Capítulo 1: Juego Cruel

Guía Básica para Elementalistas: Tomo I - Orígenes y Leyendas

Cuando las sombras danzaban en la penumbra y el velo entre los mundos era tenue, los demonios con raciocinio conocidos como sombríos, desafiaron la barrera que separaba sus dominios del mundo humano. Seductores en esencia, se mezclaron con las hijas de los hombres. De esa unión nació una nueva estirpe, magiers, criaturas con habilidades sobre humanas y capacidad de controlar uno de los cuatro elementos.

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Sabía que debía irme a casa, pero ahí estaba yo, observando la escena. El grupo de amigos de Erick había encontrado su diversión en Micke quien compartía un par de clase conmigo. No era muy comunicativo, pero no lo juzgaba por ello; en este lugar, ¿quién podía serlo?

Debería estar acostumbrada; este año no era diferente al anterior y dudaba que algo cambiara en el futuro. Había comprendido que siempre sería así cuando personas como Erick y sus amigos estaban presentes. No necesitaban una razón para acosar a los demás; simplemente lo hacían por diversión, un juego más.

Normalmente, su objetivo era un chico callado y buen estudiante, alguien que no pudiese defenderse, y les permitiera hacer lo que quisieran sin ofrecer mucha resistencia. Así comenzaba siempre el juego.

A pesar de haber presenciado esta escena todos los días desde que llegué a esta escuela, la sensación de asco no disminuía. No podía entender por qué les resultaba gratificante ser crueles con los demás, ni siquiera los demonios actuaban así. Había sido acogida por su grupo el año pasado, por un par de meses al menos. No era mucho tiempo, pero estuve con ellos cuando hacían este tipo de juegos, nunca sentí satisfacción ni quise unirme a sus comportamientos.

Por esas razones y otras, me aparté de Erick y su grupo selectivo. Un día era su amiga y al siguiente me convertí en otra de sus víctimas, al igual que hoy le sucedía a Micke. A este punto solo Erick se metía directamente conmigo, los demás parecían tenerme miedo o por lo menos algo de respeto. En ocasiones había mandado a su novia de turno, pero ninguna de ellas se atrevió a llevarlo demasiado lejos, no cuando el rumor de lo que pasó en las vacaciones de Navidad de mi primer año había llegado a toda la escuela.

Había golpeado a dos chicas que me acorralaron en el baño de una cafetería del pueblo. Se habían estado burlando de mí para luego echarme café hirviendo sobre el pecho. Dejó de ser algo sutil cuando me siguieron al baño e intentaron cortarme el cabello. Ninguna de las tres lo vio venir; yo era más pequeña en porte y en edad, pero ellas se llevaron la peor parte. Una quedó con una desagradable cicatriz en la barbilla como resultado de la pelea.

Ellos estaban lanzando las pertenencias de Micke por todas partes. Sus cuadernos fueron los primeros en ser arrojados al aire y luego pateados hacia un charco de agua, seguidos por su teléfono móvil y una pequeña cámara digital, ambos estrellándose con fuerza contra el suelo. Sería afortunado si lograba recuperar algo de información de esos dispositivos.

Hace exactamente un mes, habían tenido un encuentro bastante similar con otro chico, aunque no tan tímido, quien intentó defenderse y eso empeoró las cosas. Terminó con un par de costillas rotas, una fractura de mandíbula y fotos de su pequeño amigo esparcidas por toda la escuela.

Erick y sus amigos eran expertos en empujar a las personas hasta su límite, y ese límite era muy peligroso. Algún día, él sería responsable del suicidio de alguno de esos chicos o, lo que era aún peor, alguno de ellos traería un arma a la escuela para usarla contra él y contra cualquiera que se cruzara en su camino.

Quise ayudar a Micke. No éramos realmente amigos, pero en una escuela de trescientos alumnos, él era el único que mostraba cierta amabilidad hacia mí. Había compartido sus respuestas y me había enseñado algunas fórmulas útiles, algo que Erick, el "idiota", había prohibido "sutilmente". Y cuando decía "sutilmente", me refería a que, si alguien se acercaba demasiado a mí, algo se rompía: cuadernos, móviles o narices.

Cerré mi casillero para marcharme. No le tenía miedo ni mucho menos, es solo que Erick era insufrible. Y como si eso no fuera suficiente, algún ángel o demonio le había otorgado una belleza y condición física inhumana. A eso se sumaban sus habilidades con las chicas, su físico atlético, su destreza en los deportes y el hecho de que su familia prácticamente controlaba el pueblo. Sabía que podía hacer lo que quisiera sin enfrentar consecuencias. A veces me preguntaba si tendría el mismo tipo de sangre que yo corriendo por sus venas.

—¿Qué miras, cuatro ojos? ¿Quieren un poco de esto? —no le importo la distancia, él solo gritó cada palabra.

Él había puesto sus ojos en mí. Era la única que había aguantado tanto tiempo sin mostrarle ninguna reacción cuando él comenzaba con el acoso o su equivalente sutil: "juegos de adolescentes". Tenía una especie de radar para encontrarme. Vi cómo metía sus manos en sus pantalones y no necesité mirar más, para saber qué estaba haciendo. Giré en dirección a la salida de la escuela, deseando borrar el asqueroso gesto de mi mente.

Sabía que no me dejaría en paz esta vez, sus pupilas se habían dilatado cuando me miró. Me siguió, tomó mi hombro con fuerza obligándome a que volteara hacia él, su otra mano seguía metida entre sus pantalones, no le importaba estar en medio de la escuela y que todos vieran lo que hacía.

En momentos como este, solo deseaba poder manejar mi elemento o atreverme a darle un golpe en su respingada nariz. Fantaseaba seguido con ello. Pero no podía. Erick ejercía sensaciones negativas sobre mí, algo me advertía que no me metiera con él. Además, si algún día llegara a tocarlo, no podría volver a la escuela. Y por ahora, este lugar era lo único que tenía.

Me gustaba pensar que era mucho más fuerte que cualquier chico, pero no estaba segura con él. ¿Y si lo golpeaba y él me devolvía el golpe? De Erick se podía esperar cualquier cosa, quizás podía ganarle, pero mi fuerza física no compensaba mi falta de coordinación para tomar decisiones en su presencia.

—Déjame en paz, busca alguien más para jugar. —dudé al hablar. No quería que molestara a nadie más, pero tampoco quería ser yo la que me enfrentaba a él. Lo odiaba.

Era como un león cazando a un pajarillo: completamente injusto.

Tiré con un poco de fuerza y mi hombro se resintió, pero logré escapar de su agarre. Sin embargo, él me persiguió de nuevo, esta vez sujetando mi coleta y tiró de ella con fuerza. Las hebras de cabello cayeron sobre mi rostro y ojos. No me agradó en absoluto lo que acababa de hacer. Dolió, pero no me atreví a decir o hacer nada. No sabía por qué, solo seguía a mi instinto. Había decidido que era lo más conveniente.

Apreté los puños, sintiendo la rabia crecer dentro de mí.

—¿Por qué me miras así? Sé que te gusto, fenómeno, pero no es necesario que me veas como una puta demente enamorada —me miró de pies a cabeza, haciendo gestos con sus manos para enfatizar los senos y el trasero más grande —Sabes, tengo esta rara sensación de querer tomarte con fuerza y escuchar tus gritos. No sé si es por deseo o por el placer de causarte dolor —sonrió de una manera enfermiza.

Sus amigos no eran mucho mejores que él, interpretaron su comentario como una broma y estallaron en risas. Parecía que amenazar con violar a una chica era algo divertido para ellos. Me preguntaba por qué nadie de su familia se preocupaba lo suficiente como para llevarlo a terapia. Estaba claro que el idiota lo necesitaba desesperadamente.

Erick estaba en último año y solía ser amigo de mi hermano, Arthur, antes de que este se marchara a Inglaterra. Supongo que por eso había mostrado cierta consideración hacia mí cuando entré como novata. Ahora estaba en mi segundo año y aunque sabía que era una edad de descubrimiento yo aún no había tenido mi primer beso, mucho menos pensaba en tener sexo. Pero eso no le importaba al idiota. Su objetivo era ser un imbécil con la gente y siempre se esmeraba en lograrlo.

Odiaba la facilidad con la que los chicos creían tener derecho a faltarle el respeto a las chicas.

Miré mi liga en su mano. Si hubiera sido cualquier otra, lo habría dejado ir, pero está pertenecía a mamá. No podía darme el lujo de perderla. Era importante que la recuperara, y era la única razón por la que me estaba quedando.

—Entrégame mi liga, ahora —exigí, tratando de mantener la firmeza en mi voz.

Me molesté conmigo misma, por no darle un golpe en la cara y simplemente recuperarla. Estiré mi mano para alcanzar, pero él aprovechó mi gesto para golpearla con fuerza. Dolió, pero no hice ni dije nada.

Vi los pequeños granates brillar en sus manos y supe que jamás podría dejar atrás algo que me recordara a mamá. Después de todo era la única cosa física que me quedaba de ella.

—No te ves tan mal cuando sueltas tu cabello. Es raro que te lo pintes de ese color, pero creo que es sexy, combina con tus ojos. Si te vistieras como las demás chicas, una falda quizás... —Su voz era más suave, casi un cumplido. —Aunque pensándolo bien, estás esquelética, te verías asquerosa.

Lo último se lo gritó a su público. Era un idiota y estaba actuando como tal. A pesar de que lo conocía bien, me afectaron sus palabras, y más aún cuando todos comenzaron a reír. No entendía lo divertido que podía ser atacar por el aspecto físico, como si yo tuviera control sobre eso.

—Solo devuélveme mi liga —volví a exigir. Mi boca estaba seca, y el esfuerzo de hablar me hizo sentir como si me fuera a atragantar. Rabia eso era lo que sentía.

Él estiró el elástico, las piedras chocaron entre sí, emitiendo un leve tintineo que dudaba que alguien hubiese percibido, y luego simplemente lo soltó, dejándolo volar por los aires hacia los arbustos. Rezaba con desesperación para que no se hubiera dañado.

No le di más en el gusto, intente seguir la trayectoria en la que caía y fui directo donde ella para recogerla entre medio de los arbustos, evitando toda la exposición que pudiera. Si había algo en lo que me beneficiaba no ser humana, era que mis sentidos estaban levemente más desarrollados que los de mis compañeros de clase, algunas veces por lo menos. Me hice algunos rasguños en el rostro y las manos por las espinas de los rosales, pero no me importaba; sanarían para mañana en la mañana, y eso me evitaría darles material a los idiotas que tenían sus móviles listos para tomar fotos.

—¡Ya estoy en casa! —grité apenas entré.

El silencio fue la misma respuesta que había obtenido durante el último año y medio. Dejé caer mi mochila y me dirigí hacia la única habitación que tenía una televisión. Este lugar era mi santuario y la pantalla, mi gran compañera. El sonido saltó y las imágenes comenzaron a aparecer en la pantalla, mientras me lanzaba sobre el sofá. Tomé uno de los platos con pizza de mi cena de anoche y empecé a mordisquearla. Estaba fría, pero había descubierto de mala manera que eso era mucho mejor que no tener nada.

Mientras los minutos pasaban, pensaba en todas las tareas pendientes que tenía por hacer y que no estaba realizando. Estaba agotada y hambrienta. Me recosté en el sillón y cerré un segundo los ojos.

Me encontraba en la orilla del mar, observando cómo las olas se estrellaban contra las rocas. La tormenta oscurecía el cielo, mientras los relámpagos iluminaban brevemente el denso color del agua. El viento rugía, llevando consigo la fuerza de la tormenta que parecía arrasar con todo a su paso. Mi cabello era azotado por el viento golpeando mi rostro, sentía la magnitud del caos a mi alrededor, como si el mar y la tormenta reflejaran mi propia lucha. Era una escena llena de poder y destrucción.

Mis ojos se volvieron a abrir cuando ya estaba totalmente oscuro. Había una extraña sensación en el aire, como si alguien me hubiese estado observando. La desconfianza me hizo volver a la entrada para asegurarla. Aunque no había un peligro evidente, no pude evitar sentirme inquieta.

Había sido así desde la noche en que mamá murió. Todo en mi vida cambió. No tenía a nadie que me amara como ella lo hizo y sabía que jamás alguien me volvería a amar de esa forma. Nadie volvería a abrazarme con tanta delicadeza y protección. Su ausencia dejó un vacío inmenso, un dolor constante, era una herida que nunca sanaba.

Pensaba en ella todos los días: su cabello negro largo y ondulado, su sonrisa y la ternura en su mirada, lo feliz que se ponía al verme llegar. Recordaba nuestras conversaciones, cargadas de amor y de risas, y cómo me despertaba con cosquillas en los pies, un gesto de cariño que ahora solo lo sentía como un anhelo. Su aroma, una mezcla inconfundible de flor de azahar y durazno, y el timbre de su voz, siempre llena de ternura. Su recuerdo era una mezcla de consuelo y dolor, y aunque el tiempo avanzaba, su ausencia seguía tan presente como siempre. Nunca pensé que la perdería tan pronto, nos quedaba mucho por vivir.

Nuestro nuevo hogar estaba marcado por un silencio que acentuaba su falta. Después del funeral, nuestra casa se redujo a cenizas. No solo perdimos a mamá, sino también el techo sobre nuestras cabezas y la calidez que nos ofrecía. Nos vimos forzados a mudarnos, dejando atrás todo lo que conocíamos.

Y como si no tuviésemos suficiente, el "donante de esperma", nuestro padre, nos arrastró en medio de la noche y nos trajo a un pueblo olvidado del mundo, lejos de todo lo que conocíamos como hogar y de quienes habían amado a mamá. Fue hace casi cuatro años, y desde entonces nunca más lo volvimos a ver. Nos dejó en claro que la madre de mamá no nos quería por lo que éramos, y que nunca podríamos vivir con ella.

Mi hermano se había marchado hace un año y medio a Inglaterra, justo después de revelar su magia elemental. Mi padre lo envió a la Academia Hestia. Fue el único momento en que realmente asumió su rol como padre, tomando una decisión importante al enviarlo al otro lado del mar para asegurarle un futuro, aunque eso significó separarnos. Arth no quería ir porque sabía que me quedaría sola, el donante le prometió él arreglaría todo, ya fuera llevándome con él o mudándose aquí.

Con poco más de trece años, comprendía que no podía permitir que mi hermano sacrificara su futuro por quedarse conmigo. Así que lo animé a marcharse, asegurándole que todo estaría bien. Le aseguré que aún contaríamos con la señora que nos ayudaba en casa y que ella se encargaría de mí mientras nuestro padre arreglaba mi situación. Le pedí que fuera a Inglaterra, estudiara mucho y se mantuviera en contacto. Nada podía salir mal.

Fue inesperado que el donante no cumpliera su promesa y dejara de pagarle a Diane. Ella se fue dos meses después de la partida de Arth, cuando el dinero dejó de llegar. Nadie podía culparla; yo no era parte de su familia ni su responsabilidad. Además, nadie puede vivir de "muchas gracias".

La única compañía que nos quedaba en este mundo era Thomas. Aunque había sido pupilo de nuestro padre, mamá se convirtió en su principal apoyo y guía cuando él se marchó. Ella lo trató como a un hijo y él se integró a nuestra vida como un miembro más de la familia. Desde que tenía siete años, había decidido seguirlo a todos lados porque me gustaba mucho, y con el tiempo, por como añoraba los momentos con él, me di cuenta de que mis sentimientos se habían transformado en algo más profundo. Thomas no solo era amable y agradable, sino que también se había convertido en una figura esencial para mí, representando un refugio y una fuente de consuelo en nuestras vidas.

No lo habíamos visto desde que ingresó al entrenamiento para ser segador hace cinco años, cuando cumplió los dieciocho. A menudo soñaba con él y con mi hermano, los tres juntos como cuando éramos niños. Usualmente me preguntaba cómo estarían yendo las cosas para él, y cuando lo volvería a ver.

Desde entonces, me había sumergido en una profunda soledad, rodeada solo por sombras, oscuridad y el eco de mi propia voz, que parecía resonar sin respuesta en cada rincón.

Algunas noches, el miedo me mantenía despierta, llevándome a vagar fuera de casa durante horas. Los ruidos que escuchaba en la vieja casa me inquietaban, y la sensación de ser observada se volvía tan real. A veces, sentía una presencia invisible, como si un fantasma estuviera acechando en las sombras, aumentando mi desasosiego. Pero nunca había nada; solo eran fantasmas de mi propia imaginación, intensamente reales para mí, pero inexistentes en la realidad.

Pasé los canales de televisión abierta uno tras otro sin encontrar algo que me gustara. A veces no prestaba atención realmente a los episodios o películas, solo buscaba el ruido que me hacía sentir menos sola y que me entregaba algo de tranquilidad.

El viento comenzó a soplar con fuerza, mucho más intenso que horas atrás. Una ráfaga violenta hizo temblar una de las ventanas, abriéndola con fuerza. Grité, por miedo y sorpresa. Mi corazón latía desbocado, como si estuviera a punto de sufrir una taquicardia, mientras mis pensamientos volaban hacia imágenes terroríficas. Me encontraba atrapada en la paranoia de que alguna criatura siniestra había irrumpido en casa, para cortar mi cuello y beber mi sangre. Esas ideas me aterraban más de lo que podía soportar.

Pasaron algunos minutos hasta que encontré el valor para levantarme y cerrarla, ya que, de lo contrario, mi trasero se congelaría. El jardín se encontraba vacío y solo estaba semi-iluminado por algunas farolas al otro lado de la calle que compartían algo de su luz. Agradecía que no se tratara de alguien queriendo entrar a casa, ya que no tendría cómo defenderme si algo así ocurriese.

Como si no hubiera tenido suficiente dosis de miedo, el teléfono comenzó a sonar como loco. Gemí porque todos esos malos pensamientos ya estaban en mi cabeza.

—Hola hermanita, sé qué estabas pensando en mí. ¿Qué tal todo?

La voz de mi hermano llegó como luz en medio de mi oscuridad. Era cálida y llena de energía, y su alegría era un bálsamo para mi ánimo.

—Lo mismo de siempre, sobreviviendo a la monotonía. ¿Y tú? ¿Cómo está todo? —pregunté, escuchando a lo lejos el murmullo de voces en su entorno.

La diferencia entre Arth y yo era abismal. Hablaba el doble de lo que lo hacía yo y de una manera agradable y amigable, todos querían ser su amigo. Su naturaleza se adaptaba bien a todos. No era sorprendente que terminara convirtiéndose en un magier mental.

—¿Tienes alguna buena historia que contarme? —preguntó.

—Nada lo mismo de siempre, el idiota de Erick me quito una de las ligas de mamá... —comencé con una verdad. Y todo lo siguiente fue una red de mentiras.

Hablé de una amistad ficticia con Erick y otros compañeros, pintando una imagen de aceptación total, que no correspondía en nada a la realidad. Sabía que, si no lo hacía, Arth sospecharía que algo estaba mal y podría considerar dejar Hestia. El donante había sido claro: no debía arruinar la vida de mi hermano por mis problemas o caprichos.

—Mantente alejada de él, lo conozco y no es una buena influencia, yo lo mantenía a raya, pero no estoy allí y en cualquier momento se comportará mal— advirtió, protector como siempre.

Me reí para bajarle el perfil a la situación, no iba a admitir que tenía razón. Seguimos hablando por algunos minutos hasta que llegamos al tema incómodo.

—¿Cómo estás de dinero? —miré la mesita y los diez dólares que me quedaban. Aunque me gustaría no haber sentido ansiedad por su respuesta, todo en lo que podía pensar y esperar era que fuera un no.

El dinero del seguro de mamá había disminuido considerablemente en los últimos meses. Tuve que hacer recortes en todo para poder cubrir lo esencial y enviarle lo necesario. Los trabajos ocasionales apenas me dejaban algo, y ya no tenía nada más para vender en casa, solo quedaba lo esencial. Y el donante ocasionalmente enviaba algo.

—Estoy bien. Lo último que recibí me sirve para el resto del mes —dijo Arth—. ¿Has podido contactar con la abuela? ¿Cuándo crees que podré hablar con ella? Hay algunas cosas que quiero preguntarle. Además, quiero ir a casa para verte, hermanita. James no me ha contestado el teléfono en meses, y menos me dará dinero para un boleto.

Arth estaba despreocupado por el tema del dinero porque yo le había mentido. Le hice creer que la abuela se había comunicado conmigo poco después de su partida, y que nos estaba proporcionando dinero. Además, le aseguré que aún teníamos el seguro de mamá completo y que el donante se hacía cargo de todo lo demás. Todo estaba cubierto.

Sin embargo, esa era la mayor mentira que había dicho en mi vida. La última vez que vimos a la abuela fue en el funeral de mamá. Aunque ella se mostraba afectada, no creí en su actuar. Nos mantuvimos distantes, y pronto el donante nos sacó de allí. Ella se quedó con su perfecta familia, a quienes no conocíamos, y no nos ofreció consuelo ni apoyo por la pérdida de nuestra madre, su hija. Era evidente que no encajábamos en su familia de elite, sus planes ni en su mundo.

—¿Cenaste? —Arth seguía hablando al otro lado del teléfono.

Su voz me sacó de mis pensamientos. Miré el trozo de pizza que quedaba en la caja y me pregunté cómo podría revelarle la verdad sobre lo que estaba pasando. No quería que se preocupara ni que hiciera algo impulsivo, como regresar a casa. No quería más vidas arruinadas.

—No, aún no. Acabo de llegar de la escuela. Pediré que me preparen algo. Mientras tanto, tomaré un baño. Estoy agotada —mentí otra vez con facilidad.

No podía decirle que el dinero del seguro no había llegado. La última entrega se realizó hace poco más de tres meses, cuando el señor Josiah, quien había sido el encargado durante un tiempo, falleció en una tienda del pueblo. Hace dos meses que no recibíamos nada de eso. La despensa había estado vacía durante todo ese tiempo.

Arth sabía que no estábamos nadando en dinero. Desde que se fue a Inglaterra, no habíamos tenido la oportunidad de vernos. Y cuando me preguntaba sobre el donante y el hecho de estar sola, le decía que estaba bien así, que él estaba muy pendiente de mí, y que la señora de la limpieza me cuidaba mucho. Había tejido una mentira tras otra para eliminar cualquier duda que pudiera surgir. Estaba decidida a asegurarme de que mi hermano fuera feliz y no tuviera ninguna preocupación.

—No te olvides de comer, Isi. Aún estás en desarrollo y sería una pena que te quedaras enana. Debes ser responsable para que no me preocupe. Te ves muy delgada en la última foto que me enviaste.

Su comentario, aunque ofensivo por pensar que era vanidosa, era mejor que descubrir la verdad. Arth siguió hablando por varios minutos. Lo escuché atentamente; su voz era lo único que me recordaba a un hogar, a alguien que se preocupa por mí.

Después de un rato, el teléfono quedó en silencio y mi estómago rugió de hambre. Saqué un trozo de pizza fría de la caja y lo mordí, consciente de que no tendría nada para comer al día siguiente. Había aprendido a resolver mis problemas uno a la vez y aún me quedaban diez dólares.

Me dejé caer en el sofá para ver televisión, pero el universo parecía estar en mi contra. De repente, todo se apagó. Maldije en voz alta, sabiendo que el servicio se había cortado por falta de pago. No es que no lo supiera, pero no esperaba que sucediera justo hoy.

Mis ojos no se habían desarrollado del todo, necesitaba usar gafas para ver durante el día. Sin embargo, cuando Erick estaba cerca, mi visión se agudizaba de manera inexplicable. En la oscuridad, mi capacidad visual era nula.

Sentía lástima por mí misma, por todo lo que había vivido, estaba viviendo y lo que estaba por venir. No había pedido esta vida, pero era todo lo que tenía y no me gustaba.

Después de un par de horas quejándome, decidí no ir a mi dormitorio. Tenía miedo a la oscuridad. Al menos en la sala, algunos rayos de luz de la luna y las farolas de la calle se colaban por la ventana.

Me acurruqué en el sofá, envuelta en una sensación de desolación, aguantando las lágrimas hasta que me quedé dormida.

Hola a todos los lectores que han llegado hasta aquí.

Bienvenidos a las profundidades de nuestra historia. A partir de este momento, les invito a adentrarse en el primer capítulo de este oscuro y fascinante viaje. 

Prepárense para desenterrar los secretos de Iseria, una chica atrapada entre el mundo humano y el mundo de la noche. Quien experimentará pruebas y revelaciones que definirán su destino.

Que cada página los atrape como una llama en la oscuridad y disfruten cada giro y descubrimiento de este libro. Espero que sientan lo que Iseria siente y que logren imaginar su vida y el entorno en el que se encuentra.

Fecha de publicación; Septiembre 29 del 2022

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