Capítulo 8: Un Inicio Tormentoso

Guía Básica para Elementalistas: Tomo IV - Influencia 

La longevidad de los magiers está estrechamente vinculada a su proximidad con un sombrío. Aquellos que mantienen una conexión cercana con ellos, disfrutan de vidas extraordinariamente largas, extendiéndose por varios siglos. Curiosamente, su juventud perpetua también se manifiesta físicamente.

🍃

La figura de la abuela se alzaba frente a mí. Vestía un traje color marfil que parecía irradiar luz, casi como un ángel. Sin embargo, era más bien un ángel de la muerte, lo cual no era precisamente agradable de ver al despertar.

—Vas a levantarte de esa cama ahora mismo —dijo ella —Te darás una ducha y luego te llevaré a la escuela. Fuiste aceptada y no puedes perder esta oportunidad. Ya se ha pagado toda tu colegiatura y tus cosas están en tu habitación del campus.

Me cubrí con la almohada, como si eso pudiera hacer que desapareciera. Después de los acontecimientos de hace dos semanas, había estado la mayor parte del tiempo en mi habitación sana y salva, tal como me gustaba.

No era fácil aceptar lo que había presenciado. No es que me afectara emocionalmente por esas chicas; no las conocía y eran draugrs, sabía que merecían morir. Pero ver cómo cortaba el cuello de una magier para robar su magia era otro asunto. Sumarle toda la sangre a la escena no ayudaba. No podía sacar de mi cabeza la idea de que a mamá le habían hecho lo mismo; solo imaginarlo me provocaba un escalofrío en todo el cuerpo.

Tomó su tiempo para explicarme cómo funcionaba la entrevista de ingreso y que, como segador, debía estar preparado para todo, siendo letal tanto en ataque como en defensa. Cada palabra de Tommy fue cautelosa, como si pensara que podría estar aterrada de él por haberlo visto en la pista ese día. Eso jamás pasaría, confiaba completamente en él.

La verdad es que no veía como algo malo que hubiesen matado a una chica de mi edad frente a mis ojos. No sé si eso me hacía insensible, pero había decidido considerarlo un asunto normal, parte de su trabajo o de la vida diaria. Era lo mejor para mi salud mental, no darle tantas vueltas al asunto.

Me había explicado cómo los draugr enviaban a sus adolescentes a infiltrarse en las academias para poder encontrar con que rellenar su necesidad de magia elemental, algo bastante común. Por esa razón, los guardianes estaban atentos, identificando posibles amenazas durante las pruebas.

Los draugrs tenían habilidades similares a las nuestras, como una perfecta visión nocturna y eran muy fuertes físicamente, mucho más que los magiers de bajo nivel y eso era algo que aprovechaban al máximo, carecían de un elemento, pero si lo robaban podían hacer uso de él. Sin embargo, los objetos demoníacos solo funcionaban cuando se amplificaban a través de una fuente real de magia demoníaca, es decir, los magiers.

Los draugrs eran contenedores que no poseían un flujo de magia, por lo tanto, tenían que robarla.

—No voy a ir, ¿sabes? Siento que disfruto de estar viva y quedarme aquí el resto de mi vida no parece algo malo. Incluso me gusta. Esta cama es muy cómoda.

No le había contado sobre el entrevistador y cómo se había burlado de mí. Me había hecho sentir vergüenza de tener que explicar quién era, frente a todos. Esa era una de las muchas razones por las que seguía acostada.

—Ya te dije que la chica está viva, y será bueno para ti. Harás amigos y será una buena experiencia —intentó persuadirme.

—Oh, es bueno saberlo. ¡La chica está viva! No es como si no hubieran intentado hacer "tiritas" con ella. ¡Qué experiencia tan emocionante! No estoy segura de querer vivirla —enfaticé. Haciendo comillas en el aire.

—Riesgos de ser una magier, pero dentro de la escuela estás a salvo. Ni uno de ellos se atrevería a atacar allí. Aquí solo somos nosotras dos, y tú no eres hábil con tu elemento. Si lo piensas de esta manera, solo me tienes a mí para defenderte de un ataque de draugrs, y yo ya estoy vieja.

Subí las mantas sobre mi cabeza y me quejé.

—No escuchas mis decisiones. Y si estás vieja, pero ¿cuándo vas a decirme tu edad real? —gruñí.

—Eres una adolescente, no puedo prestar atención a todas tus decisiones. No estaríamos aquí si te hubiera escuchado desde el principio. —Sentí su peso en la cama y luego apartó las mantas para que la mirara —En este mundo suceden muchas cosas horribles, Iseria, pero no podemos paralizar nuestras vidas o dejar de vivir por miedo a lo que puedan decir los demás o a lo que creas que puede pasar. Y si te levanta y preparas quizás te diga mi edad.

La abuela parecía ser más capaz de comprender lo que estaba sucediendo.

—No quiero ir —rezongué.

—Es tu oportunidad de comenzar de nuevo, hacer amistades, eso es importante a tu edad. ¿No quieres intentar tener una nueva vida o retomar donde la dejaste hace cuatro años?

Tenía razón y yo lo sabía, pero esto iba a costar.

—Puedo empezar de nuevo, pero solo si sigo viva y me mantengo en esa condición. Me gusta tener mi cabeza tal como está ahora, y no necesito una cicatriz adicional.

Ella se hartó, emitió un pequeño sonido que reconocía de cuando perdía la paciencia, lo cual me causaba cierta gracia.

—Voy a quemar toda esta habitación, empezando por las almohadas, así que levántate ahora. — Amenazo.

—No puedes quemar mis cosas, no otra vez —me queje, sabía que ella no había sido la culpable, pero era una verdad que ya había perdido todo lo material dos veces.

—Puedo comprarte todo nuevamente Iseria. Irás en pijama a la academia, veremos qué opinan tus nuevos compañeros.

Luego de eso ella perdió la sutileza y se marchó dejando en claro su punto. Obligándome a preparar mi estado anímico y físico para mi nuevo comienzo.

Mi ropa no era muy diferente a la suya. Ella había elegido para mí unos pantalones blancos anchos de tiro alto, unos incómodos tacones blancos con delgadas tiras que ni siquiera se veían debido a la longitud de los pantalones. Me había torcido el pie en tres ocasiones y estaba sentada, ¿cómo era posible? Llevaba un top blanco sin tirantes, con escote en forma de corazón y una especie de capa de gasa que no tenía ninguna utilidad aparente. Luego Su asistente me peinó y luego intentó maquillarme; eso fue lo único que pude impedir.

Durante todo el camino, discutimos por mi elección de vestimenta. Intenté recoger mi cabello en una coleta y recibí un golpe en la mano, no uno que doliera, pero sí dejaba claro que no debía hacerlo.

—No arruines la perfección.

Yo no era la perfección, ni mucho menos. Quise gritarle por lo que acababa de hacer, pero solo respiré profundamente y apoyé mi rostro en la ventana del auto. Me pregunté si esta era una de las razones por las que peleaba con mi madre. Su rostro no mostraba arrepentimiento, siempre mantenía una expresión desinteresada, como si nada importara. Podía haber un lindo cachorrito frente a ella y lo miraría de la misma forma en que miraba a un modelo en la televisión. Esto no me ayudaba a entender por qué quería quedarse conmigo.

La entrada a la escuela se vio escalofriante para mí, nada comparado a lo que sentí la primera vez, cualquiera podía saber o sentir lo asustada y temerosa que estaba. Y se debía a todo, sobre todo a tener que hablar con personas.

—No pongas esa cara, Iseria. Pinta un poco tus labios, de verdad me lo vas a agradecer. —mostró una expresión persuasiva, mientras me tendía un labial.

—¿Agradecer que me obligues a llevar un peinado tonto y esta ropa fea e incómoda? —me sentía algo frustrada, y lo demostré cruzando mis brazos.

—No vamos a volver a lo mismo. Solo toma tu bolso y sal del coche. —su tono dejó en claro que no estaba dispuesta a discutir más.

Me sentí atrapada entre su autoridad y mis propias preferencias. Suspiré y alcancé mi bolso, aunque puse una expresión que esperaba mostrara mi desagrado a la situación.

—No me hagas tener que arrastrarte fuera, porque lo voy a hacer —advirtió, mostrando una pizca de seriedad.

—¡Ja!, no lo harías. Arruinarías tu ropa perfecta. Además, alguien podría verte y ¿qué dirá la gente de ti? —la desafié sin esperar una respuesta.

Sentí una mezcla de frustración, impotencia y rebeldía mientras continuábamos discutiendo en el coche. Era evidente que la abuela estaba decidida a imponer su voluntad, sin importar mi opinión o comodidad.

Peleé una vez más con la capa que llevaba, sintiendo lo inútil que era. Me resultaba incómoda y restrictiva. Desearía haber podido venir con unas converse.

—¿Estás segura de eso? —Cuestionó mi desafió.

Antes de que pudiera responder, bajó del coche y me tiró literalmente fuera de él. Me sorprendió que no le importara que alguien la viera cometiendo violencia física contra una menor de edad, y si no fuera suficiente se rio de lo que acababa de hacer. Fue bastante sutil, pero logré captarla; se divertía a costa mía, por alguna razón eso no se sentía tan molesto como hace unos meses.

Al cerrar la puerta, la capa se enganchó y se escuchó un feo sonido, como si se hubiera descosido o incluso rasgado.

—¿De verdad, Iseria? —me reprochó, señalando el daño en la capa.

—Sé que es... era costosa, pero es inútil, eso no me protege ni de ser exhibicionista ni del frío, además es incómodo llevar algo inútil colgando, fue un accidente.

—Los detalles son los que muestran la elegancia —insistió, sin parecer enojada por el incidente. Me ayudó a quitármela y la dejó dentro del coche.

Fuimos recibidas por alguien de la escuela, quien nos guio hacia el salón donde se llevaría a cabo la bienvenida. La abuela me arrastró junto a ella, sin importarle que mis pies se torcieran cada dos pasos. Era mucho más fuerte que yo y parecía haber olvidado por completo la necesidad de su bastón; ni siquiera lo necesitaba para caminar. No entendía por qué lo usaba.

Cuando entramos al salón, noté que todos estaban de pie, hablando y tomando diversas bebidas. Miré sus vestimentas y luego la mía. No pensé que la abuela tuviera razón, una vez más. La ropa que hubiese elegido yo no iba a servir en este lugar, ni con toda la gente.

—¿Esto es una fiesta? —murmuré para ella, tratando de disimular mi asombro ante la multitud y el ambiente festivo.

—Es la bienvenida al año escolar, se realiza una reunión todos los años para celebrar el inicio de clases —explicó para mí.

—Estar aquí es innecesario —fui algo tajante, me sentía fuera de lugar.

—No lo es, Iseria. En estos eventos puedes reencontrarte con antiguos compañeros y amigos que no has visto en años, es una oportunidad para mantener el contacto y retomar relaciones —argumentó con calma.

—Si fuera tan importante, ¿no podrías invitarlos a que te visiten o visitarlos tú misma en lugar de esperar una reunión en una escuela?, se supone que son tus amigos —estaba confundida.

—Querida, solo trata de relajarte y disfrutar de la experiencia. Te presentaré a algunas personas, solo pon una linda sonrisa y sé amable —sonrió cordialmente para alguien que paso por nuestro lado, mientras nos guiaba a través de la multitud hacia un grupo de estudiantes.

Ella cogió una copa de una de las tantas que los camareros llevaban por el lugar, pero no me dejó hacer lo mismo. Supuse que era alcohol y aunque yo había vivido sola mucho tiempo, no había abusado de ni una sustancia indebida, ni siquiera las había probado.

—Idalia Astoreth, volvemos a encontrarnos.

Un hombre mayor le hablo a la abuela, lo miré mientras iba acercándose a nosotras.

—Grimory, también es un placer verte nuevamente.

Ellos estrecharon sus manos, aunque se veía algo distante pude sentir la calidez. Hasta que se giró hacia mí.

—Tú debes ser Iseria, la hija de Azahara, un gusto —saludó el señor Grimory, extendiendo su mano hacia mí. 

Recordé como lo había hecho con Caleb, así que imité el acto y logré darle un apretón, aunque fue algo torpe de mi parte.

—El señor Grimory es el director de Atabey, hablamos sobre tu ingreso hace unos días —aclaró la abuela.

—Es verdad, tu abuela me habló mucho de ti la semana pasada, tiene un poder de convencimiento único— bromeó. 

Esa broma dejó en claro que algo había hecho la abuela. Me pregunté si ella tenía algo que ver en mi ingreso. ¿Lo había obligado o amenazado de alguna manera? No creía que tuviera ese poder, pero su broma era por alguna razón.

—¿Gracias? —respondí tímidamente, sin estar segura de qué más decir. 

No estaba acostumbrada a conversar, menos en ambientes sociales y aún menos vestida incómodamente. Había pasado cuatro años alejada de mi propia especie y también de los humanos. No había tenido muchas oportunidades de vivir algo así. No sabía cómo actuar.

Los dejes charlando y decidí que era momento para dar un paseo por el lugar. Observé a mi alrededor y vi cómo padres y alumnos se relacionaban entre sí, hablando y riendo animadamente. 

Los camareros ofrecían bebidas y comida. Tomé una copa y un poco de comida, aunque no tenía realmente hambre, solo para ocupar mis manos y disimular mi incomodidad mientras observaba a todos desde un rincón, preguntando cuál sería su elemento.

No conocía a nadie en el lugar, pero era evidente que los demás se conocían entre sí, entablando conversaciones animadas y disfrutando de la compañía mutua.

—¿Iseria?

Me giré y vi a Caleb caminando hacia mí. Hoy no había tanta diferencia de altura entre nosotros, debido a los tacones que llevaba. Él vestía de manera informal, con una camiseta y zapatillas, y parecía despreocupado.

—Uh, hola, Caleb... —dudé. ¿Y si ese no era su nombre?, pero él me lo había dicho, sentí que mis manos sudaron. 

—Casi ni te reconocí, te ves increíble —sonrió ampliamente.

Suspire aliviada, si era su nombre, estaba siendo una tonta.

No me consideraba increíble ni mucho menos. Pero el blanco contrastaba con el tono más sobrio de la mayoría de las personas en el evento, eso sí llamaba la atención.

Observé la sonrisa extraña de Caleb, así que me apresuré a decir algo para no hacer raro el momento.

—Sí, mi abuela insistió en que vistiera así, no es algo que hubiese elegido como opción —respondí, pensando en que más podía decir.

—Tu abuela tiene muy buen gusto —comentó él.

No sabía qué más agregar a eso, así que intenté seguir la conversación de ropa y opté por algo más razonable o eso consideré en ese momento.

—Entonces... ¿También ingresaste? —me di cuenta inmediatamente de lo tonta que era mi pregunta, dado que estaba claro que Caleb estaba aquí frente a mí, y su elemento había sido impresionante. Mis palabras no tenían lógica.

—Nadie podría impedirlo, vieron lo genial que soy —sonrió con orgullo.

Nuestra breve charla llegó a su fin cuando el director subió al escenario y comenzó su discurso de bienvenida. Me despedí de Caleb con una sonrisa y me dispuse a buscar a la abuela por el salón. No la encontré en el lugar donde me había separado de ella y en ni un otro sitio. Me sentí un poco desorientada y sin opciones, así que volví al rincón donde estaba antes, a comer pequeñas tartaletas y tomar jugo de fruta, esperando pacientemente a que apareciera.

La reunión terminó y el lugar se vació. Fui directo al coche, no había forma de que la buscara cuando no conocía el lugar; unos veinte minutos después, ella apareció.

—¿Qué haces aquí, por qué te fuiste de mi lado? —pregunto.

—Eso debería preguntarlo yo. No te encontré y te busqué por todos lados. Llevo más de media hora aquí, sola y aburrida —respondí algo molesta, ¡ni siquiera había notado que me fui de su lado!

—Me encontré con unas amigas de Azahara. Me hubiera gustado que las conocieras —se disculpó.

Sus palabras me hicieron sentir extraña. También me hubiese gustado conocerlas, tal vez podrían haberme contado cosas sobre mamá.

—Oh

—No te preocupes, habrá más ocasiones y tiempo para ello —trató de tranquilizarme, debió notar mi expresión.

Caminamos por el lugar hasta llegar a la zona de dormitorios, fuimos al que me correspondía; el lugar consistía en un espacio común para cuatro dormitorios. El área común era un espacio destinado al estudio y al entretenimiento, equipado con escritorios, cómodos sillones, una televisión y una radio para disfrutar de momentos de tranquilidad.

Entramos a mi habitación, era acogedora y tenía todo lo necesario. Estaba decorada en tonos rosados, con muebles de madera blanca, a excepción de la cama de hierro. Había muebles para guardar mis ropas y uniforme, un tocador con una silla y un espejo de cuerpo completo. La cama estaba cubierta de coloridos cojines a juego, las cortinas y la colcha tenían el mismo tono llamativo del rosa chicle. La mesita de noche tenía una lámpara rosa con pequeños cristales que reflejaban la luz de manera encantadora. Todo lo había conseguido la abuela para que me sintiera más a gusto.

Nos quedamos un rato ordenando el lugar, hasta que no hubo nada más por hacer.

—Bueno, ya es hora de que me marche —dijo mientras me entregaba dos tarjetas —Estas son por si llegaras a necesitar algo de dinero si es que sales en algún momento. Úsalas con responsabilidad y no en cosas innecesarias.

Sentí una sonrisa apoderarse de mis labios.

—No voy a prometer eso. Después de todo, me debes mucho dinero por todos estos años — usé un tono burlón, aunque en realidad no tenía intención de gastar más de lo necesario. Ella solía comprarme todo y más.

—Debes enviarme un mensaje todos los días para saber cómo estás. Si llegara a pasar algo, me llamas. El viernes te recogerá un coche para ir a casa. Solo lleva la ropa necesaria —agregó, estableciendo algunas reglas.

Asentí con la cabeza y guardé las tarjetas en mi bolsillo. Aunque no estaba emocionada por tener que informarle sobre mi día a día, sabía que era algo que debía cumplir para mantener la comunicación.

Ella miró a mi alrededor y sin decir una palabra, extendió sus brazos y me envolvió en un abrazo apretado. Fue un gesto inesperado, ya que no estábamos acostumbradas a mostrar afecto de esa manera.

Sentí el calor de sus brazos y la familiaridad de su presencia, pero también me invadió una mezcla de confusión y vulnerabilidad. ¿Estaban bien esos sentimientos?

—Está atenta a todo siempre y cuídate —me dijo con preocupación en su voz.

No era una preocupación de que algo malo pasaba, era más como una madre hablándole a su hijo.

—Sabes que eso no suena bien. ¿Cuidarme? ¿Acaso alguien va a hacerme algo? —respondí un poco confundida y de manera sarcástica.

—No vas a comenzar otra vez con eso, Iseria. Es hora de que me vaya. —Caminó hacia la puerta del área común, negándose a escucharme.

Se despidió nuevamente en la puerta al corredor y comenzó a alejarse. Sentí como si debiese haber dicho algo importante, pero no me atrevía y no sabía qué decir. Mientras se alejaba, reuní el valor suficiente para llamarla una vez más.

—Abuela... Espero que te vaya bien. Cuídate también.

Ella se detuvo por un momento y giró su cabeza hacia mí. Aunque su expresión seguía siendo seria, pude ver una pequeña chispa de emoción en sus ojos. Asintió ligeramente y luego continuó su camino sin decir una palabra más.

La vi perderse en el pasillo y solo pude pensar en nuestra incómoda relación, ese abrazo repentino que me había hecho dudar. ¿Acaso había algo más en sus palabras y gestos de preocupación? ¿Podría haber algo de genuino en su cuidado y afecto?

Decidí que era mejor no dejarme llevar por las ilusiones y mantenerme en guardia. Después de todo, toda la gente a la que había amado me había abandonado, por una razón u otra. Idalia no sería la excepción.

Me quedé parada en medio de la pequeña habitación hasta que se volvió incómodo. Con alivio, me quité los tacones y los dejé a un lado; pude sentir el suelo bajo mis pies, una sensación mucho más reconfortante.

El lugar era de no más de tres metros cuadrados con un pequeño cuarto de baño que era muy bonito, pero tenía solo lo necesario. Estaba ubicada en el cuarto piso que correspondía a los dormitorios de las chicas de tercer y cuarto año. El edificio era una torre antigua que seguía teniendo cosas del pasado mezclado con modernidad, lo que lo hacía ver un lugar agradable, pero algo frío.

A medida que la noche avanzaba, una ráfaga de viento cálido se coló por la ventana, interrumpiendo mi lectura. Me di cuenta de que ya era tarde y que debía prepararme para dormir. Busqué un pijama limpio y me desvestí para meterme en la cama.

Recogí mi cabello en una coleta y bajé la intensidad de la luz. Aún no me atrevía a dormir con la lámpara apagada; la sensación de oscuridad seguía generándome una especie de ansiedad o miedo. La abuela se había dado cuenta de eso. No me preguntó ni comentó sobre ello, pero nunca apagó la luz de mi habitación en casa. Solo se encargó de conseguir una linda lámpara con distintas intensidades de luz, sin que yo la pidiera.

Me acerqué a la ventana para cerrarla, en ese momento pude ver a alguien saliendo de una de las habitaciones del edificio de enfrente. Me quedé unos minutos mirándolo, pensando que podía caer de esa altura, pero sus pasos despreocupados por el tejado indicaban que acostumbraba a hacerlo. Solo era alguien escapando de los horarios y reglas establecidas por Atabey.

—Ojalá no caigas... —desee.

Miré mi móvil, era muy tarde para hablarle a Tommy, así que solo le envié un texto de buenas noches y le conté que todo había salido bien. No espere respuesta, normalmente nunca la había de inmediato. Así que lo dejé sobre la mesita de noche, y me dispuse a dormir.

Los minutos pasaron y los nervios por lo que vendría mañana no me dejaron conciliar el sueño. El pijama me generaba mucho calor, jamás había podido dormir con tanta ropa encima, me levanté para quitarlo y reemplazarlo por una vieja camiseta de Arth.

—Mucho mejor.

La mañana de mi primera jornada oficial en la Academia Atabey transcurrió sin contratiempos. Me levanté antes de que sonara el despertador, no se escuchaban voces en el área común ni en el pasillo. Tomé una ducha tranquilamente, cepillé mi cabello y lo sequé. Me puse un poco de perfume que había comprado la abuela para mí, lo justo y necesario. A muchos chicos podría desagradarles el olor, se suponía que algunos tendrían sentidos más agudos que los míos.

Mi mirada estaba puesta en el reloj de mi mesita, que ya marcaba las siete veinte de la mañana. Desde las siete treinta comenzaba el desayuno, pero me sentía muy ansiosa como para poder comer algo. Me metí en el uniforme: blusa blanca, moño celeste, falda a cuadros a juego con los colores de la casa de aire, calcetas largas y los zapatos de la escuela, que eran horribles.

Le di otros minutos de secado a mi cabello. Debía aprender el truco de sacar el agua de él, tal como lo hacía la abuela y Tommy. Y unos minutos más tarde, me encontraba lista para ir a mi primera clase en el internado más importante de América.

Salí al pasillo faltando quince minutos para entrar a mi primera clase, tratando de evitar encontrarme con alguien. Noté que no había movimiento en las áreas comunes; todos debían estar reuniéndose con sus amigos y poniéndose al día, lo que aumentó mi nerviosismo por lo que estaba por venir, un nuevo comienzo para mí. Estaba tan absorta en esos pensamientos que no me di cuenta de que en el último escalón de la escalera del patio sobresalía un fierro. Con un golpe fuerte, mi rodilla izquierda chocó contra él. Sentí un dolor punzante y me agaché, apretando los dientes para no soltar palabrotas. Me lamenté unos minutos, ya que parecía que había tocado justo algún nervio, lo que me obligó a sentarme y maldecir en silencio.

Cuando finalmente me puse de pie, me di cuenta de que había perdido la noción del tiempo. Y solo me tocó correr.

—Buenos días, lamento llegar tarde —dije apresuradamente mientras entraba al salón de clases. Intenté ocultar el dolor del golpe, 

Me quedé momentáneamente sin palabras, jadeando tras mi frenética carrera. Sabía que todos los ojos estaban puestos en mí, había llegado más de diez minutos tarde en mi primer día y vivía en la misma escuela. Tenía la certeza de que podía superarme a mí misma y lograr algo aún más desafortunado.

El profesor alzó la cabeza del libro que estaba utilizando para la clase.

—Un alago que nos interrumpa con su presencia, señorita Deinally, era justo lo que necesitábamos —dijo el profesor con una leve expresión de desaprobación —Espero que no vuelva un hábito el quedarse dormida y, al menos, pueda mantener su uniforme en su lugar correspondiente.

Sentí que el calor subía a mis mejillas. No quería causar una mala impresión en mi primer día, pero ya era tarde para enmendarlo. Me dirigí con paso rápido hacia un asiento vacío y me hundí en él, intentando pasar desapercibida.

Una sensación no agradable me invadió; los vellos de mi nuca se erizaron. Era evidente que estaba siendo observada. Traté de empujar esa incómoda percepción al fondo de mi mente. "Esta era una nueva escuela", me repetí y había razones para ser el centro de atención: llegaba tarde en mi primer día, mi atuendo estaba un tanto desordenado y era evidente que era nueva.

Ajusté uno de mis largos calcetines, que se encontraba notoriamente más bajo que su compañero, arreglé mi falda y ajusté el moño, para luego ocuparme de los puños de la blusa que se asomaban por debajo del blazer. Finalmente, reuní mi cabello en una coleta, esperando verme al menos más presentable de lo que había llegado.

—No lo escuches, te ves totalmente linda y salvaje —habló el chico de la mesa contigua.

Reconocí la voz, pero no fue hasta que alcé la cabeza que confirmé que era Caleb. La coincidencia me sorprendió. Aunque habíamos hablado con anterioridad, no habíamos tocado el tema de a que curso íbamos a ingresar.

Su sonrisa era impecable, y lucía increíblemente apuesto con el uniforme gris de bordes azules, combinado con una corbata del mismo tono. Todo ello resaltaba su cabello rubio y sus hermosos rasgos.

Inmediatamente fuimos regañados por hablar. La sensación de todos los ojos sobre mí no era algo que me gustara.

Opté por el silencio durante el resto de la clase. Siempre había sabido cómo pasar desapercibida, y ahora me encontraba siendo el foco de miradas por segunda vez en menos de cinco minutos. No deseaba convertirme en la "chica que llegó tarde el primer día, a pesar de vivir en la misma escuela", y mucho menos ser etiquetada como "retrasada", lo cual sería el peor apodo que podrían asignarme. Suspiré, sabiendo que sería un largo día.

Permanecí sentada después del término de la primera clase, observando cómo todos se levantaban y se dirigían a charlar con sus amigos. Había dejado pasar mi oportunidad de hacerme visible antes del ingreso, y ahora nadie mostraba interés en acercarse a mí.

Escribía en mi cuaderno, subrayando palabras ya familiares, levanté la vista al notar unos pies frente a mi mesa. Un chico alto, con un uniforme de solapas rojas, se perfilaba ante mí. La imponente figura del recién llegado parecía proyectar una energía que me hizo sentir incómoda, como si el simple hecho de estar cerca de él generara una distancia que preferiría mantener. Me recordaba a un idiota que quería mantener lejos de mi nueva vida. 

—Hueles a sangre.

Sus palabras resonaron con intensidad en mis oídos, llevando consigo un matiz de firmeza que parecía ser parte de su naturaleza, una que no me agradaba en los chicos o chicas de mi edad. Se veía frío y distante, casi como si no supiera mantener una comunicación con los demás.

—¿Cómo? —Su observación me tomó por sorpresa, pero me esmere por mantener mi tono neutral, me sentía un tanto nerviosa.

Aunque comprendía sus palabras, aún no lograba entender a qué se refería exactamente.

—Lo que quiero decir es que percibo el olor a sangre en ti. ¿Te has lastimado o algo por el estilo? —Esta vez, su tono se suavizó. Queriendo aliviar la posible brusquedad de su comentario anterior.

Ver sus ropas me estaba causando muchos nervios y no sabía por qué. Quizás era porque ese debió haber sido mi destino, mi herencia. Sentí como si algo me molestara e incomodara de una forma negativa; conocía esa sensación. Erick solía hacerme sentir así.

—Sí... me golpeé hace un rato —balbuceé tímidamente, mientras intentaba recomponerme. —¿Cómo lo sabes?

El chico no pudo decir nada más; fue interrumpido.

—¿Qué? ¿Cuándo? ¿Por qué no dijiste nada? Permíteme ayudarte.

Caleb se arrodilló frente a mí, y bajo mi calceta, inspeccionó mi pierna. Había una pequeña herida con sangre seca que yo ni siquiera había notado. Rebuscó en sus cosas y sacó una curita de su bolsa, colocándola sobre el pequeño corte. Sentí un extraño cosquilleo cuando él tocó mi piel, como si estuviera demasiado sensible.

Aunque apreciaba su ayuda, experimenté una incomodidad interna.

Miré al chico de fuego quien no se había movido de su lugar, aun cuando Caleb invadió su espacio personal. Lo recordaba; él había estado con Tommy el día de la entrevista. Resultaba que no era un guardián como creí en ese momento; era un estudiante más.

Ahora me quedaba claro que la flecha que había matado a la draugr había sido disparada por Tommy. Empezaba a comprender su preocupación por mí y toda esa explicación que me había dado en casa.

Caleb me estaba tocando y la sensación no me agradó. Me alejé bruscamente, sorprendiéndolos. No estaba acostumbrada al contacto físico y no me gustaba recibirlo de alguien a quien no conocía. Mi falta de familiaridad con los gestos de amabilidad y cercanía me hacía sentir muy extraña.

Cuando vi su expresión, me sentí culpable por lo que había hecho. Él solo estaba siendo amable y yo había sido brusca con él. Si quería que fuera mi amigo, no podía permitir que mis inseguridades y temores interfirieran de esa manera. Nadie era culpable de lo que yo pudiera sentir.

Suspiré, consciente de la gran responsabilidad de empezar a superar las barreras que me alejaban de lo que significaba ser una adolescente normal. Me pregunté cuándo y cómo lograría alcanzar ese nivel de confianza que veía en los demás.

—Estoy bien, no es necesario. Sano rápido, solo son unos raspones —intenté convencerlos, aunque en realidad no estaba segura de mis palabras.

—Nunca está de más preocuparse. Sería una pena que te quedara una cicatriz —insistió Caleb, intentando tomar mi mano.

Sutilmente, me aparté para evitar su contacto. No quería que me tocara, me hacía sentir incómoda. Ya me sentía extraña e insegura con la presencia del otro chico.

—Voy al baño — di una excusa rápida, una que había visto en muchas películas, pero que me servía para escapar de la situación incómoda.

Una vez que estuve lejos de ambos, tomé una profunda bocanada de aire, tratando de calmarme. En mi antigua escuela, debido a idiota de Erick, los demás se acercaba solo cuando él quería hacerme daño. Todo lo vivido había resurgido en mi mente y, sin darme cuenta, había dejado que influyeran en mis reacciones de ahora.

Observé a todas las chicas y chicos de mi clase, sintiendo envidia de lo que veía: su espontaneidad, cómo se reían y jugueteaban entre ellos. Estaba frustrada; realmente quería ser normal, capaz de relacionarme fácilmente con todos y disfrutar de lo simple.


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