en busca del Campamento Júpiter, siguiendo las instrucciones de la diosa Lupa. La diosa la había acogido y entrenado durante varios meses, preparándola para este momento. Era sorprendente ver a una niña de su edad con un rostro tan endurecido y marcado por cicatrices.
Hace unos días, había tenido una fuerte discusión con su hermana mayor, Hylla, después de encontrarse con las Amazonas por casualidad.
Se habían refugiado bajo su protección, pero mientras Hylla se acostumbraba al lugar, Reyna no podía soportar la idea de quedarse atrapada en una fachada de mensajería por el resto de su vida. Su lugar soñado era el Campamento Júpiter, y a pesar de haber huido, dejando atrás a su hermana y causando un profundo dolor, estaba decidida a llegar, sin importar las consecuencias.
Estaba armada solo con una espada, un poco grande para su tamaño, pero al menos sabía cómo manejarla. Llevaba consigo algunos recursos, la mayoría robados, y sabía que este viaje era mortal. Sin embargo, si había sobrevivido a la destrucción de la isla de Circe, a los piratas de Barbanegra, y a un mar de monstruos en Nueva York, seguramente tendría alguna posibilidad de llegar al campamento.
De repente, un sonido agudo rompió la tranquilidad: unos graznidos molestos. Reyna se tensó, levantando su espada. Al frente, una manada de arpías azules volaba en círculos sobre algo en el suelo, como buitres. La niebla hacía de las suyas, y seguramente los mortales pensaban que eran simples palomas atacando a algún animal.
Pero no. Las arpías estaban atacando algo, o alguien, que yacía en el suelo, protegiéndose en posición fetal. La curiosidad consumió a Reyna, y en lugar de huir, se acercó con cautela, dándose cuenta de que se trataba de otra niña. Esta lloraba desconsoladamente, cubriéndose la cabeza mientras las arpías descendían en picado, arañándola con sus garras y picoteándola.
Esto no era normal. Había flechas esparcidas por el suelo, algunas rotas, otras intactas. Un arco y un pequeño carcaj estaban tirados junto a una mochila sucia y agujereada. Claramente, eran pertenencias de la niña.
Reyna sintió una fuerza inexplicable empujarla hacia adelante, levantando su espada aunque le resultara pesada. Atacó a las arpías sin vacilar, cortándolas con una furia contenida.
Las plumas volaron, salpicando sangre en las calles. La niebla ocultó bien la escena, manteniendo a los mortales ajenos a lo que sucedía.
Finalmente, las arpías huyeron con chillidos de miedo, dejando a Reyna exhausta. Su respiración era entrecortada, y el sudor caía por su frente mientras se giraba en busca de la niña que acababa de salvar. La pequeña parecía tener su misma edad, o quizás un poco menos.
La niña tenía el cabello castaño oscuro, y aunque estaba cubierta de suciedad y sangre, Reyna notó que tenía la piel clara, probablemente americana. Sus ojos, grandes y azules, estaban hinchados de tanto llorar, y miraban a Reyna con una mezcla de miedo y esperanza.
Reyna se acercó despacio, dejando caer su espada al suelo. La niña retrocedió, desconfianza reflejada en cada movimiento. Aunque eran de la misma edad, las circunstancias las mantenían en una delgada línea entre la desconfianza y la necesidad de ayuda.
—¿Estás bien? —preguntó Reyna, intentando sonar más calmada de lo que se sentía.
La niña asintió con lentitud, todavía temblando. Su voz era un susurro tembloroso cuando finalmente habló.
—¿Tú también los ves?
Reyna asintió. No necesitaba más explicaciones; sabía lo que estaba pasando. Lupa le había advertido de situaciones como esta.
—Gracias... por salvarme —susurró la niña, con gratitud sincera en sus ojos.
—No hay problema —respondió Reyna, observando las pertenencias dispersas de la niña: las flechas, el arco, y la mochila en mal estado. Sentía un peso en el pecho, un impulso de protegerla, aunque no entendía del todo por qué.—Mi nombre es Reyna.
—Soy Gwen... —respondió la niña, su voz apenas audible.
El silencio que siguió fue incómodo, pero Reyna no supo cómo romperlo. Miró a Gwen, a su rostro sucio y lleno de rasguños. La culpa la invadió al pensar en lo mal que la otra niña debía sentirse. Así que, en un impulso, sacó una camiseta de su mochila y la mojó con agua.
—Toma —dijo Reyna, extendiéndole la camiseta—. Si no te limpias las heridas, se infectarán.
Gwen dudó un momento antes de aceptar el paño, limpiándose con cuidado. Bajo la suciedad, Reyna pudo ver mejor su rostro: una niña gringa, bonita, con pequeñas pecas esparcidas por sus mejillas y nariz.
—Gracias... Pensé que moriría... —La voz de Gwen temblaba, y su miedo aún era palpable.
—Los monstruos están por todas partes— dijo Reyna, intentando sonar reconfortante mientras miraba a su alrededor, tomando nota del desastre— ¿Estás sola?
Gwen asintió lentamente, con un pequeño ruido de afirmación. Su siguiente pregunta, sin embargo, la tomó por sorpresa.
—¿Desde hace cuánto? —Reyna no pudo evitar preguntar, tratando de comprender la situación.
—No lo sé... Salí del bosque de Sonoma el 3 de febrero...¿Qué día es hoy? —Gwen parecía perdida, su confusión aumentando.
—Me parece que 25 de junio.
—¿Qué? —La niña estaba atónita, su asombro palpable.
Reyna por su parte se quedó en silencio un momento, procesando la información. Gwen había estado sola durante meses, sobreviviendo como podía en un mundo lleno de peligros que muy pocos entendían, que ella no terminaba de entender.
—Has estado viajando sola durante todo este tiempo —murmuró Reyna, más para sí misma que para Gwen. La más joven asintió con un gesto tímido, sus ojos aún mostrando el miedo que había vivido.
—Adonde quiera que vaya, los monstruos no me dejan tranquila.—dijo Gwen en voz baja, apretando la camiseta mojada contra su pecho como si fuera un escudo. Sus ojos se encontraron con los de Reyna, llenos de una desesperación que le resultaba dolorosamente familiar.
Reyna sintió una punzada en su corazón. Ella también sabía lo que era estar sola, sin nadie en quien confiar, rodeada de peligros en cada esquina a la cual tenía que pasar.
—Soy... soy como tú.—dijo finalmente Gwen, rompiendo el silencio. Reyna levantó la vista, sus ojos se encontraron una vez más.
—¿Una semidiosa? —preguntó Reyna, ya sospechando la respuesta. Gwen asintió lentamente, su rostro iluminándose con una chispa de esperanza.
—Mi mamá... me dijo que mi papá era un dios... —dijo Gwen, bajando la voz como si temiera que alguien más pudiera escucharla— Que es por eso que ahora esos monstruos me persiguen. Trato de defenderme con mi arco, pero...
Reyna asintió, comprendiendo. Lupa le había hablado sobre los dioses y sus hijos, sobre las responsabilidades y los peligros que conllevaban. Sabía que los semidioses eran un blanco constante para los monstruos, difícilmente sobrevivían en el mundo de los mortales.
—¿Adónde te diriges? —preguntó Reyna, aunque ya empezaba a intuir la respuesta.
—Al Campamento Júpiter —dijo Gwen con un tono que combinaba cansancio y determinación—. Mi mami me dijo que era un lugar seguro. He estado tratando de llegar allí desde que salí de Sonoma bajo las instrucciones de la diosa Lupa... Pero es tan difícil, perdí mi mapa... Me ha ido muy mal. No sé si lo lograré.
Reyna sintió una mezcla de emociones en su interior. Por un lado, estaba impresionada por la resistencia de Gwen, pero por otro, la idea de que alguien tan pequeño y vulnerable hubiera estado sola durante tanto tiempo; la llenaba de tristeza y de simpatía.
—Yo también me dirijo allí —dijo Reyna, tomando una decisión que no pensó demasiado.— He escuchado que es un lugar donde podemos estar a salvo... donde hay otros como nosotras.
Gwen la miró, y por primera vez, Reyna vió un destello de alivio en sus ojos.
—¿Podemos ir juntas? —preguntó Gwen, casi con un susurro, como si temiera que su salvadora pudiera rechazarla.
Sin embargo la miró fijamente, sintiendo que algo profundo se despertaba en su interior. La niña frente a ella era fuerte, se dió cuenta, pero estaba herida, tanto física como emocionalmente. No podía dejarla sola. Tampoco quería estarlo.
—Sí, iremos juntas —respondió Reyna con firmeza.— No te dejaré sola.
Gwen sonrió tranquilamente por primera vez en meses, una pequeña sonrisa que apenas levantó las comisuras de sus labios, pero que iluminó su rostro sucio y lleno de heridas. Reyna correspondió el gesto pero apenas mostró una curvatura en su boca.
No lo sabían, pero desde ese momento se hicieron mejores amigas en este mundo que parecía decidido a destruirlas.
『 °*• ❀ •*°』
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top