Capítulo 21; Antes del Fin


Guía Avanzada: Tomo III - Magia en el Combate Cuerpo a Cuerpo

No todos los elementalistas pueden utilizar su poder mientras luchan cuerpo a cuerpo, ya que esta habilidad requiere un alto nivel de dominio y sincronización. Integrar magia y combate físico demanda años de entrenamiento y una comprensión profunda de cómo aplicar los elementos de manera efectiva en situaciones dinámicas. Los elementalistas principiantes, por lo general, luchan por mantener la concentración necesaria para combinar estos dos aspectos, lo que limita su eficacia en combate cercano, una vez que entran en la lucha física no pueden encontrar la tranquilidad que demanda el uso de un elemento.

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Esa noche, el sonido de golpes y voces llamándome en mi puerta resonó a través de la habitación, rompiendo el silencio de todos los demás cuartos que estaban en mí misma área. Me quedé inmóvil en la oscuridad, decidida a no responder. No quería enfrentarme a nadie, ni siquiera a mí misma. Después de unos momentos, los golpes cesaron, dejando un vacío aún más profundo en mi interior.

¿Qué esperaban? ¿Qué me sentará a ver una estúpida película, fingiendo que todo estaba bien? Sabía lo que realmente pensaban de mí, cada palabra de su conversación aún resonaba en mi mente.

Me metí en la cama, abrazando mis rodillas contra mi pecho. No prendí mi lámpara de noche; preferí la oscuridad. No había forma de que los demonios que me atormentaban en las sombras fueran más reales que los que había conocido en Atabey. Lo único bueno para mí, es que no hubo sueños esa noche. Quizás fue porque no dormí mucho, la incomodidad y dolor en mi brazo no lo permitió; solo me envolvió el silencio y negrura hasta el amanecer.

Con la primera luz del día filtrándose por las cortinas, me levanté cansada y con el corazón pesado. Evité pensar en lo que había escuchado la noche anterior, pero las palabras seguían rondando mi mente de manera persistente. Mientras me preparaba en silencio, dejé que el agua caliente de la ducha intentara lavar mis preocupaciones. Sin embargo, por mucho que intentara, la sensación de traición y desconfianza seguía aferrada a mí, como una segunda piel que no podía quitarme.

Había decidido evitar a las chicas durante el desayuno y por el resto de mi vida si era posible.

Para mi suerte, Caleb me había enviado un mensaje temprano, agradecí que él aún estuviera conmigo. Nos encontramos en el patio de la escuela, lejos del bullicio de la cafetería; había demasiada gente allí y no quería arriesgarme a empezar el día con una escena humillante. Él me recibió con una sonrisa cálida sus ojos buscaban los míos, tratando de leer las emociones que yo trataba de ocultar. Sus manos se cerraron suavemente alrededor de la mía, su pulgar acariciando el dorso de mi mano en un gesto reconfortante.

Mientras me abrazaba, sentí un nudo en la garganta. Había pensado en terminar con él, pero ahora ese pensamiento me parecía una locura. Él era lo único que me quedaba, el único que había estado allí desde el primer día en Atabey. Su presencia me brindaba un consuelo que no encontraría en ningún otro lugar.

—¿Estás bien? —me preguntó, su voz llena de preocupación.

Asentí, aunque no estaba segura de cómo me sentía realmente. La calidez y cuidado de su abrazo debió proporcionarme el consuelo que necesitaba desesperadamente, pero no lo logró.

—Lo lamento mucho —dijo Caleb suavemente—. No sabía si debía decirte lo que escuché. No quería arruinar las cosas entre tú y las chicas.

Me sentí abrumada. —Perdón por no haberte creído cuando me lo dijiste —murmuré, con la voz quebrada—. No pensé que...

No quise terminar la frase.

—No te preocupes, Isi. ¿Cómo ibas a saberlo? Es lógico que confiaras en ellas —respondió suavemente, acariciando mi cabello—. Estoy aquí para ti. Siempre estaré aquí para ti.

Caleb y yo nos dirigimos a clase en silencio, caminando sumida en mis propios pensamientos oscuros. Aunque el enojo y el dolor seguían presentes, intenté adoptar una actitud indiferente. En un lugar como este, eso era lo mejor.

Antes de entrar a clases, nos topamos con Arlenn y Vaugh de frente. El peso de sus miradas cayó sobre mí, una mezcla de preocupación y algo más oscuro. La ira burbujeó en mi interior, pero me obligué a mantener una expresión neutra. Arlenn habló primero, su voz un intento desesperado de normalidad, llena de aparente preocupación.

—Hey, ¿qué pasó? No viniste anoche y no respondiste. Estábamos muy preocupadas. Y esta mañana te hemos estado buscando y esperando por ti —dijo ella rápidamente, con un dejo de urgencia en su tono.

No quise darle la satisfacción de una reacción. Mi voz salió plana, no era mucho lo que tenía para decir. —Déjenme en paz.

Intenté pasar de largo, pero Vaugh, como siempre, reactiva e impulsiva, me bloqueó el paso sin pensar en las consecuencias.

—Te están haciendo una pregunta ¿Paso algo? —dijo Vaugh, haciendo énfasis en las palabras de Arlenn.

Sentí cómo el calor subía por mi cuello, tiñendo mis mejillas de un rojo furioso. Cerré los puños con fuerza, tanto que mis uñas se clavaron en la palma de mis manos.

Caleb, notando la tensión que crecía entre nosotras, intervino rápidamente, su voz amistosa pero calmada. —Chicas, tal vez deberíamos calmarnos un poco. No es el momento ni el lugar para esto.

Sus palabras, aunque bien intencionadas, solo sirvieron para aumentar mi frustración. Sabía que nadie entendía la tormenta que se desataba en mi interior. Mi respiración se volvió más rápida y superficial.

—Déjame pasar —pedí, con una frialdad que apenas lograba contener la furia en mis ojos. Mi mirada se clavó en un punto detrás de ella, tratando de ignorar su presencia mientras sentía el pulso acelerado en mis oídos.

Estaba dispuesta a hacerla a un lado si era necesario. Arlenn me tomó sutilmente de mi brazo bueno, una corriente recorrió mi cuerpo, mi elemento chocando con el suyo demostrando hostilidad. La miré con una expresión que podría haber congelado el fuego.

—¡No me toques! —exclamé, dejando escapar un destello de ira reprimida. Energía recorrió mi brazo, el aire se agitó reflejando la tormenta dentro de mí. —Y de verdad Arlenn, no vuelvas acercarte a mí.

Ella retrocedió un paso, su expresión, pasando de sorpresa a incredulidad y luego a una expresión de dolor. Sus ojos se pusieron rojos casi al instante, mientras su boca se torcía en una mueca.

—¿Qué te pasa, Iseria? —insistió, su voz siendo más suave. Sonando dolida.

La tensión en el aire era palpable. Vaugh miró de Arlenn a mí, sus cejas fruncidas en confusión.

—¡Iseria, ¿quién te crees para golpear a Arlenn?! —intervino Siobhan, su voz llena de indignación.

Ella al igual que mis otros compañeros eran testigo de todo lo que estaba pasando.

—¡Deja de meterte en todo, Siobhan! ¡Calla tu puta boca de una puta vez! —le grité en la cara, dejándola tan sorprendida que no pudo articular una palabra.

Para ser sincera, hasta yo me sorprendí de mi reacción. Vaugh aprovechó la situación para soltar una risotada burlona hacia Siobhan, no esperaba menos de ella.

El silencio que siguió fue sepulcral. Sentí las miradas de toda la clase sobre mí, como si estuviera en el centro de un escenario con un público expectante. Pasé de largo, con Caleb siguiéndome de cerca, y entré en el aula, tratando de mantener la compostura mientras mi mundo se reducía aún más.

—No estoy entendiendo nada, Iseria —Arlenn me siguió hasta que se dio vuelta hacia Caleb—. ¿Qué le dijiste? —lo acusó, con los ojos llenos de confusión.

Su sinceridad me hizo tambalear por un momento, pero el resentimiento y la desconfianza eran más fuertes. Sacudí la cabeza y di un paso atrás.

Caleb se tomó un segundo para procesar la acusación, su sorpresa era evidente. —Yo no...

—Hagamos esto simple para no perder el tiempo. Escuché tu conversación, Arlenn —solté con frialdad, deteniéndome frente a ella—. Pensé que éramos amigas, hasta que te oí llamarme de varias formas. No creo que haya algo más que decir. A menos que quieras agregar malas palabras para mí.

Arlenn intentó hablar, sus ojos llenos de sorpresa, casi como si no entendiera de lo que hablaba. No era necesario decir que la escuché desde la ventana. Levanté una mano para detenerla. Mi corazón latía con fuerza, pero mantuve mi mirada firme. Sin más palabras, tomé asiento, sintiendo cómo la distancia entre nosotras se volvía insalvable.

—No sé qué está pasando, pero... lo que sea se puede hablar.

—Ya hemos hablado demasiado —contesté, tratando de mantener la dureza en mi voz—. No hay nada más que decir.

Lo siguiente fue ver a Thane entrar al salón para sacar a Arlenn de allí. Al verlo caminar, noté que cojeaba ligeramente, un recordatorio silencioso de nuestro encuentro en el tejado la noche anterior. Esperaba que no lo olvidara nunca.

Él me miro sin ni una expresión, tampoco dijo nada. Sentí una especie de remordimiento que se esfumó tan rápido como había aparecido. Thane solo tomo sutilmente a Arlenn por los hombros y la alejo de nosotros.

Después de la extraña confrontación con las chicas, el resto del día transcurrió en un mar de miradas furtivas y susurros. Mientras las clases avanzaban pareciendo eternas y cada minuto se arrastraba como una eternidad. Como si estuviera bajo el peso de un océano de emociones no resueltas, sentí cómo la tensión en mi pecho crecía amenazando con romper todo. Caleb se mantuvo cerca, como una sombra protectora, pero incluso su presencia no podía aliviar la creciente sensación de que todo estaba mal. 

Los días siguientes no trajeron ningún alivio. Cada encuentro con Arlenn y Vaugh era una batalla silenciosa que me dejaba exhausta. Sus miradas, llenas de cosas que no podía descifrar, me seguían a todas partes. Cada vez que nuestros ojos se encontraban, sentía un nudo en el estómago, y mi corazón latía con un ritmo irregular, como si intentara escapar de mi pecho. Mis manos temblaban ligeramente, y me obligaba a respirar profundamente para no perder la calma.

Por todo eso había decidido volver a casa. Todo estaba listo, lo había hablado con la abuela y para mi sorpresa, lo había entendido. La conversación fluyo con una calma que no creí posible, había sido más fácil de lo que esperaba. Le expliqué que no me sentía a gusto en Atabey, aunque omití mi distanciamiento con Arlenn y Vaugh, no era necesario que ella supiera eso. Le dije que el ambiente era sofocante y que necesitaba un cambio.

La abuela me había escuchado a través del teléfono y me apoyó, supuse que casi ser desvivida por tres daimons estaban a favor en su decisión. Me dijo que la seguridad y la felicidad eran lo más importante, y que siempre habría otras oportunidades para aprender y crecer. Quizás el próximo semestre comenzaría en otra escuela de elementalistas, una no tan exigente como Atabey, o tal vez en una escuela humana. La idea de un entorno menos hostil y competitivo era tentadora.

Aun así, la decisión de irme no había sido fácil. Atabey no era solo una escuela para mí; era un vínculo tangible con la memoria de mi madre, una conexión emocional que me mantenía anclada a su recuerdo. Pero la presión constante, la soledad insoportable y los juicios implacables de ser una mestiza me abrumaban cada día más, convirtiendo el vínculo en una cadena que sentía que me arrastraba hacia abajo. Estaba exhausta de luchar contra las expectativas y necesitaba un cambio.

Finalmente, reuní el valor para decírselo a Caleb. Justo después del almuerzo, mientras caminábamos hacia las clases de combate de la tarde, decidí que no podía posponerlo más. El pasillo estaba lleno de estudiantes que se dirigían al gimnasio, sus voces creando un murmullo constante que hacía eco en las paredes.

—Voy a volver a casa hoy, Caleb —le dije, soltando su mano. Sentí un vacío inmediato al hacerlo, como si una parte de mí se quedara atrás—. Y no voy a volver a Atabey.

Caleb se detuvo en seco, su expresión cambiando de curiosidad a una mezcla de sorpresa y preocupación. Sus ojos se agrandaron mientras su rostro se tornó muy serio, como si las palabras que acababa de escuchar fueran una bofetada inesperada. —¿Qué? ¿Por qué?

La reacción de Caleb fue inmediata. Su rostro se tensó y una mezcla de enojo y molestia apareció en sus ojos. Dio un paso hacia atrás, frunciendo el ceño.

—Es algo que he pensado mucho —respondí, tratando de mantener mi voz firme, aunque sentía un temblor en mis palabras. No quería irme, no realmente —. No creo que mi lugar esté aquí. Esta escuela, todo esto... no es para mí.

—Pero, Iseria... —comenzó Caleb, su voz llena de una urgencia. Su mirada buscaba la mía, tratando de encontrar una razón que lo calmara.

—Lo siento, Caleb —interrumpí, mirándolo directamente a los ojos, aunque sentía que mis piernas temblaban—. Ya lo decidí.

Caleb apretó los puños, su frustración era palpable. Dio un paso hacia mí, su voz subió de tono. —¿Por qué no me lo dijiste antes? Esto no es justo, no puedes simplemente irte así. — Su voz se quebró ligeramente al final, y pude ver una sombra de algo más pasar por su rostro.

Sentí un nudo en la garganta, pero me obligué a mantener la calma.

—No es eso. Simplemente no puedo quedarme más tiempo aquí. Este lugar... no es para mí. — repetí. Mi voz apenas era un susurro.

Él sacudió la cabeza, incrédulo y herido. Se pasó una mano por el cabello, un gesto de frustración.

—Entonces, ¿qué se supone que haga yo? ¿Simplemente dejarte ir?

Sus palabras fueron demasiado fuertes, haciendo que algunos de nuestros compañeros se dieran vuelta hacia nosotros. Sabía que esto era lo mejor, pero ver el dolor en los ojos de Caleb lo hacía mucho más difícil. Había algo más en su tono que no podía descifrar por completo, parecía más molesto que cualquier otra cosa. Una parte de mí deseaba que me entendiera, pero otra sabía que las cosas nunca serían tan simples.

—Lo siento, Caleb. Pero esto no se trata de ti. Podemos seguir siendo amigos. Enviarnos textos y quizás puedes ir a casa para las vacaciones —le sugerí, con la esperanza de calmarlo un poco.

—¿Amigos? —repitió con amargura, sus ojos se endurecieron—. ¿Crees que es tan fácil para mí? —La rabia en su voz resonó en el pasillo, y pude sentir las miradas de los demás estudiantes clavadas en nosotros.

Su mirada se volvió más intensa, como si estuviera luchando con algo interno. Su enojo causó mucho en mí, tenía razón, pero no podía dejar que él viera lo mucho que esto también me dolía a mí. Sabía que, como novia, no lo extrañaría de la misma manera, pero como amigo, sentiría su ausencia profundamente.

Caleb dio un paso más cerca, su expresión una mezcla de dolor y furia. —¿Es que no significo nada para ti? —repitió, su voz temblando.

—Significas mucho para mí, Caleb. Pero no quiero quedarme. — Mentí. Tomé una bocanada de aire, tratando de mantener la compostura—. Tengo que hacer esto por mí.

Él sacudió la cabeza, incrédulo. —Entonces, ¿qué se supone que haga yo? —repitió, su voz llena de desesperación contenida.

Antes de que pudiera encontrar las palabras adecuadas, Caleb se volvió y se alejó de mí, sus pasos pesados y decididos resonando en el pasillo. Quedé sola en medio de la caminata, con la sensación de que la distancia entre nosotros era ahora tan real y tangible como el eco de sus pasos.

Después de clases, caminé hacia mi dormitorio para recoger las últimas maletas. La mayoría de mis pertenencias ya estaban empaquetadas y listas para ser transportadas, esperando el inevitable final. Los asistentes de la escuela estaban listos para ayudar a bajar el equipaje y cargarlo en el coche.

—Voy a despedirme de Ónix antes de irme —le dije al chófer que me había acompañado en tantos viajes. Asintió en silencio, quizás él podía comprender la importancia de este último adiós.

Tenía que despedirme de Ónix, sabiendo que no me seguiría fuera de Atabey. El cadejo estaba aquí por la concentración de magia demoníaca, no por mí. Aunque por alguna razón le agradaba mi compañía y había decidido ser mi amigo. El antiguo lugar de práctica donde entrenaba con Thane se había vuelto su hogar, un refugio que había hecho suyo.

Camine en la oscuridad de la tarde, un viento helado de finales de noviembre sopló, moviendo hojas secas bajo mis pies. El aire cortante me hizo temblar involuntariamente, y no fue solo por el frío. Mis manos se sentían congeladas y mi respiración se cansaba, reflejando la tormenta interna que sentía ante la decisión de marcharme. La ansiedad se arremolinaba dentro de mí.

Recordar los entrenamientos con Thane en ese mismo lugar me trajo una mezcla abrumadora de emociones. A pesar de todo lo ocurrido entre nosotros, se había ganado mi confianza. ¿Y para qué? Ahora sentía un vacío donde antes había logrado forjar una conexión, un espacio lleno de preguntas sin respuestas y emociones encontradas. No quería admitirlo, pero extrañaría esos momentos, incluso si ahora estaban teñidos de decepción y desconfianza.

El recuerdo de sus gestos sutiles, de cómo en las prácticas habían sido cuidadoso de no lastimarme, se mezclaba ahora con el amargo sabor de la traición. Ahora se sentía como una trampa cuidadosamente preparada. Odiaba cómo había permitido que mis defensas se debilitaran.

El viento seguía soplando, agitando mis pensamientos y sentimientos con igual ferocidad. Colándose entre las paredes desgastadas y derrumbadas del recinto.

Apenas Ónix me vio, dejó escapar un sonido inusual que resonó por todo el viejo lugar. Dejé de lado todas mis preocupaciones y me concentré en él, enfoque mi mirada en la oscuridad. Estar aquí en este horario no era lo mismo que de mañana y acompañada. El cadejo emitió un gemido, esta vez parecido a un lamento de dolor. Rápidamente, crucé la distancia que nos separaba. Al acercarme, noté un círculo dibujado en el suelo con símbolos que parecían vibrar levemente. Aunque no entendía su significado, no sabía nada sobre rituales demoníacos ni símbolos de protección. Sentía que emanaba una energía que afectaba a Ónix.

—¡Hey, ven aquí! —lo llamé, instándolo a salir del lugar.

Pero Ónix no se movió del círculo. Simplemente giraba en su lugar, con una expresión de angustia en sus ojos, evitando cruzar las líneas que marcaban lo que parecía ser un pentagrama.

Estaba tan concentrada en él, que no noté de inmediato la presencia inquietante que me observaba. El aire a mi alrededor se volvió más frío y húmedo, como si una presencia no deseada se estuviera acercando.

"¿Draugrs?", pensé, intentando mantener la calma. Mi sorpresa creció aún más cuando alguien a mis espaldas rompió el silencio.

—Finalmente sola —murmuró una voz que se deslizó como un susurro venenoso en el aire helado, cargada de una amenaza sutil que parecía envolver todo el lugar.

Al girarme, me encontré con Isabella. Se suponía que se había marchado de Atabey el lunes, después de ser destituida como cuidadora de Vaugh. Su aparición repentina encendió una alarma en mí.

—¿Qué quieres? —pregunté, con indiferencia y desafío. Tratando de ocultar mi cansancio y la rabia.

Ónix, inquieto, se movía de un lado a otro, detectando el peligro inminente que yo aún no había comprendido del todo.

Dio un paso hacia adelante, sus ojos chisporroteando con odio palpable.

—¿No está claro acaso? —dijo con desdén.

No estaba claro en absoluto; Isabella había aparecido de la nada, y no tenía idea de por qué o qué esperaba de mí.

—¿Hablar? No veo qué podrías querer decirme. No somos amigas ni familia —respondí con una sonrisa irónica. La situación me parecía absurda. A pesar de mi enojo, no pude evitar sentirme burlona.

Aunque tenía muchas cosas que decirle, su actitud me irritaba demasiado. No era el momento de discutir o intentar entender sus motivos.

Ella frunció el ceño, el odio en sus ojos era tan palpable que parecía casi físico. Recordé cómo solía sentirme pequeña frente a ella, y ahora la situación parecía haberse invertido, aunque no entendía el porqué.

—Desde que volviste a aparecer en la vida de Thomas, todo ha ido de mal en peor —dijo ella con rabia.

Aunque era una guardiana, su presencia fría y distante llenaba mi mente de confusión mientras me enfrentaba a su mirada implacable.

—Eso no tiene sentido. No me involucro en la vida de Thomas, él nunca me lo permitió. No sé qué pasa con él. No hemos hablado en semanas. Así que no me culpes de algo que no tengo responsabilidad —respondí, sintiendo que mi paciencia se agotaba.

Intenté pasar a su lado, pero ella me agarró del cabello y me arrastró de vuelta a mi lugar.

—No irás a ningún lado —ordenó con voz fría.

—Sabes que, si me haces algo, Thomas jamás te lo perdonará. Puede que nuestra relación esté rota en este momento, pero sigo siendo su hermanita pequeña —respondí, con una sonrisa desafiante. No iba a darle el gusto de quejarme por el dolor.

Me di cuenta de que esas palabras no dolían tanto, ser hermanos. Pero era algo que en otro momento analizaría.

—¿Y tú crees que él se enterara? Nadie sabe que estoy aquí ¡Niña estúpida! —replicó con una risa amarga. —Quiero que desaparezcas. Si vuelves a estar muerta, todo volverá a ser como antes entre él y yo.

Aunque la amenaza parecía absurda, sabía que no era el momento para reír, ella no atacaría a uno de los suyos, ¿o sí?. Isabella extendió su mano, y una hilera de hielo avanzó con fuerza imparable hacia Ónix. Los pinchos cristalinos se enterraron en una de sus patas, haciéndolo retroceder con un gruñido de dolor. Los fragmentos de hielo amenazaban con causar más daño si intentaba moverse.

—¡No le hagas daño, estás loca! —le recriminé, me sentí muy enojada, dispuesta a devolverle lo que hacía.

No respondió de inmediato. Su mirada intensa que helaba la sangre. El aire se volvía más frío producto de su elemento y la interacción con este, como si el tiempo se hubiera detenido en espera de su decisión.

Se acercó a mí con determinación y lanzó un puñetazo directo a mi cara. Apenas tuve tiempo de levantar el brazo sano para protegerme, pero fue tarde, y el impacto me hizo tambalear. Sentí el sabor metálico de la sangre, consciente de lo que se trataba todo esto.

Huir habría sido la mejor opción, pero ella había entrado por la única puerta visible y Ónix estaba atrapado con una pata herida y rodeado de estacas de hielo, incapaz de moverse y vulnerable a cualquier intento de ataque por parte de ella. Debía sacarlo de ese círculo para que pudiéramos escapar. No podía permitir que le hicieran más daño.

—Tu existencia ha arruinado todo. Has desmoronado mi vida, pero eso se acabó ahora. No permitiré que sigas interfiriendo entre Thom y yo.

El dolor en mi rostro era intenso. Mientras intentaba recomponerme, la vi preparar otro ataque. No parecía dispuesta a detenerse hasta alcanzar su objetivo.

Me encogí, intentando bloquear sus ataques con mi brazo sano. Cada golpe resonaba en mi cuerpo con una fuerza brutal. Mis brazos empezaban a doler, sentía el cabestrillo como un obstáculo, limitando mis movimientos y aumentando mi vulnerabilidad. Finalmente, me lo quité como pude, liberando mi brazo herido a pesar del dolor que el movimiento provoco.

Isabella se movía con la precisión de una luchadora experimentada. Aprovechando un momento de descuido, me lanzó una patada en el estómago que me dejó sin aliento haciéndome caer de rodillas. Sentí un dolor punzante, pero no tuve otra opción que levantarme rápido.

—Eres una molestia —dijo de forma condescendiente. —Thomas cambio mucho desde que apareciste en su vida.

Antes de que pudiera responder, se agachó y me agarró por el cuello de la sudadera, levantándome del suelo con sorprendente fuerza. Aunque no era tan hábil como ella, había aprendido mucho de Thomas y Thane. Era el momento de demostrarlo.

Con un movimiento rápido, lancé un codazo hacia su costado, haciendo que aflojara su agarre lo suficiente para que pudiera liberarme. Retrocedí, recuperando el aliento y preparándome para el siguiente asalto.

Ella me miraba con una mezcla de desafío y desdén mientras yo trataba de mantenerme en pie. No perdió tiempo y se lanzó nuevamente. Sin previo aviso, volvió a lanzar su puño derecho dirigido a mi rostro. Apenas pude inclinarme hacia un lado, esquivando el impacto por poco. Su velocidad era asombrosa.

Reaccioné instintivamente con una patada lateral, pero ella la bloqueó con facilidad, su fuerza haciendo que mi pierna temblara. Sentí su mano aferrarse a mi tobillo, y en un rápido movimiento, me derribó al suelo. Mi espalda golpeó con fuerza, pero no podía darme el lujo de quedarme allí. Rodé y me levanté, jadeando por el esfuerzo.

Isabella se movía con movimientos precisos y calculados. Cada golpe parecía estar diseñado para quebrar mi defensa. Mis brazos dolían de tanto bloquear, y uno de sus golpes logró atravesar mi guardia, otra vez, impactando mi mandíbula y haciéndome retroceder tambaleante. Sabía que no podía permitirle más ventajas.

Aprovechando otro momento de debilidad, me agarró por la cintura, intentando inmovilizarme. Luché contra su agarre, retorciéndome hasta que un codazo bien colocado en su estómago la hizo soltarme. Respiraba con dificultad; mis fuerzas mermaban, pero no podía rendirme.

—¿Es todo lo que tienes, Iseria? —se burló, acercándose mientras yo intentaba recuperar el equilibrio—. ¡No entiendo por qué Thomas te prefiere a ti! ¡Yo siempre estuve a su lado! ¿Cómo te atreves a venir aquí y destruir todo lo que construí con él?

Era un reclamo tras otro. Como le podía decir que Thomas no me prefería a mí, ni siquiera me hablaba. Pero no podía decir nada, no daba tregua.

Esta vez, intentó inmovilizarme con una llave de brazo. Luché por mantenerme en pie mientras ella torcía mi brazo. Sentía cómo sus dedos se clavaban en mi piel, sus uñas cortándome ligeramente. Aproveché la proximidad para golpear su rostro con la cabeza, sintiendo el impacto resonar en mi cráneo. Soltó un gruñido de dolor y retrocedió, llevándose una mano a la nariz, que ahora sangraba.

—¡Vas a pagar por eso! —su voz llena de furia—. ¡Tu existencia ha sido una maldición! Desde que volviste de la muerte, todo se arruinó entre nosotros, ¡él dejó de necesitarme! — grito —. ¡Si tienes que morir para restaurar el orden, lo haré sin dudarlo!

Sin perder un segundo, se lanzó hacia mí con un nuevo ataque. Nos enfrascamos en un combate cuerpo a cuerpo más intenso, intercambiando golpes y patadas. Sentí sus puños conectar con mis costillas y mi brazo herido, el dolor irradiando por todo mi cuerpo, pero logré contrarrestar con un golpe al estómago que la hizo doblarse.

Ella recuperó rápidamente el equilibrio, pero pude ver la rabia en sus ojos. Su técnica era impecable, pero empezaba a perder la calma. En un movimiento rápido, volvió a lanzar un golpe hacia mi rostro que logré esquivar por poco, aprovechando para tomar su brazo y girarlo, inmovilizándola momentáneamente.

—¿Qué tienes contra mi rostro? —gruñí molesta, los golpes en mi nariz dolían más que cualquier otra cosa, o eso creía. —¿Qué historia te has montado en tu cabeza para justificar esto? Aún no entiendo que es lo que te he hecho.

Isabella forcejeó, sus ojos brillando con furia y lágrimas contenidas.

—Te pareces a mí, da la sensación que me eligió porque no podía tenerte—escupió, su voz cargada de amargura. — Desde que llegaste a Atabey, todo cambió. Pensé que Thomas y yo éramos inseparables, pero tú has venido a arruinarlo todo. Cada vez que te veo cerca de él, mi corazón se rompe, veo cómo te mira. ¡Te odio por eso!

Mi respiración se volvía pesada. El cansancio me abrumaba y el dolor de mi brazo herido era casi insoportable. Sentía la presión de la pelea y la frustración de no poder usar mi magia elemental como deseaba. Mis intentos de lanzar una ráfaga de aire eran torpes y fracasaban bajo la presión de la batalla.

Se rio, sabiendo que tenía la ventaja. Se lanzó hacia adelante, sus puños impactando una y otra vez hasta que me encontré contra uno de los muros del antiguo centro de entrenamiento. Mi cabeza golpeó la piedra dura y el mundo a mi alrededor comenzó a girar. Sentí una oleada de mareo, y mis piernas casi cedieron.

Escuchaba los sonidos de Ónix, fuertes y desesperados, así como la lluvia golpeando el techo y cayendo a través del tejado roto.

—Él y yo estábamos destinados a estar juntos. Lo sé, y sé que tú solo te has entrometido. ¡No puedo permitir que destruyas lo que he construido a su lado! He visto cómo te mira, cómo tú lo miras. Cada momento, cada gesto... he estado ahí, siguiéndote, observándote.

—Estás muy equivocadas, para él solo soy su hermana pequeña, y a mí él ya ni siquiera me importa. — intenté mediar con ella.

—Mientes —grito —¡Te he visto! He visto cómo te acercas a él, cómo lo haces reír. Cada vez que te miro, solo veo como el busco algo similar en mí. Dejo de venir a mí y comenzó a buscar una distancia entre ambos.

Lo que ella decía no tenía sentido, pero dudaba de que quisiera conversar. Isabella sacó un cuchillo de su cintura con un movimiento rápido y fluido. La hoja brilló bajo la tenue luz del lugar, reflejando la peligrosa intención en sus ojos. Me moví manteniendo mi postura defensiva.

Avanzó con una determinación frenética, su rostro enrojecido y contraído en una mueca de desagrado. Sus ojos brillaban con una intensidad maníaca, lágrimas se mezclaban con la lluvia, su cabello estaba revuelto y el cuchillo parecía moverse como un demonio danzante en sus manos. —Los vi en tu habitación esa noche. Vi cómo él te abrazaba, cómo te consolaba. ¡Te he seguido durante meses, esperando el momento perfecto para eliminarte! —su voz era un rugido bajo, cargado de una furia contenida que resonaba en el ambiente—. Mi único objetivo ha sido asegurarte la muerte. No fue casualidad que los draugrs aparecieran esa noche en la fiesta. Yo misma debilité las barreras para que te encontraran vulnerable, y, sin embargo, aquí estás.

El mundo pareció desmoronarse mientras asimilaba sus palabras. Un escalofrío helado se apoderó de mi espalda al conectar los puntos. La sensación constante de ser observada; en el bosque, en los jardines, cuando miraba por mi ventana. Ella había matado a uno de los nuestros, y ahora lo iba a hacer conmigo.

El frío que solía sentir en las noches; todo encajaba en un aterrador rompecabezas. Y yo imaginando a Micke en este mundo, que tonta había sido. Jamás había pensado en ella. Draugrs, Daimons, o un humano. Menos en uno de nosotros.

Un terror helado se apoderó de mí, pero la adrenalina me obligó a concentrarme en la pelea. Ella lo noto porque volvió hablar.

—No fue coincidencia que te encontrara aquí. He estado siguiendo cada uno de tus movimientos. Cada vez que te acercabas a él, mi odio crecía más y más. Estuve presente cuando pensabas que estabas sola, planeando como hacerlo.

Mi mente estaba un torbellino mientras la observaba con atención, cada movimiento suyo era una amenaza latente. Cuando su ofensiva dio lugar a un breve respiro, me lancé hacia un rincón, mis músculos tensos y el corazón latiendo con fuerza. La frustración de Isabella era palpable; sus movimientos se volvían más imprecisos, sus cortes más desesperados. Con un rápido giro, esquivé el filo del cuchillo que cortó el aire sobre mi cabeza, sintiendo el viento frío acariciar mi piel. Desde la posición agachada, no perdí la oportunidad de lanzar una patada certera hacia sus piernas. Ella tambaleó, su rostro un retrato de sorpresa y furia.

Gritó de rabia, recuperando rápidamente el equilibrio. Su agresividad se intensificaba, cada golpe más fuerte y descontrolado, pero un poco menos preciso. Sentí su cuchillo rozar mi piel, dejando una estela de ardor. Mientras luchábamos, su camiseta se subió, revelando una marca negra como un tatuaje, supe que ella los había invocado a los daimons que me atacaron. Ella siguió mi mirada dándose cuenta de que lo había notado.

—Así que fuiste tú quien invocó a los demonios —dije, más para ganar tiempo que otra cosa.

Isabella rió, una risa inquietante que resonaba en el aire. —¿No es obvio? Siempre estás acompañada. Y atacarte frente a todos era absurdo, pero si lo hacían ellos, en una escuela de demonios, nadie iba a sorprenderse, los invoqué específicamente para cazarte. Lástima que perdí a dos de ellos solo para aprisionar a esa cosa.

Sabía que se refería a Ónix, y ahora comprendía cómo había llegado hasta allí. La verdad se desplegó ante mí con una claridad aterradora. No solo había sido una presencia constante en las sombras, sino que su plan había sido muy calculado. Ella conocía detalles íntimos de mi vida: mi entrenamiento con Thane, mis paseos solitarios, incluso la reciente decisión de irme de Atabey. Era una mente enferma.

Lo que más me sorprendía era la idea de que Thomas había elegido a alguien tan desequilibrado para compartir su vida. Me costaba aceptar que él, aparentemente ajeno a la verdadera naturaleza de Isabella, podría terminar casándose con la causante de la muerte de su única familia. Si ella lograba matarme, Thomas nunca sabría la verdad. Y ella continuaría con su vida, y él viviría con una mujer que había sido la razón detrás de su dolor y pérdida. La ironía era cruel: mientras yo había luchado por mi vida, Thomas viviría en completa ignorancia, ajeno a la tragedia que su prometida le había causado. La perspectiva de que mi desaparición pudiera pasar desapercibida y que ella se saliera con la suya me llenaba de una desesperación casi insoportable. No podía permitir que eso sucediera. Debía encontrar una manera de salir de aquí, no solo para mi propia supervivencia, sino para asegurarme de que Tommy estuviera bien y encontrara la felicidad con la persona indicada.

La intensidad de la pelea continuó, con ambas luchando por la victoria a pesar de las heridas crecientes y el agotamiento. Jadeaba buscando aire, mientras el agua torrencial que caía desde el techo dañado empapaba mi cabeza y cuerpo. Las gotas caían sin cesar, creando charcos y mezclándose con la tierra y los escombros en el suelo haciendo que además fuera resbaladizo, añadiendo una capa de dificultad a la lucha.

Sin darme tiempo a recuperar el aliento, Isabella lanzó una serie de rápidos cortes, cada uno dirigido a mis puntos vitales. Intenté bloquear los ataques, mis movimientos eran más instintivos que entrenados, en comparación a ella, parando un golpe tras otro con los antebrazos y las manos.

Lanzo una estocada directa hacia mi abdomen. Apenas logré esquivar o eso creí, girando mi cuerpo a un lado mientras levantaba el brazo para desviar el golpe. La punta del cuchillo pasó peligrosamente cerca de mi costado, pero el dolor fue casi instantáneo. Miré hacia abajo y vi la hoja del cuchillo clavada en mi piel. Un grito de dolor escapó de mis labios, el ardor extendiéndose por todo mi cuerpo. Ella me empujó, y caí al suelo, jadeando y tratando de controlar el dolor que irradiaba desde la herida, mientras la presionaba con ambas manos.

Luché contra la creciente oscuridad en mi visión y, con un último esfuerzo, logré aferrarme a su muñeca mientras intentaba apuñalarme nuevamente. Luchamos, el cuchillo moviéndose peligrosamente entre nosotras. Con un empujón decisivo, logré desarmarla; el arma cayó al suelo con un golpe seco, chocando contra el suelo resbaladizo.

Debí recoger el arma y usarla, pero la idea me aterraba. No sabía cómo manejar el cuchillo sin cortarme a mí misma en el proceso, además no me creía capaz de matar a alguien.

Con un grito de frustración, Isabella levantó las manos y una ráfaga de astillas de hielo se materializó a su alrededor. Las lanzó hacia mí con furia, las afiladas estacas volando a gran velocidad. Instintivamente, levanté las manos y creé una ráfaga de viento que desvió o destruyó la mayoría de las astillas, aunque no todas. Sentí una en particular rasgar mi piel, justo junto a mi mejilla. El dolor me recordó el ataque de Thomas en el bosque, mientras la humedad de la lluvia se mezclaba con la sangre que escurría hasta mi barbilla, contribuyendo a la sensación de desesperación y dolor.

Corrió hacia la daga que había caído al suelo y la lanzó directa a mí. De repente, una ráfaga de agua apareció de la nada, desviando la daga de su trayectoria. Miré en todas direcciones, esperando ver a Caleb, Vaugh o Thomas, pero solo seguíamos nosotras dos en el lugar. Se giró, sorprendida, buscando a mi posible defensor que había intervenido.

No esperé otra oportunidad. Agarré la hoja del suelo y me lancé hacia adelante, cada movimiento guiado por una mezcla de desesperación, dolor y determinación por vivir. Mis ataques fueron rápidos y precisos, y aunque Isabella intentó defenderse, era claro que esa simple distracción había cambiado la situación a mi favor.

Caímos al suelo, rodando hasta que pude estar sobre ella. Me golpeó el costado donde la hoja había hecho su impacto, grité y me quejé internamente, pero solo coloqué el cuchillo contra su garganta. Sus ojos estaban llenos de sorpresa y rabia, pero se rió.

—No eres capaz de hacerlo. —Se burló.

Ella tenía razón, esta era la única oportunidad que tendría, pero no era capaz de hacerlo. Mi respiración era pesada, cada inhalación envuelta en dolor agudo que se entrelazaba con el latido de mi corazón.

Fue entonces cuando sentí una presencia a nuestro lado. Un rugido bajo resonó en el aire, giré la cabeza para ver al daimon que ella había invocado anteriormente. Su forma cuadrúpeda, musculosa y oscura se movía con gracia letal. Sus ojos brillaban con un fuego interior mientras se posicionaba cada vez más cerca de su invocadora y de mí. Su tamaño era imponente, casi el doble de un perro de gran tamaño, y cada paso resonaba con un eco profundo.

Hice lo que debía, hundí la hoja en el muslo de Isabella, esperando evitar la arteria. Pero asegurándome de cortar los tendones que le impedirían moverse, por lo menos hasta que pudiera curarse. Gritó de dolor, su risa transformándose en un alarido desgarrador. La sangre brotó de la herida, empapando el suelo bajo nosotras. Sus movimientos se volvieron torpes y lentos.

El daimon rugió de nuevo, avanzando un paso hacia mí, sus ojos ardientes fijos en mi rostro. Me preparé para lo peor, sabiendo que había hecho lo necesario para ganar tiempo, aunque el costo pudiera ser alto.

Me alejé de Isabella, acercándome hasta Ónix la idea de que lo pudiera alejar de alguna forma era la única opción que encontraba. La criatura me seguía, corriendo hacia mí con una velocidad aterradora. No había tiempo que perder. Canalizando el poco elemento que me quedaba. Formé un escudo temporal que se creó en el momento exacto que la criatura se lanzó sobre mí, haciéndolo chocar en una pared invisible.

El escudo resistió un instante antes de desintegrarse bajo la presión de las embestidas continuas del daimon y de mi escasa habilidad para mantenerlo. Justo antes de que sus garras me alcanzaran, me lancé a un lado, rodando por el suelo. Mi brazo y costado dolían mucho, las heridas no estaban curadas del todo. Me levanté rápidamente, girándome para enfrentarlo.

No tenía la fuerza para vencer al demonio directamente, ni el tiempo para improvisar una estrategia compleja. Mi supervivencia dependía de mi capacidad para usar la astucia y mi elemento.

El daimon se lanzó una vez más sobre mí alcanzando mi hombro con sus feroces dientes. Grité de dolor, sintiendo como cada uno de sus colmillos entraba en mi carne. Si no pensaba en algo rápido estaría muerta en menos de un minuto.

No había soltado el cuchillo en ni un momento, levanté mi brazo con gran esfuerzo, sentí el sudor en mi frente y el grito de agonía se me escapó involuntariamente. Sin embargo, el daimon también emitió un sonido de dolor, cuando moví la hoja justo en donde se encontraban sus ojos. Se tambaleó hacia atrás, gruñendo mientras movía su cabeza en todas las direcciones. Aproveché ese momento de distracción para arremeter con la daga que aún sostenía, apuntando a su costado, esperando encontrar su corazón. La hoja se hundió en su piel dura, pero no lo suficientemente profundo, y se quebró, dejando solo la empuñadura en mi mano.

En un movimiento rápido y violento, el daimon giró sobre sí mismo, su cola barriendo el suelo y golpeándome con una fuerza brutal. Salí volando, cayendo a varios metros de distancia. El dolor recorrió cada fibra de mí, pero no podía permitirme rendirme. Me obligué a ponerme de pie, jadeando, con cada respiración un recordatorio del agonizante dolor que sentía.

La criatura se acercaba de nuevo, moviendo su cabeza de una manera que parecía intentar fijar su mirada en mí. Se había vuelto torpe, aunque seguía siendo feroz. Sabía que necesitaba algo más para acabar con él. Busqué desesperadamente a mi alrededor, hasta que mis ojos se posaron en una roca afilada. Con un último esfuerzo, la agarré y esperé a que el daimon estuviera lo suficientemente cerca.

Cuando se lanzó hacia mí una vez más, me dejé caer al suelo, esquivando sus garras por un pelo. Con toda la fuerza que me quedaba, clavé la roca en lo que parecía ser la garganta de la criatura. La criatura soltó un chillido desgarrador, su cuerpo temblando violentamente antes de colapsar.

Hasta que finalmente cayó al suelo, su respiración entrecortada. Tome mi segunda oportunidad de la noche, intente concentrarme, pero la presión de la situación no me permitía forjar nada. Recordando las palabras de Thane; "Concéntrate en el aire a tu alrededor siente cómo fluye, cómo se mueve a través de ti". No creí que fuera posible, pero cerré los ojos y tome una respiración larga y pausada, casi como si no estuviese en medio de la batalla. Logré visualizar el movimiento del aire, como si fuera hilos o filamentos hasta que encontré lo que buscaba, una ráfaga de aire que cortó el cuello del demonio. Esta vez no se levantaría de nuevo.

Me desplomé, agotada y dolorida, sosteniendo mi hombro y mi costado. Había eliminado a un daimon y no con mi elemento, o no mayormente. Mire en dirección al cuerpo de la criatura que lentamente se desvanecía en el suelo, dejando consigo una mancha parecida al alquitrán. El olor a azufre impregno el aire. Aun en medio de la tormenta de la noche.

Mi cuerpo estaba cubierto de sangre, mezclada con la lluvia que caía del techo roto. Tenía cortes profundos en las manos y los brazos, y mi ropa estaba rasgada y empapada. Sentía el sabor metálico en mi boca, un recordatorio de la batalla recién librada. Mi cabello, empapado y pegajoso, se adhería a mi rostro, mezclándose con la sangre y el agua que resbalaban por mi piel.

Mi cabeza daba vueltas y ya no podía ver más allá de mis pies. ¿Cómo era posible que alguien llegara a tal extremo? Mientras trataba de recomponerme del ataque de Isabella, no podía evitar pensar en todo lo que ella debía haber pasado para llegar a este punto. ¿Qué tipo de dolor y desesperación la habrían llevado a creer que atacarme resolvería sus problemas? Era difícil de comprender cómo su amor por Thomas se había transformado en una obsesión tan destructiva, porque en este momento no podía pensar en otra cosa. ¿Realmente pensaba que montándome todo volvería a ser como antes entre ellos? Maldición ni siquiera sabía que había cambiado entre ellos, no tenía conocimiento de su relación más allá de que fueran a casarse. La intensidad de su odio y desesperación era abrumadora, y me hizo preguntarme cuánto sufrimiento se necesitaba para distorsionar así a una persona.

Dirigí mi mirada hacia donde antes se encontraba Isabella, pero solo vi el suelo vacío. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral al comprender que ella podría abalanzarse sobre mí en cualquier momento. Me levanté con dificultad, mis piernas temblorosas. Debía liberar a Ónix; era la única manera de protegerme de ella en caso de que ya se hubiera curado. La noche aún no había terminado, y no quería tener que descubrir más horrores o errores.

Unos pasos resonaron detrás de mí. Giré la cabeza con temor, esperando encontrar a Isabella lista para atacar nuevamente, pero mis ojos se encontraron con la mirada serena de Caleb.

—Dios Iseria, ¿qué paso?

Se acercó a mí envolviéndome en sus brazos de forma protectora. Me aferré a él, buscando refugio en su presencia, me abrazó con cuidado, su mano acariciando mi mejilla. Sin embargo, el frío de su toque intensificó mi sensación de soledad y vulnerabilidad

Caleb observó el lugar con una expresión imperturbable, como si el caos y la destrucción fueran meros detalles insignificantes en su mundo.

—Estás herida —dijo con voz tensa, cargada de una preocupación que apenas lograba disimular—. Debemos salir de aquí antes de que alguien descubra lo que ha ocurrido y te quieran hacer daño.

Ónix se movía frenéticamente dentro del círculo, sus movimientos erráticos llenos de desesperación. Mientras que el hielo a su alrededor se había derretido y emitía sonidos desesperados que resonaban en mis oídos como un grito de rabia y amenaza.

Mientras nos alejábamos, no hubo necesidad de palabras. La presencia de Caleb era imponente y cálida, transmitía todo lo que necesitaba saber: estaba a salvo, y el peligro había pasado. Aunque el sonido de la tormenta, con su rugido creciente y sus vientos implacables, parecía ocultar la verdad que aún no conocía. 

¡Atención, lectores de Chica de Aire!

Un capítulo más largo de los usuales, pero ameritaba los detalles de la pelea. Con el Capítulo 21, cerramos la historia de Iseria en Chica de Aire. Y aunque esta es la conclusión repentina de nuestra travesía en esta plataforma, el universo de HellBound no ha terminado de revelarnos sus secretos.

Es inevitable sentir emociones encontradas al llegar al final. Por un lado, estoy emocionada por ver cómo se ha resuelto todos los hilos argumentales. Por otro lado, decir adiós a este universo que he creado me llena de nostalgia.

Pero como en toda historia, todo tiene que llegar a su fin para que podamos apreciar plenamente el viaje que hemos recorrido. Agradezco profundamente a cada uno de ustedes por ser parte de esta historia, por sus comentarios, teorías y por hacer que "Chica de Aire" cobre vida con su lectura y apoyo constante.

¿Qué le deparará el futuro a Iseria después de estos eventos? ¿Qué misterios quedan por desentrañar en la tormenta que aún se cierne sobre nosotros?

Pueden dejar sus dudas por aquí.

Gracias por acompañarme en este viaje que tomo poco más de un año en esta plataforma. Aunque el capítulo final se cierra, el viaje de Iseria continúa más allá de estas páginas. ¡Estén atentos para más sorpresas y revelaciones que vendrán con los días!

#ChicaDeAire #Wattpad #ElFinalDeUnaEra

20-07-2024

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